miércoles, 25 de noviembre de 2015

LA HISTORIA DE LA PRIMERA FLOTILLA MERCANTE ARMADA DE BUENOS AIRES

LA HISTORIA DE LA PRIMERA FLOTILLA MERCANTE ARMADA DE BUENOS AIRES


bergantin San Francisco Xavier

La historia de la Primera Flotilla Mercante Armada de Buenos Aires, fue tan heroica como efímera. En el breve período entre 1800 y 1803; nació, se cubrió de gloria y desapareció sin casi dejar rastros. La cúspide de gloria estuvo dada por la Batalla de Bahía de Todos los Santos, Primer Combate de la Historia Naval Argentina. Sus héroes no pasaron al bronce ni al mármol, pero sus herederos de la Marina Mercante Argentina nunca dejamos de recordarlos, conmemorarlos y emularlos.
Desde los lejanos tiempos de la conquista, para los vecinos de puertos y ciudades de ultramar, tanto como desde siempre para los peninsulares, era tan común entrar en guerra contra Portugal; Francia o Gran Bretaña, como hacer las paces, o, incluso aliarse fraternalmente a ellas con la misma naturalidad con la que algún tiempo antes se las había combatido a muerte. Particularmente en el Río de la Plata, el enfrentamiento permanente era entre españoles y portugueses por la posesión de la Colonia del Sacramento en la costa enfrentada a la capital virreinal: Santa María de los Buenos Aires.
 La entrada en vigor en 1778 del Real Reglamento de Aranceles de Comercio Libre, junto al permanente arribo de toneladas de plata provenientes del Alto Perú que partían hacia España, aumentaron notablemente el volumen del comercio de Buenos Aires. Esto no pasaba inadvertido a los portugueses e ingleses, sobre todo en tiempos de guerra. Las naves españolas, cargadas de valores, eran atacadas en alta mar por los mismos mercantes que comerciaban en el mercado negro de los puertos cercanos a Buenos Aires o Montevideo.
En marzo de 1797, "…deseando el Rey fomentar en sus dominios de América el armamento de Corsarios que protejan nuestras costas y hostilicen al enemigo…" firma en Aranjuez esta Real Orden, "… concediendo con este objeto las gracias y franquicias que proporciona a los que armen en corso la ultima ordenanza de este ramos…".
Esta orden hace eco inmediato en el Real Consulado de Buenos Aires. Este tribunal que reunía a los más poderosos comerciantes de la próspera capital, había sido erigido para estímulo del comercio, la industria y la educación especializada, apenas tres años antes. Al frente de la Secretaría, y a título Perpetuo fue designado directamente por S.M. el joven abogado porteño Dn. Manuel Belgrano, universitario formado en los claustros salamantinos, de gran visión y claras ideas sobre las potencialidades de su tierra natal.
Su puesto en el Consulado sirvió para difundir esas ideas de desarrollo e intentar concretarlas. Una de las más interesantes tuvo su hora el 25 de noviembre de 1799, cuando en una de las salas del tribunal consular se inauguraban los cursos de la Escuela de Náutica, que a semejanza de las establecidas en la Península, fue erigida bajo la protección del Real Consulado. Era la consagración de una de sus ideas más fuertemente promovidas. Belgrano había observado, estimulado por la lectura de Jovellanos y otros singulares contemporáneos, la importancia estratégica de la posesión de una flota mercante.
El establecimiento de la Escuela de Náutica, reforzó la añeja rivalidad entre Buenos Aires y Montevideo. Aquella era la capital virreinal y este un excelente puerto de mar, pero el comercio de la Reina del Plata era cinco veces mayor que el de su vecina cisplatina. Para colmo, la Comandancia de Marina del Río de la Plata -inspectora natural de las eventuales Escuelas de Náutica que pudiesen crearse- no se encontraba en la capital sino en el puerto oriental.
En esta coyuntura, la colaboración que prestaba la Armada al comercio de Buenos Aires, no era precisamente perfecta. Las pasiones humanas competían con los ideales del deber, amparados por la lejanía de la Metrópolis. A la hora de patrullar y combatir a los corsarios enemigos que asolaban a los buques españoles en tránsito hacia y desde Buenos Aires, siempre había plausibles fundamentos -ciertamente muy relacionados con la realidad colonial- para no salir a navegar: cuando no faltaban velas, cabuyería o pólvora; hacían falta marineros, pilotos o prácticos experimentados en la riesgosa navegación del inmenso Río de la Plata.
Los ataques portugueses ya eran alevosos. Las impunes naves enemigas podían verse en el horizonte argentino del río. Colmada la paciencia y exasperados por las cuantiosas pérdidas económicas, en noviembre de 1800, a instancias de Belgrano, la Junta de Gobierno del Real Consulado porteño resuelve recaudar fondos para armar buques mercantes en corso para la defensa de la ciudad y el comercio. Para ello se cobraría un Derecho de Avería del 4% a las importaciones y de la mitad para las exportaciones.
La Navidad de 1800 encontró a los miembros del regio tribunal ensimismados con los arreglos administrativos referentes a la compra y entrega del bergantín estadounidense "Antilop", que había sido el elegido para encabezar la Armada de Buenos Aires.
Su precio había sido convenido en 11.000 pesos corrientes, que fueron abonados a su capitán con fondos de la Tesorería consular, previo acuerdo y visto bueno del Marqués de Avilés, virrey del Río de la Plata.
El virrey había ya expresado su urgencia para que
"… pueda sin mas demora proceder a activar las disposiciones concernientes á su apresto y pronta habilitazion, realizando el armamento qe tiene ofrecido pª concurrir de su parte á la defensa del comercio por medio del predicho Bergantin y otros buques que pueda proporcionarse, ya que el Navio Pilar (de la Real Armada. N. del A.) no remitió á propósito, y qe en estos puertos no hay otro alguno de su porte que poder subrrogar en su lugar…"
El "Antilop" era un bergantín guarnido como goleta, artillado con 4 carronadas cortas de a 16 libras; 10 cañones de a 10´ (5 en la banda de babor y 5 en la de estribor; todos sobre la cubierta principal y con sus correspondientes troneras), y otros 4 de a 4´.

