viernes, 9 de octubre de 2015

Sancti Spiritu: primera población en tierra argentina

Sancti Spiritu



Fue la primera población en tierra argentina, fundada por Sebastián Caboto en 1526; diez años antes que Pedro de Mendoza fundara Buenos Aires. Fue un poblado esforzado y valiente que finalmente sucumbió –como también Buenos Aires- ante el ataque de los aborígenes.
Cuando los reyes de España firman en 1514 con Juan Díaz de Solís una capitulación para recorrer las costas de América en dirección al sud, lo hacen con la intención de encontrar un paso que comunicara los océanos Atlántico y Pacífico. Ninguna expedición había recorrido antes las regiones de nuestro Río de la Plata. El viaje de Solís estuvo rodeado del más estricto secreto para impedir que la noticia llegase a conocimiento del rey de Portugal que en virtud de acuerdos celebrados podía pedir la inmediata suspensión del mismo. (1)
Díaz de Solís parte de San Lúcar de Barrameda el 8 de octubre de 1515. Lo hace en dos naos de apenas treinta toneladas y otra mayor de sesenta. Lo acompañan en total sesenta hombres. Tras un viaje de itinerario incierto, las tres pequeñas naves se encuentran navegando ya en aguas de nuestro río Paraná, más precisamente en la embocadura del Paraná Guazú, en los primeros días del mes de febrero de 1516, cuatro meses después de la partida. (2)
En ese mismo mes costea la desembocadura del río Uruguay y llega hasta la isla de Martín García, donde desembarca para enterrar allí a un marinero de ese nombre. Luego se dirige a las márgenes del Uruguay y desembarca con una canoa en compañía de dos delegados del rey, tres marineros y un grumete llamado Francisco del Puerto, primero de los tres náufragos que habrá de jugar un papel fundamental en nuestro relato. Apenas tocan tierra son salvajemente atacados por indios guaraníes. Sin nada poder hacer por ellos, los españoles contemplan horrorizados desde las carabelas como son muertos, despedazados y comidos por los indígenas, con excepción del grumete que es llevado prisionero.
La muerte de Solís impuso el inmediato regreso a España de la expedición. Pero cuando están frente a Brasil, antes de poner proa definitiva en procura del cruce del océano, una de las carabelas naufraga el mes de abril en Los Patos, frente a la isla Santa Catalina, quedando en tierra 18 hombres. Los náufragos tuvieron suerte varia. Siete de ellos se fueron por la costa, hacia el norte, y cayeron en poder de los portugueses. Uno –Alejo García- atraído por las fantásticas noticias que los indígenas daban sobre la existencia de un imperio fabulosamente rico en dirección al oeste, se puso a la cabeza de varios centenares de ellos y en compañía de cuatro de los náufragos parte en busca del Imperio del Rey Blanco y de la Sierra de la Plata, en un viaje épico, verdaderamente extraordinario. Los seis restantes quedaron en Los Patos. Cuatro de éstos murieron y finalmente los dos restantes –Enrique Montes y Melchor Ramírez- habrán de ser también protagonistas decisivos de lo que narraremos.
La expedición de Sebastián Caboto
Once largos años habrían de transcurrir en las desoladas costas antes que otra armada española se presentara en el río de Solís. El paso entre ambos océanos había sido descubierto por fin por Magallanes en 1520 y por allí habría de pasar Sebastián Caboto de acuerdo a la capitulación celebrada con el rey Carlos V para llegar hasta “las tierras de Maluco y las otras islas y tierras de Tarsis y Ofir y el Catayo Oriental y Cipango”.
Después de muy prolongados preparativos, la armada de Caboto partió finalmente de San Lúcar el 3 de abril de 1526. Componían la expedición algo más de 200 hombres, repartidos en tres naos (Santa María de la Concepción, Santa María del Espinar y la Trinidad) y una carabela. Se trataba de una expedición muy bien provista en gente y materiales. Venían hombres de armas, calafates, carpinteros, alguaciles, cirujanos, lombarderos, herreros, veedores de los armadores y no menos de 50 tripulantes en carácter de marineros, pajes, criados y grumetes. También la integraba un “clérigo de la armada”, un escribano de la armada, un tesorero y tres contadores.
El capitán general era Sebastián Caboto, quien ejercía en ese momento el cargo más alto en España en esta materia: piloto mayor del rey, algo así como un Jefe del Estado Mayor General de la Armada de nuestros días. Hijo de navegantes, se consideraba a sí mismo como veneciano. “Delgado, con una barba blanca, en punta, que le cubría el pecho, siempre vestido de negro, parecía mago… Había vivido largos años en Inglaterra, en España y otros países, intimando con reyes, navegantes, aventureros, cosmógrafos y astrólogos. Hablaba, como si hubiera sido su idioma, el inglés, el italiano, el genovés, el portugués. Entendía la jerga de los marineros levantinos, el griego y el latín”. (3) Tenía corresponsales en todas las naciones que lo informaban prolijamente de las expediciones y de los secretos de las cortes. Verdadero hombre de ciencia de la época, todo lo lograba con audacia o con prudencia.
El 20 de octubre estaban frente a Santa Catalina. Y dos días después aparece una canoa indígena al costado de la nave capitana trayendo a bordo a Enrique Montes, nuestro conocido náufrago de la expedición de Díaz de Solís. Pocas horas más tarde, el mismo día, subía también Melchor Ramírez, su compañero. ¡Enorme alborozo de los náufragos! Pero no menor el de Caboto ante la narración que hacían. “Nunca hombres fueron tan bienaventurados como los de esta arma –decía llorando Montes- que hay tanta plata y oro en el río de Solís que todos serían ricos”. Porque bastaba subir por un río Paraná arriba y otros que a él vienen a dar y que iban a confinar con una sierra para “cargar las naves con oro y plata”.
Sin embargo surge la oposición de Miguel de Rodas (piloto mayor de la nave capitana), Francisco Rojas (capitán de La Trinidad) y Martín Méndez (sustituto de Caboto en la propia capitanía general), lo que se resuelve con el desembarco de los tres y su abandono en las solitarias costas. No sin que antes debieran soportar la pérdida de una de las naves y una grave epidemia que retuvo a la armada, detenida en el lugar otros cuatro meses. Soplan por fin vientos tan favorables que al cabo de seis días de partir de Santa Catalina se enfrentan con la desembocadura del río de Solís. Allí fondea Caboto en un nuevo compás de premonitoria espera. Hasta que se presenta en el lugar el tercer náufrago de Solís, Francisco del Puerto, quien no solamente ya hablaba con fluidez los idiomas aborígenes sino que confirma ampliamente a Caboto hacia dónde debían dirigirse para llegar a las sierras “donde comenzaban las minas de plata y oro”.
Caboto dispone que dos de las naves queden sobre el río Uruguay, en la desembocadura del arroyo San Salvador, a cargo de Antón Grajeda, maestre de la nave capitana, con treinta hombres, y él parte con otras dos en busca del lugar que habría de llevarlo al encuentro de las soñadas riquezas. Penetra por el Paraná de las Palmas y llega a la desembocadura del río Carcarañá. “Este es el río que desciende de las sierras”, es el dato exacto que da Francisco del Puerto de acuerdo a los informes recogidos entre los indígenas. Era el 27 de mayo de 1527. Y allí desembarca Caboto y su gente, salvo Grajeda y quienes con él quedaron en San Salvador.
Europa ya tenía algunas noticias acerca del imperio inca y sus riquezas, y Caboto, también había recogido informes muy precisos, que lo certificaban.
De las serranías cordobesas descienden cinco ríos principales hacia la llanura, que quien sabe por qué razones se conocen por su orden numérico. Los ríos Primero y Segundo desembocan en la laguna de Mar Chiquita. El Tercero o Carcarañá es el único que llega hasta el Paraná. El Cuarto se pierde en grandes bañados después de La Carlota y en tiempos muy lluviosos vuelve a aparecer para unirse al Tercero, todavía en la provincia de Córdoba, a la altura de Saladillo. El Quinto se pierde al sur de la provincia. El Tercero es el más caudaloso de los cinco: lo forman cinco afluentes que se unen –como los cinco dedos de una mano- casi en un mismo lugar, donde actualmente está el Embalse de Río Tercero.
Atraviesa la Sierra de los Cóndores al salir del Embalse y entra directamente en la llanura cordobesa para atravesar después la llanura santafesina desembocando en el preciso lugar en el que el cauce del río Paraná cruza de costa, por decir así. Hasta allí el cauce principal del Paraná corre recostado sobre las costas correntina y entrerriana. Pero desde Diamante se dirige en diagonal hacia las provincias de Santa Fe y Buenos Aires. En el lugar de desembocadura del Carcarañá desemboca también, viniendo directamente del norte, el llamado río Coronda, uno de los tantos aunque caudalosos brazos menores del mismo Paraná.
Ese río Coronda, profundo, de corriente mansa, de unos 100 metros de ancho, fue el preferido durante todo el tiempo de la colonia –y aún mucho después- para llegar hasta la ciudad de Santa Fe. Con el nombre de “fortaleza de Caboto”, “real” o “real de Caboto” o con las denominaciones de “rincón de Caboto”, “fuerte Sancti Spiritu”, y directamente “Sancti Spiritu”, sobre la margen derecha del Carcarañá, figuró desde entonces en todos los mapas que fueron publicándose. Después de la destrucción y abandono del lugar por parte de la expedición de Caboto, nunca más intentó reconstruirse. Tampoco se instaló en el lugar mismo ninguna población durante la conquista. Y lo particularmente curioso es que ha merecido escasísima atención por parte de historiadores.
Inmediatamente después de instalado, Caboto convocó a todos los indios de la comarca; les hizo conocer su voluntad de “pacificación de la tierra” y llegó a un acuerdo con ellos. Los querandíes suministrarían carne (venado, avestruces, guanacos o llamas); los timbúes, pescado y grasa de pescado; los carcaraes, calabazas, habas y abatí. Retribuyó con equidad las prestaciones de los indígenas delegando en Enrique Montes la provisión del material de intercambio: tijeras, cuchillos, hachuelas, punzones, hilo, paño, agujas y sobre todo anzuelos de tamaño diverso y en cantidad (4), no olvidando a las indias, que recibían espejos y adornos.
La presencia de Caboto en el lugar era clandestina. Estaba impedido, por consiguiente de “fundar”. Sin embargo procedió a hacer “repartimientos de tierras y heredades y cortijos, se hicieron sementeras de pan y se estuvieron allí edificando y labrando y sembrando tiempo de tres años”. (5) Las jóvenes indias no tardaron en formar familia con muchos de los expedicionarios y se procedió a construir para su alojamiento no menos de veinte viviendas con troncos, barro y paja, es decir, los típicos ranchos que se hacen en las islas y las costas del Paraná. Y a los seis meses de formaba la aldea tuvo finalmente su recinto fortificado: entre todos se excavó un foso, con la tierra extraída se levantó un muro y se instalaron allí construcciones para enseres, víveres, etc., recinto que estaba defendido con más de una docena de piezas de artillería.
Desde muy temprano los hombres se dirigían a atender los sembradíos. Otros recorrían los espineles, se refaccionaron las embarcaciones, se construyeron otras menores, se mantenían en buenas condiciones las armas de fuego. Un día se encontraron 52 granos de trigo y algunos de cebada en el fondo de las naves. Se los sembró y con gran alborozo se celebró una cosecha que llenó de asombro a todos; siembra que se repitió nuevamente cuando llegó el tiempo. Así transcurrió la vida del pequeño pueblo, en perfecta paz, durante casi dos años y medio. Sancti Spiritu fue, pues, la primera auténtica población de nuestro territorio. Allí se produjo el nacimiento de la nueva raza con la unión de indias y españoles, allí se sembró sistemáticamente donde después habría de convertirse en una de las zonas agrícolas más importantes del mundo, allí se celebró misa todas las semanas en la cámara donde vivía Caboto.
Las rígidas normas de disciplina impuestas por Caboto desde el comienzo en el establecimiento apuntaban a un primordial objetivo: establecer normas leales de convivencia con los indígenas amigos y mantenerlas a toda costa. Fuese quien fuese el perturbador –español o nativo- lo pagaría caro. Esta política de recíproca confianza y de firme ejemplo, dio sus frutos. La vida transcurría plácidamente y sin zozobras.
A fines del invierno, y una vez reunida toda su gente en Sancti Spiritu, Caboto despachó exploradores para averiguar si era posible llegar por tierra a las sierras. Estaban ya listos para partir cuando los querandíes le informaron que el viaje era en ese momento imposible “porque le dijeron en ocho jornadas no hallarían agua”. (6)
Procedió entonces a hacer construir un bergantín y partió con él y una galera el 23 de diciembre, con 130 hombres, siete meses después de haberse instalado en Sancti Spiritu.
La empresa de remontar el Paraná resultó ardua y penosa. Faltó comida, debían navegar muy lentamente a la sirga por falta de viento, se vieron duramente hostilizados por los indígenas. Hasta que en las cercanías del Bermejo fueron víctimas de una celada por parte de los chandules, parcialidad guaraní, quienes contando con la increíble complicidad de Francisco del Puerto, atacaron al bergantín matando 18 hombres, entre ellos a Miguel Ríos, sucesor de Caboto y veedor de los armadores en la nave capitana. En vista de la hostilidad circundante Caboto decide regresar a Sancti Spiritu cuando corría ya el mes de mayo de 1528. Había bajado muchas leguas cuando ante el asombro general se vieron asomar dos velas que iban remontando el río: pertenecían a la armada de Diego García de Moguer. Este había llegado a principios de 1528 al Río de la Plata. Su capitulación con el rey le permitía entrar en la región. Mientras se hallaba navegando por el río Paraná, se encontró de pronto con el fuerte Sancti Spiritu. Sorprendido y a la vez indignado, le ordenó al capitán Gregorio Caro que abandonase el lugar, dado que esa era conquista que sólo a él le pertenecía por haber sido designado por España para explorar esas tierras. Pero accediendo a los ruegos de Caro y su gente para que fuese en auxilio de Caboto, García prosiguió aguas arriba y entre las actuales localidades de Goya y Bella Vista se encontraron.
