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viernes, 22 de febrero de 2019

FORTIN SAN LORENZO DE NAVARRO



FORTIN SAN LORENZO DE NAVARRO
Escondidos en la historia de antiguos tiempos, los “pagos de Navarro” deben su nombre al encomendero Capitán Miguel Navarro, militar español que acompañó a Juan de Garay en su derrotero conquistador y que se habría asentado en estas latitudes, al margen de un bañado natural para parlamentar y negociar pacíficamente con la indiada que poblaba la zona, y en su posterior establecimiento como pueblo adoptó el nombre del paraje, dado por el apellido de quien dieciocho décadas antes había pisado estas tierras en representación de la corona española.
Así, después de casi dos siglos de que estas tierras se conocieran por “los pagos de Navarro”, el poblado nace de las entrañas de un fortín que tuvo como misión el proteger y resguardar el ganado vacuno de los hacendados del Cabildo de Luján, y la valerosa y arriesgada tarea de formar parte de una línea de guardias y fortines que frenaran las pretensiones saqueadoras del indio.
La laguna natural, por entonces servía de abrevadero para el ganado cimarrón, capital valioso de los hombres del virreinato, que muchas veces era perseguido, asediado y arriado por los malones a sus dominios indígenas.
El historiador mercedino Ricardo Tabossi nos dice:
“No será épico, pero las avanzadas de la civilización sobre el desierto siguieron, con sus líneas de frontera y fortines, la marcha de los ganados. En este sentido, la línea de frontera no fue más que un vasto cerco, un gigantesco corral levantado paras encerrar la vaca. Este peregrinar de las reses explicará la fundación de Navarro. Así entonces, la seca de 1767, más la proximidad del invierno determinó al comandante del Regimiento de Dragones Provinciales Juan Antonio Marín, a cuyo cargo estaba la frontera de Luján, a solicitar al gobernador Bucarelli el 30 de abril, la fundación de una guardia en Navarro.
“Señor, hallándonos con la penalidad que nos ha ocasionado la dilatada sequía, pues hace algunos meses que se padece el beneficio del agua, con cuyo motivo y el de ir apretando los fríos, los más ganados se han retirado fuera de las fronteras, de modo que se hallan hoy a distancia de ocho o nueve leguas… y encontrando modo de precaver este daño es poniendo en una laguna llamada Navarro, la guardia que está en la frontera de Conchas, a cuya guardia se le agregarán los mismos vecinos interesados, con lo que se hará un número de ochenta o cien hombres con el cual podrán soportar cualquier extorsión que intente el enemigo y al mismo tiempo que se repara este daño con mayor facilidad podrán correr la campaña”.

La transcripción corresponde a la carta enviada con fecha 30 de abril de 1767 por el Comandante del Regimiento de Dragones Provinciales Juan Antonio Marín al Gobernador Bucarelli, documento que certifica que en tal fecha se expresó la primera voluntad de establecimiento del fortín y guardia, hecho que se acredita por documentos inmediatamente posteriores.
Así, lastimosamente pertrechados, dieciséis milicianos iniciaron el epopéyico camino que nos condujo a ser pueblo. Claro está que no fue fácil para ellos ni para sus contemporáneos plantar raíces en tan inhóspita realidad.
En oportunidad de una inspección once años después de su establecimiento que pretendía trasladar sus instalaciones a otro lugar fronterizo, el Fortín de la Guardia de San Lorenzo de Navarro presentaba este estado: “…mal corral de ganado, pues entre palo y palo cabe un hombre perfilado; y entre muchos de ellos, de frente. El foso quedó a los principios, pues apenas hay hecha una cuarta parte de él, y tan accesible que se puede pasar a caballo, y lo que es peor es que no se puede hacer sin mudar el corral que está siguiendo la misma palizada del fuerte sobre todo el frente de su retaguardia…..no hay aquí más vivienda que un rancho para treinta hombres y uno pequeño,,,..pero tan estropeados que sólo defienden del sol”.
Luego de la inspección, en 1779, el virrey decide no trasladar a la Guardia de Navarro y reparada sus precarias instalaciones, la Guardia pasa a denominarse Fortín San Lorenzo de Navarro.
Ese fue el inicio. Ese fue el principio de Navarro. Agreste y fortinero.
El virrey Vértiz decide establecer poblados en torno a cada uno de los fortines de línea y comisiona al oficial Juan José de Sardén para tal fin. El oficial Sardén es quien en el año 1782 eleva la recomendación de dotar de vecindario al Fortín San Lorenzo de Navarro, cuestión que se fue cumpliendo en los primeros años, ya que n el año 1797 el vecindario ya estaba formado y organizado pero todavía dependía del Cabildo de Luján.
El 1º de Enero de 1798 San Lorenzo de Navarro es declarado Partido, se fijan su límites y se lo dota de gobierno propio al crear la primera Alcaldía de Hermandad, siendo el primer Alcalde el Sr. Juan Miguel de Leiva. El cargo de Alcalde de Hermandad estaría vigente hasta el año 1821, año en que se disuelven las Alcaldías para dar lugar a los Juzgados de Paz.
En el año 1825, el vecindario ya estaba compuesto por unos treinta ranchos, se trazan los límites del ejido pueblo y comienza a funcionar la primera escuela pública exclusiva para varones, luego de once años ésta deja de funcionar por carecer del sustento de las autoridades provinciales. Se restablece en su función recién en el año 1854, en el mismo año también inicia la primera escuela para niñas.
Tres años después, en 1857, el céntrico cementerio, que se encontraba a la vera de la capilla, es removido y construido en el predio donde funciona actualmente.
Llega el año 1870 y el ejido de Navarro toma forma definitiva al quedar marcada la traza del pueblo con sus calles, manzanas y quintas.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal Navarro Para Todos
Portal www.revisionistas.com.ar
Tabossi, Ricardo – Sobre los más remotos orígenes de Navarro - Junta de Estudios Históricos de Navarro, Imprenta Amanecer, 1987.
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar


lunes, 4 de junio de 2018

EL DEPORTE DE LOS GAUCHOS

EL DEPORTE DE LOS GAUCHOS


EL DEPORTE DE LOS GAUCHOS
Así como el mate es la bebida por excelencia del pueblo bonaerense, el pato es su juego, el mayor deporte que ha conocido la provincia, de enorme popularidad en el siglo pasado, fue Guillermo E. Hudson, él celebre naturalista argentino que residió  muchos años en las llanuras de Buenos Aires, quien lo describió antes que nadie, narrando con cuidadosa preescisión como se jugaba en esa época.  "Se mataba un pato o un pollo - dice Hudson - y se le cosía dentro de un trozo de cuero fuerte, haciendo así una pelota de forma irregular, dos veces el grandor de una de fútbol era proveído de cuatro manijas de cuero retorcido y de tamaño conveniente para ser agarrada por la mano del hombre.
Después se avisaba a los vecinos la intención de realizar un partido de pato y una verdadera multitud montada a caballo, se concentraba en el lugar preferido  Cuando llegaba el portador del ave todos trataban de alcanzarlo y arrancársela de la mano.  Frecuentemente rodaba por el suelo. "A veces un para de contendientes furiosos por haber sido vencidos - prosigue Hudson - desenvainaban sus facones para probar cual era de mas valor... Pero, hubiera o no pelea alguien se apoderaba del pato y se lo llevaba, para ser él a su turno acosado."
El juego terminaba solo cuando alguien lograba escapar definitivamente con la pelota.  "Era el vencedor y como tal debía llevarse el ave a su casa y tenia derecho a comérsela."   Prohibido por Juan Manuel de Rosas, su practica no desapareció.  Por el contrario, se mantuvo hasta la actualidad y varios torneos que se realizan en el interior de la provincia recuerdan que ha sido el deporte más popular de la llanura bonaerense un territorio que por sus características geográficas, proporcionaba espacio suficiente para desarrollar en libertad la alocada carrera en busca de esa pelota con cuatro manijas.
Algunos matices, apenas de una rica tradición que como todas mezcla la realidad con la magia, pero que sirve para comprender el espíritu que anima a los habitantes del territorio más rico del país.
Actualmente en los campos de la ciudad de Villa Ramallo se juntan las familias tradicionales en fechas patrias a jugar al pato por supuesto con una pelota de cuero moderna sin el pato adentro como lo fue antaño.

lunes, 29 de enero de 2018

AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo

AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo

AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
“¡Tschiffely: mozo jinetazo, ahijuna!”.


AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
Una de las mayores aventuras que involucraron al hombre y al caballo, empezó como muchas de las grandes aventuras de la historia; con una apuesta. Su propulsor era un tímido profesor suizo radicado en Buenos Aires, Aimé Félix Tschiffely, quien cansado de oír que el caballo criollo era denostado por criadores de equinos extranjeros, lanzó un desafío por radio.


AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
“El caballo criollo no sólo es más noble que la gran mayoría, sino que es el más resistente del mundo” –dijo el suizo. “Y para probárselo a todos quienes lo desprecian y denostan, voy a ir montado en uno de ellos desde Buenos Aires hasta Nueva York”, remató en tono de desafío.

AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
Loco. Delirante. Farsante. Lunático. Fueron los adjetivos más suaves que recibió Tschiffily de parte de la opinión pública, sobre todo al saberse que el suizo no tenía experiencia ecuestre alguna. Sin embargo, el profesor tenía una firme convicción teórica, y era la que había ido recabando día tras día tras sus enfebrecidas lecturas; esas que lo hacían sentirse orgulloso del país que tan generosamente lo había acogido; más orgulloso incluso que la inmensa mayoría de hipócritas que se inflaban el pecho cantando el himno pero preferían lo extranjero a cualquier producto nacional, incluido el caballo.

AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
“El 23 de abril de 1925, por la mañana temprano, dejé mi hotel de la calle Reconquista (el “Universelle”, que ya no existe) y me dirigí a las instalaciones de la Sociedad Rural, acompañado por mi perro, que parecía husmear el desastre y debió ser atado a un cordel para que me acompañase.  Los inconvenientes comenzaron temprano; los caballos se oponían tenazmente a ser ensillados…”  Así comenzó años más tarde el primer capítulo de sus memorias, Aimé Félix Tschiffely, el protagonista de una hazaña no superada hasta el presente: unir a caballo las tres Américas, recorriendo para ello…. ¡alrededor de 21.500 kilómetros!

Tschiffely contaba entonces, 29 años.  Había nacido en Berna el 7 de mayo de 1895.  

El nacido en Berna, bien había tenido tiempo para ensalzarse con las bondades y costumbres argentinas. Pues, tras haber finalizado sus estudios en Suiza, y luego de una estancia en Inglaterra, Aimé habitó suelo nacional por largo tiempo. Fueron nueve años en los que ofició de profesor de idiomas en el Saint Georges’s College, en el bonaerense partido de Quilmes. Y así fue como los aires provincianos comenzaron a copar su vida…y su imaginación. El mecanismo mental del suizo daba cuerda a un sueño americano, y pronto llegaría el tiempo de poner manos a la obra.

Hasta ese entonces su vida se deslizó dentro de una singular normalidad y tan sólo los paseos de domingo, cabalgando algún caballo del lugar rompían la monotonía de su vida, consagrada enteramente a la enseñanza.  Más, un espíritu emprendedor y dinámico, cual era el suyo, poco tiempo habría de permanecer sujeto a la monótona vida del colegio.  Y así fue generando la idea de “la gran aventura”.

AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
Después de varias tentativas frustradas, se dirigió una tarde a la redacción del diario “La Nación”, de la Capital, solicitando una entrevista con el doctor Osvaldo Peró, por entonces “técnico, periodista, escultor y sobre todo muy gaucho”, como él mismo lo definió años más tarde.  Por intermedio del doctor Peró, conoció en seguida al doctor Emilio Solanet, amigo y colega de aquél, dueño de la estancia “El Cardal”, cerca de Ayacucho, en la provincia de Buenos Aires.

Ya lo había dicho Tschiffely, y a las pruebas pudo remitirse después: la raza criolla tiene aguante. Se lo demostrarían Mancha, de pelaje overo, y Gato, así bautizado a raíz de su pelaje “gateado”. De 15 y 16 años respectivamente, estos equinos conocían ya largo y tendido de hostilidades: habiendo crecido en la inmensidad de la Patagonia, allí donde el clima resulta poco amigable, su doma era asunto de valientes…y pacientes. Aquella fue la receta de don Emilio Solantet, quien compró los caballos al cacique tehuelche Liempichún para llevárselos consigo a su estancia “El Cardal”. Y así fue como Gato y Mancha dejaron las tierras chubutenses para instalarse en pagos bonaerenses. Lo que no imaginaban era que, para entonces, la aventura recién comenzaba. ¿Quién era ese forastero que tocaba la puerta de don Emilio? ¿Un loco? ¿Un aventurero? Quizá todo eso junto. Pero, por sobre todo, un hombre de convicciones firmes: Tschiffely estaba convencidísimo de la fortaleza casi innata que caracterizaba a los caballos criollos. A fin de cuentas, su origen se hallaba en las cruzas de razas traídas a suelo americano por los conquistadores españoles, y había sido durante el fulgor de la conquista y las posteriores guerras de independencia que se habían esparcido por todo el continente, haciendo uso de su rusticidad y rudeza. Y vaya si sabía de ello el bueno de Solanet, criador y propulsor del reconocimiento de la raza; y por tanto miembro fundador de la Asociación de Caballos Criollos de Argentina. 


AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
Entusiasta cultor de la crianza del caballo criollo, el doctor Solanet no pudo menos que extrañarse ante el raro pedido suyo:

-¿Adónde quiere ir?…

-A Nueva York, doctor –y de no haber sido por la seriedad del personaje, aquel hombre hubiera tomado a broma lo que se le solicitaba.  Y allí mismo, lo invitó a pasar al corral.

Tschiffely reconocía en el doctor Solanet a una verdadera autoridad en materia equina.  Había seguido toda su actuación en defensa del caballo, recordando que en una charla pronunciada en la Facultad de Agronomía y Veterinaria, los méritos del “criollo” habían sido largamente ponderados por él.  Expuso allí Solanet que cien, doscientas leguas y más aún, fueron cubiertas durante meses por los bravos caballos criollos durante la Guerra de la Emancipación y, cómo después de cargas victoriosas, su alimentación alcanzó tan sólo a lo que podían encontrar.  Aquellos nobles productos habían soportado el abrasante sol del desierto y los hielos, con verdadero estoicismo y las muestras de esos sacrificios merecieron que el doctor Solanet –en función de cabañero- dedicara ahora todos sus desvelos a criarlos.

Al inicio de la travesía, Mancha (pelaje: overo) y Gato (pelaje: gateado) tenían 15 y 16 años respectivamente. Su carácter era poco amigable. Habían crecido en la Patagonia, donde se habían acostumbrado a las condiciones más hostiles. Su propietario, Emilio Solanet, se los había comprado al cacique tehuelche Liempichún en Chubut.

AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
Domarlos puso a prueba las facultades de varios de los mejores domadores. Cuenta el profesor suizo: “Desde los primeros días advertí una real diferencia entre sus personalidades. Mancha era un excelente perro guardián: estaba siempre alerta, desconfiaba de los extraños y no permitía que hombre alguno, aparte de mí mismo, lo montase… Si los extraños se le acercaban, hacía una buena advertencia levantando la pata, echando hacia atrás las orejas y demostrando que estaba listo para morder… Gato era un caballo de carácter muy distinto. Fue domado con mayor rapidez que su compañero. Cuando descubrió que los corcovos y todo su repertorio de aviesos recursos para arrojarme al suelo fracasaban, se resignó a su destino y tomó las cosas filosóficamente… Mancha dominaba completamente a Gato, que nunca tomaba represalias”.

El amor a su jinete está reflejado en sus cariñosas palabras: “Mis dos caballos me querían tanto que nunca debí atarlos, y hasta cuando dormía en alguna choza solitaria, sencillamente los dejaba sueltos, seguro de que nunca se alejarían más de algunos metros y de que me aguardarían en la puerta a la mañana siguiente, cuando me saludaban con un cordial relincho.”

El baqueano y rastreador que se encargó de la compra, selección y arreo de los mismos fue el gaucho Don Reynaldo Rodríguez, quien en sus últimos años vivió en la zona de América, Prov. de Bs. As.


Mancha era overo rosado, manchado.  Gato, como bien su nombre indicaba, gateado.  A Mancha había que reconocerle todos los atributos de un “perro guardián”.  Siempre atento a cuanto a su alrededor ocurría, vivía desconfiando de los extraños y no permitía que otra persona, más que el amo, lo montase.  Gato era muy distinto.  A diferencia de su compañero de morada, no era expresivo.  Por lo contrario, era menos intuitivo, pero más voluntarioso.  Sus ojos poseían una expresión infantil y parecía mirar todo con inusitada sorpresa.  En ambos estaban dadas las dos cualidades: para Mancha, el instinto, suerte de dominación además que imponía sobre Gato; y para éste, una inocente contracción para el trabajo.  Empero, había que reconocerle a Gato, como el mismo Tschiffely lo hizo años después, una rara intuición para pantanos, tembladerales y fango.  El maestro suizo escribió en sus memorias, que si los dos caballos hubiesen tenido la facultad de la voz y la comprensión humanas, hubiera recurrido a Gato para confiarle sus preocupaciones y secretos. Pero si hubiese necesitado ir de fiesta, hubiera preferido invariablemente a Mancha.  Tenía más personalidad que aquél.

Un viejo gaucho inglés, don Edmundo Griffin, propietario de la estancia “La Palma”, cercana a Paysandú, puso a disposición de Tschiffely un cirigote (tipo de silla usado en Entre Ríos).  Esa fue la única montura que usó durante el viaje.  Y completó su atavío con un gran poncho impermeable y un mosquitero, de modo que el peso total no sobrepasara los sesenta kilogramos, teniendo en cuenta que debería usar de carga, indistintamente, a los dos caballos.

En las vacaciones de ese año 1925, Tschiffely se entrenó convenientemente, preparándose para la “excursión”, como el simplemente llamó a su empresa.  Cuando todo estuvo listo, los dos caballos fueron enviados al local de la Sociedad Rural, en Buenos Aires, y allí se alojaron hasta el momento de la partida.  Los comentarios previos de la prensa, mostraron un escepticismo muy singular.  Hasta se lo llegó a acusar de “crueldad” hacia los animales, en conocimiento de lo que se proponía.  Pero a despecho de todas esas acusaciones, el “aventurero” contó con el apoyo de algunos deportistas conocidos y el de la Sociedad “Criadores de Criollo”.

La histórica partida

En la mañana del 25 de abril de aquel lejano 1925, Aimé Félix Tschiffely dejó su alojamiento céntrico y en compañía de un ejemplar de policía belga –el perro iba a ser también de la partida- se dirigió en busca de sus dos “amigos”.  Mas, aquel perro no contó con la inicial simpatía de los caballos, en especial con la de Mancha, quien en el primer día de marcha, le obsequió tan brutal coz en una cadera, que le obligó a quedarse en Buenos Aires.

Montando a Gato, en tanto que el otro animal hacía de carguero, Tschiffely recibió el saludo de muy pocos amigos e inició la marcha, en momentos en que una tenue llovizna comenzó a caer sobre Buenos Aires.

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Esa llovizna se convirtió en lluvia torrencial antes de llegar a Morón y hubo que hacer noche en un boliche de campaña. Los caminos quedaron intransitables y a tren muy lento se dirigió hacia Rosario, donde arribó después de varios días de marcha.  De allí tomó rumbo noroeste, hacia la frontera con Bolivia, debiendo pasar antes por “las desoladas regiones de Santiago del Estero”, por Tucumán, a la que denominó “el edén argentino” y por Jujuy, desde donde tomó por un vasto y profundo valle, orientado directamente hacia el Norte.

Los medios económicos con que contó Tschiffely, fueron propios.  No recibió subvención alguna, que le permitiera pasar siquiera los primeros días de marcha.  Como los preparativos de su viaje insumieron algo más de seis meses, durante ese lapso, todas sus entradas fueron destinadas a solventar económicamente su firme decisión.  Después, durante el viaje y a medida que avanzaban las jornadas de marcha, la cosa resultó más fácil.  En los lugares que detenía su andar, se lo recibía con alimentación adecuada, para él y sus animales y se le proveía el suficiente forraje para que sus cabalgaduras pudieran aguantar al menos un par de semanas.

