LOS CASCOS VIKINGOS NO TENÍAN
CUERNOS
Los cascos empleados por los
vikingos carecían de cuernos.
La imagen tradicional que la historia ha legado de
ellos pertenece más a la ficción que a la realidad.
CUANDO SE HABLA DE los vikingos todo el
mundo piensa en cornudos. No por la infidelidad de las mujeres —poco probable
en una sociedad tan tremendamente machista como la suya—, sino por el
característico casco con el que la iconografia popular los ha hecho pasar a la
Historia.
Esta idea es errónea aunque se fundamenta
en un ápice de autenticidad. Si bien es verdad que existen cascos adornados con
cuernos y se han encontrado algunos en los enterramientos y en las excavaciones
arqueológicas, lo cierto es que la mayoría de los yelmos utilizados por los
vikingos carecían de cornamenta.
Se trataba de unos cascos de forma conoidal fabricados en acero. Solían llevar una protección nasal que también cubría parte de los ojos —como la montura de unas gafas— y algunos adornos. Los grandes señores hacían decorar sus celadas con incrustaciones en oro y plata.
Se trataba de unos cascos de forma conoidal fabricados en acero. Solían llevar una protección nasal que también cubría parte de los ojos —como la montura de unas gafas— y algunos adornos. Los grandes señores hacían decorar sus celadas con incrustaciones en oro y plata.
Para su protección, además de los cascos,
empleaban unos grandes escudos circulares fabricados en madera y recubiertos de
acero, material con el que también confeccionaban sus Cotas de mallas. Las
armas más comunes eran las espadas y las hachas. Las espadas se fabricaban con
acero y, artesanalmente. El elemento más destacado de éstas era su empuñadura
en forma demartillo y perfectamente equilibrada. Las hachas podían ser de una o
dos hojas y generalmente, de mango corto, lo que facilitaba, además que
pudieran emplearse como armas arrojadizas.
Los ataques se llevaban a cabo de una
forma tremendamente rápida, efectiva e inevitable.Se puede decir que el mejor
aliado de estos guerreros era el factor sorpresa, elemento común y denominador
de todas sus razzias. Se trataba de pillar desprevenido al adversario y que a
éste no le diera tiempo a reaccionar. Como los modernos atracadores de bancos,
que han estudiado su golpe hasta el más mínimo detalle y son capaces de vaciar
las arcas de la entidad en apenas unos segundos, los vikingos llegaban,
asaltaban y desaparecían del emplazamiento enemigo antes de que la voz de
alarma hubiera siquiera salido de la boca de los vigías.
Durante los combates se producía en la
mente de los vikingos un fenómeno que los historiadores han denominado bersek
—literalmente, «volverse loco»— y que les hacía afrontar las batallas desde una
perspectiva casi suicida e inconsciente. Poseídos por una furia y una ira
incontrolable no sentían el dolor de las heridas y el miedo se convertía en su
aliado. Seguramente se trataba de una especie de paranoia mental, un trance
inconsciente, acrecentado por la concentración previa al combate. Este estado
mental no se aprendía, iba en la sangre.
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