jueves, 28 de abril de 2011

MANUELA PEDRAZA

MANUELA HURTADO DE PEDRAZA

Fue una heroína de la Primera Invasión Inglesa. Los días 10, 11 y 12 de agosto de 1806 se combatió encarnizadamente en las calles de Buenos Aires para reconquistarla de manos de sus usurpadores ingleses. Todos participaron en la lucha, las mujeres con el mismo fervor que los hombres.

Cuando el combate había llegado a su culminación en la plaza mayor (hoy Plaza de mayo), donde las fuerzas al mando de Liniers trataban de tomar la Fortaleza (hoy Casa Rosada), una mujer del pueblo se destacó entre los soldados, uno de los cuales era su marido, a quien había resuelto acompañar.

La metralla no la acobardó. Por el contrario, se lanzó al lugar de mayor peligro siempre al lado del soldado de patricios, con el que formaba una pareja de leones. El hombre cayo atravesado por una bala. Manuela tomó su fusil y mató al inglés que había disparado sobre él.

Pasada la lucha, el general vencedor la recompensó con el grado de alférez y goce de sueldo. En su parte dirigido a la metrópoli decía: "No debe omitirse el nombre de la mujer de un cabo de Asamblea, llamada Manuela la Tucumanesa (era nacida en Tucumán), que combatiendo al lado de su marido con sublime entereza mató un inglés del que me presentó el fusil".

Manuela termina trastornada y en la miseria. Una calle de la ciudad que ayudo a reconquistar lleva su nombre.

Fuente: "Diccionario Biográfico de Mujeres Argentina", de Lily Sosa de Newton. Plus Ultra.
Facsímil de la resolución real otorgándole a Manuela Pedraza grado y sueldo militar.


Ilustración de Manuela Pedraza dibujada por Segundo Moyano y pintada por el Oso Rossello

martes, 26 de abril de 2011

Voytek, el oso que se enroló en el ejército polaco

Esta es la historia de Voytek, el oso que figuraba enrolado en la 22ª Compañía de Transporte del Ejército Polaco durante la II Guerra Mundial.
En el año 1939 era invadida Polonia; los rusos por el Este y los alemanes por el Oeste. Poco pudo hacer el ejército polaco ante los dos potencias militares; muchos soldados polacos fueron apresados y enviados a los gulags soviéticos. Tras el giro de 180%, de aliados a enemigos, que se produjo entre soviéticos y alemanes, Stalin decidió liberar a los presos polacos constituyéndose el Segundo Cuerpo del ejército polaco (1943) para luchar junto a los aliados.
El Segundo Cuerpo fue enviado a Oriente Medio como apoyo a la 8ª del ejército británico. Mientras la 22ª Compañía cruzaba las montañas de Irán, un niño les ofreció un pequeño osezno por comida. No sabemos si porque les dio pena el niño o les hizo gracia el osezno, el caso es que se lo quedaron como mascota. Le pusieron de nombre Voytek y se convirtió en uno más… gustaba de echarse una cerveza, fumarse – o comerse- algún cigarrillo, llevaba pesadas cargas, saludaba a sus superiores, participaba en peleas que siempre ganaba…
Cuando el Segundo Cuerpo fue trasladado a Europa, para participar en la campaña de Italia, ocurrió el primer contratiempo: el ejército británico no aceptaba mascotas. Así que, ni cortos ni perezosos, la 22ª Compañía lo enroló con número y rango de ayudante de Artillería.
También tuvo su momento heróico en combate en la batalla de Monte Cassino (1944). Tras varios intentos de los aliados por tomar este estratégico enclave sin éxito, se enviaron todas las tropas disponibles incluida la 22ª Compañía. Comenzó un bombardeo de artillería masivo y nuestro amigo Voytek estuvo durante varias horas transportando obuses, de casi 50 Kg, sin parar. Dicen que aquella
 actitud sirvió como estímulo para que “compañeros” pudieran ganar aquella batalla.
Insignia de Voytek
Cuando terminó la II Guerra Mundial la fama de Voytek había cruzado fronteras. Como Polonia seguía bajo la influencia soviética, parte del Segundo Cuerpo, incluido Voytek, se trasladó a Berwickshire (Escocia) donde recibió muchas visitas de curiosos y periodistas. Tras la desmovilización, lo llevaron al zoológico de Edimburgo hasta su muerte en 1963. Cuentan algunos veteranos, que lo visitaron en el zoo, que cuando les veía se ponía de pie y les pedía un cigarrillo…
Voytek en el Zoo
Publicado en las historias de la historia


viernes, 22 de abril de 2011

“Chuenga” y sus puñados de golosinas

(De Enrique Mario Mayochi)





Una rememoración hecha tiempo atrás por don José Luis Faletty nos llevó a los años del siglo XX en el que éste dejaba la juventud y entraba en la adultez. Conducidos por su mano volvimos a adentrarnos con la imaginación en los estadios de fútbol, de polo, de rugby o de béisbol, como también las pistas de atletismo. Lugares éstos donde era infalible la figura de quien era llamado por todos “Chuenga” y reconocible a la distancia –según hiciera frío o calor– por una gruesa tricota o por una camisa (¿una remera?) de rayas horizontales multicolores. Creo que lo vi por primera vez en 1946 montado en la tribuna de la sección Jorge Newbery del Club de Gimnasia y Esgrima cuando el corredor Ibarra trataba de superar la marca para los 10.000 metros llanos.

La expresión inglesa chewing-gun, identificatoria de la goma de mascar, fue transformada por el personaje que evocamos en chuenga, palabra que a la vez se hizo apelativo de José Eduardo Pastor, nombres y apellido propio y denominación de los caramelos masticables que vendía.

¿Quién le proveía la materia prima, quién la transformaba? En verdad, nunca trascendió.

Lo cierto es que –como bien recuerda Faletty– precedido de su característico pregón de Chuenga, chuenga, chuenga-a-a-a, Pastor trepaba por las tribunas de los estadios “cargando sus bolsas con unos caramelos masticables que vendía por la muy conocida y nada reglamentaria unidad de volumen llamada puñado. La golosina estaba envuelta en un papel refruncido y con dos grandes orejas, que dejaba mucho sobrante de cada lado. Este viejo truco hacía que uno comprara mucho papel y poco caramelo”.

El precio del puñado fue cambiando a medida que el proceso inflacionario tomaba posesión del país. Los cinco o los diez centavos llegaron a montar hasta el peso. Pero la que nunca varió fue la cantidad de la mercancía entregada casi al voleo por ese vendedor que no hablaba y se mostraba siempre urgido. Faletty reconstruyó el momento de la transacción: "¡Chuenga, un peso! Y Chuenga nos daba un puñado.¡Chuenga, dos pesos! Y él daba un puñado igual al anterior. Así, siempre, ante cualquier pedido, lo recibido era un puñado, hasta que uno decía: ¡Chuenga, Chuenga, siempre un puñado!, y por el arte de que el que no llora no mama, nos veíamos gratificado con dos puñados".

Dueño de una simpatía matemática particular en punto a compra y venta, “su presencia –como dijo el diario La Nación en la nota necrológica que le dedicó– era inevitable en todo acontecimiento deportivo sobresaliente. Encorvado, flaco, desgarbado, trepaba por las tribunas con una agilidad de equilibrista”. Pero falta señalar un detalle singular; dos hinchas de fútbol lo vieron el mismo día, con pocos minutos de diferencia, en los distintos estadios a que cada uno había asistido. Es que “Chuenga” no pasaba más de una vez por el mismo sector, lo cual, por ejemplo, le permitía dedicar el primer tiempo de un partido a las tribunas del estadio de San Lorenzo de Almagro, cuando éste estaba en Boedo, y el segundo, a las de la relativamente cercana cancha de Huracán, en Parque de los Patricios.

En las puertas de 1970, su paso veloz comenzó a detenerse al padecer una grave dolencia en una de sus piernas. Ya no se lo vio más transitar por entre la multitud y prácticamente se recluyó en su casa del barrio de Floresta. Había nacido en 1915 y falleció el 3 de diciembre de 1984.

A quienes lo conocimos –aunque él nunca supo quiénes éramos sus clientes– dejó el recuerdo de su pregón y su simpatía.

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Imagen: José Eduardo Pastor, “Chuenga”.

Texto tomado de la revista: Historias de la Ciudad, Nº 1, setiembre de 1999.

miércoles, 20 de abril de 2011

El origen de los huevos y el conejo de Pascua

El origen de los huevos de Pascua

Los egipcios tenían como costumbre regalar huevos pintados durante las festividades. Los más espectaculares eran usados para decorar las puertas de las casas. 

En la tradición católica, los cristianos católicos más devotos seguían la abstinencia cuaresmal de no comer productos lácteos ni huevos, por lo que estos se iban acumulando y una vez terminada la cuaresma los iban regalando.

El huevo de chocolate, tal como lo conocemos hoy, surgió en el palacio de Versalles, en Francia. Quienes vivían allí en los tiempos del rey Luis XIV decidieron refinar la costumbre popular y reemplazar los huevos de gallina por los de chocolate adornados con confites. La costumbre se ha extendido hasta nuestros días 

La historia del conejo de Pascua

Existen varias historias en relación al Conejo de Pascua. En la tradición germana que fue adoptada después por los anglosajones, es un personaje mítico de la mitología infantil. Además con la llegada de la primavera se celebraban las fiesta dedicadas a la fertilidad y los conejos eran un considerados un símbolo debido a su conocida capacidad de procreación. 