El enfrentamiento entre Caboto y García fue poco cordial. Pero al cabo de ciertos “debates y requerimientos” y teniendo en cuenta el ensoberbecimiento de los chandules ante su victoria, que ambos se encontraban sin provisiones y que Sancti Spiritu no se hallaba lejos, acordaron unirse y bajar a la fortaleza, construir una media docena de bergantines y subir enseguida unidos para continuar la exploración del río.
Nuevamente y durante varios meses la vida volvió a discurrir cómoda y tranquila en el Carcarañá con el alegre zumbido de las sierras, el tableteo de los martillos, la paciencia de los calafates, en la tarea de construir los bergantines. Aunque Caboto no vaciló en imponer toda su disciplina a los hombres de García: les impedía salir a pescar o que tuviesen un comportamiento inadecuado con los indígenas. Llegó incluso a emplazarles la artillería cuando quisieron salir con sus propias canoas.
Pero ni Caboto se había desviado de su periplo a las Molucas ni García se apartaba del Paraná por insignificantes razones: el hechizo del oro y de la plata en cantidades de fantasía los mantenía en continuo deslumbramiento.
Finalmente cuatro bergantines de Caboto y tres de García parten el mes de diciembre. Pero pocos días antes de partir Caboto lleva adelante otro proyecto, largamente madurado desde su arribo al Carcarañá: autoriza al más importante de sus hombres de armas, el capitán Francisco César, para emprender una expedición por tierra para ir en procura de las sierras y de sus minas. ¿No descendía el Carcarañá de las montañas? ¿No habían establecido el fuerte precisamente allí por esa razón? César inicia la expedición en compañía de 14 hombres sin siquiera remotamente sospechar que esa expedición de ida y vuelta hasta las sierras de Córdoba bordando el río Carcarañá habrá de convertirse en causa de fabuloso mito y su nombre habrá de permanecer asociado para siempre a una de las más bellas leyendas de la conquista de América. (7)
La segunda expedición por el Paraná fue breve y desalentadora. Pronto reciben noticias que los chandules esperaban el momento propicio para asaltar simultáneamente a Sancti Spiritu y a las embarcaciones en cuanto desembarcaran en cualquier lugar. Al cabo de sesenta días entre ida y vuelta, Caboto y García fondean nuevamente sus embarcaciones frente al fuerte. Y ocho días después, con siete de sus compañeros aparece Francisco César con noticias que despiertan el loco entusiasmo de todos los expedicionarios.
El objetivo largamente soñado estaba logrado: las famosas sierras existían. Uno de los compañeros de César manifiesta a Caboto que “habían visto grandes riquezas de oro y plata y piedras preciosas”. César muestra asimismo algunas muestras de oro. Antonio Serrano describe que César llegó a las nacientes del río en Calamuchita, siguió luego por alguno de sus afluentes, cruzó las Sierras de los Comechingones –que separan a Córdoba de San Luis– y llegó hasta el Valle de Conlara. Caboto escribe a Antón Grajeda informándole sobre las buenas nuevas traídas por César, diciéndole que está dispuesto a partir enseguida hacia las minas recomendándole que tuviera cuidado de que las naves permaneciesen a buen resguardo durante su ausencia. Pero el propio Grajeda –que hasta entonces había permanecido quieto en San Salvador, en una especie de apoyo logístico con hombres y naves en la desembocadura del Plata- le contestó que esta vez no quería quedarse sin tomar participación en el proyectado viaje.
Se celebra una amplia junta donde cambian opiniones Caboto, García y todos los oficiales, donde se decide que ambos capitanes se trasladen a San Salvador llevando la galera y los bergantines para dejarlos bajo la inmediata vigilancia de Grajeda. De esta manera la guarnición que quedaría a cargo del fuerte estaría libre del problema de defender las embarcaciones. Estamos ya en el mes de febrero de 1529. De aquí el mes de setiembre se desencadena una serie de acontecimientos que van adquiriendo cada vez mayor gravedad y que culmina con la abierta hostilidad de los guaraníes.
Gregorio Caro habría de declarar después que el verdadero propósito del viaje de Caboto a San Salvador tenía por principal objetivo hacer un escarmiento a los guaraníes. En tal sentido ya había encargado a Antonio Montoya, contador de La Trinidad, que con un bergantín cumpliese la misión de convocar a la guerra a los timbúes y caracaraes, misión que se preparó y cumplió exitosamente. Pero la decisión de los guaraníes –conocida ya cuando Caboto y García fueron advertidos en su segundo viaje por el Paraná- era no menos resuelta y definitiva.
En cierto modo el conflicto estaba declarado. Resuelto el viaje a San Salvador, Caboto despachó adelante a Montoya a cargo de uno de los bergantines y a Juan de Junco, tesorero de la Santa María del Espinar y séptimo en el orden de sucesión de mando de Caboto, con una barca y un bergantín pequeño de los de García. A unas 15 leguas de la fortaleza aguas abajo, vieron muchos indios en un rancho y con deseos de “tomar lengua” se acercaron a la orilla y como notaran que huían temieron que hubiesen cometido “alguna ruindad”. Bajó a tierra Montoya con dos hombres y se encontró con una caja escondida entre las malezas, las ropas y los restos de tres españoles despedazados que se supo después iban de San Salvador al fuerte, dos de los de Caboto y uno de García. Atento a lo que pasaba, Montoya despachó inmediatamente dos hombres a Sancti Spiritu para que manifestasen a Caboto lo que estaba ocurriendo.
En vista de esta noticia se decidió en el fuerte disponer medidas contundentes. Se acordó dar un asalto a ranchos indígenas de las islas vecinas para lo cual se comisionó al capitán Caro, quien sin vacilar mató a cien de ellos y se llevó prisioneros a mujeres y niños. Y al haberse escapado algunos indios que también habían sido hechos prisioneros volvieron a salir, mandados ya en persona por Caboto y García, en cuatro bergantines y con ochenta hombres, y mataron los que pudieron en la isla que está enfrente del fuerte, río Coronda por medio.
Los caciques cuyas mujeres y niños estaban prisioneros en el fuerte se presentaron ante Caboto en solicitud para que pusiese en libertad a sus familiares. Caboto, a quien su política de apaciguamiento y entendimiento ya se le iba de las manos, les habló largamente, ofreció mantener buenas relaciones como las que antes habían tenido con el fuerte y concluyó finalmente por entregarles mujeres e hijos. Pero los indios –que eran precisamente los que traían todos los días las provisiones de pescado- no aparecieron al día siguiente ni aparecieron más. Finalmente unos ocho días antes de que Caboto se dirigiera a San Salvador, al ver pasar al cacique Yaguarí en una canoa por el río y al no presentarse rápidamente a su llamado, lo hizo traer, le asestó un bofetón y dejó que uno de los marineros, Nicolás de Nápoles, le asestara una cuchillada.
Es en estas dramáticas circunstancias que Caboto emprende su viaje a San Salvador con 100 hombres, llevando la galera y tres bergantines, uno de los cuales con la proa en tierra y semi hundido. No bien salido recibe alarmantes noticias sobre la decisión inminente de los guaraníes de incendiar y destruir el fuerte. Caboto, sin embargo, confiando en las decisiones que había tomado antes de partir, y en las órdenes estrictas que había dejado para prevenir el hecho, decide seguir adelante. La suerte estaba echada.
Fresca noche de setiembre. El cirujano Pedro maestre acompañaba al sargento mayor Juan de Cienfuegos en la ronda más difícil de la noche: la del cuarto del alba. Faltaba todavía largo rato para amanecer. Todo estaba en orden. Pedro Maestre hizo una recorrida y echó una mirada al dormido capitán Caro ¿Qué le hubiera costado ceder? Todos sabían perfectamente que el mayor peligro que el fuerte podía correr provenía del incendio por hallarse sus ranchos cubiertos con paja ¿Por qué no aceptó la idea de destecharlo todo? ¿Por qué no aceptó hacer una tapia en medio de la fortaleza y trasladar allí las viviendas de los soldados, cubriendo algunas con barro y dejando a todas descubiertas por el momento? “Parecerían así camarillas de mujeres de mal vivir”, fue la descomedida respuesta. Todo se podía haber hecho.
Pedro Maestre se había retirado a su rancho, fuera del recinto, cuando una infernal gritería lo sorprendió junto al fuego tostando abatí, preocupado por haber levantado la ronda antes de tiempo. Cuando Juan de Cienfuegos dio la alarma ya los indígenas estaban frente al fuerte con las antorchas encendidas. Caro y sus hombres sintieron el griterío pero la casa donde dormían ya estaba ardiendo. Sin vacilar les hizo frente, con mucha fortuna inicial, pero cuando advirtió que sólo cinco o seis lo acompañaban, emprendió la retirada y se lanzó corriendo hacia la barranca, saltó a la playa y escapó a los bergantines.
Alonso Peraza, alguacil mayor de la armada con cuatro o cinco hombres, oponía firme resistencia por su lado, desde el bergantín varado en el Carcarañá que otros tantos trataban de echar al río. Advirtió que los indios estaban ya casi sin flechas y valientemente se lanzó de nuevo a tierra a combatir. Al verlo, hicieron lo mismo varios del bergantín donde había subido Caro.
El incendio iluminaba la costa y el río. Más lejos, grandes lenguas de fuego señalaban los lugares donde estaban ubicadas las casas fuera del recinto. Más y más indígenas aparecían de todas partes. El clérigo García venía corriendo hacia la costa con una espada en la mano y el otro brazo envuelto para la pelea en una manta a cuadros. Llamó a los gritos a Caro, increpándolo para que descendiera y presentara lucha. Pero en vano. Herido de un flechazo en el pecho siguió peleando y se abrió camino procurando salvar a su paje pero finalmente no tuvo más remedio que echarse al río.
Mientras tanto Peraza y unos treinta hombres continuaban pujando desesperadamente por echar al agua el bergantín varado. Pedro Maestre, herido de tres flechazos, continuaba combatiendo a su lado hasta que vio caer apaleados a varios de sus compañeros.
El bergantín de Caro estaba ya colmado de gente. Estaba apenas a quince metros de la costa pero comenzaba ya a ser llevado por la corriente aguas abajo. El joven Alonso de Santa Cruz, entonces de veinte años, que habría de ser con el tiempo famoso cosmógrafo del rey, autor de una obra sobre islas y con cuyo consejo y datos habría de contribuir a la gran obra de su amigo Fernández de Oviedo (8), avanzó lentamente hacia el bergantín creyendo que no lo alcanzaba, hasta que logró aferrarse a su borda cuando el agua le cubría la garganta. Alvar Núñez de Balboa, hermano del descubridor del Océano Pacífico, que desde hacía varios meses permanecía en el fuerte por haberse quebrado una pierna, había llegado penosamente hasta la orilla y desde allí fue auxiliado para llegar hasta el bergantín. Fue de los últimos en subir.
La terrible y desigual lucha iba cesando en la misma medida en que crecía el furor de las llamas y los gritos de los indígenas. Los que estaban junto al bergantín varado se habían echado al agua. Varios cruzaron a nado el Carcarañá y una vez del otro lado fueron corriendo después por la costa, aguas abajo, dando gritos al bergantín de Caro durante más de dos leguas hasta que consiguieron llegar a él. No así el alférez Gaspar de Rivas, recomendado por el rey para integrar la armada, enfermo, que quedó rezagado y fue alcanzado y muerto por los indios. Los heridos fueron rematados en el mismo lugar donde eran encontrados por los indígenas.
Así se perdió Sancti Spiritu con treinta hombres de los que lo guarnecían, todos los rescates y muchas armas, excepción hecha de las piezas de artillería que los indios no quisieron o no pudieron llevarse. Algunos días después, encontrándose Caboto ocupando todos sus hombres en San Salvador en el arreglo de las embarcaciones, vieron llegar el bergantín “con obra de cincuenta hombres, todos desnudos y sin armas”. (9)
Caboto pensaba permanecer muy poco tiempo en San Salvador; el necesario para dejar las naves a buen resguardo. Cuando vio llegar la barca con los fugitivos de Sancti Spiritu se puso inmediatamente en marcha en compañía de García con dos embarcaciones, con la esperanza de poder prestar algún socorro a la gente que hubiese podido quedar en alguno de los otros dos bergantines. Cuando legó sólo pudo certificar que todos sus hombres habían muerto y “hechos tantos pedazos que no les podía conocer”. Los bergantines hundidos, perdidos. Se limitó a recoger las piezas de artillería y volvió a San Salvador, para luego dejar definitivamente el río de Solís. Volvió a España en julio de 1530, donde fue objeto de todo tipo de acusaciones, y fue enjuiciado por la Corona por haber torcido el rumbo. Pero el mito de la expedición del capitán César y sus compañeros ya tenía vida y nombre propio: de su apellido derivó aquello de la Ciudad de los Césares.
Referencias
(1) Juan Díaz de Solís, biografía de José Toribio Medina, tal como consta en las instrucciones dadas a Solís (Tomo II, Págs. 133/142).
(2) Solís lo llamó Río de Santa María. Posteriormente algunos geógrafos lo designaron con nombres indígenas (Schoner en 1523 y Maiollo en 1527). Un mapa publicado en Weimar lo llama Río de Jordán. Pero generalmente se lo conoció por años como Río de Solís hasta la firma de la capitulación con Pedro de Mendoza, último documento en que aparece con ese nombre.
(3) Enrique de Gandia – De la Torre del Oro a las Indias, páginas 62/64.
(4) Medina, J. Toribio – El veneciano Sebastián Caboto al servicio de los reyes de España, Chile (1908).
(5) J. R. Báez – La primera colonia agrohispana en el Río de la Plata, Tomo XI.
(6) Carta de Luis Ramírez, integrante de la expedición de Caboto.
(7) La Ciudad de los Césares, persistente mito argentino, por Marisa Sylvester. Todo es Historia, Nº 8, diciembre de 1967.
(8) Historia general y natural de las Indias, 12 tomos.
(9) José T. Medina – Obra citada.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Serrano, Antonio – Los comechingones – Universidad Nacional de Córdoba (1945)
Sylvester, Hugo L. – La increíble historia de Sancti Spiritu.
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

