BATALLA DE PERDRIEL
El
coronel Gillespie no es el único inglés que ponderó la benevolencia con que los
conquistadores fueron tratados por las principales familias porteñas. Y
si bien los caballeros mostraban cierta reticencia en temas políticos, “las
damas –dice- nos compensaban con creces la ausencia de esos asuntos, con la
charla animada, la dulzura fascinadora y, por lo que nunca fallan en sus
propósitos, el deseo de agradar”. Ignacio Núñez agrega que, salvo reparos
atinentes a puntos de religión, los ingleses “fueron particularmente distinguidos
por las familias principales de la ciudad, y sus generales paseaban de bracete
por las calles, con las Marcos, las Escaladas y Sarrateas”. Y el teniente
Linch tranquilizó a su madre con una carta en la que le decía: “Aquí no me
consideran como a un enemigo; las amabilidades de que soy objeto en todas
partes y sobre todo las que me dispensan las nobles familias de Lastra,
Terrada, Sarratea y Goyena, son muy grandes para intentar explicarlas con
palabras”.
Sea
lo que fuere acerca de estas finezas, y de uno que otro romance con que Buenos
Aires obsequió a los ingleses, sabemos que a muchos españoles y criollos los
dominaba el encono, la indignación, la vergüenza; como se viera en la zafaduría
del paisano Guanes, que había de valerle una tanda de cintarazos y una noche de
cepo, en la altivez de una deslenguada moza de fonda. “Atónito el pueblo
al ver conquistada la ciudad por un puñado de hombres que pudiera deshacer a
pedradas”, pronto empezó a reaccionar. “Todos huimos a ocultarnos en las
quintas y en los campos; pero con el propósito de vengarnos”, nos cuenta José
Melián. Debían “combinar algún plan para sacudir el yugo que los ingleses
acababan de imponerles”, dice Trigo.
Con
mucho sigilo, algunos patriotas empezaron a madurar la idea de reconquistar el
país. “Yo, que lo deseaba con ansias –diría Zelaya- y que tenía muchos
amigos con quienes me reunía, me resolví inmediatamente a trabajar en este
sentido”.
En
efecto: en los 46 días de dominación inglesa hubo complacientes que agasajaron
a los invasores con sus tertulias, sus dulces y sus valses. Hubo espías
serviciales que, por la noche, les llevaban el menudo bocadillo de su
infidencia. “Teníamos en la ciudad algunos enemigos ocultos”, cuenta
Gillespie. Hubo otros que ya ejercitaban el “no te metás” dentro de la
ciudad o alejándose de ella con algún pretexto. Pero, también hubo
quienes se jugaron para reivindicar el machismo mancillado que debía haber en
la mitad de Buenos Aires: los que arriesgarían sus fortunas y sus vidas para
echar a los intrusos. Entre estos desconformes estaba Zelaya. Tenía
entonces 24 años.
Diversos
grupos subversivos se proponían hostilizar a los ingleses, cada uno a su
modo. Gerardo Esteve Llach, con la ayuda de Pepe “el Rubio” (José Alday)
quería “reunir porción de marineros”, para capturar con ellos las naves
inglesas que estaban en balizas y llevarlas a Montevideo. Pero el joven
Felipe de Sentenach lo convenció de que “sería mejor que tratasen de ver si
podían conseguir la reconquista de esta plaza”, para lo cual sería un buen
golpe instalar minas debajo de los cuarteles ocupados por destacamentos
ingleses.
Por
su parte, Juan Vázquez Feijoo había propuesto a Juan Trigo que determinado día
y a una hora convenida, atacaran la parada y el destacamento del fuerte “con
cuchillo en mano”.
Martín
Rodríguez pensaba que, aprovechando el hábito de Beresford y Pack de salir a
pasear a caballo con dos soldados hasta el Paso de Burgos, se los podía
secuestrar.
Varios
conjurados que estuvieron con Liniers antes de que este fuera a Montevideo en
busca de auxilios, trataron de disuadirlo, y “le propusieron varios proyectos
para un movimiento inmediato”; pero a él le parecieron unos absurdos y otros
muy peligrosos (Nuñez).
