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sábado, 16 de marzo de 2019

Felipe Pascual Pacheco EL TIGRE DE QUEQUÉN, UN BANDIDO RURAL

Felipe Pascual Pacheco EL TIGRE DE QUEQUÉN, UN BANDIDO RURAL                             

Felipe Pascual Pacheco EL TIGRE DE QUEQUÉN, UN BANDIDO RURAL


Felipe Pascual Pacheco EL TIGRE DE QUEQUÉN, UN BANDIDO RURAL

Realidad y fantasía se confunden en la vida del personaje de Gutiérrez. Hubo quien creyó que fue tan sólo una invención del folletinero porteño, luego plasmada -y popularizada- en un libro cuya portada muestra el grabado de un gaucho huyendo de la partida.



Pero lo cierto es que existió. Así lo demuestran los ex- pendientes judiciales consultados de diversos partidos bonaerenses y, últimamente, en el archivo histórico de la ciudad de La Plata. Aunque, tal vez, una gran parte de su leyenda corresponda exclusivamente a la frondosa imaginación de Gutiérrez.

El comienzo de la vida errante y desordenada de Felipe Pacheco tiene características en común a la de tantos gauchos de la época: un pleito lo llevó a defender su hombría a punta de facón. Este fue el detonante de una serie de desencuentros con la justicia, donde, obviamente, la brutalidad de las autoridades cumplieron importante rol.

En el año 1866 se le inicia a Pacheco una causa criminal por una muerte hecha en el partido de la Lobería. Dice el escrito "que el criminal ha desaparecido y abandonado sus bienes y familia" (tenía 6 hijos). Fue detenido tiempo más tarde en Tres Arroyos y llevando a la cárcel de Dolores donde es condenado a 10 años de prisión. Al ser conducido a Buenos Aires, logra escapar del piquete que lo conducía.

Pacheco se reúne nuevamente con su familia y se establece en la estancia de un fuerte hacendado, A. Zubiarre (cerca de la actual ciudad de Necochea). Allí cuida su rodeo y algunas tropillas de su propiedad. Es conchabado como resero y recorre con este oficio varios partidos del centro sur de la provincia de Buenos Aires. A menudo; en pulperías o campamentos de troperos, debe responder-a rebencazos, como era de rigor- a las bravuconadas de paisanos provocadores o de simples pleiteros en busca de gloria. Cada "hazaña' de Pacheco -verificada o no- ;acrecentaba su fama de matrero. Fue tildado de ladino, pendenciero y malentretenido. Perseguido durante años y por el odio que le inspiraron los hombres, estableció su real en una cueva de las barrancas del río Quequén. Por su fiereza y habilidad, para salir airoso de cuanta celada le era preparada, fue apodado "el Tigre del Quequén". En diciembre de 1875, el comisario Luis Aldaz, rudo personaje de la campaña, en un descuido del "Tigre", consigue atraparlo en su propia guarida. Así terminaba su carrera de gaucho alzado.

Felipe Pascual Pacheco EL TIGRE DE QUEQUÉN, UN BANDIDO RURAL   Fue acusado, en la oportunidad, por el propio Aldaz, como "uno de esos criminales que solamente con su presencia aterroriza... autor de 14 asesinatos alevosos y de tener familia con sus propias hijas".

En realidad, sólo se le pudo imputar un asesinato y una fuga. Al mayúsculo cargo de incesto, el juez lo desechó de plano. También expresaba el Dr. Aguirre, que "de los demás crímenes atribuidos a Pacheco, no había ningún elemento para imputárselos". Sobreseía a éste y que "debía cumplir la sentencia en la Penitenciaría de Buenos Aires por el hecho de 1866". Lugar donde ingresó Felipe Pacheco en diciembre de 1876.
                            


