lunes, 21 de noviembre de 2016

AGUADO, MARQUÉS DE LAS MARISMAS Amigo, confidente, financista y finalmente SAN MARTIN fue su albacea y heredero

AGUADO, MARQUÉS DE LAS MARISMAS Amigo, confidente, financista y finalmente
SAN MARTIN fue su albacea y heredero


AGUADO, MARQUÉS DE LAS MARISMAS Amigo, confidente, financista y finalmente  SAN MARTIN fue su albacea y heredero

Alejandro María Aguado y Rodríguez de Estenoz, marqués de las Marismas del Guadalquivir; Sevilla, 1784 - Gijón, 1842) merece salir del largo olvido que la tiene relegada en los desvanes de la Historia. Este Banquero hizo rico a nuestro Libertador pero ni en su aniversario se lo recuerda.

Político, militar y financiero español.

Alejandro Aguado, en la órbita de su tío el general O’Farril, se alineó del lado del rey José I Bonaparte. En su familia, como en otras, sobre todo de las de alto copete, había surgido la división entre patriotas y afrancesados josefinos.

En Extremadura, Alejandro Aguado se curtió  como combatiente. Entre otros momentos, dejó huella en su memoria la batalla de La Albuera, que evocaba épicamente, años después en Francia. Ascendido a capitán, recibió la condecoración de la Orden Militar de España, conocida extraoficialmente como “La Berenjena”.

Distinguido por el mariscal Soult, Duque de Dalmacia, Aguado llegó a coronel de lanceros.

Edecán del mariscal francés Soult durante la ocupación napoleónica, al terminar la guerra se trasladó a Francia y fundó una banca en París.

Su actividad comercial se iniciaría bajo el marbete de “Epiceries fines. Produits coloniaux”. De España, con apoyo familiar, recibía aceitunas, aceite de oliva, pasas, almendras, así como vinos de Jerez y de Málaga. De Cuba, frutas tropicales, café, azúcar, ron y tabacos. De la tienda de ultramarinos selectos pasó a ampliar su dedicación con la perfumería, incluyendo la fabricación de cosméticos como el “Jabón de las Sultanas”.

AGUADO, MARQUÉS DE LAS MARISMAS Amigo, confidente, financista y finalmente  SAN MARTIN fue su albacea y heredero
Exportó también a España productos franceses y creó diversas empresas para la gestión de propiedades de otros españoles en Francia, como el cobro de deudas, la intermediación y otras dedicaciones que le descubrieron la mecánica de la Bolsa, sin pisar el “parquet”. Con 39 años, el negociante se convertiría en banquero.

Javier de Burgos, ante las dificultades del Gobierno de Fernando VII de contratar empréstitos en Europa, negoció en París con Alejandro Aguado, quien se lanzó a fondo a las finanzas y pasó a ser el banquero del Monarca de España, el Rey felón, aquel que le había vetado el retorno a su nación.


En 1823 Alejandro Aguado se hizo cargo de una parte de los empréstitos (10 millones de pesetas al 60,5% de interés y un 2,5% de comisión) negociados por el ministro de Hacienda, López Ballesteros, para enjugar las deudas contraídas durante el Trienio Liberal (1820-1823), que no fueron reconocidas hasta 1831.

En 1825, con parte de las obligaciones que se encontraban en sus manos, emitió títulos por valor de 547,1 millones de pesetas y una garantía de poco más de 250.000 pesetas. Se atribuyó a Fernando VII una lucrativa participación en la citada operación financiera que, por otra parte, pudo ser el origen del enfrentamiento entre López Ballesteros y el banquero. Alejandro María Aguado realizó otros empréstitos en los años 1827, 1828 y 1830.

La última transacción financiera la hizo directamente con Fernando VII con el fin de cancelar los bonos emitidos durante el Trienio Liberal, de los que una quinta parte se destinaban a convertirse en títulos de renta perpetua. En 1834 negoció empréstitos con el gobierno griego. En 1829 fue ennoblecido con el título de marqués de las Marismas del Guadalquivir.

Aguado llegó a ser uno de los grandes banqueros de Francia, donde se le consideraba en posesión de la primera fortuna personal de aquel país.

Fundamentalmente a partir de 1832, cuando, como relata Puente, “establece amistad con Aguado en París, a quien ha conocido el año anterior o en el viaje que hizo a Francia en 1828 –desde Bruselas-, antes de ir al fracasado retorno a Buenos Aires”.

Durante años, el general San Martín, en París, tuvo su residencia no lejos de la mansión del banquero Aguado, y su casa de campo, a treinta kilómetros de la capital francesa, también estaba próxima al palacio preferido del financiero español. Curiosamente, ese “chateau” del magnate, en Évry, radicaba en el espacio territorial denominado Petit Bourg, mientras que la residencia del Libertador -adquirida con apoyo económico de su craso amigo- pertenecía al Grand Bourg.