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Habían pasado varias semanas de azarosa marcha –lluvias, calor y frío acrisolados en un lento derrotero- cuando llegó Tschiffely a la quebrada de Humahuaca.  Y contó de ella, años más tarde, una muy antigua fábula, que oyó de labios de un viejo indio:

“En los tiempos de nuestros viejos antecesores, vivía en un lado del valle una tribu de indios poderosa y próspera y en las laderas de la montaña opuesta, habíase instalado una tribu igualmente fuerte y bien organizada.  La envidia y la ambición los convirtió en enconados enemigos y se libraron entre ambas feroces batallas.  El cacique de una tribu tenía un hijo y su enemigo de la otra tribu, una hermosa muchacha.  Por las noches solían verse.  Pronto despertaron sospechas y un día el padre de la joven envió un mensajero a su rival, amenazándole con ejecutar a su hijo si lo descubría con su hija.  En una ocasión fue descubierto, tomado prisionero y conducido ante el enemigo.  Este ordenó que lo decapitaran en seguida, orden que se cumplió de inmediato.  La cabeza, separada del cuerpo, fue llevada a la muchacha, quien la acarició en un arrebato nervioso.  Según cuenta la leyenda, los ojos de la cabeza, aún tibia, se abrieron y dejaron escapar dos lágrimas.  Desde entonces ese valle se ha llamado Humahuaca, que quiere decir “cabeza que llora”.

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Seis meses, seis, fueron los que demoraron los preparativos para tamaña empresa, aquella que, por cierto, no fue solventada por nadie más que por el propio Tschiffely. Claro que el corredero de voces sobre aquel loco devenido en héroe resultó, a lo largo del viaje, por demás positivo. La fama de este aventurero llegó hasta los periódicos, de modo que no faltaron sitios en los que fuera, junto a sus inseparables equinos, recibido con buena atención y comida. Sin embargo, la historia fue bien distinta al comienzo: montado sobre Gato -ya que Mancha hacía las veces de carguero-, don Aimé apenas fue despedido por un puñado de amigos y una lluvia que sentenció buenos augurios. Así abandonaron la porteña Buenos Aires, y así, bajo un agua que comenzaba a espesar su grosor, se dispusieron a atravesar las pampas. Llegaría luego el turno de enfilarse hacia el noroeste, dejando huella por Santiago de Estero, Tucumán y Jujuy.
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El trío ascendió los Andes argentinos y bolivianos, surcó los desiertos peruanos y se las vio con las nutridas selvas colombianas y panameñas. ¡Y cuánto restaba aún! La delgada América Central: Costa Rica, El Salvador, Guatemala…y bien que podría haber sido Guate peor, ya que las guerras civiles frecuentaban aquellas tierras para entonces. Hasta que, finalmente, don Aimé y compañía se adentraron ensuelo azteca. Y hasta allí llegó el amor y el cuerpito de Gato, quien, lastimado y maltrecho, abandonó la marcha. Tschiffely decide entonces resguardar a su fiel camarada, allí en México, y continuar camino junto a Mancha. Pero… ¿Cuánto más faltaba para alcanzar las luces neoyorquinas? Cada vez menos.
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Y como si de un sueño se tratara, sueño hecho realidad al fin, la Quinta Avenida fue testigo de su arribo. Ocurrió un 20 de septiembre de 1928, a tres años y poco menos de cinco meses de la partida. El suizo y Mancha fueron recibidos por el alcalde Jimmy Walker, quien entregaría al corajudo jinete la medalla de la ciudad de Nueva York. Desde entonces, todo fue reconocimiento. Sin embargo, lejos de olvidar a sus compañeros de ruta, tras tanto agasajo, don Aimé fue en busca de Mancha -quien descansaba en Governors island, en la bahía de Nueva York-, y de Gato -aún en la localidad de St. Louis, México- para que fueran admirados por el mundo en la Exposición Internacional de Caballos, realizada en el Madison Square Garden.

AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
Aunque bien vale decir que Mancha, Gato y Tschiffely se las han visto fuleras más de una vez. Imagine lo que habrán sido los cruces por la Cordillera de los Andes, con más de 5000m de altura y -18ºC. Y nada de caminos bien marcados eh… ¿Algún terrenito donde campar? Pues ni carpa alcanzó a llevar el suizo, ya que las que se conseguían por aquel entonces resultaban muy pesadas. Claro que el calor extremo también se torna impiadoso. Y luego del frío cordillerano, los cascos de los pobres criollos conocieron la candente arena del trayecto que unía Huarmey con Casma, en Perú, a lo largo de 30 leguas. ¡El termómetro marcaba 52º a la sombra! Sin embargo, nada iría a detener este trío de obstinados. Hasta que, ya en suelo azteca, Gato tiró la toalla. Las coses de una mula que supo llevar atada a su lado le habían herido la rodilla a punto tal de imposibilitar su marcha. Las curaciones que Tschiffely le propició durante un mes no fueron suficientes. Si hasta hubo quien le sugiriera sacrificar a la bestia. ¡De ninguna manera! A través de la embajada argentina, don Aimé envía a Gato por tren al DF y continúa su ruta con Marcha. Eso sí, una vez llegado a la capital mexicana, poco importó el recibimiento de los locales -por cierto,  ya anoticiados de las aventuras de este gaucho loco-.
AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
El jinete fue derecho al reencuentro de su fiel amigo, a quien abrazó por el cuello. Es más, dicen que dicen, que cuando Gato vio a Mancha lanzó un relincho, de puro contento nomás. Y así siguieron los tres, nuevamente unidos. Solo que la travesía Mexicana se ponía complicada, ya no por obra de la indómita naturaleza; sino por la urbanización. Imposible transitar con dos caballos por las carreteras de Saint Louis, por lo que allí quedó nuevamente Gato, a pasitos de la ansiada meta, y a cuidados de un ricachón muy afecto a los equinos.

Tras dejar los Andes, Tschiffely siguió caminando hacia Bolivia.  De allí pasó a Potosí, el altiplano, hasta llegar a La Paz.  De su andar por Potosí, quedó la referencia hacia los aimaraes, indios de ese lugar, cuyo idioma debe figurar entre los menos musicales de todas las lenguas dado que  parecen hablarlo con el fondo de la garganta y el estómago.

