CALIDADES Y CONDICIONES MÁS CARACTERÍSTICAS DE LOS INDIOS PAMPAS Y AUCACES
Extracto del “Diario
que el capitán, don Juan Antonio Hernández ha hecho, de la expedición contra
los indios teguelches, en el gobierno del señor don Juan José de Vertiz,
gobernador y capitán general de estas Provincias del Río de la Plata, en 1.º de
octubre de 1770” De Colección
de viajes y expediciones a los campos de Buenos-Aires y a las costas de
Patagonia de Pedro de Angelis
Primeramente, son de
estatura, por lo regular, dichos indios mediana, de cuerpo robusto, la cara
ancha y abultada, la boca mediana, la nariz roma, los ojos pardos, y
sanguinolentos, la frente angosta, los cabellos lacios y gruesos, la cabeza por
atrás chata.
Su vestimenta se
compone de muchos cueritos de zorrillos, pedazos de león, y otros de venado,
los que van ingiriendo, y hacen uno de dos y media varas de largo, que le
llaman guavaloca, y nosotros quiapí, con lo que se cubren desde
el pescuezo hasta los tobillos, fajándose por la cintura con una soga de cuero
de potro, y cuando tienen frío o llueve, lo alzan y quedan tapados.
Las indias gastan quiapí,
lo mismo que los indios, con la diferencia de que no lo atan por la cintura,
sino por el pescuezo, que lo apuntan con unos punzones de fierro pequeños,
teniendo las cabezas de ellos como espejos de plata o de hoja de lata, y desde
la cintura un tapa-rabo corto, a medio muslo por delante. Gastan y quieren
mucho los abalorios, cuentas de cualesquiera calidad y cascabeles, con los que
hacen gargantillas en pescuezo, muñecas y piernas, tanto las mujeres como
los indios. Su comida se reduce a comer yegua, caballo, avestruces, venado y
cuanto animal encuentran, pero lo que más apetecen es la yegua, y si se ven
afligidos, la comen cruda. Principalmente procuran para almorzar cazar un
venado, y apenas lo bolean (pues es su modo de cazar), le agarran de las
piernas y le dan contra el suelo un golpe, y dándole un puñetazo en cada
costillar, lo degüellan, no permitiendo que le salga sangre alguna, sino que se
le vaya introduciendo todo por el garguero, y medio vivo lo abren por entre las
piernas, cosa que quepa la mano, y echándole fuera todas las tripas, sacan la
asadura entera y se la comen como si estuviera bien guisada, sorbiéndose el
cuajo, como si fuera un pocillo de chocolate. El sebo, panza y lebrillo de la
vaca lo comen crudo y gustan mucho de ello, de suerte que cuando hacen invasión
en nuestras fronteras, no son sentidos, porque como no necesitan de fuego para
comer, se introducen con facilidad.
Son sumamente viciosos
en toda clase de vicio; son grandes fumadores; el aguardiente lo beben como
agua, hasta que se privan enteramente; beben mucho mate, y luego se comen la
yerba, y con la bebida se acuerdan de todos los agravios que han recibido ellos
y sus antepasados, las peleas que han tenido y las invasiones que han hecho;
todo lo cantan y otros lloran, que es una confusión oírlos. Luego que se
levantan de mañana se van al río o laguna que tienen más inmediata, y se echan
unos a los otros gran porción de agua en la cabeza, con lo que se retiran a
dormir.
Sus armas, de que usan,
son lanzas y bolas, en lo que son muy diestros, y tienen sus coletos y
sombreros de cuero de toro, que con dificultad le entra la lanza, y ésta ha de
ser de punta de espada: algunos usan cota de malla, pues se contaron hasta
nueve. Entre ellos su modo de insultar es al aclarar el día, guardando un gran
silencio en su caminata, pues si se les ofrece parar por algún acontecimiento,
con un suave silbido para todos, que no se llega a percibir aun entre ellos
rumor alguno, y llegando a vista del paraje que van a invadir, pican sus
caballos, y a todo correr, metiendo grande estrépito y algazara, no usando
formación alguna sino que cada cual va por donde quiere. En cuanto al despojo,
el que más encuentra ése más lleva, y al retirarse, llevando la presa, aunque
maten a sus mejores amigos o parientes, no vuelven a defenderlos, sino que cada
uno procura caminar sin aguardarse unos a los otros, llevando a las indias con
ellos para que éstas se hagan dueñas de las poblaciones que invaden, y roben lo
que pudieren, mientras ellos pelean.
