martes, 5 de abril de 2011

Esquina “de los Suspiros”

(De Ricardo Llanes)



Hubo un tiempo en que la ciudad de Buenos Aires contaba con la inventiva popular para nombrar a muchas de sus esquinas. Don Manuel Bilbao en su libro Recuerdos y tradiciones (edición de 1934), trae una veintena de aquellas denominaciones con los respectivos puntos de ubicación, aunque sin explicar las causas o razones a que respondían. Tales la “de la Paloma”, como se llamaba a la esquina de Florida y Cangallo, y la “del Manchao” a la de Rivadavia y Carlos Pellegrini.

Aquel nombre, que por lo general predominaba por sobre el que llevaba la calle, es algo que hoy, como ha ocurrido con tantas otras cosas tradicionales, ha desaparecido. Ya no es costumbre mencionarlas con el patronímico de alguna familia afincada en el lugar: esquina “de Navarro Viola” (la sudoeste de Caseros y Monasterio); tampoco con el de la mampostería ornamentando el frontis: “del Ciervo” (Rivadavia y La Rioja). Y si nos resulta indiscutible que a las calles debe mencionárselas conforme lo indica la nomenclatura municipal, no es posible negar que resultaba grato por lo familiar y afectuoso aquello de: “andá a la esquina de la Flor”, como se decía de la de Castro Barros y San Carlos (después Adolfo Berro y actual Don Bosco). Sobre el ángulo noroeste de estas calles se mantuvo por muchos años la panadería “La Flor”. Y recuérdese que en casi todos los casos el negocio que cobraba fama (almacén, farmacia. confitería, etcétera) quedaba identificado con la esquina; por ejemplo la “del Tropezón” (la nordeste de Callao y Bartolomé Mitre, en tiempos en que el restaurante de este nombre estaba en ese lugar); o la esquina “de la Parada”, por el almacén de Capurro, de don Pedro Capurro (Rivadavia y San Pedrito, sudeste), así conocida porque hasta allí llegaba el “tramway” de caballos, para luego dar la vuelta y por la misma vía regresar a la Plaza de Mayo.

A la esquina “de los Suspiros” se llegaba por las calles Suipacha o por Viamonte. Convendrá recordar las anteriores denominaciones de ambas. La primera se llamó Santo Tomás (1738); Socorro (1769); Parejas (1808), hasta que en 1922 se le puso el nombre actual. Viamonte se llamó San Antonio (1738); San Miguel (1769); San Bernardo (1738); Santa Catalina (1769); Ocampo (1808); Del Temple (1802); Temple (1856); General Viamonte, nombre que fue impuesto en el año 1883, en homenaje a la memoria del guerrero y gobernador de Buenos Aires, don Juan José Viamonte, cuya finca se encontraba en el mismo lugar que hoy lleva el número 680.

Precisamente, a la casa aquella de la actual Viamonte –y bien cabe aquí su recuerdo pues aún repican los ecos de los actos celebratorios del sesquicentenario de la Revolución de Mayo– llegó en la noche del 18 de mayo de 1810 el coronel don Cornelio Saavedra. Él lo dice en sus Memorias: “Yo me hallaba en el pueblo de San Isidro; don Juan José Viamonte, sargento mayor que era de mi cuerpo, me escribió diciendo era preciso regresar a la ciudad sin demora, porque había novedades de consecuencia. Así lo ejecuté. Cuando me presenté en su casa, encontré en ella a una porción de oficiales y otros paisanos cuyo saludo fue preguntándome: ‘¿Aún dirá usted que no es tiempo?’. Les contesté: ‘Si ustedes no me imponen de alguna nueva ocurrencia que yo ignore, no podré satisfacer la pregunta’. Entonces me pusieron en las manos la proclama de aquel día. Luego que la leí les dije: ‘Señores, ahora digo que no sólo es tiempo, sino que no se debe perder una sola hora’”.

La antigua plazoleta Del Temple, que sólo comienza a funcionar con este nombre en días de 1813, así como a funcionar la fábrica de fusiles con portón frente a ella, también fue conocida como Plaza General Viamonte. Esta denominación quedó substituida en 1895, por la que hoy lleva, Plaza Suipacha, rememorativa del triunfo de las armas patriotas, el 17 de noviembre de 1810. Constituía en su tiempo, y por así decirlo, el salón abierto de la esquina “de los Suspiros”, al que no faltaba en días del intendente municipal don Torcuato de Alvear el correspondiente motivo ornamental, dado que allí se levantaba a manera de sugestión campera un ombú de material que se iluminaba provocando la curiosidad. Además la esquina “de los Suspiros” no carecía de otras luces puesto que en su ángulo sudoeste abría sus puertas el café y posada de Cassoulet, de cuyo submundo y actividades nos dio cuenta acabada José S. Álvarez (Fray Mocho) en sus Memorias de un vigilante.

Pero ¿por qué se la conocía como la esquina “de los Suspiros”? La verdad era que tal nombre tenía su buena causa. En la cuadra de Viamonte, entre las de Suipacha y Artes (hoy Carlos Pellegrini), existía un puente de regulares dimensiones que, según nos lo manifiesta don Santiago Calzadilla en Beldades de mi tiempo, lo había mandado levantar don Mariano Billinghurst, señor que fue de primera fila en las avanzadas del progreso. En días de temporales permitía el paso sobre la correntada del Tercero del Norte, un ancho cauce natural que arrancando de las inmediaciones de la plaza Lorea, iba al encuentro del río abriéndose camino por estas calles: Rivadavia, Uruguay, Cangallo, Corrientes, Libertad, siguiendo en diagonal hasta Cerrito y Tucumán, para continuar por Carlos Pellegrini, Viamonte, Suipacha, Córdoba, Esmeralda y Zanjón de Matorras, nombre éste que tomaba al correr por las de Paraguay y Tres Sargento.

Fue este puente el que en recuerdo del homónimo veneciano provocó la denominación, hasta que la Municipalidad lo cedió a la de San Isidro, donde –como lo expresaba La Prensa del jueves 26 de febrero de 1880– “servirá para unir el pueblo a la isla que se halla a su frente”.

Su desaparición del lugar obligó a que la voz popular apagara la resonancia del nombre de la esquina “de los Suspiros”, si bien su recuerdo alcanzó algún florecimiento pasajero entre los comentarios avivadores de las tienduchas y vecinos inquilinatos. Por lo demás, el edificio que desde abril de 1909 ocupa el Banco Municipal de Préstamos (1) le otorgó a la esquina su primera estampa de arquitectura superior; y la figura del coronel Manuel Dorrego sobre el caballo magistral que cincelara Rogelio Yrurtia, le dio al inaugurarse el monumento el 24 de julio de 1926, el resplandor romántico de su nuevo aspecto: un rincón italiano o parisiense; un color urbano que tiene mucho de europeo.

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(1) Actualmente Dirección General de Rentas de la Ciudad de Buenos Aires (N de la R).



Imagen: “La Fatalidad”, una de las figuras laterales del monumento a Manuel Dorrego, obra de Rogelio Yrurtia, emplazado en la actualidad en la intesección de las calles Viamonte y Suipacha, donde estuvo el llamado Puente de los Suspiros a fines del siglo XIX. (Foto tomada de arteparalosamigos.blogspot.com).

Tomado del libro: Recuerdos de la ciudad porteña; ediciones Corregidor, Bs. As., 2000.

Publicado por Del Barrio

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