Después de abandonar el lago Titicaca y llegar a su desembocadura, los “tres amigos” se hallaron ante un puente, y luego de cruzarlo, entraron en la República del Perú.  Varias semanas en Cuzco, y luego en Lima, para llegar después a los arenales y desiertos de la costa peruana.  De esos penosos cruces, escribió Tschiffely esta historia:

“Contrariando la práctica de la mayoría de los viajeros de las regiones secas, no llevé agua.  Para mi uso personal disponía de una caramañola de coñac y otra llena de jugo de limón mezclado con sal.  Esta bebida resultaba muy estimulante, pero de sabor tan ingrato que nunca sentí deseos de beber mucho de una sola vez.  En cuanto a los caballos, calculé que la energía que gastarían en transportar agua, sería muy superior al beneficio derivado de beberla, así que sólo la tuvieron cuando llegamos a algún río o poblado.  Creo que mi teoría era sólida; con carga ligera ganábamos en velocidad y evitábamos que los caballos se lastimasen los lomos, porque el agua es la carga más incómoda que un animal puede llevar.  Sólo en raras ocasiones, parecieron mis caballos sufrir algo de sed”.

Al recorrer estas latitudes, el andar se hizo enteramente penoso.  Un día de marcha era compensado con dos de descanso, o tal vez más, a causa de la aridez de los caminos y los constantes desiertos.  Las noches lo sorprenderían pidiendo albergue en calabozos de comisarías, de los que el “infatigable” suizo, anotó frases como esta: “El bueno y patriota ciudadano peruano Pedro Alvarez, sufrió hambre y lloró aquí durante seis meses”.  En otra oportunidad, acampó en un cementerio y de allí, de una de las tumbas que le sirvieron de almohada, registró esto: “Aquí yacen los huesos de XX, que era un buen hombre, pero mal peleador”.

Al llegar a Olmos, después de evitar el desierto de Sechura, pernoctó en otra comisaría.  Las muchas historias que había oído, referidas a bandidos, mortandad y hambre, a pesar de no resultarle nuevas, no las vivió.  Sin embargo –contó años más tarde- la única molestia que soportó durante la noche que pasó en Olmos, fue la de numerosas ratas, una de las cuales le mordió una oreja.

La región montañosa del Ecuador, fue la escala siguiente en el itinerario del maestro.  A esta altura del relato, cabe consignar que la importancia dada por el periodismote nuestro país a la aventura, fue realmente escasa.  Algunos diario solamente se limitaron a reproducir cables de este tenor: “Llegó Tschiffely”, “Partió Tschiffely”, agregando a ello, el nombre del país de donde provenía la información.

Contrariamente con ello, las recepciones en los distintos puntos que tocaba, iban siendo más numerosas a medida que el tiempo transcurría, aumentando la magnitud de su hazaña.

En la región montañosa del Ecuador, conoció Tschiffely la historia de los indios jíbaros, que descarnadamente pintó años después en su libro:

“Habitan en el interior y son de un tipo distinto a los “runas”, que en su mayoría son agricultores o trabajan como albañiles, barrenderos, etc.  A los jíbaros s eles llama a veces “cazadores de cabezas”, pero la mayor parte de las historias que corren acerca de su ferocidad y crueldad es invención de viajeros y escritores que se sirven más de la imaginación que del conocimiento de los hechos.  Cuando el jíbaro mata a un enemigo, dispone de un procedimiento para reducirle la cabeza a un tamaño muy pequeño, sin desfigurar sus rasgos.  He visto cabezas reducidas al tamaño del puño de un hombre y una vez tuve en mis manos, la de una muchacha, la más hermosa que he visto jamás, porque parecía dormida.  Cuando me cansé de llevar tan fúnebre carga, se la regalé a un conocido, lo que no he cesado de lamentar desde entonces”.

Después de abandonar Quito, los “viajeros” cruzaron el Ecuador para llegar  a Colombia y luego a Bogotá.  Insólita aventura significó sortear el “río de los cocodrilos”, incidente tras el cual arribaron a Cartagena.  Desde allí cruzaron el canal de Panamá, a bordo del barco holandés “Crynsson”, diciéndole desde cubierta un temporario adiós a Sudamérica.

AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
En sus escritos posteriores Aimé Tschiffely ha puesto especial interés en demostrar a todos cómo cruzó el canal de Panamá.  Dos esclusas –Gatún y Pedro Miguel- Cada una tenían una puerta muy grande, al nivel del agua y cuando estaban cerradas, podían pasarse con un automóvil pequeño.  Todas las otras puertas de esclusas tenían caminos por donde los peatones podían caminar sin peligro.  Las de Gatún y Pedro Miguel eran frecuentemente utilizadas por el ejército para pasar caballos.  Por ahí lo hizo, utilizando el “ferryboat”.

Al hacer el cruce del canal, Mancha dio señas de estar sentido en una pata trasera.  Al examinársele, se comprobó que había un corte profundo bajo la cuartilla.  Como al llegar a Gallard el caballo estaba muy rengo, aceptó Tschiffely la hospitalidad del cuartel, permaneciendo allí hasta que Mancha curó.

Con cinchas y estribos nuevos, con alforjas nuevas también y con herraduras relucientes en sus cabalgaduras, el viaje se reinició hacia el oeste, ahora rumbo a Santiago.  Desde ahí pasaron a David y luego a Concepción, para entrar en la zona de los bosques conocidos como el “laberinto verde”.  De esta travesía escribió luego el viajero, con singular patetismo la matanza de los monos, episodio que lo hizo sentir un criminal común por haber participado de él y que lo alejó del típico plato de “mono adobado” que le ofrecieron luego.  Alejarse, claro, hasta que sintió apetito y se lanzó desaforadamente a comer monos, como jamás soñó hacerlo…

San Salvador y Guatemala fueron sucesivos mojones al cabo de meses de marcha.  En esta última, un clavo mal puesto en una herradura de Gato, le provocó un agudo abceso.  Y en Tapachulá, repetidas coces dadas por una mula atada a su lado, le dejó una rodilla imposibilitada para continuar la marcha.  Tschiffely le curó durante un mes, y al cabo se había puesto tan grave que alguien que lo vio, habló de sacrificarlo.  Inmediatamente se comunicó con la Embajada argentina en México y valiéndose de ella, lo envió por tren, continuando solamente con Mancha, que durante días lanzó lamentos por su compañero ausente, muy similares a los que éste había emitido, cuando el tren se puso en marcha camino a ciudad de México.

Para suplir la ausencia de Gato, Tschiffely adquirió dos caballos, los que luego regaló a un guía, antes de llegar a la capital azteca.  Y tras los últimos hitos, que fueron Tehuantepec y Oaxaca, entre las ciudades más importantes, llegaron a ciudad de México.

En México contrajo la fiebre malaria y después de ponerse bien y recorrer varias leguas, un fotógrafo le adelantó una gratísima sorpresa.  Montado en Mancha, no reparó en la multitud que se había dado cita para recibirlo y abriendo el círculo que formaba la gente, corrió hasta dar con un viejo conocido… Era Gato.

