jueves, 30 de abril de 2015

DIFUNTA CORREA: MILAGROS, PEDIDOS CUMPLIDOS, LEYENDA, MITO, CREENCIA, CULTO, DEVOCIÓN POPULAR

DIFUNTA CORREA: 

MILAGROS, LEYENDA, MITO, CREENCIA, PEDIDOS CUMPLIDOS, CULTO, DEVOCIÓN POPULAR



Cientos de botellas con agua son dejadas diariamente en los santuarios dedicados a la Difunta Correa que se encuentran en pequeños altares, oratorios y nichos en todas las rutas del país, desde Jujuy a Tierra del Fuego. Agua para una mujer que murió sed en medio de un desierto de arena y piedra allá por 1841. 


Se conservan diversas versiones de la leyenda, conforme la cual Deolinda Correa (o Dalinda Antonia Correa, según el nombre con el cual aparece mencionada en el relato más antiguo (Chertudi y Newbery, 1978), fue una mujer cuyo marido, Clemente Bustos, fue reclutado forzosamente hacia 1840, durante las guerras civiles entre unitarios y federales. A su paso por la aldea de Tama, provincia de La Rioja -donde vivía la familia- la soldadesca montonera que viajaba rumbo a San Juan obligó al marido de Deolinda, contra su voluntad, a unirse a las montoneras. Esto hizo que Deolinda, angustiada por su marido y a la vez huyendo de los acosos del comisario del pueblo, decidiera ir tras él.

Vestida de rojo y con su hijo de meses a cuestas, María Antonia Deolinda Correa, Donosita, como se cuenta que la llamaban, inició su marcha hacia la provincia de La Rioja deseosa de reunirse con su marido en San Juan y siguió las huellas de la tropa por los desiertos de la provincia de San Juan llevando consigo sólo algunas provisiones de pan, charque y dos chifles de agua. Cuando se le terminó el agua de los chifles, Deolinda estrechó a su pequeño hijo junto a su pecho y se cobijó debajo de la sombra de un algarrobo. Pero la sed y el cansancio pudieron más que su voluntad, y murió en las cercanías de Caucete.
Dicen que antes de morir invoca a Dios para que salve a su pequeño hijo.
Y el milagro se produjo. Allí murió a causa de la sed, el hambre y el agotamiento. Sin embargo, cuando los arrieros riojanos Tomás Nicolás Romero, Rosauro Ávila y Jesús Nicolás Orihuela, pasaron por el lugar al día siguiente y encontraron el cadáver de Deolinda, su hijito seguía vivo amamantándose de sus pechos, de los cuales aún fluía leche. Los arrieros, que conocían a Deolinda puesto que eran vecinos de Malazán, donde ella era muy querida por sus virtudes y buenas acciones, la enterraron en el paraje conocido hoy como Vallecito y se llevaron consigo al niño hacia La Rioja. En la primera jornada de camino, el niñito empezó a enfermarse y falleció. Los arrieros regresaron a Vallecito y lo enterraron junto a su madre.
Años más tarde, otros arrieros que estaban buscando infructuosamente unos animales perdidos, al ver la tumba imploraron su ayuda y la Difunta respondió al pedido. Así comienza un culto que lleva casi 160 años y que continúa creciendo.

Otras versiones difieren acerca de la suerte que habría corrido el hijo de la Difunta. Según una interpretación, habría sido criado por una familia del lugar y habría fallecido de viejo. Según otra, "no se supo de la suerte corrida por el pequeñuelo".
También existen diferencias acerca del marido de Deolinda: algunas versiones indican que lo mataron las montoneras, otras, que regresó después de ocho o diez años al que fuera su hogar.


Al conocerse la historia, muchos paisanos de la zona comenzaron a peregrinar a su tumba, construyéndose con el tiempo un oratorio que paulatinamente se convirtió en un santuario. La primera capilla de adobe en el lugar fue construida por un tal Zeballos, arriero que en viaje a Chile sufrió la dispersión de su ganado. Tras encomendarse a Correa, pudo reunir de nuevo a todos los animales.

"No interesa que los sucesos sean imaginarios o verídicos, ya que más que narrar hechos, el mito comunica significados. Lo fundamental es el sentido y para acceder a él es necesario considerar las relaciones de transformación", dice la antropóloga sanjuanina María Cristina Krause.


La historia de la Difunta Correa, verdadera o falsa, no sólo mereció las veintinueve estrofas que Benarós, al recrear su vida y su calvario, plasmó como una secuencia fotográfica en su Romancero criollo, sino, y más aún, hizo que se convirtiera en uno de los símbolos populares más importantes de la Argentina.

De Deolinda Correa se sabe todo y aunque jamás pudo comprobarse nada de lo que se dice que se sabe, su imagen tiene, como no podía ser de otra forma, la fuerza del viento y el misterio insondable de las noches. No es un mito, tampoco una leyenda.

Hay coincidencia casi absoluta entre los historiadores en que no hay suficientes elementos de prueba para demostrar la existencia de Deolinda Correa. Ni acta de nacimiento, ni partida de defunción, ni datos sobre su hijo. Pero tampoco la niegan. Y no la niegan porque todo lo que la rodea es real: la guerra civil, el desierto, la ruta hacia los llanos riojanos y la calle Dos Alamos, en donde se cree que Deolinda tenía su casa.

"No es que crea o no que haya existido Deolinda Correa -agrega Krause-, sino que acepto que es real porque para la gente lo es, y no puedo poner en duda lo que la gente manifiesta como una realidad."


En ocasión de la Cabalgata de la Fe a la Difunta Correa, realizada en San Juan entre el 31 de marzo y 2 de abril de 2006, la Cámara de Diputados de la Nación aprobó un proyecto de resolución de adhesión a esa marcha. La resolución, entre otras cosas, dice: "No se trata de una fábula o leyenda, pues reconoce rastro cierto aunque no constituya historia por incompleta información. Dos hermanas Correa, casadas con dos hermanos Bustos, sobrinos del gobernador Bustos, caudillo de Córdoba, experimentaron crueles padecimientos al hacerse presente el general Lamadrid al frente de una columna del ejército unitario y ocupar en dos oportunidades la provincia de San Juan. Una de ellas, esposa del joven doctor Francisco Ignacio Bustos, ministro del gobernador federal don José María Echegaray; la otra, Deolinda Correa".


Para Rubén Dri, ex sacerdote católico, filósofo, teólogo y profesor de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA), los mitos son creaciones colectivas destinadas a dar sentido a la vida y sus grandes problemas. "Para comprender el sentido de las narraciones mediante las cuales los mitos se expresan -dice-, es necesario tener las claves de los diversos géneros literarios que emplean. Los géneros literarios son maneras de expresar y transmitir mensajes. Por eso, para comprender los relatos mitológicos de los sectores populares habría que destacar los más pertinentes. En principio, la leyenda. A la leyenda se la suele confundir con el mito, y ése es un error porque la leyenda es una narración sin fundamentos históricos, es creada totalmente por la fantasía popular, como Anahí, la princesa guaraní que resiste la invasión y termina quemada convirtiéndose en la flor del ceibo. Emparentada con la leyenda está la saga. Parecen ser un mismo género literario, una narración sin fundamento histórico. Pero aquí está la diferencia. La saga tiene un fundamento histórico, aunque muy lejano. En general, las narraciones sobre el pasado histórico de acontecimientos sobre los cuales no se tienen documentos son sagas. Por eso, la de la Difunta Correa es una saga muy importante porque si bien no poseemos documentación que nos permita reconstruir su historia, no podemos dudar de un fundamento histórico. Como ella, hubo muchas difuntas Correa, es decir, muchas mujeres que acompañaron a sus esposos en las luchas civiles. Varias de ellas hicieron actos heroicos. La saga de la Difunta Correa tipifica en esa mujer el comportamiento heroico de las demás."

