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jueves, 16 de abril de 2020

EL HECHO MALDITO DEL PAÍS BURGUÉS


EL HECHO MALDITO DEL PAÍS BURGUÉS

EL HECHO MALDITO DEL PAÍS BURGUÉS

Es la frase del “gordo” John William Cooke reproducida habitualmente por todos, desde el peronismo, sus aliados y desde la vereda de enfrente.

Pero Cooke jamás la dijo, al menos así.

Lo que expresó literalmente fue esto:

Durante bastante tiempo, el prestigio de Perón evitó las colisiones, pero aunque podía absorber estas contradicciones, no las suprimía; algunas aparecieron a la luz en los momentos finales del régimen, otras después de la caída. El equilibrio era ya insostenible, y el frente estaba desarticulado. Eso explica por qué el peronismo sigue siendo el hecho maldito de la política argentina: su cohesión y empuje es el de las clases que tienden a la destrucción del statu quo" (Peronismo y revolución, Granica Editor, Bs. As., 1971)

jueves, 17 de octubre de 2019

17 DE OCTUBRE, NACE EL PERONISMO.


17 DE OCTUBRE, NACE EL PERONISMO.

 
17 DE OCTUBRE, NACE EL PERONISMO.
Por Javier Parbst

«Los hijos de Martín Fierro y del Sargento Cruz eran educados en las escuelas de Sarmiento a despreciar a sus padres por bandoleros, y buscar el perdón de su pecado original amoldándose mansamente a los dueños del cepo, los contingentes y la partida»
José Maria Rosa.
Dice Galasso que «desde el 17 de Octubre 1945 la oligarquía argentina ya no pudo dormir tranquila». Los privilegiados temblaron en sus cimientos. El «aluvión zoológico», la «indiada» que copó por dos días la ciudad puerto crecida y formada de espaldas a la Argentina profunda, dejo pasmados a los porteños.
¿Por qué la Pueblada de la Lealtad del 17 de Octubre? En gran parte, por los derechos y lo Revolucionario de 1944. Por esos días era común leer en los diarios nacionales: «El gobierno toma posesión de elevadores de granos privados en La Plata» (la Razón, 28/09/44), «El gobierno toma posesión de elevadores de granos en Rosario» (la Razón, 30/08/44), «Aumento de sueldo a los Ferroviarios» (06/10/44), «Aumento de salario a los Panaderos» (08/10/44), El 13 de Octubre del 44 los diarios anuncian la sanción del Estatuto del peón rural. En su lanzamiento el 15 de Octubre en Junín, un Perón Revolucionario de 49 años dice: «…todo había sido falseado: la libertad, la ciudadanía, la función directriz, la justicia y la moral. Como consecuencia de ello, nuestro Pueblo estaba al borde de perder sus fuerzas mas ponderables: La esperanza y la Fe. (…) Se ha pretendido hacer creer al Pueblo que esa logia funesta de demagogos representaba la clase dirigente del país, su elite, y que, como tal, estaba formada por sabios, por ricos y por buenos. Hay que observar que los sabios rara vez han sido ricos y los ricos rara vez has sido buenos. (…) «Nosotros realizamos leal y sinceramente una política social, encaminada a dar al trabajador un lugar humano en la sociedad. Lo tratamos como hermano y como argentino. Ellos dicen que somos demagogos (…) al hablar así, al aclarar que el peón, necesita como todo argentino: «…vivienda sana y decorosa, alegre desarrollo físico y espiritual, protección biológica y económica contra los riesgos profesionales…» rompe barreras que nuestra oligarquía ya creía infranqueables por los tibios políticos atroquelados en la falacia del sistema. Los dueños de la Argentina desde 1853, la oligarquía terrateniente explota furiosa, las tertulias del Té se ven alteradas por las charlas sobre «este demagogo» que para ellos viene a «sublevar a la plebe» pero a lo que viene y los aterra es «a cuestionar su status quo». La sociedad rural contesta. Son piezas únicas de la escritura oligárquica discriminatoria los comunicados de esos días, dicen: «En la fijación de los salarios es primordial determinar el estándar de vida del peón común. Son a veces tan limitadas sus necesidades materiales que un remanente trae destinos socialmente poco interesantes». Traducido: Ojo con los negros a ver si le das guita de más no saben usarla. Los privilegiados, los intelectuales cómodos con el sistema, los grandes diarios, los socialistas, los comunistas, los conservadores, todos se oponen a Perón y a su «populismo» que no para de otorgar derechos a los trabajadores. Luego del 17 de Octubre y del triunfo del Pueblo tomando las calles para rescatar a su líder todas estas fuerzas se juntaran para enfrentar electoralmente al «peligro» del Peronismo y todos perderán ante la voluntad del Pueblo de creer y acompañar a quien en un año y medio los dignifico y otorgo derechos a las mayorías antes ocultados por los continuadores de la década infame. 1945 sigue con las jubilaciones para todos, el aguinaldo y finalmente la cárcel para Perón. Los hechos son conocidos, confinado en la Isla Martín García, la CGT que declara paro para el 18, el Pueblo trabajador que se encamina hacia la plaza desde todos los puntos del conurbano y el llamado de Farrell a Perón a la casa rosada «porque estos nos van a prender fuego todo».
Finalmente el 17 de Octubre es fiesta, es algarabía, claro que primero es lucha, resistencia, coraje y lealtad!!! Pero ya cuando el Pueblo esta en la Plaza y el Gral en la Rosada todos y todas sabemos que triunfamos, que por una vez la pulseada la ganamos los de abajo, los oscuros, los invisibilizados; y ganamos contra los ricos, los poderosos, los patrones de la argentina. Y ahí esta Perón, gigante. De nuestro lado. Cumplió él y el Pueblo cumplió con él. Y nuestro día es el de la Lealtad, el Peronismo nace con mística y con Victoria.
La mejor forma de entender el 17 de Octubre de 1945 es leer a Perón, para entender al Peronismo, hay que leer a Perón. Es la forma simple y veraz de sentir, comprender a un movimiento político desde el Pueblo y para el Pueblo. Es muy difícil negar las tres banderas Peronistas si uno se para desde la nacionalidad y la soberanía. El Peronismo es humanismo en acción, al 17 de Octubre lo hicieron los postergados de siempre, eran los nietos sobrevivientes últimos de asesinados gauchos, eran los gringos anarquistas, socialistas, trabajadores que llegaban década tras década al país, eran los indios sobrevivientes de otras grandes matanzas, era el pueblo oculto, postergado; el que un coronel vio, comprendió, organizó e impulsó a ser protagonista de su destino. Scalabrini Ortiz afirmaba que fue necesario que Perón caiga, lo encarcelen, para que se consolide el pacto del Pueblo con su líder, fue el encarcelamiento de los días previos lo que convenció al Pueblo de que Perón no era uno más que los terminaría engañando y que si el «régimen» lo excluía y lo corría la cosa iba en serio. Nacía «el echo maldito del país burgués» tan bien sintetizado por Cooke años después y la argentina ya no sería la misma con un movimiento de masas, que forjara su doctrina y sus banderas con la mística que le dio nacer de una revuelta callejera y popular como fue la gesta del 17 de octubre de 1945.
El 17 de octubre parió un Movimiento Nacional, Popular, Revolucionario, Policlasista… Hijos del Peronismo, con este como columna vertebral y amplísimos sectores hoy el Frente de TODOS demuestra que el Peronismo sigue vigente con la capacidad de reinventarse, repensarse y 70 años después impulsando grandes movilizaciones callejeras que significan siempre: acá estamos, Pueblo y política, organizados, dispuestos a dar batalla por nuestro derechos.
Acá estamos, entonces, una vez mas, para poner de pie a la Argentina.
Feliz día de la Lealtad!!
(Todas las citas, menos la frase de Jose Maria Rosa, son del libro «Perón, formación, ascenso y caída» de Norberto Galasso.)


viernes, 22 de marzo de 2019

BENJAMIN VIEL Soldado de Napoleón, Coronel de San Martín


BENJAMIN VIEL Soldado de Napoleón, Coronel de San Martín




BENJAMIN VIEL Soldado de Napoleón, Coronel de San Martín

Su nombre era Benjamin Viel Gometz.
Nació en París el 21 de enero de 1787; hijo de Claudio Benjamín Viel y Rosa Ana Gometz.
Se casó con María Luisa Toro Guzmán y tuvieron cuatro hijos.
En 1801, a los 14 años, ingresó al regimiento de Húsares de su patria y concurrió a las campañas napoleónicas de la Europa Central.
Sirvió en el ejército francés hasta abril de 1817.
Ese año se embarcó a Buenos Aires y se puso al servicio de la causa revolucionaria de América.
El gobierno argentino le dió el grado de sargento mayor y fue enviado a Chile para servir en el ejército de San Martín.
Participó en Cancharrayada.
Después fue enviado al sur, donde se batió en numerosas campañas contra los últimos defensores realistas.
En 1823 fue ascendido a coronel y trasladado a Santiago,donde se distinguió por su afección a la causa liberal y su lealtad al poder constituído.
En 1827 hizo la campaña contra los Pincheira.
Fue elegido diputado propietario por Parral en el Congreso Nacional, 1829 (1º de agosto-6 de noviembre de 1829). Integró la Comisión Permanente de Guerra.
Después de Lircay, fue separado del escalafón militar durante 10 años y en 1841, siendo presidente Manuel Bulnes, fue reincorporado al ejército y nombrado comandante general de armas de Santiago.
En 1849 fue enviado a Valdivia en comisión y en 1851 se le ascendió a general de brigada y se le nombró intendente de Concepción.
La revolución que estalló en aquella provincia, lo envolvió en una serie de contrariedades y lo alejó del ejército y la política.
Falleció en Santiago, el 15 de agosto de 1868.

