domingo, 21 de junio de 2009

LA PERICHONA

LA PERICHONA
María Ana Perichón, conocida vulgarmente como “ la Perichona ”, fue una mujer de pésima reputación en el Buenos Aires virreinal.

Casada con Tomás O’Gorman, participaba junto a un reducido número de espías británicos (Guillermo White, James Burke, Saturnino Rodríguez Peña, Aniceto Padilla) en eternas conspiraciones contra el poder español.

Rodeaban al grupo, en un círculo más amplio, hombres como Santiago de Liniers, Bernardino Rivadavia, Juan Castelli y Juan Martín de Pueyrredón.

Pretendían liberarse de España con la ayuda inglesa. No eran representativos, ni socialmente fuertes. Apenas una minoría mal vista. En vísperas de las invasiones inglesas, mostraron su juego.

El Virrey Sobremonte, al tanto de las andanzas del grupo y sospechando de la duplicidad de Liniers, desplazó a éste de sus funciones como responsable de la flotilla del Río y lo nombró en Ensenada, un cargo menor. El mismo Liniers retrasó su ingreso a la ciudad pese a ser llamado por Sobremonte y sólo lo hizo cuando Beresford se hubo apoderado del Fuerte.

Usó en la oportunidad, como salvoconducto, a su amigo O’Gorman y a la “Perichona”, en inmejorables relaciones con el inglés. Esa noche se realizó un banquete en honor del invasor al que asistieron Liniers, O’Gorman, la Perichona y el resto del círculo de amigos de Inglaterra.

Un dato para no olvidar es que mientras la Perichona confraternizaba con el invasor, Martina Céspedes, una criolla de agallas, junto con sus tres hijas procedía a detener soldados invasores (uno por uno, hasta llegar a doce). Vivía doña Martina en Humberto I frente a la Iglesia de San Telmo. Atendía un humilde negocio de venta de bebidas y alimentos. Hasta él llegaron los invasores aquella mañana del 5 de julio de 1807, ávidos de alcohol. Doña Martina, la criolla, los fue dejando pasar de a uno. De esta manera apresó a los doce. Tiempo después, el cabildo le concedió el cargo de Sargento Mayor con el derecho a usar uniforme. ( Ver tambien Martina Céspedes )

Inmediatamente después de la Reconquista , Tomás O’Gorman huyó de Buenos Aires, dejando a su mujer. En esa situación, de abandono, la “Perichona” halló compañía en Liniers y devino en su ardiente consejera. En su casa se organizaban tertulias, se asignaban cargos públicos, prebendas, canonjías y se intercambiaba, naturalmente, información.

Fue ella la que convenció a su maduro galán de firmar un nuevo acuerdo con Beresford, consistente en cambiar la rendición incondicional por otro más apropiado a la foja de servicios del arrojado General británico y, naturalmente beneficioso en caso de enfrentarse a un tribunal.

Por presión de Alzaga, quién afirmaba de la bella dama que “es el escándalo del pueblo” y que su casa se había convertido en “depósito de innumerables negociaciones fraudulentas; la que abrió huellas al extranjero para posesionarse de la ciudad e imponernos el dominio británico”, la Perichona fue expulsada de Buenos Aires y a poco de llegar a Río de Janeiro se hizo amante de Lord Strangford.

Era un volcán la Petaquita (como la llamaba, en la intimidad, Liniers, su viejo amor).

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