sábado, 26 de septiembre de 2015

EL MENSAJE SALVADOR para Juan de Garay

EL MENSAJE SALVADOR




Poco tiempo después de la segunda fundación de la ciudad de la Santísima Trinidad y puerto de Santa María de los Buenos Aires, dos soldados, Juan Martín y Pedro Esteban Ruiz, que estaban pescando en la boca del Riachuelo, vieron un objeto que boyaba sobre las aguas, y cuya forma y color despertaron su atención.
       Al recogerlo vieron que se trataba de una gran calabaza verde que sonaba a hueco, en cuya corteza alguien había grabado la siguiente leyenda: «Rómpeme».
       Muy sorprendidos la partieron y hallaron en su interior un mensaje dirigido al capitán general Juan de Garay, fundador de la población.
       Estaba escrito con carbón en una hoja de un viejo libro y decía:
       «Los querandíes se preparan para batiros, son muchos; tratad de no dejaros sorprender. Cristóbal Altamirano, prisionero en el real de los indios».
       Garay, lejos de amedrentarse cuando recibió el mensaje, reunió a su gente y, en posiciones ventajosas, esperó a los indios para darles batalla a orillas de un río que, desde entonces, se llamó «de la Matanza», por lo sangriento de la acción y por la cantidad de indios que murieron en la persecución que le siguió.
       Al principio del combate, los españoles llevaban la peor parte hasta que Juan Fernández de Enciso entró, espada en mano, entre los indios y mató a su jefe, el bravo cacique Taboba.
       Los querandíes, al verlo caer, huyeron perseguidos por los soldados de Garay, quienes hicieron entre ellos gran matanza.

