jueves, 7 de mayo de 2015

"MEMORIAS CURIOSAS" DE JUAN MANUEL BERUTI: EL 25 DE MAYO DE 1810

"MEMORIAS CURIOSAS" DE JUAN MANUEL BERUTI: EL 25 DE MAYO DE 1810



LA REVOLUCION DE MAYO


Juan Manuel Beruti llevó desde los trece años y durante su larguísima vida –nació en 1777 y murió en 1856– un diario de los acontecimientos públicos de la ciudad.
El libro fue publicado por primera vez con el nombre de "Memorias Curiosas" en 1942 y constituye una fuente de información riquísima para los historiadores de la primera mitad del siglo XIX.
Al haber sido escrito cotidianamente, nos permite conocer como conocieron las contemporáneos el 25 de mayo.

Transcribo el 25 de mayo según las "MEMORIAS CURIOSAS" DE JUAN MANUEL BERUTI:

El alcalde mayor hizo una seña y los miembros de la Junta se
arrodillaron frente a la mesa municipal. Los Santos Evangelios
estaban abiertos en el relato de San Lucas. Cornelio Saavedra puso la
palma de su mano sobre ellos. Juan José Castelli apoyo la suya sobre
uno de los hombros de Saavedra y Manuel Belgrano hizo lo mismo sobre
el otro. El resto copió el gesto. Eran casi las 9 de la noche del
viernes 25 de Mayo de 1810 y el Sí, juro de los nueve hombres
entrelazados marcaba el final de cuatro días intensos.

Cornelio Saavedra se levantó y la Junta ocupó los asientos bajo el
dosel del salón central del segundo piso del Cabildo. Después el
comandante fue hasta el balcón. Abajo, en la Plaza, quedaba poca
gente bajo la lluvia. Saavedra les habló para pedirles que
mantuvieran orden, la unión y la fraternidad, y para que se respetara
la figura del ex virrey Cisneros.

Esa noche, los miembros de la Junta salieron juntos. Atravesaron la
Plaza, pasaron por debajo de la Recova y los pasos firmes —que
resonaron huecos en el barro— los llevaron hasta el Fuerte, desde
donde iban a gobernar Buenos Aires y el resto del Virreinato hasta
fines de 1810.

Aquel día, el Cabildo había estado lleno desde temprano, a las 8 de
las mañana. Los asistentes habían llegado para considerar la renuncia
de la Junta nombrada el 23 de mayo, encabezada por el virrey
Cisneros. Habían jurado a las 3 de la tarde del 24 y seis horas
después, frente a la presión de los criollos, presentaban sus
renuncias.

En el salón del Cabildo, la postura del síndico procurador, Julián de
Leiva, aún era inamovible: no aceptaba la renuncia de Cisneros y
proponía autorizarlo a usar la fuerza para fusilar y dispersar al
pueblo. Leiva se aferraba a una idea errónea: creía contar con el
apoyo de Saavedra.

A esa hora, la Plaza ya estaba ocupada. Pero la mayoría de las
milicias estaba en los cuarteles, esperando noticias del Cabildo. Las
novedades sobre la posición de Leiva llegaron pronto. Cuando se
difundieron, un grupo encabezado por Feliciano Chiclana y Domingo
French —que como todos los partidarios criollos estaban reunidos en
la casa de Rodríguez Peña— salió hacia el Cabildo. En el impulso,
todos llegaron hasta la galería de arriba.

Fue el propio Leiva quien abrió la puerta del salón al
escucharlos. "¿Qué es lo que ustedes quieren?", cuentan que dijo. "La
deposición inmediata de Cisneros", le gritaron los criollos. Desde
adentro pidieron que nombraran una comisión de representantes para
explicar sus reclamos. Las crónicas de la época dicen que llevaban
escritos los nombres para una nueva junta de gobierno. El Cabildo
objetó la propuesta. Para eso se debía consultar al resto de los
pueblos del Virreinato, se sostenía como argumento principal.

La discusión se encendía y uno de los vecinos acaudalados, de
apellido Anchorena, propuso citar a los comandantes de las milicias
para opinar y votar. Los delegados de los criollos salieron para
juntarse en la Fonda de las Naciones de la Vereda Ancha, una de las
tantas del radio de la Plaza. El cielo estaba nublado y amenazaba con
desarmarse en agua, como venía ocurriendo desde hacía días. Cuando
los comandantes se reunieron, Leiva pidió apoyo para las autoridades
elegidas el 23.

El comandante Romero, un moderado que lideraba una milicia, contestó
que no era posible sostener la elección del virrey como presidente de
la Junta, que las tropas y el pueblo estaban indignados y que ellos
no tenían autoridad para darle apoyo al Cabildo, porque sabían que no
iban a ser obedecidos. Se animó a pronosticar que si el Cabildo
insistía en lo resuelto no podrían evitar que la tropa llegara hasta
la Plaza para imponer su posición.

La gente había vuelto a tomar las galerías. Y Leiva le habló al resto
de los cabildantes: "No hay más remedio que consentir", se le oyó
decir. Martín Rodríguez salió al corredor y, a los gritos, contó a la
gente que el virrey había quedado fuera del gobierno. Después corrió
hasta la casa de Rodríguez Peña, donde estaban los líderes del
movimiento criollo. Entonces Peña dijo que había que llevar la lista
de la nueva Junta al Cabildo. Cuando Beruti y French entraron en el
salón del edificio donde se seguía sesionando, los cabildantes
ocupaban sus asientos detrás de la gran mesa que da a la puerta. Los
patriotas se agruparon en la baranda que limitaba el recinto hacia el
lado de afuera.

La respuesta fue una exigencia: que expresaran por escrito la
voluntad del pueblo. Al rato llegó una presentación con más de 400
firmas. Eran las 15.30 cuando Leiva puso el último obstáculo. Pidió
que el pueblo se congregara en la Plaza para que, al leer los
nombres, los ratificaran.

A las 4 de la tarde, Leiva salió al balcón. El resto de los
cabildantes lo siguieron. Cuando miraron hacia la Plaza, el síndico,
irónico, preguntó: "¿Dónde está el pueblo?". Abajo había poca gente.
Y fue Beruti quien repitió que el pueblo en cuyo nombre hablaban
estaba armado en los cuarteles y otra gran parte del vecindario
esperaba en distintos lugares para ir. El griterío creció.
Finalmente, Leiva en nombre del Cabildo, cedió. Y así se dieron por
anulados los actos del día 23 y 24.

El vozarrón de Martín Rodríguez se volvió a escuchar a las cuatro y
media. Pero esta vez fue en el balcón, cuando leyó los nombres de la
Junta de Gobierno que quedaba encargada provisoriamente de la
autoridad de todo el Virreinato.

