Mostrando entradas con la etiqueta HOTELES. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta HOTELES. Mostrar todas las entradas

miércoles, 23 de octubre de 2019

HOTELES, CAFÉS Y CASAS DE COMIDA EN LA BUENOS AIRES DE 1820 A 1825


HOTELES, CAFÉS Y CASAS DE COMIDA EN LA BUENOS AIRES DE 1820 A 1825

HOTELES, CAFÉS Y CASAS DE COMIDA EN LA BUENOS AIRES DE 1820 A 1825

DESCRIPCIÓN DE UN INGLES EN EL LIBRO Cinco años en Buenos Aires 1820-1825



Hay dos hoteles ingleses en Buenos Aires: el de Faunch y el Keen. El primero es excelente; se sirven muy buenas cenas en nuestras fiestas patrias —San Jorge y San Andrés— además de numerosas comidas privadas a ingleses, norteamericanos, criollos, etc. Está situado cerca del Fuerte. Faunch, el propietario, y su mujer, han tenido una vasta experiencia de su profesión en Londres; al punto de que no creo se coma allá mucho mejor. El cumpleaños de Su Majestad Británica es celebrado con gran brillo: el local se adorna con banderas de diversas naciones y hay cantos y músicas. De setenta a ochenta personas participan en la fiesta; entre ellas se hallan siempre los ministros del país, especialmente invitados. Ese día el gobierno retribuye el cumplimiento haciendo izar la bandera inglesa en el Fuerte.
            Una viuda norteamericana, Mrs. Thorn, tiene a su cargo otro hotel muy concurrido por sus compatriotas.
            En los hoteles mencionados cobran cuarenta pesos mensuales por alojante y pensión y se hace rebaja a quienes desean quedarse por cierto tiempo. Una comida, incluyendo el vino, cuesta un peso; el desayuno, el té o la cena oscilan entre dos y cuatro reales; la cama por la noche cuesta cuatro reales. En el puerto cerca del Fuerte, hay una casa de comidas llamada «Hotel Comercial». El dueño es español, pero la mayor parte de los sirvientes y camareros son franceses: hay también un mucamo inglés. Se come allí bien por el mismo precio que en otros sitios. El comedor, grande y arreglado con gusto, tiene capacidad para ochenta personas. Cuelgan de las paredes cuadros que representan la batalla de Alejandría, el asalto de Seringapatán, retratos de Bertrand, Drouet, Foy, etc., así como vistas de París y otras ciudades.
            El «Café de la Victoria», en Buenos Aires, es espléndido y no tenemos en Londres nada parecido; aunque quizá sea inferior al «Mille Colonnes» y otros cafés parisinos. Dignos de mención son el «San Marcos», el «Catalán» y el «Café de Martín». Todos ellos tienen patios tan amplios como no podría darse en Londres, donde el terreno es tan caro. En verano están estos patios cubiertos de toldos, ofreciendo un placentero refugio contra el calor del sol y tienen aljibes con agua potable. Nunca falta en estos cafés una mesa de billar siempre concurrida —juego muy apreciado por los criollos— y las mesas están siempre rodeadas de gente. Las paredes de los salones están cubiertas de vistoso papel francés con escenas de la India o Tahití, y también episodios de Don Quijote y de la historia greco-romana.
            En diciembre de 1824 fue inaugurado un nuevo café cerca de la iglesia de San Miguel. La música, iluminaciones y fuegos de artificios frente al edificio, en la noche de la apertura, atrajeron mucho público.
            A unas cuatro millas de la ciudad se encuentra una posada llamada «El Hotel de York», propiedad de un nativo. Los contramaestres criollos y gentes de a bordo suelen llegar allí en caballos alquilados a razón de un peso la tarde; y tan habituados están los animales al trayecto que difícilmente se logra llevarlos más lejos.
            Los precios en los cafés son muy moderados: un vaso de licor o brandy o cualquier bebida, té, café, y pan importan medio real; con brindis, un real. Los mozos no esperan propina, como en Inglaterra; un «maître» dirige el servicio en el establecimiento.[3]
            En el arreglo y decoración de los cafés nos superan franceses y españoles. En efecto: no somos hombres de pasar tiempo en esos lugares. Ese tiempo transcurre para el inglés en medio de su familia o mientras está dedicado a los negocios. Muchos ingleses que llegan al país por primera vez paran en casas de familias criollas con el propósito de aprender el idioma; el precio es el de siempre (cuarenta pesos mensuales). Las casas de las señoras Casamayor y Rubio aceptan pensionistas; estas familias son altamente respetables y las niñas muy atractivas y de trato amable, pero la cocina española, con sus grasas y su ajo, disgusta tanto a paladares ingleses como a franceses.