ARGENTINA TIENE LA ATÓMICA
Interesante
artículo de Roberto Alsina que relata como durante el Gobierno del General
Perón, Argentina se colocaba en la cúspide del mundo en materia atómica, e
indicativo del ataque del imperialismo a su gobierno.-
Antes que nada, permítanme clarificar el título: es el que apareció en
el vespertino La Razón de Buenos Aires, en letras muy grandes y negras, en el
mes de marzo de 1951. Asimismo, otros periódicos también anunciaban con grandes
titulares el dominio y control de la energía atómica por la Argentina, de
acuerdo a las declaraciones ante periodistas del entonces Presidente de la
Nación, General Juan Domingo Perón.
En realidad, el comunicado del Presidente no hablaba de “la atómica”
para nada, sólo decía que “El 16 de febrero de 1951, en la planta piloto de
energía atómica en la isla Huemul, de San Carlos de Bariloche, se llevaron a
cabo reacciones termonucleares (por fusión) bajo condiciones de control en
escala técnica”
Aún así, el anuncio era increíble. En ese entonces, sólo Estados Unidos
e Inglaterra tenían la capacidad de fabricar bombas atómicas, y a pesar de las
grandes cantidades de dinero y esfuerzos invertidos, ninguno de los dos países
estaba cerca de producir energía nuclear “controlada” por fusión. Cómo era
posible que un país sin antecedentes en la investigación nuclear y con
limitados recursos económicos hubiera podido lograr lo que los mejores
científicos del mundo, incluyendo los alemanes “importados” después de la
guerra mundial terminada en 1945, consideraban casi imposible?
Todo había comenzado unos 3 años antes, cuando un científico austríaco,
el Doctor Ronald Richter, se había presentado ante el Presidente Perón con un
ambicioso proyecto: llegar a producir cantidades casi ilimitadas de energía
eléctrica barata, gracias a la energía liberada por fusión atómica controlada,
un procedimiento que el Dr. Richter aseguraba poder desarrollar en Argentina,
si se le proveían los materiales necesarios. Richter había sido calurosamente
recomendado por un ingeniero aeronáutico alemán, Kurt Tank, quien con un grupo
de ingenieros también alemanes había emigrado a la Argentina poco después de
terminar la guerra, y que fue el artífice del Pulqui II, avión argentino basado
en el último diseño del Messerschmidt, excelente avión alemán de combate.
Para los no iniciados, quiero explicar que la producción de energía
atómica puede hacerse por fisión, es decir, dividiendo átomos pesados, como los
de uranio o plutonio, con lo que se puede conseguir una liberación
extraordinaria de energía, siendo éste el caso de las bombas atómicas detonadas
en Hiroshima y Nagasaki, o por fusión, procedimiento en que se unen átomos
livianos, como en la llamada bomba de hidrógeno. Los actuales reactores
atómicos, productores de electricidad, se basan en el primer procedimiento, la
fisión controlada, que es aún hoy día relativamente caro, y produce
desperdicios radioactivos difíciles y peligrosos para guardar por el
prolongadísimo tiempo necesario para evitar la contaminación radioactiva del
ambiente. La producción de energía por fusión controlada, por otra parte, sería
muchísimo más barata, y quien la lograse marcaría un hito único en el
desarrollo de la física y la tecnología atómica.
El proyecto era demasiado tentador, el éxito del mismo, que el Dr.
Richter casi aseguraba, pondría a Argentina a la cabeza de los países más
desarrollados del mundo, y el bienestar económico de su pueblo sería inmenso.
El Dr. Richter obtuvo el respaldo necesario, como así también el apoyo
económico para instalar un laboratorio de energía atómica en la isla de Huemul,
en el lago Nahuel Huapi, enfrente de la ciudad de Bariloche.
Durante los 3 años siguientes, se realizaron masivas construcciones en
la isla. Ingentes sumas de dinero fueron invertidas tanto en las construcciones
como en la compra de sofisticados equipos, todo bajo la dirección del Dr.
Richter, quien entrenó a un grupo de colaboradores sin mayores conocimientos
científicos, de manera que en la isla el único que sabía y controlaba todo lo
relacionado al plan nuclear, militar y secreto, era él mismo.