Con
el propósito de “reunir los ánimos de las diversas facciones y opiniones que
había” y sumar sus esfuerzos, se reunieron Sentenach, Llach, Tomás Valencia,
Trigo y Vázquez en los asientos externos de la Plaza de Toros (Retiro) y
decidieron trabajar juntos. Se efectuaron nuevas reuniones en casa del
cómico Sinforiano, en la trastienda de la librería de Valencia y en otros
domicilios, con el sigilo necesario, para discutir sobre lo que había de
hacerse.
Don
Martín de Alzaga, que estaba dispuesto a aportar “todo el dinero que se
necesitare”, convocó a los conjurados para una decisiva reunión en su casa
(hoy, Bolívar 370). En ella, “propuso cada uno de los concurrentes la
idea que en su concepto debía adoptarse”; y, “después de haberse controvertido
sobre varios planes para llevar a efecto la reconquista”, se convino en un plan
común.
Este
acuerdo no disimuló del todo, sin embargo, la malquerencia que había entre el
grupo subversivo de “los catalanes”, que encabezaba Sentenach y financiaba
Alzaga, con el “partido” de Trigo y Vázquez. La inquina de éstos apuntada
especialmente a Alzaga, a quien sus adictos llegarían a llamar “el Padre de la
Patria”; y sus detractores, “Martincho Robespierre”. Y culminaría
posteriormente, cuando Trigo acusó a Alzaga y a los catalanes de tener “ideas
de independencia” que se oyeron en las secretas juntas de los conjurados.
Con más precisión, se afirmó que en la trastienda de la librería de Valencia se
había hablado de formar una república independiente después de la
reconquista. Y quizás de esto oyera algo una huérfana que tenía Valencia;
“porque como muchacha se introducía a oírlo todo, bien que algunas veces la
echaron del cuarto, y ella solía ir y venir, ya por curiosidad, ya con el
objeto de llevar algunos mates”. No se pudo probar tan “horrendo crimen”,
que la maledicencia había prendido como abrojos a la honra de fieles vasallos;
pero les dio un disgusto.
A
todo esto conduciría la rivalidad de los catalanes con los “paniaguados” de
Trigo, por el momento aunados en un común plan subversivo.
El
plan en marcha
El
plan consistía en reclutar gente, en acopiar caballos, armas y municiones, y en
poner minas explosivas debajo de los cuarteles donde había destacamentos
ingleses.
Para
esto de las minas se pensó alquilar la casa de Manuel Espinosa, frente al
primer baluarte del Fuerte, hacia la Merced; pero como no se pudo, se arrendó
la casa de al lado, que tenía entrada por la Alameda y que pertenecía al P.
Martiniano Alonso. Para disimular, se instaló en ella una supuesta
carpintería.
Junto
a los fondos de San Ignacio, sobre las calles de San Carlos y de la Santísima
Trinidad (Alsina y Bolívar), en el edificio que fuera de la Procuradoría de las
Misiones, estaba instalado el Cuartel Fijo de Infantería, comúnmente llamado
Cuartel de la Ranchería; en él también había un destacamento inglés. Se
alquiló, pues, en su inmediación, la casa de José Martínez de Hoz; y allí los
“minadores” Bartolomé Tast e Isidoro Arnau cavaron la boca del túnel para meter
el explosivo. Un grupo armado vigilaba desde la azotea del Café y billar
de José Marco.
Reclutar
gente era correr el riesgo de ser descubiertos por algún soplón. Para
evitar, en este caso, males mayores, se adoptó un sistema de células, único
contacto de 5 voluntarios; y cada capitán sería cabeza y único contacto de 5
cabos.
“En
esto salimos a ver a un sujeto que me había dicho tenía 80 hombres prontos –nos
cuenta Domingo Matheu-; pero que se les había de dar 4 reales diarios hasta la
reconquista”. No hubo inconveniente: Alzaga había asegurado que tenían
“un gran fondo de que disponer”; y no era el único que aportaba dinero.
Manuel
Palomares era un “gallego patriota”, maestro de montajes y “caudillo de un
numeroso cuerpo de gente voluntaria para la reconquista de esta plaza”.