martes, 20 de noviembre de 2018

LAS ARMAS SECRETAS DE LA PRIMERA JUNTA


LAS ARMAS SECRETAS DE LA PRIMERA JUNTA

LAS ARMAS SECRETAS DE LA PRIMERA JUNTA

 

Interesante investigación histórica hecha por Paulo Antonio Zappia

 

Los hombres de Mayo acariciaron el sueño de contar con un sumergible en la guerra contra los realistas

 Al hablar de los antecedentes de la Revolución de Mayo normalmente se mencionan las revoluciones estadounidense y francesa. Y sobre estas últimas es necesario señalar que, además de las novedades políticas que ambas introdujeron, una trajo aparejado el primer ataque de un submarino a un buque enemigo y la otra el estreno de una nave aérea durante un combate. Efectivamente, el 7 de septiembre de 1776, un submarino estadounidense atacó un buque británico en el puerto de Nueva York y, el 26 de junio de 1794, la utilización de un globo en tareas de reconocimiento permitió a los franceses obtener la victoria frente a los austríacos en la batalla de Fleurus. Por ello, resulta significativo que la Primera Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata, mejor conocida como la Primera Junta y cuya constitución fue la consecuencia directa de los sucesos de mayo de 1810, entendiera tanto en lo relativo a un proyecto de aeróstato como al de un sumergible.

Ya en 1809, el relojero holandés Miguel Colombise había dirigido al entonces virrey Santiago de Liniers una solicitud de cuatro mil pesos para "fabricar un Aérostat, en el cual me ofrezco ir adonde se me mande, no siendo a una distancia para la cual se necesite instrumento de pilotaje, porque no es mi arte". El artífice afirmaba haber construido dos prototipos de tamaño reducido y agregaba que el aeróstato se desplazaría a una velocidad de -por lo menos? "un cuarto de legua por minuto".

Sin haber obtenido lo solicitado, Colombise marchó a Santiago de Chile a fin de intentar, ejerciendo su oficio, ahorrar la suma necesaria para construir su máquina voladora. Una vez producida la Revolución de Mayo, el holandés solicitó a la Junta desde Mendoza, el 6 de agosto de 1810, permiso para regresar a Buenos Aires sin despertar sospechas por su condición de forastero. Cuando llegara a la capital porteña, Colombise dedicaría al gobierno patrio "su persona y servicios" para realizar el proyecto. Sin embargo, la petición recibió una negativa con la manifestación gubernamental de que, en su tenor, "se descubre un proyectista, que para calificarlo de la calidad de muy malo, no se necesita más prueba que la de que el Señor Liniers le despreció el proyecto", y fue a dar al archivo.

Esta decisión ha motivado su consiguiente divergencia historiográfica. Antonio Biedma Recalde señaló al secretario Mariano Moreno como su responsable, en tanto que Ernesto Fitte atribuyó la misma a "un anónimo funcionario subalterno". No obstante, el texto de la decisión es precedido por la expresión "Nota de la Mesa" y el expediente -custodiado en el Archivo General de la Nación (AGN)- se encuentra reunido con una extensa serie de resoluciones de la Junta, lo que sugiere que su plenario estuvo de acuerdo. En cualquier caso, el juicio no es sorprendente para la época, especialmente si se tiene en cuenta que el innovador Napoleón Bonaparte había disuelto la Compagnie d´Aéronautiers en 1799.

El bloqueo del Plata

Entretanto, los realistas de Montevideo habían aprovechado su superioridad naval para establecer el bloqueo de la margen occidental del Plata. En esas circunstancias, el estadounidense Samuel William Taber llegó a Buenos Aires en diciembre de 1810 y presentó a la Junta la propuesta de construir una "máquina submarina" con la cual destruir los buques realistas que asediaban el puerto de Buenos Aires.

La Junta, que por entonces pasaba a ser la Junta Grande, designó una comisión, integrada por el presidente Cornelio Saavedra y el vocal Miguel de Azcuénaga, para evaluar el proyecto. El dictamen fue favorable y se ofreció a Taber un anticipo con el que financiar los primeros pasos para la construcción de la máquina submarina, pero que el estadounidense se rehusó a aceptar, prefiriendo hacer frente a los gastos con su peculio. En enero de 1811 el último virrey del Río de la Plata, Francisco Javier de Elío, llegó a Montevideo. El bloqueo se interrumpió brevemente y la Junta decidió enviar a Taber para que informara -en secreto y con exactitud- sobre el estado de la plaza realista.

El estadounidense cumplió su misión pero luego del restablecimiento del bloqueo recibió la instrucción de regresar a Buenos Aires y continuar la construcción de la máquina submarina. Con autorización de la Junta, aprovechó la ocasión para contratar los servicios del ingeniero Angel de Monasterio, matemático de profesión, a fin de aplicarlos en la construcción del sumergible. Sin embargo, cuando retornaba en un bote con el ingeniero y otros cuatro oficiales, fue capturado por marinos realistas el 8 de marzo de 1811. Así fue a dar a un calabozo, acusado de alentar la deserción de los oficiales que lo acompañaban. Tras cuatro meses de prisión, Taber fue condenado a pagar una fianza de dos mil pesos fuertes y fue liberado con la condición de que saliera de la Banda Oriental, hacia los Estados Unidos, en un plazo de veinticuatro horas. Taber llegó a Río de Janeiro, pero luego volvió a Buenos Aires.

Plan de ataque

En julio y agosto de 1811, la escuadra realista bombardeó infructuosamente Buenos Aires, siguiendo órdenes del virrey Elío. Poco después, el 10 de septiembre de 1811, Taber dirigió a la Junta un memorial en el que ofrecía "de nuevo trasladarme a la Banda Oriental y echar a pique con la enunciada máquina la fragata de guerra y el bergantín que sirve de depósito para la pólvora" y "presentar un plan de ataque que al paso que asegure la posesión de la plaza, consulte la menor efusión de sangre, empeñando mi palabra de que seré el primero que me presentaré entre los bravos que deben ejecutarlo". En octubre, la Junta libró el despacho de capitán de artillería del ejército de la Banda Oriental, que Taber aceptó ad honórem.

La construcción del arma submarina progresó desde el regreso de Taber a Buenos Aires y, el 11 de octubre de 1811, solicitó permiso para conducirla por agua hasta la ensenada de Barragán, "encerrada en una caja tosca de pino, marcada con la letra T", para efectuar las pruebas correspondientes y volver por la misma ruta sin que nadie pudiera impedírselo ni tomar conocimiento del asunto.

La Junta accedió a conceder el permiso solicitado, aunque estipuló que previamente Pedro Pablo Torres debía reconocer la máquina. Desde entonces, y aunque la documentación originalmente estudiada por el historiador Angel Carranza -hoy en el AGN- omite ofrecer más datos acerca del proyecto secreto, se han hecho coloridas conjeturas sobre el mismo. Si bien es cierto que ninguno de los proyectos anteriores ofrecieron resultados prácticos, el ingenio no se agotó. Por el contrario, poco después llegaba a Buenos Aires José de San Martín, quien pondría en marcha el plan más importante de la guerra de la independencia: conducir un ejército a través de una cadena montañosa como Aníbal y Napoleón en los Alpes, pero atravesando la segunda cordillera más alta del mundo para luego llegar al Perú por el mar.

Por Paulo Antonio Zappia

El autor es licenciado en Historia y diplomático.

Link corto: http://www.lanacion.com.ar/708052



martes, 16 de octubre de 2018

JUANA MORO, "LA EMPAREDADA"


JUANA MORO, "LA EMPAREDADA" (1785-1874)



JUANA MORO, "LA EMPAREDADA"
JUANA GABRIELA MORO DÍAZ DE LÓPEZ Nace el 26 de marzo de 1785 en Jujuy. Patriota de la guerra de la independencia, hija del escribano, militar y funcionario español, don Juan Antonio Moro Díaz y de doña Faustina Rosa de Aguirre Pondal, dama distinguida, viuda de Francisco Sánchez Taibo.

A los 15 años se identifica con el movimiento revolucionario de Mayo.

Nacida en Jujuy, durante las guerras de independencia, lideró en Salta, junto con Doña Loreto Sanchéz de Peón, una red de espionaje femenina conocida como Las Mujeres de la Independencia.

Doña Juana Gabriela comenzó a gozar de prestigio por su atrayente personalidad. Su patriotismo y su audacia se pusieron de relieve durante los prolegómenos de la batalla de Salta, cuando, junto a otras damas se propusieron a conquistar a los oficiales realistas con el propósito de debilitar al ejercito enemigo.
Doña Juana, mujer de singular belleza, se adjudicó la tarea de seducir al marqués de Yavi, jefe de la caballería española, quien junto con otros oficiales y compañeros accedieron a abandonar las filas realistas el día previo a la batalla, para regresar al Perú y trabajar por la causa de la revolución.
Pero no paro aquí su accionar patriótico, ya que fue participe de otras acciones que la llevarían a erigirse en uno de los enemigos principales de los españoles; sospechada de espía, jactóse de su habilidad de no haber sido descubierta, por que nunca encontraron pruebas en su contra.