Para los católicos, existe una leyenda popular que cuenta que un conejo estuvo encerrado en el sepulcro junto a Jesús y presenció su resurrección. Al salir de la cueva junto a Jesús, el conejo fue elegido como el mensajero que comunique y recuerde a todos los niños la buena nueva.

jueves, 14 de abril de 2011

Volver, llorar, soñar

Volver, llorar, soñar


Publicado por Mendieta, en su blog



http://mendietaelrenegau.blogspot.com



El siguiente post está escrito por un compañero que es funcionario. Lo escribió, casi como catarsis, hace un par de semanas y me lo mandó diciendo: "mi informe de gestión". Yo lo guardé, porque como saben, pienso que -precisamente al revés de lo que dicen los que Majules y Solases y Fontevecchias acerca de los jóvenes kirchneristas y su amor por los cargos- los héroes del modelo son los buenos burócratas con compromiso político. Sean de la edad que sean. Sí, son funcionarios. Sí, y cobran por eso. Sí, viajan en avión a las provincias para laburar y militar. Sí, muchos tienen blackberries. Como yo hasta hace unos días. A los que piensan que es sencillo les invito unos mates y les cuento algunas cositas. Yo estoy orgulloso de haberlo sido y orgulloso de los compañeros míos que lo son.

Lo que escribió Santiago, largo, eso sí, es una buena pintura de cómo se cruzan, en la vida cotidiana de un militante que tiene responsabilidades de gestión, la política, las broncas, los sueños, los sentimientos personales, los expedientes, los chantas, los diablos y los dioses que todos llevamos dentro. Hoy le pedí permiso para postearlo. Le ofrecí que fuera anónimo por si lo podía perjudicar. Se negó con este argumento: no tengo porque ocultar lo que soy. Eso también es signo de los tiempos que corren.

Mendieta.





Volver, llorar, soñar.



Estoy por volar de regreso hacia Buenos Aires. Estoy con alguna ansiedad por volver. Nadie me espera. Antes, en otros tiempos, sabía que alguien me esperaba. Hoy no.

Subo al avión algo fastidiado, vengo de tener algunas charlas y algunas reuniones con compañeros que quieren sumarse. Algunas pocas buenas charlas, y otras malas, muy malas. Esas charlas donde uno quiere meter política, meter proyecto y todo a vuelve a la guita, a la rosca por la rosca misma, y la típica pregunta que se cuela en el medio: para mí que voy a caminar para ustedes, qué hay?

Pienso: para vos no hay nada, la puta que te remil parió! Hay un proyecto de País! Te parece poco?

Vivimos un nuevo tiempo y mi tolerancia a los mercenarios ya es casi nula. Y entonces les digo lo que pienso y la reunión se termina.

Si, ya sé. Néstor nos enseñó que hay que construir con todos, que la mayoría –incluso algunos malos- mejor adentro que del lado de enfrente haciendo daño, total conducimos nosotros. Que no seamos unos pendejos troscos, que todos los cambios de un día para el otro no se pueden. Cada transformación, a su tiempo. Si la correlación de fuerzas no es favorable, violín en bolsa, a comerse el sapo y esperar. Ahora, cuando las relaciones de fuerza estén a nuestro favor, ahí si, a fondo, sin retroceder, darle con todo, a los garcas tirarles la topadora encima, hasta romperle los huesos.

Siempre pienso esto: si el Flaco no acordaba con Duhalde no era presidente, y dónde mierda estaríamos ahora, no?



Subo al avión y es un Embraer de esos nuevos que compramos a los brasileños, en el camino de recuperar nuestra línea área de bandera. Aerolíneas Argentinas, ahora argentinas de verdad, la que están a cargo de dos grandes compañeros Mariano y Wado. Estos aviones tienen detrás de cada asiento unas pantallas de vídeo. Ahí se puede ver la TV Publica, Canal Encuentro y algunos canales más que no me acuerdo.

Estoy fastidiado, quiero llegar. Reviso los vídeos disponibles, hasta que sorpresivamente aparecen micros de homenaje a Kirchner, de Canal Encuentro.

Meto play. Imagen: Néstor en la ex Esma. Y viajo seis años atrás: recuerdo ese día muy bien, fue el día que definitivamente sellé mi lealtad eterna con Néstor. Era 24 de Marzo de 2004. No podía creer lo que estaba escuchando en boca de un presidente argentino: "En nombre del Estado argentino, pido perdón por todos estos años de silencio", "...aquellos que crearon estos campos de concentración, son unos A-SE-SI-NOS!!!" ( A su derecha está Cristina, el gesto de su cara lo dice todo, esta Juan Cabandié, reciente nieto recuperado numero 77, esta también Aníbal Ibarra, demasiado pequeño para tal momento histórico)

En aquel momento me emocione con lágrimas. Nunca imaginé, en mi puta vida, que un político argentino podría hacerme emocionar así, hasta ahí. Creo que fue la primera vez que sentí esa hermandad única de cantar el Himno en comunidad, con los dedos en V. Con los dos dedos en " V", que para mi significa la memoria de miles y miles de compañeros que dieron la vida por la construcción de esa anhelada "realidad efectiva".



Sigue el vídeo en el avión y me vuelvo a emocionar. Lloro. Pasan muchas imágenes. La plaza que despide a Néstor. El pingüino leyendo el poema "Quiere que me recuerden", donde pareciera que ya sabía lo que iba a pasarle años después. Es una imagen que te interpela, es Néstor diciéndote a los ojos: Pibe hace tu propio balance!

¿Cómo me recordás? Viste? Di todo, todo lo que podía de mí para lograr el cambio ¿Viste que no te cagué? Cumplí pibe, cumplí! Jamás deje mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada.

¿ Y vos? ¿ todos los de tu generación van a poder hacer lo mismo?

Mi anónimo compañero de butaca, que hasta ese momento dormía, se despierta y me mira con cara de sorprendido. Estoy llorando. No aguanta la situación, prende la pantalla de su asiento. Le da play y arranca algún otro vídeo de Néstor. En ese instante de complicidad sin haber cruzada una palabra, dije: es compañero!

Y si no lo es, lo fue en ese instante, y está en pleno proceso interno de pasarse de bando y venirse para este lado. Como tantos otros, en estos últimos tiempos. En la pantalla, siguen las imágenes. Me olvido de esas tristes charlas de la política mal entendida de ese día. Hasta que la reproducción del video se corta, para anunciar que estamos pronto a aterrizar.

Miro por la ventana, la imagen del Gran Buenos Aires, del Conurbano, se extiende por el horizonte. Esta atardeciendo, cae el sol. Es viernes y miles de autos huyen de la ciudad como hormigas por las avenidas y autopistas. Estamos entrando por el norte, creo que estamos por Tigre. A la izquierda se abre por sobre la hiperpoblación de casas y edificios, una enorme mancha verde. Una gran mancha verde con lagos, techo de casas, piletas, caminos zigzagueantes y canchas de fútbol. Es algún barrio cerrado.

Detrás de la gran mancha verde, se ve un desordenado y apiñado conjunto de casillas. Se ven también algunos basurales, es algún barrio humilde y castigado del conurbano.

Es una imagen que lo dice todo, los dos mundos, las dos argentinas que conviven.

Esos alambrados, que dividen y marcan las diferencias sociales y de clases. No es Pilar, mi pueblo, pero podría serlo perfectamente. Es la imagen que me obsesiona hace ya varios años.

Pilar. Me vuelvo a maquinar. Me vuelvo a maquinar con el proyecto, con todo lo que tenemos que hacer aún. Con como estarán los compañeros allá? Como les habrá ido estos días? Pienso. Pilar! De donde mierda vendrá ese apego al pedazo de tierra donde uno creció? Porque mierda será eso de sentir tan nuestro un lugar en el mundo?

Esos dos mundos sociales, que conviven en Pilar, me obsesionan. Lo pensé muchas veces, son parte de mi historia. Ahí me crié, casi casi, una pata con los de adentro del alambrado y otra pata con los de afuera. Tengo amigos, y personas a las que les tengo mucho afecto, de uno y otro lado. Tuve la suerte de que mi viejo me dio todo, llegó de Francia hace cincuenta años, en bolas, sin nada, huyendo del hambre de la posguerra. Se fue a vivir ahí. De Angers a Pilar, cruzó el mundo, para venir a parar acá. Se rompió el lomo para darnos todo, una vida sencilla, me dio de morfar y me educó. Pero me enseño ese valor universal de que todos somos iguales. Ese respeto inviolable por cada persona que camina en este mundo. Y esas cosas que nos decía a mi y mi hermano Lucas; pelotudos ustedes no saben lo que es cagarse de hambre?

Me mandó a colegios privados. Pero siempre me gusto la vida de pueblo, la de los de afuera del alambrado, como a mi viejo. Y me crié cruzado por la contradicción entre esos dos mundos.

