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jueves, 8 de noviembre de 2018

APODOS DE NUESTROS POLITICOS De 1810 a la actualidad


APODOS DE NUESTROS POLITICOS 
De 1810 a la actualidad

APODOS DE NUESTROS POLITICOS   De 1810 a la actualidad

Manuel Belgrano: "Cotorrita" Estar siempre vestido de verde, su color predilecto.

Mariano Moreno: "El mulato" El color de su tez.

Martín Miguel de Güemes: "El gangoso" Un inocultable defecto en el habla.

José Rondeau: "Mamita" El buen trato que dispensaba a sus subalternos.

Bernardino Rivadavia: "El sapo del diluvio" Su físico poco agraciado, similar a un batracio.
 
Facundo Quiroga: "El tigre de los llanos" Su destreza al mando de las tropas montoneras.

Juan Manuel de Rosas: "El restaurador" Su rigor para desbaratar el estado de anarquía.

Justo José de Urquiza: "El tigre de Montiel" Su destreza e influencia al mando de sus tropas.

Salvador María del Carril "Lingote" Las políticas económicas y cambiarias que aplicó.

Bartolomé Mitre: "Don Bartolo" El afecto que despertaba entre los porteños.

Marcos Paz: "Buche" Sus mejillas fláccidas, que se movían al hablar.

Domingo Faustino Sarmiento: "El loco" Su fuerte temperamento, tanto privado como público.

Nicolás Avellaneda: "Chingolo" El complejo que tenía por su baja estatura.

Julio Argentino Roca: "El zorro" Su probada astucia política y militar.

Miguel Juárez Celman: "El burrito cordobés" La ineficacia de su gestión presidencial.

Carlos Pellegrini: "El gringo" Ser hijo de inmigrantes franceses e ingleses.

Luis Sáenz Peña: "El pavo" La debilidad exhibida durante su breve presidencia.

José Evaristo Uriburu: "Lechuza" La combinación de ciertos rasgos faciales.

Manuel Quintana: "El maniquí" Su frase: "Es tiempo de ponerse los pantalones".

José Figueroa Alcorta "Jettatore" La escasa suerte que traía su presencia.

Roque Sáenz Peña "Protocolo" Su excesivo apego a las formas y cortesías.

Alfredo Palacios: "El mosquetero" Su estilizado bigote y la tendencia a batirse a duelo.

Victorino de la Plaza : "El chino" Su ascendencia diaguita, evidenciada en la forma de sus párpados.

Hipólito Yrigoyen; "El peludo" Su carácter taciturno, ajeno a la exposición pública.

Marcelino Ugarte: "El petiso orejudo" Sus picardías políticas lo asociaron al célebre criminal.

Marcelo T. de Alvear "El pelado" Su característica calvicie.

José Félix Uriburu "Von Pepe" La ferviente admiración que tenía por Alemania.

Lisandro de la Torre "Gato amarillo" Su pelo rubio, combinado con su mal carácter.

Roberto M. Ortiz "El gordo" Su cuerpo voluminoso.

Ramón Castillo "El viejito" Su avanzada edad, al momento de ser presidente.

Pedro Pablo Ramírez "Palito" Su extrema delgadez.

Edelmiro Farrell "El mono" La combinación de ciertos rasgos de su cara.

José Pascual Tamborini "El ciprés" Al decir del diario "La Fronda" era "alto, triste y no daba frutos".


Juan Domingo Perón "El pocho" La gorra de esa marca que empleaba en su tiempo libre.

Juan Hortensio Quijano "Jazmín" Una ironía ante su tosquedad.

Pedro Aramburu "El vasco" Los orígenes euskeras de su apellido.

Isaac Rojas "La hormiga negra" Su baja estatura, sumada al uso de grandes anteojos de sol.

Arturo Frondizi "El flaco" Su físico alto y esmirriado.

José María Guido "Barón de Río Negro" Su comentada afición a un vino de esa marca.

Arturo Illia "La tortuga" La supuesta lentitud de su gestión.

Juan Carlos Onganía "La morsa" El tamaño y forma de sus bigotes.