La espera, luego, fue larga. Hasta que, cuando faltaban minutos para
las 9 de la noche, el alcalde mayor abrió los Santos Evangelios. La
nueva Junta entró por el centro del salón en medio de un gran
silencio. El funcionario hizo una seña y se acercó a Saavedra con el
libro abierto. Los nueve hombres se comprometieron a conservar esta
parte de América para Fernando VII, el rey de España, prisionero de
Napoleón. Afuera llovía. Y en la Plaza todavía quedaba gente.

Fuentes: "Memorias curiosas", de Juan Manuel Beruti, Colección
Memoria Argentina, Emecé, 2001



martes, 5 de mayo de 2015

GILDA, LA MILAGROSA: LA SANTA DE LOS POBRES

GILDA, LA MILAGROSA: LA SANTA DE LOS POBRES



Míriam Alejandra Bianchi, más conocida por su nombre artístico Gilda  por sus seguidores y la prensa) (Buenos Aires, Argentina, 11 de octubre de 1961 - Ceibas, Entre Ríos, Argentina, 7 de septiembre de1996), fue una cantante y compositora argentina de cumbia y música tropical.

Comenzó la carrera de maestra jardinera y Profesorado de Educación Física, pero debió interrumpirlas en 1977 al fallecer su padre, con sólo 16 años, y debió hacerse cargo del hogar. Se casó luego y tuvo dos hijos, Mariel y Fabricio Cagnin.


Su carrera musical comenzó cuando respondió a un aviso en el periódico, dónde pedían vocalistas para un grupo musical. Su voz y su carisma le ganaron un lugar en una banda de género tropical, y su familia cedió, después de una oposición tenaz, a que incursionara en el mundo del espectáculo. Miriam se convirtió en Gilda, en honor a la femme fatale que encarnaba Rita Hayworth en la película del mismo nombre.


La banda no tuvo éxito y al poco tiempo formó “Crema Americana”,  un grupo con el que durante un año tocó los éxitos del momento por todo el  Gran Buenos Aires. Contra los deseos de su familia, a quienes no le gustaba el ambiente de la música tropical, la cantante continuó con su carrera musical.

Algunas cosas curiosas sobre la vida de la cantante popular: Gilda puso la voz en dos discos del grupo Las Primas, cuando todavía no tenía en mente ser cantante solista y mucho antes de que se armara su grupo musical La Barra. También compuso y grabó en un casete el tema La Playa Tropical para el disco Flavia está de fiesta de Flavia Palmiero, se trata de la canción número once de ese trabajo.


Cuando estaba por cumplir 27 años, se encuentra casualmente con Toti Giménez, un amigo de la infancia quien en ese momento estaba tocando con Ricky Maravilla. Gilda lo invitó a escucharla cantar en algunos de los festivales de la escuela y él quedando fascinado con una parodia de música de bailanta que realizó con los alumnos. Giménez le propone cultivar el género, grabaron algunas canciones e inicia su carrera en la música tropical.

"Cuando éramos chicos, Toti tocaba música clásica y estaba en el coro del Teatro Colón. Por eso, al reencontrarnos, no podía creer que fuera músico de Riki Maravilla", recordó Gilda siendo ya famosa.

Con ese conocimiento del mundo bailantero, Giménez le hizo escuchar el cassette a un representante quien enseguida llevó a Gilda a un estudio para que grabara su primer disco: "De corazón a corazón".

Se divorció de su marido y comienza una relación personal y profesional con Toti Giménez. La rectora del colegio donde trabajaba la hace dejar su puesto y así pasa definitivamente de maestra jardinera a cantante..

Toti es el hombre encargado de forjar la leyenda de Gilda.


Fue él quien la convenció de lanzarse como solista y la apoyó en la lucha contra las compañías discográficas, que por entonces creían que el mundo de la música popular era exclusivo para voces masculinas.

Een 1993 lanzó  su primer disco  ‘De corazón a corazón”, seguido por  “Corazón herido” y  “Pasito a pasito”, que contenía el éxito ‘No me arrepiento de este amor‘.
Durante su corta, pero exitosa carrera que la llevó de gira por casi toda América Latina, la cantante vendió  millones de discos, logrando el de oro, platino y doble platino.


Entre 1992 y 1995, Gilda grabó cuatro álbumes y, a pesar de haber convertido algunas canciones en éxitos que trascendían el ambiente de la cumbia (algunas fueron apropiada por hinchadas de fútbol en sus cantos de aliento y otras eran bailadas en las discotecas de clase media), su nombre no era citado dentro del grupo de las cantantes más reconocidas del momento.


 A través de su música, invitó al público a ingresar en sus mundos mágicos, donde proponía otras maneras de sentir la música popular, provocando una fuerte conexión con el público. Ella conocía lo que significaba ser uno mismo. Quizás de esa experiencia lejana de su trabajo con niños mezclada con la fuerte energía del ritmo tropical, hizo que surgiera la popularidad casi mística donde llegaron a ovacionarla multitudes en toda Latinoamérica. Tan fuerte fue el impacto que ella causaría en el público, que durante un recital en Jujuy, Gilda , vio llorar a una niña cerca del escenario. Al finalizar el concierto la abuela de la niña se acercó para decirle el motivo por el cual la niña lloraba: «su madre está en terapia intensiva, y la niña le pone tu música como si ésta pudiera curarla». Así fue que al tiempo la madre se recuperó. Luego en el medio de otro recital una señora, le pidió a gritos que le cure la diabetes. Gilda se quedó callada, sus músicos comenzaron a impacientarse pidiéndole que cante, Gilda la miró y le dijo «No hago milagros, pero si el poder de mi música te puede ayudar, bienvenida sea la música».

Había otra cosa en la que estaba claramente definida: Gilda era fanática de Boca Juniors.


Gilda siempre fue muy buena compañera, una persona muy sensible a las necesidades de los otros, siempre dispuesta a ayudar. Esa capacidad para la empatía con los demás y un espíritu muy solidario fueron los que cimentaron una relación más allá de la música con sus seguidores

Muerte

El 7 de septiembre de 1996, en el kilómetro 129 de la Ruta Nacional 12 (Argentina), en camino a Chajarí, Entre Ríos, un camión embistió al colectivo donde viajaba, falleciendo junto a su madre, su hija mayor, tres de sus músicos y el chofer del ómnibus.

Desde su muerte muchos fans le atribuyen la condición de santa, debido a que ha realizado varios milagros. 