A medida que pasaba el tiempo, la relación entre Richter y Perón se
afianzó, y el científico contó con todo el apoyo del Presidente, no sólo
respaldándolo en decisiones en cuanto a las construcciones y a los gastos para
comprar equipos, sino en cuanto al sistema de seguridad para guardar el secreto
sobre las experiencias atómicas en la isla. Nadie podía visitarla sin la
autorización expresa de Richter, al punto que en una oportunidad, cuando el
nuevo jefe de las tropas de la guarnición Bariloche quiso visitar la isla,
ignorando que ya no estaba bajo su control, fue obligado a retroceder por el
muelle por Richter a punta de pistola, hasta que perdió pie y cayó a las frías
aguas del Nahuel Huapi! Poco después, Perón le envió una carta a Richter en la
que lamentaba lo sucedido y le aseguraba que no volvería a ocurrir, y además,
lo nombró su único representante en la isla, donde podía ejercer por delegación
la misma autoridad del Presidente. Para ese entonces a Richter ya se le había
otorgado la ciudadanía argentina, pero aún así, esa delegación de poderes era
sin duda inconstitucional, y fue debida al deseo de Perón de satisfacer todos
los reclamos de Richter, no vaya a ser cosa que el científico se enojase y se
fuera, dejando abandonada una obra tan importante como la que se estaba
desarrollando secretamente en esa isla.
La historia de esos tres años de trabajos secretos en la isla Huemul
muestra una sucesión increíble de órdenes y contraórdenes, de masivas
construcciones que debían después ser demolidas y vueltas a edificar debido a
los siempre cambiante planes del Dr. Richter, y simultáneamente, otra sucesión
de intrigas, cambios de personal debido a acusaciones de espionaje o de
ineptitud, y periódicos viajes de Richter a Buenos Aires, para entrevistarse
con el Presidente, especialmente cada vez que aumentaban las quejas y sospechas
de los oficiales argentinos encargados de las compras de aparatos y de la financiación
del proyecto. Siempre Richter lograba convencer a Perón de que el éxito estaba
cercano, y seguía así contando con el total respaldo del Presidente, cuyos
asesores eran militares, no científico expertos en la materia. En una
oportunidad, hablando de la posibilidad de obtener la opinión de físicos
argentinos sobre el secreto proyecto militar, el presidente de la Dirección
Nacional de Energía Atómica le dijo a Perón: “Lo que pasa, mi general, es que
no hay físicos peronistas en este país”
Pero finalmente el éxito parecía haber coronado los esfuerzos y gastos
realizados, y la noticia solemnemente dada por el Presidente provocó una
conmoción internacional.
La mayoría de los especialistas en el mundo eran escépticos, incluyendo
a los científicos argentinos con conocimiento del tema de la energía nuclear,
pero ellos no fueron consultados. Y por otra parte, periódicamente Richter
anunciaba un nuevo y exitoso experimento, que allanaba las dudas y provocaba
entusiasmo tanto en el Presidente como en casi todos los que estaban al tanto
del proyecto. Poco después del anuncio inicial, se le otorgó a Richter el
título de Doctor Honoris Causa de la U. de Bs.As y la medalla peronista.
Sin embargo, entre los más cercanos a las investigaciones, las
contradicciones en los anuncios y la falta de resultados reales provocaron al
cabo del tiempo la ineludible necesidad de constatar el valor de los resultados
obtenidos, y finalmente pudieron convencerlo al Presidente Perón para que
mandase una Comisión integrada por cinco científicos y veinte legisladores.
Estos últimos estuvieron un día en la isla, y se fueron admirados por las
construcciones y la sofisticación de los aparatos e instrumentos que vieron. El
informe de los científicos, en cambio, fue lapidario. No había tal producción
de energía atómica, y los experimentos realizados en su presencia por el Dr.
Richter fueron no sólo un total fracaso, sino que posteriormente fueron
reproducidos en Buenos Aires por uno de los miembros de la Comisión, el
ingeniero argentino Mario Báncora, demostrando que lo que se medía en los
contadores Geiger en Huemul no tenía nada que ver con la energía nuclear.
Ese fue el comienzo del fin para los planes de Richter. Perón le quitó
todo su respaldo, se suspendieron los trabajos en la isla, y en febrero de 1953
Richter se mudó, con su esposa e hija, a Monte Grande, en las afueras de la
Capital Federal, donde residió por varios años.
Pero la debacle no fue tan negativa como pareciera. En ese interim se
creó la Comisión Nacional de Energía Atómica, que ha prestado invaluables
servicios al país, en Bariloche se creó el Instituto de Física, y los
sofisticados instrumentos comprados, que incluyeron un avanzado y carísimo
ciclotrón, fueron utilizados por la CNEA y por el Centro Atómico Bariloche, fundado
poco después.
Desde entonces, físicos argentinos de primera calidad han sido formados
en el Instituto de Física, y el Centro Atómico Bariloche ha producido trabajos
reconocidos internacionalmente. Y curiosamente, el espaldarazo inicial a todo
ese ulterior desarrollo científico fue dado, en gran medida, por esa increíble
aventura secreta desarrollada en la isla Huemul.
De la variada bibliografía existente sobre el tema, recomiendo a
quienes quieran saber más de este fascinante episodio de la historia argentina,
la lectura del libro “El secreto atómico de Huemul”, del Dr. Mario Mariscotti,
del que extraje gran parte de la información presentada en este artículo.
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