Alejandro Lanusse "El cano" El color blanco de su pelo.

Héctor Cámpora "El tío" Su supuesta hermandad política con Perón.

Raúl Lastiri "El yerno" Estar casado con Norma López Rega.

María Estela Martínez de Perón "Isabelita" Un homenaje a su madrina, fallecida.

Raúl Alfonsín "El gallego" Los orígenes galaicos de su apellido.

Carlos Menem "El turco" Los orígenes siriolibaneses de su apellido.

Fernando de la Rúa "Chupete" Su ingreso juvenil al mundo político.

Eduardo Duhalde "El cabezón" El supuesto tamaño excesivo de su perímetro craneal.

Néstor Kirchner "El pingüino" Su procedencia patagónica.


FUENTE: Mariano Buren "La Nueva Provincia"


jueves, 3 de septiembre de 2015

TRES ANECDOTAS DEL PRESIDENTE NESTOR KIRCHNER

TRES ANECDOTAS DEL PRESIDENTE NESTOR KIRCHNER



Manito: El 23 de julio de 2003, cuando fue recibido por George Bush en el mítico Salón Oval de la Casa Blanca, un sonriente Néstor Kirchner apoyó la mano en la rodilla de su anfitrión y miró a la cámara. Fue una forma de transmitir que las relaciones de sometimiento automático empezaban a cambiar. El fotógrafo presidencial Víctor Bugge, encargado de retratar aquel momento, lo explicó así: "Fue un gesto calculado, una respuesta a otra foto que yo había sacado el 11 de noviembre del 2001, en la que Bush apoyaba su mano en la rodilla de Fernando de la Rúa".


Recursos: Uno de los primeros conflictos que debió asumir en la presidencia, fue un paro docente masivo. Y una vez que le prometió al ministro de Educación Daniel Filmus que iba a viajar a Entre Ríos para satisfacer los reclamos salariales, Filmus le avisó que iba a consultar al Ministro de Economía por los recursos. Kirchner entonces le contestó: "El ministro de Economía soy yo. Los recursos están. Y aunque no estuvieran, tienen que estar, porque este conflicto hay que resolverlo".


Desgaste: En la cumbre presidencial de Mar del Plata de 2005, que pasaría a la historia como el momento en que los Latinoamérica rechazó el Área de Libre Comercio para las América (ALCA) que intentaba imponer Estados Unidos, Kirchner consolidó su complicidad con el venezolano Hugo Chávez. Antes de empezar la ronda de discursos, Kirchner lo llamó aparte y le planteó una estrategia para desgastar al estadounidense George Bush. “Te daré la palabra a ti que hablas mucho”, y “así lo hizo. Me sorprendió con un ‘tiene la palabra el presidente Chávez’. Y ahí empezaba con dale y dale para desgastar al adversario. Hasta que Bush se paró y se fue”. Era “muy hábil”, lo pintó el bolivariano.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Eh, tú, muerte: yo soy el último que habla



Por Norberto Galasso
El 25 de mayo del 2003, al asumir la presidencia de la Nación, Néstor Kirchner apareció en el escenario político nacional como un `presidente inesperado` a quien tocaba presidir `una Argentina destruida` por sucesivas desgracias: genocidio, frustración, traición, entrega e ineptitud.

Venía de haber sido intendente de Río Gallegos y de nueve años como gobernador de la provincia de Santa Cruz. Pero venía también de una militancia juvenil enarbolando la bandera de un mundo mejor.

Muchos no reparamos, entonces, que ardía en él el fuego del compromiso, un espíritu de lucha indeclinable, la decisión de remontar las olas procelosas para llegar a puerto, importándole poco las formalidades de los exquisitos de las instituciones, que le reclamaron inmediatamente no hacer reuniones de gabinete, andar por la Casa Rosada con el saco desabrochado o juguetear con el bastón de mando en el momento mismo de asumir como presidente.

Ahora que ha muerto se hace luz, para todos, el altísimo grado de compromiso que marcaba su conducta, verdadero ejemplo ante tanto político acomodaticio que sólo aspira a los halagos del poder.