Leyenda, mito, creencia, culto, devoción son manifestaciones de religiosidad popular que el tiempo teje.

El profesor Dri, autor, entre otros libros, de La utopía de Jesús y coordinador de un grupo de investigadores de la UBA que concluyó con la edición de Símbolos y fetiches religiosos en la construcción de la identidad popular, dice que lo importante, en definitiva, es lo que interpreta la gente; la relación entre el sujeto y los símbolos. "El devoto, sea de la Difunta Correa, del Gauchito Gil o de la Virgen de Itatí, hace una interpretación espontánea, perteneciente a su sentido común. Es decir, ellos tienen una interpretación del significado de esos símbolos para sus vidas. Este significado puede o no coincidir con el que se les otorga desde la institución religiosa que ejerce sobre ellos su control."

Alrededor de un millón de personas visitan cada año el santuario de la Difunta Correa, en el cementerio de Vallecitos. Se trata, como dice Dri, "de la fe como constructora de un espacio de esperanza y curación".

Hoy en dia mucha gente deja en el santuario de la difunta botellas con agua, pensando que "la difunta toma esa agua".

El Santuario Principal

En Vallecito, en medio de un desierto de arena y piedra se encuentra su  Santuario Principal a un costado de la Ruta Nacional Nº 20, km 62 en el Departamento de Caucete, que une la ciudad de San Juan y las provincias de La Rioja y Catamarca.

El Santuario posee, al pie de un cerrito, un total de 15 capillitas (habitaciones de 5 m por 3 m o más grandes) desbordando de ofrendas. Todas fueron donadas por diferentes promesantes, cuyos nombres figuran en placas sobre las puertas de entrada. Supuestamente, una de ellas, que contiene los restos de Deolinda Correa, tiene una gran escultura con la Difunta con el niño. En el resto de las Capillas existen igualmente reproducciones de esta imagen en cuadros, estatuillas o estampas, acompañados en todos los casos con distintas imágenes de Vírgenes, crucifijos y santos oficiales (San José, San Cristóbal, San Francisco y San Cayetano son los más representados).




En general en todas las Capillas hay innumerables objetos agolpados y mezclados: trenzas de cabellos, relojes y radios antiguas y modernas, cuadernos escolares, yesos, exvotos de metal que hacen referencias a órganos o partes del cuerpo humano (corazón, hígado, una pierna), collares, infinitas cartas, ropa del primer hijo, chupetes, anillos, muñequitos, bastones, autitos que representan diferentes marcas, camiones con leyendas y ómnibus con el nombre de la empresa etc. Objetos de valor afectivo o económico, desde muñequitos de peluche hasta automóviles y joyas.

Un párrafo especial lo constituyen las fotografías: millones de ellas, desde principio de siglo, en blanco y negro y en color, con las personas retratadas con ropas que evidencian el paso del tiempo y de las modas y en diversas circunstancias de la vida: casamientos, bautismos, cumpleaños, varias fotos de un niño en distintas etapas de su desarrollo, imágenes que hablan de un antes y un después: enfermos y recuperados; con muletas y caminando. Fotos de casas terminadas, negocios, equipos de fútbol y de otros deportes. Imágenes de distintos momento en la vida de una familia: cuando se casan, inician la casa, la casa terminada, el nacimiento de los hijos, la adquisición de un vehículo y otras.

 Los momentos de más afluencia de visitantes se produce en Semana Santa (aproximadamente 50.000 personas), para el “Día de las Animas” (es cuando se ve la mayor cantidad de gente caminando desde lugares lejanos), la Fiesta de los Camioneros, y la Fiesta de los Gauchos. Estas últimas sin fecha fija, se realizan en épocas de buen tiempo (verano, hasta marzo), ya que se congrega mucha gente y las fiestas duran varios días al aire libre. Los camioneros se reúnen en la ciudad de San Juan y hacen una caravana que, al llegar a Caucete,  empiezan a tocar bocina hasta arribar al Santuario. Contratan grupos conocidos de música y se elige el mejor camionero y también una reina. 

Debido a la masiva afluencia de visitantes, entre creyentes y turistas, frente al Santuario se han levantado varios bares y restaurantes, un hotel y una veintena de negocios que ofrecen recuerdos de la Difunta como estatuillas en su clásica postura (recostada, cara al cielo con el niño en uno de sus pechos, en medio de un paisaje árido), estampas, medallitas cintas rojas con la frase "Difunta Correa protege mi..." y a continuación "mi hogar" o "mi familia", "mi trabajo", "mi salud" y las posibilidades incluyen todas las marcas de automóviles y motos posibles. Estas cintas, que suelen colgarse de los espejos, son bendecidas junto con el auto en cuestión por un sacerdote en la Capilla del Carmen construida recientemente en Vallecito. También una línea de ómnibus hace el recorrido de y hasta la ciudad de San Juan varias veces al día, y existen paradas de taxis y remises.

La devoción no se trata de un culto, no existe ninguna religión "difuntacorreísta" sino una difundida devoción popular practicada principalmente por gente adherente al catolicismo de la Difunta Correa es la de una santa popular (que en la práctica es venerada por los devotos como una Santa[cita requerida]), si bien no reconocida como tal por la institución católica. Los devotos consideran que hace milagros e intercede por los vivos. La supervivencia de su hijo, afirman sus devotos que sería el primer milagro de los que a partir de entonces se le atribuirían. A partir de la década de 1940, su santuario en Vallecito Caucete (provincia de San Juan), al principio apenas una cruz situada en lo alto de un cerrito, se convirtió en un pequeño pueblo en el que existen varias capillas (17 en 2005), repletas de ofrendas.

Las capillas han sido donadas por diversos devotos, cuyos nombres figuran en placas sobre las puertas de entrada. Una de ellas contendría los restos de Deolinda Correa. En esta capilla existe una gran escultura de la muerta con su hijo, recostada, cara al cielo con el niño en uno de sus pechos.

Los arrieros primero, y posteriormente los camioneros, son considerados los máximos difusores de la devoción hacia la Difunta Correa. Serían los responsables de haber levandado pequeños altares en rutas del país. Los altares presentan imágenes de la escultura de la muerta, en los cuales se dejan botellas de agua, con la supersticiosa creencia, por parte de los devotos, de que supuestamente podrán calmar la sed de la muerta. La devoción por Deolinda Correa se extendió al sur de Argentina (Provincias de Chubut y Santa Cruz) producto de la oleada de familias del norte atraídas por el auge de la industria petrolera.

Las visitas al Oratorio de la Difunta Correa se producen durante todo el año, pero son más frecuentes en Semana Santa, el día de las Ánimas (2 de noviembre), la Fiesta Nacional del Camionero, en Vacaciones de Invierno y para la Cabalgata de la Fe que se realiza todos los años entre abril y mayo. En las épocas de mayor afluencia puede llegarse hasta a trescientas mil personas; el promedio (año 2005) de los que peregrinan al santuario de la "Difunta Correa" en Vallecito es de 1.000.000 personas/año.

