PACTO
DE LAS CATACUMBAS
Durante el CONCILIO VATICANO II (1962-1965)
un grupo de obispos, principalmente de América Latina, liderados por Helder
Cámara, se reunían periódicamente para reflexionar sobre el lema de la Iglesia
de los pobres que Juan XXIII había propuesto para el concilio. Les motivaba a
ello un deseo de fidelidad al Jesús pobre de Nazaret y también el testimonio
del sacerdote Paul Gauthier y de la carmelita Marie Thérèse Lescase que
trabajaban como obreros en Nazaret.
Tras un largo tiempo de diálogo y
discusiones, pocos días antes de la clausura del Vaticano II, el 16 de
noviembre de 1965, 40 obispos se reunieron en las Catacumbas de Santa Domitila
de Roma para celebrar la eucaristía y firmar un compromiso, el llamado Pacto de
las Catacumbas, al que se adhirieron otros 500 obispos del concilio.
En este Pacto, los obispos,
conscientes de sus deficiencias en su vida de pobreza, con humildad pero
también con toda determinación y toda la fuerza que Dios les quiere dar, se
comprometen a 13 decisiones.
Nosotros, obispos,
reunidos en el Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra
vida de pobreza según el evangelio; motivados los unos por los otros, en una
iniciativa en que cada uno de nosotros quisiera evitar la excepcionalidad y la
presunción; unidos a todos nuestros hermanos de episcopado; contando sobre todo
con la gracia y la fuerza de Nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los
fieles y de los sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos con el
pensamiento y la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo y ante los
sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con conciencia de
nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza que
Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo siguiente:
1) Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra
población, en lo que concierne a casa, alimentación, medios de locomoción y a
todo lo que de ahí se sigue.
2) Renunciamos para siempre a la apariencia y a la realidad
de la riqueza, especialmente en el vestir (tejidos ricos, colores llamativos,
insignias de material precioso). Esos signos deben ser ciertamente evangélicos:
ni oro ni plata.
3) No poseeremos inmuebles ni muebles, ni cuenta bancaria,
etc. a nuestro nombre; y si fuera necesario tenerlos, pondremos todo a nombre
de la diócesis, o de las obras sociales caritativas.
4) Siempre que sea posible confiaremos la gestión financiera
y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y
conscientes de su papel apostólico, en la perspectiva de ser menos
administradores que pastores y apóstoles.
5) Rechazamos ser llamados, oralmente o por escrito, con
nombres y títulos que signifiquen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia,
Monseñor...). Preferimos ser llamados con el nombre evangélico de Padre.
6) En nuestro comportamiento y en nuestras relaciones
sociales evitaremos todo aquello que pueda parecer concesión de privilegios,
prioridades o cualquier preferencia a los ricos y a los poderosos (ej: banquetes
ofrecidos o aceptados, clases en los servicios religiosos).
7) Del mismo modo, evitaremos incentivar o lisonjear la
vanidad de quien sea, con vistas a recompensar o a solicitar dádivas, o por
cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a considerar sus dádivas
como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción
social.
8) Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo,
reflexión, corazón, medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de las
personas y grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin
que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis. Apoyaremos a los
laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a
los pobres y los trabajadores compartiendo la vida y el trabajo.
9) Conscientes de las exigencias de la justicia y de la
caridad, y de sus relaciones mutuas, procuraremos transformar las obras de
“beneficencia” en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que
tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a los organismos
públicos competentes.
10) Haremos todo lo posible para que los responsables de
nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica
las leyes, las estructuras y las instituciones sociales necesarias a la
justicia, a la igualdad y al desarrollo armónico y total de todo el hombre en
todos los hombres, y, así, al advenimiento de otro orden social, nuevo, digno
de los hijos del hombre y de los hijos de Dios.
11) Porque la colegialidad de los obispos encuentra su más
plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en estado
de miseria física cultural y moral ―dos tercios de la humanidad― nos
comprometemos a:
-participar, conforme a nuestros medios, en las inversiones
urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
-pedir juntos a nivel de los organismos internacionales,
dando siempre testimonio del evangelio como lo hizo el Papa Pablo VI en las
Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y culturales que no
fabriquen más naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan
a las mayorías pobres salir de su miseria.
12) Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad
pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos,
para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio; así:
-nos esforzaremos para “revisar nuestra vida” con ellos;
-buscaremos colaboradores que sean más animadores según el
Espíritu que jefes según el mundo;
-procuraremos hacernos lo más humanamente presentes y ser
acogedores;
-nos mostraremos abiertos a todos, sea cual sea su religión.
13) Cuando volvamos a nuestras diócesis, daremos a conocer a
nuestros diocesanos nuestra resolución, rogándoles nos ayuden con su
comprensión, su colaboración y sus oraciones.
Que Dios nos ayude a ser fieles
Entre los firmantes del pacto que se
han revelado se encuentran los siguientes:1467
De Brasil
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Dom Antônio Batista Fragoso, obispo de Crateús, Ceara
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Don Francisco Austregésilo de Mesquita Filho, obispo de Afogados da
Ingazeira, Pernambuco
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Dom João Batista da Mota e Albuquerque, arzobispo de Vitória
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P. Luiz Gonzaga Fernandes, que había de ser consagrado obispo auxiliar
de Vitória
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Dom Jorge Marcos de Oliveira, obispo de Santo André, São Paulo
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Dom Henrique Hector Golland Trindade, OFM, arzobispo de Botucatu, São
Paulo
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Dom José Maria Pires, arzobispo de Paraíba
De Colombia
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Mons. Antonio Medina Medina, obispo auxiliar de Medellín
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Mons. Raúl Zambrano de Facatativá
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Mons. Angelo Cuniberti, vicario apostólico de Florencia
De Argentina
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Mons. Alberto Devoto, obispo de Goya
De otros países de América Latina
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Mons. Alfredo Viola, obispo de Salto, Uruguay
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Mons. Marcos Gregorio McGrath,
obispo de Santiago de Veraguas, más tarde arzobispo de la arquidiócesis de
Panamá, Panamá
De Francia
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Mons. Guy Marie Riobé, obispo de Orleans
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Mons. Gérard-Maurice Eugène Huyghe, obispo de Arras
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Mons. Adrien Gand, obispo auxiliar de Lille
De otros países de Europa
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Mons. Charles-Marie Himmer, obispo de Tournai, Bélgica
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Mons. Rafael González Moralejo, obispo auxiliar de Valencia, España
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Mons. Julius Angerhausen, obispo auxiliar de Essen, Alemania
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Mons. Luigi Betazzi, obispo auxiliar de Bolonia, Italia
De África
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Dom Bernard Yago, arzobispo de Abidjan, Costa de Marfil
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Mons. Joseph Blomjous, obispo de Mwanza, Tanzania
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Mons. Georges-Louis Mercier, obispo de Laghouat, Argelia
De Asia y América del Norte
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Mons. Grégoire Haddad, obispo melquita, auxiliar de Beirut, Líbano
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Mons. Gérard Marie Coderre, obispo de Saint Jean de Quebec, Canadá
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Mons. Charles Joseph van Melckebeke, de origen belga, obispo de
Yinchuan, Ningxia, China