Néstor se la jugó olvidándose de sí mismo. Se la jugó desde los tiempos en que confrontaba con Menem, y se la jugó desde que asumió el gobierno imponiendo el "castigo a los culpables" de la represión, no sólo con la anulación de la Obediencia Debida y el Punto Final sino bajando los cuadros de los dictadores, convirtiendo a la ESMA en Museo de la Memoria, depurando la Corte Suprema de Justicia, pagando la deuda al FMI para poner fin al monitoreo imperialista sobre nuestra economía, y también participando con otros líderes latinoamericanos en el hundimiento del ALCA, en la reunión de Mar del Plata, en diciembre del 2005.

Además, repolitizó el país, poniendo el conflicto en el centro de la polémica, actitud que muchos -desde su incapacidad para entender la historia- le criticaron por "crear el conflicto", como si el conflicto no fuese insoslayable en una sociedad donde existen clases sociales con fuertes desigualdades.

También reconvirtió un sistema de valorización financiera por otro de acumulación productiva provocando una fuerte baja en la desocupación, en la pobreza y en la indigencia.

Asimismo, impulsó la consolidación de dos pilares fundamentales para el cambio y el progreso social: la intervención del Estado y el protagonismo de los trabajadores a través de la CGT.

Por su lucha recibió críticas e injurias, maldiciones -incluso-, pero no cejó. Y su vocación por lo popular y por lo nacional fue reconocida por las mayorías de la Argentina, que si le habían otorgado sólo el 22% de los votos al Frente para la Victoria en 2003, llevaron ese apoyo al 45% en 2007, a través de la candidatura de su esposa Cristina Fernández.

Pero no siempre lo biológico acompaña la fuerza espiritual que dinamiza la militancia. Su organismo le hizo saber varias veces -y los médicos fueron severos en la advertencia- que corría peligro.

Podía, entonces, haberse replegado en el sur, inclinarse al “consenso” que predicaba la oposición y que era, en buen romance, abandonar los cambios y paralizar la marcha iniciada en el 2003.

Rechazó ese camino, quiso ser "genio y figura hasta la sepultura", confrontativo, militante, indetenible, siempre en la pelea, infatigable en la polémica con los conciliadores y traidores.

A pocas horas de una grave cirugía estaba en un acto político en el Luna Park, en su puesto, como desafiando a la muerte, con aquella vieja certeza de trascendencia de León Felipe: `Eh, tú, Muerte. Yo soy el último que habla...`.

Y prosiguió las giras y los discursos, peleándole a la reacción, palmo a palmo, para abrir camino al 2011. Murió, pues, en su ley, y dejó un ejemplo de conducta militante.

miércoles, 19 de octubre de 2011

NESTOR KIRCHNER INTIMO


 A poco de cumplirse el primer aniversario de la muerte del ex presidente, el periodista Daniel Míguez presentó su libro. Anécdotas que permiten conocer al político, al militante, al amigo, al compañero, pero sobre todo, al hombre.
Por Daniel Míguez 
http://www.elargentino.com/nota-161997-Nestor-intimo.html

"Che, Majestad"
No sólo era el traje con mocasines y el saco desabrochado, o la birome Bic negra en lugar de una elegante lapicera. A Kirchner le chocaba la formalidad. El ceremonial y el protocolo eran para él rituales absurdos y vetustos. Basta recordar cuando Eduardo Duhalde le entregó el bastón de mando, las piruetas que hizo con él en la mano. Los pasos de minué de la diplomacia lo fastidiaban tanto que apenas llegaba a un evento de esas características lo único que quería hacer era irse, salvo cuando a la ocasión podía sacarle algún provecho político.

La primera prueba de fuego verdadera en su relación con el protocolo la afrontó a menos de seis meses de haber asumido la Presidencia, cuando el 12 de noviembre de 2003 tuvo su debut con gente de la realeza. En los días previos, la visita estelar de los reyes de España tenía en vilo al personal de ceremonial de la Casa Rosada. Y aún más nerviosos se sentían ante un Kirchner que no les prestaba la más mínima atención cuando querían instruirlo sobre reglas de urbanidad en el mundo de la monarquía. "Sí, sí", les decía sin escucharlos.