Ofrendas por Capillas

En algunas de estas capillas se observa una concentración de ofrendas referidas a algún tema o profesión. Por ejemplo:
1) Fuerzas de Seguridad: con sables, insignias militares, condecoraciones, gorras, fotos de gente con uniformes.
2) Deportes: camisetas de futbolistas y basquebolistas, remeras de ciclistas, cascos de automovilistas, trofeos, medallas y copas, pelotas, guantes de boxeo, banderines de clubes, equipos de montar, patines, etc.
3) Maquetas de casas y replicas de autos.
4) Con ofrendas de "Famosos": pantalón de Monzón, Casco de Di Palma, camisetas de fútbol en especial se destaca la de Vélez con la firma de todos los jugadores, la de Chilavert en primer lugar, los guantes de Nicolino Loche, espuelas de Guasos Chilenos, zapatillas de baile de Nélida Lobato, juego de palos de golf de Víctor R. Fernández, guantes del Potro Domínguez, etc.
5) Hay dos enormes habitaciones donde se encuentran colgados largas filas de trajes de novia, que se alquilan o se pueden prestar en caso que la persona que lo necesita no disponga de recursos suficientes.
6) Música: guitarras eléctricas, acordeones, un arpa, un contrabajo, discos de oro y fotos y afiches de numerosos "bailanteros".
7) Gauchos: muchísimas rastras, espuelas, monturas y otros aperos del caballo

Todas las capillas tienen sus paredes exteriores cubiertas de incalculable números de placas, del piso hasta el techo, y de diferentes épocas. En el interior de cada una existen además cuadernos donde la gente escribe su pedido y expresa su agradecimiento. Los motivos más comunes son la salud (especialmente de enfermedades muy graves) y el trabajo; en menor proporción: se solicitan casas o autos.

También hay alcancías para depositar dinero y una nota donde se sugiere que los objetos de valor sean entregados en la Administración para su custodia.

Las capillas se encuentran al pie de una loma, y una larga escalera de 70 espaciados escalones, la comunican con la cima donde existen dos capillas más. Esta escalera es empleada por los promesantes para realizar exvotos de sacrificio: subir de rodillas o caminando hacia atrás o descalzos o gateando. Lipotimias y escenas de dolor son comunes en estas circunstancias. También hay gente que viene de muy lejos caminando, a caballo o en bicicleta, en especial desde Caucete y la ciudad de San Juan.

Sobre el tinglado de chapa que cubre las escaleras se han colgado miles de chapa-patentes de automóviles; y sobre toda la loma, un número igualmente incalculable de maquetas de casas, fábricas, negocios, kioscos que por lo general son réplicas de construcciones que con ayuda de la Difunta la gente se pudo comprar. El nombre del negocio o de la familia beneficiada está escrito sobre la maqueta.

En la cima, una de las capillas tiene una escultura grande de la Difunta rodeada de cientos de fotos, papelitos, cartas, placas y flores. A un costado, existe un lugar ennegrecido por el humo destinado a velas encendidas que tiene una gran canaleta por donde se escurre la enorme cantidad de cera que se derrite diariamente. En los alrededores hay algunas botellas con agua (pocas porque aparentemente son levantadas y tiradas) y monolitos con cruces.

Homenajes

Fuente de inspiración para poetas y artistas plásticos. En 1974 el realizador chileno criado en San Juan, Hugo Reynaldo Mattar se inició en la dirección cinematográfica con un film que relata la historia de la Difunda. Deolinda esta interpretada por la actriz Lucy Campbell, acompañada por Héctor Pellegrini y un extenso elenco. Novela de Agustín Pérez Pardella "La Difunta Correa", poemas de León Benaros y
de Carlos Víctor Bogri entre otros muchos.

Persecuciones y prohibiciones

El 19 de marzo de 1976 el Episcopado Argentino hace la siguiente declaración:
"Como en todos los tiempos, también en nuestros días, existen desviaciones respecto del culto de los santos y de las almas del purgatorio. Algunas veces la religiosidad popular es desvirtuada por la superstición y un indebido afán de lucro, alentado por un engañoso turismo y sus derivados.
Hay casos concretos en que, sin que conste históricamente su existencia, y al margen de la autoridad eclesiástica, se rinde culto a determinadas personas. Tal es el caso de la llamada "Difunta Correa", cuyo culto ilegítimo se ha extendido desde Vallecito, en San Juan, a lo largo y ancho de la República, a través de templetes, ermitas y profusión de estampas e imágenes, con no pocas derivaciones supersticiosas."
Por lo tanto acordamos:
1. Que los católicos solo es lícito honrar con culto público a aquellos que la autoridad de la Iglesia ha inscrito en el elenco de los Santos y Beatos.
2. Que, por consiguiente, el culto a la llamada Difunta Correa no está dentro de estas condiciones y es ilegítimo y reprobable.
3. La Conferencia Episcopal Argentina pide a los verdaderos católicos que se abstengan de practicar dicho culto."
A raíz de esa declaración, ese mismo año, las autoridades de facto prohibieron su culto e hicieron intervenir la Fundación.
Extraido del cdrom "ALMAS MILAGROSAS, SANTOS POPULARES Y OTRAS DEVOCIONES" por María de Hoyos y Laura Migale, Edición NAyA

UBICACIÓN:
Sobre la ruta nacional 141 Vallecito, provincia de San Juan

Cómo llegar:

Colectivo: Varias líneas llegan al santuario. Desde San Juan, la Empresa Vallecito va de lunes a sábado, saliendo de la terminal a las 7:30 y 16:30, domingos 8:00, 10:00 y 15:00. Desde Mendoza, la empresa El Triunfo sale los jueves, sábados y domingos a las 7:00.

miércoles, 29 de abril de 2015

EL GAUCHITO GIL El gauchito criollo de los milagros

EL GAUCHITO GIL 

El gauchito criollo de los milagros



La devoción popular por Antonio Mamerto Gil Núñez, también conocido como Curuzú Gil, o simplemente el Gauchito Gil, ha crecido con el tiempo, expandiéndose desde la provincia de Corrientes hacia todo el país. Hijo de Encarnación Núñez y José Gil de la Cuadra, algunos identifican el 12 de Agosto 1847 como fecha de su nacimiento.

No es completamente clara la historia de cómo llegó a ocupar su lugar en el imaginario popular, sino que existen al menos dos versiones sobre su vida y muerte.

Una versión dice que Antonio Gil fue un gaucho trabajador rural, adorador de "San La Muerte", que tuvo un romance con una viuda adinerada. Esto le hizo ganar el odio de los hermanos de la viuda y del jefe de la policía local, quien había cortejado a esa misma mujer. Dado el peligro, Gil dejó el área y se alistó para pelear en la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) contra Paraguay.

Luego de regresar, fue reclutado por elPartido Autonomista para pelear en la guerra civil correntina contra el opositorPartido Liberal, pero desertó. Dado que la deserción era delito, fue capturado, colgado de su pie en un árbol de espinillo, y muerto por un corte en la garganta.


Otra relata que en Corrientes corrían tiempos de luchas entre liberales y autonomistas (celestes y colorados respectivamente), y el celeste Coronel Juan de la Cruz Zalazar reclutaba combatientes para engrosar sus filas.
Antonio Gil se encontraba entre aquellos que fueron obligados a alistarse, pero el no deseaba tomar parte en estas luchas entre hermanos, por lo que prefirió huir y refugiarse en el monte.
A partir de allí el mito comienza a forjarse, ya que sus detractores lo acusaron de desertar y volverse un bandolero, mientras que otros creyeron ver en él un émulo de Robin Hood que robaba a los ricos y repartía su botín entre las personas más necesitadas (un recurso bastante utilizado por la canonización popular). Aquellos que lo conocían incluso llegaron a sostener que tenía el don de curar por imposición de manos, y que su profunda mirada tenía la capacidad de hipnotizar.