Finalizados los trámites administrativos, el 28 de marzo de 1801, el buque del consulado se encontraba fondeado en las Balizas, frente a Buenos Aires. Ese día todo relucía particularmente; sus guarniciones habían sido renovadas: velas, cabos, amarras. Pilotos, marineros, artilleros y los granaderos que componían su guarnición militar estaban formados sobre la cubierta, impecablemente vestidos con sus correspondientes uniformes, orgullosos de su nave.
El Consulado había confiado el comando en el capitán mercante, Dn. Juan Bautista Egaña, un prestigioso criollo, fogueado en las lides de la mar que prestaba servicios en el puerto del Callao (Perú). A la hora señalada, varias lanchas acercaron a la nave a los miembros del Consulado, quienes encabezarían una particular ceremonia. Sonaron silbatos indicando ordenes desconocidas para el común de las gentes de tierra. Todo se puso en su sitio.
El Prior y el Secretario del Consulado pronunciaron sendos discursos arengando el fervor patriótico de la tripulación encargada de la defensa de la ciudad y su comercio. Se designó formalmente a Egaña capitán de la nave, que a partir de ese instante llevaría el nombre del Santo Patrono del Consulado: "San Francisco Xavier", aunque todos conocerían al buque por su alias de "Buenos Aires", pues ese nombre llevaba escrito en su popa, designando a su puerto de Matrícula como a su propietario.
Se hizo un solemne silencio mientras por la driza del pico de la cangreja se izaba el magnífico pabellón mercante del Río de la Plata , acompañado por el correspondiente toque de silbato. Al llegar al tope, la quietud del río se estremeció por el bramido del cañonazo con que se afirmaba el pabellón. Toda la tripulación e invitados rompieron en gritos de alegría y vivas a España y al Rey.
Abastecido de personal -a través de las "levas" que se hacían periódicamente en los puertos de Buenos Aires y Montevideo-, de guarniciones, munición y alimentos, zarpó de las "Balizas" en su viaje inaugural, el 11 de abril, llevando a su bordo varios cadetes de la Escuela de Náutica quienes, según su instituto, y por especial iniciativa de su Segundo Director -el piloto mercante corcubionés Dn. Juan de Alsina- pues se inclinaba decididamente hacia la enseñanza práctica. Según su idea, los cadetes "…devían saber cortar las xarcias, y otras faenas, para que cuando sean gefes, conozcan aquello que van a mandar…".
Junto a su compañera, la goleta "Carolina", adquirida también por el Consulado porteño, se dedicaron al patrullaje del Río de la Plata, persiguiendo a los corsarios portugueses y evitando sus tropelías. La iniciativa de Belgrano daba frutos concretos, y el comercio estaba protegido por una fuerza naval propia con un poder disuasorio suficiente.
La helada mañana del 25 de agosto de 1801, zarpa el "San Francisco Xavier" en el viaje de corso que lo llevaría a la gloria. La patrulla se extendería hasta donde fuese necesario. Recorrieron la costa sur de Buenos Aires, para luego subir por la costa oriental del Uruguay y más allá hacia el norte.
El amanecer del 12 de octubre, encontró al "Buenos Aires" a 8 leguas al sudeste de la barra de la Bahía de Todos los Santos, al norte del Brasil. Desde la cofa del trinquete, el vigía anunció tres velas unidas.
Egaña dio las ordenes para arribar sobre ellas. Eran un paquebote armado en guerra, y dos mercantes a los que comboyaba: un bergantín y una zumaca. Serían los mismos de los que le habían dado noticias a Egaña los prisioneros portugueses que llevaba a su bordo.
El paquebote de guerra "San Juan Bautista", armado en guerra con más de 20 cañones de gran calibre, izó las señales de reunión, a lo que los mercantes respondieron de inmediato. Al punto Egaña ordenó zafarrancho: Aprontar velas, armas mayores y menores, agua y arena para los incendios, municiones, aclarar los cabos, etc... Se aproximó a las naves portuguesas, y estando a tiro de cañón, enarboló su pabellón español de primer tamaño, afianzándolo con su correspondiente cañonazo; los adversarios ejecutaron igual maniobra, y a las 7 de la mañana, apenas clareaba el día, rompieron el fuego por ambas partes. En ese momento quedó perfectamente clara la diferencia de poder de fuego entre el "San Francisco Xavier" y sus oponentes, tal como le habían predicho a Egaña. Aun así, los primeros disparos no surtieron mayores efectos, sobre todo porque el portugués se afanaba en desarbolar el bergantín porteño.
Egaña aprovecho el tiempo y el entrenamiento de su tripulación, para generar varias escaramuzas con el objeto de verificar cuáles podrían ser sus ventajas sobre el enemigo, quien lo superaba claramente en poder de fuego. A poco andar pudo observar que su preeminencia radicaba en el poder de maniobra del "Buenos Aires". En él Egaña haría pivotear el combate para intentar volcarlo en su favor. No se podía arriesgar al combate de artillería, la diferencia era abismal; debería forzar a los portugueses a maniobrar de modo tal que pudiera abordarlo.
La confianza de Egaña en el valor y destreza de su gente, se emparejaba con la que tenía en su nave y en su propia idoneidad en los arcanos de la mar.
Resuelto el capitán criollo a la acción, y a darle la victoria a las armas de Su Majestad, ordenó largar todo aparejo en ademán de huir, a fin de engañar al enemigo, llamando toda su atención a su maniobra. Por su parte, el capitán del paquebote portugués, persuadido como estaría de la victoria, descuidó el buen arreglo que había mantenido durante el corto combate y, sin contención, dispuso largar "cuanto trapo podía" haciendo los mayores esfuerzos para alcanzar a los huidizos españoles. En ese estado de la persecución, viró Egaña repentinamente "por avante", quedando "de vuelta encontrada" con el enemigo.
En pocos minutos las bordas del "San Francisco Xavier" y del "San Juan Bautista" quedaron enfrentadas y a tiro de fusil. Antes de que los portugueses pudieran salir de su asombro, el bergantín porteño descargó toda la artillería que tenía previamente lista con bala y metralla, para cubrir el abordaje.
Las descargas de bala, metralla, palanqueta y pie de cabra que efectuaba el paquebote lusitano, no surtían efecto en la tripulación de Egaña que se encontraba íntegramente tendida sobre cubierta; pero hicieron estragos en la arboladura del trinquete del "San Francisco Xavier", provocando severos incendios en el velamen.

Con su autoridad e idoneidad, el capitán criollo había adiestrado tan disciplinadamente a su tripulación, que ningún contratiempo distraía su atención. Ordenadamente disparaban la artillería, la fusilería y "esmeriles" de las cofas. Los granaderos hacían estragos con sus granadas de mano. El desorden y horror provocado entre los portugueses, abrió paso a los 36 hombres del "San Francisco Xavier" quienes, a la voz de Egaña, abordaron el paquebote, con sable y pistola en mano.
En el combate cuerpo a cuerpo, los bravos españoles y criollos no tardaron mucho en superar ampliamente a los sorprendidos portugueses que se defendieron con valor y coraje. En medio del fragor del combate, entre disparos,humo de pólvora, golpes de acero, fuego y charcos de sangre; un marinero del "Buenos Aires", eludiendo a la muerte a cada paso, corrió evadiendo directamente hacia la popa del paquebote.
Un solo objetivo nublaba su visión: Obsequiar a su bravo capitán el Pabellón de Guerra Portugués, el premio que tanta bizarría merecía. Al llegar al sitio del honor, los siete escoltas de la Bandera de Guerra, atacaron al marinero Manuel Díaz con fiereza. Nada podría interponerse entre este bravo marinero canario y ese pabellón.
Un portugués le asesta un chuzaso en la sien, a lo que el canario responde con un certero pistoletazo que le vuela la sien. Hiere a unos y ahuyenta al resto, corta la driza y recibe su tan ansiado trofeo. El Pabellón de Guerra cae tersamente en las manos de Díaz, condecorándose con la valiente sangre de los hijos de Portugal que el marinero llevaba entre sus dedos.
A las 10:30 de esa mañana, el paquebote se rendía bajo el pabellón de España. Habían muerto 7 portugueses, entre ellos su piloto; y otros 30 salieron heridos, contando a su capitán, quien lo estaba de gravedad. El propio Egaña había recibido dos serias heridas. Los dos mercantes portugueses, al percibir la derrota de su escolta, forzando la vela, se pusieron en huida hacia el puerto de Bahía desde donde habían zarpado.
Egaña encargó a algunos de sus oficiales el cuidado de su presa y, desatracándose de ella, se dispuso a la persecución. A pocas millas los apresó a ambos, descubriendo que en el bergantín llevaban 250 esclavos, y la zumaca estaba cargada de carnes.
Ante tan apretada circunstancia, viéndose Egaña con tres buques apresados y 160 prisioneros, resolvió embarcar a estos en la nave de menor entidad - la zumaca -, y devolverlos al puerto de Bahía de donde habían partido, llevando en triunfo Buenos Aires al paquebote y el bergantín portugueses. La alegría entre la tripulación era tanta, que en Acción de Gracias, Egaña ordenó celebrar una "función" litúrgica, junto a su tripulación, en honor a Nuestra Señora del Pilar, por ser ese día del combate, el de su solemnidad.

El alborozo de los porteños a la llegada de la "Flota" no tenía comparación. En el muelle se apiñaban los curiosos para vivar al valiente capitán, cuyo buque se erguía orgulloso sobre el manto de plata del anchuroso río, escoltando a sus presas. Los miembros del Consulado, acompañaron a Egaña y al valiente marinero Díaz hacia el Salón Noble del regio tribunal, para expresarles la gratitud del "Comercio" y de la ciudad toda. A Egaña se le honró con el asiento del Prior, y a Díaz con el de uno de los Cónsules. La multitud, desde la calle, escuchó atentamente a través de los amplios ventanales enrejados, los laudatorios discursos.
Como premio a tan valerosa acción de guerra, se obsequió a Egaña con un "sable con su cinturón a nombre de este Real Consulado con Puño de Oro y las armas de este mismo Cuerpo con la inscripción correspondiente que en todo tiempo acredite su valor y pericia", y al marinero Manuel Díaz, la Junta de Gobierno le concedió "un Escudo de Plata con las armas de este Real Consulado para que lo lleve en el brazo derecho en memoria de su valor y desprendimiento con su correspondiente inscripción". Asimismo el Consulado "informará de la acción a S.M. con toda energía, y suplicándole le conseda los honores de Teniente de Fragata".
El año de 1801 pasó sin mayores sobresaltos. Los buques del Consulado continuaron patrullando las costas, desde "La frontera" en Carmen de Patagones, hasta el Brasil, llevando a su bordo cadetes de la Escuela de Náutica, tanto en puerto como en navegación.
A pesar de los resultados positivos, oscuras presiones ejercidas desde el anonimato por sicarios que veían en la "Armada de Buenos Aires" la evidencia de su inoperancia, hizo que esta vea el fin de sus días de gloria para las Armas de S.M..