AIMÉ TSCHIFFELY, MANCHA Y GATO ¡Hazaña! De Buenos Aires a Nueva York a caballo
Tschiffely olvidó todos los agasajos en su honor y corrió a abrazarse al cuello del “amigo”, frotándole la frente, tal como lo había hecho durante interminables kilómetros.  Cuando Gato vio a Mancha, lanzó un relincho bajo, abrió sus fosas nasales y movió un poco el belfo superior.  Los dos caballos se unieron, en tanto Tschiffely comprobó que el accidente no le había dejado marca alguna.

La travesía mexicana duró algunas semanas y al cabo de ellas cruzó el puente internacional de Laredo, encaminándose hacia los Estados Unidos.  Los “tres amigos” recorrieron casi al trote Texas, Oklahoma y los Ozarks hasta St. Louis. Allí dejó nuevamente a Gato, dado que era imposible viajar con dos caballos por carreteras de intenso tránsito.  El noble Gato quedó esta vez en poder de un hombre rico y muy afecto a los caballos.

Después de cruzar el río Misisipi, siguieron por Indianápolis, Columbia a través de las montañas Blue Ridge y las llanuras de Cumberland, hasta que una aparición en el horizonte, hizo despertar a Tschiffely de su largo y fatigoso sueño de más de dos años.  Allí, muy cerca, se alzaba la cúpula del Capitolio de Washington.

La idea primitiva del esforzado raidista fue concluir su peregrinaje en Nueva York, pero luego de experimentar dos accidentes con automóviles en los caminos de Washington, donde permaneció unas semanas, resolvió dar por concluida allí su aventura.  Embarcó a Mancha hacia Nueva York y ambos hicieron la travesía en ferryboat.  El caballo quedó alojado en Fort Jay, en Governor’s Island y el jinete aceptó la invitación del Club del Ejército y de la Armada, instalándose allí.  Días después fue recibido en el municipio neoyorkino por el alcalde Jimmy Walker, quien le confirió la medalla de la Ciudad de Nueva York, en una ceremonia a la que asistió el embajador argentino, doctor Manuel E. Malbrán.

“Decidí abandonar una lucha tan despareja con la naturaleza, renunciar al raid y desaparecer, irme a cualquier parte aceptando la razón y los pronósticos de mi fracaso. Pero en esos momentos recordé al doctor Octavio Peró, del que había aceptado una amistad incondicional y al cual había prometido llegar a Nueva York o quedar en el camino, recordé a La Nación, que seguía en sus crónicas la trayectoria de mi raid, comprometiéndose con su apoyo moral y sobreponiéndose a todas las ironías y a las mofas con que acogió mi propósito la mayoría de los periódicos, recordé a Emilio Solanet que me regaló los caballos y que me dijo: Si usted no afloja, mis criollos llegan. Y con todo este bagaje auspicioso de cariño y con la fuerza que desde Buenos Aires me enviaban mis amigos, sentí como si una voz me dijera: Seguí, gringo, levantate. Y seguí, seguí enfermo. Como hipnotizado veía a Nueva York y mis nobles caballos me siguieron”.

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Entrada a New York con la celeste y blanca en el pecho

Y Aimé Félix Tschiffely llegó un día a la Gran Manzana. Fue el 22 de setiembre de 1928; es decir 3 años, 4 meses y 6 días después de su partida. Y lo hizo tras recorrer 21.500 kilómetros marchando a un promedio de 46,2 kilómetros por día y descansando en 504 etapas diferentes.
Pero Félix no llegó a tierra norteamericana con sus dos amigos, ya que el pobre “Gato” tuvo que quedarse varado en México al ser lastimado por la coz de una mula.
Por eso al entrar en Nueva York triunfantes por la Quinta Avenida, el tráfico paró en homenaje al jinete y su caballo, a aquellos amigos que habían recorrido las tres Américas cubriendo una superficie que ningún conquistador español siquiera imaginó. La gente se detuvo en honor a ese animal blanco de manchas oscuras y a ese hombre que llevaba una escarapela celeste y blanca desconocida en el pecho; en honor a ese dúo tan particular que ahora atravesaba la arteria más importante de Manhattan rumbo al Palacio Municipal. Allí los recibió el alcalde Mayor Walker, quien ante el Embajador argentino (el doctor Manuel Malbrán) le entregó a Aimé Félix la Medalla de Oro de la ciudad y desde entonces, desde aquel 20 de septiembre, en toda la Argentina se celebra el Día Nacional del Caballo.

En el lomo habían quedado más de 1200 días y sus respectivas noches; 20 naciones atravesadas y un derrotero digno de su sangre, de su raza. Criollo y argentino, Mancha se abrió paso con moño celeste y blanco sobre su pecho, la condecoración de una hazaña cumplida. Esa que también reclamaba su merecido y triunfal regreso, ocurrido un 19 de diciembre de 1928: “Ahí están Gato y Mancha. Han sufrido más este regreso por mar, que en el largo e inacabable viaje por tierra. ¡Pobrecitos! Me ofrecieron una pequeña fortuna por ellos en los Estados Unidos, pero no los quise vender. Hay una cuestión de moral que es superior a los dólares. Ellos debían ser también partícipes de este homenaje y el descanso que se merecen, deben tenerlo aquí, en la Argentina” ¿Qué cómo habría de titular el diario Crítica estas declaraciones? “¡Tschiffely: mozo jinetazo, ahijuna!”.

Luego de los agasajos que le brindaron en Nueva York, Tschiffely se dirigió en busca de Mancha y posteriormente de Gato que estaba en St. Louis, permitiendo que ambos ejemplares fueran exhibidos durante diez días en la Exposición Internacional de Caballos, que se realizó en el Madison Square Garden.

De regreso a Washington, el presidente Calvin Coolidge le confirió el honor de recibirlo en la Casa Blanca.  En su transcurso, le felicitó por el buen éxito de tan singular hazaña y el dejó en manos del primer ciudadano estadounidense unas hermosas boleadoras en nombre del Club de Oficiales Retirados del Ejército y la Armada argentinos.

La fortuita causa de ser invitado por la Sociedad Geográfica Nacional (National Geographic) para pronunciar una conferencia en Washington sobre su viaje, salvó la vida de Tschiffely, Gato y Mancha.  Puesto que al demorarse la partida hacia Buenos Aires, despreció tomar pasaje en el “Vestris”, que días más tarde provocara con su naufragio, la muerte de más de cien personas.

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Por un momento dejamos las andanzas del “gaucho” Tschiffely en Estados Unidos, para explicar cómo se recibió la noticia en nuestro país.  En sus ejemplares del jueves 30 de agosto de 1928, “Crítica” titulaba: “Mancha y Gato han terminado su viaje”.  Y en la misma edición del “Tábano”, en la cual se comentaba que el doctor Marcelino Ugarte volvía a alejarse de la política, por prescripción médica; que en el Teatro Nuevo de la calle Corrientes (Actualmente en dicho predio se halla el Teatro Gral. San Martín), Roberto Casaux ofrecía el estreno de “No se jubile, Don Pancho” y que Pascual Contursi había sido internado de gravedad en un sanatorio metropolitano, en esa misma edición, pudo leerse: “Tschiffely dijo al llegar, una sentencia que fue definitiva: Sólo el caballo criollo podía resistir esta prueba”.