La historia de su captura es confusa: algunos sostienen que luego de permanecer oculto de la ley por más de un año fue apresado por una patrulla, mientras que otros creen que decidió entregarse al Coronel Salazar.
El hecho es que Gil fue llevado ante las autoridades, y cuando se le preguntó cuál había sido su motivo para desertar, dijo que Ñandeyara (un dios guaraní) se le había aparecido en sueños y le había dicho que no había razones para pelear entre hermanos de la misma sangre, tras lo cual se internó en el monte acompañado de dos compañeros que decidieron seguirlo tras conocer ese mensaje divino.

Las autoridades no creyeron en su explicación, y decidieron que fuera trasladado a la ciudad de Goya para ser juzgado por un tribunal. Los vecinos del lugar temieron que Gil fuese ajusticiado por los militares antes de llegar a Goya y juntaron firmas para obtener su liberación, pero llegaron tarde ya que Gil ya había partido.
Al llegar a un paraje ubicado a unos 8 Km. al norte de Mercedes, el sargento a cargo del grupo decidió terminar con la vida del prisionero.
Gil pidió que no lo mataran, y dijo que la orden de su perdón estaba en camino, pero no fue escuchado.
A punto de ser ajusticiado, advirtió a su verdugo: "Vos me estas por degollar, pero cuando llegues esta noche a Mercedes, junto con la orden de mi perdón, te van a informar que tu hijo se está muriendo de mala enfermedad. Como vas a derramar sangre inocente, invocame para que interceda ante Dios Nuestro Señor por la vida de tu hijo, porque la sangre del inocente suele servir para hacer milagros".
El sargento no creyó lo que oía y ordenó colgarlo cabeza abajo en un algarrobo y dispararle, pero cuentan que las balas no entraron en su cuerpo porque llevaba un San la Muerte bajo su piel, motivo por el cuál el sargento tomó el propio cuchillo de Antonio Gil y le cortó la yugular.
Fue un 8 de enero.
Al volver a Mercedes, el sargento se enteró que todo lo que le había dicho Gil era cierto, y desesperado rezó al Gauchito Gil para que intercediera ante Dios por la vida de su hijo y perdonara sus actos. A las pocas horas el niño se recuperó milagrosamente, y el sargento construyó una cruz con ramas de ñandubay que luego clavó en la tierra que había sido manchada con la sangre de Curuzú Gil, dando así nacimiento a su culto.
Allí, donde fue asesinado, se erige hoy el el altar principal del Gauchito
Gil, pero hay cientos de ellos en todo el país.


El Gauchito Gil es identificado con el color rojo, por lo que sus exvotos son banderas, estandartes, velas y flores de ese color, además de placas que recuerdan y agradecen los milagros otorgados.
Cada 8 de enero se festeja su día. Ese día la calle se cierra al tránsito. A un lado se arma un escenario, y a lo largo de la cuadra se instalan puestos de comidas y bebidas. Al caer la tarde, grupos de músicos van desfilando por el escenario.
Al son de acordeones y guitarras se arma la bailanta. Viejos y jóvenes,
bailarines eximios y principiantes, todos se lanzan al ruedo. Y esos rostros cansados, que rezaban callados ante la imagen, estallan ahora en sapucays y sonrisas. En el frenesí de la música y el baile, muchos de ellos sienten quizás, debajo de sus pies el polvo y sobre sus cabezas, la parra de su patio provinciano.
Cuando se cierra la noche, el árbol del Gauchito refulge de velas rojas que
los fieles encienden de a cientos, y que se renuevan permanentemente,
mientras en la calle sigue la fiesta hasta la madrugada.



ORACIÓN AL GAUCHITO ANTONIO GIL

Oh! GAUCHITO GIL te pido
humildemente se cumpla por
intermedio ante Dios, el milagro
que te pido: y te prometo que
cumpliré mi promesa y ante Dios
te haré ver, y te brindaré mi fiel
agradecimiento y demostración de
fe en Dios y en vos GAUCHITO Gil
Amén


lunes, 27 de abril de 2015

“EL GAUCHO BAIROLETTO”, EL ROBIN HOOD DE LAS PAMPAS

“EL GAUCHO BAIROLETTO”

EL ROBIN HOOD DE LAS PAMPAS



Juan Bautista Bairoletto, de apelativo “El Gaucho” o “Juancito Bairoletto”, según los papeles, era para las autoridades de entonces un enemigo de la sociedad. Su vida, la vida de un verdadero aventurero, significativamente marcó una época.

Juan Bautista Bairoletto (Cañada de Gómez Santa Fe, Argentina, 11 de noviembre de 1894 – Carmensa, Mendoza, Argentina, 14 de septiembre de 1941), fue un conocido bandido argentino, hijo de inmigrantes italianos.

Hay una legendaria polémica acerca de si el apellido se escribe con “B” o con “V”, aparentemente porque en la inscripción de su nacimiento y documentación personal figuraba de un modo y luego el mítico bandido firmó su apellido con la otra letra..


En su andar por las extensas planicies, saqueaba a los pudientes y buena parte de lo logrado lo repartía entre los pobres puesteros que vivían en las soledades del campo. Este accionar, por el que fue apodado “el Robin Hood de las Pampas”, se difundió rápidamente entre la paisanada, lo que se tradujo en un apoyo popular incondicional. Donde él llegaba, siempre había un plato de comida, yerba, tabaco y buenos caballos.

Sus padres, italianos, se instalaron en la zona rural de la actual provincia de La Pampa, en una zona triguera entre las localidades de Castex y Monte Nuevo. Quien con los años sería “El Gaucho Bairoletto”, nacido el 11 de noviembre de 1894, desde muchacho tuvo problemas con las autoridades; y el jefe de policía de Monte Nuevo se obsesionó tanto con él que cada vez que en el distrito ocurría un delito, mandaba a sus hombres a detenerlo. 

Tenía 19 años, en 1913, cuando en el pueblo fue asesinado el dueño de un almacén rural, y el jefe policial mandó detener a Bairoletto, a quien mandó a la cárcel hasta el año 1921. Al recuperar la libertad, ya de 27 años, y no poder conseguir ningún tipo de trabajo por haber estado en la cárcel, el muchacho se convirtió en un asaltante de caminos que con frecuencia mantenía tiroteos con las fuerzas policiales de la zona. Solía refugiarse en casas de juego y en prostíbulos, lugares donde se lo respetaba ya que se lo consideraba el vengador de todos los sufrimientos de los pobres, a los que siempre ayudaba con plata después de cada golpe. Día a día, pero con una velocidad asombrosa, la figura de justiciero de este “Robin Hood de las pampas", como lo llamó el periodismo de entonces, lo convirtió en vida en un verdadero y arrasador mito popular.

Empezó a tener problemas con el poder al pretender la misma mujer que el gendarme Elías Farache.


La leyenda cuenta que en la pampa argentina, donde trabajaba vendiendo cereales, Bairoletto terminó en la pulpería de un pueblo. Dicen que había allí unas chicas y con alguna intentó un romance, algunos dicen que era una prostituta. El comisario y sus amigos vieron al joven, rubio, medio gringo y no les gustó que el extraño tocara o mirara a las chicas del lugar. Dicen que estos hombres tuvieron una actitud agresiva, de maltrato y hasta intentaron desnudarlo para burlarse. Dicen que Bairoletto en ese momento se fue. Pero este acto quedó grabado en su memoria y le dio mucha bronca. Volvió un tiempo después, los encontró en el mismo lugar, se presentó con un arma y mató al comisario y a algún otro que lo había maltratado.


Como su situación no era la de un simple salteador, sino que lo impulsaba su rebeldía producto de estos hechos, se ganó la confianza y admiración del pueblo, al cual tenía de aliado en sus peones, indígenas, gauchos, criollos, reseros, o sea, todos los marginados de la época, quienes se hacían cómplices dándole guarida al fugitivo e incluso ideas para nuevos asaltos. Era considerado "el Robin Hood de las pampas", ya que repartía su botín entre los necesitados, quienes lo ocultaban, mantenían y guarecían.