Existe, incluso, un santuario en su honor en el lugar donde ocurrió el accidente fatal, en el cual se conserva también el ómnibus en el que viajaba la cantante. Sus restos descansan en la tumba n.º 3635 de la galería 24 en el Cementerio de la Chacarita.



Apenas un año después, la compañía discográfica Leader Music editó el disco titulado Entre el cielo y la tierra, con algunos temas grabados por la vocalista antes de su muerte, del que se vendieron miles de copias. Fue una especie de collage sonoro, con apenas cinco temas en estudio, otros dos registrados en vivo y la participación de Tormenta, Antonio Ríos y el Grupo Green.
El producto se difundió con alto impacto: el productor musical y tecladista Juan Carlos “Toti” Giménez, dijo que los temas habían sido encontrados en el lugar del accidente, sobre la banquina del kilómetro 129 de la ruta 12.

Era un casete en el que Gilda había grabado llamado “No es mi despedida”, como una escalofriante premonición.

En realidad, la creación no fue un presagio, sino el regalo de la cantante a un grupo de fanáticas que acompañaron a la banda durante toda su gira por Bolivia.
Para el trompetista Dani de la Cruz, la famosa historia del casete no fue más que un negocio inventado por Giménez, quien figura como autor de la canción. “Fue una cuestión de marketing”, asegura el músico peruano de la banda, que trabajó en La Nueva Luna, La Repandilla y que hoy forma parte de Damas Gratis.
En ese mismo año la discográfica organizó el “Tributo a Gilda”, un recital en el teatro Astros, cuya entrada se acondicionó como un museo dedicado a la ídola. Allí actuaron los mismos artistas que figuran en el disco, más el show de Los Gorilas, la nueva banda armada por Toti. “La entrada costaba 50 pesos y a los clubes de fans nos dejaron afuera”, recuerda indignado Claudio Milano, presidente del club “No me arrepiento de este amor”.



Inmediatamente, se forjó en torno a Gilda una aureola de "santa", y vean hasta donde llegó la cosa, que el lugar donde se produjo su accidente, se convirtió en un lugar de peregrinación (allí hay un monolito donde se indica el lugar exacto de su accidente, además de una cruz de madera donde la gente coloca flores).


Hoy son miles los fieles que trasformaron el lugar del accidente en santuario y la recuerdan con su imagen y su música, al tiempo que cuentan haber sido curados de enfermedades, haber recuperado la fertilidad o haber sido bendecidos con la lotería en plena necesidad. Sus fans relacionan su música y su figura con una magia mística y poderosa. Lo cierto es que hoy es natural escucharla en todos lados: en una cancha de fútbol, en un casamiento o en una escuela. Quizás ella esté donde siempre quiso estar: entre el cielo y la tierra.


Los fans de quien en la vida real fue Miriam Bianchi, una maestra jardinera que un día descubrió que podía ser exitosa en el plano musical, consideran que Santa Gilda, como también la denominan, es capaz de cumplir sus pedidos relacionados a la salud, el trabajo o la concreción de sueños postergados.Uno de los hechos increíbles relacionados con ese tipo de revelaciones tuvo lugar hace cerca de un año cuando una mujer fanática de Gilda le pidió por la salud de su hijo, un adolescente afectado de un grave cuadro de diabetes que poco tiempo después logró sortear los efectos de la enfermedad


Al año siguiente, allí se levantó un altar, donde colocan muchos objetos en ofrenda, y también hay que mencionar que el autobús donde viajaba Gilda se conserva cerca de ese lugar.

Actualmente miles de devotos se movilizan a pedirle ayuda tanto a su tumba en el primer piso, galería 24 del Cementerio de la Chacarita como hasta el Santuario levantado en Paranacito, llevándole ositos, cartas de amor, flores, cintas, dibujos, prendas, escarpines, ramos de novia y rosarios, etc. En la provincia de Tucumán, una calle de un barrio lleva su nombre, y también un barrio en el partido de Ensenada, Buenos Aires.



Por cierto, hay incluso un museo con objetos personales de Gilda, que en un principio fue itinerante (vamos, que no tenía un lugar fijo).

El juez correccional de Gualeguaychú, Jorge Torres, condenó a 2 años y 6 meses de prisión en suspenso  al camionero brasileño Renato Sant Ana, acusado de provocar el accidente en el que murió la cantante bailantera Gilda. También dispuso 7 años de inhabilitación para manejar.



lunes, 4 de mayo de 2015

MARTINA CHAPANAY La Bandolera indómita

MARTINA CHAPANAY

La Bandolera indómita



Nació en el valle de Zonda, en San Juan de Cuyo, en 1800.  se discute si en las Lagunas de Guanacache o en el Valle de Zonda. Hija de Ambrosio Chapanay, último cacique huarpe de ese lugar, y de Mercedes González, una cautiva blanca robada a fines del siglo XVIII.  El vocablo “Chapanay” se debe interpretar así: “chapad”, pantano, y “nai”, negación; por lo tanto: lugar donde no hay pantanos. 
Desde niña sintió atracción por las tareas propias de los hombres de su condición: fue jinete, baquiana y rastreadora habilísima.  Adquirió asimismo gran capacidad en el arte del cuchillo, del lazo y de las boleadoras.  Sus cualidades de destreza, audacia y valentía no fueron obstáculo para que se transformara en una mujer atractiva que “reinaba en los corazones” y era “admirada y respetada por cierta conducta recatada”.
Entre otras hazañas, se distinguió por haber vengado la muerte del caudillo riojano Ángel “El Chacho” Peñaloza. Es centro de una devoción popular porque compartía el fruto de sus robos con los más humildes. Era una mujer de contextura pequeña, pero fuerte y ágil. De bellos razgos, su cabello era negro lacio y de tez morena. Al elegir la vida de montonera comenzó a utilizar la vestimenta de los gauchos (chiripá, poncho, vincha, botas de potro) tal como se representaba en las estampas y tallados de madera. 