No existen datos suficientes, pero este poder de persuasión probablemente haya sido favorecido por la naturaleza democrática y no inicialmente separatista respecto a España que algunos historiadores le reconocen ahora al movimiento de Mayo, lo cual permite explicar que militares españoles, de filiación ideológica liberal, alineados con la revolución democrática española iniciada el 2 de mayo de 1808, se manifestasen a favor de las revoluciones producidas en América entre 1809 y 1811.
Esto no resta mérito a Juana Moro y sus amigas, sino que lo torna más verosímil.

Asimismo, explicaría la venganza que se toma el virrey Pezuela contra ella en 1815, pues Pezuela era del bando absolutista y luego sería desplazado por La Serna y otros oficiales liberales del ejército español.

Efectivamente, después de las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, Pezuela impone su dominio en el norte y la castiga encerrándola en su casa –ventanas y puertas tapiadas- para que muera de hambre y sed.

La familia colindante, dolida de su suerte, aunque realista (como en las sociedades reducidas todo gira sobre vínculos de parentesco y amistad), se compadeció de Juana Gabriela y horadando la pared intermedia, favoreció por allí sus necesidades salvándola de morir de hambre y de sed, quedándole desde entonces el mote de la emparedada.

Este cruel tormento, el del confinamiento por encerramiento, es vulgarmente conocido como “tapiamiento”, “tapiar” o “tapiada”.
Los castigos lejos de amedentrar a la patriota, la llevaron a agudizar mas el ingenio, con mil recursos y mucha creatividad
Después de este episodio, Juana pasa a ser conocida como “la emparedada de Salta”.

En el año 1814, después de invadir Jujuy y Salta, el Jefe realista, Joaquín de la Pezuela, le informa al virrey del Perú:

«Los gauchos nos hacen casi con impunidad una guerra lenta pero fatigosa y perjudicial. A todo esto se agrega otra no menos perjudicial que es la de ser avisados por horas de nuestros movimientos y proyectos por medio de los habitantes de estas estancias y principalmente de las mujeres, cada una de ellas es una espía vigilante y puntual para transmitir las ocurrencias más diminutas de éste Ejército». 

La comunicación, interceptada por los patriotas, es un claro testimonio de la actuación de las mujeres. Una de las que desvelaba al jefe realista era la jujeña Juana Moro de López, delicada dama que humildemente vestida se trasladaba a caballo espiando recursos y movimientos del enemigo. 


Anteriormente, en 1814, el gobernador Martínez de Hoz había tomado represalias contra ella por sus tareas como espía de los revolucionarios y había ordenado saquear su casa, llevándola detenida a Jujuy.

En una oportunidad fue apresada y obligada a cargar pesadas cadenas, pero no delató a los patriotas. Sufrió el castigo más grave

A pesar de estas persecuciones, Juana Moro no amengua sus ímpetus. De colaboradora de Belgrano pasa a convertirse en importantísimo apoyo de Güemes, corriendo graves peligros para acercarle información, a veces, vestida con la usanza coya, otras veces, con traje de soldado. Más tarde, presta servicios como espía al General Arenales.

En Salta y Jujuy era ampliamente conocida su posición revolucionaria y cuando Arenales derrota a los españoles y recupera Salta, el pueblo la pasea en triunfo por las calles de la capital de la provincia.

Otras ocasiones, hubo así en esta época como; luego en las invasiones siguientes en que, bajo el disfraz de gaucho joven e inocente o bien de viajera inofensiva, pasaba a caballo desde Salta a Oran, ciudad bien poblada y de fuertes recursos o a Jujuy su ciudad natal, ocupadas por los españoles, llevando partes y trayendo nuevas; excursiones que las realizaba también su amiga doña Loreto Sánchez de Peón de Frías.

También integró el grupo de damas salteñas que 
se dirigió al gobierno “lamentando la postergación a que se relega al sexo femenino al no permitírseles jurar la Constitución Nacional”
Mucho es lo que puede decirse de esta jujeña-salteña, ejemplar, temeraria sin limites, la que a través de su accionar deja traslucir una personalidad exquisita, cautivante por sus hazañas, despertando la admiración de mujeres y hombres por igual.

Fue una de las mujeres que constituyeron una temible red de espionaje vital para la guerra gaucha que libró el General Don Martín Miguel de Güemes por la emancipación de la Patria.

“Las mujeres salteñas de la independencia hicieron un notable aporte a la causa patriota; Poco a poco con sus estrategias fueron minando al enemigo, para encargarse materialmente del resto los valientes gauchos.”


La enseñanza escolar no se ha detenido en esta figura legendaria, que apenas ha trascendido a través de alguna canción folklórica.

Con respecto a su muerte, Cutolo señala que se carece de información aunque parece haber alcanzado una edad avanzada pues dicho investigador sostiene que existen pruebas de que aún vivía en 1874, es decir cercana a los 90 años.

Fue emparedada a los 29 años, pero murió centenaria.

Fuente: http://www.lagazeta.com.ar/
*Norberto Galasso – Los Malditos Vol. II Página 135 – Ediciones Madres Plaza de Mayo


sábado, 2 de junio de 2018

4 DE JUNIO DEL 43, SU TRASCENDENCIA


4 DE JUNIO DEL 43, SU TRASCENDENCIA

4 DE JUNIO DEL 43, SU TRASCENDENCIA

Interesante análisis de esta importante fecha para el país escrito por  Jorge Cuello

Cuando el 4 de junio de 1943 las tropas comandadas por altos oficiales nacionalistas del ejercito, derrocaban al presidente Castillo y tomaban el poder en Argentina, se producía el hecho político más importante del S.XX en nuestro país y probablemente de  América Latina. Visto en perspectiva histórica ha resultado tan decisivo como el 25 de mayo o el 9 de julio y tan importante como la reconquista de Buenos Aires  o la batalla de Ayacucho.

Pero según las metodológicas historiográficas utilizadas en nuestros tiempos, en su casi totalidad derivadas de teorías  liberales o marxistas, el hecho pierde la verdadera trascendencia que en la realidad tuvo, ya que estas filosofías presentes en las bases de aquellos métodos, no observan la historia desde la realidad de las naciones y su existencia en el devenir del tiempo y de su espacio, sino de acuerdo a categorías y principios que ellas mismas crean, fruto de disquisiciones intelectuales que suelen estar alejadas de la realidad vívida de los hombres reales que hacen esa historia.

Es así que el sistema educativo argentino, impregnado de aquellas filosofías ignora o niega el peronismo, y, naturalmente, le resta total significación al acontecimiento histórico puntual que abrió el espacio para el surgimiento de este movimiento nacional argentino. Se procura reducir la revolución Justicialista solamente a la problemática social del pasado y reducir toda su significancia a un simple obrerismo, no excepto de demagogia. 

También está presente el método del "silencio". Se busca ignorar por silencio. Método este que ha tenido relativo éxito para la cultura liberal argentina  que logro, por este camino, ocultar a generaciones de compatriotas, cursos históricos de rotunda importancia para la vida de la Nación y que pudieron ver la luz casi un siglo después gracias a la tesonera labor de los historiadores "revisionistas".

En los ambientes intelectuales, universitarios, académicos, el concepto instalado respecto a "que cosa es" una revolución, sin duda contribuye igualmente a recluir casi en el olvido la magnitud del proceso iniciado aquel 4 de junio del 43. Me refiero a la creencia que una revolución en nuestra época es únicamente aquella de carácter socialista marxista. Y naturalmente, la que inician Ramirez -Farrel - Perón estaba en las antípodas.

Una revolución puede ser "política", totalmente alejada del marxismo. Y en este caso el "hecho revolucionario" esta dado por la ruptura de la dependencia de un centro de poder o potencia imperial, ruptura que necesariamente  impulsa, en la nación que ha tomado esa decisión y ha podido concretarla, un cambio radical de estructuras en todos los aspectos y niveles de la vida colectiva e individual de esa comunidad. Y no necesariamente tiene que ser marxista en sus valores, en su concepción ni en su realización.

Aquel 4 de junio, marca el comienzo de un proceso con esas características y definiciones. Fue el comienzo de una revolución tan profunda,  que a casi cincuenta años de concluida la etapa de realizaciones, y a pesar de otros tantos  años de destrucción planificada y sistematizada de su inconmensurable obra, aún sigue presente en el decurso político de nuestra nación. Y sin embargo, en las bases doctrinarias de aquella revolución, nada tan ausente como el marxismo.

Una noción superior, realista, humanista, rigió toda la obra iniciada el 4 de junio: la superior noción de Nación-Soberanía-Justicia como únicas posibilidades de realizar el "bien común" y de instaurar una conciencia geopolítica que en aquel proceso, resguardó, reorganizó e impulso a la grandeza a nuestra nación y procuró expandir estas nociones a toda América Latina.