Ya a los treinta y pico de años era obsesiva e infructuosamente buscado en tres provincias (La Pampa, Río Negro y Mendoza ) convirtiéndose en mito, debido a que le adjudicaban al mismo tiempo robos y muertes en puntos muy distantes, imposibles de unir a caballo.

Entre sus andanzas, se recuerda la historia del asalto a un establecimiento de campo donde el bandido rural se alzó con más de 7.000 pesos en efectivo y otros valores. Otra anécdota cuenta que en una oportunidad el general Agustín Justo recibió denuncias anónimas, alertándolo de que Bairoletto iba a asaltar el Banco de la Nación. En realidad se llevó sólo cinco gallinas y tres jamones, pero la policía y el Ejército anduvieron setenta leguas detrás de él y terminó encarcelada la persona que lo había denunciado. Las fuerzas policiales de La Pampa, San Luis y Mendoza anduvieron tras Bairoletto y sus hombres, con un despliegue de tropas nunca visto en la región de Cuyo, y que hasta un avión fue solicitado por un comisario para perseguir a los fugitivos. Por aquella época, varios fueron los tiroteos entre bandidos y autoridades que algunos lugareños de General Alvear aún recuerdan, como aquel en que los hombres de Bairoletto cortaron riendas, voltearon un caballo y “taparon” de tierra a balazos a un comisario, para luego darse a la fuga antes de que éste lograra sacudirse el polvo. Bairoletto, montado en su bayo, saltaba las alambradas de siete hilos cuando la policía debía cortarlas para poder continuar sus rastros. De las numerosas acciones, anécdotas y mitos difundidos por el Sur mendocino, sólo un puñado de ellos han sido rescatados. El resto quedó en los recuerdos de aquellos que lo vieron o en los que recibieron de sus mayores el legado de transmitir el mensaje, para mantener viva la tradición que hoy el turismo revive en un viaje hacia aquel pasado.

Luego de una breve incursión por el Norte del país, donde en sociedad con Mate Cocido, otro bandido rural que actuaba en los quebrachales chaqueños, realizó algunas fechorías, retornó a General Alvear. Entonces conoció a una joven de la que se enamoró perdidamente. Decidido a cambiar de vida, la fue a buscar con la ayuda de sus amigos y protegieron a la pareja. Un conocido le ofreció un pedazo de tierra en la Colonia San Pedro del Atuel y así fue como se dedicó a ser chacarero. En ese entonces, su nombre era Francisco Bravo, muy cerca del Atuel la tierra le daba sus productos y al hogar llegaron dos hijas.

Telma Ceballos falleció en Mendoza a los 101 años. Había nacido en San Luis, en el sur puntano, cerca de Fortín el Patria. Vivía con su papá, diez hermanos y su mamá de apellido Vílchez. Cuando su padre murió se fue con su mamá a vivir al sur mendocino. Allí, su madre formó pareja con Gerónimo Altamirano.


Ya cuarentón quiere sentar cabeza de tanta aventura y forma una familia con su mujer Telma, con la que tiene dos hijas y trata de alejarse radicándose en una chacra en General Alvear, Mendoza. Arregla un encuentro con un ex comisario, muy desconfiadamente, para inquirirle como hacer para arreglar sus cuentas y "dejar de rodar" pero la respuesta de este (de ver un abogado en San Rafael y entregarse) no lo convencen, porque sabe que si lo capturan lo van a "pasear" (seguramente como ejemplo) y terminaría muriendo en la cárcel (seguramente asesinado).

Un traidor, viejo compañero de andanzas, negoció su libertad delatando su paradero.y una partida policial lo rodea y remata tan trágicamente como empezó, suicidándose. Pero su muerte no hizo más que terminar de encender el mito.

Después del suceso una vecina hizo una capilla en ese lugar y fue venerado como si fuera un santo atribuyéndosele milagros. Su figura se mantuvo vigente hasta nuestros días, creándose la Comisión Juan Bautista Bairoletto y reconstruyéndose su rancho.


La gente lo ayudaba en sus huidas y le daba refugio cuando la policía estaba demasiado cerca. Cada vez que a Bairoletto se le daba refugio, tanto en un pequeño poblado como en un rancherío, era imposible que la autoridad diera con él. Se armaban verdaderas cadenas humanas para protegerlo: le hacían llegar mensajes, alimentos, ropas y todo tipo de cuidados. “El Gaucho Bairoletto”, o “Juancito” a secas, seguía robándole a los ricos y repartiendo lo obtenido entre gente necesitada.

En la década del 30, a Juan Bautista Bairoletto, “vago y mal entretenido”, se lo hacía responsable de todo asalto o muerte ocurridos en cualquier lugar del país. Era, verdaderamente, un fantasma justiciero.

Al comenzar los años 40 se organizó una poderosa partida policial con el objetivo de terminar con sus días. Lo sorprendieron, lo rodearon y lo mataron, en un prostíbulo de General Alvear, Mendoza, en la madrugada del 14 de setiembre de 1941. 

Fue velado en el comité del Partido Demócrata de esa localidad, y su velorio y su entierro fue un episodio de una magnitud nunca superada. El mausoleo donde descansan sus restos es visitado a diario por hombres y mujeres de todo el país, quienes le ofrendan flores y distintos objetos, pidiéndole que proteja a sus familias, trabajo, salud y hasta amor. “El Gaucho Bairoletto”, un gaucho alzado, vago y mal entretenido, desde su muerte hasta hoy, venerado como un santo. 

Bairoletto fue el último “gaucho alzado”, es decir, el último gaucho rebelde al que asfixió una nueva época, más moderna e institucional. Como suele decirse, Bairoletto murió en tiempos en que nacía una nueva Argentina, y en que la industria imponía códigos urbanos, legales, a todo el territorio nacional. Adorado y odiado en partes iguales, cosechó sólidos vínculos con el mundo de la delincuencia, pero también con figuras menores que levantaron las banderas del anarquismo rural. Porque murió violentamente (prefirió suicidarse antes de caer abatido por una redada policial, el 14 de septiembre de 1941), se convirtió inmediatamente en un mártir, cuya fama excedió a la región en la que vivió y murió.

El célebre bandolero rural Juan Bautista Bairoletto es parte del sentir popular, y sus andanzas por el Sur provincial a principios del siglo pasado ya se las consideran un mito, igual que el personaje a quien rinden culto todos los 14 de setiembre, día de su muerte.

Han quedado muchas leyendas, de tradición oral. Dicen que iba a robar parando en la casa de distintos amigos que lo protegían, y sabían lo que hacía. Él les preguntaba: “¿Qué querés que te traiga?”, como si se fuera a un viaje. Y cuando volvía, les traía alpargatas, vino, herramientas, como regalo. Esto lo convirtió en un “Robin Hood de las pampas”.
Mi madre me contó que un primo suyo, viajando a San Juan en los años ‘30, en una zona casi desértica, el auto se descompuso y quedaron ahí, en el medio del sol, sin saber qué hacer.  Hasta que apareció un gaucho, les preguntó qué les había pasado y les recomendó que no intentaran ir con el sol tan fuerte a buscar ayuda, porque tenían que caminar unos 30 kilómetros. El gaucho les recomendó que se quedaran en la sombra hasta que cayera el sol, caminaran un par de horas hasta llegar a un lucerío donde les darían auxilio para el auto. La familia agradeció al gaucho que se volvió, les dejó una cantimplora, pan, queso y se fue. Al partir, le preguntaron el nombre: “Juan Bautista Bairoletto”, les dijo.

