AGUADO, MARQUÉS DE LAS MARISMAS Amigo, confidente,
financista y finalmente
SAN MARTIN fue su
albacea y heredero
Alejandro
María Aguado y Rodríguez de Estenoz, marqués de las Marismas del Guadalquivir;
Sevilla, 1784 - Gijón, 1842) merece salir del largo olvido que la tiene
relegada en los desvanes de la Historia. Este Banquero hizo rico a nuestro
Libertador pero ni en su aniversario se lo recuerda.
Político,
militar y financiero español.
Alejandro
Aguado, en la órbita de su tío el general O’Farril, se alineó del lado del rey
José I Bonaparte. En su familia, como en otras, sobre todo de las de alto
copete, había surgido la división entre patriotas y afrancesados josefinos.
En
Extremadura, Alejandro Aguado se curtió
como combatiente. Entre otros momentos, dejó huella en su memoria la
batalla de La Albuera, que evocaba épicamente, años después en Francia.
Ascendido a capitán, recibió la condecoración de la Orden Militar de España,
conocida extraoficialmente como “La Berenjena”.
Distinguido
por el mariscal Soult, Duque de Dalmacia, Aguado llegó a coronel de lanceros.
Edecán
del mariscal francés Soult durante la ocupación napoleónica, al terminar la
guerra se trasladó a Francia y fundó una banca en París.
Su
actividad comercial se iniciaría bajo el marbete de “Epiceries fines. Produits
coloniaux”. De España, con apoyo familiar, recibía aceitunas, aceite de oliva,
pasas, almendras, así como vinos de Jerez y de Málaga. De Cuba, frutas
tropicales, café, azúcar, ron y tabacos. De la tienda de ultramarinos selectos
pasó a ampliar su dedicación con la perfumería, incluyendo la fabricación de
cosméticos como el “Jabón de las Sultanas”.
Exportó
también a España productos franceses y creó diversas empresas para la gestión
de propiedades de otros españoles en Francia, como el cobro de deudas, la
intermediación y otras dedicaciones que le descubrieron la mecánica de la
Bolsa, sin pisar el “parquet”. Con 39 años, el negociante se convertiría en
banquero.
Javier
de Burgos, ante las dificultades del Gobierno de Fernando VII de contratar
empréstitos en Europa, negoció en París con Alejandro Aguado, quien se lanzó a
fondo a las finanzas y pasó a ser el banquero del Monarca de España, el Rey
felón, aquel que le había vetado el retorno a su nación.
En
1823 Alejandro Aguado se hizo cargo de una parte de los empréstitos (10
millones de pesetas al 60,5% de interés y un 2,5% de comisión) negociados por
el ministro de Hacienda, López Ballesteros, para enjugar las deudas contraídas
durante el Trienio Liberal (1820-1823), que no fueron reconocidas hasta 1831.
En
1825, con parte de las obligaciones que se encontraban en sus manos, emitió
títulos por valor de 547,1 millones de pesetas y una garantía de poco más de
250.000 pesetas. Se atribuyó a Fernando VII una lucrativa participación en la
citada operación financiera que, por otra parte, pudo ser el origen del
enfrentamiento entre López Ballesteros y el banquero. Alejandro María Aguado
realizó otros empréstitos en los años 1827, 1828 y 1830.
La
última transacción financiera la hizo directamente con Fernando VII con el fin
de cancelar los bonos emitidos durante el Trienio Liberal, de los que una
quinta parte se destinaban a convertirse en títulos de renta perpetua. En 1834
negoció empréstitos con el gobierno griego. En 1829 fue ennoblecido con el
título de marqués de las Marismas del Guadalquivir.
Aguado
llegó a ser uno de los grandes banqueros de Francia, donde se le consideraba en
posesión de la primera fortuna personal de aquel país.
Fundamentalmente
a partir de 1832, cuando, como relata Puente, “establece amistad con Aguado en
París, a quien ha conocido el año anterior o en el viaje que hizo a Francia en
1828 –desde Bruselas-, antes de ir al fracasado retorno a Buenos Aires”.