Mi viejo, que no piensa lo mismo que yo pienso de Néstor, debe creer que nada tienen en común. Yo si lo creo. Esa misma obstinación de que los principios no se cambian, no se negocian, la tenacidad de sostener las banderas arriba, pase lo que pase, que no hay nunca lugar para defeccionar, ni quebrar las convicciones.

Dos fuertes tesimonios: mi viejo que me crió y a quien le debo todo. Néstor, nuestro otro viejo, el padre político, al que le debemos todo este presente lleno de esperanza, al que debemos a honrar siempre, honrar desde nuestra práctica y nuestro comportamiento. Como Argentina y como Pilar. Ese maldito pedazo de tierra, en el que debemos construir otra realidad, sabiendo de las diferencias, otra realidad, de muchísima mas justicia, de una integración real y pacífica.

Tengo un sueño, que no lo cuento mucho por miedo a parecer demasiado ingenuo o pelotudo. Ese sueño es que algún día esos alambrados no sean necesarios, que todos podemos tener esa vida digna que nos merecemos. Que algún día muchos resignemos un poco de lo que nos sobra, para que los que no tienen nada, tengan algo.

Sin miedos entre unos y otros. Es el cagazo, el miedo al otro, y la injusticia lo que genera la violencia.

Se que trabajando por ese sueño de igualdad, estaré honrando al francés, mi viejo, y a Néstor.

En eso creo. También creo en algunas cosas más. Creo en mis hijos, en el amor, en la amistad, en la lealtad y creo en el futuro. Creo en hacer realidad los sueños. Y tengo la certeza que estamos en ese camino.

Ya termina el atardecer, llegamos a Buenos Aires, todo continúa. Continúa esa tarea de llenarse las manos de barro y bosta todos los días por esos sueños.

Por suerte ahora somos muchos, somos los pibes de vuelta. Somos muchos de verdad y eso es lo que importa. Lo demás no importa nada.

Santiago Laurent

@stgolaurent

miércoles, 13 de abril de 2011

Tte. Cnel. Miguel Cajaraville: El "guapo" de San Martín

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La historia suele tener olvidos, algunos de ellos irreparables, pero en el caso de Cajaraville podemos afirmar que la omisión de su nombre de las páginas de la epopeya sanmartiniana se debe a varios factores,

En primer lugar, porque debió abandonar el Ejército de los Andes en 1920 por razones de enfermedad a pesar de haberse batido con denuedo en Chacabuco y Maipo, y haber sufrido los embates de Cancha Rayada.

Y en segundo término porque se trataba de un hombre que si bien se había forjado en la abnegación del soldado, era verdaderamente valiente y no cejaba en su misión, es así que el mismo Padre de la Patria lo llamaba "el guapo Cajaraville".

Una madre a los gritos en el cuartel de Retiro

Este soldado de la independencia sudamericana nació en Buenos Aires el 5 de Julio de 1794, siendo sus padre don Andrés Cajaraville, español de origen, y doña María Engracia Miguens, porteña de pura cepa.

Sentó plaza en el afamado Regimiento de Granaderos a Caballo, el 5 de abril de 1813, en calidad de cadete.

El joven Cajaraville se había presentado en el Cuartel del Retiro, desoyendo los consejos de su familia y cuando conversaba libremente con sus compañeros de armas, su desolada madre corría al cuartel a reclamar por su hijo, invocando sus pocos años.

San Martín lo llamó a su presencia y el entusiasta cadete declaró que no quería volver a su hogar, pues su decisión irrevocable era servir a la Patria.

El 4 de diciembre de 1813 ascendía a alférez y poco después era destinado con su escuadrón a prestar servicio en el Ejército del Alto Perú, donde pronto se reveló como uno de los oficiales más distinguidos.

El 11 de octubre de 1814 asistía al Combate de Barrios a las órdenes de Lamadrid. Fue herido de bala en Sipe-Sipe el 29 de noviembre de 1815, época en la cual ostentaba el grado de teniente.

En 1816 se incorporó con su escuadrón, al Ejército de los Andes. Cruzó la monumental cordillera en la marcha cautelosa que ejecutó aquel ejército para abrir las operaciones en Chile y peleó con su arrojo acostumbrado en la Batalla de Chacabuco y por su comportamiento fue promovido a ayudante mayor de su regimiento el 24 de marzo de 1817.

El 13 de marzo del año siguiente era ascendido a capitán de la 2da. Compañía del Segundo Escuadrón de Granaderos a Caballo, grado con el cual se encontró en la funesta noche de Cancha Rayada.

El 30 de marzo de 1818, hallándose de avanzada con sesenta granaderos, distinguió una partida realista de diez hombres que evidentemente estaba situada en observación.

De inmediato Cajaraville entró en fuego con el enemigo, que se fue replegando, hasta reunirse con un destacamento de doscientos hombres que acudió a apoyar la partida citada.

En estas circunstancias se mantuvo un vivísimo fuego entre los granaderos del cual hubo alguna dispersión en éstos últimos.

Cajaraville no esperó más: ordenó empuñar sus sables a los granaderos y cargó violentamente acuchillando cincuenta españoles, dejando en el campo treinta cadáveres, entre los cuales se encontraba un sargento mayor español, cuyo uniforme remitió Cajaraville a su superior inmediato, que era el teniente coronel Santiago Bueras, que a su vez lo transmitió al general San Martín.

El Ejército Unido celebró con entusiasmo este episodio feliz, y en Santiago se paseó públicamente en estandarte la chaquetilla del jefe vencido, en medio de repiques y vítores.

En la Batalla de Maipo se comportó bizarramente, siendo conocida la parte principal que cupo a los Granaderos a Caballo en aquella memorable jornada.

Cajaraville, después de la batalla tomó prisionera una Compañía de Cazadores realistas, sin derramar una gota de sangre, conduciéndola con sus oficiales, pertrechos y útiles de guerra hasta el campamento patriota.

Persiguiendo españoles por el sur

Después de la jornada de Maipo. Cajaraville formó parte de las fuerzas encargadas de la persecución de los derrotados, marchando al sur de Chile, bajo las órdenes del coronel Zapiola.

El 27 de mayo de 1818, este bravo oficial obtenía un importante triunfo: después de marchar cinco noches por caminos desconocidos, ocultándose de día por los montes, llegó a las inmediaciones de la Villa del Parral, ocupada por trescientos realistas.

Cajaraville sólo disponía de doscientos hombres entre granaderos y milicianos. Al amanecer se aprestó a cargarlos por retaguardia para lo cual dividió su tropa en dos columnas, una a su cargo directo y la otra al mando del capitán Domingo Urrutia y el alférez José Gálvez. Ordenó inmediatamente avanzar "y resuelto –dice en su parte el general Zapiola-, a tomarme los cuarteles en un momento pisando con los caballos las guardias que tenían en las puertas; luego se pusieron en fuga por las paredes ganado las casas siguientes, contestando de ellas con un fuego vivo, por ventanas, puertas y lugares que se los permitía; pero al fin pudo más el brazo de estos valientes que tengo el honor de mandar, dejando víctimas a más de doscientos hombres, entre estos al Coronel Bulnes, que fue apresado por el sable del intrépido alférez Gálvez."

Sin municiones y por la noche

Con su destacamento, el capitán Cajaraville avanzó hacia Chillán, ciudad que atacó el día 31 de aquel año.

Mandaba la guarnición española, el coronel Lantaño, la cual defendió la plaza, después de un combate de varias horas, en el curso del cual, los Granaderos de Cajaraville atravesaron el pozo defensivo que protegía la posición realista, voltearon las empalizadas que habían levantado en todas las bocacalles, pero las acciones no fueron bastante

para poder tomar los cuarteles, pues los españoles los esperaban cada vez con mayor energía, atrincherándose en cuadro al costado de la plaza adonde resistieron hasta después de las oraciones.

La falta de municiones y la oscuridad de la noche, impidieron al bravo Cajaraville concluir su obra y se vio obligado a retirarse, conduciendo diez prisioneros y quedando en el campo de batalla muchos muertos, teniendo los patriotas dos muertos y diecisiete heridos.

El 9 de septiembre del mismo año, Cajaraville con una partida de treinta y seis granaderos, el ayudante Pedro Ramos, el teniente Gutiérrez y el teniente coronel de milicias don José Ignacio Urrutia, cargó sobre un destacamento español en las proximidades de la Villa del Parral, del otro lado del río Perquilauquén, matando diez hombres, capturando once prisioneros y algún armamento, escapando los restantes por la superioridad de caballos.

El "guapo" capitán Cajaraville como decía San Martín, el "acreditado y valiente" como mentaba Balcarce, enfermó poco después a consecuencia de los trabajos y fatigas de aquella de aquella larga y cruenta campaña y hubo de retirarse a Mendoza, para curarse, donde se restableció y tuvo oportunidad de defenderla, batiendo en Las Playas a los montoneros que la amenazaban.

Se le decretó en recompensa una cantidad de dinero, pero como no la aceptó, el gobierno le regaló un uniforme y una espada de honor.

El 12 de enero de 1819 fue graduado sargento mayor del Regimiento de Granaderos a Caballo. El 18 de mayo del año siguiente se le concedió permiso para regresar a Buenos Aires.