En febrero de 1802, se abría un "Expediente formado para la venta de la Goleta nombrada Carolina perteneciente al Real Consulado, y el Bergantín San Francisco Xavier Alias Buenos Ayres". 




Fuente: Horacio Guillermo Vázquez - Oficial de la Marina Mercante - Jefe de Investigaciones Históricas y Docente de la Escuela Nacional de Nautica. Este articulo aparece en la página de la Escuela Nacional de Nautica Manuel Belgrano, en www.fundacion.capitanes.org.ar 


FRINÉ LA HETAIRA MÁS FAMOSA DE LA ANTIGUA GRECIA

FRINÉ LA HETAIRA MÁS FAMOSA DE LA ANTIGUA GRECIA

FRINÉ LA HETAIRA MÁS FAMOSA DE LA ANTIGUA GRECIA


Friné era una hermosísima mujer...

Friné es la hetaira más famosa de la antigua Grecia.

Una hetaira es un mujer de compañía, de vida libre se decía, pero diferente del concepto de prostitutas (llamadas "pailakas").

Las hetairas sabían cantar, bailar y tenían una refinada educación que las permitía entablar cualquier tipo de conversación, eran "las amigas del alma", si bien, acompañaban todo eso con un gran atractivo personal.

Gracias a ellas había mujeres en la vida pública griega, ya que las esposas oficiales tenían que estar recluidas en las casas, sin posibilidad siquiera de ir al teatro.

Friné nació en el año 328 antes de Cristo, en Thespies, siendo vendedora ambulante y pastora. Sin embargo, su gran belleza no pasó desapercibida y un admirador la llevó a Atenas para que estudiara en la escuela para hetairas.

Allí alcanzó gran fama por su belleza e inteligencia, siendo elegida por el escultor Praxiteles como modelo de sus esculturas femeninas. Fue amante del escultor griego Praxíteles quien la utilizó como modelo para todas las voluptuosas estatuas de Afrodita, la diosa del amor.

Su inteligencia y belleza estaban igualados a su sed de riqueza, se dice que su fortuna era tan grande que cuando Alejandro Magno destruyó Tebas, ella se ofreció para reconstruirla con su dinero siempre y cuando pusieran su nombre a la entrada de la ciudad, ¿estaremos ante uno de los primeros ejemplos de patrocinador de la historia?.

Por todos estos hechos Friné ya ocupa un lugar en la historia, sin embargo hay un hecho más que debemos narrar, y es su famoso juicio, en el cual mostró el mejor argumento posible en su defensa.

Hay que recordar que entre los griegos la mujer –a excepción de las hetairas–, no gozaba de prestigio y era considerada casi un mal necesario para asegurar la continuidad de la familia. Comparar a una mujer con una diosa no era bien visto. Y fue ese el motivo por el cual se la acusó de impiedad, que no era poca cosa, ya que a juicio de los griegos y de acuerdo con sus creencias, era uno de los delitos más graves que se podían cometer. Se la acusó de realizar actos contra los dioses al realizar ceremonia privadas en su casa simulando ser sacerdotisa de afrodita, diosa del amor. De modo que Friné fue detenida y llevada a juicio. Por pedido del escultor, que se temía lo peor, fue Hispárides –uno de los más famosos oradores de Grecia–, quien debía defenderla ante el tribunal. Pero toda la retórica del prestigioso orador no logró convencer a los jueces ni influir en su ánimo. Friné estaba casi condenada cuando su defensor, como último recurso, hizo que la joven se desnudara ante los jueces, para demostrar que su belleza era tal que era digna de ser comparada con la de la diosa.

Cuando la joven se quitó el manto, en el recinto se hizo un silencio. Era tal la belleza de Friné, que después de una prueba tan contundente, los miembros del tribunal apenas si deliberaron. Friné, absuelta por unanimidad, recuperó su libertad y volvió junto a su amante para seguir inspirando al escultor en su trabajo.

sábado, 7 de noviembre de 2015

MIRTHA LEGRAND ASISTIA A LOS ACTOS OFICIALES ACOMPAÑANDO AL GENERAL PERÓN

MIRTHA LEGRAND ASISTIA A LOS ACTOS OFICIALES ACOMPAÑANDO AL GENERAL PERÓN


MIRTHA LEGRAND ACOMPAÑANDO A PERON
En la foto se vé a Mirtha Legrand, entre otras, acompañando al General Perón en un acto oficial.

viernes, 6 de noviembre de 2015

LOS CASCOS VIKINGOS NO TENÍAN CUERNOS

LOS CASCOS VIKINGOS NO TENÍAN CUERNOS

 

CASCOS VIKINGOS
Los cascos empleados por los vikingos carecían de cuernos.

CASCOS VIKINGOS con CUERNOS
La imagen tradicional que la historia ha legado de ellos pertenece más a la ficción que a la realidad.

CUANDO SE HABLA DE los vikingos todo el mundo piensa en cornudos. No por la infidelidad de las mujeres —poco probable en una sociedad tan tremendamente machista como la suya—, sino por el característico casco con el que la iconografia popular los ha hecho pasar a la Historia.

Esta idea es errónea aunque se fundamenta en un ápice de autenticidad. Si bien es verdad que existen cascos adornados con cuernos y se han encontrado algunos en los enterramientos y en las excavaciones arqueológicas, lo cierto es que la mayoría de los yelmos utilizados por los vikingos carecían de cornamenta.
LOS CASCOS VIKINGOS NO TENÍAN CUERNOS
Se trataba de unos cascos de forma conoidal fabricados en acero. Solían llevar una protección nasal que también cubría parte de los ojos —como la montura de unas gafas— y algunos adornos. Los grandes señores hacían decorar sus celadas con incrustaciones en oro y plata.

Para su protección, además de los cascos, empleaban unos grandes escudos circulares fabricados en madera y recubiertos de acero, material con el que también confeccionaban sus Cotas de mallas. Las armas más comunes eran las espadas y las hachas. Las espadas se fabricaban con acero y, artesanalmente. El elemento más destacado de éstas era su empuñadura en forma demartillo y perfectamente equilibrada. Las hachas podían ser de una o dos hojas y generalmente, de mango corto, lo que facilitaba, además que pudieran emplearse como armas arrojadizas.

Los ataques se llevaban a cabo de una forma tremendamente rápida, efectiva e inevitable.Se puede decir que el mejor aliado de estos guerreros era el factor sorpresa, elemento común y denominador de todas sus razzias. Se trataba de pillar desprevenido al adversario y que a éste no le diera tiempo a reaccionar. Como los modernos atracadores de bancos, que han estudiado su golpe hasta el más mínimo detalle y son capaces de vaciar las arcas de la entidad en apenas unos segundos, los vikingos llegaban, asaltaban y desaparecían del emplazamiento enemigo antes de que la voz de alarma hubiera siquiera salido de la boca de los vigías.

Durante los combates se producía en la mente de los vikingos un fenómeno que los historiadores han denominado bersek —literalmente, «volverse loco»— y que les hacía afrontar las batallas desde una perspectiva casi suicida e inconsciente. Poseídos por una furia y una ira incontrolable no sentían el dolor de las heridas y el miedo se convertía en su aliado. Seguramente se trataba de una especie de paranoia mental, un trance inconsciente, acrecentado por la concentración previa al combate. Este estado mental no se aprendía, iba en la sangre.


domingo, 25 de octubre de 2015

Conozcamos Cartago

Conozcamos Cartago 



La fundación de la ciudad

En el segundo milenio antes de nuestra era, los fenicios solo ocupaban una estrecha franja de tierra a lo largo del litoral mediterráneo, la cual se extendía al norte y al sur del Líbano moderno. Como eran buenos navegantes, pusieron su punto de mira en Occidente, en busca de oro, plata, hierro, estaño y plomo. A cambio, ofrecían madera (como la de los famosos cedros del Líbano), telas teñidas de rojo púrpura, perfumes, vino, especias y demás productos manufacturados.

En sus viajes a Occidente, los fenicios establecieron asentamientos en las costas de África, Sicilia, Cerdeña y el sur de la actual España, que tal vez corresponda a la Tarsis mencionada en la Biblia (1 Reyes 10:22; Ezequiel 27:2, 12). Según la tradición, Cartago se fundó en 814 antes de nuestra era, unos sesenta años antes que su rival, Roma. Serge Lancel, experto en cultura norteafricana del mundo antiguo, señala: “La fundación de Cartago, hacia el final del siglo IX a.C., fue un factor decisivo durante varias centurias en el destino político y cultural de la cuenca del Mediterráneo occidental”.