"CARTAS COMO ESTAS SE ROMPEN" “ Instando al fusilamiento de Manuel Dorrego” CARTA DE JUAN CRUZ VARELA AL GRAL LAVALLE 1828

"CARTAS COMO ESTAS SE ROMPEN" “ Instando al fusilamiento de Manuel Dorrego”

CARTA DE JUAN CRUZ VARELA AL GRAL LAVALLE 1828


En 1828 el gral. Lavalle asesinó al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Manuel Dorrego.
Lo hizo a instancias de varios unitarios que lo alentaron, aunque porqué no, también por propia convicción.
Uno de quienes lo alentó a cometer el asesinato fue Juan Cruz Varela, quien escribió una carta (citada completa por su brevedad) instándolo a cometer el asesinato en estos términos:
"Mi General: Por supuesto que ya sabe usted que Dorrego ha caído preso: en este momento están en consulta el ministro y Brown sobre si lo harán venir o no a Buenos Aires. usted sabe si yo y mil otros están comprometidos en un asunto de que va la suerte del país: en un movimiento que puede importar mucho o nada, según se manejen los resultados.
Después de la sangre que se ha derramado en Navarro, el proceso del que la ha hecho correr, está formado: ésta es la opinión de todos sus amigos de usted; esto será lo que decida de la revolución; sobre todo, si andamos a medias... En fin, usted piense que 200 y más muertos y 500 heridos deben hacer entender a usted cuál es su deber.
Se ha resuelto en este momento que el coronel Dorrego sea remitido al cuartel general de usted. Estara allí de mañana a pasado: este pueblo espera todo de usted y usted debe darle todo.
Cartas como éstas se rompen, y en circunstancias como las presentes, se dispensan estas confianzas a los que usted sabe que no lo engañan, como su atento amigo y servidor.

Juan Cruz Varela."

CARTA DE CRISTÓBAL COLÓN ANUNCIANDO EL DESCUBRIMIENTO DE LA NUEVA RUTA HACIA LAS "INDIAS OCCIDENTALES"

CARTA DE CRISTÓBAL COLÓN ANUNCIANDO EL DESCUBRIMIENTO DE LA NUEVA RUTA HACIA LAS "INDIAS OCCIDENTALES"


Febrero y Marzo de 1493

Señor, porque sé que habréis placer de la gran victoria que Nuestro Señor me ha dado en mi viaje, vos escribo ésta, por la cual sabréis como en 33 días pasé de las islas de Canaria a las Indias con la armada que los ilustrísimos rey y reina nuestros señores me dieron, donde yo hallé muy muchas islas pobladas con gente sin número; y de ellas todas he tomado posesión por Sus Altezas con pregón y bandera real extendida, y no me fue contradicho.
A la primera que yo hallé puse nombre San Salvador a conmemoración de Su Alta Majestad, el cual maravillosamente todo esto ha dado; los Indios la llaman Guanahaní; a la segunda puse nombre la isla de Santa María de Concepción; a la tercera Fernandina; a la cuarta la Isabela; a la quinta la isla Juana, y así a cada una nombre nuevo.
Cuando yo llegué a la Juana, seguí yo la costa de ella al poniente, y la fallé tan grande que pensé que sería tierra firme, la provincia de Catayo. Y como no hallé así villas y lugares en la costa de la mar, salvo pequeñas poblaciones, con la gente de las cuales no podía haber habla, porque luego huían todos, andaba yo adelante por el dicho camino, pensando de no errar grandes ciudades o villas; y, al cabo de muchas leguas, visto que no había innovación, y que la costa me llevaba al setentrión, de adonde mi voluntad era contraria, porque el invierno era ya encarnado, y yo tenía propósito de hacer de él al austro, y también el viento me dio adelante, determiné de no aguardar otro tiempo, y volví atrás hasta un señalado puerto, de adonde envié dos hombres por la tierra, para saber si había rey o grandes ciudades. Anduvieron tres jornadas, y hallaron infinitas poblaciones pequeñas y gente sin número, mas no cosa de regimiento; por lo cual se volvieron.
Yo entendía harto de otros Indios, que ya tenía tomados, como continuamente esta tierra era isla, y así seguí la costa de ella al oriente ciento y siete leguas hasta donde hacía fin. Del cual cabo vi otra isla al oriente, distante de esta diez y ocho leguas, a la cual luego puse nombre la Española y fui allí, y seguí la parte del setentrión, así como de la Juana al oriente, 188 grandes leguas por línea recta; la cual y todas las otras son fertilísimas en demasiado grado, y ésta en extremo. En ella hay muchos puertos en la costa de la mar, sin comparación de otros que yo sepa en cristianos, y hartos ríos y buenos y grandes, que es maravilla. Las tierras de ella son altas, y en ella muy muchas sierras y montañas altísimas, sin comparación de la isla de Tenerife; todas hermosísimas, de mil fechuras, y todas andables, y llenas de árboles de mil maneras y altas, y parece que llegan al cielo; y tengo por dicho que jamás pierden la hoja, según lo puedo comprehender, que los ví tan verdes y tan hermosos como son por mayo en España, y de ellos estaban floridos, de ellos con fruto, y de ellos en otro término, según es su calidad; y cantaba el ruiseñor y otros pajaricos de mil maneras en el mes de noviembre por allí donde yo andaba. Hay palmas de seis o ocho maneras, que es admiración verlas, por la deformidad hermosa de ellas, mas así como los otros árboles y frutos e hierbas. En ella hay pinares a maravilla y hay campiñas grandísimas, y hay miel, y de muchas maneras de aves, y frutas muy diversas. En las tierras hay muchas minas de metales, y hay gente en estimable número. La Española es maravilla; las sierras y las montañas y las vegas y las campiñas, y las tierras tan hermosas y gruesas para plantar y sembrar, para criar ganados de todas suertes, para edificios de villas y lugares. Los puertos de la mar aquí no habría creencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes, y buenas aguas, los más de los cuales traen oro. En los árboles y frutos e hierbas hay grandes diferencias de aquellas de la Juana. En ésta hay muchas especierías, y grandes minas de oro y do otros metales.
La gente de esta isla y de todas las otras que he hallado y he habido noticia, andan todos desnudos, hombres y mujeres, así como sus madres los paren, aunque algunas mujeres se cobijan un solo lugar con una hoja de hierba o una cofia de algodón que para ellos hacen. Ellos no tienen hierro, ni acero, ni armas, ni son para ello, no porque no sea gente bien dispuesta y de hermosa estatura, salvo que son muy temeroso a maravilla. No tienen otras armas salvo las armas de las cañas, cuando están con la simiente, a la cual ponen al cabo un palillo agudo; y no osan usar de aquellas; que muchas veces me ha acaecido enviar a tierra dos o tres hombres a alguna villa, para haber habla, y salir a ellos de ellos sin número; y después que los veían llegar huían, a no aguardar padre a hijo; y esto no porque a ninguno se haya hecho mal, antes, a todo cabo adonde yo haya estado y podido haber fabla, les he dado de todo lo que tenía, así paño como otras cosas muchas, sin recibir por ello cosa alguna; mas son así temerosos sin remedio. Verdad es que, después que se aseguran y pierden este miedo, ellos son tanto sin engaño y tan liberales de lo que tienen, que no lo creería sino el que lo viese. Ellos de cosa que tengan, pidiéndosela, jamás dicen de no; antes, convidan la persona con ello, y muestran tanto amor que darían los corazones, y, quieren sea cosa de valor, quien sea de poco precio, luego por cualquiera cosica, de cualquiera manera que sea que se le dé, por ello se van contentos. Yo defendí que no se les diesen cosas tan civiles como pedazos de escudillas rotas, y pedazos de vidrio roto, y cabos de agujetas aunque, cuando ellos esto podían llegar, les parecía haber la mejor joya del mundo; que se acertó haber un marinero, por una agujeta, de oro peso de dos castellanos y medio; y otros, de otras cosas que muy menos valían, mucho más; ya por blancas nuevas daban por ellas todo cuanto tenían, aunque fuesen dos ni tres castellanos de oro, o una arroba o dos de algodón filado. Hasta los pedazos de los arcos rotos, de las pipas tomaban, y daban lo que tenían como bestias; así que me pareció mal, y yo lo defendí, y daba yo graciosas mil cosas buenas, que yo llevaba, porque tomen amor, y allende de esto se hagan cristianos, y se inclinen al amor y servicio de Sus Altezas y de toda la nación castellana, y procuren de ayuntar y nos dar de las cosas que tienen en abundancia, que nos son necesarias. Y no conocían ninguna seta ni idolatría salvo que todos creen que las fuerzas y el bien es en el cielo, y creían muy firme que yo con estos navíos y gente venía del cielo, y en tal catamiento me recibían en todo cabo, después de haber perdido el miedo. Y esto no procede porque sean ignorantes, y salvo de muy sutil ingenio y hombres que navegan todas aquellas mares, que es maravilla la buena cuenta que ellos dan que de todo; salvo porque nunca vieron gente vestida ni semejantes navíos.
Y luego que llegué a Indias, en la primera isla que hallé tomé por fuerza algunos de ellos, para que deprendiesen y me diesen noticia de lo que había en aquellas partes, así fue que luego entendieron, y nos a ellos, cuando por lengua o señas; y estos han aprovechado mucho. Hoy en día los traigo que siempre están de propósito que vengo del cielo, por mucha conversación que hayan habido conmigo; y éstos eran los primeros a pronunciarlo adonde yo llegaba, y los otros andaban corriendo de casa en casa y a las villas cercanas con voces altas: venid, venid a ver la gente del cielo; así, todos, hombres como mujeres, después de haber el corazón seguro de nos, venían que no quedaban grande ni pequeño, y todos traían algo de comer y de beber, que daban con un amor maravilloso. Ellos tienen en todas las islas muy muchas canoas, a manera de fustas de remo, de ellas mayores, de ellas menores; y algunas son mayores que una fusta de diez y ocho bancos. No son tan anchas, porque son de un solo madero; mas una fusta no terná con ellas al remo, porque van que no es cosa de creer. Y con éstas navegan todas aquellas islas que son innumerables, y tratan sus mercaderías. Alguna de estas canoas he visto con 70 y 80 hombres en ella, y cada uno con su remo.
En todas estas islas no vi mucha diversidad de la hechura de la gente, ni en las costumbres ni en la lengua; salvo que todos se entienden, que es cosa muy singular para lo que espero que determinaran Sus Altezas para la conversión de ellos a nuestra santa fe, a la cual son muy dispuestos.
Ya dije como yo había andado 107 leguas por la costa de la mar por la derecha línea de occidente a oriente por la isla de Juana, según el cual camino puedo decir que esta isla es mayor que Inglaterra y Escocia juntas; porque, allende de estas 107 leguas, me quedan de la parte de poniente dos provincias que yo no he andado, la una de las cuales llaman Avan, adonde nace la gente con cola; las cuales provincias no pueden tener en longura menos de 50 o 60 leguas, según pude entender de estos Indios que yo tengo, los cuales saben todas las islas.
Esta otra Española en cierco tiene más que la España toda, desde Colibre, por costa de mar, hasta Fuenterrabía en Viscaya, pues en una cuadra anduve 188 grandes leguas por recta línea de occidente a oriente. Esta es para desear, y vista, para nunca dejar; en la cual, puesto que de todas tenga tomada posesión por Sus Altezas, y todas sean más abastadas de lo que yo sé y puedo decir, y todas las tengo por de Sus Altezas, cual de ellas pueden disponer como y tan cumplidamente como de los reinos de Castilla, en esta Española, en el lugar más convenible y mejor comarca para las minas del oro y de todo trato así de la tierra firme de aquí como de aquella de allá del Gran Can, adonde habrá gran trato y ganancia, he tomado posesión de una villa grande, a la cual puse nombre la villa de Navidad; y en ella he hecho fuerza y fortaleza, que ya a estas horas estará del todo acabada, y he dejado en ella gente que abasta para semejante hecho, con armas y artellarías y vituallas por más de un ano, y fusta, y maestro de la mar en todas artes para hacer otras, y grande amistad con el rey de aquella tierra, en tanto grado, que se preciaba de me llamar y tener por hermano, y, aunque le mudase la voluntad a ofender esta gente, él ni los suyos no saben que sean armas, y andan desnudos, como ya he dicho, y son los más temerosos que hay en el mundo; así que solamente la gente que allá queda es para destruir toda aquella tierra; y es isla sin peligros de sus personas, sabiéndose regir.
En todas estas islas me parece que todos los hombres sean contentos con una mujer, y a su mayoral o rey dan hasta veinte. Las mujeres me parece que trabajan más que los hombres. Ni he podido entender si tienen bienes propios; que me pareció ver que aquello que uno tenía todos hacían parte, en especial de las cosas comederas.
En estas islas hasta aquí no he hallado hombres monstrudos, como muchos pensaban, mas antes es toda gente de muy lindo acatamiento, ni son negros como en Guinea, salvo con sus cabellos correndíos, y no se crían adonde hay ímpeto demasiado de los rayos solares; es verdad que el sol tiene allí gran fuerza, puesto que es distante de la línea equinoccial veinte y seis grados. En estas islas, adonde hay montañas grandes, allí tenía fuerza el frío este invierno; mas ellos lo sufren por la costumbre, y con la ayuda de las viandas que comen con especias muchas y muy calientes en demasía. Así que monstruos no he hallado, ni noticia, salvo de una isla Quaris, la segunda a la entrada de las Indias, que es poblada de una gente que tienen en todas las islas por muy feroces, los cuales comen carne humana. Estos tienen muchas canoas, con las cuales corren todas las islas de India, y roban y toman cuanto pueden; ellos no son más disformes que los otros, salvo que tienen costumbre de traer los cabellos largos como mujeres, y usan arcos y flechas de las mismas armas de cañas, con un palillo al cabo, por defecto de hierro que no tienen. Son feroces entre estos otros pueblos que son en demasiado grado cobardes, mas yo no los tengo en nada más que a los otros. Estos son aquellos que tratan con las mujeres de Matinino, que es la primera isla, partiendo de España para las Indias, que se halla en la cual no hay hombre ninguno. Ellas no usan ejercicio femenil, salvo arcos y flechas, como los sobredichos, de cañas, y se arman y cobijan con launes de arambre, de que tienen mucho.
Otra isla hay, me aseguran mayor que la Española, en que las personas no tienen ningún cabello. En ésta hay oro sin cuento, y de ésta y de las otras traigo conmigo Indios para testimonio.
En conclusión, a hablar de esto solamente que se ha hecho este viaje, que fue así de corrida, pueden ver Sus Altezas que yo les daré oro cuanto hubieren menester, con muy poquita ayuda que Sus Altezas me darán; ahora, especiería y algodón cuanto Sus Altezas mandarán, y almástiga cuanta mandarán cargar, y de la cual hasta hoy no se ha hallado salvo en Grecia en la isla de Xío, y el Señorío la vende como quiere, y ligunáloe cuanto mandarán cargar, y esclavos cuantos mandarán cargar, y serán de los idólatras; y creo haber hallado ruibarbo y canela, y otras mil cosas de sustancia hallaré, que habrán hallado la gente que yo allá dejo; porque yo no me he detenido ningún cabo, en cuanto el viento me haya dado lugar de navegar; solamente en la villa de Navidad, en cuanto dejé asegurado y bien asentado. Y a la verdad, mucho más hiciera, si los navíos me sirvieran como razón demandaba.
Esto es harto y eterno Dios Nuestro Señor, el cual da a todos aquellos que andan su camino victoria de cosas que parecen imposibles; y ésta señaladamente fue la una; porque, aunque de estas tierras hayan hablado o escrito, todo va por conjectura sin allegar de vista, salvo comprendiendo a tanto, los oyentes los más escuchaban y juzgaban más por habla que por poca cosa de ello. Así que, pues Nuestro Redentor dio esta victoria a nuestros ilustrísimos rey e reina y a sus reinos famosos de tan alta cosa, adonde toda la cristiandad debe tomar alegría y hacer grandes fiestas, y dar gracias solemnes a la Santa Trinidad con muchas oraciones solemnes por el tanto ensalzamiento que habrán, en tornándose tantos pueblos a nuestra santa fe, y después por los bienes temporales; que no solamente la España, mas todos los cristianos ternán aquí refrigerio y ganancia.
Esto, según el hecho, así en breve.
Fecha en la carabela, sobre las islas de Canaria, a 15 de febrero, año 1493.
Hará lo que mandaréis
El almirante.