Muchas obras se inspiraron Bairoletto, entre ellas, el ensayo compuesto por su nieto, Favio Erreguena. El cine lo honra con una película dirigida por Atilio Polverini y protagonizada por Arturo Bonín, de 1985. Una milonga lleva el nombre de “San Bautista Bairoletto”, cuyos primeros versos dicen: “Amparaba al que debía / al pobre, al necesitao / al que era castigao / y a aquel que nada tenía. / ¡San Bautista Bairoletto, / la pampa te ha de vengar!”. León Gieco lo homenajea en su disco Bandidos rurales, a partir de una investigación del historiador Hugo Chumbita. Cuando Gieco presentó este disco, en 2002, llegó hasta Mendoza y cantó con Telma el tema “Sólo le pido a Dios”.


León Gieco recogió la leyenda en su álbum Bandidos rurales:


Bairoletto cae en Colonia San Pedro de Atuel,
el ultimo balazo se lo pega él
Vicente Gascón, gallego de 62,
con su vida en Pico pagó aquella traición




Entre las muchas historias que se cuentan rescatamos esta:

Bairoletto tenía muchos amigos pobres que pese a su miseria lo auxiliaban. Uno de ellos, seguro de que no le podían fallar varias cosechas seguidas prendó su humilde chacra a un usurero. Pero como la suerte siempre estuvo en contra de los pobres no tuvo con que pagar y desesperado fue conminado por el otro a saldar la deuda, no esperándolo, para quedarse con su casa.

Se enteró el legendario bandido y le dió la plata a su amigo para cumplir, pero con instrucciones. Tenía que pagar, recuperar los pagarés del usurero y luego invitarlo a festejar con una cena.


El avaro, luego de esquilmar al chacarero y cenar opíparamente regresaba felíz de codicia en su sulky pero en el camino se encontró con el rifle de Bairoletto apuntándole para recuperar su breve préstamo.

“LA TIENDA DE LAS DELICIAS.” La prehistoria de la Fundación Eva Perón.

“LA TIENDA DE LAS DELICIAS.” 
La prehistoria  de la Fundación Eva Perón.


La residencia presidencial en 1946, cuando asumió Perón era el Palacio Unzué. Los trabajadores y los pobres conocían su ubicación y comenzaron a tocar el timbre de la Residencia Presidencial en Buenos Aires.
Después del golpe militar de 1955 que derrocó a Perón, los militares destruyeron la Residencia. Ahora es el sitio de la Biblioteca Nacional.
Como Evita fue siempre Evita, a pesar de los intentos de los historiadores de tratar de donde surgió su amor a sus descamisados comenzó a buscar solución a los problemas y necesidades del pueblo que se congregaba afuera de la Residencia Presidencial.
Evita, para el enojo de las “señoras gordas” de la aristocracia local, no estuvo nunca dispuesta a ser una primera dama tradicional.
Todos los días se juntaba frente a la Residencia Presidencial  cientos de mujeres con hijos pequeños, mayores y personas lisiadas, “los olvidados y rechazados de la sociedad” que formaban largas colas alrededor de las elegantes rejas de la casa del Presidente. Evita se dio cuenta de que tenía que buscarles una ayuda inmediata. Comenzó a comprar comida y ropa con su propio dinero y amontonar los paquetes en un garage vacío de la Residencia. Cuando los sindicatos se enteraron, comenzaron a mandar contribuciones “desde azúcar hasta zapatos”.
Cada noche, cuando Perón ya estaba acostado, Evita, su secretario privado, Atilio Renzi, su mucama, Irma Ferrari, el cocinero Bartolo y dos mucamos, Sánchez y Fernández, trabajaban hasta el amanecer para empaquetar la mercancía. Un día Perón visitó el garage y se sorprendió al ver que la mercadería era nueva. 
“Por supuesto,” contestó Evita. “Algunas cosas las compro yo con mi dinero y otras son donadas por personas que nos quieren ayudar.” “¡Es una verdadera delicia para los necesitados!” exclamó Perón y de allí en adelante el garage fue bautizado con el nombre “La Tienda de las Delicias.”



Después del golpe militar de 1955 que derrocó a Perón, los militares destruyeron la Residencia. Ahora es el sitio de la Biblioteca Nacional.