La génesis de un imperio

Cartago comenzó a forjar su imperio en una península con forma de “ancla gigante adentrada en el mar”, en palabras del historiador François Decret. Edificada sobre la base que pusieron sus antepasados fenicios, extendió su red comercial —en especial la importación de metales— hasta convertirse en un gigantesco monopolio, gracias a su poderosa flota y a las tropas de mercenarios.

Los cartagineses, que no se dormían en los laureles, siempre andaban a la caza de nuevos mercados. Por ejemplo, se afirma que alrededor de 480 a.E.C., el navegante Himilcón arribó a Cornualles, región del Reino Unido rica en estaño; asimismo, unos treinta años después, Hannón, miembro de una de las familias más prominentes de Cartago, encabezó una expedición de 30.000 personas a bordo de 60 embarcaciones con la intención de establecer nuevas colonias. Hannón atravesó el estrecho de Gibraltar y navegó por la costa africana, tal vez hasta el golfo de Guinea o incluso Camerún.

Merced a su espíritu emprendedor y a una aguda visión mercantil, Cartago se convirtió, según se cree, en la urbe más rica del mundo antiguo. “A principios del siglo III [antes de nuestra era], la pericia técnica, la flota y la proyección comercial de la ciudad [...] la colocaron en un lugar preeminente”, afirma el libro Carthage. El historiador Apiano dijo de sus habitantes: “Su imperio rivalizó con el de los griegos en poder, y en riqueza estuvo cercano al de los persas”.

A la sombra de Baal

Aunque los fenicios estaban esparcidos por todo el Mediterráneo occidental, los unía la religión cananea, que legaron a sus descendientes, los cartagineses. Durante siglos, Cartago despachó cada año una delegación a Tiro para ofrecer sacrificios en el templo del dios Melqart. Las principales deidades de la nueva ciudad las constituían la pareja divina de Baal Hammón (“Señor del brasero”) y Tanit, a la que se relaciona con Astarté.

El rasgo más notable de la religión púnica era el sacrificio de infantes. Diodoro Sículo informa que durante un ataque a la ciudad en 310 a.E.C., se sacrificaron más de doscientos niños de noble nacimiento para apaciguar a Baal Hammón. “La ofrenda de una criatura inocente en calidad de víctima vicaria suponía un acto supremo de propiciación, dirigido con toda probabilidad a garantizar el bienestar de la familia y la comunidad”, indica The Encyclopedia of Religion.

En 1921, los arqueólogos descubrieron lo que denominaron el tofet, nombre tomado de la expresión bíblica de 2 Reyes 23:10 y Jeremías 7:31. Las excavaciones revelaron múltiples niveles de urnas —señalizadas por estelas votivas— que contenían los restos calcinados de niños de tierna edad y de animales, estos últimos ofrecidos como sustitutos. Se calcula que el lugar alberga las cenizas de más de veinte mil infantes que fueron sacrificados en tan solo doscientos años. Ciertos historiadores revisionistas afirman que el tofet no era más que un cementerio para criaturas que habían nacido muertas o que habían fallecido a muy corta edad y que no recibieron sepultura en la necrópolis. No obstante, según el historiador Lancel, citado antes, “la situación actual no nos autoriza a negar categóricamente la realidad del sacrificio humano cartaginés”.

La lucha por la supremacía

Tras el declive de Tiro en el siglo VI a.E.C., Cartago se erigió en líder de los fenicios occidentales con no poca oposición. Los mercaderes púnicos y griegos llevaban tiempo disputándose la hegemonía de los mares, hasta que alrededor de 550 a.E.C. estalló la guerra. En 535 a.E.C., los cartagineses y sus aliados etruscos expulsaron a los griegos de la isla de Córcega y asumieron el control de Cerdeña, lo que recrudeció el conflicto entre Cartago y Grecia por el control de Sicilia, isla que gozaba de una destacada posición estratégica.

Al mismo tiempo, Roma comenzó a mostrar su poderío. Cartago, gracias a los acuerdos que estableció con esa potencia, se aseguró de no perder sus privilegios comerciales y mantuvo a Sicilia fuera del alcance de los romanos. Sin embargo, cuando Roma subyugó a la península itálica, consideró una amenaza la creciente influencia de Cartago, tan próxima a Italia. Polibio, historiador griego del siglo II a.E.C., escribió: “Los romanos [...] veían también que los cartagineses habían sometido no sólo los territorios de África, sino además muchos de España, que eran dueños de todas las islas del mar de Cerdeña y del mar Tirreno. Los romanos consideraban con razón que, si los cartagineses se apoderaban, por añadidura, de Sicilia, les resultarían vecinos temibles y excesivamente gravosos, pues les tendrían rodeados y ejercerían presión sobre todas las regiones de Italia”. Por ello, ciertas facciones del Senado romano, movidas por intereses económicos, ejercieron presión para que se interviniera en Sicilia.

Las guerras púnicas

En 264 a.E.C., la crisis que estalló en Sicilia suministró la excusa a los romanos para actuar. Pese a constituir una violación del acuerdo, Roma despachó un destacamento, acción que desencadenó lo que hoy llamamos la primera guerra púnica. El conflicto, caracterizado por algunos de los mayores combates navales de la antigüedad, se extendió durante más de veinte años. Al final, en 241 a.E.C., Roma derrotó a los cartagineses y los expulsó de Sicilia. Las islas de Córcega y Cerdeña también acabaron perteneciendo a la potencia romana.

A fin de compensar estas pérdidas, el general cartaginés Amílcar Barca acometió la tarea de restaurar el poder a Cartago iniciando la configuración de un imperio en la península ibérica. En la costa sudoriental de esta se fundó Carthago Nova (hoy Cartagena), y a los pocos años, las riquezas de la minería del lugar habían vuelto a llenar los cofres de la capital africana. Semejante expansión condujo de forma inevitable a un conflicto con Roma que desembocó en 218 a.E.C. en una nueva guerra.

Al mando del ejército cartaginés figuraba uno de los hijos de Amílcar, Aníbal, cuyo nombre significa “Favorecido por Baal”. Partió de Carthago Nova en mayo de 218 a.E.C. y, junto con soldados africanos e iberos, además de casi cuarenta elefantes, emprendió una marcha épica a través de Iberia, la Galia y los Alpes. Los desprevenidos romanos sufrieron diversas derrotas aplastantes. El 2 de agosto de 216 a.E.C., en la batalla de Cannas —“uno de los desastres más espantosos de la historia del ejército romano”—, las tropas cartaginesas comandadas por Aníbal aniquilaron a una fuerza militar que contaba con el doble de sus efectivos. Dieron muerte a casi setenta mil enemigos y solo perdieron 6.000 hombres.

Roma estaba al alcance de la mano. Sin embargo, lejos de rendirse, hostigó a las tropas de Aníbal en una guerra de desgaste que duró trece años. Cuando Roma destacó el ejército a África, Cartago, abandonada por sus aliados y derrotada en la península ibérica y Sicilia, se vio obligada a llamar a Aníbal. Al año siguiente, en 202 a.E.C., el general romano Escipión el Africano venció a Aníbal en Zama, al sudoeste de Cartago. A la ciudad púnica, cuya armada se vio forzada a rendirse, se le negó la independencia militar, y se le gravó con una enorme indemnización que debía pagar durante cincuenta años. Más tarde, alrededor de 183 a.E.C., Aníbal se suicidó en el exilio.

“Delenda est Carthago”

La paz devolvió la prosperidad a Cartago a tal grado que a los diez años la ciudad ofreció saldar la deuda. Sus implacables enemigos vieron en esa vitalidad y en las reformas políticas una gravísima amenaza. Todos los discursos que pronunció el envejecido senador romano Catón durante los dos años que precedieron a su muerte concluían con la frase “Delenda est Carthago” (Hay que destruir Cartago).

Por fin, en 150 a.E.C., una supuesta infracción del tratado de paz proporcionó a los romanos la excusa esperada para declarar la guerra a Cartago, un conflicto calificado de “guerra de exterminio”. Durante tres años sitiaron la ciudad con unos 30 kilómetros de fortificación, parte de la cual superaba los 12 metros de altura. Finalmente, en 146 a.E.C., las tropas romanas abrieron una brecha, avanzaron por las calles estrechas bajo una lluvia de proyectiles y entablaron un violento combate cuerpo a cuerpo. Los huesos que han hallado los arqueólogos bajo los bloques de piedra esparcidos constituyen un espantoso testimonio de lo sucedido.