En 1822, durante uno de sus viajes al Pueblo Viejo (Concepción) con objeto de vender mercaderías, Martina Chapanay conoció a quien tendría trascendente participación en su vida.  Había ido a una de las mejores pulperías de la ciudad a vender unos porrones de “aloja” y adquirir un poco de azúcar, yerba y tabaco; al salir con su compra del local casi se lleva por delante a un mozo que entraba en esos momentos.  Tratábase de un gaucho joven, agraciado, fuerte, de mirada inteligente, bronceado por el sol y con aire de forastero.  Martina le pidió disculpa, acompañando su excusa con una sonrisa, desacostumbrada en ella; el desconocido le hizo un tímido saludo con la cabeza, en señal de sorpresa admirativa, permaneciendo al principio como asombrado, corriendo luego a remover los cueros que cubrían el hueco abierto de la puerta del local para facilitar su salida.
Poco después preguntaba al pulpero sobre la joven, se enteró que era la hija del cacique Chapanay.  Quiso gustar el brebaje llevado por la muchacha, que el pulpero le mostró, logrando que éste le sirviese una copa, que le gustó.  El paisano se dirigió al día siguiente a Zonda donde se reunió con el padre de Martina para informarle que Quiroga lo enviaba desde su patria chica, La Rioja, para invitarlos a participar en las montoneras que estaba reuniendo, con hombres de allí y de los pueblos hermanos, para defender la libertad de todos los hombres de esas regiones.  El propósito de salir a la lucha, en esos momentos precisos que la patria debía organizarse, en procura de un gobierno que los protegiese a todos contra las injusticias y abusos a que estaban reducidos desde hacía mucho tiempo, era justo y honroso.
Martina colaboró con el General San Martín en la gesta del Cruce de Los Andes. “Se convirtió en una de las tantas y tantos chasquis que llevaban y traían mensajes entre las seis columnas del Ejército Libertador. Dicen que por muchos años lució con mucho orgullo una chaquetilla que dejaba constancia de aquellos gloriosos días”, dice Pigna.

Luego asegura que a los 22 años se unió a las huestes de Facundo Quiroga y peleó junto a él, interviniendo posteriormente en todos los combates de la campaña del riojano.  Guerreó a favor de los caudillos que en las provincias encarnaron los anhelos populares.
Pedro D. Quiroga refiere que Martina “en la mitad de su carrera tuvo que lamentar la pérdida de su compañero que había perecido en la batalla de la Ciudadela en el Tucumán…”.
En efecto, uno de los jefes de la montonera de Facundo Quiroga, el intrépido comandante de gauchos consorte de Martina, perdió la vida al lanzarse en una violenta arremetida contra una línea de bayonetas del enemigo, a la que consiguió quebrar; a poco de haber obtenido ese resultado fue rodeado por milicos de infantería, y en una lucha desigual, que pudo haber prevenido, le mataron el caballo, que le arrastró a tierra, en donde le acosaron sus enemigos, ultimándole con un bayonetazo fatal.
Muerto su consorte, en la Ciudadela, el 4 de noviembre de 1831 y asesinado Quiroga en Barranca Yaco (1835), Martina Chapanay regresó al hogar paterno en Zonda Viejo, que encontró abandonado: los miembros de la pacífica y laboriosa tribu habían sido muertos y robados por el blanco, otros murieron reclutados en los ejércitos y los restantes se refugiaron en la serranía. 
El constante clima de guerra y, en consecuencia, el cierre de establecimientos, habían separado del trabajo a los hombres, y las provincias no pudieron dar a la masa desocupada el sustento necesario.  Malogrado el hábito del trabajo, se originaron las bandas nómadas aplicadas al atraco de la propiedad ajena.  Martina, asilada en los montes, y acorralada por la miseria, se convirtió en jefe indiscutida de una de ellas, siendo repartido el producto de sus robos entre los pobladores más humildes. 
Más tarde, se enroló en las huestes del gobernador y caudillo sanjuanino, general Nazario Benavídez, comportándose gallardamente en el combate de Angaco (6 de agosto de 1841) y también en el de La Chacarilla en donde dicho general, favorecido por un fuerte viento Zonda, atacó sorpresivamente a las tropas unitarias del Gral. Mariano Acha que habían acampado en este lugar después de haber vencido a las fuerzas federales en la Batalla de Angaco.  Su participación en las fuerzas federales, en defensa de la provincia de San Juan, junto al gobernador, demostró un deseo de exponer la vida en apoyo del sentir popular de Cuyo en esa contienda civil.
Asesinado Benavídez, en 1858, Martina Chapanay volvió a  asumir la dirección de una cuadrilla de bandoleros.  Poco tiempo después, abandonó esa vida,  acompañando al caudillo Angel Vicente Peñaloza en su última y desgraciada lucha en defensa de los fueros riojanos. 
Pasó sus últimos años arriesgando su vida en salvaguardia y beneficio de su “patria chica”.  Campeó contra las arbitrariedades en provecho de la comunidad, prevaleciendo en ella un deseo constante de hacer el bien al prójimo.  Sus hazañas fueron incontables y heroicas.  Llegó a tener una reputación extraordinaria como benefactora tutelar de los viajeros, y prestó grandes servicios a los hacendados. 
Sin embargo, en los finales de su vida, Martina tuvo actitudes poco felices.  Pedro D. Quiroga dice que: “en las últimas campañas de Peñaloza, ha figurado siempre en la escolta de éste, desempeñando con habilidad la delicada misión de “espía”.  Pero una vez concluida la montonera con la muerte del caudillo, tuvo la previsión de fijar su domicilio en el Valle Fértil, y se ocupaba en dar aviso a las autoridades de todas las intentonas que meditaban los montoneros que habían quedado por entonces dispersos en pequeños grupos asolando las poblaciones de la campaña de la provincia de San Juan”.
Murió en Mogna, absuelta de sus pecados por el cura párroco de Jachal, que también se ocupó de su entierro.  Su tumba ha sido observada por el historiador Marcos estrada en el cementerio viejo de Mogna: “Una cruz de madera, hincada en el suelo, señala el lugar consagrado en donde descansan los restos de una mujer argentina que sobrevivió la tragedia de su época y supo salvarse del naufragio, resucitando a la inmortalidad”.
La zona es ahora un desierto, pero en el siglo XIX las aguas del río Mendoza y del Desaguadero creaban las llamadas Lagunas de Guanacache. La construcción de una represa cerca de la ciudad de Mendoza provocó la sequía de las lagunas, y actualmente los huarpes obtienen el agua de pozos muy profundos, ya que los superficiales están contaminados con agua salada. La supervivencia de éstos se basa principalmente en la cría de cabras, la utilización de los frutos del algarrobo, un árbol típico de la zona, y la venta de artesanías en el Mercado Artesanal, que se encuentra al lado de la oficina de turismo de la ciudad capital. 
Se cuenta que un antiguo oficial sanmartiniano, el cura Elacio Bustillos, cubrió la tumba de Martina con una laja blanca, sin ninguna inscripción, ya que “todos saben quién esta allí”. 



