AGATA, la Flor de la Mafia
Se llamaba Ágata Cruz Galiffi
Era hija de Juan
Galiffi, un próspero comerciante llegado de Sicilia. Pero Don Galiffi, no era
un hombre común, era “ Chicho Grande”, el Jefe de la “onoravele societá” (la
Maffia) en la Argentina, durante los años de su apogeo desde 1927 a 1939 alias
“Chicho Grande”, uno de los responsables de que a Rosario se la conociera como “la
Chicago argentina”. Prostitución, juego clandestino, extorsiones, crímenes por
disputas de poder, secuestros a millonarios (aclaro: no es la Argentina de hoy,
es la de la década del 30), ese era la realidad detrás del empresario exitoso
que era Don Galiffi.
Nació el catorce de julio
de 1916 en Gálvez. Dato ambiguo es su lugar de nacimiento. Ella en un reportaje
que le hace la revista “Gente” (1972) se reconoce como oriunda de “Gálvez, en
la provincia de Santa Fe”. En el libro de E. Goris (1999) se la hace nacer en
“Gobernador Gálvez”. ¿Gálvez, al norte
de Santa Fe, o Villa Gobernador Gálvez, al sur de la provincia, al lado de
Rosario? Como vemos, uno de los personajes más recordados por la memoria
popular y de quien menos certezas se tiene.
Su historia de mafiosa
está vinculada al ocaso de su padre.
El secuestro y crimen
del joven Abel Ayerza -perteneciente a una familia tradicional de Buenos Aires
ligada a la clase dirigente nacionalista- es el principio del final de la
carrera de “Chicho El Grande”. Da inicio en el país de un encarnecida “cacería
de mafiosos”. La amplia repercusión mediática del caso -al que caratulaban ya
no como un hecho policial aislado sino una “cuestión de seguridad nacional”,
según explica Osvaldo Aguirre en su libro “Historias de la mafia en la
Argentina”. La conmocionada opinión pública exaltaba sentimientos de rancia
xenofobia, y convertían a la inmigración
italiana en la enemiga más temida, gracias a la fama de Al Capone y compañía.
En 1933 su padre, Juan
Galiffi fue condenado a un año y ocho meses de prisión por falsificación de
billetes y a un año y tres meses por uso de documentos falsos (nunca se le pudo
comprobar ningún delito mafioso). En 1935 fue finalmente deportado del país y
no volvería a reencontrarse con Ágata excepto por una única concesión que
obtuvo: presenciar el casamiento de su hija con el abogado Rolando Lucchini
-administrador de los bienes de la familia- y honrarla con una “enigmática”
dote de bodas que le bastó para prefigurar un desenlace.
Ágata tenía por
entonces 19 años y se separó tiempo después, enamorada de Arturo Pláceres, un
delincuente con un gran prontuario en su haber.
Era por entonces
conocida como “la Gata Galiffi” y su
objetivo era reorganizar la Maffia nuevamente. Si bien la mafia como
organización ya había sido desarticulada, aún quedaba un vestigio, una “flor”,
y ésa era Ágata. Crítica se empecinaba una vez más en heredarla como “la
capitana de la mafia” y afirmaba que: “Los elementos viejos de la camorra
fueros reemplazados por Ágata con elementos jóvenes, algunos de ellos criollos,
sobre la base de un plan mucho más amplio que el trazado por el padre. Quería
Ágata organizar una temible banda de pistoleros, contrabandistas y fulleros
profesionales, entre los cuales debían entrar un buen número de elementos del
trust, que iban a actuar en los hipódromos de esta ciudad [Rosario] y La
Plata.”
Viaja alrededor de 1937
o 1938 a San Miguel de Tucumán con su pareja, Arturo Pláceres, hombre que
acababa de salir de prisión por falsificación de documentos públicos y que
sería presentado como “pistolero” y
aficionado al teatro. El viaje a Tucumán estaba tan lejos de ser el de
dos amantes prósperos como del propósito de abrir una casa de juegos, según
habrían declarado. Su objetivo era robar el tesoro del Banco de la Provincia de Tucumán y también colocar plata falsa. Su
padre, Juan Galiffi había regalado a su hija una enorme cantidad de
dinero falso escondido en el doble fondo de un cofre, regalo de casamiento. Este
había sido efectuado por el alemán Otto Ewert
-célebre falsificador- que fraguó los clisés y Blas Achinell se encargó de la
impresión con una minerva.
