jueves, 5 de octubre de 2017

ARGENTINA TIENE LA ATÓMICA

ARGENTINA TIENE LA ATÓMICA


ARGENTINA TIENE LA ATÓMICA

Interesante artículo de Roberto Alsina que relata como durante el Gobierno del General Perón, Argentina se colocaba en la cúspide del mundo en materia atómica, e indicativo del ataque del imperialismo a su gobierno.-

Antes que nada, permítanme clarificar el título: es el que apareció en el vespertino La Razón de Buenos Aires, en letras muy grandes y negras, en el mes de marzo de 1951. Asimismo, otros periódicos también anunciaban con grandes titulares el dominio y control de la energía atómica por la Argentina, de acuerdo a las declaraciones ante periodistas del entonces Presidente de la Nación, General Juan Domingo Perón.
En realidad, el comunicado del Presidente no hablaba de “la atómica” para nada, sólo decía que “El 16 de febrero de 1951, en la planta piloto de energía atómica en la isla Huemul, de San Carlos de Bariloche, se llevaron a cabo reacciones termonucleares (por fusión) bajo condiciones de control en escala técnica”
Aún así, el anuncio era increíble. En ese entonces, sólo Estados Unidos e Inglaterra tenían la capacidad de fabricar bombas atómicas, y a pesar de las grandes cantidades de dinero y esfuerzos invertidos, ninguno de los dos países estaba cerca de producir energía nuclear “controlada” por fusión. Cómo era posible que un país sin antecedentes en la investigación nuclear y con limitados recursos económicos hubiera podido lograr lo que los mejores científicos del mundo, incluyendo los alemanes “importados” después de la guerra mundial terminada en 1945, consideraban casi imposible?

