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domingo, 19 de noviembre de 2017

TILINGOS Por Arturo Jauretche

TILINGOS Por Arturo Jauretche

TILINGOS Por Arturo Jauretche
[Revista Confirmado, junio 1966]
CONFIRMADO me propuso este tema. Pensé entonces que era la oportunidad para ofrecer una respuesta, entre las muchas que pueden articularse, a un interrogante que plantea José Luis de Imaz en Los que mandan; "¿Por qué, no obstante su peso económico, su rol en la modernización, y haber sido innovadores tecnológicos, los empresarios no pesan en la vida del país?".
O pesan al revés. Este es el caso de ciertos tipos de grupos económicos capitalistas, adscriptos a la política de la Sociedad Rural, ya consolidados dentro del viejo sistema agro-importador, que prefieren un mercado interno pobre en condiciones de monopolio a un mercado en crecimiento en condiciones de competencia, como los que apoyaron la política de contención del progreso en las Juntas Reguladoras de la Década Infame. Sólo que éstos sí saben lo que quieren.

Pero no voy a hablar de economía, sino del tema propuesto; de la forma en que la tilinguería impone sus pautas, y cómo ellas están perturbando el desarrollo de la inteligencia nacional y sus impulsos creadores.

Y ésta es cosa de que debe tomar cuenta también el político militante, si es que no sabe que el comité ha muerto definitivamente. Porque los estados de opinión, entre los cuales tiene importancia fundamental el slogan que surge de la cuestión de los status, pesan mucho más que una recluta que sólo vale para las elecciones internas.

En el Espasa Calpe se lee tilingo: "Argentinismo: Insustancial, ligero, que habla muchas tonterías". Segovia, en su Diccionario de Argentinismo", expresa: "Dícese de la persona simple y ligera que suele hablar muchas tonterías".

Los paisanos, de un tipo así, dicen; "Hombre sin fundamento".

Que un tipo que no produce diga, en una reunión de tipos que no producen, que no producen los únicos que producen algo, es tilinguería. En esto de producir, tenemos muchos productores rurales por el estilo que creen que la condición de productor la da la propiedad de una estancia, unos breeches y unas botas de polo, que viven en la ciudad -"porque mi señora dice que hay que educar a los chicos"- y dan una vuelta por el campo cada quince días. Productores rurales son los que trabajan y producen en el campo, que pueden ser patrones o peones, pero no los que no intervienen en la producción sino como propietarios, y que son rentistas aunque no arrienden. Estos también son de los que dicen que los "obreros" no producen. Y ya no desde la posición marginal del tipo del portafolio, sino empinándose como "fuerza viva" sobre la que descansa la economía del país.
Don Hipólito -desde luego, Yrigoyen es el Hipólito por antonomasia- decía "palangana". Supongo a esta expresión tradicional y fundada en la poca cosa y mucho ruido de la enlosada al caer retumbante.

Usted lo conoce al tilingo. Y si no lo conoce, ahí lo tiene al lado, en esta mesa de un café céntrico donde se han sentado cuatro o cinco tipos con portafolios.
Algún día habrá que escribir la historia del hombre del portafolio. Hubo la etapa de la posguerra con los "ingenieri" italianos recién llegados que escondían bajo el cuero -con una sugestión de planos y patentes de invención- el sandwich de milanesa del almuerzo. Ahora es posible que el portafolio contenga la cuarenta y cinco persuasiva, o la concluyente tartamuda portátil.

Pero esos que están en la mesa de al lado sólo llevan allí sueños, proyectos, hipotéticas transacciones. Andan a la búsqueda de enganchar algo, intermediar en alguna operación cualquiera para ganar una comisión, y muchas veces intermediando entre intermediarios. Generalmente se ayudan con el teléfono de un amigo que tiene escritorio y al que han pedido permiso para que les "dejen dicho". Ese teléfono, la mesa del café y el portafolio constituyen su establecimiento comercial.

Mientras llega "el asunto*', hablan de fútbol, de carreras, de política, de economía.

Cuando tocan estos dos temas últimos, nunca faltará quien diga: "Lo que pasa es que los obreros no producen". Ahí está el tilingo.
No se le ha ocurrido averiguar qué es lo que él produce y qué producen todos ellos, puntas sueltas, mallas erradas en la enorme red de intermediación que es Buenos Aires.
La tilinguería racista no es de ahora y tiene la tradición histórica de todo el liberalismo. Su padre más conocido es Sarmiento, y ese racismo está contenido implícitamente en el pueril dilema de "civilización y barbarie". Todo lo respetable es del Norte de Europa, y lo intolerable, español o americano, mayormente si mestizo. De allí la imagen del mundo distribuido por la enseñanza y todos los medios de formación de la inteligencia que han manejado la superestructura cultural del país.Inevitablemente, éstos y otros representantes de la tilinguería son los que, ante la menor dificultad, califican al país: "Este país . de m...", colocándose fuera del mistao a los efectos de la adjetivación. Y la verdad es que el país lo único que tiene de eso son ellos: los tilingos.

EL racismo es otra forma frecuente de la tilinguería.
Recuerdo que cuando cayó Frondizi, uno de esos tilingos racistas me dijo, en medio de su euforia:
-¡Por fin cayó el italiano! Se quedó un poco perplejo cuando yo le contesté:
-¡Sí!, lo volteó Poggi.
Muchos estábamos enfrentados a Frondizi; pero es bueno que no nos confundan con estos otros que al margen de la realidad argentina, tan italiana en el presidente como en el general que lo volteó, sólo se guiaban por los esquemas de su tilinguería.