Fuente: www.lagazeta.com.ar

sábado, 27 de febrero de 2016

FRANCISCO ANTONIO LAUREANA Sátiro de San Isidro, el serial de San Isidro, el "Caníbal", el asesino de las seis de la tarde, el asesino serial que la historia argentina se empeñó en ocultar, “El Sátiro de San Martín”, el predador de San Isidro, son distintas formas en que se denomina al asesino más prolífico del país, y a la vez, menos conocido.

FRANCISCO ANTONIO LAUREANA

FRANCISCO ANTONIO LAUREANA

Sátiro de San Isidro, el serial de San Isidro, el "Caníbal", el asesino de las seis de la tarde, el asesino serial que la historia argentina se empeñó en ocultar,  “El Sátiro de San Martín”, el predador de San Isidro, son distintas formas en que se denomina al asesino más prolífico del país, y a la vez, menos conocido. 

Quizas por ello no trascendió a la historia con un único nombre, como la mayoría de los asesinos seriales.

Francisco Laureana era un ciudadano común que se ganaba la vida como artesano y formó una familia a la que amaba. Pero cada atardecer, se transfiguraba en un asesino impiadoso.

Laureana nació en Corrientes en 1952, su infancia trascurrió como interno en un colegio católico en la ciudad de Corrientes, fue seminarista en una orden religiosa, lugar del que huyó luego de haber violado y ahorcado a una monja en las escaleras del establecimiento. La dejó colgada del techo con una soga.

En julio de 1974 se mudó a la ciudad de San Isidro 

Era un artesano que esculpía hermosas figuras de madera, figuras gauchescas, ceniceros y caballitos y las vendía en un puesto de la Feria de San Isidro, sobre el parque arbolado que está frente a la Catedra. Las imitaciones de tótems y los gauchos que tallaba con un torno le habían hecho ganar el respeto de comerciantes y clientes. Quienes lo conocieron lo definieron como un “sujeto huraño, callado, de mirada torva y analfabeto”. Sus compañeros de trabajo comentaban que parecía ser un hombre muy serio, reservado y quizás un poco huraño. “Un tipo tímido”, lo definió la mujer que ofrecía sahumerios y velas caseras en la caseta de al lado.

El artesano se había casado doce años atrás y tenía tres hijos. Todas las tardes, antes de salir hacia la plaza, le recomendaba a su esposa que cuidara a los chicos: “No los saqués a la calle porque andan muchos degenerados dando vueltas”. Acaso por esta sugerencia, o por el carácter sereno que había exhibido hasta ese momento, ni la mujer ni los feriantes podían creer lo que la Policía Bonaerense les reveló el 27 de febrero de 1975: un asesino serial que en los últimos diez meses había violado a quince mujeres y niñas y matado a once de ellas.

Casi todos los días miércoles y jueves cerca de las 6 de la tarde desaparecían una mujer o una niña en la ciudad y sus cuerpos sin vida eran encontrados poco tiempo después en baldíos, con signos de haber sido violadas y asesinadas salvajemente, en algunos casos estranguladas y en otros asesinadas con un revólver calibre 32. 

Laureana se desplazaba en un FIAT 600, se hallaron en ese auto un  pistolón calibre 14 y una pistola calibre 7,65 mm.

Sus víctimas eran mujeres que tomaban sol en los chalés o que esperaban en paradas de colectivo. Las violaba, las estrangulaba y les arrancaba partes del cuerpo a mordiscones. Los peritos lo definieron como un sádico sexual. Todas las mujeres atacadas eran jóvenes, bonitas y rubias.

Eso es típico de un asesino en serie que considera que los humanos son un objeto de su propiedad, sus piezas privadas. Sentía excitación cuando mataba sin piedad. Con su fuerza bestial deshacía los cuellos.

El «sátiro» siempre robaba algo a su víctima, como un anillo, una pulsera, una cadenita, etc., que nunca vendía, sino que guardaba en una bota en su casa para mantenerlos como trofeos. 