Todo había comenzado unos 3 años antes, cuando un científico austríaco, el Doctor Ronald Richter, se había presentado ante el Presidente Perón con un ambicioso proyecto: llegar a producir cantidades casi ilimitadas de energía eléctrica barata, gracias a la energía liberada por fusión atómica controlada, un procedimiento que el Dr. Richter aseguraba poder desarrollar en Argentina, si se le proveían los materiales necesarios. Richter había sido calurosamente recomendado por un ingeniero aeronáutico alemán, Kurt Tank, quien con un grupo de ingenieros también alemanes había emigrado a la Argentina poco después de terminar la guerra, y que fue el artífice del Pulqui II, avión argentino basado en el último diseño del Messerschmidt, excelente avión alemán de combate.
Para los no iniciados, quiero explicar que la producción de energía atómica puede hacerse por fisión, es decir, dividiendo átomos pesados, como los de uranio o plutonio, con lo que se puede conseguir una liberación extraordinaria de energía, siendo éste el caso de las bombas atómicas detonadas en Hiroshima y Nagasaki, o por fusión, procedimiento en que se unen átomos livianos, como en la llamada bomba de hidrógeno. Los actuales reactores atómicos, productores de electricidad, se basan en el primer procedimiento, la fisión controlada, que es aún hoy día relativamente caro, y produce desperdicios radioactivos difíciles y peligrosos para guardar por el prolongadísimo tiempo necesario para evitar la contaminación radioactiva del ambiente. La producción de energía por fusión controlada, por otra parte, sería muchísimo más barata, y quien la lograse marcaría un hito único en el desarrollo de la física y la tecnología atómica.    
El proyecto era demasiado tentador, el éxito del mismo, que el Dr. Richter casi aseguraba, pondría a Argentina a la cabeza de los países más desarrollados del mundo, y el bienestar económico de su pueblo sería inmenso. El Dr. Richter obtuvo el respaldo necesario, como así también el apoyo económico para instalar un laboratorio de energía atómica en la isla de Huemul, en el lago Nahuel Huapi, enfrente de la ciudad de Bariloche.
Durante los 3 años siguientes, se realizaron masivas construcciones en la isla. Ingentes sumas de dinero fueron invertidas tanto en las construcciones como en la compra de sofisticados equipos, todo bajo la dirección del Dr. Richter, quien entrenó a un grupo de colaboradores sin mayores conocimientos científicos, de manera que en la isla el único que sabía y controlaba todo lo relacionado al plan nuclear, militar y secreto, era él mismo.
A medida que pasaba el tiempo, la relación entre Richter y Perón se afianzó, y el científico contó con todo el apoyo del Presidente, no sólo respaldándolo en decisiones en cuanto a las construcciones y a los gastos para comprar equipos, sino en cuanto al sistema de seguridad para guardar el secreto sobre las experiencias atómicas en la isla. Nadie podía visitarla sin la autorización expresa de Richter, al punto que en una oportunidad, cuando el nuevo jefe de las tropas de la guarnición Bariloche quiso visitar la isla, ignorando que ya no estaba bajo su control, fue obligado a retroceder por el muelle por Richter a punta de pistola, hasta que perdió pie y cayó a las frías aguas del Nahuel Huapi! Poco después, Perón le envió una carta a Richter en la que lamentaba lo sucedido y le aseguraba que no volvería a ocurrir, y además, lo nombró su único representante en la isla, donde podía ejercer por delegación la misma autoridad del Presidente. Para ese entonces a Richter ya se le había otorgado la ciudadanía argentina, pero aún así, esa delegación de poderes era sin duda inconstitucional, y fue debida al deseo de Perón de satisfacer todos los reclamos de Richter, no vaya a ser cosa que el científico se enojase y se fuera, dejando abandonada una obra tan importante como la que se estaba desarrollando secretamente en esa isla.
La historia de esos tres años de trabajos secretos en la isla Huemul muestra una sucesión increíble de órdenes y contraórdenes, de masivas construcciones que debían después ser demolidas y vueltas a edificar debido a los siempre cambiante planes del Dr. Richter, y simultáneamente, otra sucesión de intrigas, cambios de personal debido a acusaciones de espionaje o de ineptitud, y periódicos viajes de Richter a Buenos Aires, para entrevistarse con el Presidente, especialmente cada vez que aumentaban las quejas y sospechas de los oficiales argentinos encargados de las compras de aparatos y de la financiación del proyecto. Siempre Richter lograba convencer a Perón de que el éxito estaba cercano, y seguía así contando con el total respaldo del Presidente, cuyos asesores eran militares, no científico expertos en la materia. En una oportunidad, hablando de la posibilidad de obtener la opinión de físicos argentinos sobre el secreto proyecto militar, el presidente de la Dirección Nacional de Energía Atómica le dijo a Perón: “Lo que pasa, mi general, es que no hay físicos peronistas en este país”
Pero finalmente el éxito parecía haber coronado los esfuerzos y gastos realizados, y la noticia solemnemente dada por el Presidente provocó una conmoción internacional.
La mayoría de los especialistas en el mundo eran escépticos, incluyendo a los científicos argentinos con conocimiento del tema de la energía nuclear, pero ellos no fueron consultados. Y por otra parte, periódicamente Richter anunciaba un nuevo y exitoso experimento, que allanaba las dudas y provocaba entusiasmo tanto en el Presidente como en casi todos los que estaban al tanto del proyecto. Poco después del anuncio inicial, se le otorgó a Richter el título de Doctor Honoris Causa de la U. de Bs.As y la medalla peronista.
Sin embargo, entre los más cercanos a las investigaciones, las contradicciones en los anuncios y la falta de resultados reales provocaron al cabo del tiempo la ineludible necesidad de constatar el valor de los resultados obtenidos, y finalmente pudieron convencerlo al Presidente Perón para que mandase una Comisión integrada por cinco científicos y veinte legisladores. Estos últimos estuvieron un día en la isla, y se fueron admirados por las construcciones y la sofisticación de los aparatos e instrumentos que vieron. El informe de los científicos, en cambio, fue lapidario. No había tal producción de energía atómica, y los experimentos realizados en su presencia por el Dr. Richter fueron no sólo un total fracaso, sino que posteriormente fueron reproducidos en Buenos Aires por uno de los miembros de la Comisión, el ingeniero argentino Mario Báncora, demostrando que lo que se medía en los contadores Geiger en Huemul no tenía nada que ver con la energía nuclear.
Ese fue el comienzo del fin para los planes de Richter. Perón le quitó todo su respaldo, se suspendieron los trabajos en la isla, y en febrero de 1953 Richter se mudó, con su esposa e hija, a Monte Grande, en las afueras de la Capital Federal, donde residió por varios años.
Pero la debacle no fue tan negativa como pareciera. En ese interim se creó la Comisión Nacional de Energía Atómica, que ha prestado invaluables servicios al país, en Bariloche se creó el Instituto de Física, y los sofisticados instrumentos comprados, que incluyeron un avanzado y carísimo ciclotrón, fueron utilizados por la CNEA y por el Centro Atómico Bariloche, fundado poco después.
Desde entonces, físicos argentinos de primera calidad han sido formados en el Instituto de Física, y el Centro Atómico Bariloche ha producido trabajos reconocidos internacionalmente. Y curiosamente, el espaldarazo inicial a todo ese ulterior desarrollo científico fue dado, en gran medida, por esa increíble aventura secreta desarrollada en la isla Huemul.

De la variada bibliografía existente sobre el tema, recomiendo a quienes quieran saber más de este fascinante episodio de la historia argentina, la lectura del libro “El secreto atómico de Huemul”, del Dr. Mario Mariscotti, del que extraje gran parte de la información presentada en este artículo.


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