Lamentablemente no se conoce ningún retrato o ilustración de Martina Chapanay, pero sí nos queda la descripción que Marcos Estrada hace de ella: “de estatura mediana, ni gruesa ni delgada, fuerte, ágil, lozana, mostraba un raro atractivo en su mocedad.  Parecía más alta de su talla: su naturaleza, fuerte y erguida, lucía además un cuello modelado.  Caminaba con pasos cortos, airosa y segura.  Sus facciones, aunque no eran perfectas, mostraban rasgos sobresalientes; su rostro delgado, de tez oscura delicada, boca amplia, de labios gruesos y grandes, nariz mediana, recta, ligeramente aguileña, algo ancha –mayormente en las alas-, pómulos visibles, ojos relativamente grandes, algo oblicuados, garzos, hundidos y brillantes, de mucha expresión, que miraban con firmeza entre espesas pestañas, cejas pobladas, armoniosas, y cabello negro, lacio, atusado a la altura de los hombros.  Su fisonomía era melancólica; podía transformarse en afable, por una sonrisa, dejando visibles dos filas de dientes muy blancos.  A pesar de que su continente era enérgico, había en él un sello de delicada feminidad.  Su carácter, algunas veces alegre, era no obstante taciturno, magnánimo, solía transformarse en irascible, y hasta violento, ante el menor desconocimiento a su persona.  El timbre de su voz era más bien grave, que lo hacía esencialmente expresivo.  Animosa y resuelta, no le fatigaban los grandes viajes ni el trabajo incesante; aguantaba insensible el frío y el calor, y resistía sin lamentaciones el sufrimiento físico”.

Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino (1750-1930) – Buenos Aires (1969).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Estrada, Marcos – Martina Chapanay, realidad y mito – Buenos Aires (1962).
Quiroga, Pedro D. – Martina Chapanay, Leyenda histórica americana – Buenos Aires (1865)
www.revisionistas.com.ar
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar










sábado, 2 de mayo de 2015

HORMIGA NEGRA, EL ÚLTIMO DE LOS GAUCHOS MATREROS

HORMIGA NEGRA, (Guillermo Hoyo), 

EL ÚLTIMO DE LOS GAUCHOS MATREROS



Guillermo Hoyo, el nombre que figura en su acta de bautismo, nació en la ciudad de San Nicolás de los Arroyos a mediados de 1837., fue conocido por representar al típico gaucho bravo o pendenciero, figura común de la época que frecuentaba un antiguo y famoso boliche de campo, "La Bola de Oro". Su vida se construyó en torno de historias y mitos que lo transformaron en casi una leyenda de estos pagos. La novela "Hormiga Negra" del autor argentino Eduardo Gutiérrez cuenta las aventuras y correrías del gaucho de las pampas. Su sobrenombre de Hormiga Negra lo habría heredado de su padre, apodado del mismo modo, quien ante la temeridad y arrojo de su hijo habría afirmado:  "A este le permitiré que lleve mi apodo porque es digno de hacerlo y ahora sabrán las policías lo que somos los arroyeros".

El tremendo criollo, terror de policías, vivió sus últimos días sumido en la confusión de ser famoso: Eduardo Gutiérrez lo inmortalizó en su folletín y Caras y Caretas le dedicó varios artículos.


Nacido en 1837, hijo de Leonardo Hoyos y Rosa Sejas, "Hormiga Negra" fue conocido por representar al típico gaucho bravo o pendenciero, Su apodo fue heredado de su padre, quien era de baja estatura y rubio pero que "cuando sacaba el facón", lo hacía "picar pior que hormiga". Gutiérrez, en su obra lo retrata de la siguiente manera: “es un ser pequeño, delgado, de nariz aguda y de mirada más aguda aún".

La novela "Hormiga Negra" del autor argentino Eduardo Gutiérrez cuenta las aventuras y correrías del gaucho de las pampas bonaerenses en 23 capítulos, a modo casi biográfico. El libro comienza presentando al personaje principal cumpliendo su condena en la cárcel y se desarrolla en torno a la vida del mismo, con aventuras que tocan de cerca episodios de la historia argentina, convirtiéndose en un relato prácticamente de tintes históricos.

A lo largo de su vida lo acusaron de varios crímenes, muchos de los cuales no mostraron evidencias suficientes para inculparlo: el asesinato de Santiago Andino en Santa Fe, la muerte en riña de Pedro José Rodríguez, quien habría fallecido por tres heridas recibidas, hecho por el que Hormiga Negra pasaría casi diez años de su vida prófugo, el supuesto degollamiento de un niño para robarle los quesos que éste llevaba; el crimen de Lina Paenza de Marzo, ocurrido el 14 de septiembre de 1902, por el cual purgó una condena de 6 años, cumpliendo efectivamente cuatro, en la Penitenciaria Nacional.
Hormiga Negra pagó por un delito que no cometió. Fue la mujer de Martín Díaz, el verdadero asesino de Paenza de Marzo, quien años más tarde terminaría develando el misterio; luego de una disputa familiar la mujer se presentó a la Justicia e hizo entrega de las joyas de la víctima. Cuenta la leyenda que Díaz se habría encontrado con Hoyo y arrepentido, le espetó: "Perdón don Hormiga", a lo que solo habría recibido como respuesta una sonrisa.

La mitología popular y los cronistas de la época, prefirieron endilgarle fama de gaucho malo, pero su coraje quedó evidenciado cuando, como soldado, combatió en las batallas de Cepeda y Pavón, en el arma de artillería. Trabajó como peón y resero. En 1859 se casó con Juana de los Dolores Acuña.


La historia personal de Hoyo parecía ir a contramano de su leyenda. Por un lado, un hombre apreciado al que algunos consideraban un romántico que daba en ayudar a los desvalidos. Por el otro, un hombre que causaba espanto y tenía aterrorizada a toda una región, ante la sola mención de su nombre, arrastrando un presagio de muerte. El supuesto degollamiento del niño sería solo un entremezclado con la mitología gaucha. Un crimen similar se le adjudicó a Juan Moreira, otro gaucho "malo" famoso.

Es evidente que Hormiga Negra, de puño y letra, construyó su propia leyenda, quizá en el afán de ganarse un sitio en una época y en un lugar social en donde el ser hombre se reforzaba con el cuchillo, la bebida y la pendencia, pero también es evidente que muchas de las historias que se le adjudicaron fueron parte del imaginario colectivo.

También se cuenta que una tarde, ya viejo, Hoyo se enteró de que el circo de los hermanos Podestá llegaba a San Nicolás, dispuesto a representar la obra que contaba su leyenda.
En vísperas de la función, se apersonó a la carpa. "Andan diciendo que uno de ustedes va a salir el domingo delante de toda la gente y va a decir que es Hormiga Negra. Les prevengo -dijo con gesto indignado- que no van a engañar a nadie, porque Hormiga Negra soy yo y todos me conocen".
No hubo modo de que los Podestá lo hicieran entrar en razones. Hablaron de homenajes, mandaron a buscar ginebra para atemperar los ánimos, pero el anciano pobre, vestido con pulcritud, se mantuvo firme y exigió respeto.


