"MEMORIAS CURIOSAS" DE JUAN MANUEL BERUTI: EL 25 DE MAYO DE 1810
LA REVOLUCION DE MAYO
Juan
Manuel Beruti llevó desde los trece años y durante su larguísima vida –nació en
1777 y murió en 1856– un diario de los acontecimientos públicos de la ciudad.
El
libro fue publicado por primera vez con el nombre de "Memorias
Curiosas" en 1942 y constituye una fuente de información riquísima para
los historiadores de la primera mitad del siglo XIX.
Al
haber sido escrito cotidianamente, nos permite conocer como conocieron las
contemporáneos el 25 de mayo.
Transcribo
el 25 de mayo según las "MEMORIAS CURIOSAS" DE JUAN MANUEL BERUTI:
El
alcalde mayor hizo una seña y los miembros de la Junta se
arrodillaron
frente a la mesa municipal. Los Santos Evangelios
estaban
abiertos en el relato de San Lucas. Cornelio Saavedra puso la
palma
de su mano sobre ellos. Juan José Castelli apoyo la suya sobre
uno
de los hombros de Saavedra y Manuel Belgrano hizo lo mismo sobre
el
otro. El resto copió el gesto. Eran casi las 9 de la noche del
viernes
25 de Mayo de 1810 y el Sí, juro de los nueve hombres
entrelazados
marcaba el final de cuatro días intensos.
Cornelio
Saavedra se levantó y la Junta ocupó los asientos bajo el
dosel
del salón central del segundo piso del Cabildo. Después el
comandante
fue hasta el balcón. Abajo, en la Plaza, quedaba poca
gente
bajo la lluvia. Saavedra les habló para pedirles que
mantuvieran
orden, la unión y la fraternidad, y para que se respetara
la
figura del ex virrey Cisneros.
Esa
noche, los miembros de la Junta salieron juntos. Atravesaron la
Plaza,
pasaron por debajo de la Recova y los pasos firmes —que
resonaron
huecos en el barro— los llevaron hasta el Fuerte, desde
donde
iban a gobernar Buenos Aires y el resto del Virreinato hasta
fines
de 1810.
Aquel
día, el Cabildo había estado lleno desde temprano, a las 8 de
las
mañana. Los asistentes habían llegado para considerar la renuncia
de
la Junta nombrada el 23 de mayo, encabezada por el virrey
Cisneros.
Habían jurado a las 3 de la tarde del 24 y seis horas
después,
frente a la presión de los criollos, presentaban sus
renuncias.
En
el salón del Cabildo, la postura del síndico procurador, Julián de
Leiva,
aún era inamovible: no aceptaba la renuncia de Cisneros y
proponía
autorizarlo a usar la fuerza para fusilar y dispersar al
pueblo.
Leiva se aferraba a una idea errónea: creía contar con el
apoyo
de Saavedra.
A
esa hora, la Plaza ya estaba ocupada. Pero la mayoría de las
milicias
estaba en los cuarteles, esperando noticias del Cabildo. Las
novedades
sobre la posición de Leiva llegaron pronto. Cuando se
difundieron,
un grupo encabezado por Feliciano Chiclana y Domingo
French
—que como todos los partidarios criollos estaban reunidos en
la
casa de Rodríguez Peña— salió hacia el Cabildo. En el impulso,
todos
llegaron hasta la galería de arriba.
Fue
el propio Leiva quien abrió la puerta del salón al
escucharlos.
"¿Qué es lo que ustedes quieren?", cuentan que dijo. "La
deposición
inmediata de Cisneros", le gritaron los criollos. Desde
adentro
pidieron que nombraran una comisión de representantes para
explicar
sus reclamos. Las crónicas de la época dicen que llevaban
escritos
los nombres para una nueva junta de gobierno. El Cabildo
objetó
la propuesta. Para eso se debía consultar al resto de los
pueblos
del Virreinato, se sostenía como argumento principal.
La
discusión se encendía y uno de los vecinos acaudalados, de
apellido
Anchorena, propuso citar a los comandantes de las milicias
para
opinar y votar. Los delegados de los criollos salieron para
juntarse
en la Fonda de las Naciones de la Vereda Ancha, una de las
tantas
del radio de la Plaza. El cielo estaba nublado y amenazaba con
desarmarse
en agua, como venía ocurriendo desde hacía días. Cuando
los
comandantes se reunieron, Leiva pidió apoyo para las autoridades
elegidas
el 23.
El
comandante Romero, un moderado que lideraba una milicia, contestó
que
no era posible sostener la elección del virrey como presidente de
la
Junta, que las tropas y el pueblo estaban indignados y que ellos
no
tenían autoridad para darle apoyo al Cabildo, porque sabían que no
iban
a ser obedecidos. Se animó a pronosticar que si el Cabildo
insistía
en lo resuelto no podrían evitar que la tropa llegara hasta
la
Plaza para imponer su posición.
La
gente había vuelto a tomar las galerías. Y Leiva le habló al resto
de
los cabildantes: "No hay más remedio que consentir", se le oyó
decir.
Martín Rodríguez salió al corredor y, a los gritos, contó a la
gente
que el virrey había quedado fuera del gobierno. Después corrió
hasta
la casa de Rodríguez Peña, donde estaban los líderes del
movimiento
criollo. Entonces Peña dijo que había que llevar la lista
de
la nueva Junta al Cabildo. Cuando Beruti y French entraron en el
salón
del edificio donde se seguía sesionando, los cabildantes
ocupaban
sus asientos detrás de la gran mesa que da a la puerta. Los
patriotas
se agruparon en la baranda que limitaba el recinto hacia el
lado
de afuera.
La
respuesta fue una exigencia: que expresaran por escrito la
voluntad
del pueblo. Al rato llegó una presentación con más de 400
firmas.
Eran las 15.30 cuando Leiva puso el último obstáculo. Pidió
que
el pueblo se congregara en la Plaza para que, al leer los
nombres,
los ratificaran.
A
las 4 de la tarde, Leiva salió al balcón. El resto de los
cabildantes
lo siguieron. Cuando miraron hacia la Plaza, el síndico,
irónico,
preguntó: "¿Dónde está el pueblo?". Abajo había poca gente.
Y
fue Beruti quien repitió que el pueblo en cuyo nombre hablaban
estaba
armado en los cuarteles y otra gran parte del vecindario
esperaba
en distintos lugares para ir. El griterío creció.
Finalmente,
Leiva en nombre del Cabildo, cedió. Y así se dieron por
anulados
los actos del día 23 y 24.
El
vozarrón de Martín Rodríguez se volvió a escuchar a las cuatro y
media.
Pero esta vez fue en el balcón, cuando leyó los nombres de la
Junta
de Gobierno que quedaba encargada provisoriamente de la
autoridad
de todo el Virreinato.
La
espera, luego, fue larga. Hasta que, cuando faltaban minutos para
las
9 de la noche, el alcalde mayor abrió los Santos Evangelios. La
nueva
Junta entró por el centro del salón en medio de un gran
silencio.
El funcionario hizo una seña y se acercó a Saavedra con el
libro
abierto. Los nueve hombres se comprometieron a conservar esta
parte
de América para Fernando VII, el rey de España, prisionero de
Napoleón.
Afuera llovía. Y en la Plaza todavía quedaba gente.
Fuentes:
"Memorias curiosas", de Juan Manuel Beruti, Colección
Memoria
Argentina, Emecé, 2001
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