Ernesto Sábato, con buen humor, pero tal vez respirando por la herida, ha dicho en Sobre héroes y tumbas más o menos lo siguiente: "Más vale descender de un chanchero de Bayona llamado Vignau, que de un profesor de filosofía napolitano". La cita me chocó en mi trasfondo tilingo (fui a la misma escuela y leí la misma literatura) porque tengo una abuela bearnesa también Vignau, tal vez más que por lo de Bayona, por lo de chanchero (vuelvo a recordar que fui a la misma escuela, etcétera).

La verdad que ni el presidente ni el general son italianos. Simplemente son argentinos de esta Argentina real que los liberales apuraron cortando las raíces.

Pero la idea liberal o sarmientina no era ésa. Ella tenía, y tiene, una escala de valores raciales que se identifican por los apellidos cuando son extranjeros. Arriba están los nórdicos -con escandinavos, anglosajones y germánicos-; después siguen los franceses; y después los bearneses y los vascos; más abajo los españoles y los italianos, y al último, muy lejos, los turcos y los judíos. Cuando yo era chiquilín nunca oí nombrar a un inglés -que generalmente era irlandés, pero la diferencia era muy sutil para entonces- sin decir "Don", aunque estuviera "mamao hasta las patas". El francés, a veces, ligaba el Don; y en ocasiones, el vasco. Jamás el español, que era "gallego de...", lo mismo que el italiano "gringo de...". ¡Para qué hablar del turco y del ruso.'

En La condición del extranjero en América, Sarmiento parece revisar sus tesis sobre la inmigración. Pero no nos engañemos: se sintió defraudado por la misma porque vino del Mediodía de Europa. El hubiera querido una inmigración de arquetipos, y los arquetipos son los que estaban en lo alto de su escalera antiamericana y antiespañola.

Afortunadamente fracasó, y eso es lo que nos ha salvado como nación. En algún lugar he recordado las palabras de Hornero Manzi cuando me dijo:
-Lo que nos ha salvado es la actitud del italiano y el turco, que en lugar de proponerse como arquetipos, propusieron como tal al gaucho; así, en el ridículo del cocoliche se nacionalizaron en lugar de desnacionalizarnos.
Sólo falta imaginar lo que hubiera ocurrido si las pampas y las aldeas se hubieran poblado de los ejemplares arquetipos deseados por ese racismo, con la actitud de obsecuencia de las generaciones liberales para todo lo foráneo.
Ya se ha dicho que esa tilinguería racista viene de lejos.
Pero se acentúa cuando se producen cambios sociales. Entonces, la tilinguería se exacerba en una peyorativa actitud racista. Pasó con el acceso al poder del radicalismo. Los tilingos de entonces cargaron el acento sobre los apellidos italianos de la nueva promoción política suscitada con el ascenso de la clase media: la pequeña burguesía inmigratoria y los doctores de primera napa nacional.

La oposición conservadora adoptó un aire peyorativo que se tradujo en toda una literatura política, que fue del periódico -La Mañana y La Fronda, sucesivamente, fueron sus expresiones más calificadas- hasta el discurso parlamentario. Se jugaba, por ejemplo, con la equívoca significación de algunos apellidos; así, la triple fórmula Coulom-Coulin-Culacciatti, que integraba, con la igual finalidad peyorativa hacia los criollos desconocidos, don Julio del C. Moreno -un personaje riojano- completaba el ridículo en la imagen anal. Hasta cuando el apellido era patricio se lo modificaba para ponerlo a tono: así, padeciendo Yrigoyen de un posible mal de las vías urinarias, el doctor Meabe, su médico de cabecera, se convertía en el doctor Meabene para adecuarlo a la cita siguiente que era la de un correligionario de la 3a Don Plácido Meo.


En realidad, para los que lo escribían no se trataba de otra cosa que de un recurso humorístico. Pero para el tilingo de entonces el fundamento más real, el que más invocaba, el que más jugaba, era ese de los "gringos", Y lo de "gringos" sólo jugaba para los descendientes de inmigrantes provenientes del Mediodía de Europa. No para los otros.

Pasó mucha agua bajo los puentes, y vino otro movimiento multitudinario: el de 1945. Ya los gringos se habían incorporado y su presencia política no lesionaba a la tilinguería, no sé si es porque de las nuevas promociones ascendentes habían salido también promociones de tilingos. Sólo así puede explicarse que un hijo de italianos -Sammartino- haya hablado despectivamente de los "negros" al referirse al "aluvión zoológico", en una caracterización evidentemente racial y peyorativa, cuando aún estaba fresca la tinta que lo había calificado a él también peyorativamente.

Que "el gringuito" de unos pocos años atrás se sienta vieja clase frente a los descendientes de los conquistadores en la confrontación de sus apellidos no revela simplemente que "el gringuito" se ha incorporado a la tilinguería. Lo grave es que se ha frustrado como guarango. Y la guaranguería es la espontaneidad de las nuevas clases, de las promociones que irrumpen con cada ascenso de la sociedad, porque los dos grandes movimientos populares del siglo -el de 1914-16 y el de 1943-45- han sido la expresión de eso: de ascensos masivos.

No corresponde aquí desentrañar las raíces económico-sociales de los dos hechos históricos; ni siquiera la coincidencia con las dos guerras mundiales que nos aislaron de los países arquetipos en una neutralidad intolerable para los tilingos, pero que dio las bases para una consolidación propia.