A quien saliera a decir que era Hormiga Negra lo atropellaría el mismo con su sola presencia. El domingo el circo representó una obra. El cartel rezaba en letras grandes: "Juan Moreira".

Hoyos murió en la ciudad en que había nacido, el 1 de enero de 1918. Tenía 81 años.

No es lo mismo matar a un hombre de verdad, en carne y sangre, que matarlo en el papel de las novelas y los poemas. Lo dijo, a sabiendas, ese gaucho viejo –sabedor de las cosas amargas de la vida- en que se había convertido Guillermo Hoyo, el Hormiga Negra de San Nicolás de los Arroyos, cuya fama había trascendido las pulperías con el folletín biográfico Hormiga Negra, que el febril Eduardo Gutiérrez publicó en el diario La Patria Argentina en 1881 –y que se terminó convirtiendo en una de las mayores entre las treinta y un obras que escribió aquel en sólo diez años.
“Ya sabemos lo que son novelas y lo que son cuentos…”, le dijo el gaucho a un reporter de Caras y Caretas que lo fue a visitar en 1912 (y que publicó la entrevista en la edición del 24 de agosto). Para entonces, Hormiga Negra ya había purgado varios años a la sombra y otros tantos a la luz prófuga de las estrellas desviadas de la ley, y llevaba en sus manos la sangre de varias víctimas: el peón Santiago Andino, el malandrín Pedro Soria, el gaucho Pedro José Rodríguez, la vieja Lina Penza de Marzo, varios soldados patrios enviados tras él, un niño al que había degollado para quitarle unos quesos y el músico ambulante Mariano Rivero (a quien le había robado su acordeón, dejándolo herido con un disparo de trabuco en el pecho)… No en vano los diarios lo señalaron una y cien veces como el último gaucho malo. Y si muchos de esos crímenes no habían sido obra propia, no importaba: su mito, aun en vida, era más grande que su verdad.

Pero vale decir que de Hormiga Negra, o Guillermo Hoyo, se sabe mucho. A diferencia de Juan Moreira, de Antonio Mamerto Gil, de Juan Cuello, del Gato Moro, de Calandria, de Pastor Luna y de los hermanos Barrientos, este gaucho matrero es un hombre de los tiempos modernos; el último de una dinastía brava y feroz que hizo del coraje su religión y del duelo un modo del honor. Pero también, que se habituó al desorden y se entregó a “la vida bárbara de las pulperías, vida que no es más que una serie de trancas que no se interrumpe nunca, amenizada por un par de homicidios al mes”, según anotó Gutiérrez en las páginas de Hormiga Negra.

Sin embargo –y como ningún otro-, el matrero Hoyo murió de viejo, en paz, el 1º de enero de 1918. Lejos del filo de los facones. Pero cuidado: esto no significa que el alba del nuevo siglo no lo hubiera encontrado lejos de la ilegalidad: “si en la juventud fue apresado como gaucho malo, en la vejez sería perseguido como una especie de enemigo público”, comenta Osvaldo Aguirre en su libro Enemigos públicos, a propósito del avance de los tiempos.

El último capítulo de la leyenda de Hormiga Negra comienza el 14 de septiembre de 1902, con el relámpago de dos cuchilladas mortales sobre el pecho de Lina Penza de Marzo, una italiana que vendía verduras en una chacra de San Nicolás donde aquel solía abastecerse. “¡Unas puñaladas que le abrían el pecho cuanto era, un garrazo de tigre de los que sólo Hormiga Negra era capaz de dar, viejo y todo!”, a decir de Albino Dardo López, en la edición de Caras y Caretas del 7 de septiembre de 1918. El mismo día del crimen llegaron los gendarmes a la casa de Hoyo: alguien lo había visto en la escena del crimen y él mismo había admitido que había ido a comprar siete kilos de batatas. Que se hubiera despedido de la mujer con una sonrisa, dejándola vivita y coleando, no importaba: ya nadie le creía.
Eduardo Gutiérrez había muerto de tuberculosis hacía más de diez años y la Justicia moderna no iba a dejar pasar los delitos que varios jueces de paz –algunos de ellos, iletrados- habían permitido en otras épocas. “Para ser malo no basta querer serlo”, dice Hormiga Negra en el papel del folletín, y es suficiente para atraer el amor de la criollada y las sospechas de los pesquisas de la vida real, que lo enviaron a la penitenciaría en cuanto pudieron. El proceso fue largo: el gaucho vio pasar 1903, 1904 y 1905 desde la cárcel. Sólo en 1906 cayeron los endebles testimonios de varios testigos, cuando el sargento Inocencio Moreira presentó a un nuevo informante que decía saber que el asesino era otro. Y es que esta vez Hormiga Negra era inocente.

A decir verdad, la paisanada lo había salvado: Inocencio Moreira no era cualquier policía, sino el primo de otro bandido famoso, Juan Moreira, quizás el más famoso entre los gauchos malos. Reclutado en castigo, Inocencio había terminado por hacer carrera en la policía y había descubierto al matador de la italiana, que se llamaba Martín Díaz y que le guardaba rencor porque aquella le había negado un préstamo. Sólo cuando su propia mujer entregó un botín de joyas robadas, él se acercó a Hoyos y le dijo: “Perdón, don Hormiga”. Y perdón recibió.

Hormiga Negra recuperó su libertad, pero el mito y la realidad nunca dejaron de enredarse. Vuelto a casa, vio pasar al célebre circo criollo de los hermanos Podestá, que venía representando su vida en base al texto de Gutiérrez. “Andan diciendo que uno de ustedes va a salir delante de toda la gente y va a decir que es Hormiga Negra”, los reprendió. “Les prevengo que no van a engañar a nadie, porque Hormiga Negra soy yo”. Fue inútil para los actores tratar de explicarle. Si alguno se atrevía a autoproclamarse Hormiga Negra, él, aun anciano, lo atropellaría con su temible facón. Y del mismo modo su hija nonagenaria, Prudencia Hoyo, demandó a las editoriales Tor y El Boyero en la década de 1950.

“No sé si el verdadero Guillermo Hoyo fue el hombre de viaraza y de puñaladas que describe Gutiérrez; sé que el Guillermo Hoyo de Gutiérrez es verdadero”, opinó, mejor, Jorge Luis Borges –un apasionado del matrerismo y de la gauchesca. “Un día, fatigado de tantas ficciones, Gutiérrez compuso un libro real, elHormiga Negra. Es, desde luego, una obra ingrata. La salva un solo hecho, que la inmortalidad suele preferir: se parece a la vida”.