En el momento de producirse la revolución del 43, la guerra europea tomaba ya un curso estratégico decisivo y la victoria de las potencias "Aliadas" se tornaba irreversible. Si bien es cierto el desarrollo de la guerra podría poner en duda esta afirmación, surgía en cambio claramente al estudiarse la relación tiempo-capacidad de suministros-frentes y escenarios de guerra. Esta ecuación resultaba definitivamente favorable a los Aliados, desde la entrada de EEUU a la guerra y la neutralización del Japón como potencia invasora de Rusia por el oriente y el Pacifico.  Los acuerdos de Bretton Woods, alcanzados para organizar el mundo de la postguerra en exclusivo beneficio de las superpotencias que de la conflagración surgirían, lo atestiguan.  De manera que un nuevo y rígido  orden geopolítico mundial se estaba construyendo vertiginosamente al fragor de  las armas en los campos de batalla de la vieja Europa y las banderas victoriosas, se mostraban generosas a  rusos y anglos-norteamericanos por igual.  Era un orden geopolítico planificado en todos sus detalles, por los grandes eruditos, políticos y centros de planificación de las potencias que se sabían triunfadoras. Nada escapaba ni era ajeno a esta ordenación que se concretaría definitivamente en un futuro próximo.

Nada era ajeno, excepto, la imprevisibilidad de los hombres y los pueblos.

En esta dimensión geopolítica, que todo lo abarca, es donde aparece la extraordinaria magnitud de la revolución del 43. Y ese 4 de junio sucedió justamente eso: lo imprevisible, lo que estaba fuera de los cálculos de los dirigentes de las potencias de entonces, lo que desestructuraba el nuevo orden de dominio que a sangre y fuego estaba naciendo en el mundo. En fin,   lo que provocó la virulenta reacción y presiones a que se vio sometido el gobierno militar revolucionario, tanto por parte de los organismos y funcionarios de los gobiernos Aliados, muy especialmente Estados Unidos,  como por el aparato de control y dominación que las potencias de entonces, habían consolidado en nuestro país.

Desde aquel 4 de junio una importante región del continente sudamericano pasaba a estar en conflicto con esas potencias, con el agravante que se producía dentro del espacio de absoluta influencia de intereses geopolíticos fundamentales de estas. Consecuentemente, una modificación geopolítica surgía en el horizonte inmediato de la política internacional de EEUU, ya que Argentina pasaba a controlar soberanamente, tanto la integridad de su territorio y sus riquezas,  como los mares jurisdiccionales y los pasos interoceánicos de Magallanes y Darke en el extremo sur de América, se proyectaba hacia las islas del Atlántico sur y extendía su influencia hasta la Antártida.

Agudizaba esta complicada situación,  el hecho que Argentina disponía de un relativo poder de expandir su influencia a toda la región del Cono Sur e incluso del continente. Esta potencialidad argentina definió casi inmediatamente la política hostil del Departamento de Estado hacia nuestro país y su gobierno militar. No estaban dispuesto a aceptar el lugar en el mundo de post guerra que Argentina pretendía.  Cuando el 22 de diciembre del 43, una revolución en Bolivia llevo al poder al Mayor Villaroel, la luz roja se encendió en las altas esferas de la potencia del norte y cuatro días después, el New York Time publicaba el pensamiento del
vicepresidente Welles, convencido que los "nazis" argentinos estaban detrás del golpe en al Altiplano. L.S.Rowe, quien encabezaba la Unión Panamericana, denuncio al Departamento de Estado que la Argentina hacia lo posible por "destruir el  sistema interamericano" (Berle Diaries, 10 enero 1944, box 215, en C. Escude, La Declinación Argentina, Bs.As. 1983, Ed. Belgrano ) y ese mismo mes, el presidente Roosevelt, a instancia del Departamento de Estado, aprobó un aumento del "préstamo y arriendo" para fortalecer el poder militar del Brasil y ordenó a poderosas unidades de la Flota del Atlántico sur, al mando del almirante Jone Ingram,
desplegarse hacia la boca del Plata. Acciones de esta envergadura, presiones económicas y políticas y todo tipo de operaciones diplomáticas por parte de Estados Unidos muestran claramente el malestar y la dimensión del problema que aquel 4 de junio del 43 había aparecido en la lejana Argentina para la potencia del Norte.
   

Y, aunque los norteamericanos pretendieron hacer del "peligro Nazi", resurgido en el extremo sur de América del Sur, el eje y justificativo de los ataques a la argentina no existía la mas remota posibilidad de una expansión de la Alemania nazi a nuestras costas, simplemente porque la potencia europea no tenia marina de guerra en relación con la armada inglesa, y el Atlántico separaba definitivamente a la Alemania nazi de Argentina. Ni mucho menos suponer que los militares argentinos en el gobierno creían que podían enfrentarse con todo el mundo por profesar esa ideología.

Tampoco había motivos económicos de peso, mucho menos militares para justificar la irritabilidad y la acción norteamericana cuasi violenta para con nuestro país. Mas bien todo lo contrario. Argentina, aunque no había roto relaciones con el Eje, suministraba a Inglaterra todos los excedentes de carne que le permitieron a esta sostener el esfuerzo de guerra justamente contra Alemania. Y sin embargo, a pesar de esta política favorable a  Inglaterra, la potencia del norte no trepidó en poner en riesgo el vital suministro argentino a su aliado. Claramente notamos que no era la cuestión nazi, ni lo económico ni lo militar la fuente del encono de EEUU con Argentina. El riesgo era otro, y se ocultaba cuidadosamente.

 Lo cierto era que, como consecuencia del peligro de una fractura geopolítica de la en el escenario del continente sudamericano, el mundo bi polar planificado, su utilización dialéctica y el reordenamiento mundial que con esta arma se lograría,  era  alterado por un "tercero en discordia" que reemplanteba la postguerra y podía iniciar un posible proceso multipolar, totalmente ajeno a las planificaciones de los dos grandes futuros vencedores de la segunda Gran Guerra europea.

También se insinuaba incierto el sistema de defensa del hemisferio occidental proyectado por los Aliados, concretado en la OTAN pues, aquel 4 de junio surge  una incipiente potencia soberana, que, en un posterior pero muy posible desarrollo de su proyecto,  se podía llegar a ubicar en condiciones de influir, asociada con sus vecinos,  en el control del Atlántico sur.

El desarrollo de la revolución nacionalista popular duró 12 años, de 1943 a 1955. Los últimos diez años fueron conducidos por el mas talentoso de los militares revolucionarios, el Gral. Juan D. Perón. Bajo su conducción, Argentina llegó a encaminarse vigorosamente hacia destinos de potencia. Pero los grupos de poder anglo-norteamericanos no aceptaron nunca el rol que Argentina pretendió. Jamas cesaron en sus presiones y cercamiento al díscolo país sudamericano. Sin embargo, aunque en el origen de este proceso, (justamente en 1943 y 1944), las elites que comandaban la política exterior de las potencias angloamericanas planearon la acción militar, primero en forma directa y después  a través de Brasil,  se inclinaron por el tiempo, y no por la sangre para resolver el problema de, al decir de Welles, " la espina atravesada en la garganta del Departamento de Estado". Esperaron el momento oportuno para poner fin a este proceso, pero siempre actuando en consecuencia. Y una fatal combinación de actores y factores internos y externos, convergieron dramáticamente para producir un nuevo Caseros, un 16 de setiembre de 1955.


Si observamos desapasionadamente las realizaciones, las obras, las políticas de la revolución justicialista, ninguno de los aspectos de la misma podían afectar el poderío económico ni militar de la superpotencia americana. Ninguno excepto uno: el interés geopolítico. Y naturalmente, todas las implicancias y derivaciones que de aquí devienen. He aquí, entonces, el verdadero y profundo fundamento del antagonismo norteamericano e ingles a la argentina revolucionaria de 43. Ahí está la verdadera trascendencia de la revolución del 4 de junio,  que la hizo peligrosa, irreconciliable, condenada por los poderosos. Esa es la cuestión. Nos desvían la atención poniendo temáticas de la época para ocultarnos su verdadera importancia. Todo un sistema educativo-cultural se mueve al unísono en ese sentido. Y tanto liberales como marxistas, filosofías
operantes en ese sistema,  convergen en impedir un profundo conocimiento del Peronismo tal cual es, para conveniencia de los poderes mundialistas, hoy sumamente desarrollados.

Pero aún posible de retomar por nosotros, los hijos y nietos de aquella gesta gloriosa. La historia se "hace", solo después "se dice". ¡ Hagámosla nosotros también ¡ Un recuerdo muy sentido y pleno de agradecimiento  a los hombres de aquel 4 de junio del 43, para que su visión y su ejemplo, renazcan y nos elevemos de las ruinas culturales y políticas del abismo argentino de hoy, y nuestra Patria Argentina vuelva a ser lumbre de América libre.

Jorge Cuello
Licenciado en Historia

viernes, 25 de mayo de 2018

La revolución de mayo tuvo un gran orador


La revolución de mayo tuvo un gran orador

La revolución de mayo tuvo un gran orador
Juan José Castelli (Buenos Aires, 1764 - 1812) fue un político de las Provincias Unidas del Río de la Plata y miembro de la Primera Junta de Gobierno. Fue conocido como el "Orador de mayo" y se caracterizó, junto a Mariano Moreno, por el enérgico apoyo a la Revolución de Mayo.

Castelli fue el primero de los ocho hijos del médico veneciano Ángel Castelli Salomón y Josefa Villarino.