Hasta que llegó el momento de recibir a los reyes Juan Carlos y Sofía. A los presidentes podía llamarlos simplemente "Presidente" o, si tenía confianza, por su nombre de pila, pero al rey no le podía decir rey, ni Juan Carlos. Tenía que dirigirse a él como Su Majestad, algo que incomodaba especialmente a Kirchner, que estaba bastante lejos de sentirse súbdito de nadie.

Los reyes de España habían llegado el martes 11 de noviembre de 2003 a la noche en medio de una tormenta tremenda y vivieron una experiencia dramática. El avión casi se estrella contra la pista del Aeroparque Jorge Newbery si no fuera por la increíble pericia del piloto real, según comentaban todos, incluido Kirchner, al día siguiente. "El avión parecía un papelito en el viento. No sé cómo hizo el tipo para ponerlo en la pista", le contó al Presidente un experimentado piloto de la Fuerza Aérea Argentina que había presenciado el aterrizaje. Kirchner se fue a dormir un poco abrumado por lo que pudo haber ocurrido y afortunadamente no sucedió.

La primera actividad al otro día era una visita al Glaciar Perito Moreno, en El Calafate. Allí, Kirchner y Cristina recibieron a los reyes. En el paseo, primero en catamarán y luego en una caminata por la boscosa costa del Lago Argentino, Néstor, con la concentración de quien está haciendo los deberes, había desplegado un par de veces el ensayado Su Majestad. Pero en un momento de repentización, en el que se apuró para mostrarle una vista del paisaje al rey, que iba dos pasos delante de él, le tocó el brazo y lo llamó: "Che, Majestad…" No quedó claro si el Rey entendió bien la apelación, pero hizo un leve gesto entre risueño y sorprendido al darse vuelta.

Al día siguiente, en la cena de gala en el Palacio San Martín de la Cancillería, Kirchner, sentado al lado del rey Juan Carlos, volvió a nombrarlo según el protocolo, aunque a veces le decía Majestad a secas. Hasta que cortó por lo sano y le confesó al Rey su incomodidad:

—La verdad, me cuesta llamarlo Su Majestad.

—¡Pero, hombre! ¡Llámame Juanito! —fue la rápida respuesta de Juan Carlos entre risas.

Néstor también rió y lo abrazó apoyando su cabeza en el pecho del Rey, lo que se transformó en una recordada foto que por esos días dio la vuelta al mundo.


« Un nazi en la Patagonia» 
Como tantas tardes, estaba sentado en la antesala del despacho presidencial esperando que Kirchner se hiciera un espacio en la agenda para atenderme. Era el primer día de julio de 2003 y el zarandeo que le imponía al gobierno que comandaba desde hacía 36 días también mantenía en vilo al justicialismo, por lo que el 29° aniversario de la muerte de Juan Domingo Perón pasaba casi inadvertido.

Mi puesto en esa sala de espera era estratégico para hablar con ministros, gobernadores, intendentes o cualquiera que estuviera esperando para ser atendido por Kirchner y conseguir así noticias para el diario en el que trabajaba.

El gesto automático de mirar raudamente hacia la puerta que llevaba a la oficina presidencial tras escuchar el ruido del picaporte se transformaba en una atención desvanecida al ver salir, la mayoría de las veces, a un mozo, un empleado, algún funcionario… hasta que al fin, sí, salía el que estaba en audiencia con el Presidente. Y esa vez el que salió, de traje impecable y con un sobretodo color camello prolijamente doblado sobre su brazo izquierdo, fue el doctor Eugenio Raúl Zaffaroni. Lo saludé formalmente y él me miró sonriente, un gesto del que se siente descubierto aunque sin preocupación. No pude más que estrecharle la mano, porque el secretario ya me estaba anunciando que era mi turno.

El tema de la renovación de la Corte Suprema de Justicia de la Nación estaba todos los días en los títulos de los diarios, desde el 4 de junio, cuando Kirchner había pedido al Congreso la destitución del presidente del Tribunal, Julio Nazareno, símbolo de la llamada "mayoría automática" durante el menemismo. No había que ser un iluminado para sospechar los motivos de la presencia de Zaffaroni allí.