Después de ésta escrita, y estando en mar de Castilla, salió tanto viento conmigo sul y sueste, que me ha hecho descargar los navíos. Pero corrí aquí en este puerto de Lisboa hoy, que fue la mayor maravilla del mundo, adonde acordé escribir a Sus Altezas. En todas las Indias he siempre hallado los temporales como en mayo; adonde yo fui en 33 días, y volví en 28, salvo que estas tormentas me han detenido 13 días corriendo por este mar. Dicen acá todos los hombres de la mar que jamás hubo tan mal invierno ni tantas pérdidas de naves.
Fecha a 4 días de marzo.



CATILINA Y CICERÓN

CATILINA Y CICERÓN



Marco Tulio Cicerón el más grande de los oradores romanos.
Mientras Pompeyo se encontraba en Asia revestido de un inmenso poder, en Roma aparecían dos personajes, Catilina era un joven patricio a quien Sila había arruinado cuando la época de las proscripciones, éste había comenzado una especie de guerra civil luego de obtener apoyo de antiguos partidarios de Mario y otros nobles arruinados por Sila, a pesar de que muchos enemigos del Senado apoyaron a Catilina para el título de cónsul, fue Marco Tulio Cicerón el que le arrebató el consulado, Cicerón era de origen humilde era abogado y ya era una figura conocida en Roma desde hacía tiempo, Catilina no toleró el no haber sido electo por lo que decidió planear numerosas conspiraciones para derrocar el gobierno romano, Cicerón logró controlar los atentados contra el gobierno romano y pronunció entonces las famosas catilinarias, la primera fué pronunciada el 8 de noviembre del año 66ac, Catilina se vio obligado a abandonar Roma, la segunda lo hizo en presencia del Senado al día siguiente queriendo demostrar que Catilina continuaría conspirando a pesar de haberse fugado. A pesar de la gran elocuencia que poseía el orador romano, poco podían hacer sus discursos contra las fuerzas de Catilina. En tanto éste se encontraba planeando un ataque a Roma en Etruria, el Senado envió a Antonio contra los sublevados, Catilina intentó cruzar los Apeninos pero fue bloqueado por las tropas de Antonio y luego se vio obligado a descender, por un ejército de bárbaros procedentes del norte que casualmente merodeaban por aquella región, Catilina fue arremetido por las fuerzas de Antonio, y murió en la batalla, a pesar de la muerte de éste sus partidarios no se dieron por vencido, y trataron un acuerdo con los alóbroges un pueblo galo que se comprometía a darle sus hombres a cambio de obtener la independencia, pero los delegados del ejército galo tuvieron miedo y decidieron confiarle todo a Cicerón quien hizo que fueran apresados y degollados los últimos partidarios de Catilina.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

PRIMER ESCUDO ARGENTINO

PRIMER ESCUDO ARGENTINO




Hasta que se instaló la Asamblea General Constituyente el 31 de Enero de 1813, no existía un sello para legalizar los actos gubernamentales, pues venían utilizándose los sellos de las armas reales que se estampaban en los documentos durante el Virreinato.
Ante tal necesidad, la Asamblea comenzó a utilizar un sello propio, inspirado en un modelo que compuso en 1812 el peruano Antonio Isidro de Castro por disposición de Bernardino Rivadavia y que le habla sido presentado al Primer Triunvirato.
Si bien no hay ley ni decreto que establezca su uso, el mismo se utilizó por primera vez el 22 de Febrero de 1813, al estampárselo con lacre en dos cartas de ciudadanía expedidas por la Asamblea, con las firmas del presidente del cuerpo, General Carlos María de Alvear y el secretario, Don Hipólito Vieytes.
Se estima que su orla ostentaba la leyenda "En Unión y Libertad"; la existencia de la misma es avalada por el decreto del 13 de Marzo de 1813, con el que la Asamblea General ordena al Supremo Poder Ejecutivo el uso del mismo sello, con la única diferencia de que la inscripción del círculo sea la de "Supremo Poder Ejecutivo de las Provincias Unidas del Río de la Plata".
El Escudo Nacional surgió de este sello, considerándose que pasó a revestir la investidura de símbolo de nacionalidad, cuando el General Belgrano lo hizo estampar en el estandarte bendecido en Jujuy el 25 de Mayo de 1812, y que luego fue depositado en el Cabildo de dicha ciudad.
Su forma definitiva quedó fijada en 1900 por Estanislao S. Zeballos, en esos momentos Ministro de Estado; y su arquetipo, establecido en 1944.
Posee la característica forma oval, con su campo dividido en dos cuarteles: el superior azul, representa la Justicia, la Verdad, la Lealtad y la Fraternidad; el inferior blanco, símbolo de Pureza, Fe, Hidalguía, Integridad, Firmeza y Obediencia.
En el cuartel inferior dos brazos diestros desnudos, entrelazan sus manos, representando la unión fraternal de los hombres y de los pueblos, sostienen una pica símbolo de la Autoridad, el Mando, la Dignidad y la Soberanía, en cuyo extremo y ya sobre el campo superior, se ubica un gorro frigio que representa la Libertad, la Igualdad y el Sacrificio.
A ambos lados del escudo, dos guías de laurel, en símbolo de Victoria y de Gloria, unidos bajo el blasón con un lazo de cinta con los colores nacionales.
En la parte superior, un sol naciente, en oro, con rayos flamígeros y rectos alternados, representa la Verdad, la Majestad y la Prosperidad y posee el sentido de una nueva Nación que surge al concierto universal, plena de esplendor y de gloria, pura y radiante como el Sol, cuyo deseo es vivir luminosamente, en eterno amanecer.