Castelli cursó sus primeros estudios con los jesuitas en el Real Colegio de San Carlos que le sirvieron de base para sus posteriores estudios religiosos.

Por disposición de herencia uno de los hijos del matrimonio Castelli debía ordenarse sacerdote y ese destino fue asignado a Juan José. Con ese motivo llegó a Córdoba como estudiante al Colegio Monserrat. Ahí fue compañero de estudios de otros hombres que influirían en la vida pública sudamericana, como Saturnino Rodríguez Peña, Juan José Paso, Manuel Alberti, Pedro y Mariano Medrano, y el cuyano Juan Martínez de Rozas, entre otros. En esos tiempos conoció las obras de Voltaire y Diderot y en especial, con el Contrato social de Rousseau.

Finalizado ese ciclo comenzó estudios universitarios de filosofía y teología. Pero, en 1785, al morir su padre, abandonó la carrera sacerdotal y rechazó el ofrecimiento de su madre para estudiar junto a su primo Manuel Belgrano en la Universidad de Salamanca. Optó por ir a la Universidad de Chuquisaca, Bolivia, a estudiar jurisprudencia y ahí conoció los ideales de la Revolución Francesa.

De regreso a Buenos Aires abrió un estudio jurídico en la casa familiar y representó a la Universidad de Córdoba en distintas causas. Su relación con Saturnino Rodríguez Peña abarcó también al hermano, Nicolás Rodríguez Peña, y a su socio Hipólito Vieytes.

La casa de Rodríguez Peña fue sede de frecuentes reuniones de criollos revolucionarios.En 1794 se casó con María Rosa Lynch, con quien tuvo seis hijos.


jueves, 24 de mayo de 2018

JULIAN ALVAREZ: EL PROCER DESCONOCIDO DE LA REVOLUCION DE MAYO


JULIAN ALVAREZ: EL PROCER DESCONOCIDO DE LA REVOLUCION DE MAYO



JULIAN ALVAREZ: EL PROCER DESCONOCIDO DE LA REVOLUCION DE MAYO
Cuando San Martín pisó tierra argentina, en 1812, procedente de Londres, junto a un notable grupo de revolucionarios (Zapiola, Alvear, Holmberg, Chilavert, Vera Arellano, el padre Anchoris entre otros) fue  recibido por el jefe de la masonería local que presidía la "Logia Independencia", doctor Julián Alvarez. 
Alvarez era un morenista jacobino, que trabajó en La Gaceta de Buenos Aires, designado en ese cargo por Mariano Moreno y dirigía varios centros conspirativos del liberalismo revolucionario, tanto de filiación masónica o eminentemente política, entre éstos últimos el club que se reunía en el Café De Marcos y la Sociedad Patriótica.
Luego de la muerte prematura de Mariano Moreno, le tocó dirigir durante un breve período La Gaceta mencionada. Alvarez puso a San Martín en contacto con tres cuadros revolucionarios que lo acompañarían durante su campaña libertadora: Manuel Guillermo Pinto (1783-1853), José Gregorio Gómez (1780-1876) y el publicista Bernardo de Monteagudo (1789-1825). Gómez (el "Goyo" Gómez), fue la única persona que se tuteó con el Libertador durante la campaña emancipadora. Provenía de la "Logia San Juan de Jerusalén de la Felicidad de esta parte de América", según datos aportados por los historiadores Vicente Cutolo y A. J. Pérez Amuchástegui.
Alvarez había nacido en Buenos Aires el 9 de enero de 1788. Pertenecía a una familia rica, su padre era el español Saturnino Alvarez y su madre, Ana María Perdriel. Ello le permitió frecuentar las mejores escuelas, colegios y estudios terciarios. La educación dirigida por los jesuitas, y enseñanzas que recibió en el Colegio San Carlos, en Córdoba y en Chuquisaca le permitieron obtener el título de Teólogo, pero paralelamente a sus estudios sacerdotales, en Chuquisaca, leyó los libros prohibidos de Juan Jacobo Rousseau, de los enciclopedistas, las ideas de los jesuitas Mariana y Suárez sobre el tiranicidio y el derecho de resistir a la opresión.
Se trata del prócer desconocido de la Revolución de Mayo, que tuvo en aquellos acontecimientos de 1810 y en la década posterior, una actividad central pero que ha sido ignorado por los historiadores liberales, católicos, revisionistas o de otras tendencias, probablemente por su carácter de dirigente masónico. Posee una calle en la Buenos Aires actual, en el Barrio Norte, pero difícilmente alguien conozca realmente, incluidos los profesores de historia, quién era, sus datos biográficos, su actividad política revolucionaria y su obra como destacado jurista.
Prócer argentino y uruguayo Julián Alvarez se exilió en Uruguay con su mujer María Pascuala Obes y el resto de su familia en 1820, al comenzar la guerra civil. En Montevideo fundó El Constitucional, destinado a difundir el credo republicano e institucionalista, que desalentara las contiendas internas de las nuevas naciones.
Como nadie es profeta en su tierra, en Uruguay, Julián Alvarez es considerado uno de los Padres de la Patria y, al morir en 1843, hay que destacar que se desempeñaba como presidente de la Corte Suprema de Justicia de la nación oriental.
Cuando estalló el proceso de Mayo, dejó la sotana y se unió a los revolucionarios en su fracción más combativa. Amigo y colaborador estrecho de Mariano Moreno con quien trabajó en los once meses de vertiginosas jornadas, conocía con seguridad las ideas del Secretario de la Primera Junta y su famoso "Plan de Operaciones", escrito por Moreno.
Es interesante constatar que cuando el Libertador San Martín implantó la economía de guerra en Mendoza, coincidió con las ideas de Moreno, impulsor de la industrialización, el proteccionismo económico y una suerte de estatismo.
También es probable, teniendo en cuenta que Alvarez hasta 1820 trabajó estrechamente con San Martín, realizando misiones que éste le encomendó u organizando grupos revolucionarios o de choque en Buenos Aires, haya sido el nexo entre las ideas morenistas del período de mayo de 1810 y las de San Martín, en Mendoza, durante la organización del Ejército de los Andes.
Juan Andrés Gelly fue contemporáneo de Julián Alvarez, y probablemente la suya sea la primer biografía escrita sobre el prócer, un año después de su muerte. Así lo testimonió con su trabajo Apuntes biográficos del Dr. D. Julián Alvarez, presidente de la Honorable Cámara de Representantes, en el año de su fallecimiento y presidente jubilado de la Excma. Cámara de Apelaciones de la República del Uruguay.
Posteriormente, Vicente T. Caputi (1882-1939), publicó en 1930, las Rememoraciones centenarias. Gestación y jura de la Constitución de la República Oriental del Uruguay reproduciendo las intervenciones y discursos de Julián Alvarez en la Constituyente uruguaya de 1829, donde el prócer rioplatense tuvo una activa participación en su calidad de político y jurista.
Hombre de Mayo
Fue uno de los que suscribieron la presentación popular del 25 de Mayo de 1810. En enero de 1811, se le nombró como funcionario en la Secretaría de Gobierno de Buenos Aires, al lado de Moreno. Posteriormente fue diputado por San Juan a la Asamblea de 1812-3. Fue procesado y encarcelado por sostener, desde la prensa, en contra de la Asamblea General Constituyente, la necesidad de que el poder se concentrara en una sola persona. Al instalarse el Directorio fue absuelto y pasó a desempeñarse como oficial en la Secretaría de Estado. Desde 1816 hasta 1820, tuvo a su cargo la redacción de la Gaceta para quien cumplió diversas tareas revolucionarias.
Junto a Alvarez Thomas, cumplió otras tareas ante el gobernador de Santa Fe, Estanislao López. En 1820, enfrentado con el partido porteñista, luego de ser encarcelado por poco tiempo, partió a Montevideo con su familia. Sobre el prócer, Mitre dijo que era de "un bellísimo carácter, talento epigramático sin amargura, escritos fácil aunque algo difuso, nutrido de estudios serios, que derramaba en sus escritos toda la savia exuberante de la juventud".

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miércoles, 23 de mayo de 2018

Chisperos y manolos reclaman un Cabildo Abierto


Chisperos y manolos reclaman un Cabildo Abierto

Chisperos y manolos reclaman un Cabildo Abierto
Amanecieron lunes 21 en la Plaza Mayor bastante porción de encapotados... Comandaban los French, el del Correo y  Beruti, el de las Cajas. Eran 600 hombres bajo el título de Legión Infernal. En efecto, todos estaban bien armados y era mozada de resolución”. Así describe un anónimo testigo, el comienzo de la semana en que se formaría el Primer Gobierno Patrio.

Como especie de fuerza de choque de los ideólogos del movimiento revolucionario, aquellos hombres, provistos de puñales, pistolas y otros elementos de lucha, habían sido reclutados entre las denominadas “clases bajas”. Era gente de acción, dispuesta a lo que viniese. Si bien sus conductores eran conscientes de la postura de las fuerzas criollas, no sabían cuál iba a ser la reacción de los cuerpos peninsulares, en particular el Fijo, cuyo jefe se había pronunciado con tanta decisión por la continuidad del virrey.