Usted puede hacer un fácil test. Yo lo he hecho.
Sé que un fulano se ha gastado 15 millones de pesos en un departamento de la Avenida del Libertador. Nos encontramos y le adivino la intención de informarme de su compra, como corresponde al guarango. Pero yo quiero saber si está frustrado como tal y lo madrugo diciéndole antes de que me dé la noticia:

-Estoy muy afligido por un amigo que se ha gastado más de 10 millones en un departamento de la Avenida del Libertador...
-¿Y por qué se aflige? -me pregunta inquieto. Le contesto:
-Y... porque la Avenida del Libertador no es "bien"...
-Pero entonces..., ¿qué es "bien"? -pregunta desesperado.
-"Bien" es de la plaza San Martín hasta la Recoleta, de Santa Fe al Bajo. Y dentro de ese radio. "bien", "muy bien", el codo aristocrático de Arroyo, como dice Mallea: Juncal, Guido, Parera. . .

Le veo en la cara al hombre que está desesperado. Y entonces, lo remato:
-La Avenida del Libertador es como tener un leopardo de tapicería sobre el respaldo del asiento trasero del coche.

El leopardo lo tiró a la vuelta. Del departamento no sé.

Pienso que lo hecho es una crueldad, pero la investigación "científica" es así... cruel como la vivisección.

Yo quería saber si el hombre era un burgués con toda la barba o un tímido burguesito en camino de terminar en tilingo. El que es verdaderamente burgués sigue adelante, cumple su gusto, se realiza con la arrogancia del vencedor y compra en la Avenida del Libertador, precisamente porque es caro, porque acredita su victoria y la prestigia ante los burgueses. Si quiere barrio, compra; y si quiere apellido y mujer distinguida, compra también. Podría citar casos. Pero no se achica, se disminuye; no se acomoda a los esquemas y limitaciones de los tilingos.

De aquí que mientras en Europa y en Estados Unidos un banquero o un industrial miran a un ganadero como un "juntabosta", aquí el ganadero lo mira por arriba del hombro al empresario. Y el empresario, que quiere ser "bien", se ve obligado a comprar estancia, a tener cabaña -así sea de perros-, porque sólo por la Rural, y tal vez por el Kennel Club, puede lograr ascenso social que apetece.

Lógicamente esta burguesía, desde que imita a la vieja clase, se somete a todas sus normas y, por consecuencia, también en política.
Ese sometimiento y esa adhesión a las viejas clases -incongruente económicamente- no sólo se ejerce verticalmente. También horizontalmente, cuando contemplamos la geografía social del país.
Así, los titulares de los intereses vitivinícolas de Cuyo y los tabacaleros, azucareros y fruticultores del Norte, que necesitan un mercado interno de alto poder de compra -es decir, que el Litoral desarrolle una política de alto nivel de vida-, están ligados políticamente a los conservadores del Litoral, gobernados por cabañeros e invernadores cuya tendencia es producir a bajo costo en un mercado de poco poder adquisitivo para cumplir la función asignada en la división internacional del trabajo como abastecedores ultramarinos de las metrópolis. Esta incongruencia es difícil de explicar, pero no son ajenos a ella el prestigio social del Litoral y la incapacidad burguesa de los del interior en los respectivos grupos patronales. Esta gente de Cuyo y del Norte es muchas veces portadora de apellidos españoles de abolengo arribeño, de mucho mayor cotización histórica que los abajeños del puerto. Pero queriendo asimilarse a la alta clase del puerto se han sometido a las normas políticas e ideológicas de los principales. De "bien" provincianos, quieren ser "bien" en la Capital. ¿Cómo extrañar entonces que los guarangos frustrados del Litoral se hagan tilingos, si la misma tilinguería la padecen muchos aristocráticos descendientes de la Conquista por el Perú?
La tilinguería cotiza una marca de vino, un tabaco, un pomelo, o una palta, muy por debajo de un toro lleno de medallas. Se entra muy bien en la alta sociedad llevando de la rienda al toro, pero es difícil mostrando una botella de vino por lujosa que sea la etiqueta, por más sugestiones de chateau que evoque, tanto en la presentación como en la exquisita calidad del producto.
A un cuarto de siglo de la entrada del país al capitalismo, debemos recordar que el capitalismo naciente en la Argentina fue ajeno en sus hombres al hecho histórico que lo provocaba, produciéndose la paradoja de que le correspondiese a la clase obrera abrir la etapa del desarrollo económico burgués. Más aún: la nueva burguesía sigue aún incapacitada para jugar su papel, y es precisamente porque en la medida que asciende, pierde conciencia de su propia realidad para hacer suya la imagen de importancia que le presenta el tilingo. Se queda en el "medio pelo" y, rechazando el triunfo burgués, se adecúa al remedo, a la imitación de la alta clase con la que cree tomar contacto cuando se acomoda a la imagen de alta sociedad que le brindan los declasados.

Hubo un tiempo en que los venidos a menos económica y socialmente se jactaban de ser un pequeño sector domiciliado en el "Palacio de los Patos" de la calle Ugarteche. Ahora se han multiplicado. desde detrás de la Recoleta hasta San Fernando, a lo largo de las vías del Central Argentino. (Lo designo así porque la nueva nominación ferroviaria es completamente tilinga, aunque la hayan hecho los guarangos, lo que prueba que, en esta materia, todos tenemos tejado de vidrio.)
Landrú ha identificado perfectamente los personajes describiendo en el "gordi" y el "mersa" la oposición tilinguería-guaranguería. El botellero próspero, con su Valiant resplandeciente, es feliz echándole soda al vino de marca, ocupando las mesas de los restaurantes caros, hablando fuerte de lo que dijo-"su señora", mientras "cena". Está en el camino de constituir una burguesía. Todavía no tiene conciencia de que constituye un sector de la sociedad correspondiente a una etapa de la economía, y no ha alcanzado a comprender la correspondencia de sus intereses personales con los intereses de su grupo. Hijo de sus aptitudes capitalistas -aunque muchas veces también más de la inflación que de su capacidad, o de equívocas actividades comerciales-, está en el camino de constituir una burguesía. Pero en el momento de definirse como burgués y adquirir la psicología correspondiente, nota el contraste de sus gustos y normas con lo que es "bien". Desde que se ha mudado al barrio Norte, desde Gerli o Quilmes, y la "señora" ha olvidado la batea deslumbrada por la máquina de lavar, ha hecho nuevos contactos que le dan la idea de una meta social que tiene que alcanzar. Comienza él también a añorar la época en que "el servicio daba gusto" y en que el obrero -el "negro"- se mantenía "donde debe estar". Olvida de inmediato que es precisamente ese cambio el padre de su prosperidad y de su posibilidad de acceso a niveles más altos. Más aún. que el mantenimiento de ese cambio y su profundización es su única garantía. Quiere dejar de ser "mersa" y sólo logra ser "gordi". E inmediatamente tiene el complejo político del "gordi", a quien comienza a imitar.