El tremendo Hormiga Negra, terror de policías y taita del gauchaje, pareció vivir sus últimos días sumido en esa confusión. Para un hijo de la pampa, la fama de las letras era cosa ‘e Mandinga. ¿Y qué es la verdad cuando el Quijote es más real que Cervantes y cuando lo leído forma parte de lo vivido? “Ustedes los hombres de pluma, le meten no más, inventando cosas que interesen, y que resulten lindas”, le reprochó Hormiga Negra al reporter de Caras y Caretas en 1912, ya cerca de su muerte. “Y el gaucho se presta pa’ todo. Después que ha servido de juguete para la polesia lo toman los leteratos para contar d’él á la gente lo que se les ocurre. Así debe ser el gaucho de novela, peleador hasta que no queden polesias, ó hasta que se lo limpien a él de un bayonetaso, como á Moreira…”.


viernes, 1 de mayo de 2015

MATE COCIDO (SEGUNDO DAVID PERALTA)

MATE COCIDO 

       Segundo David Peralta       



Cuando la leyenda supera a la verdad publicamos la leyenda”. John Ford

Se llamaba Segundo David Peralta, pero para el mito fue Mate Cocido. Había nacido en Monteros, Tucumán, el 3 de marzo de 1897. La leyenda lo presenta como el bandido que robaba a los ricos y ayudaba a los pobres; otros afirman que en realidad vengaba a los pobres, y no faltan los que aseguran que los representaba políticamente. Se habla de su coraje, su inteligencia y generosidad, de sus ideas anarquistas y de su prédica solidaria. Demás está decir que la competencia entre leyenda e historia, la gana de punta a punta la leyenda.

Segundo David Peralta tenía una pequeña cicatriz en la cabeza que le dio su alias. Había nacido en Tucumán pero la parte más intensa de su vida ocurrió en el Chaco.

Un célebre chamamé escrito por Nélida Argentina Zenón, canciones firmadas por Adrián Abonizio y León Gieco, relatos orales de quienes lo conocieron, tejieron una trama que ningún historiador pudo deshacer. Mate Cocido fue y será para siempre el bandido romántico, el Robin Hood de los pobres, el enemigo de la Forestal, Dreyfus, Clayton o Bunge y Born, el delincuente que ni la policía, ni los gendarmes, ni las promesas de recompensas cada vez más altas, lograrán derrotar.


Trabajó en una imprenta, era culto y planificaba sus golpes al detalle. Se dedicó a robar a firmas como Bunge & Born, Dreyfus y La Forestal, empresas que aportaban grandes sumas de dinero a la Gendarmería para dar fin a sus correrías. Hasta se llega a decir que la Gendarmería se creó a pedido de Bunge y Born para perseguirlo. Puede ser.

Se dice que para los gerentes de las multinacionales era una pesadilla. Tal vez. Yo sinceramente , no creo que haya sido para tanto, aunque sí me atrevería a decir que entre Mate Cocido y Galimberti, me quedo toda la vida con Mate Cocido. Más leal, más derecho, más hombre.

Mate Cosido, el bandido de los pobres, escribió algunas notas en la revista Ahora en las cuales justificaba sus robos, explicando que los verdaderos ladrones eran los que explotaban al trabajador y al suelo argentino. Su fama de ladrón con conciencia iba creciendo en Buenos Aires. "Decía: “Yo creo que el origen de esta conducta mía está basada en esto: No soy un delincuente nato, ni creo que mis sentimientos sean malos. Soy una fabricación por las injusticias sociales que siendo muy joven ya comprendí, y por las persecuciones gratuitas de un policía inmoral y sin escrúpulos”. Cuando la policía individualiza a un hombre con antecedentes, puntualiza, “lo primero que hacen es quererlo conquistar como delator, si no acepta, vienen las persecuciones”.


Los golpes de su banda (unos 15 hombres) siempre estaban pensados hasta el último detalle. ¿Cómo tenían la información? El apoyo de prostitutas, peones y hasta policías corruptos era la clave.

Según algunos memoralistas (Chumbita entre ellos), Vairoletto y Mate Cosido se conocieron en la Capital: fue en un prostíbulo de Barracas o en un templo masónico de San Telmo. Dos escenarios apropiados para el marco de una época que, no casualmente, tuvo en Arlt a uno de sus más agudos cronistas.


En su carrera delictiva usaba muchos documentos falsos fácilmente asequibles en Buenos Aires: Julio del Prado, Manuel Bertolatti, José Amaya, Julio Blanco.

Evitaba la violencia, nunca tenía enfrentamientos armados con la policía. No era por miedo, sino una manera de proceder.

Con el anarquista y bandido pampeano Juan Bautista Bairoletto proyectaron asaltar una fábrica de tanino, sin embargo Peralta desistió por no estar de acuerdo con lo que suponía sobrevendría: Bairoletto ejecutó el robo, dejando un empleado muerto en la balacera con la policía.

Los habitantes de Presidencia Roque Sáenz Peña, de Gancedo, y en definitiva la mayoría de los pueblos grandes, fueron admirados testigos de las acciones de Mate Cosido. Vestía casi disfrazado, o como peón rural o como viajante, para no levantar sospechas.
La leyenda se transforma en mito cuando el personaje vence las leyes de la lógica. Algo así ocurrió con nuestro héroe. No murió, no lo mataron; desapareció sin dejar huellas. Una delación, un tiroteo a orillas de las vías del ferrocarril, una ametralladora que se traba y Mate Cocido se pierde en la espesura. Para esa fecha tenía cuarenta y dos años. Era relativamente joven y estaba en la plenitud de sus energías. La Gendarmería y en particular el comisario Guillermo Solveyra Casares lo rastrearon por cielo y tierra. Siguieron sus huellas -o los rumores sobre sus huellas- por Añatuya, Corrientes, Asunción, Villarica, Lambaré, hasta que se dieron por vencidos. Mate Cocido murió en el monte como consecuencia de las heridas o se lo tragó la tierra o está en el Olimpo donde moran los grandes dioses de la historia.


Su mujer, Ramona Romano y su hijo Mario vivieron hasta hace pocos años y, según sus palabras, nunca más supieron nada de él. A partir de allí todos son rumores y leyendas. Se dijo que vivió y murió en Asunción protegido por un militar; se dijo que lo vieron en un prostíbulo de Salta; se dijo que estuvo en Rosario y fue puntero del peronismo; se dijo que vivió en Santa Fe; se dijo que murió abatido por el cáncer; se dijo y se dijo, pero pruebas concretas, ninguna.