Cuando allanaron su casa, en el interior de una bota, encontraron pequeños anillos y aros que habían sido robados a las víctimas de los ataques. Los conservaba para 'recordar a cada una de sus víctimas, era un fetichista', diría un investigador policial.

En ocasiones regresaba semanas después al mismo lugar para revivir el momento del crimen.

Debido al modus operandi repetido, la policía y el experto forense Osvaldo Raffo creyeron que las muertes podrían ser obra de un solo individuo.

Después de cometer uno de los homicidios, un testigo lo vio huyendo por los techos de una casa, pero el homicida le disparó con su arma. El testigo resultó ileso y fue clave para confeccionar un identikit del sospechoso que empezó a circular por toda la ciudad.


FRANCISCO ANTONIO LAUREANA
"Altura: 1,70; andar: ágil y esbelto; acento: norteño o de país limítrofe". Esas eran algunas de las descripciones que acompañaban un dibujo del rostro de un hombre que poco a poco se fue difundiendo entre los vecinos de San Isidro. Ese partido bonaerense era la zona de caza del "depredador".

El identikit fue realizado a partir del relato de un vecino que intentó correr al serial cuando escapaba por los techos de una casa. "Jamás olvidaría ese rostro", fue lo que dijo el testigo que recibió un disparo cuando quiso cruzarse en el camino del criminal. Para entonces ya había violado y matado a una decena de mujeres, aunque nunca pudo probarse la cantidad exacta de ataques.

"La policía de la provincia de Buenos Aires solicita al vecindario, en el caso de observarse circular por las arterias de la zona a personas cuyas características fisionómicas guarden similitud con la imagen, se de inmediato aviso telefónico a la dependencia mas cercana", decía el texto que acompañaba esta imagen.

El caso más resonante ocurrió el miércoles 23 de noviembre de 1972. La víctima fue Diana Goldstein, de 23 años. Era rubia, alta, linda, de ojos celestes, estudiaba periodismo y trabajaba en la fábrica de colchones de su padre. La encontró un canillita en el jardín de un vecino de la víctima, entre rosales y cipreses, en un chalé de Emilio Mitre 134, en Martínez.

La chica tenía un pulóver rojo y una pollera negra destrozados y le faltaban partes del cuerpo. 

La autopsia, hecha por Raffo, determinó que murió estrangulada, tras ser violada a pocas cuadras del lugar donde fue encontrado el cuerpo. Le faltaba un tercio de la lengua, el labio inferior, una parte de una mejilla, piel de la mano derecha, en el cuello y la punta de la nariz. 

Su padre había denunciado la desaparición la noche anterior. 

“ Era una hippie, le gustaba cantar en las fiestas, vestía de modo estrafalario”, dijo una vecina.

Al principio, la Policía detuvo a cuatro ex presuntos amantes de la chica: uno de ellos se hizo pasar por pianista en un crucero que la joven hizo a Río de Janeiro. Los liberaron. Los criminalistas confeccionaron una dentadura sobre la base de las mordidas que dejaba en el cuerpo de sus víctimas. Así eliminaron a 24 sospechosos, tras comparar las piezas dentales. “ Las mordidas eran violentísimas”, recuerda Raffo.

No era un crimen pasional; estaban en presencia de un asesino serial que mataba por períodos, respetando lo que los criminalistas llaman etapa de “ cool-off ” o de enfriamiento. 

Para atraparlo le pusieron varios anzuelos: policías con peluca rubia y mujeres tomando sol en piletas. Nunca lo mordió.

Su último ataque no llegó a consumarse: el jueves 27 de febrero de 1975 a la tarde. Ese día Laureana volvió a atacar, se trataba de un chalet con pileta de natación de la calle Int. Tomkinson, partido de San Isidro. En la pileta estaba una niña de 8 años de edad, y le pareció igual al asesino del identikit (que su familia tenía fijado a una heladera) y le contó a su madre: “Mamá ese es el hombre de la foto que mata a las nenas”, la madre comenzó a gritar pidiendo auxilio. Laureana ganó la calle. Sin perder la calma, la señora, vía telefónica, alertó a la policía de la comisaría primera de San Isidro.