Tras seis horribles días se rindieron los 50.000 ciudadanos hambrientos que se habían refugiado en Birsa, ciudadela fortificada ubicada en una colina. Hubo quienes se encerraron en el templo del dios Ešmun y lo incendiaron para no ser ejecutados o esclavizados. Los romanos prendieron fuego a lo que quedaba de la ciudad, la arrasaron, la declararon ceremonialmente maldita y prohibieron que volviera a ser habitada.

De ese modo, en ciento veinte años, Roma acabó con los sueños imperialistas de Cartago. “La verdadera consecuencia de la segunda guerra púnica iba a ser la forma que cobrara el próximo estado universal helénico: ser un Imperio Cartaginés o un Imperio Romano”, señaló el historiador Arnold Toynbee. “De haber vencido Aníbal —dice la Encyclopædia Universalis—, con toda seguridad habría fundado un imperio universal análogo al de Alejandro.” Resultó que las guerras púnicas marcaron el despegue del imperialismo de Roma, lo que la llevó a la dominación mundial.

El “África romana”

Cartago parecía haber llegado a su destino final. Sin embargo, solo un siglo después, Julio César decidió establecer allí una colonia. En su honor se la llamó Colonia Julia. Los ingenieros romanos movieron unos 100.000 metros cúbicos de tierra hasta nivelar el terreno con la colina de Birsa y formar una enorme plataforma que borrara los vestigios del pasado. En ella se erigieron templos y edificios públicos ornamentados. Con el paso del tiempo, Cartago se convirtió en ‘una de las ciudades más opulentas del mundo romano’, la segunda de Occidente en tamaño, después de Roma. Para satisfacer las demandas de sus 300.000 habitantes, se construyó un teatro, un anfiteatro, unos enormes baños termales, un acueducto de 132 kilómetros y un circo con capacidad para 60.000 espectadores.

A mediados del siglo II de nuestra era, el cristianismo llegó a Cartago y experimentó un rápido crecimiento. Tertuliano, famoso teólogo y apologista, nació allí sobre el año 155. A consecuencia de sus escritos, el latín se convirtió en el idioma oficial de la Iglesia occidental. Cipriano, obispo de Cartago del siglo III, quien concibió una jerarquía clerical de siete grados, murió en la ciudad como mártir en 258. Otro norteafricano, Agustín (354-430), considerado el mayor pensador de la antigüedad cristiana, desempeñó un papel decisivo en la fusión de la doctrina eclesiástica con la filosofía griega. La influencia de la Iglesia norteafricana fue tal que un clérigo afirmó: “Eres tú, oh África, la que adelanta con el mayor ardor la causa de nuestra fe. Lo que tú decides lo aprueba Roma y lo siguen los amos de la Tierra”.

Sin embargo, los días de Cartago estaban contados. Su destino volvió a verse unido al de Roma. A medida que el Imperio romano entraba en decadencia, se iba consumando el declive de Cartago. En 439, los vándalos la capturaron y la saquearon. Un siglo después cayó a manos de los bizantinos, lo que aplazó por poco tiempo su ejecución, pero finalmente la ciudad no consiguió resistir a los árabes que se extendían por el norte de África. En 698 fue tomada, y sus piedras se utilizaron para edificar Túnez. Durante los siguientes siglos, el mármol y el granito que en un tiempo la adornaron fueron saqueados y acabaron formando parte de las catedrales italianas de Génova y Pisa, y quizá hasta de la de Canterbury (Inglaterra). Cartago pasó de ser una de las ciudades más ricas y poderosas de antaño, un imperio que estuvo a punto de dominar el mundo, a verse reducida a un montón de escombros irreconocibles.

[Notas]

El nombre fenicio se deriva del vocablo griego fóinix, que significa tanto “rojo púrpura” como “palmera”. En latín se empleó poenus, que dio lugar al adjetivo púnico, sinónimo de “cartaginés”.

Fue tan estrecha la relación que durante siglos reinó entre cartagineses y etruscos, que Aristóteles afirmó que ambas naciones parecían un solo estado. La revista... - del 8 de noviembre de 1997, págs. 24-27, contiene más información sobre los etruscos.

“Los cartagineses llamaron África al territorio que circundaba Cartago, nombre que designó después a todas las regiones conocidas del continente. Los romanos lo conservaron cuando convirtieron el territorio cartaginés en una provincia romana.”
(Dictionnaire de l’Antiquité—Mythologie, littérature, civilisation.)




sábado, 17 de octubre de 2015

17 DE OCTUBRE DE 1945: COMO REFLEJARON LOS DIARIOS ESOS DÍAS

17 DE OCTUBRE DE 1945: COMO REFLEJARON LOS DIARIOS ESOS DÍAS

DIARIO LA CAPITAL

DIARIO LA EPOCA

TAPAS DIVERSAS

DIARIO LA RAZON

NOTICIAS GRAFICAS 17.10.1945

DIARIO CRITICA 18.10.1945




DIARIO CLARIN 18.10.1945

El 17 de octubre de 1945, a las 23. Desde el Balcón de la casa Rosada, habla el coronel Juan Perón…

El 17 de octubre de 1945, a las 23.
Desde el Balcón de la casa Rosada,
habla el coronel Juan Perón…



 "Trabajadores: hace casi dos años dije desde estos mismos balcones que tenía tres honras en mi vida: la de ser soldado, la de ser un patriota y la de ser el primer trabajador argentino. Hoy a la tarde, el Poder Ejecutivo ha firmado mi solicitud de retiro del servicio activo del Ejército. Con ello, he renunciado voluntariamente al más insigne honor al que puede aspirar un soldado: llevar las palmas y laureles de general de la Nación. Ello lo he hecho porque quiero seguir siendo el coronel Perón, y ponerme con este nombre al servicio integral del auténtico pueblo argentino. Dejo el sagrado y honroso uniforme que me entregó la Patria para vestir la casaca de civil y mezclarme en esa masa sufriente y sudorosa que elabora el trabajo y la grandeza de la Patria.

Por eso doy mi abrazo final a esa institución, que es el puntal de la Patria : el Ejército. Y doy también el primer abrazo a esa masa grandiosa, que representa la síntesis de un sentimiento que había muerto en la República : la verdadera civilidad del pueblo argentino. Esto es pueblo. Esto es el pueblo sufriente que representa el dolor de la tierra madre, que hemos de reivindicar. Es el pueblo de la Patria. Es el mismo pueblo que en esta histórica plaza pidió frente al Congreso que se respetara su voluntad y su derecho. Es el mismo pueblo que ha de ser inmortal, porque no habrá perfidia ni maldad humana que pueda estremecer a este pueblo, grandioso en sentimiento y en número. Esta verdadera fiesta de la democracia, representada por un pueblo que marcha, ahora también, para pedir a sus funcionarios que cumplan con su deber para llegar al derecho del verdadero pueblo.

Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he sentido una enorme satisfacción: pero desde hoy, sentiré un verdadero orgullo de argentino, porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la Patria. Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que ese pueblo a quien yo sacrificara mis horas de día y de noche, habría de traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien lo ayuda. Por eso, señores, quiero en esta oportunidad, como simple ciudadano, mezclarme en esta masa sudorosa, estrecharla profundamente en mi corazón, como lo podría hacer con mi madre. (En ese instante, alguien cerca del balcón le gritó: ¡un abrazo para la vieja!) Perón le respondió: Que sea esta unidad indestructible e infinita, para que nuestro pueblo no solamente posea una unidad, sino para que también sepa dignamente defenderla. ¿Preguntan ustedes dónde estuve? ¡Estuve realizando un sacrificio que lo haría mil veces por ustedes! No quiero terminar sin lanzar mi recuerdo cariñoso y fraternal a nuestros hermanos del interior, que se mueven y palpitan al unísono con nuestros corazones desde todas las extensiones de la Patria. Y ahora llega la hora, como siempre para vuestro secretario de Trabajo y Previsión, que fue y seguirá luchando al lado vuestro para ver coronada esa era que es la ambición de mi vida: que todos los trabajadores sean un poquito más felices.