Cuando saludé al Presidente le comenté presumiendo inocencia:

—Lo vi salir a Zaffaroni.

—Sí, le dije que iba proponerlo para la Corte y aceptó. Él y el Bebe (Esteban) Righi son los mejores penalistas del país, pero Righi está con nosotros y yo quiero mostrar claramente que la Corte va a ser independiente —me explicó Kirchner.

—Zaffaroni estuvo en el gobierno de De la Rúa, en el INADI —respondí, como refrendando la independencia del juez postulado respecto de su gobierno.

—No sólo eso. Vení, mirá… —me dijo con ese entusiasmo que lo desbordaba cuando tenía un as en la manga.

—Mirá esto —repitió mientras caminaba rápido hacia su escritorio.

Abrió el cajón superior derecho y quedó a la vista el recorte de un diario santacruceño. El título era: "Un nazi en la Patagonia" y se refería a un artículo escrito por Zaffaroni sobre la gobernación de Kirchner en Santa Cruz, cuyo título original era "La República de Weimar".

—Nadie va a poder decir que lo propongo porque es mi amigo, ¿no? Sin embargo, el periodismo argentino ya empezaba a darle a Kirchner insospechadas sorpresas. Al formalizarse el anuncio, La Nación opinó en su editorial del 13 de julio: "Es decididamente desalentador que el titular del Poder Ejecutivo haya propuesto en primer lugar para integrar el máximo tribunal de la República a un candidato amigo".


«¡Corré, Chango, corré!» 
Era el líbero del equipo. Ordenaba, daba indicaciones. Cuando la tenían los suyos pedía: "Toquen, toquen". Cuando avanzaba un rival con pelota dominada gritaba: "¡Bajalo, bajalo!" Si el delantero llegaba a sus narices, lo volteaba; y si la falta no era muy alevosa, invariablemente se defendía: "Fuimos los dos a la pelota, chocamos, no fue foul".

Kirchner no sólo ejercía el liderazgo y la jefatura en el Gobierno. También lo hacía en el potrero cuando jugaba al fútbol, un rol que no era el ideal para los que integraban su equipo, y mucho menos para los kirchneristas que formaban el equipo rival. Siempre vestido con la camiseta de Racing y con pantalones deportivos largos metidos dentro de las medias, Kirchner desplegaba su andar desgarbado, más cerca en el estilo del voluntarioso Mostaza Merlo que de la técnica refinada de Fernando Redondo.

Él armaba los equipos, el propio y el rival y, aunque sin hacerlo muy ostensible, se reservaba a los mejores, como el secretario privado de Cristina, Isidro Bounine, para que jugaran de su lado. También hacía indicaciones tácticas. Es decir que, además de jugador, era director técnico. Pero no sólo eso. Lo peor es que también era el árbitro y aunque no actuaba con excesivo despotismo, en cada fallo dividido los rivales terminaban acatando su opinión.

Los únicos que le discutían o protestaban a Kirchner eran su hijo Máximo y su secretario privado y amigo Daniel Muñoz, quien habitualmente atajaba para el equipo rival y sobre quien Kirchner ponía especial empeño en hacerle goles y cargarlo después. Tanto que una vez en Río Gallegos después de una goleada que yo había presenciado, Néstor me pidió casi al oído: "Daniel, ¿en esa sección de chismes que tienen ustedes podés poner la goleada que se comió el Gordo? ¡Cuando lo lea en el diario se va a querer morir!" El Gordo, por supuesto, era Muñoz.

Kirchner también tenía veleidades de crack. Trataba de poner pases largos y si la pelota llegaba a destino se ufanaba: "Miráaaaaa… a lo Capria". Muchos de los pases iban dirigidos al delantero Héctor "Chango" Icazuriaga, y buena parte de las veces la pelota iba a parar lejos del destinatario, que siempre se esforzaba por alcanzarla. Invariablemente, ante cada pase mal dado, en vez de un pedido de disculpas se escuchaba el grito de Kirchner: "¡Corré, Chango, corré!"