Junto a Rosas contra Ramírez

En 1820 pasó a la ciudad de Mendoza y el 24 de febrero de 1821 se le reconocía el empleo de teniente coronel de caballería de línea y el 25 de mayo del mismo año, junto con Rosas recibió orden del gobernador Rodríguez desde el Arroyo del Medio de marchar en apoyo de Lamadrid contra Ramírez.

Retirado del servicio activo, tomó la dirección de un establecimiento rural que había heredado de sus padres, pero nombrado no obstante Jefe del 1er. Regimiento de Milicias, actuó en la frontera de Chascomús y en la Guardia del Monte, y en marzo de 1823, tomó parte de la expedición contra los indios bajo el mando del general Martín Rodríguez, habiéndose incorporado en el Arroyo Chapaleofú, con la división acantonada en la guardia de Kakel Huinjul, la que constaba de doscientos cincuenta blandengues y ciento cincuenta milicianos. El 16 de junio de 1824 se decretó el cese de Cajaraville en el mando de este cuerpo.

Después continuó sus tareas en su estancia en la Magdalena, hasta que después de la caída de Lavalle, en 1829, emigró a la República Oriental Del Uruguay.

Instigado más tarde por el general Angel Pacheco, su antiguo compañero de armas en la Campaña Libertadora de Chile, se hizo cargo de la comandancia militar del departamento de Soriano, en el Estado oriental, después de rehusar un puesto en las filas sitiadoras de Montevideo.

Acepta unirse a los aliados de Rosas pero siempre es recordado porque jamás se mezcló en las rencillas políticas de aquel país; ni favoreció ni protegió federales que se organizaban en territorio oriental.

En el mes de junio de 1852 se pronunció en Mercedes contra el general Urquiza, como igualmente lo hicieron en Tacuarí, el coronel Dionisio Coronel y en Dolores (R.O.U.) el comandante Fernando Granel.

Después de la derrota de Caseros, el teniente coronel Cajaraville regresó a Buenos Aires.

Miguel de los Santos Cajaraville falleció en la ciudad de Buenos Aires el 12 de diciembre de 1852.

*Nota:El presente artículo, de notable factura periodística, fue publicado el domingo 12 de marzo de 2000 por el Suplemento TEMAS del Diario EL NORTE de la ciudad de San Nicolás, Provincia de Buenos Aires.

jueves, 7 de abril de 2011

RUBIA MORENO, PULPERA GAUCHA

“Rubia Moreno, pulpera gaucha, de falda roja, vincha y puñal...” (*)



Así comienza una de las mas bellas zambas de nuestro folkllore. Hablando de una mujer, de extraña belleza, creciendo en el campo y envuelta por los acontecimientos que envolvieron al Santiago del Estero de aquellos dias.



Su nombre era Santos Moreno y había nacido hacia 1840 y, criada por su padre al morir su madre, tiempo después se pone al frente de la pulpería que su familia poseía en la bajada del antíguo camino del El Polear.



Colaboradora de la causa del caudillo Taboada, convence a su marido y a parte de la familia para enlistarse en las fuerzas locales y donó parte de su patrimonio a la causa. Tuvo activa participación en una decisiva y sangrienta batalla: la de Pozo de Vargas, el 10 de abril de 1867, donde se enfrentaron por espacio de tres horas las fuerzas de Antonino Taboada y Felipe Varela. La Rubia Moreno pierde a su padre al atardecer de ese día, y con el tiempo, y el devenir de los tiempos políticos, pierde también sus posesiones, muriendo en la mas triste pobreza. Sus restos descansan hoy en el cementerio de La Misericordia.



De ella nos ha llegado su nombre y su valor, su determinación por una causa. Pero también su ejemplo y su costado solidario: cada chico que entraba a su pulpería se transformaba en su ahijado, ella los cobijaba y los llevaba a la iglesia para bautizarlos y nombrarlos. Lo mismo acontecía con mas de un paisano que precisaba una palabra de aliento o apoyo.



Como santiagueños, demostramos nuestro orgullo de compartir esa sangre llamando a nuestro lugar “La Rubia Moreno”. Y brindar desde él, no sólo la buena comida y el mejor vino, sino difundiendo la música y la poesía de nuestros pagos, junto con los valores de amistad y afecto que caracterizaron desde siempre a esa noble tierra.


Rubia Moreno




(*) Letra: Agustín Carabajal. Música: C. Juarez.



Rubia Moreno, pulpera gaucha,

de falda roja, vincha y puñal.

No había viajero que no te nombre,

sobre el antiguo camino real.



No había viajero que no te nombre,

sobre el antiguo camino real.



Hecha entre el bronco bramar del puma,

solo sabía tu voz mandar.

Eran tus ojos dos nazarenas,

clavas espuelas en el mirar.



Eran tus ojos dos nazarenas,

clavas espuelas en el mirar.



Rubia Moreno, guarda mi pueblo,

a orillas del río Natal.

Tu nombre heroico como figura,

como figura de cuño real.



Tu nombre heroico como figura,

como figura de cuño real.



Juntito al vado, tu rancho amigo,

alzaba el viento su banderín.

Con los carriles de cuatro vientos,

venía la alerta de algún clarín.



Con los carriles de cuatro vientos,

venía la alerta de algún clarín.



Tuviste amores, tuviste celos,

bella pulpera sin corazón.

Eras más brava que las leonas,

en los juncales del Albardón.



Eras más brava que las leonas,

en los juncales del albardón.



Tu nombre heroico como figura,

como figura de cuño real.



Tu nombre heroico como figura,

como figura de cuño real.

miércoles, 6 de abril de 2011

Amor de leona

Nada más espléndido que aquella noche de luna en que el aire apenas movía las hojas de sierra de las cortaderas. Aquel pequeño destacamento compuesto de quince hombres marchaba tranquilamente a relevar a la guarnición del fortín Vanguardia. En el destacamento iba el cabo Ledesma, acompañado como siempre de su anciana madre, el sargento 1º Carmen Ledesma, que no lo desamparaba un momento. Mama Carmen, como se la llamaba en el Regimiento 2, no tenía sobre la tierra más vínculo que el cabo Ledesma, su último hijo vivo, y en él había reconcentrado el amor de los otros quince, muertos todos en las filas del regimiento.

Y era curioso ver cómo aquel gigante de ébano respetaba a mama Carmen, en su doble autoridad de madre y de sargento. En sus momentos de mayor irritación y cuando era difícil contenerlo, un solo grito del sargento Carmen lo hacía humillar como una criatura. Aquellos dos seres se amaban con idolatría profunda: ella dividía su vida entre el servicio y el hijo, y él no tenía mayor encanto que las horas tranquilas que pasaba en el toldo de la madre.

En aquella marcha, como siempre, el sargento iba al lado del cabo Ledesma, acariciándolo y alcanzándole un mate que cebaba de a caballo, a cuyo efecto no saltaba nunca el mancarrón sin llevar la pava de agua caliente. Todo estaba tranquilo y el piquete marchaba fiado en aquella tranquilidad del campo que indicaba no haber gente en las cercanías.

Al bajar un médano de los muchos que hay por aquellos parajes, se sintió un inmenso alarido, y el piquete se vio envuelto por un grupo de más de cien indios, que sin dar tiempo a nada cargaron sobre los soldados con salvaje brío. Acababan de caer en una emboscada hábilmente tendida.

Soldados viejos y aguerridos, pronto volvieron del primer asombro, y bajo las puntas de las lanzas que evitaban como podían, obedecieron la voz del oficial, que les mandaba echar pie a tierra y cargar las carabinas.

El momento era solemne; casi todos los soldados habían sido heridos más o menos levemente, cuando sonaron los primeros tiros. El piquete había formado un grupo compacto en disposición de poder atender a todos lados, y hacían un fuego graneado que algo contuvo en el principio a los indios. Pero comprendiendo que esto era su pérdida irremisible, mientras más tiempo se sostuvieran los soldados, cargaron con terrible violencia.
Un grito inmenso se escuchó a la derecha del grupo, grito terriblemente conmovedor que acusaba la desesperación del que lo había dado. Era mama Carmen, a cuyo lado acababan de dar dos lanzazos de muerte a su hijo Angel. La negra arrancó a su hijo el cuchillo de la cintura, y como una leona saltó sobre los indios, a uno de los cuales había agarrado la lanza. Este desató de su cintura las boleadoras y cargó sobre la negra, a golpe seguro. Aquella lucha fue corta y tremenda.

La negra, huyendo la cabeza a la bola del indio, se había resbalado por la lanza hasta tenerlo al alcance de la mano. Entonces le había saltado al cuello, sin darle tiempo a usar de la bola. El salvaje se había abrazado de la negra y había soltado lanza y bolas, para buscar en la cintura el cuchillo, arma más positiva para el momento apurado de la lucha cuerpo a cuerpo.
Se puede decir que indios y cristianos dejaron de luchar un momento, embargados por aquel espectáculo tremendo. Indio y negra, formando un solo cuerpo que se debatía en contorsiones desesperadas, habían rodado al suelo. Ambos se buscaban el corazón. A los pocos segundos se escuchó algo como un rugido y se vio a la negra desprenderse del grupo y ponerse en pie, mientras el indio quedaba en el suelo, perfectamente inmóvil: el puñal de la negra le había partido el corazón.