Por cierto, en una ciudad de sesenta mil habitantes, aquel número resultaba casi insignificante, pero sin duda su presencia en la Plaza Mayor influyó en la creación de un clima apropiado para la caída del virrey. No conviene desechar la presencia de los chisperos y manolos, como se los llamaba despectivamente, sobre todo porque resulta claro que su convocatoria no resultó espontánea sino resultado de un plan. Tomás Guido expresa en sus memorias que para dar un golpe “se catequizaban individuos de diversas clases; consultándose algunos miembros del clero, cuyo sufragio fue siempre propicio a nuestras libertades, y procurábase el mayor número de adictos para exigir por un movimiento imponente un cambio en la administración, y una junta de gobierno por voto popular”.

Lo cierto es que el procurador del Cabildo, presionado por tan belicosa presencia, les hizo saber que el virrey estaba dispuesto a abandonar el mando. No se conformaron ni French, ni Beruti, ni Arzac, que se sumó al conjunto, por lo que mantuvieron a sus belicosos orilleros y compadritos en el lugar.

La idea de realizar un Cabildo Abierto había ganado fuerza, aunque sin duda en esa asamblea no tendrían lugar los que se hallaban en la plaza sino “la parte principal y más sana del vecindario”, es decir, los militares, clérigos, profesionales, comerciantes y funcionarios.

A las diez de la mañana, los regidores Ocampo y Domínguez cruzaron al Fuerte y obtuvieron el permiso del virrey, quien con bastante astucia, les hizo ver que la opinión del pueblo de Buenos Aires, por sí sola, no resultaba valedera para una decisión de tanta importancia, pues era necesario escuchar a los representantes de todos los cabildos del Virreinato.

Pero los dirigentes revolucionarios ya tenían decidido su curso de acción.

Convocado Saavedra a la sala capitular del Cabildo, para pedirle que “aplicara su celo a evitar todo tumulto y conservar el orden y la tranquilidad pública”, se hizo responsable de que nada ocurriría. A continuación se decidió la convocatoria para el día siguiente y se dispuso imprimir esquelas que serían distribuidas diligentemente a los invitados por los alcaldes de barrio.

Las fuerzas militares, fueron apercibidas y municionadas para que, al día siguiente, controlaran el acceso de los participantes.

Aparentemente, los dirigentes patriotas, que habrían formado una especie de junta de hecho, se asignaron misiones para el 22. Manuel Belgrano debía ubicarse en un lugar visible desde la plaza, pañuelo blanco en mano, para, en caso de producirse algún hecho no deseado, advertir, agitándolo, a los que aguardaban en las inmediaciones.



* Miguel Angel De Marco Presidente de la Academia Nacional de la Historia.

lunes, 4 de diciembre de 2017

DOCTRINA ARTIGUISTA

DOCTRINA ARTIGUISTA



DOCTRINA ARTIGUISTA
· La causa de los pueblos no admite la menor demora.
· Que los más infelices sean los más privilegiados
· Nada podemos esperar si no es de nosotros mismos.
· Con libertad ni ofendo ni temo.
· Sean los orientales tan ilustrados como valientes.
· Tiemblen los tiranos de haber excitado nuestro enojo.
· El despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la soberanía de los pueblos.
· La cuestión es sólo entre la libertad y el despotismo.
· Todas las provincias tienen igual dignidad e iguales derechos.
· Que los indios en sus pueblos se gobiernen por sí.
· Para mí no hay nada más sagrado que la voluntad de los pueblos.
· En lo sucesivo solo se vea entre nosotros una gran familia.
· Yo no soy vendible, ni quiero más premio por mi empeño que ver libre mi nación.
· No venderé el rico patrimonio de los orientales al vil precio de la necesidad.
· Que en modo solemne se exprese la voluntad de los pueblos en sus gobernantes.
· El pueblo es soberano y él sabrá investigar las operaciones de sus representantes.
· Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana.
· Unidos íntimamente, luchamos contra tiranos que intentan profanar nuestros más sagrados derechos.
· Los pueblos de la América del Sur están íntimamente unidos por vínculos de naturaleza e intereses recíprocos.
· No existe un pacto expreso que deposite en otro pueblo de la federación la administración de la soberanía.

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viernes, 24 de noviembre de 2017

CAMPO DE PRISIONEROS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA "Las Bruscas" LUEGO "Santa Elena"

CAMPO DE PRISIONEROS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA "Las Bruscas" LUEGO "Santa Elena"

CAMPO DE PRISIONEROS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA "Las Bruscas" LUEGO "Santa Elena"

Juan M. de Pueyrredón 

Hasta los comienzos del siglo XIX el río Salado fue el límite entre la civilización y los salvajes.  Con más o menos tolerancia y belicosidad, aquello se respetaba.  Eso sí, con una excepción.  Era ésta el establecimiento de los jesuitas, al sur, precisamente en el que sería denominado más tarde “Rincón de López”.  Posiblemente, “las primeras carretas que con sus enormes ruedas marcaron huellones en el lecho del Salado fueron las de los padres misioneros que, en 1742, fundaron la reducción de la Concepción de las Pampas…”.  Pusieron los jesuitas en la empresa su habitual celo civilizador.  No serían más bravos estos indígenas sureños que los que domeñaron y adiestraron en artes y oficios allá en el norte…  Más, no debió acontecer así, pues enana carta del obispo de Buenos Aires, fray José de Peralta, se dice que éstos de la otra banda del Saladillo “tienen muy poca obediencia a los misioneros y sin temor se han salido del pueblo llevándose mujeres en continuación de su libertinaje, y que entre los que se mantienen en el pueblo se traban de ordinario querellas…”.  Lo cierto es que, más allá del Salado, todo era dominio de salvajes, huidos de la justicia y malandrines.  No faltan los historiadores que anotan que “el establecimiento de estas reducciones, respondía, además, a un plan de observación y espionaje que, sin despertar sospechas, podían llevar los padres ante las autoridades de Buenos Aires, transmitiéndoles los movimientos y preparativos de la indiada, bien visibles en aquellas soledades”.

Expulsados los jesuitas, y evacuada la misión quedaron aquellos campos sureños abandonados.  Fue, teniendo en cuenta su carácter de realengos, como se desprende de un posterior “reglamento provisional” que determinaba las condiciones bajo las cuales el Gobierno otorgaría suertes de estancias al sur del río Salado, que muchos estancieros arriesgados decidieron establecerse en ellos.  Sus sucesores, en más de una oportunidad, los encontramos consignados en los planos catastrales contemporáneos.

La antigua cartografía jesuítica, entre otros, los mapas del padre Cardiel y, en particular, el de Falkner de mediados del siglo XVIII, en el lugar aproximado correspondiente a Las Bruscas, ubica en el grado 36, a la misión de la Concepción. Pero sin remontarnos tan hacia el pasado, recordemos aquí la Carta del trayecto de Buenos Aires a Valparaíso, trazada en 1810, por los españoles Espinoza y Bauzá, que la ubica también a la misma altura.  Esta situación es confirmada años más tarde, en 1825, por la carta de John Miers, el cual lo hace en forma más nítida, rompiendo el recuadro, al pie, a la derecha, exactamente sobre el paralelo 36, a 57º 2’, del meridiano de Greenwich, aunque ya con la denominación de Santa Elena, según designio del Supremo Gobierno, del 26 de noviembre de 1817.

Las Bruscas

El “depósito” o campo de prisioneros de “Las Bruscas” se hallaba establecido en los aledaños de la laguna de los Pingos, debajo de la cual en el mapa de Bacle, de 1830, ya figura la población de Dolores, y, un poco más hacia el sur, los famosos montes del Tordillo, refugio de cuanto bandolero escapaba de la civilización.

Para llegar a Las Bruscas, desde Chascomús, había que seguir por el camino que cruzaba el Salado en el paso llamado de la Reducción.  De su existencia pormenorizada nos da prueba el esquema reproducido por Adolfo Carranza en la Ilustración Histórica Argentina (Nº 19, Tomo II, página. 193) titulado: “Nueva Población de Santa Elena, depósito de prisioneros” sacado el 1º de enero de 1819.

En ese esquemático plano, no por tosco en el trazo menos interesante, se presenta un rudimentario poblado, rodeado por las lagunas que, en las temporadas nefastas, acrecentándose, lo convertían en un aislado islote.  No faltan en esta pieza, singularmente documental, las menciones correspondientes a la Capilla, Campo Santo, Casas de los administradores, almacén, presidio y hasta pulpería.

¿Por qué Las Bruscas?  Ansay nos los dice: “era un bruscal, campo abundante en brusquillas, arbusto duro y con espinas bravas, rechazado por los animales, con bayas como cerezas, particularizado por entrar rápidamente en combustión.  Aseguraba la gente de aquellos lugares que era la cocción de sus raíces buena para la sangre”.

El lugar, en la época, no podía adaptarse más a su cruel destino de campo de concentración de prisioneros.  Estaba en la linde de la jurisdicción civilizada, en las riberas del incontenido Salado de entonces, abundante en lagunas de escasa profundidad, con vegetación acuática: juncos, y achiras, “aguas tendidas” y traidores guadanales.  Río de engañoso cauce, que se ensanchaba como un mar con las grandes lluvias y los golpes de marea del Samborombón, impracticable para la navegación (hubo en 1857 una alocada intentona de la que da amena y versada cuenta el historiador Carlos A. Moncaut), colmado de sedimentos, con el azulado barro de sus cangrejales, y escasos pasos seguros, uno de los cuales era, precisamente, el de La Postrera, la estancia predilecta de Felicitas Guerrero de Alzaga.