Y comienza a imitar a una imitación, tomando por modelo las malas copias. Porque la tilinguería constituida por las "gordis" no es ni remotamente la alta clase a la que cree aproximarse.

Desde la época en que los declasados se refugiaban en la calle Ugarteche, todo el "Norte" liminar se ha llenado de falsos declasados. Se ha constituido un sector social entero que vive en la convención de que "todo tiempo pasado fue mejor" en aquella "Jauja" retrospectiva -"cuando la tía Leonor tenía Lando"-; de miles de familias que se aterran al recuerdo de un ascendiente que figuró algo en la segunda y la tercera línea de los amanuenses de la oligarquía, Descendientes de militares -un oficio generalmente despreciado por la alta clase-, de secretarios de juzgados, directores de oficinas, bancarios pueblerinos y hasta de conscriptos de Curu-malal, se han construido imaginativamente un pasado señoril que tratan de revivir en una vida forzada que absorbe casi todos sus recursos en gastos de representación.


miércoles, 8 de julio de 2009

Tilingos Arturo Jauretche

Tilingos
Arturo Jauretche
(Revista Confirmado)
Junio 1966



CONFIRMADO me propuso este tema. Pensé entonces que era la oportunidad para ofrecer una respuesta, entre las muchas que pueden articularse, a un interrogante que plantea José Luis de Imaz en Los que mandan; "¿Por qué, no obstante su peso económico, su rol en la modernización, y haber sido innovadores tecnológicos, los empresarios no pesan en la vida del país?".
O pesan al revés. Este es el caso de ciertos tipos de grupos económicos capitalistas, adscriptos a la política de la Sociedad Rural, ya consolidados dentro del viejo sistema agro-importador, que prefieren un mercado interno pobre en condiciones de monopolio a un mercado en crecimiento en condiciones de competencia, como los que apoyaron la política de contención del progreso en las Juntas Reguladoras de la Década Infame. Sólo que éstos sí saben lo que quieren.
Pero no voy a hablar de economía, sino del tema propuesto; de la forma en que la tilinguería impone sus pautas, y cómo ellas están perturbando el desarrollo de la inteligencia nacional y sus impulsos creadores.
Y ésta es cosa de que debe tomar cuenta también el político militante, si es que no sabe que el comité ha muerto definitivamente. Porque los estados de opinión, entre los cuales tiene importancia fundamental el slogan que surge de la cuestión de los status, pesan mucho más que una recluta que sólo vale para las elecciones internas.
En el Espasa Calpe se lee tilingo: "Argentinismo: Insustancial, ligero, que habla muchas tonterías". Segovia, en su Diccionario de Argentinismo", expresa: "Dícese de la persona simple y ligera que suele hablar muchas tonterías".
Los paisanos, de un tipo así, dicen; "Hombre sin fundamento".
Don Hipólito -desde luego, Yrigoyen es el Hipólito por antonomasia- decía "palangana". Supongo a esta expresión tradicional y fundada en la poca cosa y mucho ruido de la enlosada al caer retumbante.
Usted lo conoce al tilingo. Y si no lo conoce, ahí lo tiene al lado, en esta mesa de un café céntrico donde se han sentado cuatro o cinco tipos con portafolios.
Algún día habrá que escribir la historia del hombre del portafolio. Hubo la etapa de la posguerra con los "ingenieri" italianos recién llegados que escondían bajo el cuero -con una sugestión de planos y patentes de invención- el sandwich de milanesa del almuerzo. Ahora es posible que el portafolio contenga la cuarenta y cinco persuasiva, o la concluyente tartamuda portátil.
Pero esos que están en la mesa de al lado sólo llevan allí sueños, proyectos, hipotéticas transacciones. Andan a la búsqueda de enganchar algo, intermediar en alguna operación cualquiera para ganar una comisión, y muchas veces intermediando entre intermediarios. Generalmente se ayudan con el teléfono de un amigo que tiene escritorio y al que han pedido permiso para que les "dejen dicho". Ese teléfono, la mesa del café y el portafolio constituyen su establecimiento comercial.
Mientras llega "el asunto*', hablan de fútbol, de carreras, de política, de economía.
Cuando tocan estos dos temas últimos, nunca faltará quien diga: "Lo que pasa es que los obreros no producen". Ahí está el tilingo.
No se le ha ocurrido averiguar qué es lo que él produce y qué producen todos ellos, puntas sueltas, mallas erradas en la enorme red de intermediación que es Buenos Aires.
Que un tipo que no produce diga, en una reunión de tipos que no producen, que no producen los únicos que producen algo, es tilinguería. En esto de producir, tenemos muchos productores rurales por el estilo que creen que la condición de productor la da la propiedad de una estancia, unos breeches y unas botas de polo, que viven en la ciudad -"porque mi señora dice que hay que educar a los chicos"- y dan una vuelta por el campo cada quince días. Productores rurales son los que trabajan y producen en el campo, que pueden ser patrones o peones, pero no los que no intervienen en la producción sino como propietarios, y que son rentistas aunque no arrienden. Estos también son de los que dicen que los "obreros" no producen. Y ya no desde la posición marginal del tipo del portafolio, sino empinándose como "fuerza viva" sobre la que descansa la economía del país.
Inevitablemente, éstos y otros representantes de la tilinguería son los que, ante la menor dificultad, califican al país: "Este país . de m...", colocándose fuera del mistao a los efectos de la adjetivación. Y la verdad es que el país lo único que tiene de eso son ellos: los tilingos.
EL racismo es otra forma frecuente de la tilinguería.