Mama Carmen volvió al lado del cabo Ledesma, que agonizaba. El fuego continuó unos minutos más, causando a los indios algunas bajas, que los hicieron retirarse abandonando la empresa de cautivar al piquete. Toda persecución era imposible, pues el piquete tenía cuatro heridos graves, y el cabo Ledesma, que expiró pocos minutos después sobre el regazo de mama Carmen.

La pobre negra miró a su hijo con un amor infinito, le cerró los ojos y sin decir una palabra lo acomodó sobre el caballo, ayudada por dos soldados. En seguida, y siempre en su terrible silencio, se acercó al indio que ella había muerto y con tranquilidad aparente le cortó la cabeza, que ató a la cola del caballo donde estaba atravesado su hijo.

Al incorporarse al piquete, regresó al campamento con su triste carga y su sangriento trofeo. A la siguiente noche y a la derecha del campamento, se veía una mujer que, sable al hombro, paseaba en un espacio de dos varas cuadradas. Era el sargento Carmen Ledesma, que hacía la guardia de honor al cabo Angel Ledesma, enterrado allí.


Fuente Gutiérrez, Eduardo – Croquis y siluetas militares – Ed. Edivérn – Buenos Aires (2005).







Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

martes, 5 de abril de 2011

Esquina “de los Suspiros”

(De Ricardo Llanes)



Hubo un tiempo en que la ciudad de Buenos Aires contaba con la inventiva popular para nombrar a muchas de sus esquinas. Don Manuel Bilbao en su libro Recuerdos y tradiciones (edición de 1934), trae una veintena de aquellas denominaciones con los respectivos puntos de ubicación, aunque sin explicar las causas o razones a que respondían. Tales la “de la Paloma”, como se llamaba a la esquina de Florida y Cangallo, y la “del Manchao” a la de Rivadavia y Carlos Pellegrini.

Aquel nombre, que por lo general predominaba por sobre el que llevaba la calle, es algo que hoy, como ha ocurrido con tantas otras cosas tradicionales, ha desaparecido. Ya no es costumbre mencionarlas con el patronímico de alguna familia afincada en el lugar: esquina “de Navarro Viola” (la sudoeste de Caseros y Monasterio); tampoco con el de la mampostería ornamentando el frontis: “del Ciervo” (Rivadavia y La Rioja). Y si nos resulta indiscutible que a las calles debe mencionárselas conforme lo indica la nomenclatura municipal, no es posible negar que resultaba grato por lo familiar y afectuoso aquello de: “andá a la esquina de la Flor”, como se decía de la de Castro Barros y San Carlos (después Adolfo Berro y actual Don Bosco). Sobre el ángulo noroeste de estas calles se mantuvo por muchos años la panadería “La Flor”. Y recuérdese que en casi todos los casos el negocio que cobraba fama (almacén, farmacia. confitería, etcétera) quedaba identificado con la esquina; por ejemplo la “del Tropezón” (la nordeste de Callao y Bartolomé Mitre, en tiempos en que el restaurante de este nombre estaba en ese lugar); o la esquina “de la Parada”, por el almacén de Capurro, de don Pedro Capurro (Rivadavia y San Pedrito, sudeste), así conocida porque hasta allí llegaba el “tramway” de caballos, para luego dar la vuelta y por la misma vía regresar a la Plaza de Mayo.

A la esquina “de los Suspiros” se llegaba por las calles Suipacha o por Viamonte. Convendrá recordar las anteriores denominaciones de ambas. La primera se llamó Santo Tomás (1738); Socorro (1769); Parejas (1808), hasta que en 1922 se le puso el nombre actual. Viamonte se llamó San Antonio (1738); San Miguel (1769); San Bernardo (1738); Santa Catalina (1769); Ocampo (1808); Del Temple (1802); Temple (1856); General Viamonte, nombre que fue impuesto en el año 1883, en homenaje a la memoria del guerrero y gobernador de Buenos Aires, don Juan José Viamonte, cuya finca se encontraba en el mismo lugar que hoy lleva el número 680.

Precisamente, a la casa aquella de la actual Viamonte –y bien cabe aquí su recuerdo pues aún repican los ecos de los actos celebratorios del sesquicentenario de la Revolución de Mayo– llegó en la noche del 18 de mayo de 1810 el coronel don Cornelio Saavedra. Él lo dice en sus Memorias: “Yo me hallaba en el pueblo de San Isidro; don Juan José Viamonte, sargento mayor que era de mi cuerpo, me escribió diciendo era preciso regresar a la ciudad sin demora, porque había novedades de consecuencia. Así lo ejecuté. Cuando me presenté en su casa, encontré en ella a una porción de oficiales y otros paisanos cuyo saludo fue preguntándome: ‘¿Aún dirá usted que no es tiempo?’. Les contesté: ‘Si ustedes no me imponen de alguna nueva ocurrencia que yo ignore, no podré satisfacer la pregunta’. Entonces me pusieron en las manos la proclama de aquel día. Luego que la leí les dije: ‘Señores, ahora digo que no sólo es tiempo, sino que no se debe perder una sola hora’”.

La antigua plazoleta Del Temple, que sólo comienza a funcionar con este nombre en días de 1813, así como a funcionar la fábrica de fusiles con portón frente a ella, también fue conocida como Plaza General Viamonte. Esta denominación quedó substituida en 1895, por la que hoy lleva, Plaza Suipacha, rememorativa del triunfo de las armas patriotas, el 17 de noviembre de 1810. Constituía en su tiempo, y por así decirlo, el salón abierto de la esquina “de los Suspiros”, al que no faltaba en días del intendente municipal don Torcuato de Alvear el correspondiente motivo ornamental, dado que allí se levantaba a manera de sugestión campera un ombú de material que se iluminaba provocando la curiosidad. Además la esquina “de los Suspiros” no carecía de otras luces puesto que en su ángulo sudoeste abría sus puertas el café y posada de Cassoulet, de cuyo submundo y actividades nos dio cuenta acabada José S. Álvarez (Fray Mocho) en sus Memorias de un vigilante.

Pero ¿por qué se la conocía como la esquina “de los Suspiros”? La verdad era que tal nombre tenía su buena causa. En la cuadra de Viamonte, entre las de Suipacha y Artes (hoy Carlos Pellegrini), existía un puente de regulares dimensiones que, según nos lo manifiesta don Santiago Calzadilla en Beldades de mi tiempo, lo había mandado levantar don Mariano Billinghurst, señor que fue de primera fila en las avanzadas del progreso. En días de temporales permitía el paso sobre la correntada del Tercero del Norte, un ancho cauce natural que arrancando de las inmediaciones de la plaza Lorea, iba al encuentro del río abriéndose camino por estas calles: Rivadavia, Uruguay, Cangallo, Corrientes, Libertad, siguiendo en diagonal hasta Cerrito y Tucumán, para continuar por Carlos Pellegrini, Viamonte, Suipacha, Córdoba, Esmeralda y Zanjón de Matorras, nombre éste que tomaba al correr por las de Paraguay y Tres Sargento.

Fue este puente el que en recuerdo del homónimo veneciano provocó la denominación, hasta que la Municipalidad lo cedió a la de San Isidro, donde –como lo expresaba La Prensa del jueves 26 de febrero de 1880– “servirá para unir el pueblo a la isla que se halla a su frente”.

Su desaparición del lugar obligó a que la voz popular apagara la resonancia del nombre de la esquina “de los Suspiros”, si bien su recuerdo alcanzó algún florecimiento pasajero entre los comentarios avivadores de las tienduchas y vecinos inquilinatos. Por lo demás, el edificio que desde abril de 1909 ocupa el Banco Municipal de Préstamos (1) le otorgó a la esquina su primera estampa de arquitectura superior; y la figura del coronel Manuel Dorrego sobre el caballo magistral que cincelara Rogelio Yrurtia, le dio al inaugurarse el monumento el 24 de julio de 1926, el resplandor romántico de su nuevo aspecto: un rincón italiano o parisiense; un color urbano que tiene mucho de europeo.

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(1) Actualmente Dirección General de Rentas de la Ciudad de Buenos Aires (N de la R).



Imagen: “La Fatalidad”, una de las figuras laterales del monumento a Manuel Dorrego, obra de Rogelio Yrurtia, emplazado en la actualidad en la intesección de las calles Viamonte y Suipacha, donde estuvo el llamado Puente de los Suspiros a fines del siglo XIX. (Foto tomada de arteparalosamigos.blogspot.com).

Tomado del libro: Recuerdos de la ciudad porteña; ediciones Corregidor, Bs. As., 2000.