En el par de años que San Martín vivió solo, mientras su hija Mercedes y su yerno estaban en Buenos Aires, compró la modesta casa de campo de Grand Bourg, separada de los jardines del palacio de Petit Bourg por el Sena; el puente del Ris, construido por Aguado, enlazaba ambas orillas. Y adquirió también en una subasta judicial el edificio del Nº 1 de la calle Neuve de Saint Georg -cinco plantas, en el centro de la capital y a dos cuadras del palacio y oficinas de su amigo Aguado. Esta le costó 140.000 francos (la conservaría la familia hasta principios del siglo XX) y aquélla, la casa de campo, más familiar en la memoria de los argentinos, 13.500. La compra de ambas sólo fue posible gracias a la generosidad de su amigo Aguado, pues las rentas y jubilaciones del Libertador no lo habrían permitido.

“El general pasaba la mitad del año, de noviembre a abril en París y el resto en esa casa retirada en Evry, Grand Borug, ubicada a menos de 300 metros del palacio de Aguado. Estaban enlazados por un puente colgante construido por el banquero. No eran casualidades. A los amigos les gustaba estar cerca. Desde los patios y el huerto trasero de la casa de campo de San Martín se veía el palacio de Aguado”.

Aparte de las asiduas visitas a domicilio, para departir en las estancias de aquellas viviendas, ambos personajes pasearon juntos muchas veces a caballo por los bosques del Petit Bourg, pero también de París.

Las transferencias que correspondían al general San Martín, por las pensiones que tenía asignadas y por las rentas de sus propiedades al otro lado del Atlántico, no llegaban, en ocasiones, con la debida regularidad. A causa de ello, su economía particular presentaba inestabilidades y baches.

Utilizando fórmulas discretas y elegantes, Aguado apoyaba por sistema al  célebre criollo, con quien estrechó fuertes lazos de afecto y confianza.

Aguado era un apasionado del arte y la cultura dedicará tiempo y fortuna a financiar teatros –en particular la Operade París-, crear publicaciones, formar una colección de pintura y frecuentar artistas e intelectuales, como el compositor Rossini y los escritores Balzac y Nerval.

Como consecuencias de ese proceso, se produjo la elección de San Martín para encomendarle, por parte del potentado,  la intervención en el reparto de su herencia y en la tutela de sus hijos, que como albacea llevó a cabo sin escatimar tiempo ni dedicación.

Fue luego San Martín albacea y heredero de la fortuna de este hombre, le tocó liquidar la mayor colección de obras de arte de esos tiempos.

“Deseando dejar a mis ejecutores testamentarios – había dispuesto el marqués de la Marismas del Guadalquivir en testamento ológrafo depositado en la notaría- una muestra de mi afecto, les lego todas mis alhajas que tengo de mi uso personal y además una suma de treinta mil francos. Al morir San Martín esas joyas fueron heredadas por su hija. No hay noticias de qué pasó luego con ellas”.

De esa fecha –septiembre de 1842- data una carta al general Guillermo Miller en la cual San Martín dice: “Mi suerte se halla mejorada, y esta mejora es debida al amigo que acabo de perder, al señor Aguado, el que, aun después de su muerte, ha querido demostrarme los sentimientos de la sincera amistad que me profesaba, poniéndome a cubierto de la indigencia”.


Fuente: Armando Rubén Puente « Alejandro Aguado. Militar, banquero y mecenas». Editorial Edibesa. Madrid. Historia de una amistad. Alejandro Aguado y José de San Martín (Editorial Claridad, 2011



martes, 15 de noviembre de 2016

Alberti Héroe de las Invasiones Inglesas

Alberti Héroe de las Invasiones Inglesas
Alberti Héroe de las Invasiones Inglesas

La poco conocida vida de Manuel Alberti desde las Invasiones Inglesas hasta que fuera elegido Vocal de la Primera Junta de Gobierno.
 Manuel Alberti era párroco de Maldonado cuando, en Octubre de 1806, los ingleses ocuparon su pueblo, en la Banda Oriental. Poco tiempo después, los invasores, para congraciarse con la población local, mayoritariamente católica, que resistió fuertemente la invasión, y demostrar que no se trataba de una guerra religiosa, como se rumoreaba en el pueblo, publicaron un bando donde señalaban las pocas diferencias que existían entre el credo anglicano (que practicaba la mayoría del ejército ocupante) y la religión católica. Este bando fue fijado en las paredes de las distintas poblaciones ocupadas de la Banda Oriental (hoy Uruguay).
Cuando el padre Alberti lo leyó, se indignó mucho y procedió a arrancarlo de la pared, a la vista de sus feligreses; y se sumó, en ese acto, enérgicamente a la resistencia contra el invasor inglés; instando a sus fieles a hacer lo mismo. Llegó a ocultar en la iglesia, a medio construir, efectos, provisiones y valores, para esconderlos del saqueo enemigo. Se ve que el padre Alberti no debió haber sido tan disimulado en su prédica antibritánica; toda vez que su actividad se volvió sospechosa para los ingleses, quienes lo hicieron seguir y lo capturaron conduciendo cartas comprometedoras, cerca del Cerro Pan de Azúcar, revelando el movimiento de tropas británicas para las huestes españolas apostadas allí. El cerro Pan de Azúcar es la tercera elevación del Uruguay, y se ubica cerca de Piriápolis, en la ruta costera entre Punta del Este y Montevideo.