La tilinguería racista no es de ahora y tiene la tradición histórica de todo el liberalismo. Su padre más conocido es Sarmiento, y ese racismo está contenido implícitamente en el pueril dilema de "civilización y barbarie". Todo lo respetable es del Norte de Europa, y lo intolerable, español o americano, mayormente si mestizo. De allí la imagen del mundo distribuido por la enseñanza y todos los medios de formación de la inteligencia que han manejado la superestructura cultural del país.
Recuerdo que cuando cayó Frondizi, uno de esos tilingos racistas me dijo, en medio de su euforia:
-¡Por fin cayó el italiano! Se quedó un poco perplejo cuando yo le contesté:
-¡Sí!, lo volteó Poggi.
Muchos estábamos enfrentados a Frondizi; pero es bueno que no nos confundan con estos otros que al margen de la realidad argentina, tan italiana en el presidente como en el general que lo volteó, sólo se guiaban por los esquemas de su tilinguería.
Ernesto Sábato, con buen humor, pero tal vez respirando por la herida, ha dicho en Sobre héroes y tumbas más o menos lo siguiente: "Más vale descender de un chanchero de Bayona llamado Vignau, que de un profesor de filosofía napolitano". La cita me chocó en mi trasfondo tilingo (fui a la misma escuela y leí la misma literatura) porque tengo una abuela bearnesa también Vignau, tal vez más que por lo de Bayona, por lo de chanchero (vuelvo a recordar que fui a la misma escuela, etcétera).
La verdad que ni el presidente ni el general son italianos. Simplemente son argentinos de esta Argentina real que los liberales apuraron cortando las raíces.
Pero la idea liberal o sarmientina no era ésa. Ella tenía, y tiene, una escala de valores raciales que se identifican por los apellidos cuando son extranjeros. Arriba están los nórdicos -con escandinavos, anglosajones y germánicos-; después siguen los franceses; y después los bearneses y los vascos; más abajo los españoles y los italianos, y al último, muy lejos, los turcos y los judíos. Cuando yo era chiquilín nunca oí nombrar a un inglés -que generalmente era irlandés, pero la diferencia era muy sutil para entonces- sin decir "Don", aunque estuviera "mamao hasta las patas". El francés, a veces, ligaba el Don; y en ocasiones, el vasco. Jamás el español, que era "gallego de...", lo mismo que el italiano "gringo de...". ¡Para qué hablar del turco y del ruso.'
En La condición del extranjero en América, Sarmiento parece revisar sus tesis sobre la inmigración. Pero no nos engañemos: se sintió defraudado por la misma porque vino del Mediodía de Europa. El hubiera querido una inmigración de arquetipos, y los arquetipos son los que estaban en lo alto de su escalera antiamericana y antiespañola.
Afortunadamente fracasó, y eso es lo que nos ha salvado como nación. En algún lugar he recordado las palabras de Hornero Manzi cuando me dijo:
-Lo que nos ha salvado es la actitud del italiano y el turco, que en lugar de proponerse como arquetipos, propusieron como tal al gaucho; así, en el ridículo del cocoliche se nacionalizaron en lugar de desnacionalizarnos.
Sólo falta imaginar lo que hubiera ocurrido si las pampas y las aldeas se hubieran poblado de los ejemplares arquetipos deseados por ese racismo, con la actitud de obsecuencia de las generaciones liberales para todo lo foráneo.
Ya se ha dicho que esa tilinguería racista viene de lejos.
Pero se acentúa cuando se producen cambios sociales. Entonces, la tilinguería se exacerba en una peyorativa actitud racista. Pasó con el acceso al poder del radicalismo. Los tilingos de entonces cargaron el acento sobre los apellidos italianos de la nueva promoción política suscitada con el ascenso de la clase media: la pequeña burguesía inmigratoria y los doctores de primera napa nacional,
La oposición conservadora adoptó un aire peyorativo que se tradujo en toda una literatura política, que fue del periódico -La Mañana y La Fronda, sucesivamente, fueron sus expresiones más calificadas- hasta el discurso parlamentario. Se jugaba, por ejemplo, con la equívoca significación de algunos apellidos; así, la triple fórmula Coulom-Coulin-Culacciatti, que integraba, con la igual finalidad peyorativa hacia los criollos desconocidos, don Julio del C. Moreno -un personaje riojano- completaba el ridículo en la imagen anal. Hasta cuando el apellido era patricio se lo modificaba para ponerlo a tono: así, padeciendo Yrigoyen de un posible mal de las vías urinarias, el doctor Meabe, su médico de cabecera, se convertía en el doctor Meabene para adecuarlo a la cita siguiente que era la de un correligionario de la 3a Don Plácido Meo.
En realidad, para los que lo escribían no se trataba de otra cosa que de un recurso humorístico. Pero para el tilingo de entonces el fundamento más real, el que más invocaba, el que más jugaba, era ese de los "gringos", Y lo de "gringos" sólo jugaba para los descendientes de inmigrantes provenientes del Mediodía de Europa. No para los otros.
Pasó mucha agua bajo los puentes, y vino otro movimiento multitudinario: el de 1945. Ya los gringos se habían incorporado y su presencia política no lesionaba a la tilinguería, no sé si es porque de las nuevas promociones ascendentes habían salido también promociones de tilingos. Sólo así puede explicarse que un hijo de italianos -Sammartino- haya hablado despectivamente de los "negros" al referirse al "aluvión zoológico", en una caracterización evidentemente racial y peyorativa, cuando aún estaba fresca la tinta que lo había calificado a él también peyorativamente.
Que "el gringuito" de unos pocos años atrás se sienta vieja clase frente a los descendientes de los conquistadores en la confrontación de sus apellidos no revela simplemente que "el gringuito" se ha incorporado a la tilinguería. Lo grave es que se ha frustrado como guarango. Y la guaranguería es la espontaneidad de las nuevas clases, de las promociones que irrumpen con cada ascenso de la sociedad, porque los dos grandes movimientos populares del siglo -el de 1914-16 y el de 1943-45- han sido la expresión de eso: de ascensos masivos.