sábado, 25 de abril de 2015

BATALLA DE PERDRIEL

BATALLA DE PERDRIEL


El coronel Gillespie no es el único inglés que ponderó la benevolencia con que los conquistadores fueron tratados por las principales familias porteñas.  Y si bien los caballeros mostraban cierta reticencia en temas políticos, “las damas –dice- nos compensaban con creces la ausencia de esos asuntos, con la charla animada, la dulzura fascinadora y, por lo que nunca fallan en sus propósitos, el deseo de agradar”.  Ignacio Núñez agrega que, salvo reparos atinentes a puntos de religión, los ingleses “fueron particularmente distinguidos por las familias principales de la ciudad, y sus generales paseaban de bracete por las calles, con las Marcos, las Escaladas y Sarrateas”.  Y el teniente Linch tranquilizó a su madre con una carta en la que le decía: “Aquí no me consideran como a un enemigo; las amabilidades de que soy objeto en todas partes y sobre todo las que me dispensan las nobles familias de Lastra, Terrada, Sarratea y Goyena, son muy grandes para intentar explicarlas con palabras”.
Sea lo que fuere acerca de estas finezas, y de uno que otro romance con que Buenos Aires obsequió a los ingleses, sabemos que a muchos españoles y criollos los dominaba el encono, la indignación, la vergüenza; como se viera en la zafaduría del paisano Guanes, que había de valerle una tanda de cintarazos y una noche de cepo, en la altivez de una deslenguada moza de fonda.  “Atónito el pueblo al ver conquistada la ciudad por un puñado de hombres que pudiera deshacer a pedradas”, pronto empezó a reaccionar.  “Todos huimos a ocultarnos en las quintas y en los campos; pero con el propósito de vengarnos”, nos cuenta José Melián.  Debían “combinar algún plan para sacudir el yugo que los ingleses acababan de imponerles”, dice Trigo.
Con mucho sigilo, algunos patriotas empezaron a madurar la idea de reconquistar el país.  “Yo, que lo deseaba con ansias –diría Zelaya- y que tenía muchos amigos con quienes me reunía, me resolví inmediatamente a trabajar en este sentido”.
En efecto: en los 46 días de dominación inglesa hubo complacientes que agasajaron a los invasores con sus tertulias, sus dulces y sus valses.  Hubo espías serviciales que, por la noche, les llevaban el menudo bocadillo de su infidencia.  “Teníamos en la ciudad algunos enemigos ocultos”, cuenta Gillespie.  Hubo otros que ya ejercitaban el “no te metás” dentro de la ciudad o alejándose de ella con algún pretexto.  Pero, también hubo quienes se jugaron para reivindicar el machismo mancillado que debía haber en la mitad de Buenos Aires: los que arriesgarían sus fortunas y sus vidas para echar a los intrusos.  Entre estos desconformes estaba Zelaya.  Tenía entonces 24 años.
Diversos grupos subversivos se proponían hostilizar a los ingleses, cada uno a su modo.  Gerardo Esteve Llach, con la ayuda de Pepe “el Rubio” (José Alday) quería “reunir porción de marineros”, para capturar con ellos las naves inglesas que estaban en balizas y llevarlas a Montevideo.  Pero el joven Felipe de Sentenach lo convenció de que “sería mejor que tratasen de ver si podían conseguir la reconquista de esta plaza”, para lo cual sería un buen golpe instalar minas debajo de los cuarteles ocupados por destacamentos ingleses.
Por su parte, Juan Vázquez Feijoo había propuesto a Juan Trigo que determinado día y a una hora convenida, atacaran la parada y el destacamento del fuerte “con cuchillo en mano”.
Martín Rodríguez pensaba que, aprovechando el hábito de Beresford y Pack de salir a pasear a caballo con dos soldados hasta el Paso de Burgos, se los podía secuestrar.
Varios conjurados que estuvieron con Liniers antes de que este fuera a Montevideo en busca de auxilios, trataron de disuadirlo, y “le propusieron varios proyectos para un movimiento inmediato”; pero a él le parecieron unos absurdos y otros muy peligrosos (Nuñez).
Con el propósito de “reunir los ánimos de las diversas facciones y opiniones que había” y sumar sus esfuerzos, se reunieron Sentenach, Llach, Tomás Valencia, Trigo y Vázquez en los asientos externos de la Plaza de Toros (Retiro) y decidieron trabajar juntos.  Se efectuaron nuevas reuniones en casa del cómico Sinforiano, en la trastienda de la librería de Valencia y en otros domicilios, con el sigilo necesario, para discutir sobre lo que había de hacerse.
Don Martín de Alzaga, que estaba dispuesto a aportar “todo el dinero que se necesitare”, convocó a los conjurados para una decisiva reunión en su casa (hoy, Bolívar 370).  En ella, “propuso cada uno de los concurrentes la idea que en su concepto debía adoptarse”; y, “después de haberse controvertido sobre varios planes para llevar a efecto la reconquista”, se convino en un plan común.
Este acuerdo no disimuló del todo, sin embargo, la malquerencia que había entre el grupo subversivo de “los catalanes”, que encabezaba Sentenach y financiaba Alzaga, con el “partido” de Trigo y Vázquez.  La inquina de éstos apuntada especialmente a Alzaga, a quien sus adictos llegarían a llamar “el Padre de la Patria”; y sus detractores, “Martincho Robespierre”.  Y culminaría posteriormente, cuando Trigo acusó a Alzaga y a los catalanes de tener “ideas de independencia” que se oyeron en las secretas juntas de los conjurados.  Con más precisión, se afirmó que en la trastienda de la librería de Valencia se había hablado de formar una república independiente después de la reconquista.  Y quizás de esto oyera algo una huérfana que tenía Valencia; “porque como muchacha se introducía a oírlo todo, bien que algunas veces la echaron del cuarto, y ella solía ir y venir, ya por curiosidad, ya con el objeto de llevar algunos mates”.  No se pudo probar tan “horrendo crimen”, que la maledicencia había prendido como abrojos a la honra de fieles vasallos; pero les dio un disgusto.
A todo esto conduciría la rivalidad de los catalanes con los “paniaguados” de Trigo, por el momento aunados en un común plan subversivo.
El plan en marcha
El plan consistía en reclutar gente, en acopiar caballos, armas y municiones, y en poner minas explosivas debajo de los cuarteles donde había destacamentos ingleses.
Para esto de las minas se pensó alquilar la casa de Manuel Espinosa, frente al primer baluarte del Fuerte, hacia la Merced; pero como no se pudo, se arrendó la casa de al lado, que tenía entrada por la Alameda y que pertenecía al P. Martiniano Alonso.  Para disimular, se instaló en ella una supuesta carpintería.
Junto a los fondos de San Ignacio, sobre las calles de San Carlos y de la Santísima Trinidad (Alsina y Bolívar), en el edificio que fuera de la Procuradoría de las Misiones, estaba instalado el Cuartel Fijo de Infantería, comúnmente llamado Cuartel de la Ranchería; en él también había un destacamento inglés.  Se alquiló, pues, en su inmediación, la casa de José Martínez de Hoz; y allí los “minadores” Bartolomé Tast e Isidoro Arnau cavaron la boca del túnel para meter el explosivo.  Un grupo armado vigilaba desde la azotea del Café y billar de José Marco.
Reclutar gente era correr el riesgo de ser descubiertos por algún soplón.  Para evitar, en este caso, males mayores, se adoptó un sistema de células, único contacto de 5 voluntarios; y cada capitán sería cabeza y único contacto de 5 cabos.
“En esto salimos a ver a un sujeto que me había dicho tenía 80 hombres prontos –nos cuenta Domingo Matheu-; pero que se les había de dar 4 reales diarios hasta la reconquista”.  No hubo inconveniente: Alzaga había asegurado que tenían “un gran fondo de que disponer”; y no era el único que aportaba dinero.
Manuel Palomares era un “gallego patriota”, maestro de montajes y “caudillo de un numeroso cuerpo de gente voluntaria para la reconquista de esta plaza”.  El 27 de junio a la noche, instruyó a Cornelio Zelaya, quien en poco tiempo reclutó a 72 paisanos.  Cada uno recibía diariamente, a la oración, sus cuatro reales (Honor para Hipólito Castañer, un modesto peón “que nada quiso”).  El canario Zerpa reclutó 50 hombres.  Otros acopiaban armas blancas y de chispa.  En algún secreto lugar se estaban montando obuses.  Los conjurados no descansaban.
Otro relevante “caudillo” fue Juan Martín de Pueyrredón, quien había llegado de Montevideo con Manuel Arroyo para reclutar paisanos y preparar aprovisionamiento, en apoyo de la expedición de Liniers.  “Pueyrredón nos pasó la palabra, que al instante halló eco en todos nuestros amigos” –nos dice Melián-.  “Nos alistamos más de 300, que debíamos reunirnos armados en un día dado en la Chacarita de los Colegiales”, agrega Martín Rodríguez.
Se había dispuesto que los voluntarios fueran concentrados y preparados fuera de la ciudad:  Para ello se arrendó la llamada “Chacra de Perdriel”, propiedad situada a 4 leguas de Buenos Aires (Villa Ballester, Calle Roca 1860, a 200 m del km 18 de la Ruta 8), no lejos de la chacra de Diego Cassero.  Había tomado el nombre de su antiguo dueño, el francés Julián Perdriel, y después perteneció a Domingo Belgrano.  Estaba cercada con árboles espinosos que bordeaban un foso, y tenía un edificio de dos cuerpos y azotea, cuyas habitaciones daban a un patio central, cerrado con una reja.