AZTECAS DEVORARON A CONQUISTADORES ESPAÑOLES

AZTECAS  DEVORARON A CONQUISTADORES ESPAÑOLES



La caravana de Pánfilo de Narváez llegó para capturar a Hernán Cortés. Los mexicas se los comieron.

        
En junio de 1520, una caravana de las tropas del conquistador  Pánfilo de Narváez, compuesta por unas 550 personas -entre españoles, indígenas, negros, mulatos y mestizos-, cayó en manos de guerreros del reino de Texcoco. Muchos de los hombres, mujeres y niños cautivos terminaron sacrificados en rituales mexicas. Entre
ellos, una mujer española sexagenaria, cuya vida fue ofrendada a la diosa Tozi, la madre de todos los dioses aztecas.

La antropofagia religiosa formó parte de las ceremonias realizadas en distintos puntos sagrados de lo que es hoy el Estado de Tlaxcala
Las personas que viajaban con Pánfilo de Narváez venían de Cuba, con la misión de capturar a Hernán Cortés y formar una colonia: "De ahí que trajeran una enorme diversidad de gente y de animales domésticos, como vacas, caballos, borregos, perros, cerdos y gallinas. En la caravana capturada también había individuos heridos, además de enseres personales de los conquistadores, incluso del propio Cortés".

Se ha logrado identificar entre quienes fueron sacrificados a 20 españoles -ocho mujeres-, siete negros y dos
mulatas, pero hubo muchos más hombres y mujeres de los pueblos  prehispánicos, principalmente tlaxcaltecas, totonacas, otomis y mayas.

La captura de la caravana fue todo un acontecimiento. De entrada, provocó que la población de Teocaque, que tradicionalmente se dedicaba a recolectar y distribuir pulque (aguardiente del cactus Maguey), se triplicase. Además, forzó a una transformación arquitectónica. Los mexicas y sus aliados de Texcoco pidieron instrucciones a la Gran México-Tenochtitlán. Llegaron entonces varios sacerdotes que ordenaron la creación de un "punto de encuentro entre los hombres y los dioses" en el centro de la población, donde se erigieron tres plazas resguardadas por un muro.

En estas áreas sagradas comenzaron los sacrificios rituales, de acuerdo con el calendario de fiestas mexica (de 20 días por mes). Se elegía a los cautivos de acuerdo a su edad y sexo, e incluso a sus grados como guerreros, pues para cada dios había que destinar a alguien en especial. Así, desde finales de junio de 1520 a finales
de febrero o principios de marzo de 1521, tuvieron lugar los rituales que incluían el sacrificio humano. Los
cuerpos de los ofrendados fueron en ocasiones desmembrados y algunas partes fueron comidas por un grupo selecto integrado por sacerdotes, guerreros y miembros de la clase dominante.

Los muros construidos protegían las zonas sagradas y aislaban el centro de la ceremonia para que no se contaminara. Allí se dedicaban los sacrificios a dioses como Huitzilopochtli - deidad de la guerra-, al que se le ofrecía el zompantli (altar de cráneos). También se veneraba a Mayahuel, dios del pulque; a Tlaloc, señor de la lluvia; a Mictlantecutli, amo del inframundo; a Tezcatlipoca, dios de la pureza y el pecado; a Tozi, madre de todos; y a Quetzaltcoatl.

Fuente: ANTONIO O. ÁVILA
Diario EL PAÍS
Madrid - 31-08-2006




EL FAMOSO CÓDIGO DE HAMMURABI FUE HALLADO EN 1902

EL FAMOSO CÓDIGO DE HAMMURABI FUE HALLADO EN 1902





Babilonia en lengua semita significa "Puerta de Dios" y fue un importante centro cultura y político de la antigua Mesopotamia. 

       Después de la decadencia del imperio acadio había florecido en Ur una época imperial en que esta ciudad dominó por última vez la Baja Mesopotamia. En ella existió una elevada civilización con una importancia similar a la de otras civilizaciones que surgieron junto a grandes ríos. Se produjeron nuevas invasiones y se instaló en el país una segunda oleada semítica, la de los amorritas o amorreos, que fundaron la Primera Dinastía de Babilonia (2.105-1.806 a. C.). Su primer monarca fue Sumuabi, al que siguió Sumula Ilu; hubo tres reyes más, y entonces entró a reinar Hammurabi (1.792-1.750 a. C.), gran legislador y guerrero.
       Durante su reinado, Hammurabi mandó construir canales, mejorar los sistemas de riego y edificar templos y palacios, estableció alhóndigas y consolidó un gran imperio unificando la lengua, la religión y las leyes. Embelleció varias de las ciudades de su imperio y difundió el arte por sus dominios.
       En el terreno militar, consiguió incrementar espectacularmente los territorios que había heredado de su padre, que se reducían a menos de 100 Km2. y tras enfrentarse a los reyes de Asiria, Larsa, Eshnunna y conquistar y destruir la ciudad de Mari, llegó a dominar un imperio que se extendía más allá de Mesopotamia, desde el Mediterráneo hasta Susa y desde el Kurdistán hasta el Golfo Pérsico.
       Pero la contribución más relevante de Hammurabi fue su famoso Código.
 
Estela del Código Hammurabi, Museo del Louvre, París.

       El famoso Código de Hammurabi fue hallado en 1.902 por una expedición arqueológica francesa dirigida por Jacques de Morgan durante las excavaciones que se llevaron a cabo en la ciudad persa de Susa.
       El Código, grabado en una estela de 2,50 m. de altura, de diorita azul (la diorita es una roca con textura semejante a la del granito), se encuentra repleto de inscripciones cuneiformes; esta estela había sido llevada a Susa en el siglo XVII a. C. (como botín de guerra), por lo que se trata del Código más antiguo del mundo. En la actualidad se conserva en el museo del Louvre, en París.
       La fama del Código fue inmensa en el mundo antiguo. Se trata de una compilación de leyes y decisiones tomadas por el propio rey, quien mandó que fuera colocado en el templo del dios Sol, en Babel. Otros ejemplares se esparcieron por el imperio. Hammurabi recibió estas leyes de la propia divinidad solar, según se muestra en la escena que se encuentra representada en la parte superior de la estela, con el propio Hammurabi ante el dios Shamash. Algo parecido a lo que le ocurrió a Moisés en el Sinaí.
       Las leyes de este Código están numeradas del 1 al 282, aunque faltan los números 13, del 66 al 99 y el
110 y 111. Como ya se ha dicho está escrito con escritura cuneiforme, en babilonio antiguo y fue traducido al francés por Jean Vincent Scheil.
       Este Código está compuesto por una amplia gama de materias: económicas, civiles, penales, procesales, administrativas y laborales.
       El texto se compone de 3.600 líneas, con un prólogo religioso jurídico (en el que señalan las sentencias de equidad), 282 artículos o proposiciones, y un epílogo. Su lenguaje es muy preciso, pero su ordenación no es totalmente sistemática. Es uno de los grandes textos de la literatura jurídica universal. No olvidemos que el Código Hammurabi conservó su importancia mucho tiempo después de la caída del Imperio babilónico.
Entre sus disposiciones jurídicas destaca la llamada "ley del talión", que prevé un castigo equivalente al daño causado.
       Respecto a la famosa "ley del talión", hay que decir que el Derecho babilónico era cruel, aunque no estaba desprovisto de cierta justicia distributiva: una justicia bárbara, pero indudablemente eficaz en resultados. Al arquitecto cuyo edificio se derrumbaba, matando a sus habitantes, se le condenaba a muerte. Al cirujano que echaba a perder un miembro de su paciente, se le cortaba el mismo miembro.
       Esto debió de producir muchas ejecuciones brutales, sin duda, pero también debió comunicar gran seriedad a los exámenes de médicos, arquitectos y otros profesionales.
       He aquí algunas de las leyes de Hammurabi:
"Si alguno penetra con violencia en una casa, debe morir y su cuerpo ser enterrado en el lugar de la violencia"
"Si se declara fuego en una casa y uno de los que acuden a apagar el incendio mira con codicia lo que posee el propietario de la casa y coge alguna cosa, debe ser arrojado al fuego"
"Si uno lleva a la hija de otro por la fuerza, contra la voluntad del padre y de la madre, y tiene tratos con la victima, el ladrón debe ser condenado a muerte por orden de los dioses"
"La esposa que odia a su marido y le dice: `Tu no eres mi marido´, debe ser lanzada al rio atada de pies y manos o ser arrojada desde lo alto de la torre del recinto".
"Cuando el hijo de una mujer pública o de una sacerdotisa del templo dice a su padre adoptivo: `Tú no eres mi padre´,  o a su madre adoptiva `Tú no eres mi madre¨, se le debe cortar la lengua. Si un hijo de esta especie vuelve junto a su mala madre, se le debe arrancar un ojo".
"Cuando la mujer de alguno haya sido sorprendida con otro hombre, los dos serán atados y arrojados al agua, si el marido no perdona a su mujer y si el rey no perdona a su compañero".
"La mujer casada que asesinara a su marido por estar enamorada de otro hombre será empalada".
       Hammurabi dice: "Si una mujer se muestra esquiva hacia su marido y le dice: `No me toques´, deberá manifestar las razones por las cuales niega a su marido los derechos conyugales. Si tiene razones fundadas, por ejemplo, si su marido vaga de acá para allá y la descuida gravemente, tendrá derecho a pedirle la dote y volver a casa de su padre" (esto es lo que hoy llamaríamos divorcio). Por el contrario, si ella tiene alguna cosa que reprochar, si abandona la casa y descuida al marido sin razón, la tal mujer deberá ser arrojada al agua"
       En el Código también se fijan precios y salarios, se establecen responsabilidades profesionales, se jerarquiza la sociedad en tres grupos sociales, se establecen las bases del funcionamiento judicial y se fija la escala de penas según los delitos.
       Para terminar, diré que las leyes del Código de Hammurabi poseen una notable semejanza con la ley que Moisés dió a los israelitas en el monte Sinaí, aunque ésta fue dada a conocer quinientos años más tarde; si bien se diferencia en que la primera se basa en caracteres jurídicos, mientras que la de Moisés es religiosa prácticamente en todo su contexto.
  

domingo, 20 de septiembre de 2015

Las Legislaciones coloniales Las leyes de Indias

Las Legislaciones coloniales Las leyes de Indias


1) Las Leyes de Burgos sancionadas en 1512
2) Las Leyes Nuevas sancionadas en 1542
3) Las Ordenanzas de Alfaro sancionadas en 1612
4) Recopilación de las leyes de Indias sancionadas en 1680

Las Leyes de Burgos

Las primeras aplicadas en América, las cuales establecían el trato que debía recibir el nativo, estipulando que los indios son libres, pero son súbditos de los Reyes Católicos, que debían trabajar en condiciones humanas, pero que su salario podía ser pagado en especie, y que en caso de que se resistiesen a las evangelización, estaba autorizado el uso de la fuerza contra ellos. Estas leyes, además, permitían el sistema de encomiendas, siempre y cuando se diera prioridad a la evangelización de los nativos y se les tratase de una manera humana.

