EL ORO, LA MALDICION DEL REY MIDAS
Midas, hijo de la gran diosa de Ida y de un sátiro, era un rey amante del placer que gobernada a los brigios en.
El
rey Midas de Frigia, Bromio, ciudad de Macedonia, gobernó durante los años 740
a. C. y 696 a. C., aproximadamente.
Debido
a su casamiento con una mujer griega, la región que ocupaba la mayor parte de
la península de Anatolia (actual Turquía), adoptó el alfabeto griego. Era un
hombre obsesionado por las riquezas. Vivía en un hermoso castillo rodeado de
grandes jardines, bellas rosas y todo tipo de objetos lujosos.
El rey Midas, hijo de Grodinas, un campesino
que había llegado al trono de Frigia por voluntad de los dioses, creció
obsesionado por las riquezas.
Midas
fue un rey de gran fortuna que gobernó la región de Frigia, en Asia Menor.
Tenía todo lo que se podía desear, vivía en un hermoso palacio con su hija, de nombre Zoe, a la que amaba profundamente y
pensaba que su mayor felicidad provenía del oro. ¡Su avaricia era tal que solía
pasar sus días contando sus monedas de oro! De vez en cuando solía cubrir su
cuerpo con objetos de oro, como si quisiera bañarse en ellos. El dinero era su
obsesión.
Un
día, Dionisio, el dios del vino y la juerga, pasó por el reino de Midas. Uno de
sus subalternos, un sátiro llamado Sileno -dios menor de la embriaguez-, se
retrasó en el camino. Sileno se cansó y decidió tomar una siesta en los famosos
jardines de rosas que rodeaban el palacio del rey Midas. Allí, fue encontrado
por el rey, quien lo reconoció al instante y lo invitó a pasar unos días en su
palacio, hasta que Dionisio fue a por él. El dios de la vendimia, muy
agradecido con Midas por su amabilidad, prometió a este satisfacer cualquier
deseo que anhelara. El rey quedó pensativo y luego dijo: “Quiero que todo lo
que toque se convierta en oro”. El dios le advirtió al rey que pensara bien
sobre las consecuencias de su deseo, pero Midas insistió. Dionisio lo dejó
estar y le prometió al rey que, desde el día siguiente, todo lo que tocara se
convertiría en oro.
Al
día siguiente, Midas, se despertó ansioso por ver si su deseo se había hecho
realidad. Extendió su brazo tocando una pequeña mesa que inmediatamente se
convirtió en oro. ¡Midas saltó de felicidad! Luego tocó una silla, la alfombra,
la puerta, su bañera… y así siguió corriendo en su locura por todo su palacio
hasta que se cansó. Se sentó a la mesa a tomar el desayuno y tomó una rosa
entre sus manos para oler su fragancia. Cuando la tocó, la rosa se convirtió en
oro. “Tendré que absorber la fragancia sin tocar las rosas, supongo…”, pensó
con decepción. Sin siquiera pensarlo, ¡se dispuso a comer una uva pero también
se convirtió en oro!. Lo mismo sucedió con una rebanada de pan y un vaso de
agua. De repente, comenzó a sentir miedo. Las lágrimas llenaron sus ojos y en
ese momento, su amada hija entró en la habitación.
Cuando Midas la abrazó, ¡se
convirtió en una estatua dorada!. Desesperado y temeroso, levantó los brazos y
rezó a Dioniso para que le quitara esta maldición.
Finalmente
levantó los brazos y suplicó a Dionisio: “Oh, Dionisio, no quiero el oro! Ya
tenía todo lo que quería! Solo quiero abrazar a mi hija, sentirla reir, tocar y
sentir el perfume de mis rosas, acariciar a mi gata y compartir la comida con
mis seres queridos! Por favor, quítame esta maldición dorada!” El amable dios
Dionisio le susurró al corazón: “Puedes deshacer el toque de oro y devolverle
la vida a las estatuas, pero te costará todo el oro de tu reino” y Midas
exclamó: “Lo que sea! Quiero a la vida no al oro!” Dionisio entonces le
recomendó: “Busca la fuente del río Pactulo y lava tus manos. Este agua y el
cambio en tu corazón devolverán la vida a las cosas que con tu codicia
transformaste en oro”.
Midas
corrió al río y se lavó las manos en la fuente, agradecido por esta
oportunidad. Se asombró al ver el oro que fluía de sus manos para depositarse
en la arena del fondo de la fuente. Rápidamente, llevó una jarra de agua para
volcar sobre Zoe y rociar a la gata. Al instante, sonaba en el silencio la risa
y la voz musical de Zoe y el ronroneo de la gata.
Muy
contento y agradecido salió Midas con su hija para buscar más agua del río
Pactulo y así poder rociar rápidamente todo lo que brillaba de oro en el
palacio.
Gran
alegría le proporcionó a Midas el observar que la vitalidad había retornado a
su jardín y a su corazón. Aprendió a amar el brillo de la vida en lugar del
lustre del oro.
A
partir de entonces, Midas se convirtió en una mejor persona, generosa y
agradecida por todos los bienes que tenía. Su pueblo llevó una vida próspera y
cuando murió, todos lloraron a su amado rey.
En
la localidad de Yazilikaya de Anatolia, se levanta una fachada monumental
llamada 'tumba de Midas', que data del siglo VII a.C. Pero lo cierto, es que se
trata de un templo dedicado a Cibeles. antigua diosa de la fertilidad de la
tierra (y principal divinidad del panteón de Frigia).
Gracias
a Midas este reino se expandió al este, participando en múltiples relaciones
comerciales con Asiria y Urartu, que aumentó considerablemente las riquezas del
rey y su región. Tanta abundancia provocó que los griegos acabaran haciéndole
un hueco en su mitología.
Según
parece, tras las muchas invasiones de Sargón II (rey de Asiria durante el
Imperio nuevo). Midas se suicidó, terminando así el próspero período de Frigia.
La historia del rey Midas es un mito sobre la
avaricia y narra lo que ocurre cuando no sabemos reconocer la verdadera
felicidad. Midas era un hombre que deseaba que todo lo que tocara se
convirtiera en oro. Sin embargo, no había pensado que este deseo no era
realmente una bendición, sino una maldición. Su codicia nos invita a pensar y
darnos cuenta de las consecuencias que pueden llevarnos a convertirnos en
esclavos de nuestros propios deseos.
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