Se sabe que tres meses después de su huida mandó una carta a la revista Ahora, explicando sus puntos de vista. La carta está firmada por uno de sus apellidos truchos: Manuel Bertolotti. Allí explica los motivos que lo arrastraron al delito y se luce hablando mal de la policía. En algún momento dice: “No soy un delincuente nato. Soy una fabricación por las injusticias sociales y por las persecuciones gratuitas de una policía inmoral y sin escrúpulos”.

La carta fue publicada por Ahora, en la edición del 29 de marzo de 1940. ¿Es auténtica? Los editores aseguran que si, pero como se dice en estos casos, nadie está en condiciones de poner las manos en el fuego acerca de su veracidad. A las afirmaciones de los editores les caben las generales de la ley, ya que a nadie se le escapa que una carta de Mate Cocido, real o no, atraía a los lectores como a las moscas el dulce.

Que el final haya quedado abierto, que nunca se haya sabido a ciencia cierta qué pasó con el bandolero más famoso de la Argentina, es otro de los factores que contribuyen a afianzar el mito. Para el paisanaje, para los trabajadores de los obrajes, para las sufridas mujeres de la servidumbre, Mate Cocido no murió, está vivo, anda por allí perdido en el monte, en algún momento va a retornar a defender a los pobres, a hacerle la vida imposible a los ricos. El rumor circula desde el campo a la ciudad, desde el Chaco montaraz y salvaje a las grandes ciudades.

Eric Hobsbawm alguna vez escribió sobre los bandidos rurales, los bandidos a quienes a diferencia del delincuente común se les atribuye una sensibilidad especial, una capacidad para representar sentimientos, deseos primarios de justicia de las clases populares en sociedades donde la tensión entre tradición y modernidad es particularmente intensa.


Mate Cocido alguna vez fue obrero gráfico, hasta que los maltratos, las necesidades, su propia elección y eso que se llama destino, lo volcaron al camino del delito. Sus andanzas se desplegaron por Tucumán, Córdoba, Santa Fe y Santiago del Estero. Estuvo preso un montón de veces y en algún momento decidió irse al Chaco, entoncés territorio federal y espacio propicio para asaltos a bancos trenes pagadores y, más adelante, secuestros de gerentes y estancieros.

El chamamé dice que el hombre fue terror de los argentinos del ‘18 al ‘42. No fue exactamente así, pero un chamamé no tiene la obligación de ser riguroso con las fechas. La leyenda de Mate Cocido, empieza en el Chaco y su momento de esplendor es la década del treinta. Antes había sido un delincuente más, conocido por su abundante prontuario y sus reiteradas temporadas en la cárcel.

¿Fue la sensibilidad social lo que lo llevó a ser generoso con los pobres o, por el contrario, la conveniencia? Buscado por la Policía y luego por la Gendarmería, Mate Cocido se refugia en los rancheríos, se las ingenia para ganarse la simpatía de quienes le pueden dar una mano. En el camino ayuda a enfermos y reparte plata. Cuando asalta la agencia de Dreyfus de Machagay, deja sin un peso la caja fuerte, pero no toca los sobres donde está el dinero de los sueldos de la peonada.

De lo demás se encarga la leyenda. Lo que ocurre es que a diferencia de otros delincuentes, Mate Cocido dispone de una notable capacidad de reflexión. Roba porque ése es su oficio, pero prepara los operativos a conciencia y siempre se esfuerza para que no haya víctimas innecesarias. No es un ideólogo de izquierda, pero sabe que robarle a las empresas multinacionales le brinda, como se dice hoy, buena prensa.

Por supuesto, sus precauciones para que no haya víctimas no impide que mueran inocentes; sus códigos de lealtad periódicamente son traicionados por sus compinches que están muy lejos de ser carmelitas descalzas. Eusebio Zamacola, Antonio Rossi, el Tata Miño le van a ser leales, pero abundan las traiciones. Sin ir más lejos, en su último operativo, cuando secuestran al encargado de la estancia de los Fuken, Jacinto Berzón, el operativo fracasa porque Julián Centurión, encargado de la custodia del rehén, lo libera por una recompensa.

También en este punto, la leyenda parece repetirse. Los héroes siempre son entregados por una mujer o un amigo. Así fue con Mate Cocido, así fue con su heredero veinte años después, Isidro Velázquez. Es que, como diría Jorge Luis Borges, “cuentan que una mujer fue y lo entregó a la partida, a todos tarde o temprano nos va entregando la vida”.

Fue uno de los más buscados. Su rastro se perdió tras un tiroteo en el Chaco.

Hace casi 75 años años, cuando lo vieron por última vez, Segundo David Peralta ya era leyenda. Había nacido en 1897 en Monteros, Tucumán. Tres décadas después "su territorio" abarcaba Tucumán, Santiago del Estero y, en especial, el monte del Chaco. En esa "comarca" pocos sabían su nombre pero nadie desconocía a "Mate Cosido".

La última vez que lo vieron fue el 7 de enero de 1940, cuando el grupo iba a cobrar el rescate por un secuestrado. El dinero debía ser arrojado desde un tren, cerca de Villa Berthet, en Chaco. Pero un soplón los había vendido y en el convoy la Gendarmería tenía un pelotón de fusileros.

Herido en la cadera, unos dicen que escapó a Santiago del Estero. Otros cuentan que terminó sus días en Paraguay. Otros, que se refugió en Córdoba. De él sólo quedó su prontuario de Gendarmería: lleva el número 1. La captura de Mate Cosido vivo o muerto fue la misión inicial de la Gendarmería, creada en julio de 1938.


Canciones

León Gieco compuso una canción llamada "Bandidos rurales" en donde cuenta la vida de famosos bandidos, con una buena parte dedicada a Mate Cosido.
Adrián Abonizio compuso una canción llamada "Historia de Mate Cosido" que luego fuera popularizada por Juan Carlos Baglietto.
Nélida Argentina Zenón compuso un clásico chamamé llamado "Mate Cosido", que fue grabado por ella misma y varios intérpretes mas. La letra dice:
Esta es la historia de un gaucho bueno
que un día el destino lo castigó
llenando su alma de tucumano
de la injusticia que lo venció.
Mate Cosido era el apodo de aquel bandido bravo y feroz
que fue el terror del norte argentino, del 18 al 42.
Formó su trío de bandoleros con Zamacola y “el calabrés”
en los poblados y en los caminos fueron temidos yaguaretés.
Pero fue un día, allá, en el Chaco
que un compañero lo delató
desde aquel día Mate Cosido
huyó a la selva y nunca volvió.