Arturo Jauretche

No corresponde aquí desentrañar las raíces económico-sociales de los dos hechos históricos; ni siquiera la coincidencia con las dos guerras mundiales que nos aislaron de los países arquetipos en una neutralidad intolerable para los tilingos, pero que dio las bases para una consolidación propia.
Usted puede hacer un fácil test. Yo lo he hecho.
Sé que un fulano se ha gastado 15 millones de pesos en un departamento de la Avenida del Libertador. Nos encontramos y le adivino la intención de informarme de su compra, como corresponde al guarango. Pero yo quiero saber si está frustrado como tal y lo madrugo diciéndole antes de que me dé la noticia:
-Estoy muy afligido por un amigo que se ha gastado más de 10 millones en un departamento de la Avenida del Libertador...
-¿Y por qué se aflige? -me pregunta inquieto. Le contesto:
-Y... porque la Avenida del Libertador no es "bien"...
-Pero entonces..., ¿qué es "bien"? -pregunta desesperado.
-"Bien" es de la plaza San Martín hasta la Recoleta, de Santa Fe al Bajo. Y dentro de ese radio. "bien", "muy bien", el codo aristocrático de Arroyo, como dice Mallea: Juncal, Guido, Parera. . .
Le veo en la cara al hombre que está desesperado. Y entonces, lo remato:
-La Avenida del Libertador es como tener un leopardo de tapicería sobre el respaldo del asiento trasero del coche.
El leopardo lo tiró a la vuelta. Del departamento no sé.
Pienso que lo hecho es una crueldad, pero la investigación "científica" es así.. ., cruel como la vivisección.
Yo quería saber si el hombre era un burgués con toda la barba o un tímido burguesito en camino de terminar en tilingo. El que es verdaderamente burgués sigue adelante, cumple su gusto, se realiza con la arrogancia del vencedor y compra en la Avenida del Libertador, precisamente porque es caro, porque acredita su victoria y la prestigia ante los burgueses. Si quiere barrio, compra; y si quiere apellido y mujer distinguida, compra también. Podría citar casos. Pero no se achica, se disminuye; no se acomoda a los esquemas y limitaciones de los tilingos.
De aquí que mientras en Europa y en Estados Unidos un banquero o un industrial miran a un ganadero como un "juntabosta", aquí el ganadero lo mira por arriba del hombro al empresario. Y el empresario, que quiere ser "bien", se ve obligado a comprar estancia, a tener cabaña -así sea de perros-, porque sólo por la Rural, y tal vez por el Kennel Club, puede lograr ascenso social que apetece.
Lógicamente esta burguesía, desde que imita a la vieja clase, se somete a todas sus normas y, por consecuencia, también en política.
Ese sometimiento y esa adhesión a las viejas clases -incongruente económicamente- no sólo se ejerce verticalmente. También horizontalmente, cuando contemplamos la geografía social del país.
Así, los titulares de los intereses vitivinícolas de Cuyo y los tabacaleros, azucareros y fruticultores del Norte, que necesitan un mercado interno de alto poder de compra -es decir, que el Litoral desarrolle una política de alto nivel de vida-, están ligados políticamente a los conservadores del Litoral, gobernados por cabañeros e invernadores cuya tendencia es producir a bajo costo en un mercado de poco poder adquisitivo para cumplir la función asignada en la división internacional del trabajo como abastecedores ultramarinos de las metrópolis. Esta incongruencia es difícil de explicar, pero no son ajenos a ella el prestigio social del Litoral y la incapacidad burguesa de los del interior en los respectivos grupos patronales. Esta gente de Cuyo y del Norte es muchas veces portadora de apellidos españoles de abolengo arribeño, de mucho mayor cotización histórica que los abajeños del puerto. Pero queriendo asimilarse a la alta clase del puerto se han sometido a las normas políticas e ideológicas de los principales. De "bien" provincianos, quieren ser "bien" en la Capital. ¿Cómo extrañar entonces que los guarangos frustrados del Litoral se hagan tilingos, si la misma tilinguería la padecen muchos aristocráticos descendientes de la Conquista por el Perú?