Recuperando la libertad

En virtud de la notoria popularidad del sacerdote, y para no generar la idea de que se trataba de una persecución religiosa, o para evitar sublevaciones de sus feligreses, Alberti fue liberado al cabo de poco tiempo, y se le permitió ejercer, limitadamente, su función pastoral, con una rigurosa custodia, en Montevideo. Con la derrota británica y su evacuación de la Banda Oriental (Setiembre de 1807), Alberti recuperó su libertad y retornó a su ministerio en Maldonado, donde fue recibido como un héroe. Hoy una placa lo recuerda en la Catedral de esa ciudad.

De regreso en Buenos Aires

En 1808, Alberti retornó a Buenos Aires, donde obtuvo, por concurso, la titularidad de la flamante parroquia de San Benito de Palermo, que se estaba por crear. Otro sacerdote se opuso a su toma de posesión, asesorado por un abogado que luego sería célebre: Mariano Moreno (futuro compañero de Alberti en la Primera Junta); reclamo que luego el obispo desestimaría por improcedente.
Como no se efectivizaba la creación de esa parroquia, Manuel Alberti ejercerá su ministerio, hasta el final de sus días, en la iglesia de San Nicolás de Bari (de la cual se había desprendido la de San Benito de Palermo, sin oficializarse aún). En esa época, Alberti empezó a frecuentar a Nicolás Rodríguez Peña, Miguel de Azcuénaga e Hipólito Vieytes (su antiguo compañero de colegio); vinculándose con los círculos revolucionarios. Algunos creen que integraba la famosa "Sociedad de los Siete". Asistió al Cabildo Abierto del 22 de Mayo de 1810 y de los 27 religiosos que concurrieron, fue uno de los 19 que votaron por el cese del virrey, contrariando la posición del Obispo Lué, de quien dependía en su ejercicio pastoral.

Alberti en la Primera Junta

En la jornada del 25 de Mayo, mientras su hermano y tocayo Manuel Silvestre (luego capitán del Regimiento de Granaderos a Caballo) firmaba, entusiasta, en la Plaza de la Victoria, el petitorio para que su hermano, el clérigo, integrara la Primera Junta; Manuel Maximiano estaba en la casa de su amigo Miguel de Azcuénaga, junto con otros patriotas; desde donde podían seguir los movimientos en la Plaza. La casa de Azcuénaga quedaba al frente de la Plaza, sobre la actual calle Rivadavia, lindera con la Catedral Metropolitana; donde hoy se erige un edificio donde funcionan oficinas del Banco Francés. Allí fue donde se enteró que había resultado designado vocal del Primer Gobierno Patrio, junto, precisamente, con su anfitrión, Azcuénaga.
No se sabe muy bien por qué se lo incluyó como Vocal de la Primera Junta. Algunos creen que los hombres de Mayo quisieron transmitir el mensaje de que no pretendían romper con la tradición católica de casi toda la población, a diferencia de los revolucionarios franceses.
Otros piensan que, su prestigio, su calidad de "cura héroe" de las Invasiones Inglesas y su carácter piadoso, reconocido unánimemente, contribuían a prestigiar a un nuevo gobierno, que necesitaba legitimarse rápidamente ante amplias franjas de la población del entonces virreinato, acostumbrado a la tradición colonial hispana.
Otros piensan que, ligado a Azcuénaga y a las ideas de Cornelio Saavedra, representaba un elemento "conservador" necesario para lograr un balance y equilibrio en la Junta. Finalmente, otros creen, sencillamente, que Alberti fue elegido por su carácter sacerdotal, para ser el "capellán" del flamante Gobierno Patrio.