Laureana pasó por el frente, sonrió, y siguió de largo.

La policía lo encontró a pocas cuadras, y las características eran parecidas al identikit que tenían; se acercaron al sospechoso para pedirle que los acompañara para un interrogatorio.

Según el informe de los policías, Francisco Laureana sacó entonces de una bolsa que llevaba en el hombro un arma de fuego y empezó a disparar a los oficiales, iniciando así un tiroteo en el que Laureana recibió un disparo en el hombro y luego escapó malherido, escondiéndose de la policía en el gallinero que se encontraba en los fondos de una mansión.

Una perra que cuidaba el lugar «marcó» a su dueño el lugar donde se escondía Laureana. En el lugar hallaron dos gallinas estranguladas.

Pero se cree que el asesino no estaba armado y que fue fusilado. Se piensa que los policías bonaerenses se acercaron al gallinero y acribillaron a Francisco Laureana.

La policía lamentó haber tenido que matarlo, ya que hubieran querido interrogarlo sobre los motivos que lo llevaron a cometer los crímenes. Se encontraron en el gallinero dos gallinas muertas a tiros (se desconoce si de la policía o de Francisco Laureana que el asesino aparentemente no resistió de matar.

. “Con el auxilio de un perro y luego de dos tiroteos, matan en San Isidro al sátiro que en sus fechorías nocturnas asesinó a 15 mujeres en seis meses”, fue el extenso título del artículo que publicó el diario La Nación de esa época.

FRANCISCO ANTONIO LAUREANA
Luego de la autopsia, que fue realizada por el prestigioso forense Osvaldo Raffo, el cuerpo fue entregado a su viuda. Cuando se le informó a su mujer, ella atinó a decir "acá tuvo que haber un error. Mi marido no pudo haber hecho todo eso.

Desde ese momento, los crímenes de mujeres en San Isidro se frenaron. También la historia de Francisco Laureana quedó oculta en los archivos policiales, a tal punto que casi nadie recuerda el nombre de este hombre que, en rigor, fue el serial más prolífero de la Argentina.

Aunque fue ignorado por la historia criminal argentina, Laureana mató más que el Petiso Orejudo y que Carlos Robledo Puch.

Con menos fama, pero no con menor cantidad de crímenes, puede ser considerado tan temible como Cayetano Santos Godino, alias “Petiso Orejudo”, Eduardo Robledo Puch, también conocido como “el Angel de la muerte” y Mateo Bancks, quien cometió siete homicidios en la localidad de Azul.


viernes, 26 de febrero de 2016

CAYETANO DOMINGO GROSSI “primer asesino serial de la historia argentina”

CAYETANO DOMINGO GROSSI
“primer asesino serial de la historia argentina”


CAYETANO DOMINGO GROSSI “primer asesino serial de la historia argentina”


Asesinó a sus 5 hijos recién nacidos que tuvo como fruto de las violaciones a las cual eran sometidas sus dos hijastras. Por ello fue condenado a muerte y se lo ejecutó por fusilamiento el 6 de abril de 1900.

El 29 de mayo de 1896, se encontró cerca de una fabrica de grasa, ubicada en la “quema” de basura, una bolsa conteniendo un brazo de una criatura recién nacida. El titular de la comisaria 12, entonces ubicada en la calle Caseros 2724, informó el hallazgo, ordeno una inspección ocular de lugar hallándose entre la basura un cráneo destrozado, piernas, y el brazo restante, dejando bajo vigilancia el sitio, ese mismo día cuando uno de los carros recolectores descargo residuos apareció el tronco, completándose así, el cadáver del bebe.