El “plan maestro” consistía en cambiar ese dinero por el auténtico del banco y así poder vehiculizar el regreso de su padre a la Argentina.
El “plan maestro” consistía en cambiar ese dinero por el auténtico del banco y así poder vehiculizar el regreso de su padre a la Argentina.
Alquilan una casa en
Rivadavia 164. La excusa era que la casona necesitaba refacciones. Una
cuadrilla de obreros trabajaba en ella sin descanso. El túnel era una obra de verdadera ingeniería: dividido en tres tramos,
de 34.20 y 66 metros, con 65 cm de alto por 63 cm de ancho y abovedado en el
techo, contaba con instalación eléctrica y oxígeno, tenía un foco cada 8 metros, rieles para conducir el
carrito que sacaba la tierra y tubos de aireación.
El objetivo la bóveda del tesoro del Banco de la
Provincia. “Todos los detalles habían sido previstos, menos el más
importante: el tesoro resultaba inexpugnable, ya que estaba protegido por una
losa de cemento y acero, que no podía ser vencida por simples herramientas”,
concluye Osvaldo Aguirre en su libro.
El
hilo que permitió atrapar a la banda, fue cuando uno de sus socios, cuatro en
total, intentó pagar bebidas en una confitería. El dueño, desconfió del billete
de cien pesos y dio aviso a la policía que detuvo al pasador, un tal
Agustín Fernández. Tenía en su poder Agustín
Fernández 388 billetes falsos de mil pesos y otros 64,
también apócrifos, de cien. Fernández aseguró a su detención que
Pláceres le había entregado el dinero falso, con la misión de
entregárselo al verdulero Antonio Di Santo. El hombre dijo que había conocido
al compañero de Ágata a través de Emilio Uriondo, conocido pistolero de la zona
en la época. Cuatro días después del arresto, también en San Miguel de Tucumán,
se descubrió un túnel que conducía al Banco de la Provincia. La construcción
causó asombro. Se supo que había sido abierto por obreros bolivianos
contratados por Uriondo, que habían trabajado durante cuatro meses. La
construcción, sin embargo, había quedado inconclusa, por motivos nunca
aclarados.
La “gata” Galiffi tenía
23 años cuando en 1938 la policía la encontró junto a Arturo el
“Gallego” Pláceres y a un amigo en un bar de la Calle
Santa Fe y Maipú, con la excusa de buscar sus documentos fueron escoltados
hasta la pensión donde estaban en San Lorenzo al 700, de Rosario y es allí
donde se produce otro tiroteo espectacular que pasó a la memoria popular, allí Ágata
y su pareja logran escapar, mientras su amigo cae muerto junto a dos policías.
La detención fue en Rosario, un
23 de mayo de 1939, a la madrugada, cuando después de un frustrado allanamiento
en la casa de la curandera Margarita Iturbide de Jovita, que había refugiado a
Agatha, uno de los policías se quedó “chamullando” a la mujer y le sacó
información clave. La pareja fue detenida en la vivienda del obrero ferroviario
Tomás Clarke. Allí estaban ocultos bajo los seudónimos de “Doña María” y “Don
Antonio”. Al ingresar al inmueble, encontraron al “Gallego” afeitándose,
mientras “La Gata”, estaba a su lado. Lo primero que atinó a decir fue: “No lo
vayan a matar, él no hizo nada”. Una vez detenidos, y siguiendo el hilo de la
investigación se logró establecer la responsabilidad de la banda de Ágata en
las falsificaciones y en la construcción del túnel.
Los detenidos fueron trasladados a Tucumán.
Allí comienza la “Cruz” de Ágata.
Es condenada a 10 años de prisión, al confesar sus crímenes por pedido de su
compañero quien prometió que la sacaba en 20 días. Pero este no la pasaba bien.
Se supo que Pláceres estaba preso en una mazmorra con
conocida como "El cadalso", cuyo uso había sido prohibido por orden
judicial.
Las
condiciones de encierro fueron severas. Por falta de una cárcel
de mujeres en aquella provincia es confinada en el Hospital de Alienados,
recluida en una pequeña celda de un metro por dos, con barrotes recubiertos con
alambre tejido. Una verdadera jaula en la que permanecerá siete largos y
penosos años. Ágata tuvo que soportar los peores castigos, pasó su encierro entre
intentos de violación, soñando con la muerte de su padre la misma noche en que
esta ocurría y con duendes verdes y feos que a veces aparecían en su celda.