Publicado por Del Barrio

lunes, 4 de abril de 2011

El primer coche eléctrico de la historia

El primer coche eléctrico de la historia

Estrenado en el siglo XIX


El primer coche eléctrico de la historia
Muchos creen que la idea de un coche eléctrico es relativamente reciente, pero lo cierto es que se trata de un concepto casi tan viejo como la industria automotriz. El primer coche eléctrico funcional fue estrenado el 31 de agosto de 1894. Fruto del trabajo conjunto de un ingeniero llamado Henry Morris y su amigo Pedro Salom, un químico tan joven como él, fue construido casi 100 años antes de que la idea de un coche eléctrico fuese considerada como una alternativa seria por la industria. Cuando estos dos inventores sacaron su coche a la calle, en un caluroso viernes de verano, los peatones detuvieron su paso para verlo. No era para menos: su coche era el primero -de cualquier clase- en toda Filadelfia.
El medio de transporte habitual en esa época era el caballo, así que las calles de la ciudad estaban llenas de perfumado estiércol, y el coche avanza zigzagueando entre las boñigas. El “Electrobat”, tal como lo habían bautizado, era bastante feo. Morris y Salom construyeron el Electrobat en sólo dos meses. Había sido diseñado para poder transitar sin problemas por las desparejas calles de la ciudad, con ruedas delgadas y altas, más parecidas a las de un carro que a las de un coche moderno. Como es lógico, utilizaron los elementos que tenían a su alcance y el motor, por ejemplo, era un modelo utilizado algunos barcos. El coche completo tenia un peso superior a las dos toneladas, y parecía un carro al que le han robado los caballos. Solamente las baterías, de plomo y ácido, pesaban más de 700 kilogramos. Habría que esperar casi un siglo para disponer de las de polímero de ion de litio, más livianas y con mayor capacidad de carga, pero así y todo, el Electrobat se las arreglaba para recorrer hasta 160 kilómetros con cada recarga. Durante las pruebas realizadas en los meses siguientes a su presentación en sociedad, este prototipo recorrió miles de kilómetros sin mayores problemas. Disponía de dos asientos delanteros, situados casi arriba de las ruedas delanteras, y tenia espacio para tres o cuatro personas en la parte de atrás.

Como ha ocurrido con otros inventos, la historia suele atribuir la paternidad del coche eléctrico a más de una persona. Muchos libros se refieren al pequeño triciclo de 150 kilogramos de peso construido por Philip W. Pratt, en Boston, como el primero, pero el Electrobat fue anterior. Y para ser justos, si bien Morris y Salom construyeron uno perfectamente funcional y con gran autonomía, lo cierto es que en otros países se presentaron prototipos más o menos parecidos varios años antes. Dejando de lado estos “pequeños detalles” lo cierto es que el Electrobat fue un verdadero adelantado y la historia cuenta que diez años después de ser construido el Electrobat, solamente había 500 coches -todos impulsados por gasolina- en Filadelfia. Los dos amigos abandonaron el prototipo y construyeron una nueva versión, el Electrobat 2, que pesaba unos 800 kilogramos en total y era mucho más pequeño. Solo podía transportar al conductor, y sus baterías, de menor autonomía, pesaban 90 kilogramos. Sin embargo, el avance de los coches impulsados por gasolina, fabricados en serie, prácticamente eliminó el desarrollo de los coches eléctricos durante los 70 u 80 años siguientes.

viernes, 18 de marzo de 2011

Puente de Márquez

Puente de Márquez

Puente de Márquez

El puente de mayor trascendencia de nuestra historia


El antiguo camino de los correos o del oeste, descubierto y establecido en 1586, cruzaba el río de las Conchas por el vado natural denominado “Paso del Rey”, situado en las inmediaciones del puente actual de la Ruta 7. Cuando las aguas desbordaban su cauce, quedaba suspendida la comunicación de Buenos Aires con las ciudades del interior, con notorio perjuicio para el comercio. La necesidad de construir un puente en esa zona fue llevada por don Pablo Márquez, quien alrededor de 1773 levanta en las inmediaciones de la actual Avenida Gaona y sobre el río de las Conchas, el puente de mayor trascendencia histórica de la Provincia, por haber sido el lugar obligado para el acceso a Buenos Aires por la ruta del Oeste. Al año siguiente de su construcción, don Pablo Márquez es contratado por el Cabildo de la Villa de Luján para efectuar las reparaciones necesarias a su puente establecido sobre el río Luján años atrás, “por parecer inteligente en ello”.




En el acuerdo del 28 de enero de 1777 el Cabildo de Buenos Aires resuelve averiguar el monto de los derechos de pontazgo que cobraba Márquez, librándose para ello un oficio al Síndico Procurador del Cabildo de Luján, don Juan José Lezica.



El 1781, el cabildo porteño hace escriturar a su favor a don Pablo Márquez, a fin de que “cumplidos los Diez años del puente… quede a beneficio de los propios de esta Ciudad” y acuerda que sin pérdida de tiempo se proceda a dar cuenta a S.M (el Rey Don Carlos III) para su real aprobación”. El 8 de mayo de 1783, el mismo resuelve poner en pública subasta el derecho de pontazgo, por expirar el 24 de junio de ese año la gracia concedida a su fundador, recordándose en esa oportunidad la necesidad de dirigirse al apoderado que tenían en la Corte, para que pidiera al soberano la gracia de la confirmación de los derechos sobre el puente, a favor del Cabildo.



Se efectúan el remate acordado, por el término de cinco años en beneficio de don Pedro Ferreira, pero al solicitar preferencia sobre tal derecho su propio fundador, como se lo había reservado en el pliego que presentara con las condiciones para su construcción, se le concede por el término citado.



En 1786 se cobraban los siguientes derechos de pontazgo: “medio real por cada Carreta que, pasa cargada, siendo de esta jurisdicción, y un real por cada una de las foráneas; los que transitan a caballo con cargo o sin ella llegando al número diez, medio real”. En la misma oportunidad se aclaraba: “Tubo el rey Nuestro Señor la bondad de autorizar a el Exmo Sor. Virrey (Don Nicolás del Campo, marqués de Loreto) a fin de que confirmare el propio citado Puente de Márquez dando cuenta para que resolviere así mismo sobre la construcción de los demás” que se pensaban construir sobre el Riachuelo de los Navíos y el río Arrecifes.



El puente queda por mucho tiempo en poder de los Márquez. En el libro 7s, f.282 de las Tomas de Razón (Despachos, Títulos y cédulas) encontramos que a “Don Ambrosio Márquez se le expidió título por esta Superioridad con fecha 9 de agosto de 1798, pa. Estanquero del Puente de las Conchas”.



Los Márquez poseían una considerable extensión de tierra en la margen exterior del río de las Conchas (hoy Partido de Moreno).



En 5 de septiembre de 1800 doña Juana María Martínez de Márquez, viuda de don Mariano Márquez, hijo único de don Pablo Márquez, justifica su buen derecho a 674 varas de frente al río y 9000 de fondo compradas por éste al albacea de doña María Peredo. Al día siguiente se hace mensura de mil varas por el agrimensor don Manuel Osores, incluyéndose 326 varas que don Jorge Navarro, como albacea y heredero de doña María Peredo, había vendido a Márquez. Por fallecimiento de doña Juana María Martínez viuda de Márquez estas tierras pasan a su hijo Ambrosio, quien las venderá el 15 de octubre de 1855 a don José María Malaver.



Volviendo a retomar la reseña del puente, en 1805 los maestros carpinteros Domingo Abalos y Lorenzo Mosqueira realizan una inspección para observar su estado y en 1806 el poseedor del pontazgo, don José Antonio Noriega, solicita se le de mayor extensión y se le efectúen las reparaciones necesarias, las que son realizadas plenamente en 1808 por Juan bautista Zelaya.



En enero de 1811 el Cabildo concede por remate, en la suma de 2.025 pesos, el derecho de pontazgo a don Francisco Antonio Herrero, ex Regidor y Alférez Real en 1806, de destacada actuación durante las jornadas heroicas de las Invasiones Inglesas. El 26 de noviembre del mismo año Herrero pone a disposición del Cabildo, trescientos setenta y siete pesos cinco y tres cuartillos de reales “de lo que ha producido el puente de Márquez en los doscientos setenta y tres días que ha corrido a su cargo”.



El 25 de octubre de 1811 el derecho es adquirido por don José Ignacio Reibaud, quien lo mantiene hasta 1815, bajo la fianza de don Jaime Lavallol.



En 1814 se efectúan estudios necesarios para la reparación del puente, por el maestro mayor Juan Domingo Banegas. El 9 de enero de 1815 el Director Supremo don Carlos María de Alvear resuelve “se comisione al maestro mayor de las obras del estado, para que pasando a reconocer prolijamente, examine la posibilidad de mantenerlo con un gasto reducido capaz de servir sin riesgo al público, hasta que con menos atenciones que las que hay en el día se pueda proceder a una obra sólida y completa, y por último que si la necesidad exige absolutamente un gasto crecido, se examine entonces, si con el mismo costo puede procederse a mudarlo al punto denominado Paso del Rey, según lo solicita el Vecindario por la firmeza del piso y ahorro de camino,, debiendo formarse los presupuestos correspondientes, ya sea por una corta refacción, ya para renovarse completamente donde existe, o ya para trasladarlo a otro punto…”



Para la mencionada traslación los vecinos ofrecían un auxilio, pero pese a la facilidad, el puente es refaccionado de acuerdo a lo propuesto por Banegas quien coloca una estacada de Ñandubay, forra el puente de tablas y cubre de tierra su superficie con un espesor de media vara de alto, a efectos de “preservar las maderas de la intemperie”, siempre con la “mayor economía posible”. El 29 de mayo de 1815 vence el contrato de Reibaud, quien por entonces se hallaba en “circunstancias muy notorias de quiebra, descubierto e insolvencia”, debiendo cubrir sus deudas su fiador don Jaime Lavallol.