Empero, como veremos, la seguridad y el aislamiento de los confinados eran relativos.  La temeridad, la suicida sed de liberación, el soborno a los milicos encargados de la custodia, la desesperación, más de una vez, tentó a los prisioneros realistas, cobrándoles su osadía con la vida o las crueles represalias tomadas con los inocentes sorteados que se resignaban a permanecer en Las Bruscas.  Pues que, por cada evadido, se sorteaba un confinado, al cual se le engrillaba y remitía sin dilación a la lejana prisión de Buenos Aires.  Y se daba el caso de que, siendo los jóvenes los más resueltos y temerarios, los que purgaban eran los militares más ancianos, de mayor graduación e impedimento físico.

Para ubicar al lector contemporáneo en el lugar de Las Bruscas o de Santa Elena, ateniéndonos a las informaciones que suministra el plano catastral del partido de Dolores, levantado por la Dirección de Geodesia provincial, para el año 1948, consignaremos que estaban al NNO de la ciudad de Dolores, a unos tres kilómetros de la misma y algo menos de las vías del Ferrocarril Roca en su ruta a la Parada Kilómetro 212, en campos de R. García Fernández, desprendidos del entonces perteneciente a José A. Barbosa.  Por el lugar pasaba en días más cercanos el camino de Dolores a Rauch, empinándose unas varas al salir de Las Bruscas, para meterse entre las lagunas de los Dos Talas, la del Medio y del Aguadero, zonas aguanosas y bajas que utilizan en el presente la salida del Canal número 9.

El gobierno directorial, antes de que se pusiera en marcha la columna de prisioneros en la cual formaba Ansay, había tomado algunas providencias.  En primer lugar, atentas las solicitudes de otorgamiento de tierras realengas ubicadas al sur del Salado –muchas de aquéllas de las que, en 1767, torpemente se había desalojado a los jesuitas-, el 25 de enero de 1816, reglamentó el otorgamiento de suertes de estancias.  El propósito aparente fue el de colonizar y terminar, ¡claro que a costa del esfuerzo y el denuedo de algunos estancieros!, con los vagos, desertores, prostitutas y holgazanes guarecidos en los montes del Tordillo, así como darle formalidad a la entrega de otras tierras más valiosas a cambio de unos reales.  Pero, éste no es asunto de tocar aquí.

Lo que se ve sí, es que el recaudo de los prisioneros realistas comenzaba a convertirse en un agudo problema.  Extensas y minuciosas fueron las instrucciones que, ya establecido el Directorio de Pueyrredón, el 28 de marzo de 1817, recibió el teniente coronel Juan Navarro, “para que arregle a ellas su conducta en el desempeño de la Comisaría de prisioneros”… por de pronto, se daba por sentado que la guardia de Chascomús era el punto donde estaban concentrados y desde el que se les distribuía, ordenándoseles militarmente por compañías.  Serían ellos los que construyeran sus moradas con los materiales obtenidos en las inmediaciones.  No se apartarían más de una legua descentro de reunión.  El alimento lo suministraría el comandante militar respectivo. (1)  Siempre que los trabajos públicos lo exigieran, se atenderían con prisioneros, con excepción de los jefes y oficiales.  También, bajo fianza, podían facilitarse a los vecinos para las tareas rurales.  Por fin, y esto es de interés: el Comisario cuidaría de tener prisioneros espías que advirtieran sobre los conceptos, planes, etc. de los prisioneros.

El 11 de junio salió la columna de Luján.  Hasta la estancia de Julián Martínez de Carmona, distante aún cinco leguas de las riberas del Salado, los prisioneros habían marchado unas setenta leguas.  Todavía les faltaban dos más para alcanzar su mortífero destino.  Era una zona lacustre, plagada de interminables ciénagas, cañadas y cañadones con fondo legamoso y traidor.  Estas chacras procedían y a su vez alimentaban las lagunas de dilatado espejo que, unificándose en los períodos lluviosos del invierno, le daban a la vastísima región el aspecto de un mar.

Aquellos tembladerales, cubiertos por las aguas que no se habían retirado aún, engullían a los animales hasta las verijas. En otros lugares, los pajonales altos impedían el fácil galopar de los caballos.

Llegada de Ansay al “Depósito”

El 22 de setiembre llegó Ansay al “bruscal depósito”, como él lo denomina.  Allí comenzó otra etapa de penurias, privaciones y, naturalmente, un pertinaz anhelo de problemáticas y siempre riesgosas fugas.

Pese a su edad y achaques, imitando a los que habían llegado antes, levantó su rancho, transportando él mismo los palos, cortando las pajas en las lagunas.  La ración de carne que les asignaban era ínfima.  Hubo que pensar en obtener algo de aquella tierra aguanosa; cavar, rellenar, trazar surcos.  La leña combustible estaba como a dos leguas.  La conducían a cuestas, pasando hasta once charcas con el agua arriba de la cintura.

El gobierno directorial, por una orden del 28 de agosto, antes del arribo de Faustino de Ansay, como hemos dicho, había dispuesto el suministro de las reses para la alimentación de los presos españoles.  Pero, sus compatriotas no parecían mostrarse muy pródigos o, quizá, los funcionarios de la custodia, se quedaban con la parte del león… o de la hiena, que por tales tenían los realistas a Juan Navarro y su segundo Saturnino Saraza.  Además, protestar, ¿para qué?.

En varias oportunidades lo hicieron, con respetuosos términos, alegando elementales razones de humanidad, apelando al derecho de gentes, a la buena fe que presumiblemente se pone en los tratados, al derecho internacional que establece que la cautividad de los prisioneros de guerra no constituye un castigo ni un acto de venganza.  Se dirigieron al flamante y soberano Congreso, al Director Supremo, al Cabildo, y hasta el comandante de la corbeta británica “Termefant”, en sendas y conmovedoras notas fechadas el 1º de noviembre de 1817.  La callada fue por respuesta.

En octubre de 1817, un acuerdo del gobierno de Pueyrredón decidió cambiar la denominación de Las Bruscas por la de Santa Elena, “quedando enteramente abolido aquél por el primer nombre”, especificaba el ministro Tagle.  Las dotes mefistofélicas con que el historiador López lo retrata llevan a pensar en el humor negro que el atildado y lúgubre personaje volcó al recordarles a los prisioneros realistas, con aquella designación de Santa Elena (Napoleón estaba en el islote atlántico desde el 17 de octubre de 1815….), al maligno conquistador que tantos estragos ocasionó en la Península.

Todavía, el 26 de mayo del año siguiente, en nombre de los 638 relegados que parecían hambre y miserias en las antiguas Bruscas, se renovó otra presentación, dirigida a Pueyrredón: se morían materialmente de hambre y otro terrible invierno se les venía encima.  El papel debió perderse entre la hojarasca administrativa.  Eran muchas las inquietudes que provocaba en Europa el intrigante y calumniador Manuel Sarratea y otros que tales, con una posible conspiración contra el Director Pueyrredón.  Por otra parte, el general San Martín había llegado a Buenos Aires el 17 de mayo, para recibir, como anota Mitre, “por primera y última vez en los fastos de la Nación Argentina el reconocimiento por sus servicios que con tanto honor del nombre americano merecía”.

Reducidos los realistas de Las Bruscas a una situación tan afligente, más parecía que lo que se procuraba era exterminarlos.  Era la guerra en toda su brutalidad.  Otro tanto acontecía con los patriotas y entre los mismos patriotas. No se podía olvidar la servicia de Nieto en el Alto Perú.  En aquellos mismos días, los hermanos Carrera habían pagado por igual un cruento tributo.  Era el signo del tiempo.

En la relación de aquellos plañideros escritos había colaborado Ansay, que ya tenía larga experiencia en tales gajes del oficio militar.  Las listas de prisioneros se conservan en el Archivo de la Nación.  De todos ellos queremos mencionar uno solo: Andrés González del Solar, oficial español en el Perú, prisionero en la fortaleza del Callao, fue relegado a Chiloé, pasado finalmente a Las Bruscas.  Lo liberó el gobernador general Rodríguez y se estableció con un comercio en Buenos Aires.  En 1833 se casó con Margarita de la Puente.  Padre del injustamente olvidado poeta autor del laureado Canto a Cristóbal Colón, lo fue también de Carolina, la esposa del autor de Martín Fierro.

Allá por marzo de 1818, diríamos, por puro formulismo, llegó a Las Bruscas un comisario en tren de investigador.  Con aspavientos e ínfulas inició los interrogatorios.  Navarro y su gente salieron al paso, alegando que los realistas eran unos rebeldes que no tramaban más que fugas y estaban en una permanente insubordinación.  El resultado fue castigar a los prisioneros sentenciándolos por sorteo para llevarlos a presidio.  Ansay, como todos, metió su mano en el botijo, y salió libre, pero cinco infelices tuvieron la “suerte” de ser transferidos a la cárcel de Buenos Aires.  En la Capital, acollarados y engrillados, siendo objeto de la befa del populacho, debieron trabajar en las calles o en algunas obras públicas.  Fueron precisamente prisioneros de guerra españoles los que demolieron la vieja plaza de toros y levantaron los muros del cuartel del Retiro.

