Estando ocupada Buenos Aires por los británicos en 1806, parecía que una sola esperanza ofrecía el oscuro panorama político: llegar del otro lado del Río de la Plata y reclutar a los hermanos orientales para que vinieran a Buenos Aires a reforzar la resistencia urbana. En ese sentido el único marino práctico era el comandante del fuerte de la Ensenada: don Santiago de Liniers; encargado de cruzar el río color león y traerlos a este lado del charco.
Al anochecer del 9 de julio toma un lanchón en el Tigre y por los riachos del delta llega a Colonia. El 16 está en Montevideo. Ante las órdenes insólitas de Sobremonte, el gobernador de Montevideo Ruiz Huidobro resuelve darle 500 hombres selectos a Liniers junto a sus municiones y medios de transporte que llegarían a Olivos. A juicio de Liniers bastarían para batir a los ingleses con la cooperación de lo preparado en Buenos Aires por Álzaga.
Liniers revista las tropas: 370 veteranos (250 dragones, 50 blandengues porteños, 70 granaderos) y 250 milicianos (150 de las milicias montevideanas y 100 miñones catalanes, mandados por Bofarull). En total 620, algunos más de los pedidos.
El 31 de julio Liniers está en Colonia, donde también –gracias a una tremenda sudestada que inmoviliza a los buques ingleses- se encuentra la escuadrilla de lanchones y balleneras que habrían de transportarlo con los suyos.
Santiago de Liniers en la Ensenada de Barragán.
La gran condición de Liniers, quizá su sola virtud profesional, era ser un práctico del río de la Plata: dieciocho años llevaba navegándolo y conocía todos sus canales, bancos, corrientes y tormentas. Popham era un excelente marino y los ingleses bajo su mando los mejores marineros del mundo; pero Liniers demostró ser un baqueano del Plata que era lo que importaba en ese momento. Poco antes de llegar a Colonia ha empezado a soplar viento sudeste, y Liniers sabe lo que es una sudestada de invierno en el río: un temporal de varios días, viento que sopla con furia contra la corriente, olas que rompen. Popham habría navegado todos los mares, y tomado o corrido tormentas mayores; pero en ninguna parte había encontrado la pertinacia de lasudestada rioplatense que no puede navegar ningún profano del río por buen marino que fuese. Mientras soplase el sudeste, el inglés no osaría levar anclas. Popham, sabedor -¡y cuándo no!- de los planes de la junta de guerra montevideana, había bloqueado Colonia para no dejar salir un balandro. Liniers esperó que la sudestada llegase al máximo (lo que ocurrió a los cinco días) para filtrarse impunemente la noche del 3 de agosto entre los anclados navíos del comodoro inglés.
Sudestada en el Río de la Plata.
Lasudestadallegó a su máximo la tarde del 3. Liniers ordenó el embarque: la tormenta era tan fuerte que cinco lanchas cañoneras se fueron a pique. Los navíos ingleses están anclados impotentes, frente a Colonia; la flotilla se cuela entre ellos sin que la tormenta los dejase percibir; hubo uno que extraviado el rumbo y temeroso del oleaje, ancló en la oscuridad cerca de la isla San Gabriel y al salir la luna se encontró a metros de una fragata enemiga. Liniers sabe por dónde tomar y cómo conducir: hace lentamente el cruce la noche del 3 y el día y la noche del 4. La furia de las olas no permitirá el desembarco en Olivos como se había convenido, y deben internarse en el Luján para tomar tierra en el riacho Las Conchas a la altura de Tigre. Es la madrugada del 5. De allí va a San Isidro, donde acampa por la tarde entre las aclamaciones del pueblo. La tormenta sigue con violencia y por lo tanto no puede esperar el bombardeo de las cañoneras que debieron quedar en Colonia (cinco se habían ido a pique). Los dos días siguientes los pasa Liniers inmovilizado; se le incorporan los dispersos de Perdriel, los húsares de Pueyrredón -faltaban los diablos rojos de Avellaneda- y muchos voluntarios más. El 8 reanuda la marcha; la tarde del 9 está en la Chacarita de los Colegiales; el 10 en los corrales de Miserere (ex plaza Once, también), de allí manda a Hilarión de la Quintana, con una intimación a Beresford.
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