Las declaraciones de Timoteo Usher, vocal de la Asociación de Criadores de Criollo, se publicaron al día siguiente:

“El caballo criollo come cualquier clase de pasto, no necesita de granos seleccionados como los caballos extranjeros y resiste sin cuidados las amenazas del campo.  Tschiffely lo ha demostrado con las descripciones que nos hace de sus largas incursiones por insanos lodazales, el accidentado cruce de los ríos, las terribles odiseas por los bosques tropicales, el ataque de insectos dañinos, la potencia del sol meridional y el frío atenaceante de las cumbres andinas.  Todo coopera a darnos la sensación de la heroica hazaña”.

El 1º de diciembre de 1928, los “tres camaradas” embarcaron en el paquebote “Pan America”, de la línea Munson –hubo una deferencia especial hacia ellos y por primera vez viajaron animales en el paquebote- rumbo a Buenos Aires. Tocaron Río, Santos y Montevideo en sucesivas escalas, hasta que por fin, el miércoles 19 de setiembre, a las 12.30 hs, el poco público que se congregó en la Dársena Norte de nuestro puerto, pudo vitorear el nombre de Tschiffely, cuando éste asomó sobre la planchada del “Pan America”.  Lidia M. Schneider, admirable jinete de aquellos años, se adelantó para entregarle un ramo de flores.  Seguidamente una comisión de la Sociedad Rural Argentina y otra de la Sociedad de Retirados del Ejército le testimoniaron su admiración:

“Si me dieran mil millones no vuelvo a repetir el viaje.  He recorrido unas 10.000 millas.  Se sufre enormemente debido a la falta de alimentación y a los pésimos alimentos que uno encuentra en el trayecto.  Yo tengo el estómago deshecho. Gato y Mancha no tienen vejiguillas ni sobrehuesos.  Este triunfo es de la capacidad del caballo criollo y también, si se me permite, el del carácter”, expuso en breve reportaje.  Luego prosiguió diciendo:

“Soy cervecero, es decir de la patria chica de Victorio Cámpolo, de Quilmes.  Estoy sumamente satisfecho, aunque a veces, pienso si no sería todo un sueño, dada la diversidad de impresiones que he recogido durante el raid.  Ahí están Gato y Mancha.  Han sufrido más este regreso por mar, que en el largo e inacabable viaje por tierra.  ¡Pobrecitos!  Me ofrecieron una pequeña fortuna por ellos en los Estados Unidos, pero no los quise vender.  Hay una cuestión de moral que es superior a los dólares.  Ellos debían ser también partícipes de este homenaje y el descanso que se merecen, deben tenerlo aquí, en la Argentina”.  Cómo no iba a titular “Crítica” estas declaraciones: “¡Tschiffely: mozo jinetazo, ahijuna!”.

En cuanto terminaron las recepciones oficiales y amistosas, el doctor Emilio Solanet llevó a los caballos a sus pagos de Ayacucho.  Alguien propuso dejarlos en el Jardín Zoológico de la Capital, donde la gente pudiera desfilar ante ellos, pero Tschiffely se opuso, considerando que era mucho mejor y más humanitario, permitirles que pasaran los últimos años de vida en “El Cardal”.  Y allí marcharon, donde permanecieron el resto de sus vidas. Mancha y Gato dirían adiós a los 40 y 36 años de edad, respectivamente. Aunque con un pasaje a la inmortalidad bien ganado. Sus cuerpos, hoy embalsamados, pueden visitarse en el Museo de Transportes del Complejo Museográfico Provincial Enrique Udaondo, en la ciudad de Luján. Sí, sí. Recuerda bien, allí donde recaló un famoso virrey en fuga. Sólo que Gato y Mancha lejos han estado de cobardía alguna. Lo suyo ha sido la valentía, ese designio de sangre criolla que han cumplido con creces

Aimé Tschiffely partió poco después para Europa y luego de recorrerla en todas direcciones, escribió varios libros.

El 21 de diciembre de 1933 se casó con Violeta Hume, nacida en Buenos Aires, de ascendencia escocesa-francesa, gran música.  “Un día – dice Tschiffly- Robert Cunninghame Graham me la presentó en una fiesta, habían sido amigos durante muchos años”.

Llegó a convertirse en autor de éxito, fueron obras suyas: “De Tschiffely Ride or The Ride o Cruz del Sur a la Estrella Polar” (1933); “Brida Caminos: la historia de un viaje a través de la Inglaterra rural”  (1936) Viaja a través de Gran Bretaña a caballo, una mirada poética a una Gran Bretaña desaparecida; “Don Roberto: La vida de R B Cuninghame Graham” (1937); “Coricancha (jardín de oro) Descubrimiento del Perú y de la conquista del imperio Inca” (1943); “Este camino hacia el sur”  (1945), narra el viaje en coche hasta la Tierra del Fuego y el emotivo reencuentro con sus dos caballos Mancha y Gato; “Ming y Ping” (1948); “La historia de dos caballos” (1949). La historia del viaje desde el punto de vista de sus dos caballos, Mancha y Gato. “Matt Cass - la historia de un hombre del norte” (1953); “Bohemia Junction”(1951). Una biografía de 40 años de viajes y aventuras; Ronda y cerca de España” (1952)

Volvió a la Argentina luego de 18 años de ausencia y una de sus primeras visitas la hizo a la estancia “El Cardal”.  No es difícil de imaginar el nudo en la garganta que habrá experimentado el suizo al llegar hasta Ayacucho, ese nudo que le ataba en la voz el miedo y la esperanza. Entonces Félix se baja en la entrada de “El Cardal”, ve la llanura infinita y desde la tranquera y como si llamara a fantasmas, lanza un silbido, el mismo con el que los llamaba a sus potros que pastaban en la madrugada para seguir viaje rumbo a Nueva York. Y hete aquí que a los pocos segundos y como desprendidos de la nada o de algún pedazo del horizonte que no es la región borrosa del olvido, se le acercaron al trote dos siluetas de caballos que luego empezaron a correr hacia el jinete: eran “Gato” y “Mancha” que iban al encuentro de su querido amigo. Aquellos nobles animales después de muchísimos años no lo habían olvidado.