En la noche del 26 de julio, Trigo y Vázquez se dirigieron con unos 200 hombres hacia la chacra de Perdriel e instalaron allí el campamento.  Hay quienes dicen que tenía por objeto llamar la atención del enemigo “y distraerlo de lo que se ejecutaba en la ciudad”, donde “había ya bastante escándalo o susurro” sobre la conjura.
Ciertamente, “los enemigos no carecían de noticias sobre estos movimientos” (Núñez), por “sus soplones, que tenían muchos” (Beruti).
Un día (27 de julio), estando Zelaya en su casa con su amigo Antonio Villalta, tratando pormenores del plan subversivo, fue a buscarlo un corchete del Cabildo, apodado Petaca, y le dijo:
- ¿Es usted don Cornelio Zelaya?
- Si, señor; soy yo.
- De orden de S. E. el señor Gobernador, que se presente usted ahora mismo en la sala capitular, donde lo espera S. E.
- Muy bien.  Diga usted a S. E. que voy al momento.
Zelaya entró, meditando una fundada sospecha, y le dijo a Villalta:
- “¡Amigo, me han descubierto!  Me manda llamar Beresford y no será sino para colgarme.  Mientras voy al billar a ver si encuentro a Palomares para acordar algo, hágame el favor de ensillarme el caballo, que en cuanto vuelva, monto y salgo al campo antes de que me echen caza.  Y usted llevará la gente a Perdriel”.
Efectivamente, Palomares estaba en el billar y, al saber que Beresford había encontrado la punta del ovillo, huyó junto con Zelaya, temiendo ser entregado “por tanto soplón”.
Ambos fueron a la quinta de Francisco Orma, en Barracas, donde se encontraron con Diego Baragaña, Manuel Arroyo, José Pueyrredón y otros patriotas que se habían congregado para ir juntos a Luján, donde se incorporarían a las fuerzas de Juan Martín de Pueyrredón.
Partieron al anochecer en dirección a la novísima parroquia de San José, en tierras de Ramón Flores (hoy barrio de Flores); desde allí tomaron la carrera de Córdoba (hoy Gaona), que trasponía la cañada de Morón por el norte de Nuestra Señora del Camino (Morón), y a medianoche estuvieron en el puente de Pedro Márquez, desde donde seguirían a Luján.
Pueyrredón había reunido el contingente de los paisanos convocados en la Chacarita de los Colegiales y en los Santos Lugares de Jerusalén (hoy San Martín), con los blandengues que el comandante Antonio Olavarría había recogido en la frontera.  Y juntos regresaron hacia la chacra de Perdriel.
Por su parte, los catalanes habían despachado, el 30 de julio, un cuerpo de 50 fusileros y 4 obuses a cargo de Esquiaga y Anzoátegui, con el secreto designio de reemplazar, por las buenas o por las malas, a Trigo y Vázquez, en la comandancia del campamento.  Pero aún no habían montado los obuses cuando tuvieron una inopinada sorpresa.
Hora de combatir
Informado Beresford de aquella concentración de fuerzas y de que tenían pocas armas, decidió dar un golpe de mano.  En la madrugada del 1º de agosto salió de la ciudad, sigilosamente, una división de 500 infantes con dos cañones, mandada por el coronel Pack y guiada por el deslucido alcalde Francisco González.
A las 7 de la mañana cayeron sorpresivamente sobre la chacra de Perdriel y, de un zarpazo, desbarataron aquel campamento de bisoños en el que, con poca fortuna, se empezaba a presentir la patria.
Aunque Beruti se esmere en demostrar que “la victoria fue nuestra” en vista de la obstinada resistencia opuesta al enemigo, aceptemos que, cuando los ingleses se desplegaron en línea de batalla y rompieron el fuego a discreción, “la desbandada fue general, sin que quedase un solo hombre en el campo”, como dice Martín Rodríguez.  “Los nuestros se defendieron bizarramente –afirma Sagui- pero sin poder evitar retirarse con pérdida de algunos hombres”.  Y lo corrobora el autor del “Diario de un soldado”, admitiendo que los patriotas “se defendieron como leones, pero no hubo otro remedio que huir cada uno como pudo”.
Con mayor detenimiento, Núñez nos dice que los patriotas se empeñaron en combatir, no obstante la desventaja de sus armas, y olvidando que el principal objeto consistía en prepararse para operar con la expedición que debía llegar de un momento a otro.  “El resultado fue el que debió ser: los partidarios no pudieron resistir las descargas cerradas del enemigo y huyeron en dispersión, a pesar de los heroicos esfuerzos del ciudadano Pueyrredón y de los valientes voluntarios que lo acompañaban”.
Sí, la confrontación fue desigual: pues no bastaba el denodado esfuerzo de un centenar de paisanos armados, ni los vivas a Santiago Apóstol ni los mueras a los herejes, para resistir mucho tiempo aquella andanada.  Olavarría se retiró con sus blandengues.  Los obuses fueron abandonados.  Cundió la confusión, el desbande.  De pronto, aparecen Pueyrredón y otros 12 jinetes que, en feroz embestida, atropellan la artillería enemiga y le arrebatan un carro de municiones.  Una bala mata al caballo de Pueyrredón, pero un compañero lo salva.  Los ingleses quedan victoriosos pero anonadados ante la temeridad de aquellos hombres de Pueyrredón, entre los cuales estaba Cornelio Zelaya.  Fue “uno de los pocos intrépidos que acometieron en mi compañía al enemigo”, diría el mismo Pueyrredón.  Y Palomares corrobora que Zelaya había sido “uno de los que ayudó a cortar el carro de municiones que se le quitó al enemigo”.
Pueyrredón, Zelaya, Francisco Orma, Francisco Trelles, José Bernaldez y Miguel Mejía Mármol se dirigieron a San Isidro y se embarcaron en un bote con el que llegaron a Colonia, de donde regresarían con la expedición de Liniers.
Mientras tanto, los dispersos de Perdriel fueron congregándose en la Chacra de los Márquez (Boulogne, calle Thames, entre el Fondo de la Legua y la Panamericana), donde se reunirían con las fuerzas expedicionarias.
A la hora de los cargos y descargos, los catalanes imputarían el contraste de Perdriel a la ineptitud de Trigo, “que es un ladrón, pues ha malgastado todo el dinero de la reconquista”, y que, en vísperas del combate, toleraba en el campamento juegos, borracheras y el continuo concurso de “mujeres para bailes y bromas”.  No menos ácidos serían los cargos atribuidos a Vázquez, quien, viniendo todas las noches a la ciudad “se ponía a hablar en las tertulias de cuanto se proyectaba”, con imprudente desenfado.  Y agrega Sentenach que, mientras estaban combatiendo, Vázquez apareció en casa de Fornaguera “vestido con un poncho viejo, gorro de pisón lustrado y unas chancletas amarradas con guascas”; y por no correr peligro se disfrazó de fraile y desapareció hasta después de la reconquista, en que volvió a vérselo luciendo su uniforme…
Sin poner ni quitar roque, suponemos que influiría en estas reyertas la rivalidad de los catalanes con los seguidores de Pueyrredón.  Rivalidad que tendría pintoresco desahogo cierta vez, en el zaguán de la casa de Llach, que no estaba dispuesto a mandar su gente a San Isidro a disposición de Liniers; y que, saliendo de casillas ante la insistencia de un majadero, le contestó, “haciéndoles cortes de manga” por tres veces: “¿Sabe usted que le daré al señor Liniers?  ¡Un ajo!” (consignamos el eufemismo tal como figura en un sonado pleito ventilado posteriormente)  “¡Yo no trabajo para que otros se lleven las glorias!”.
Como los acontecimientos se precipitaran, los catalanes se apuraron a reunir su gente en la Plaza Nueva (sobre la actual Carlos Pellegrini, entre Cangallo y Sarmiento) y la enviaron a Retiro, a disposición de Liniers…
Doce de agosto
Llegó la hora de la reconquista.  De un lado estaban los vencedores: unos desinteresados y otros ambiciosos, unos acomodaticios, otros muertos…  De otro lado estaban “los herejes” y los traidores.  Cuenta Núñez que las pandillas se ensañaban con quienes “habían hecho de soplones” o ayudado al enemigo con “otros oficios viles”, sacándolos a empujones para procesarlos y robándoles, “hasta las rejas de sus casas”.
Y en ese mundo de júbilo y lágrimas, de gritos y silencios, que era como un despertar de la antigua Buenos Aires virreinal, estaba, orgulloso, ese muchachote alocado a quien Liniers elogiara cumplidamente, por ser “uno de los vecinos de esta capital que más se empeñaron desde el principio en liberarla de la denominación enemiga”.
Así había comenzado Cornelio Zelaya a servir a su patria.  Y lo haría por muchos años, abnegadamente.  Al cabo de ellos se encontró con sus recuerdos, en la pobreza y el olvido.  “Hasta los escudos de oro con que me había condecorado la patria he tenido que venderlos por chafalonía para alimentar a mi familia…..”.
Fuente
Barrionuevo Imposti, Victor – Un combatiente de Perdriel.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Todo es Historia – Año XV, Nº 178, marzo de 1982.
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