Ante tanta nueva insistencia, les pido que no me pregunten ni me recuerden lo que hoy ya he olvidado. Porque los hombres que no son capaces de olvidar, ni merecen ser queridos y respetados por sus semejantes. Y yo aspiro a ser querido por ustedes y no quiero empañar este acto con ningún mal recuerdo. Dije que había llegado la hora del consejo, y recuerden trabajadores, únanse y sean más hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse nuestra hermosa Patria, en la unidad de todos los argentinos. Iremos diariamente incorporando a esta hermosa masa en movimiento a cada uno de los tristes o descontentos, para que, mezclados a nosotros, tengan el mismo aspecto de masa hermosa y patriótica que son ustedes.

Pido, también, a todos los trabajadores amigos que reciban con cariño éste mi inmenso agradecimiento por las preocupaciones que todos han tenido por este humilde hombre que hoy les habla. Por eso, hace poco les dije que los abrazaba como abrazaría a mi madre, porque ustedes han tenido los mismos dolores y los mismos pensamientos que mi pobre vieja querida habrá sentido en estos días. Esperamos que los días que vengan sean de paz y construcción para la Nación. Sé que se habían anunciado movimientos obreros; ya ahora, en este momento, no existe ninguna causa para ello. Por eso les pido, como un hermano mayor, que retornen tranquilos a su trabajo y piensen. Y hoy les pido que retornen tranquilos a sus casas, y esta única vez, ya que no se los puedo decir como secretario de Trabajo y Previsión, les pido que realicen el día de paro festejando la gloria de esa reunión de hombres que vienen del trabajo que son la esperanza más cara de la Patria.

He dejado deliberadamente para lo último, el recomendarles que antes de abandonar esta magnífica asamblea, lo hagan con mucho cuidado. Recuerden que entre todos hay numerosas mujeres obreras, que han de ser protegidas aquí y en la vida por los mismos obreros; y finalmente, recuerden que estoy un poco enfermo de cuidado y les pido que recuerden que necesito un descanso que me tomaré en el Chubut ahora, para reponer fuerzas y volver a luchar codo a codo con ustedes, hasta quedar exhausto si es preciso. Pido a todos que nos quedemos por lo menos quince minutos más reunidos, porque quiero estar desde este sitio contemplando este espectáculo que me saca de la tristeza que he vivido en estos días".


Raúl Scalabrini Ortiz: ‘Era el subsuelo de la patria sublevado’

"Era el subsuelo de
la patria sublevado"




 “Un pujante palpitar sacudía la entraña de la ciudad. Un hálito áspero crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes iban llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los Talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones de acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas... Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de tambo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor el mecánico de :automóviles, el tejedor, la hilandera y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación que asomaba".


Raúl Scalabrini Ortiz

TESTIMONIOS DE PARTICIPANTES DEL 17 DE OCTUBRE DE 1945

TESTIMONIOS DE PARTICIPANTES DEL 17 DE OCTUBRE DE 1945



HACE UNOS AÑOS SE PUBLICARON ESTOS TESTIMONIOS DE GENTE QUE PARTICIPÓ DEL 17  DE OCTUBRE DE 1945

Juan Adolfo Flury es un  vivaz  y memorioso militante de 81 años que vive desde hace 48  años en Ciudad Evita, donde conduce desde 1953,  la Unidad Básica “Evita Eterna”, y participó del 17 en la Plaza de Mayo. Así lo contó:

En 1945 yo ya trabajaba políticamente en los cuadros denominados “Soldados de Perón” que tenían la misión específica de mantener las pintadas en todos los barrios de Capital Federal.

Estos trabajos se hacían de noche y los había creado el Coronel Domingo Mercante. Comenzamos en 1943 y para el 45 ya éramos una masa concientizada. Yo viví el 17 de Octubre como uno más, porque era muy grande la alegría y la afluencia de gente. La mañana de ese día nos juntamos todos los muchachos del grupo y comenzamos a avisar a todos los obreros que había que salir. Yo trabajaba en la firma Bonafide como encargado de control de calidad y no quedó nadie en la fábrica. Recuerdo que después me echaron de ahí por hacer cumplir las leyes laborales.
--¿Se pasaron todo el día en la Plaza de Mayo?
-- Sí, nadie se movió de su lugar. Los bolicheros de los alrededores no daban algún sanguchito y agua para aguantar. De alguna forma fue una fiesta, nunca vi algo así. No había ninguna información oficial, pero cuando a la noche  se corrió la voz de que venía el General, la gente  saltaba, cantaba, lloraba. Cuando recuerdo esos años.. se vivía tranquilo y con respeto. Para mí, nunca habrá otro 17 de Octubre...
--¿ Por qué cree usted que se genera el 17 de Octubre?
--Este cambio se dio porque el estado de la gente era tremendo, había mucha pobreza, mucha pasividad. El obrero soportaba toda con estoicidad, se aguantaba horas y horas parado frente a un cartel que pedía 2 obreros pero recién al otro día. Era tanta la pobreza, que la que hay ahora ya no me asusta. Eso fue generando una conciencia que está muy bien expresada en la Doctrina Peronista, ésa que muchos peronistas olvidaron y otros ni la conocen. Hoy eso de que “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista” ya no existe más. Hoy si usted dice que es peronista le preguntan primero de qué Línea es... a quien responde...

LOS RECUERDOS DE PERON Y EVITA
¿ Usted vió a Perón antes y después del 17, Flury?  
--Sí, antes del 17 dos veces porque, como le dije, formábamos el grupo²Soldados de Perón², pero luego comencé a trabajar en la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación con excelentes periodistas como Enrique Portugal, José Ramón Luna, Gastón Talamón y los hermanos Sojit, entre otros. Como yo era un hombre de confianza a menudo llevaba mensajes directamente al General. Para mí era muy fácil verlo, pero siempre me emocionaba y casi ni podía hablar. Era un tipo que se sonreía y lo cautivaba a uno.

Después vino Evita, entonces Perón pasó a un plano superior, al de las grandes realizaciones del país, y ella quedó en el aspecto social. Era una mujer absorbente que no aceptaba errores y que exigía el cumplimiento al momento de los pedidos de los pobres. ¡Y guay que alguno despreciara a su gente! Una vez fui a  Tucumán con ella en el tren que paró fuera de la estación.

La gente quería verla, tocarla, darle cosas... Una viejita no podía pasar entre la gente con un plato para ella, tapado con un repasador. Evita la vió y la llamó, así la viejita pudo entregarle unas empanadas que le había hecho. Uno de la comitiva dijo: ¿Tanto lío esta vieja por unas empanadas? Evita lo escuchó y lo mandó bajarse del tren y volver a Buenos Aires, despedido.

Ése era el respeto que ella tenía por la pobreza. Se desesperaba cuando no podía hacer algo por un chico desnudo, trabajaba muchas horas y no comía normalmente. Comía y trabajaba al mismo tiempo.

Un día Evita me preguntó: “¿Qué necesita Flury?”.”Una casa señora”, le dije, porque vivía en una piecita con cocina con mi esposa en Flores. Así vine en el ´52 a la sección 1°, Circunscripción 1°. De esta hermosa Ciudad Evita que es un ejemplo de obra los obreros y  nunca se terminó y  además, está abandonada.





ESTABA EMBARAZADA PERO IGUAL FUI

   A Perón lo habían llevado preso a Martín García y había orden de que no se diera ninguna noticia al pueblo, pero nos enteramos por Radio Colonia dónde estaba. Mi marido me avisó que se iba a la Plaza de Mayo y me dijo que me quedara porque estaba embarazada de cinco meses.

Nosotros vivíamos en la calle Esmeralda al 600 y me metí en una caravana donde iban hombres y mujeres mezclados. Unos muchachos me hicieron como una cadena cuando me vieron para que nadie me empujara ó golpeara. Llegamos a la Plaza y nos quedamos a la altura de la Catedral, después me ubiqué más en el centro de la Plaza, solita, sin saber dónde estaba mi marido.

La gente estaba enardecida pero sin provocar ningún desmán. Empezaron a correr rumores de que ya lo traían y salió al balcón el General Farrell diciendo que Perón estaba viniendo...




Así contaba su testimonio la Sra. Juana Álvarez de Pérez, una simpática tucumana de 80 años que vive en Ciudad Evita desde 1952.

 Nadie le creía al Coronel Farrell, sólo queríamos verlo vivo a Perón. Así pasaron las horas y después de las 8 de la noche se asomó por una ventana y nos gritó² Hola, compañeros!!. Ahí fue un sólo grito y una ovación. Perón sí, otro no, gritaban.

Después, habló Farrell y otra persona que no recuerdo quién era, y al final, Perón!!  Cantamos el Himno y así la gente fue calmándose.