La tilinguería cotiza una marca de vino, un tabaco, un pomelo, o una palta, muy por debajo de un toro lleno de medallas. Se entra muy bien en la alta sociedad llevando de la rienda al toro, pero es difícil mostrando una botella de vino por lujosa que sea la etiqueta, por más sugestiones de chateau que evoque, tanto en la presentación como en la exquisita calidad del producto.
A un cuarto de siglo de la entrada del país al capitalismo, debemos recordar que el capitalismo naciente en la Argentina fue ajeno en sus hombres al hecho histórico que lo provocaba, produciéndose la paradoja de que le correspondiese a la clase obrera abrir la etapa del desarrollo económico burgués. Más aún: la nueva burguesía sigue aún incapacitada para jugar su papel, y es precisamente porque en la medida que asciende, pierde conciencia de su propia realidad para hacer suya la imagen de importancia que le presenta el tilingo. Se queda en el "medio pelo" y, rechazando el triunfo burgués, se adecúa al remedo, a la imitación de la alta clase con la que cree tomar contacto cuando se acomoda a la imagen de alta sociedad que le brindan los declasados.
Hubo un tiempo en que los venidos a menos económica y socialmente se jactaban de ser un pequeño sector domiciliado en el "Palacio de los Patos" de la calle Ugarteche. Ahora se han multiplicado. desde detrás de la Recoleta hasta San Fernando, a lo largo de las vías del Central Argentino. (Lo designo así porque la nueva nominación ferroviaria es completamente tilinga, aunque la hayan hecho los guarangos, lo que prueba que, en esta materia, todos tenemos tejado de vidrio.)
Landrú ha identificado perfectamente los personajes describiendo en el "gordi" y el "mersa" la oposición tilinguería-guaranguería. El botellero próspero, con su Valiant resplandeciente, es feliz echándole soda al vino de marca, ocupando las mesas de los restaurantes caros, hablando fuerte de lo que dijo-"su señora", mientras "cena". Está en el camino de constituir una burguesía. Todavía no tiene conciencia de que constituye un sector de la sociedad correspondiente a una etapa de la economía, y no ha alcanzado a comprender la correspondencia de sus intereses personales con los intereses de su grupo. Hijo de sus aptitudes capitalistas -aunque muchas veces también más de la inflación que de su capacidad, o de equívocas actividades comerciales-, está en el camino de constituir una burguesía. Pero en el momento de definirse como burgués y adquirir la psicología correspondiente, nota el contraste de sus gustos y normas con lo que es "bien". Desde que se ha mudado al barrio Norte, desde Gerli o Quilmes, y la "señora" ha olvidado la batea deslumbrada por la máquina de lavar, ha hecho nuevos contactos que le dan la idea de una meta social que tiene que alcanzar. Comienza él también a añorar la época en que "el servicio daba gusto" y en que el obrero -el "negro"- se mantenía "donde debe estar". Olvida de inmediato que es precisamente ese cambio el padre de su prosperidad y de su posibilidad de acceso a niveles más altos. Más aún. que el mantenimiento de ese cambio y su profundización es su única garantía. Quiere dejar de ser "mersa" y sólo logra ser "gordi". E inmediatamente tiene el complejo político del "gordi", a quien comienza a imitar.
Y comienza a imitar a una imitación, tomando por modelo las malas copias. Porque la tilinguería constituida por las "gordis" no es ni remotamente la alta clase a la que cree aproximarse.
Desde la época en que los declasados se refugiaban en la calle Ugarteche, todo el "Norte" liminar se ha llenado de falsos declasados. Se ha constituido un sector social entero que vive en la convención de que "todo tiempo pasado fue mejor" en aquella "Jauja" retrospectiva -"cuando la tía Leonor tenía Lando"-; de miles de familias que se aterran al recuerdo de un ascendiente que figuró algo en la segunda y la tercera línea de los amanuenses de la oligarquía, Descendientes de militares -un oficio generalmente despreciado por la alta clase-, de secretarios de juzgados, directores de oficinas, bancarios pueblerinos y hasta de conscriptos de Curu-malal, se han construido imaginativamente un pasado señoril que tratan de revivir en una vida forzada que absorbe casi todos sus recursos en gastos de representación.