Durante
años, el general San Martín, en París, tuvo su residencia no lejos de la
mansión del banquero Aguado, y su casa de campo, a treinta kilómetros de la
capital francesa, también estaba próxima al palacio preferido del financiero
español. Curiosamente, ese “chateau” del magnate, en Évry, radicaba en el
espacio territorial denominado Petit Bourg, mientras que la residencia del Libertador
-adquirida con apoyo económico de su craso amigo- pertenecía al Grand Bourg.
En
el par de años que San Martín vivió solo, mientras su hija Mercedes y su yerno
estaban en Buenos Aires, compró la modesta casa de campo de Grand Bourg, separada
de los jardines del palacio de Petit Bourg por el Sena; el puente del Ris,
construido por Aguado, enlazaba ambas orillas. Y adquirió también en una
subasta judicial el edificio del Nº 1 de la calle Neuve de Saint Georg -cinco
plantas, en el centro de la capital y a dos cuadras del palacio y oficinas de
su amigo Aguado. Esta le costó 140.000 francos (la conservaría la familia hasta
principios del siglo XX) y aquélla, la casa de campo, más familiar en la
memoria de los argentinos, 13.500. La compra de ambas sólo fue posible gracias
a la generosidad de su amigo Aguado, pues las rentas y jubilaciones del
Libertador no lo habrían permitido.
“El
general pasaba la mitad del año, de noviembre a abril en París y el resto en
esa casa retirada en Evry, Grand Borug, ubicada a menos de 300 metros del
palacio de Aguado. Estaban enlazados por un puente colgante construido por el
banquero. No eran casualidades. A los amigos les gustaba estar cerca. Desde los
patios y el huerto trasero de la casa de campo de San Martín se veía el palacio
de Aguado”.
Aparte
de las asiduas visitas a domicilio, para departir en las estancias de aquellas
viviendas, ambos personajes pasearon juntos muchas veces a caballo por los
bosques del Petit Bourg, pero también de París.
Las
transferencias que correspondían al general San Martín, por las pensiones que
tenía asignadas y por las rentas de sus propiedades al otro lado del Atlántico,
no llegaban, en ocasiones, con la debida regularidad. A causa de ello, su
economía particular presentaba inestabilidades y baches.
Utilizando
fórmulas discretas y elegantes, Aguado apoyaba por sistema al célebre criollo, con quien estrechó fuertes
lazos de afecto y confianza.
Aguado
era un apasionado del arte y la cultura dedicará tiempo y fortuna a financiar
teatros –en particular la Operade París-, crear publicaciones, formar una
colección de pintura y frecuentar artistas e intelectuales, como el compositor
Rossini y los escritores Balzac y Nerval.
Como
consecuencias de ese proceso, se produjo la elección de San Martín para
encomendarle, por parte del potentado,
la intervención en el reparto de su herencia y en la tutela de sus
hijos, que como albacea llevó a cabo sin escatimar tiempo ni dedicación.
Fue
luego San Martín albacea y heredero de la fortuna de este hombre, le tocó
liquidar la mayor colección de obras de arte de esos tiempos.
“Deseando
dejar a mis ejecutores testamentarios – había dispuesto el marqués de la
Marismas del Guadalquivir en testamento ológrafo depositado en la notaría- una
muestra de mi afecto, les lego todas mis alhajas que tengo de mi uso personal y
además una suma de treinta mil francos. Al morir San Martín esas joyas fueron
heredadas por su hija. No hay noticias de qué pasó luego con ellas”.
De
esa fecha –septiembre de 1842- data una carta al general Guillermo Miller en la
cual San Martín dice: “Mi suerte se halla mejorada, y esta mejora es debida al
amigo que acabo de perder, al señor Aguado, el que, aun después de su muerte,
ha querido demostrarme los sentimientos de la sincera amistad que me profesaba,
poniéndome a cubierto de la indigencia”.
Fuente: Armando
Rubén Puente « Alejandro Aguado. Militar, banquero y mecenas». Editorial
Edibesa. Madrid. Historia de una amistad. Alejandro Aguado y José de San Martín
(Editorial Claridad, 2011