La autopsia llevada a cabo determino que el niño había muerto por la fractura de cráneo. La investigación no arrojo resultados positivos, quedando el crimen sin resolución.

Dos años después, el 5 de mayo de 1898, se encontró en el mismo lugar, un nuevo cadáver de un recién nacido con el cráneo destrozado y en avanzado estado de descomposición. En sus brazos y manos existían signos de quemaduras de primer y segundo grado. El cuerpo, según las pericias forenses efectuadas, tenía 4 días de vida y su muerte se había producido por compresión violenta de la parte anterior del cuello.

En la investigación, alguien notó que el cadáver había aparecido envuelto en arpillera y trozos de saco de un hombre, de casimir negro, bastante usado y en el que se podían ver muchas composturas y arreglos.

Por algunas direcciones postales que entre los desperdicios rodeaban el cuerpo, pudieron establecer que un carro había recogido esa basura y los restos humanos.

Demorado el carrero y después de ser interrogado, confeso que había visto los restos, pero que por temor a verse involucrado, había decidido no decir nada a la Policía.

CAYETANO DOMINGO GROSSI “primer asesino serial de la historia argentina”

Revisados exhaustivamente los elementos recogidos, las pesquisas notaron que el pedazo de saco con numerosos remiendos hechos con género de luto, tenían un notable desgaste en las espalderas, como si lo hubiera usado un vendedor ambulante portando canastas con correas y que en sus bolsillos, había restos de cigarrillos y granos de anís, lo que hizo considerar a las autoridades, la posibilidad de que su portador último fuese español o calabrés, ya que éstos solían tener el hábito de las semillas de anís. Las demás prendas, por su calidad y estado, sugerían la pobreza de su dueño.

Así, los policías, tomando como zona de rastrillaje la misma que recorría diariamente el carro de la basura y orientando la búsqueda a gente de escasos recursos; pudo localizar y tomar conocimiento el 9 de mayo de 1898, que en una casa de la calle Artes 1438 (hoy Carlos Pellegrini) en el barrio de Retiro en Buenos Aires, vivía una familia que vestía siempre de luto.

La citada familia estaba compuesta por una mujer, llamada Rosa Ponce de Nicola, su cónyuge, Cayetano Domingo Grossi (un acarrero de profesión); dos hijas mayores de Rosa, Clara y Catalina y otros tres niños menores de edad.

La Policía pudo saber por testimonios de los vecinos, que Grossi mantenía relaciones íntimas con sus hijastras. Pudo establecerse, además, que Clara poco tiempo antes había estado embarazada y algunos días después, había sido vista en estado normal, desconociéndose que había ocurrido con el bebé.

Un día después, el 10 de mayo, una comisión policial con orden de revisar la habitación ocupada por la familia, encontró debajo de una de las camas, una lata conteniendo el cadáver de un bebé, envuelto en trapos.

Las sospechas se habían confirmado.

Grossi explicó que el saco que envolvía a una de las criaturas asesinadas, hallado en el deposito de basura pertenecía a su hijo Carlos y que él había matado al bebé a pedido de Clara, señaló, además, que el otro bebé había nacido muerto.

Esa noche, Rosa y su hija Clara declararon que ésta última había tenido dos hijos con Cayetano Grossi. Grossi, negó inicialmente haber mantenido relaciones sexuales con sus hijastras, responsabilizando de sus embarazos a los novios de las mismas. Por fin algunos días después, confesó haber matado al primer bebé hallado en 1896; a la vez que reconoció haber incinerado a varios bebés más, pero sin asumir haberlos asesinado.

En posteriores interrogatorios, Grossi reconoció haber tenido un hijo con Catalina y cuatro con Clara, estrangulando a tres, siendo quemados los dos restantes por su concubina y sus hijastras. Rosa, Clara y Catalina, aceptaron los cinco crímenes pero culparon a Grossi de las muertes de los recién nacidos.