En cada toldería tienen
su adivino, a quien llevan consigo cuando van a invadir alguna parte, y
mientras no están cerca, por las tardes o a la noche, se ponen a adivinar. El
modo es clavar todas sus lanzas muy parejamente, y al pie de ellas es que su
dueño sentado, poniéndose enmedio, al frente el adivino, y detrás de él todas
las indias, y teniendo en la mano dicho adivino un cuchillo, comenzándolo a
mover como el que pica carne, entona su canto al que todos responden, y de allí
a media hora, poco más o menos, comienza el adivino a suspirar y quejarse
fuertemente, torciéndose todo y haciendo mil visajes, siguiendo los demás dicho
canto, hasta que allí a un rato, que pega un alarido muy grande, se levantan
todos. Preguntándole el cacique, (quien está en la derecha del mencionado
adivino, con un machete en la mano) sin mirarlo a la cara, todo lo que él
pretende saber, él le va respondiendo lo que le da gana, y esto lo creen tan
fuertemente, que no hay razones con que convencerlos, aunque les sale todo
nulo; pues están persuadidos que con aquel canto que hacen vieron el gualichu,
que así llaman al diablo, y que éste se introduce en el cuerpo del adivino, y
les habla por él, revelándole todo lo que quieren saber. Después de concluido
le dan a beber un huevo de avestruz crudo, y agua, haciéndole fumar tabaco, que
es el regalo que le hacen al gualichu, dándole al adivino vómitos
fingidos; y entonces comienzan a gritar todos, y echando fuego al aire, que
tienen prevenido, se despiden de dicho gualichu, que dicen sale del
cuerpo del adivino, y se retiran a sus toldos.
Sus médicos son como
los adivinos, pues estando alguno enfermo, sea del mal que fuese, llaman a la
médica, y puesta al pie del enfermo y todos los amigos y parientes en rueda,
toma la dicha médica unos cascabeles en la mano y comienza a sonarlos, cantando
al mismo tiempo, a lo que todos responden; y de ahí a poco rato comienza a
quejarse y torcerse toda con muchos visajes, y comenzando a chupar la parte que
al enfermo le duele; está así mucho rato, prosiguiendo los demás cantando. La
médica escupe y vuelve a chupar, siendo ésta la medicina que le aplican; y
vimos en una ocasión que una gran médica de éstas dejó a la mujer del cacique
Lincon, tuerta, de tanto chuparle un ojo, por haberle ocurrido en él un humor;
esto lo sobrellevan muy gustosos, en la inteligencia que pende del gualichu.
Las casas o poblaciones
son de estacas de tres varas, y cueros de caballos por los lados y techos, que
ellos les llaman suca y nosotros toldos. En cada una vive una familia, y
en medio de dichos toldos tiene el cacique su habitación, la que no es fija,
pues en un paraje viven un mes, en otros quince días o veinte, con cuyo motivo
es difícil dar con ellos.
No tienen subordinación
a sus caciques, pues cuando quieren, dejan a uno y van a vivir con otro; y si
el cacique emprende o tiene que hacer alguna empresa, a todos se lo comunica y
cada uno da su parecer.
Cada uno tiene las
mujeres que pueda comprar, y viéndose aburrido de ellas las vende a otros; y si
llegan a tomar algunas cautivas, luego que llegan a sus toldos se casan con
ellas; y si dichas cautivas, mas que sean indias, no van contentas, luego las
lancean y las arrojan del caballo, y aunque estén medias vivas, las dejan.
El trabajo de ellos se
reduce a tornar yeguas y potros silvestres, cazar zorrillos, leones, tigres y
venados, de cuyas pieles hacen las indias quiapís y guasipicuás,
y de las plumas de avestruz hacen plumeros, siendo ellas las que todo lo
trabajan, pues les dan de comer, cargan las cargas, mudan los toldos y los
arman; y aunque las vean los indios, quienes están echados de barriga, no se
mueven a ayudarlas en nada; antes sí, si es poco sufrido, se levanta, y con las
bolas que nunca las dejan de la cintura, le dan de bolazos, y a esto no llora
ni se queja la india.