Fue la última vez que se vieron, porque al poco tiempo el “gaucho Tschiffely” regresó a Europa.  En la segunda guerra mundial fue voluntario de la defensa y luchó en Londres.  Cuando cesó la contienda, se fue a una casita de las afueras de la ciudad y allí escribió dos libros más: el relato de su aventura por América y una biografía de su amigo Robert Cunninghan Graham, “don Roberto”, como lo llamaban cariñosamente los paisanos, otro enamorado de esta tierra, cuyo cariño por ella le llevó a escribir sobre la Argentina páginas llenas de vida y colorido.  El mismo Cunningham que después de varias décadas de ausencia quiso conocer a Gato y a Mancha y que viajó hasta “su querencia”, como solía llamar cariñosamente a la Argentina, trayendo desde Escocia dos bolsitas de avena.  La muerte lo sorprendió aquí y al ser conducidos sus restos a bordo para ser repatriados, Gato y Mancha lo acompañaron.  Desde entonces, descansa en la abadía de Menteith.

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Gato murió en 1944, a los 35 años de edad.  Mancha lo sobrevivió tres años más, hasta el 24 de diciembre de 1947.  Los dos “amigos” de Tschiffely están ahora en el Pabellón de Transportes del Museo de Luján. Gato conserva la montura de aquella memorable travesía y mancha los arreos de carga.  A ambos lados de la vitrina que los guarda, puede leerse: “Gato y Mancha – Estos famosos caballos criollos, realizaron en 1925 la memorable marcha Buenos Aires-Nueva York.”

El doctor Emilio Solanet ordenó su embalsamamiento, tarea que efectuó el taxidermista del Museo de la Plata, doctor Ernesto Echevarría con su ayudante Emilio Risso.  Frente a la enorme vitrina que los expone hoy a la admiración del público, se observa un óleo de Luis Cordiviola, reproduciendo sus figuras en el medio de la pampa.

El 5 de enero de 1954, un cable trajo la noticia desde Europa: “En una clínica londinense, víctima de una afección renal, murió Aimé Tschiffely”.  En efecto, diez días antes de la Navidad de 1953, Aimé Tschiffely se dirigió al hospital de Mile End en Londres para realizarse una intervención quirúrgica menor, muriendo inesperadamente debido a una complicación surgida durante la operación.  Inmediatamente se integró una comisión con Carlos A. Hogan, entonces ministro de Agricultura y Ganadería de la nación, el Dr. Antonio J. Benítez, presidente de la Cámara de Diputados y los señores Luis Lacey, Justo P. Sáenz y Emilio Solanet, para lograr que sus cenizas reposaran en la Argentina.  Sus deudos aceptaron el ofrecimiento y el 13 de noviembre de ese mismo año, la urna pequeña, portadora de las cenizas, de aquel suizo enamorado de nuestras pampas, marchó por las calles de Buenos Aires en ancas de un caballo gateado, llevado de tiro por el jinete Jorge Molina Salas.

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La caravana encabezada por el teniente 1º Tiburcio Aldao, e integrada por motociclistas del cuerpo de cadetes de la Escuela de Policía, cadetes del Colegio Militar, charanga de la policía montada, abanderado con su escolta, paisanos con lanzas de caña tacuara en la diestra, la comitiva oficial a caballo, representantes de clubes hípicos, miembros de agrupaciones tradicionalistas, jinetes y motociclistas de la sección Tránsito, partió desde la plaza Intendente Seeber, en el parque Tres de Febrero, tomando por avenida del Libertador hasta Junín y desde allí se dirigió hacia la Recoleta.

Un toque de atención llamó a silencio, y el ministro Hogan dijo entre otras cosas: “..El dilatado y dificultoso peregrinaje de Tschiffely, montado indistintamente en esos dos caballos criollos, tuvo, además, otra característica que se ha señalado y exaltado con justicia.  Aquella proeza sirvió para demostrar las condiciones inigualables de resistencia, sobriedad y adaptación que distinguen a esa raza equina, protagonistas principales, con su jinete, de tan extraordinaria hazaña, como lo fueron en la gran aventura de la conquista, en las luchas de la emancipación y en las campañas del desierto…”.

Tras los discursos se hizo un breve silencio frente a la tumba, donde formaron guardia de honor los Granaderos a caballo y luego se depositó la urna, colocándose una placa.

Dice Hernán Ceres: “Cada vez que las circunstancias me llevan al viejo cementerio de la Recoleta, me detengo frente al sitio donde descansa de sus largos viajes Aimé Félix Tschiffely..  Mientras pienso en la grandeza de su hazaña, me parece oír desde lejos frases de una composición de Cunningham Graham, idealizando un paraíso equino, en donde los “tres amigos” han vuelto a reunirse y “…donde todo será dulce, sano e inocente, para que a la sombra de algún celestial ombú, frondoso y ancho, en las horas de la siesta dormiten juntos y de cuando en cuando comenten –porque entonces habrá caído la barrera del lenguaje- los incidentes de su azaroso viaje por el suelo de las Tres Américas”.

Las cenizas de Tschiffely permanecieron en el cementerio de la Recoleta hasta 1998, cuando fueron llevadas a “El Cardal” y depositadas en un sencillo monumento.  Y allí descansan los tres, juntos otra vez, seguramente imaginando nuevos viajes.

Día Nacional del Caballo

En 1999 el Congreso de la Nación Argentina aprobó una ley declarando Día Nacional del Caballo cada 20 de setiembre, en conmemoración a la histórica jornada del año 1828 en que Tschiffely, arribó a la ciudad de Nueva York, dando fin a su increíble travesía.

Hoy, se encuentran embalsamados, en exposición en el Museo de Lujan. Aimé Félix Tschiffely murió el 5 de enero de 1954 y su último viaje lo realizó el 22 de Febrero de 1998, cuando sus cenizas abandonaron el cementerio de la Recoleta y fueron sepultadas en el campo que su amigo Solanet tenía en Ayacucho. Su libro mas famoso fue Tschiffely's Ride (1933), en cual escribe sus aventuras para llegar a los Estados Unidos, por tierra.

En conmemoración de la fecha en que los nobles caballos Mancha y Gato , entraron en la Ciudad de Nueva York, el Honorable Senado de la Nación Argentina y la Cámara de diputados, han designado el día 20 de septiembre de cada año como el Día Nacional del Caballo . Y finalmente, otro dato que se suma a la historia, es que en el Museo Almirante Brown hay un libro que lleva la firma de Emilio Solanet, y que está dedicado a esa institución cultural quilmeña.

Fuente
Affolter, Benno – Sitio oficial de Aimé Tschiffely
Ceres, Hernán – De Palermo a la Casa Blanca.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Fernández Alt, Mariano – Tschifelly, Mancha y Gato: Tres amigos inseparables.
Portal www.revisionistas.com.ar
Todo es Historia – Año III, Nº 25, Mayo de 1969.
Tschiffely, Aimé Félix – Long Rider
Affolter, Benno  Tschiffely Biografía. Suiza 
 http://www.thelongridersguild.com/Heroes.htm
 http://www.aimetschiffely.org/welcome.htm
 http://www.abchoy.com.a


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