Tenía prohibida toda visita, salvo algunas monjas.-
Tenía prohibida toda visita, salvo algunas monjas.-
En
1972 declararía a la Revista “Gente”: “Creían que yo era un
monstruo, una pantera. La celda tenía un metro ochenta de largo por un metro
veinte de ancho. Los barrotes eran gruesos, fuertes, pero igual forraron la
celda con alambre tejido. Tenían miedo de que me escapara y entonces fabricaron
esa jaula. Allí pasé siete años y un mes. Sólo podía hablar con las monjas, que
me contaban cosas; llorar y rezar el rosario hasta que conseguía dormirme. La
celda no tenía baño. El único baño del lugar lo compartía con las enfermas,
Cada vez que iba, tenía que ponerme una especia de túnica y unos grandes zuecos
de madera. Pero eso no era lo malo. Lo malo eran los gritos de las enfermas,
esos aullidos en la noche.”
En libertad, volvió a
Rosario donde se la encontró trabajo
vendiendo publicidad por la calle, tuvo
distintos trabajos y luego se fue a Caucete, San Juan, donde los Galiffi
tenían viñedos.
Allí se dedicó al
cultivo de viñedos de la antigua propiedad de su padre a la que llamó –como si
el nombre pudiera restituirle un paraíso perdido: “La viña del Señor”. Allí vivió sin sobresaltos acompañada de una hija y
de su hermano. Para sobrevivir al llegar tuvo que empeñar de sus
valiosas joyas. Allí formó pareja con un porteño, de oficio pintor, llamado
Julio Fernández, adoptando una hija llamada Karina Alejandra Fernández.
Cuando la ubicó en 1972
periodistas de Gente, llevando una vida limpia, como dueña de una zapatería, en
donde le decían “la Nena” o señora simplemente, y solo se hablaba maravillas de
la ella.
De los años de locas aventuras
solo conservaba un medallón con la foto de Don Chicho, su padre, a quien Ágata
veneraba.
En San Juan capital
vivió sus últimos años -cuando ya había vendido su finca- en un alto edificio
en el cual tenía un departamento, sobre calle 9 de Julio y Caseros, conforme un
diario local. De esta etapa, varios de sus vecinos aún la recuerdan con
simpatía y cariño y sobre todo por su indudable filantropía. Parece ser que su
salud se deterioró por un problema digestivo o hepático. Fue internada en el
entonces Sanatorio Almirante Brown. Pero
más que nada cayó en un tremendo estado depresivo, prácticamente se dejó morir.
Se cuenta que en la ocasión Ágata, que ya no quería comer, accedió a que una
dilecta amiga, llamada Encarnación Font, le diera "algunas cucharadas de
sopa''. Fue cuando le dijo muy apesadumbrada: "negra, nos abandonaron
todos...''. Al día siguiente falleció, era un crudo invierno del 6 de julio de
1985.
En su tumba sencilla
existe una placa de bronce, con una de sus fotos, una frase afectuosa de su
compañero e hija, y la figura de un reloj, que con sus agujas señala la hora de
su muerte. Estos datos indican la última morada de esta mujer tan particular,
de personalidad dual, que indudablemente formó parte de una historia que tuvo
ribetes legendarios.
Muy interesante. Muchas gracias por la publicación
ResponderEliminarMuy interesante. Muchas gracias por la publicación
ResponderEliminarQué bueno saber sobre la vida de la "Flor de la Mafia". Una historia interesante y muy particular. Gracias!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarBueno ahora tenemos a los monos en Rosario,y en Tucuman a Manzur y Alperovich.
ResponderEliminarMuy interesante. Mil gracias
ResponderEliminarMi madre siempre contaba estas historias
ResponderEliminarExcelente labor investigativa, pero revisad la redacción, se pasan errores dactilográficos
ResponderEliminarLa apresaron en una casa en calle arijon en Rosario???
ResponderEliminarAca estoy con una señora que nacio en un auto de la Gata en la ciudad de santa fe ...le ley la historia ...esta muy emocionada , gracias por la historia
ResponderEliminarANA TERESA INSAURRALDE(TENA) la recuerda con cariño siempre