En agosto del mismo año agregaron 44 oficiales prisioneros, provenientes de la batalla de Maipú.  Con tantas calamidades, algunos realistas se fugaron dirigiéndose nada menos que a Valdivia, a través de 400 leguas, atravesando pampas y montañas, desafiando a los indios.  Unos llegaron al cabo de un año.  La fuga se compensó con el consabido sorteo.

Pero, la tropa que custodiaba el Depósito no cobraba sus sueldos con regularidad.  De tal manera, unas veces, por unas monedas, favorecían las fugas.  En otras oportunidades pasaban cartas y traían noticias.  También, aparentaban favorecer, ¡y delataban!  Faustino de Ansay, con muchas dificultades, logró que su leal amistad residente en Buenos Aires, intercediera para que se le dejaran curarse en un hospital, ofreciendo una no despreciable fianza de ocho mil duros.  “No hay lugar”, fue la respuesta; y, de  palabra, se le reiteró que era en vano presentarse, pues no merecía ninguna gracia del gobierno, pudiendo estar contento de que no le hubieran quitado la vida.

Otra vez, los blandengues fueron relevados por un destacamento de negros.  “Aquellos bárbaros –dice- al verse en el estado de libres, con las alas que les daban, se insolentaban, nos robaban cuanto teníamos en las huertas, diciéndonos pícaros, ladrones, godos, gallegos…  Ahora mandamos los negros a los blancos…”.  Y los apaleaban.

Con el desquicio institucional del año 1819, arreciaron las fugas y, por consiguiente, los injustos sorteos.  Así, el capitán de caballería Pedro Abarca, de 70 años, purgó la fuga de un simple recluta.  Los encargados del Depósito pensaron en algo más severo: fusilar a los sorteados, para ponerse a salvo de toda responsabilidad.

Las órdenes y las contraórdenes llegaban diariamente al nefasto lugar.  Para el 4 de marzo se dispuso volverlos a todos a Mendoza y San Luis.  Mil milicianos gauchos los escoltaban.  Tuvieron que abandonar sus ranchos e improvisados bienes y obedecer.  No habían avanzado más que una legua cuando cundió la especie de que serían todos degollados en cuanto llegaran al Salado.  Afortunadamente en lo más álgido del pánico, llegó la contraorden de regresar a Las Bruscas, donde encontraron la población casi en ruinas.  Al parecer, algunos jefes patriotas habían solicitado al gobierno que no tolerara tales atentados, recelosos de las represalias que provocarían, particularmente después del tremendo episodio de San Luis, donde los oficiales realistas capturados en la batalla de Maipú armaron un motín con un trágico saldo.

Fuga del coronel Faustino Ansay

Faustino de Ansay, el tozudo hijo de Zaragoza, no cejaba en sus proyectos de fuga.  Una, dos, tres veces lo intentó.  Sus camaradas iban escapando y él quedaba.  Por fin, aquella invariable amistad radicada en Buenos Aires, aprovechando un cambio de autoridades, insistió nuevamente.  El 24 de mayo llegó la anhelada orden de que pasara a la Capital para remediar sus males.

Recién entonces dejó el Depósito de Santa Elena, aquel infernal bruscal, donde padeció dos años, once meses y veinticinco días.  Como hemos dicho, Ansay, minucioso contable, no perdonaba un día a sus penurias.

Ya lo tenemos al coronel camino a Buenos Aires.  Llega en mal momento para la Revolución.  Oportunidad propicia para él.  Con centinela a la vista, lo internan en el hospital.  Se encuentra realmente enfermo; pero, con males y fiebres, su obsesión es la de fugarse.  En realidad, todos lo hacen.  Con unos y con otros, Ansay urde posibles escapatorias.  A veces se burlan de él y le pelean los pocos cuartos que le respetan.

Una noche, finalmente, lo consigue.  Acude a refugiarse en casa de “una señora, donde le dan una habitación con todo disimulo”.  El marido había salido para Montevideo.  Treinta y tres días vive allí oculto.  Como siempre, lleva bien la cuenta.

En tanto, ¿qué ocurre?  La ciudad está envuelta por el desquicio político y administrativo.  Se vive materialmente en un infierno.  Alvear, Pagola, mil ambiciosos más que han trocado el sano patriotismo por el asqueante y pernicioso apetito del poder.  Es la cuota inevitable de todos los movimientos populares.  Buenos Aires se ha convertido en el refugio de la pobre gente de las asoladas campañas.  ¿Quién, entonces, va a reparar en el envejecido y astroso fugitivo que es el coronel Faustino Ansay?

Como bestias arrean por las calles a los prisioneros.  Ya no son solo godos.  Las mujeres pernoctan en los templos. Algunas paran en los conventos, como la esposa de Tomás O’Gorman, que dio a luz de urgencia e la celda del fraile Francisco Castañeda.  Para colmo de males, el 19 de agosto, un terrible temporal empuja al río más arriba de las barrancas, destrozando innumerables embarcaciones, arrasando humildes viviendas.

¿Cómo no afanarse entonces en lograr la salvación tan anhelada?  El 1º de octubre se halla la ciudad en revolución. Tocan generala.  Ansay aprovecha.  Paga la complicidad con las últimas monedas de oro que su amistad le ha hecho llegar.  Tal es su confusión que, en medio de la noche, se equivoca y acude, en demanda de refugio, tan luego a la casa de Agrelo, “el más cruel de los insurgentes”, dirá luego.  Pero se salva porque el escabroso personaje anda, a su vez, conspirando.

La casa que el buscaba estaba dos puertas más adelante.  Para evitar suspicacias, dejémosle a él que evoque algún pormenor de sus felices días mendocinos:

“Llamo –dice-, y a pesar de que estaban dormidos por la jarana de la noche (sic),me respondieron, y por no decir mi nombre, repliqué, ¿quién tuviera sus cuidados?.  Me conoce la señora en el eco.  No espera a sus criados, me abre la puerta aún estando en paños menores.  ¡Qué acción generosa!  Se viste, deja a su marido que aún está en cama, y cual otra madre tierna que ve a su hijo, que hace tiempo estaba ausente me recibe, llama a los criados, manda hacer té, y le relaciono lo ocurrido en estos días.  El hacer bien nunca se pierde.  Así me sucedió a mí.  En enero de 1810 pasó esta señora por Mendoza, y por esta causa le franqueé algún dinero para muebles y poner casa aquí, y agradecida me recoge y me sirve en gran manera”.

Ahora podemos abreviar.  El día 4 hay luchas en las calles.  Nada más que en la Plaza, 500 muertos.  Pero, al parecer, ya está afirmado el gobernador Rodríguez.  El 9, día de la Virgen del Pilar, patrona tutelar de Aragón, le confirman al impaciente coronel la posibilidad de fugarse en la lancha de un esforzado y leal gallego.  Lo hace por el Riachuelo.  Con viento favorable, más no sin dificultades.  Por fin, el 14 está a la vista de la Colonia del Sacramento.  El jefe militar portugués lo recibe con benignidad y honores.  Dos días después zarpa de Montevideo, “dando gracias al Poderoso porque ya podrá respirar libremente después de miserias, trabajos y calamidades sufridas en 10 años, 5 meses y 13 días”. El siempre habría de llevar la cuenta.

Aquí podemos poner fin a las  infinitas y peregrinas ocurrencias del coronel Faustino Ansay.  Anotemos algo más para que el relato de sus padecimientos no quede trunco.  En Montevideo estuvo hasta el 24 de enero de 1821.  El 7 de febrero, fue a Río de Janeiro.  Restablecido y con recursos que le facilitó el embajador de España, levó anclas el 6 de junio para Europa.  Con 83 días de navegación, alcanzó Lisboa el 28 de agosto.  El 26 de enero de 1822 llegó a Sevilla.  Tuvo complicaciones de índole administrativa.

Este coronel con alma de contable parece que no se daba por enterado de que aquellos no eran tiempos para cálculos rigurosos ni de días ni de duros.  Obtuvo una foja con 43 años de servicios y quince días, ni más ni menos.  Visitó Madrid, ya más tranquilo.  Y, el 23 de octubre regresó a su Zaragoza siempre añorada, a las 4 de la tarde.  Vio que también allí la guerra había pasado dejando sus tremendas huellas.

Parece que, posteriormente, complicado en algunos pleitos políticos de su país, debió exiliarse en París y en Londres. Faustino Ansay tendría muchas cosas para contar en su vejez.  Sobre todo, su estadía en ese lugar que, sin exageración, podemos llamar “el campo de concentración criollo”.

Referencia

(1) Más tarde, el 28 de agosto de ese mismo año, se estableció que el comisario Navarro estaba facultado para obtener de los hacendados europeos las reses necesarias para el consumo del Depósito, conforme con el ganado que aquéllos tuvieran.  En Chascomús, de tres ganaderos realistas, el más fuerte, con 9.000 cabezas, era Manuel Martín de la Calleja, que debió aportar 900 animales por año.

Fuente
Ansay, Faustino – Relación de los Acontecimientos ocurridos en la ciudad de Mendoza en los meses de junio y julio de 1810.
Danero, E. M. S. – Las Bruscas, Campo de Concentración Criollo”
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Todo es Historia, Año III, Nº 25, Mayo de 1969.
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