El 27 de junio a la noche, instruyó a Cornelio Zelaya, quien en poco tiempo
reclutó a 72 paisanos. Cada uno recibía diariamente, a la oración, sus
cuatro reales (Honor para Hipólito Castañer, un modesto peón “que nada
quiso”). El canario Zerpa reclutó 50 hombres. Otros acopiaban armas
blancas y de chispa. En algún secreto lugar se estaban montando
obuses. Los conjurados no descansaban.
Otro
relevante “caudillo” fue Juan Martín de Pueyrredón, quien había llegado de
Montevideo con Manuel Arroyo para reclutar paisanos y preparar
aprovisionamiento, en apoyo de la expedición de Liniers. “Pueyrredón nos
pasó la palabra, que al instante halló eco en todos nuestros amigos” –nos dice
Melián-. “Nos alistamos más de 300, que debíamos reunirnos armados en un
día dado en la Chacarita de los Colegiales”, agrega Martín Rodríguez.
Se
había dispuesto que los voluntarios fueran concentrados y preparados fuera de
la ciudad: Para ello se arrendó la llamada “Chacra de Perdriel”,
propiedad situada a 4 leguas de Buenos Aires (Villa Ballester, Calle Roca 1860,
a 200 m del km 18 de la Ruta 8), no lejos de la chacra de Diego Cassero.
Había tomado el nombre de su antiguo dueño, el francés Julián Perdriel, y
después perteneció a Domingo Belgrano. Estaba cercada con árboles
espinosos que bordeaban un foso, y tenía un edificio de dos cuerpos y azotea,
cuyas habitaciones daban a un patio central, cerrado con una reja.
En
la noche del 26 de julio, Trigo y Vázquez se dirigieron con unos 200 hombres
hacia la chacra de Perdriel e instalaron allí el campamento. Hay quienes
dicen que tenía por objeto llamar la atención del enemigo “y distraerlo de lo
que se ejecutaba en la ciudad”, donde “había ya bastante escándalo o susurro”
sobre la conjura.
Ciertamente,
“los enemigos no carecían de noticias sobre estos movimientos” (Núñez), por
“sus soplones, que tenían muchos” (Beruti).
Un
día (27 de julio), estando Zelaya en su casa con su amigo Antonio Villalta,
tratando pormenores del plan subversivo, fue a buscarlo un corchete del
Cabildo, apodado Petaca, y le dijo:
-
¿Es usted don Cornelio Zelaya?
-
Si, señor; soy yo.
-
De orden de S. E. el señor Gobernador, que se presente usted ahora mismo en la
sala capitular, donde lo espera S. E.
-
Muy bien. Diga usted a S. E. que voy al momento.
Zelaya
entró, meditando una fundada sospecha, y le dijo a Villalta:
-
“¡Amigo, me han descubierto! Me manda llamar Beresford y no será sino
para colgarme. Mientras voy al billar a ver si encuentro a Palomares para
acordar algo, hágame el favor de ensillarme el caballo, que en cuanto vuelva,
monto y salgo al campo antes de que me echen caza. Y usted llevará la
gente a Perdriel”.
Efectivamente,
Palomares estaba en el billar y, al saber que Beresford había encontrado la
punta del ovillo, huyó junto con Zelaya, temiendo ser entregado “por tanto
soplón”.
Ambos
fueron a la quinta de Francisco Orma, en Barracas, donde se encontraron con
Diego Baragaña, Manuel Arroyo, José Pueyrredón y otros patriotas que se habían
congregado para ir juntos a Luján, donde se incorporarían a las fuerzas de Juan
Martín de Pueyrredón.
Partieron
al anochecer en dirección a la novísima parroquia de San José, en tierras de
Ramón Flores (hoy barrio de Flores); desde allí tomaron la carrera de Córdoba
(hoy Gaona), que trasponía la cañada de Morón por el norte de Nuestra Señora
del Camino (Morón), y a medianoche estuvieron en el puente de Pedro Márquez,
desde donde seguirían a Luján.