viernes, 19 de junio de 2009

Requiem para un luchador Por Jorge Abelardo Ramos

Requiem para un luchador Por Jorge Abelardo Ramos

El 25 de mayo de 1974 murió Arturo Jauretche. Pocos días después, Jorge Abelardo Ramos publicó en el diario La Opinión, este texto en su homenaje.

El auge del terror anónimo ha hecho olvidar en los últimos años la "patriada" criolla. Acaba de morir uno de sus héroes que , como Hernández, luchó con las armas en el campo y luego escribió el romance de la batalla. El propio Arturo Jauretche en su poema El paso de los Libres, que prologó Borges en 1933 y yo en 1960, alude a su paisano Julián Barrientos, quién relata la jornada revolucionaria porque "anduvo en ella".

La patriada consistía en una revolución civil o militar, o una mixtura de ambas cosas, herencia de la guerra civil en la patria vieja, que la proscripción del radicalismo harpia fortalecer después del 30. Se "levantaban" con todos los elementos comprometidos y luchaban en pos de la victoria. Como empezaba la década infame, en realidad combatían en pos de su derrota. Jauretche, soldado en el levantamiento de Corrientes, cayó prisionero después del encuentro de San Joaquín. La decepción que produjo en su espíritu la cobardía del radicalismo del City (hotel donde vivía Alvear a su regreso de Europa y donde parasitaba la "flor de la canela" del radicalismo alvearista) lo impulso a reflexionar sobre el destino del movimiento fundado por Irigoyen. El caudillo acababa de morir. Con sus restos mortales, en aquella fría tarde de julio, parecía sepultarse para siempre el radicalismo histórico.
Creo no equivocarme si digo que como el padre de Martín Fierro, el combatiente de Paso de los Libres meditó sobre el significado de su derrota y en esa prisión militar realmente nació el político. Porque Jauretche fue ante todo un político, condición desacredita en nuestro país por la vacuidad doctoral, la estudiada reserva y la banalidad verbalizada de tantos Fidel Pintos que pupulan en la vida pública argentina.
Cuando al día siguiente de su muerte supe por prensa y algunos oradores que Jauretche había sido un escritor, comprendí cuán rápidamente la posteridad inmediata deforma la historia antes de escribirla. En realidad, el publicista ocultó al pensador, el hombre de letras al político, el fosforescente ingenio a la sustancia de su genio. La gente que lo conoció por la televisión atribuyó proyectivamente a Jauretche su propia frivolidad. Recordemos la crónica de La Prensa al morir Irigoyen: "Ayer falleció en esta capital Don Hipólito Irigoyen, que fuera Comisario de Balvanera y dos veces Presidente de la República". Si Irigoyen era un comisario retirado, Bonaparte podría haber sido un turista que redactó el Código Civil Y Perón un conocido autor de media docena de libros, entre otros, La Comunidad Organizada.
Jauretche fue algo más transcendente que su cautivante personalidad cotidiana, más profundo que el admirable conversador imposible de olvidar por todo aquel que lo haya conocido. Era el eslabón vivo que enlazó al yrigoyenismo declinante con el surgente peronismo. Estableció con sus actos, su palabra y ocasionalmente, su pluma, la íntima relación dialéctica entre ambos movimientos nacionales.
Fue la conciencia activa de que todo moría y nacía en 1945. El peronismo sería inconcebible en su primera fase sin el pensamiento y la acción de Jauretche, que le transmitía la tradición del nacionalismo democrático procedente de las más antiguas raíces.
Al buscar la resurrección histórica del radicalismo, Jauretche se encontró con la irrupción del peronismo. Eran otras clases sociales, otro caudillo, otro eje político-social. Pero bajo un nuevo ropaje se trataba de algo parecido a aquello que Jauretche había pugnado tantos años por traer al mundo. Aunque la cosecha que en 1945 se presentó a la vista del fundador de FORJA, fue descomunal, pues la prédica se trocó en multitud, personalmente lo sintió como un fracaso.
El movimiento nacional al que Jauretche tanto había contribuído.
De su marginación política, nació su ingreso a la República de la Letras, cuando al caer el peronismo en 1955, no había nadie para defenderlo a no ser Jauretche y Scalabrini en “45” y “Qué” y nosotros en “Lucha Obrera”.
Satirizó con inigualable poder disolvente a la petrificada y apolínea literatura de la factoría, a ese gélido mundo procedente de Groussac y Larreta que había venido a parar a Borges. A la literatura cortesana, inclinada ante la supremacía terrateniente y enferma de anglofilia, opuso Jauretche la risa de Rabelais (o de Mansilla). Diría que en su estilo verbal y escrito hasta había algo del desenfado de Sarmiento en este adversario del autor de Facundo. Realizó la tarea de demolición político-estética que era imperioso hacer ante la cultura aristocrática y logró conmover en sus gustos a las clases medias que en esa esfera, como en todas las demás, copiaban a la oligarquía.
Pero su musa perpetua fue la política. Comprendía como pocos en la Argentina sus cambios bruscos, con frecuencia su inescrutable carácter y su peculiar ingratitud. Era uno de esos raros argentinos que sabía advertir detrás de un conservador a un posible alsinista, o que la palabra comunista no constituía ninguna garantía de una política revolucionaria, así como recordar lo que hubo de eco popular en aquellos demócratas de Córdoba que procedían del juarismo o qué diablos significaban los autonomistas de Corrientes y por qué sus hijos en la Facultad de Derecho correntina podían trajinar como izquierdistas mientras llegaba el momento de hacerse cargo de la estancia. Conocía la Patagonia y su fauna, la Puna y su viejo dolor; demostraba con extrema simplicidad el mecanismo íntimo del comercio de exportación e importación, y era capaz de revelar diáfanamente la desintegración de la pampa húmeda, que permita descifrar el poder económico de la oligarquía bonaerense y al mismo tiempo su formidable parasitismo, así como su resistencia a invertir. La categoría que Marx emplea en El Capital fue utilizada luego por Jauretche en sus escritos.
Su prosa se emparentaba con la antigua tradición argentina de Hernández, Sarmiento, Mansilla, Balestra, Wilde, Fray Mocho. Era literalmente una prosa hablada, pues Jauretche rara vez escribió. Dictaba siempre, después de imaginar los artículos, sus argumentos y ocurrencia. Conocí muchos artículos que me contó y que no llegó a publicar porque no tenía una dactilógrafa a mano. Cuesta pensar que este hombre extraordinario ya no existe. Así mismo es preciso admitir que la hegemonía cultural oligárquica, contra la que tanto luchó Jauretche, ha sido destruida pero no ha sido reemplazada por otra.Por esa razón la muerte de Jauretche no ha conmovido al país y las juventudes, aún las que se dicen revolucionarias, no han dicho ni pío. Es cierto que el pueblo ha recuperado el poder. Pero en el orden de la cultura y de los valores seguimos pidiendo permiso a Francia para abrir un libro. Cuando las obras de Jauretche circulen por los colegios nacionales y Universidades con la misma profundidad con que hoy circulan obligatoriamente tantos ladrillos encuadernados, podrá decirse que el reflejo intelectual de las patriadas y de los ideales nacionales ha entrado por fin en la formación de las nuevas generaciones argentinas.
Por eso no puedo decirle adiós a Jauretche: lo "tendrán en su memoria / para siempre mis paisanos".