La policía le llamó la atención, el extraño grado de sumisión de las mujeres al criminal que las había llevado a guardar silencio por tanto tiempo.

Pudo saberse también, que en una ocasión, el asesino había intentado violar a una de las hijas menores de Rosa pero las hermanas lograron evitarlo.

Pudo establecerse finalmente, que el propio Grossi las auxiliaba en los partos y que luego, arrojaba a los recién nacidos al fuego, siendo presenciado esto por las mujeres.

La concubina de Grossi, Rosa Ponce de Nicola y sus hijastras, Clara y Catalina, fueron consideradas “encubridoras” de los homicidios y fueron condenadas a 3 años de prisión efectiva cada una y pago de costas procesales. Finalmente, la pena de Catalina se redujo a 2 años de prisión.

Habiéndose establecido las responsabilidades de cada uno de los acusados, Cayetano Domingo Grossi fue hallado culpable como autor material de los asesinatos de los bebés. Y fue condenado por el juez, Ernesto Madero, a pena de muerte.

Cayetano Domingo Grossi fue ejecutado en la Penitenciaría Nacional de Las Heras, el 6 de abril de 1900. Fue le primer asesino serial en la historia criminal argentina.

CAYETANO DOMINGO GROSSI “primer asesino serial de la historia argentina”
Llevado Grossi a la capilla, hasta que llegó el momento de ser conducido al banquillo, el asesino de sus propios hijos repartió el tiempo que le quedaba de vida en escuchar las exhortaciones del P. Macceo, en hacer continuadas protestas de su inocencia, irritándose por la parcialidad con que, según él, se había juzgado a sus cómplices, Rosa de Nicola y las hijas de ésta Clara y Catalina

CAYETANO DOMINGO GROSSI “primer asesino serial de la historia argentina”
El día de su ejecución, a las 5 de la mañana se le permitió la entrada a la capilla de la prisión a los hijos de Grossi, uno de ellos un joven de 19 años fue el primero en entrar, hacia como un año que no veía a su padre, pero al verlo frente a frente no mostró emoción alguna. El hijo más pequeño, Lorenzo, de 6 años de edad, no quiso acercarse a su padre y rehuyó sus caricias. Teresita, su hija, lloro al verlo, y también mostró alguna resistencia en abrazarle.

Un piquete de soldados llegó a la puerta de la capilla, acompañado del juez Madero y del Director de la Penitenciaría coronel Boerr, y Grossi, ayudado por dos de sus guardianes, se dirigió al lugar de la ejecución.

Llegaron frente al banquillo, el P. Macceo vendó los ojos a Grossi, un penado le ató las manos y el sacerdote le habló por última vez. Grossi, que no había dejado de fumar un solo instante, colocó en el borde del banquillo el cigarro que tenía en los labios, como si hubiera de concluirlo después.

CAYETANO DOMINGO GROSSI “primer asesino serial de la historia argentina”
El teniente primero Rosa Burgos, el teniente primero Calisto García y el capitán Manuel Medrano fueron los encargados de la ejecución,

CAYETANO DOMINGO GROSSI “primer asesino serial de la historia argentina”
Grossi fue puesto en el banquillo, se les vendaron los ojos, fue atado de pies y manos y finalmente fue ejecutado por fusilamiento el 6 de abril de 1900 a las 8 a.m. (UTC-3), el sargento segundo,

CAYETANO DOMINGO GROSSI “primer asesino serial de la historia argentina”
Emilio Lascano, se acercó a él y le disparó un tiro de gracia.

Es el primer asesino serial de la historia argentina y no como mayormente se cree que fue Cayetano Santos Godino.

La casualidad quiso que los dos peores asesinos seriales de la historia del crimen de Argentina, se llamasen de igual manera, Cayetano Domingo Grossi y Cayetano Santos Godino (a) “el Petiso Orejudo”…


FUENTE: WIKIPEDIA