Pueyrredón
había reunido el contingente de los paisanos convocados en la Chacarita de los
Colegiales y en los Santos Lugares de Jerusalén (hoy San Martín), con los
blandengues que el comandante Antonio Olavarría había recogido en la
frontera. Y juntos regresaron hacia la chacra de Perdriel.
Por
su parte, los catalanes habían despachado, el 30 de julio, un cuerpo de 50
fusileros y 4 obuses a cargo de Esquiaga y Anzoátegui, con el secreto designio
de reemplazar, por las buenas o por las malas, a Trigo y Vázquez, en la
comandancia del campamento. Pero aún no habían montado los obuses cuando
tuvieron una inopinada sorpresa.
Hora
de combatir
Informado
Beresford de aquella concentración de fuerzas y de que tenían pocas armas,
decidió dar un golpe de mano. En la madrugada del 1º de agosto salió de
la ciudad, sigilosamente, una división de 500 infantes con dos cañones, mandada
por el coronel Pack y guiada por el deslucido alcalde Francisco González.
A
las 7 de la mañana cayeron sorpresivamente sobre la chacra de Perdriel y, de un
zarpazo, desbarataron aquel campamento de bisoños en el que, con poca fortuna,
se empezaba a presentir la patria.
Aunque
Beruti se esmere en demostrar que “la victoria fue nuestra” en vista de la
obstinada resistencia opuesta al enemigo, aceptemos que, cuando los ingleses se
desplegaron en línea de batalla y rompieron el fuego a discreción, “la
desbandada fue general, sin que quedase un solo hombre en el campo”, como dice
Martín Rodríguez. “Los nuestros se defendieron bizarramente –afirma
Sagui- pero sin poder evitar retirarse con pérdida de algunos hombres”. Y
lo corrobora el autor del “Diario de un soldado”, admitiendo que los patriotas
“se defendieron como leones, pero no hubo otro remedio que huir cada uno como
pudo”.
Con
mayor detenimiento, Núñez nos dice que los patriotas se empeñaron en combatir,
no obstante la desventaja de sus armas, y olvidando que el principal objeto
consistía en prepararse para operar con la expedición que debía llegar de un
momento a otro. “El resultado fue el que debió ser: los partidarios no
pudieron resistir las descargas cerradas del enemigo y huyeron en dispersión, a
pesar de los heroicos esfuerzos del ciudadano Pueyrredón y de los valientes
voluntarios que lo acompañaban”.
Sí,
la confrontación fue desigual: pues no bastaba el denodado esfuerzo de un
centenar de paisanos armados, ni los vivas a Santiago Apóstol ni los mueras a
los herejes, para resistir mucho tiempo aquella andanada. Olavarría se
retiró con sus blandengues. Los obuses fueron abandonados. Cundió
la confusión, el desbande. De pronto, aparecen Pueyrredón y otros 12
jinetes que, en feroz embestida, atropellan la artillería enemiga y le arrebatan
un carro de municiones. Una bala mata al caballo de Pueyrredón, pero un
compañero lo salva. Los ingleses quedan victoriosos pero anonadados ante
la temeridad de aquellos hombres de Pueyrredón, entre los cuales estaba
Cornelio Zelaya. Fue “uno de los pocos intrépidos que acometieron en mi
compañía al enemigo”, diría el mismo Pueyrredón. Y Palomares corrobora
que Zelaya había sido “uno de los que ayudó a cortar el carro de municiones que
se le quitó al enemigo”.
Pueyrredón,
Zelaya, Francisco Orma, Francisco Trelles, José Bernaldez y Miguel Mejía Mármol
se dirigieron a San Isidro y se embarcaron en un bote con el que llegaron a
Colonia, de donde regresarían con la expedición de Liniers.
Mientras
tanto, los dispersos de Perdriel fueron congregándose en la Chacra de los Márquez
(Boulogne, calle Thames, entre el Fondo de la Legua y la Panamericana), donde
se reunirían con las fuerzas expedicionarias.