Estas leyes ordenaban que se debía establecer a los indígenas cerca de los asentamientos españoles. De esta forma se intentaba lograr el trato efectivo y permanente con el español para lograr la evangelización, una adaptación más estrecha a los modos de vida europeos y un mejor aprovechamiento de su fuerza de trabajo.
“La primera, que pues los indios son libres, y Vuestra Alteza y la Reina, nuestra señora que haya santa gloria, los mandaron tratar como a libres, que asi se haga.”

Pero la realidad era distinta. La polémica se suscitó a partir de las denuncias realizadas por el obispo dominico Bartolomé de las Casas, con respecto a los malos tratos que recibían los aborígenes con el sistema de encomiendas.

Las Leyes Nuevas

Para solucionar esta situación, Carlos V convocó una junta de juristas que elaboraron las Leyes Nuevas, las cuales fueron promulgadas el 20 de noviembre de 1542.  
Estas leyes, intentaron mejorar las condiciones a las que estaban sometidos los nativos, mediante la prohibición de la esclavitud de los aborígenes, protección de la Corona, y la prohibición de la creación de nuevas encomiendas. Este último punto, la prohibición de la creación de nuevas encomiendas, provocaría que este sistema de trabajo desapareciese, lo cual creó fuertes recelos entre los encomenderos limeños, quienes se revelaron contra el virrey llegando incluso a derrocarlo. El orden fue restablecido por las autoridades y se decidió permitir la creación de nuevas encomiendas, ya que su ausencia perjudicaba gravemente a los colonos españoles. 

Las ordenanzas de Alfaro:

Felipe II, ante las reiteradas denuncias de algunos funcionarios y miembros del clero, dispuso que el presidente de la Audiencia de Charcas inspeccionara las regiones de su jurisdicción con el objeto de producir un informe respecto del trato dado a los indígenas.
Con considerable retraso- año 1610- el presidente de la nombrada Audiencia encomendó al oidor Francisco de Alfaro la misión de cumplimentar la ordenanza real. Éste recorrió la región del Tucumán, Cuyo, Buenos Aires y Paraguay y en la ciudad de Asunción (1612) dio forma a las Ordenanzas que llevan su nombre. En ellas el oidor Alfaro cumplió toda la legislación referida a la situación del indio :
se reitera la supresión del trabajo servil de los indios ;
se establece que no podían ser trasladados a más de una legua de distancia de su residencia habitual ;
declara nula toda compraventa de indios, fijando que todos aquellos que hubiesen sido trasladados de una encomienda a otra serían devueltos a su lugar de origen ;
el indio tendría libertad de elegir patrón, pero no podía comprometerse a servir al mismo más de un año ;
se establece el pago de una tasa anual de cinco pesos que podían ser pagados en productos de tierra o, en su defecto, con treinta días de trabajo, debiendo encargarse del cobro el justicia mayor o los alcaldes ;
se reglamenta la formación de pueblos indígenas regidos por el alcalde indio ;
se reglamenta la mita, estableciéndose que la remuneración no podía pagarse en especies y el mitayo debería ser atendido o enviado a su lugar de origen.
Las ordenanzas de Alfaro fueron muy resistidas. Tanto en el Río de la Plata como en el Paraguay se levantaron voces interesadas en impedir la reivindicación del indígena, pero las ordenanzas se aprobaron con algunas modificaciones.

Las leyes de Indias

Tal legislación estaba integrada por las reales cédulas u órdenes, pragmáticas, instrucciones y cartas relativas al derecho público de Hispanoamérica:
las reales cédulas eran expuestas al rey por el Consejo de Indias; se referían a una cuestión determinada y comenzaban con la fórmula: ” Yo el Rey, hago saber… ”.
las reales órdenes (creadas en la época de los Borbones) emanaban del Ministerio por orden del rey.
las pragmáticas eran leyes de carácter general, que se diferenciaban de las anteriores en las fórmulas de su publicación.
las ordenanzas (dictadas por los virreyes o por las reales audiencias) legislaban sobre asuntos y, en algunos casos, constituían verdaderos códigos.
La particularidad que tenía la legislación indiana es que se destinaba a legislar para cada caso y cada lugar. El hecho de no integrar un programa orgánico de gobierno, sumado a las enormes distancias entre la metrópoli y sus dominios ultramarinos determinó frecuentes confusiones. Esto era común en algunos casos cuando las autoridades aplicaban disposiciones que ya habían sido derogadas, esto ocurría por no tener conocimiento sobre las mismas. Debido a que muchas veces las autoridades encargadas de dictar las leyes desconocían las reales condiciones sociales, políticas y económicas del medio americano, las disposiciones resultaban inaplicables, convirtiéndose en fuente de resistencias y aun de rebeldías ante la ley. Las autoridades encargadas de hacerla cumplir optaban por un acatamiento teórico declarando suspendida su vigencia. Todos estos inconvenientes fueron advertidos por diversos funcionarios y juristas quienes abogaron por lograr un ordenamiento y codificación de la legislación indiana y así eliminar las abundantes superposiciones y contradicciones legales que dificultan las tareas de gobierno.
Recopilación de las leyes de Indias
Durante el reinado de Carlos II se promulgó la real cédula del 18 de mayo de 1680, que dio fuerza legal a la Recopilación de las leyes de los reinos de Indias, conjunto de disposiciones jurídicas ordenadas en 9 libros, que contienen alrededor de 6.400 leyes. La Recopilación de 1680 constituye un elemento indispensable para conocer los principios políticos, religiosos, sociales y económicos que inspiraron la acción de gobierno de la monarquía española:
Libro I. Se refiere a los asuntos religiosos, tales como el regio patronato, la organización de la Iglesia americana; la situación del clero (regular y secular) y diversos aspectos relacionados con la cultura y la enseñanza, entonces muy conectada con la religión.
Libro II. Se ocupa de la estructura del gobierno indiano con especial referencia a las funciones y competencia del Consejo de Indias y las audiencias.
Libro III. Resume los deberes, competencia, atribuciones y funciones de virreyes y gobernadores. Igualmente hace referencia a la organización militar indiana.
Libro IV. Se ocupa de todo lo concerniente al descubrimiento y la conquista territorial. En consecuencia fija las normas de poblamiento, reparto de tierras y las relacionadas con las obras públicas y minería.
Libro V. Legisla sobre diversos aspectos del derecho público (límites jurisdiccionales) y funciones, competencia y atribuciones de los alcaldes, corregidores y demás funcionarios menores.
Libro VI. Se ocupa fundamentalmente de la situación de los indígenas (condición social, régimen de encomiendas, tributos, etc.).
Libro VII. Resume todos los aspectos vinculados con la acción policial, especialmente los relacionados con la moralidad pública.
Libro VIII. Legisla sobre la organización rentística y financiera.
Libro IX. Se refiere a la organización comercial indiana y a los medios de regularla, con especial referencia a la Casa de Contratación y a los sistemas de comercio.





sábado, 19 de septiembre de 2015

UN VIAJERO, EL CAPITÁN ANDREWS JOSEPH, SE QUEJA EN 1825 DEL COBRO DE PEAJE

UN VIAJERO, EL CAPITÁN ANDREWS JOSEPH, SE QUEJA EN 1825 DEL COBRO DE PEAJE



Ya entrado el período de vida independiente, este apunte de viaje del capitán Andrews señala la perduración del intenso tráfico del Río de la Plata al Perú, del que se obtiene buena parte de los recursos.

Nos encontrábamos ahora en la ciudad de Santiago del Estero, después de haber recorrido ciento quince leguas desde Córdoba. El 2 de julio de 1825 había amanecido ya (. . .) En Santiago del Estero, como en casi todas las ciudades de Sud América que he visitado, no pude conseguir una estadística de su población. A simple vista, creo que no tiene la mitad de la población de Córdoba. El tráfico principal parece ser en la actualidad el de ponchos, "pellones" y tejidos de lana para ropa de hombre y de mujer. Los tejidos para monturas que fabrican son en extremo interesantes y su precio no muy subido. También se fabrican artículos de madera de diversa naturaleza; muchas cosas útiles, como tazas, platos etc., se hacen de madera dura del país, resultando muy durables y baratos.
Parece que las principales rentas del gobierno se obtienen de los derechos de tránsito sobre las mercaderías que pasan para las provincias del Alto Perú, las que suelen a veces confiscarse de la forma más arbitraria para vergüenza de la administración. Existe también un fuerte peaje pagado por atravesar un rústico puente sobre el río; por nuestro carruaje y dos o tres mulas cargadas tuvimos que pagar doce pesos, suma que escasamente valía el puente. Si los recursos llegan a faltar en cualquier momento, se cubren los déficit por medio de una contribución general, siendo esta siempre muy desigual. Este estado anormal de cosas ha llegado a imprimir un sello especial al carácter de la gente y aun el mismo gobernador revela gran indiferencia: sin embargo encontré el mismo sentimiento bondadoso respecto de los extranjeros, que tuve ocasión de apreciar en otras partes (. . .).
Tomé la resolución de dar un paseo por esta olvidada ciudad y sus alrededores. Apenas conserva rastros de su antigua riqueza y consideración: la catedral, aunque bello edificio, encuéntrase en un lamentable estado y casas pueden verse en algunas calles cuyos frentes se hallan adornados con pilares de cedro y caoba ricamente labrados. Todo habla de un rico estado floreciente que fue.