Bueno, ahora vayan tranquilos para sus casas, nos pedía el general. Entonces todos gritaban: Mañana San Perón!!. Y así fue...

El regreso se me hizo difícil, porque era tanta la gente que había llegado de todas partes, que recién llegué a las cinco de la mañana a mi casa.

Imagínese, ¡¡quién iba a dormir esa noche!!

TESTIMONIO DE ARTURO JAURETCHE DEL 17 DE OCTUBRE

TESTIMONIO DE ARTURO JAURETCHE DEL 17 DE OCTUBRE


o
Empezó entonces esa marcha increíble, gente que vino desde La Plata, columnas que venían a pie, desde todos los ángulos… Pedro Arnaldi, hombre de FORJA, que se movía treinta votos en Gerli, a la mañana del 17 de octubre pasó el puente Pueyrredón con su bandera al frente de diez mil almas… Y en todas las provincias se producía el mismo fenómeno.
Aquello era el enfrentamiento entre la Argentina conocida y la Argentina desconocida. Era como si aquellos estratos considerados definitivamente inferiores por los viejos sectores conocidos del país, hubieran tocado de pronto el primer plano de la escena… El 17 de octubre fue un "Fuenteovejuna": nadie y todos lo hicieron. Lo hizo Evita que se movió interesadamente, lo hizo mercante también, lo hizo Cipriano Reyes que actuó con mucha eficacia, lo hizo Colom, lo hicieron los cañeros de Tucumán que estaban en huelga desde el día antes… Se llenó la Plaza de Mayo, se lleno sobre una corriente que duró todo el día y Buenos Aires se convirtió en una especie de fiesta, de columnas que desfilaban con banderas que recorrían la ciudad sin romper una luz, ni una vidriera y cuyo pecado más grande fue lavarse las patas en las fuentes de Plaza de Mayo porque habían caminado 15, 20, o hasta 30 kilómetros o más en algunos de ellos.
El General Velazco tuvo fundamental importancia. El le indicó al Coronel Mujica, que acababa de ser relevado como Jefe del 3ro de Infantería con asiento en Arsenal, en la calle Brasil, que fuera y tomase el regimiento cosa que hizo y esto explica que los piquetes del 3ro Infantería que cuidaban los puentes y los tenían levantados, los bajaran permitiendo el paso sobre el Riachuelo. A su vez, Velazco se fue a la Policía y la tomó de hecho. Se instaló en el hall y la policía le obedecía a él y el Jefe de Policía, que creo que era Mittelbach, estaba en su despacho creyendo que dirigía a la policía cuando desde el hall, Velazco le interceptaba todas las comunicaciones y manejaba todo. Esto permitió que hasta los agentes de policía, que por otra parte, tenían su corazoncito, se plegaran al movimiento y marcharan muchos de ellos, delante de las columnas revoleando los cascos. La oficialidad estaba en posición nacional y no quería ser más instrumento de la trampa. Perón se había hecho caudillo del Ejército, de un gran sector del ejército, para el cual representaba el orden y la revolución al mismo tiempo. Porque el proceso de formación peronista es muy curioso: es una revolución popular y al mismo tiempo, oficialista. La revolución que sale al encuentro del pueblo y el pueblo que va al encuentro de la revolución. Era el fin de una época y el principio de otra y eso es lo que no han comprendido los antiperonistas.
El país nuevo ya no cabía en el esquema simple de la economía agroimportadora… La nueva realidad no cabe ni en el sindicalismo, ni los partidos políticos preexistentes, sobre todo desde la desnaturalización del Yrigoyenismo, a través del Alvearismo, ha hecho de ese partido uno más de los viejos partidos de la estructura colonialista.
La Argentina se estaba poniendo los pantalones largos y los viejos sectores dominantes se empeñaban en mantener al "nene" con los pantalones cortos…El 17 de octubre, más que representar la victoria de una clase, es la presencia del nuevo país con su vanguardia más combatiente y que más pronto tomó contacto con la realidad propia, por carencia de los factores limitativos de la comprensión histórica que opera desde la superestructura cultural del coloniaje. El episodio de la ocupación de Buenos Aires por las multitudes de la cintura porteña es la consecuencia de que lo viejo que no comprendía al país nuevo, tampoco se dio cuenta de que ya no podía representar la dirección del país mientras discutía sus rivalidades, el nuevo actor tomó posesión del escenario. Lo demás es anecdótico. Todo lo hizo la multitud anónima, sin plan ni organización. Podría decir que Eduardo Colom en la Plaza de Mayo y en la Casa de Gobierno fue el que movió el pulso de la hora. Que el General Velazco, apoderado de hecho de la Jefatura de Policía y el Coronel Mujica, el 3 de Infantería, fueron piezas maestras en los episodios. Pero el hecho fundamental fue la multitud que ya no se irá de la historia, por más que se empeñen en ponerle los pantalones cortos al país nuevo.
Era el fin de una época y el comienzo de otra. Eso fue lo que no comprendieron los antiperonistas. Se podían tener desacuerdos en cuestiones tácticas o estratégicas y hasta en cuestiones programáticas, pero a partir de ahí había que hacer borrón y cuenta nueva y empezar otra historia. Porque el país ya era otro país y no quisieron entenderlo.


TESTIMONIO DE LEOPOLDO MARECHAL DEL 17 DE OCTUBRE

TESTIMONIO DE LEOPOLDO MARECHAL DEL 17 DE OCTUBRE


o
Era muy de mañana... El coronel Perón había sido traído ya desde Martín García.
Mi domicilio era este mismo de la calle Rivadavia. De pronto me llegó desde el oeste un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y cantando por las calles Rivadavia: el rumor fue creciendo y agitándose, hasta que reconocí primero la música de una canción popular y enseguida su letra: "Yo te daré/ te daré, Patria hermosa/ te daré una cosa,/una cosa que empieza P/ ¡Peróooon!" Y aquel Perón retumbaba periódicamente como cañonazo... Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí, y ame a los miles de rostro que la integraban; no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina "invisible" que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas y que no bien las conocieron le dieron la espalda. Desde aquellas horas me hice peronista....


TESTIMONIO DE JOSÉ MARÍA ROSA DEL 17 DE OCTUBRE

TESTIMONIO DE JOSÉ MARÍA ROSA DEL 17 DE OCTUBRE


o
Vi episodios entre dramáticos y risueños frente al edificio donde estaba entonces el Club del Progreso, en Avenida de Mayo al 600 un señor de edad trajeado a la antigua, de galera, cuello palomita y chaleco (seguramente un socio de la institución), apoyado en su bastón, con las dos manos atrás, contemplaba el curioso espectáculo. Uno de los descamisados que marchaba por la vereda, dio un golpe con el pie al bastón haciendo caer al anciano. Este se levantó y dio un bastonazo en la cabeza al insolente, que cayó al suelo. Los manifestantes de la calle al ver a su compañero caído, corrieron hacia él, produciendo un desparramo. El caballero de la galera y el bastón no escapó: esgrimiendo su palo esperó la acometida. Yo, y supongo que todos, lo dimos por muerto. Los descamisados llegaron hasta el caído, lo ayudaron a levantarse: "¡No te hemos dicho que hay que andar con cultura, caracho!… ¡Discúlpelo, señor!":
Comprendí que esa gente de bromas infantiles y procederes hidalgos, que se burlaba de lo ridículo pero respetaba lo respetable, que atravesaba el Riachuelo a nado, que venía de los más apartados arrabales para jugarse por un amigo, era mi gente, sentía la vida como yo, tenía mis valores, no se manejaba por palabras sino por realidades: era el Pueblo, mi pueblo, el pueblo argentino, el pueblo de la Revolución de los Restauradores, de las invasiones inglesas y las jornadas de 1810, el pueblo de la noche del 5 al 6 de abril de 1811; el pueblo tantas veces mencionado en los programas de los partidos políticos y en los editoriales de los diarios con frases de retórica. No era una entelequia: era algo real y vivo. Comprendí donde estaba el nacionalismo. Me vi multiplicado en mil caras, sentí la inmensa alegría de saber que no estaba sólo, que éramos muchos.
Compartí su alegría, comprendí que mi lugar estaba con ellos. Algunas cosas me habían alejado de Perón, pero eran minucias ante esa inmensa realidad; cosas accidentales que no podía anteponer a lo esencial. Lo importante era que el pueblo siguiera a Perón, como a los grandes caudillos de otros tiempos que Perón tuviera los mismos enemigos de los caudillos, pagados de palabra, o interés, incapaces de sentir el latido de lo grande. Comprendí que la voz del pueblo era la voz de Dios, que el pueblo ama, y los enemigos del pueblo odian; porque Dios se hizo hombre entre los humildes y se rodeó de humildes para predicar la Verdad. En el pueblo estaba la verdad, no en el mundo de las apariencias y las frivolidades.
Mas allá lo vi a Jauretche, impresionado por el espectáculo, pero algo apesadumbrado: "Estos sienten como nosotros, piensan como nosotros, pero ninguno nos conoce; si fueran enemigos ya nos hubieran apaleado". Formamos un grupo de nacionalistas y forjistas junto a las arcadas del Cabildo. En ese mismo lugar ciento treinta y cuatro años antes los orilleros de la noche del 5 al 6 de abril vinieron a darle sentido nacional a la Revolución que los doctores no sabían conducir. "El subsuelo de la Patria sublevado" lo definiría con acierto Raúl Scalabrini; "No hay rencor con ellos - observaría Leopoldo Marechal - sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder". Pero no todos sentían ese latido de patria como nosotros.
"¡Es un carnaval!" lo define alguno ante las protestas de Marechal para quien a la Patria debía amar en esas caras concretas y no en figuras literarias. "Si fuera un carnaval sería triste, como son nuestros carnavales; pero esto es alegre es otra cosa" corregiría, creo, Jauretche. "¿Quién lo habría organizado? ¿Evita, Mercante, el Capitán Russo, la CGT…?" preguntó otro. "Sólo un genio pudo haberlo hecho, por eso creo que no lo organizó nadie".