A
la hora de los cargos y descargos, los catalanes imputarían el contraste de
Perdriel a la ineptitud de Trigo, “que es un ladrón, pues ha malgastado todo el
dinero de la reconquista”, y que, en vísperas del combate, toleraba en el
campamento juegos, borracheras y el continuo concurso de “mujeres para bailes y
bromas”. No menos ácidos serían los cargos atribuidos a Vázquez, quien, viniendo
todas las noches a la ciudad “se ponía a hablar en las tertulias de cuanto se
proyectaba”, con imprudente desenfado. Y agrega Sentenach que, mientras
estaban combatiendo, Vázquez apareció en casa de Fornaguera “vestido con un
poncho viejo, gorro de pisón lustrado y unas chancletas amarradas con guascas”;
y por no correr peligro se disfrazó de fraile y desapareció hasta después de la
reconquista, en que volvió a vérselo luciendo su uniforme…
Sin
poner ni quitar roque, suponemos que influiría en estas reyertas la rivalidad
de los catalanes con los seguidores de Pueyrredón. Rivalidad que tendría
pintoresco desahogo cierta vez, en el zaguán de la casa de Llach, que no estaba
dispuesto a mandar su gente a San Isidro a disposición de Liniers; y que, saliendo
de casillas ante la insistencia de un majadero, le contestó, “haciéndoles
cortes de manga” por tres veces: “¿Sabe usted que le daré al señor
Liniers? ¡Un ajo!” (consignamos el eufemismo tal como figura en un sonado
pleito ventilado posteriormente) “¡Yo no trabajo para que otros se lleven
las glorias!”.
Como
los acontecimientos se precipitaran, los catalanes se apuraron a reunir su
gente en la Plaza Nueva (sobre la actual Carlos Pellegrini, entre Cangallo y
Sarmiento) y la enviaron a Retiro, a disposición de Liniers…
Doce
de agosto
Llegó
la hora de la reconquista. De un lado estaban los vencedores: unos
desinteresados y otros ambiciosos, unos acomodaticios, otros muertos… De
otro lado estaban “los herejes” y los traidores. Cuenta Núñez que las
pandillas se ensañaban con quienes “habían hecho de soplones” o ayudado al
enemigo con “otros oficios viles”, sacándolos a empujones para procesarlos y
robándoles, “hasta las rejas de sus casas”.
Y
en ese mundo de júbilo y lágrimas, de gritos y silencios, que era como un
despertar de la antigua Buenos Aires virreinal, estaba, orgulloso, ese
muchachote alocado a quien Liniers elogiara cumplidamente, por ser “uno de los
vecinos de esta capital que más se empeñaron desde el principio en liberarla de
la denominación enemiga”.
Así
había comenzado Cornelio Zelaya a servir a su patria. Y lo haría por
muchos años, abnegadamente. Al cabo de ellos se encontró con sus
recuerdos, en la pobreza y el olvido. “Hasta los escudos de oro con que
me había condecorado la patria he tenido que venderlos por chafalonía para
alimentar a mi familia…..”.
Fuente
Barrionuevo
Imposti, Victor – Un combatiente de Perdriel.
Efemérides
– Patricios de Vuelta de Obligado.
Todo
es Historia – Año XV, Nº 178, marzo de 1982.
www.revisionistas.com.ar
Se
permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar
Estimado Rodolfo. Pertenezco al Movimiento Juan Martín de Pueyrredón, organización que desde el 2015 brega por incorporar a la Conciencia Colectiva y poner en valor, todos aquellos aspectos y hechos que son parte del Patrimonio Natural y Cultural de la provincia de Buenos Aires. A días de recordar la Batalla de Perdriel, primer hito de argentinidad -casi olvidado-, quería invitarlo a que nos brinde una charla ilustrativa el 1 de agosto del año en curso. Esta invitación responde al tratamiento que le ha dado en su análisis histórico, donde además menciona uno de los héroes olvidados, Don Cornelio Zelaya; a quien la Argentina le debe honores. Nuestro Movimiento siempre recuerda a Pueyrredón, a Rodriguez, a Zelaya y a López (Don Lorenzo), no con sus jerarquías militares y atribuciones políticas, sino como buenos y comprometidos Vecinos.
ResponderEliminarLe envío por su correo personal la invitación correspondiente. Gracias por su aporte a la Conciencia Colectiva.
Movimiento Juan Martín de Pueyrredón