El 13 de octubre de ese año, tan convulsionado por las contiendas políticas, el Cabildo toma medidas tendientes a mejorar la administración del puente, debido a “que por la paralización del Comercio, difícilmente se presentará – según manifestaban – persona que haga una postura regular y ventajosa”, procediendo por lo tanto a encargar la administración del pontazgo por cuenta del Ayuntamiento, a don Mauricio Mexia, “residente en aquel lugar, quien deberá llevar una razón exacta de los productos del Puente, entregando su importe diario a Don Luis Pellón, y haciéndose la asignación de diez pesos mensuales por su trabajo; la de sesenta pesos anuales para la manutención de su persona, y la de cuarenta y ocho para la de un caballo, facultándosele a más de este, para la compra de útiles, necesarios para la mejor conservación y recomposición del terraplén del Puente y que dará puntualmente razón a la conclusión del año, quedando responsable sobre este particular, y demás productos del Puente el citado Pellón”.

Mexia no acepta el cargo por “haber abrazado ya otra carrera más ventajosa”, entregándosele por este motivo la administración a Pellón bajo la responsabilidad de don Francisco Antonio Herrero, ex poseedor del pontazgo, persona de reconocida honorabilidad y solvencia entre los vecinos de Buenos Aires.



A pellón se le permitía usar, de acuerdo a su pedido, dos armas de chispa y dos blancas “En atención a que habiéndole de ser preciso a deshoras de la noche abrir la puerta del puente, y por consiguiente la de su habitación, cuando lo exijan los transeúntes, y para resguardo las tuvo su antecesor, siendo como el exponente Español Europeo”.



En 1820 Pellón será asaltado, perdiendo por ello “todo el dinero que tenía y sus Bienes”. Herrero lo representa ante el Cabildo para justificar una suma impaga, la que es condonada previos informes del Cura y el Alcalde de Morón, quienes corroboran lo sucedido al administrador. La última noticia que nos traen los Acuerdos del Cabildo es la solicitud que hicieron al ilustre cuerpo suprimido en 1821, los señores Florencio Rondó y Manuel Sánchez, pidiendo se les rebaje el remate del puente, por los perjuicios sufridos en el año veinte. (16-11-1821).



Una vez creado el partido de Moreno e instalado el Juzgado de Paz, su titular, don Pedro Martínez Melo, se aboca a la recaudación de los impuestos, tan escasos por entonces para las obras que se debían realizar y es precisamente el peaje del Puente de Márquez, lo que llama su atención por considerarlo dentro de su jurisdicción.

En el primer informe oficial, bajo el rubro Obras y Vías Públicas dice: “Un asunto arduo se presenta hoy, en que a juicio de esta Municipalidad, cree que está siendo explotada ilegítimamente en una parte de sus rentas, y ello consiste en el peaje de cinco pesos por carreta, del Puente Márquez” que cobran hoy unos particulares, actuales poseedores de la Chacra de D. Luis Pellón, del Partido de Morón, por convenio, según se dice, celebrado con éste, hoy ya finado, y en cuyo negocio también como contratante, el Sr. Anchorena.



Debo observar al Sr. Ministro, que aquel Puente construido desde época muy remota, viene hasta la fecha siendo explotado por los Pellón y sus herederos, y que habiendo estado casi totalmente destruido allá por el año 36, el expresado D. Luis Pellón, obtuvo de Rosas la concesión de, según informaciones que esta Corporación tiene, fue hecha con las mismas informalidades y arbitrariedad que se hacían otras, en aq1uel mismo tiempo.



Ahora pues, cualquiera que hubiese sido el Empresario de dicho puente, debió habérsele concedido un privilegio de un número de años para su explotación y concluido este plazo, haber pasado –como sucede en obras de esta clase- a ser propiedad del estado, y por lo tanto, su explotación al Municipio donde se encuentra radicado, para los trabajos de entretenimiento.



Lo indicado ya, y el no tener conocimiento esta Municipalidad de ninguna autorización legal, que por algún segundo contrato, con quien corresponda, puedan tener los actuales poseedores de la chacra de Pellón, o del Sr. Anchorena, para continuar cobrando el peaje desorbitante de un Puente que se encuentra hoy pésimamente atendido, todo esto repito, corrobora aún más, Señor Ministro, el juicio que he emitido sobre una obra de importancia para el tránsito a la Capital de los Pueblos del Oeste y Norte de nuestra Campaña. En la obligación pues, de velar por los intereses de esta localidad, esta Municipalidad hace presente al Superior Gobierno, la conveniencia de averiguar los datos necesarios para esclarecer un asunto que indispensablemente debe haber transmitido, por alguna de las oficinas de los Ministerios de Hacienda o Gobierno, si es que su explotación se ha hecho y se hace con legalidad, pues es allí donde deben estar los antecedentes del previo contrato que debe haber precedido para establecer el peaje que hoy se cobra, y el número de años de su privilegio, que el contratante tenga para ello”.



Esta gestión no tendrá éxito, no obstante haberse insistido siempre en la reivindicación de los derechos que a la Municipalidad de Moreno correspondían.



El 6 de abril de 1875, en un detallado informe elevado al Ministerio de Hacienda Dr. Eduardo Basavilbaso, dice Cipriano Noguera: “Hace algunos años, Sr. Ministro, quizá ocho, que el Juzgado de Moreno inició, la gestión de reivindicar para el fisco el Puente denominado de “Márquez”, situado sobre el río de las Conchas, en el Camino General que conduce del oeste de la Provincia a la Capital. Los antecedentes de esa gestión parece que se hubiera extraviado hallándose a punto de resolverse favorablemente”. Mi antecesor el Sr. Rojas buscó en la Escribanía de Gobierno el expediente para activar el resultado de aquella gestión, promovida por el primer Juez de Paz D. Pedro Martínez Melo, y parece que el Sr. Rojas no ha podido conseguir que en la Escribanía de Gobierno de Gobierno se les dijese donde estaba el expediente, pues no se encontraba en el registro.



El que firma, como escribiente, del Juzgado desde su instalación y actor en una información levantada respecto de la propiedad del Puente, recuerda que el finado ex Juez de Paz D. Pedro Martínez Melo le hizo saber que el expediente había sido remitido al Juzgado de Paz de la Catedral al Norte para hacer una notificación a un Sr. Anchorena, dueño del Campo que fue de Pellón, en el Partido de Morón, quedando este asunto sin que nadie lo agitase probablemente desde 1866 o 67 y sin haber quedado constancia de lo actuado en esta oficina.



Recuerda también el que firma que a indicación suya el finado Melo ocurrió al archivo de la Policía en donde según él, había encontrado antecedentes que corroboraban que el Puente de Márquez había sido propiedad fiscal antes de aparecer como de Pellón o de los Señores Anchorena.



Parece Sr. Ministro que antes de existir el Puente donde se halla colocado, debió existir un paso, que el tránsito, las avenidas del río u otras causas debieron dificultar. Que uno de los señores Márquez, poseedor de un terreno inmediato al camino general del Oeste, deseoso de facilitar la viabilidad o hacer negocio obtuvo la concesión de construir un Puente, cuyo nombre lleva hasta ahora o lo hizo construir la autoridad dándole el público ese nombre a causa de la vecindad del Sr. Márquez, pero como los individuos de este nombre propietarios antiquísimos han desaparecido sin que el Puente pertenezca o haya pertenecido desde muchísimos años a ningún individuo de la familia, se desprende que si hubo concesión el término está vencido con exceso pues no se puede creer que la concesión haya sido hecha a perpetuidad y mucho menos sobre la vía pública.



El Puente Márquez, Señor, es una construcción antiquísima, quizá, pasa de cien años y si la propiedad de dicho puente fuese privada, como se ha creído al notificarse a uno de los Señores Anchorena en 1866 o 67, dicho puente no se hallaría en el abandono en que hoy se encuentra pues al haberse hecho la concesión debieron establecerse las condiciones de explotación y valor del peaje. Hoy se encuentra ese puente en malísimo estado, como verá Vs. Por la copia autorizada que tengo el honor de acompañar.



El Río de las Conchas tiene a mas del Puente de Márquez, el de Cañón y el de Paso de Morales, los concesionarios han obtenido el privilegio de explotar estos puentes por 30 años, quedando a la terminación de este período a beneficio del público, es obligación de las empresas mantener en buen estado los caminos adyacentes, se conoce el peaje que se debe cobrar, obligaciones que no existen para los que se llaman dueños del Puente de Márquez, pues este se halla en mal estado, capaz de producir una catástrofe sin no se reparan sus adyacencias y según se dice, el peaje se cobra arbitrariamente…, más hoy aparecer que D. Fabián Gómez ha enajenado la propiedad al Sr. Buteler deslindándose y quedando el antiguo edificio separado del terreno enajenado y por consiguiente el Puente fuera de la propiedad Anchorena o Gómez, razón en mi concepto demás para reputar que el Puente de Márquez no es ni de Pellón ni de Anchorena, cuando la lonja de terreno sobrante fuese de los herederos del primero pues ya ha estado reputado por algunos años como el segundo…”.