viernes, 16 de octubre de 2015

CAZA DE TIGRES 1808 RELATO DE JULIÁN MELLET

CAZA DE TIGRES 1808


RELATO DE JULIÁN MELLET

En pocas palabras voy a dar al lector una idea de la manera cómo los habitantes dan caza a los tigres.
Cuarenta hombres, que llaman gauchos, y algunas veces un mayor número, se dirigen a caballo a los alrededores de sus guaridas, perfectamente conocidas de ellos, y logran con grandes gritos hacerlos salir de los escondrijos de las piedras donde se encuentran. Asustados los tigres se lanzan al llano o a las cañadas; y entonces, esos hombres que manejan sus caballos con destreza incomparable, se dirigen a todo escape hacia los tigres para cogerlos. Para ese efecto, se sirven con habilidad sin igual de lazos de cuero de 18 a 20 brazas de largo y del grueso de una pulgada; en la extremidad de cada lazo hay una lazada que arrojan al cogote del tigre. Si logran enlazarlo, hacen correr sus caballos a todo lo que dan a fin de estrangular al tigre con la arrastrada; pero si en las primeras tiradas del lazo fallan, emplean en seguida otros más cortos y delgados en cuyas extremidades hay tres piedras, dos de las cuales son del grueso de una naranja, cosidas en la punta de un cordón de cuerdas tejidas en forma de cadena de reloj; cogen una de esas piedras, es decir, la más chica —lo menos la mitad de las otras— cubierta con una especie de vejiga por todas partes, y después de pasar la cuerda entre los dedos con un movimiento de brazo semejante al de disparar la honda, arrojan el todo sobre el tigre y logran así maniatarlo hasta la distancia de trescientos pasos. Cuando han conseguido su objeto, bajan del caballo y traspasan al tigre con una lanza o un puñal de que van provistos.
A pesar de su agilidad y de toda la destreza que da un hábito continuado, algunas veces son víctimas del animal que se les ha escapado. A menudo sucede que el tigre está de tal modo enfurecido que cae de un solo salto sobre el cazador en desgracia, lo derriba del caballo y al instante lo devora si sus compañeros no vienen pronto en su auxilio.

Estos cazadores llevan por toda vestimenta una camisa y pantalón muy ancho, con cinturón donde colocan su puñal o cuchillo de caza.

EL ORIGEN DEL SALUDO ROMANO DE UN BRAZO EN ALTO

EL ORIGEN DEL SALUDO ROMANO DE UN BRAZO EN ALTO

El origen del saludo romano, ese del brazo en alto, no está claro. Existen pocas evidencias de que fuese utilizado regularmente por los legionarios. En efecto, la clásica escena de allocutio (la arenga del general a sus tropas) suele mostrar al orador con el típico gesto retórico de la palma abierta, con el brazo ligeramente levantado como pidiendo atención o silencio; así:
 En ocasiones también los soldados elevan sus manos y extienden las palmas, en señal de aclamación. Es posible que escenas como estas inspirasen a los autores posteriores a la hora de describir el saludo de las tropas romanas, tanto más a finales del siglo XVIII cuando los revolucionarios franceses gustaban, como señala Marx, "disfrazarse de romanos".
En este cuadro, por ejemplo, vemos a los convencionales franceses jurar, palma en alto, en el Frontón, no separarse hasta dar a Francia una Constitución:

  en un gesto que, pocos años después, David traslada a la antigua Roma en su cuadro "El Juramento de los Horacios":
, obra clásica de la imaginería neoclásica y luego romántica, sobre las historias del mundo antiguo que, hoy sabemos, dista mucho de reflejar la realidad de ese mundo lejano y desaparecido.
En el siglo XIX el socialista Edward Bellamy populariza el saludo romano como gesto de lealtad en su "Juramento a la Bandera" (pledge of allegiance) una de cuyas fases es descrita de esta manera: the right hand is extended gracefully, palm upward, toward the Flag... (The Youth’s Companion, 65 (1892): 446–447). Este gesto fue utilizado en las escuelas norteamericanas hasta la década del 40 cuando fue reemplazado por la mano en el pecho paras evitar las asociaciones con el nazismo que, en ese momento, se combatía en la Segunda Guerra Mundial.
Hoy parece evidente que no existió tal saludo en la Antigüedad, mucho menos como expresión estandarizada de adhesión. Algunos autores, ignoro por qué causas, lo reemplazan por un golpe del puño en el pecho (como en la miniserie Roma) gesto que parece evocar los rituales de adoración paganos pero que, por lo que sé, carece de documentación que lo avale. Murales recientes, citados por Lago en su magnpifica página web "Las Legiones de César" (http://www.historialago.com/leg_01135_preguntas_01.htm) parecen indicar que el gesto más común era, al menos en la infantería, muy parecido a la venia de los actuales militares: 
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El uso fascista de este saludo se remonta a Mussolini y dos de sus obsesiones; la grandeza de Roma antigua, de la cual pretendía ser el continuador, y el cine. Allá por los años veinte eran muy populares las películas llamadas "peplum" (por el abuso de esta prenda de vestir clásica), especialmente las protaonizadas por un carácter de ficción conocido como Maciste, quien aparece primero en Cabiria una produción de estilo épico, y luego adquiere peso propio en la incipiente cultura "pop" de la época. Maciste era el Schwarzenegger de los veinte; atlético, sin demasiado cerebro, pura acción y puro músculo.
Ahora bien, Il Duce admiraba a Maciste, y hasta gustaba de ser adulado por un supuesto parecido físico con el "héroe", quien muchas veces aparecía como un guerrero romano haciendo el clásico saludo del brazo en alto. Por la misma época el poeta nacionalista D'Annunzio (guionista de Cabiria) también había popularizado el supuesto gesto. Como en un engarce perfecto la imagen idealizada de los romanos, poderosos y fuertes, se difundía a través del cine, la "más poderosa arma de guerra" (Benito Mussolini dixit) y llegaba a millones de italianos desesperados y atemorizados. Sobre este cuadro ya diseñado trabajó la propaganda fascista  re creando el saludo hasta convertirlo en un símbolo de adhesión al régimen y a su "duce".
Hitler, y luego como triste tercer imitador Franco, copiaron este gesto; aduciendo, el primero que era también un ritual de los antiguos germanos: .

Respecto de tu indignación (¿no te parece un término un poco fuerte?) me animo a decir que no tienes motivo. Un símbolo no vale nunca por sí mismo, sino por lo que representa; el saludo romano, al igual que la esvástica, ha quedado irremediablemente ligado a los crímenes del fascismo y me atrevo a decir que está bien que así sea pues, ante su manifestación (como en el caso de Di Canio), la sociedad reacciona recordando algo que nunca debe de ser olvidado: un ademán, en apariencia inocente o de remedo histórico, puede ser el comienzo de algo brutal. Somos humanos y nos comunicamos con símbolos y signos (algún día matizaremos al respecto) los cuales nunca son meramente gestos...