Fuente:
Capitán Andrews, Joseph, Viaje de Buenos Aires a Potosí y Arica en los años 1825 y 1826. Con una introducción de Carlos A. Aldao, (traductor),
La Revolución de Mayo según amplia documentación de la época,
Bs.As., 1920, pág.80-84

LOS PRIMITIVOS CAMINOS DE LOS ALREDEDORES DE LA PLATA

LOS PRIMITIVOS CAMINOS DE LOS ALREDEDORES DE LA PLATA


Las comunicaciones terrestres entre Buenos Aires y la zona del actual partido de La Plata seguían un itinerario parecido al de las rutas de nuestros días. Nacían en el Paso de Barracas (actual puente Pueyrredón) hasta el cruce del arroyo de las Conchitas o de los Jesuitas, cercano a la actual estación ferroviaria del J. M. Gutierrez. De allí el camino se ramificaba en tres direcciones: a la Ensenada y Magdalena, al Tubichaminí y a Chascomús.
El camino más antiguo parece ser el que conducía a la reducción guaraní del Tubichaminí (así apodaban al cacique Quendiopen los propios guaraníes), situado casi en la cañada de Arregui (partido de Magdalena). En su origen, este camino que se corresponde con la actual ruta 36, fue probablemente una huella abierta por los guaraníes y seguida por Garay al distribuir las tierras de la zona; después fue la ruta de las vaquerías, llegando hasta el Rincón de Todos los Santos (hoy Rincón de Noario, partido de Magdalena). En el siglo XIX se le daba el nombre de Camino a las Inundadas.
La ruta a Magdalena se desprendía del paso de Conchitas siguiendo una dirección parecida a la del Camino del Centenario. Cruzado el arroyo del Gato se abría el Camino Blanco, como un desvío que conducía a la Ensenada y a la Isla del Guaraní (Dock Central); en tanto que la ruta a Magdalena proseguía su itinerario sobre los frentes de las suertes principales, actual ruta 11. En el siglo XIX recibió el nombre de Camino Real, y cuando Martín de Iraola fundó Tolosa en 1871, lo rectificó para hacerlo pasar frente al casco de su estancia (actual Paseo del Bosque y calle 1)
El camino a Chascomús, sobre la actual ruta 2, parece ser la vía de menor antigüedad y cruzaba por los fondos de las cabezadas de las viejas estancias de la zona de La Plata.


viernes, 18 de septiembre de 2015

CUANDO SE COMIERON A SOLÍS

CUANDO SE COMIERON A SOLÍS


En los comienzos de la conquista y descubrimiento de los actuales territorios de la Argentina y Uruguay, los españoles sufrieron una gran pérdida, bastante sangrienta. La muerte del piloto mayor de España, Juan Díaz de Solís, a mano de los indígenas.
En 1513 se revela la existencia de un mar situado más allá de las tierras descubiertas por Colón, llamado luego océano Pacífico. Esto auguraba la posibilidad de llegar a la India a través de algún paso. En busca de dicho paso partió desde Sevilla, Juan Díaz de Solís.
El 8 de octubre de 1515 salieron de Sanlúcar de Barrameda tres carabelas tripuladas por sesenta hombres. Tras una breve escala en la isla de Tenerife, Solís rumbeó hacia la costa del Brasil con su pequeña armada. Llegaron a la altura del cabo San Roque. Luego continuó hacia el sur, siguiendo la costa brasileña. En los primeros días de febrero de 1516, vieron que la costa doblaba hacia el oeste dando lugar a un inmenso estuario de unas aguas que cambiaban de un color azul verdoso a un rubio barroso. El Piloto Mayor ordenó probar ese líquido cuyo sabor resultó suave y azucarado. Como la extensión de aquella dulzura era enorme, le dieron el nombre de Mar Dulce. Más tarde cambiado por Río de Solís, y finalmente se impondría el actual y mítico nombre de Río de la Plata.
La exploración
Solís decidió explorar el inmenso estuario. Con una de las carabelas comenzó a costear la actual orilla uruguaya a lo largo de ciento cincuenta kilómetros, y llegó a una isla a la cual llamó Martín García, en honor al despensero de la expedición, que fue enterrado allí.
Ven sobre la costa “muchas casas de indios y gente, que con mucha atención estaba mirando pasar el navío y con señas ofrecían lo que tenían poniéndolo en el suelo; quiso en todo caso ver qué gente era ésta y tomar algún hombre para traer a Castilla”. Seducido por estas demostraciones de amistad, o quizá esperando conseguir víveres frescos y hacer algún comercio, Solís se embarca en un pequeño bote hacia la costa con el contador Alarcón, el factor Marquina y seis marineros más. Sabían que más al norte, en la costa atlántica, los indios eran bondadosos y ofrecían a los navegantes, frutas y otros géneros.
Una vez en tierra, en la margen izquierda del arroyo de las Vacas, se adentraron un poco alejándose de la orilla. Los nativos estaban emboscados, esperándolos, y como una avalancha cayeron sobre ellos con boleadoras y macana, y los apalearon y despedazaron hasta matarlos a todos, con la única excepción del joven grumete Francisco del Puerto, que se salvó y quedó cautivo con los indígenas.
La generalidad de los cronistas y otros testimonios de la época añaden que los indígenas descuartizaron los cadáveres a la vista de los que habían quedado en la carabela, y comieron los trozos de los españoles. No faltan modernos historiadores que niegan el hecho, considerándolo falso y como una de las muchas leyendas infundadas que hay en la conquista de América. Pero J. T. Medina logró probar, hace ya muchos años, que en efecto los indios mataron y comieron a los desdichados españoles, utilizando los testimonios de Diego García, y de muchos más, entre ellos los relatos del sobreviviente Francisco del Puerto.
No fueron los charrúas
No se sabe si los indígenas que dieron muerte a Solís y a sus hombres, fueron guaraníes de las islas del delta o los charrúas de la costa uruguaya.
La hipótesis de que los asesinos del descubridor del Plata fueron los charrúas del Uruguay ha quedado fuera del tintero, ya que no habitaban la zona en la cual desembarcó Solís. Los charrúas eran indígenas cazadores y recolectores nómadas, que vivían en las costas del Río de la Plata y del río Uruguay, también practicaban la pesca para lo cual contaban con grandes canoas.
Quedarían los guaraníes, pero los detalles de la muerte de Juan Díaz de Solís, de la manera en que fueron referidos, muestran un canibalismo diferente del practicado por los guaraníes, ya que están ausentes los elementos simbólicos que lo caracterizaban, lo mismo que su ceremonial preparatorio y su forma de ejecución.
Esto indicaría que los autores habrían sido indígenas guaranizados, que asimilaron nada más que algunos rasgos culturales sin aprender la significación global de una institución como el canibalismo de los guaraníes, que se distinguía precisamente por la forma estudiada en que se cumplían las sucesivas etapas conducentes a sacrificar y comer a un prisionero de guerra.
Siempre se aplicaban con el sentido de absorber las virtudes del inmolado, que generalmente era un guerrero hecho prisionero en combate. Todo ese ceremonial no tenía comparación con la manera repentina y precipitada en que, según las fuentes, procedieron los indígenas a matar y devorar en el sitio mismo a los extraños que acababan de desembarcar. Tampoco hay ningún relato de otro acontecimiento similar que hubiera ocurrido en alguna parte del Río de la Plata, por lo que algunos historiadores, como se dijo más arriba, han puesto en duda la veracidad de las narraciones consideradas clásicas. Pero el hecho de que dejaran con vida al joven grumete Francisco del Puerto obedece a las costumbres de sólo comer a los guerreros, dejando fuera a niños y mujeres.
El pobre grumete, abandonado por sus compatriotas, estuvo conviviendo muchos años con los indígenas, hasta que fue rescatado en 1527 por la expedición de Sebastián Caboto. Francisco del Puerto les sirvió como intérprete durante la expedición, pero un día consideró que no era suficientemente recompensado y tramó una venganza. Durante una operación comercial con ciertos indígenas, en el río Pilcomayo, organizó un ataque sorpresivo que infligió muchas bajas en los españoles. Nunca más se supo nada del grumete Francisco del Puerto.
Regreso sin Solís
Los demás integrantes de la expedición de Solís, regresaron a España, menos dieciocho marineros que quedaron abandonados en la isla de Santa Catalina (Brasil), a la cual llegaron a nado tras haber naufragado una de las carabelas.
Estos náufragos iban a tener un papel protagónico en la historia y conquista del Río de la Plata, ya que fueron ellos los que, rescatados por Caboto, dieron comienzo a la leyenda del rey Blanco que vivía en una sierra de plata. Como su nombre lo indica era toda de plata, y estaba en las inmediaciones del inmenso Río de Solís, también bañado de plata. Esta leyenda es la que originó las expediciones al Río de la Plata, todas con el objetivo de encontrar grandes cantidades de plata. Pero la plata de la que tanto se hablaba era la de los incas, en el Perú, y la del Potosí, en Bolivia. En las costas argentinas y uruguayas, sólo había de plata el reflejo de la Luna sobre el río.


Para saber más
Fitte, Ernesto J. Hambre y desnudeces en la conquista del Río de la Plata. Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires, 1980.
Gandía, Enrique. “Descubrimiento del Río de la Plata, del Paraguay y del estrecho de Magallanes”. En: AA. VV. Historia de la Nación Argentina. El Ateneo y Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires, 2° edición, 1955. Tomo II, capitulo III.
Martínez Sarasola, Carlos. Nuestros paisanos los indios. Emecé. Buenos Aires, 1996.
Medina, José Toribio. Juan Días de Solís. Estudio histórico. Santiago de Chile, 1908.
Rubio, Julián María. Exploración y conquista del Río de la Plata : siglos XVI y XVII. Salvat, 1953.
Villanueva, Héctor. Vida y pasión del Río de la Plata. Plus Ultra, 1984