El problema quedará definitivamente subsanado al sancionarse la Ley de Caminos y Cercas de la Provincia de Buenos Aires, promulgada el 8 de octubre de 1889. En su artículo 30 establecía: “El paso de los puentes construidos o a construirse sobre caminos públicos y que pertenezcan al Estado o a las Municipalidades, será libre para el tránsito. En consecuencia y desde el 1 de enero de 1890, queda suprimido el cobro de peaje autorizado por leyes o decretos anteriores a la presente”.



Cronología histórica del Puente de Márquez



Mayo de 1810 – La Primera Junta lo determina como punto de reunión para la formación del Ejército Expedicionario al Alto Perú, que estaría compuesto por los regimientos de Patricios, Arribeños, Pardos y Morenos.

16 de junio de 1820 – Las Guarniciones establecidas en el Puente de Márquez, conjuntamente con las de Quilmes, San Isidro y Buenos Aires, proclaman la autoridad de Soler, como Gobernador de Buenos Aires, haciéndolo reconocer por el Cabildo de Luján.



1 de octubre de 1820 – Rosas acampa en el Puente con sus tropas durante la sublevación de Pagola, con el fin de auxiliar a Dorrego y respondiendo al llamado del Gobernador Martín Rodríguez. Por esta acción y las sucesivas le otorgarán el título de Restaurador de las Leyes en 25-1-1830.



4 de mayo de 1826 – El Puente sirve de límite a la Capital de la República “siendo el territorio de ésta desde el Puerto de Las Conchas, hasta el Puente llamado de Márquez, y desde éste, tirando una línea paralela del Río de La Plata, hasta dar con el de Santiago”.



26 de abril de 1829 – Combate entre las tropas de Lavalle contra las de Rosas y López, Lavalle, después de sorprender una guardia que custodiaba el Paso del Río de las Conchas, atacó con 1.400 soldados de caballería, 500 infantes y cuatro piezas de artillería de campaña. Los veteranos de la Guerra del Brasil hicieron prodigios esa mañana para reducir a las milicias de Santa Fe y de Buenos Aires, en una serie de cargas tan brillantes como impotentes. Desde las 6 hasta las 10 de esa mañana se combatió encarnizadamente. En las cargas que llevaron y dispersaron a los veteranos que emprendieron la retirada para el otro lado del río (Morón), a las cuatro de la tarde. López debió retirarse a Santa Fe para defenderla de un presunto ataque de Paz, Hubo más de 150 muertos.



30 de enero de 1852 – Combate entre las fuerzas de Urquiza y Rosas. Pacheco se retira del Puente por Diferencias de planes con el Restaurador, con respecto a la defensa. Por allí pasó el Ejército Grande de Urquiza, rumbo a la victoria de Caseros.



4 de agosto de 1853 – Sirve nuevamente de límite a la Capital de la Confederación, por Ley del Congreso Constituyente de Santa Fe, que luego queda sin efecto.



El puente original ya no existe, pero el gran significado histórico que posee el lugar en que se hallaba emplazado le valió ser designado como Lugar Histórico Nacional el 18 de noviembre de 1964 mediante Decreto Nº 9292/64, firmado por el Presidente Arturo Illia y su Ministro, Carlos Alconada Aramburu.



Fuente

Ocampo, Juan Carlos – Orígenes históricos de la ciudad y Partido de Moreno



Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

miércoles, 16 de marzo de 2011

JUANA MORO, "LA EMPAREDADA" (1785-1874)

Juana Moro


"La emparedada"

Reseña




Nacida en Jujuy, durante las guerras de independencia, lideró en Salta, junto con Doña Loreto Sanchéz de Peón, una red de espionaje femenina conocida como Las Mujeres de la Independencia.



En el año 1814, después de invadir Jujuy y Salta, el Jefe realista, Joaquín de la Pezuela, le informa al virrey del Perú:



«Los gauchos nos hacen casi con impunidad una guerra lenta pero fatigosa y perjudicial. A todo esto se agrega otra no menos perjudicial que es la de ser avisados por horas de nuestros movimientos y proyectos por medio de los habitantes de estas estancias y principalmente de las mujeres, cada una de ellas es una espía vigilante y puntual para transmitir las ocurrencias más diminutas de éste Ejército».



La comunicación, interceptada por los patriotas, es un claro testimonio de la actuación de las mujeres. Una de las que desvelaba al jefe realista era la jujeña Juana Moro de López, delicada dama que humildemente vestida se trasladaba a caballo espiando recursos y movimientos del enemigo.



En una oportunidad fue apresada y obligada a cargar pesadas cadenas, pero no delató a los patriotas. Sufrió el castigo más grave. Cuando Pezuela invadió Jujuy y Salta. Juana fue detenida y condenada por espionaje a morir tapiada en su propio hogar. Días más tarde una familia vecina, condolida de su terrible destino, oradó la pared y le proveyó agua y alimentos hasta que los realistas fueron expulsados.



Fue emparedada a los 29 años, pero murió centenaria. A consecuencia de la difícil situación que atravesó fue su apodo: «La Emparedada».





Fuentes:



- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar

martes, 15 de marzo de 2011

MORDISQUITO

EN MEMORIA DE ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO
LOS MENSAJES RADIALES


Audición Número VIII (De XXXVII del Primer Ciclo)

Decíme..., ¿vos sabes lo que es una ostra? El dicciona¬rio dice que es un molusco acéfalo, pero el mejillón dice que es una parienta que se da corte. ¿Y sabes qué digo yo? Que la ostra fue la protagonista de un hecho indig¬nante y no castigado que ocurrió hace veinticuatro años. ¿Vos no te acordás? Yo sí me acuerdo. ¡No tendré esta¬tura pero tengo memoria! ¡Vos tendrás más peso que yo pero más memoria no tenés! Porque hace 24 años al¬guien descubrió un banco de ostras que... ¿sabes dónde nacía? Cerca de Santa Cruz. ¿Y sabes dónde terminaba? i En Magallanes!

¡Un desfile monumental de moluscos acéfalos, kilómetros y kilómetros de ostras? Vos no co¬miste ninguna, ¿verdad? No. Yo tampoco. Ni vos ni yo comimos una sola de esas ostras. ¿Y sabes por qué no la comimos? Porque en cierto tratado que habíamos fir¬mado con cierto país extranjero, ¿sabés qué cosa se había establecido? Que, entre otros artículos, ese país debía surtirnos de ostras. Claro, el hallazgo de aquel banco gigantesco hacía innecesaria la importación de ostras. ¿Para qué iban a ofrecernos y vendernos lo que ya teníamos? Hubiera sido como venderle naranjas al Paraguay o buscarle un complejo a Freud.

Y, sin embargo, tan atados estábamos que las ostras siguieron llegando del exterior. ¿Te acordás ahora? ¡Directivas que venían de afuera, hasta con las ostras! ¡Mandatos que venían de afuera, aunque vos y yo viviéramos adentro! Eran las órdenes humillantes que soportábamos sin abrir la ostra y sin ponernos en el alfiler de corbata la perla de nues¬tro legítimo destino. ¡Las órdenes que nos tiraban de boca en la miseria! ¿Qué te pasa? ¿Te asusta la palabra? ¿Te parece exagerada la palabra? ¡Miseria, sí! ¿O no te acor¬dás que en este país tuyo, el más rico por sí mismo y el mejor dotado para un millón de aventuras comerciales, siempre había habido miseria? ¡Desde la miseria orgullosa de la pobre clase media, que para no ahogarse de vergüenza gastaba en hacerse planchar el cuello los cen¬tavos que le hubiesen pagado el café con leche, hasta la miseria del peón en las estancias o del obrero en las fá¬bricas!

Claro, vos no sabías esto. Vos nunca anduviste por las chacras o por los barrios. ¿Verdad que no?... ¿Y dónde andabas? ¿Por el corso? ¿O en el Colón? ¿O esta¬bas bailando en la Lago di Como? ¡Claro! Por eso no te enteraste. Por eso no sabías que en el norte andino las criaturas -ángeles como tu hijo o como tu hermanito-, crecían raquíticas y morían hambrientas, sin haber probado en su vida -mirá lo que te digo-, en su vida, ¡ni carne, ni pan, ni leche! Y esto pasaba aquí, en tu país. Te asombra, ¿verdad? Miseria del hombre allá lejos mientras en las islas del Tigre los consorcios tiraban la fruta al agua, convertían al arroyo en una correntada de duraznos. Porque la cosecha, desgraciadamente, había sido estupenda y entonces iban a bajar los precios.

Esto pasaba antes, pero ahora... ¡Ahora te dieron la llave de la ostra! ¿Y entonces qué haces que no la abrís? ¡No, no tenés que golpear como en una puerta ajena para que el berberecho se asome y te diga si podes pasar! ¡Entra, sonso! Ahora no nos van a sacar nada si no nos conviene o no queremos. ¡Ahora tenemos la llave de la ostra! ¿Por qué no la abrís? ¿O vas a hacerme creer que prefe¬rís volver veinticuatro años atrás y recorrer con la ca¬beza gacha y a patacón por cuadra el banco que termi¬naba en Magallanes y había empezado en Santa Cruz? ¡Vamos! ¿A mí me la vas a contar? ¡No, a mí no me la vas a contar!