Sin rencores

Sin embargo, una vez en la Junta, y a sus 46 años, Manuel Alberti adhirió a casi todas las ideas, principios y proyectos de Mariano Moreno, aquel abogado que, curiosamente, se había opuesto a que él se hiciera cargo de la Parroquia de San Benito de Palermo.
Ello revelaba que Alberti no tenía un carácter rencoroso o vengativo, y se guiaba por sus propios principios, valores y convicciones. Así, la firma de Alberti figuró en todos los actos en que la Junta resolvió: crear el Ejército Argentino y la Gazeta de Buenos Aires, la deportación del ex virrey Cisneros y los oidores de la Real Audiencia a las Islas Canarias, así como la destitución de los cabildantes realistas.
Por Juan Pablo Bustos Thames *
(*) Abogado, Ingeniero
en Sistemas de Información
y Docente Universitario



sábado, 12 de noviembre de 2016

EL CABALLO Y EL INDIO

EL CABALLO Y EL INDIO


EL CABALLO Y EL INDIO


Los primeros indios se encontraron con los equinos que quedaron de la expedición de Mendoza, aprendieron a amansarlos, y de esa unión hombre-caballo resultó una poderosa combinación que implicó una revolución de las estructuras sociales, políticas y económicas de los nativos de la pampa y de los araucanos que llegarían de Chile.

En el período anterior al conocimiento del caballo, el hábitat de los aborígenes era reducido a consecuencia de la falta de movilidad.

Gracias al caballo el territorio se agrandó enormemente y las técnicas de caza se perfeccionaron, con el rodeo de los animales salvajes.

En la guerra se reemplazó el arco y la flecha por la lanza y se usaron armaduras de cuero de equino.

Las actividades económicas se convirtieron en predadoras, porque se basaron en el robo de ganado.

El rol de la mujer cambió fundamentalmente al ser liberada del transporte de enseres, para dedicarse al grupo familiar y los trabajos en los toldos.

La alimentación cambió haciéndose en base a la carne del equino.

Y algo muy importante: el incomparable adiestramiento de sus caballos les permitió tener grandes ventajas cuando hubieron de enfrentarse con los cristianos.

Cuando regresaban a las tolderías, luego de un malón, los indios apartaban los caballos robados y los soltaban en el monte a pastorear; después los sometían al más duro aprendizaje para seleccionar los mejores. Ensillados, al salir el sol, los hacían galopar velozmente por terrenos difíciles -hondonadas, médanos o zonas pantanosas- hasta agotarlos. A continuación los ataban a un poste y los dejaban sin comer ni beber durante un día. Los caballos que resistían estas pruebas se volvían tan dóciles como infatigables y podían secundar eficazmente al indio en sus invasiones".( Párrafo extractado de la obra  "Descripción de la Patagonia", de Tomás Falkner
El español llegó al Río de la Plata con un elemento valioso para la guerra: el caballo.

Este animal causó espanto entre los indígenas, hasta que se acostumbraron a pelear con los europeos; entonces, tomándolo de las riendas hacen caer al jinete, pero para llegar a esto pierden muchas vidas.

El coronel  Wlather dice en su libro La conquista del desierto: «Antes de la introducción del caballo en las pampas, andaban y combatían a pie, pero cuando adaptaron el cuadrúpedo a sus costumbres, se convirtieron en habilísimos jinetes, transformando a los equinos en valiosos auxiliares para la guerra. Ello les permitió ganar movilidad y rapidez de acción en sus correrías».

Sobre los caballos de los indios de la pampa, una de las primeras referencias se encuentra en lo que escribiera el virrey Ceballos en 1777, al referirse al plan que quiso poner en práctica contra los enclaves indígenas. Allí dice: «Yo medito que se haga una entrada general en la vasta extensión a donde se retiran y tienen su madriguera estos bárbaros, favorecidos en la gran distancia y en la ligereza y abundante provisión de caballos de que están provistos».

Un párrafo de la memoria del virrey Vértiz, a su sucesor el marqués de Loreto, escrito en 1784, explica: «(…) Que los indios forman cuerpos errantes, sin población ni habitación determinada; que carecen de todos los bienes de fortuna, que no aprecian comodidades; que se alimentan de yeguas y otros animales distintos de los que usamos nosotros (…)>>.

Está claro, por lo que escriben los virreyes, que en la segunda mitad del siglo XVIII era bien conocido que los indios disponían de muchos y buenos montados, y que se alimentaban con carne de yegua. Con respecto a la forma como amansó el caballo el indio, y como lo entrenó para la lucha, se ha escrito mucho, por lo que a continuación sólo nos referiremos a los autores que expresaron mejor esa habilidad, recordando que para varios entendidos en la materia, aquél superó al gaucho en ese aspecto.

El capitán F.B. Head, en su libro Las Pampas y los Andes, escribe al respecto:«Los gauchos, que son magníficos jinetes, declaran todos que es imposible correr con un indio, porque los caballos de los indios son mejores que los suyos, y también que tienen una forma de impulsarlos por medio de gritos y de movimientos peculiares de sus cuerpos, que, aun si cambiaran los caballos, los indios ganarían».

 Martiniano Leguizamón hizo notar por su parte que «el indio fue el maestro del gaucho en el manejo del lazo y de las boleadoras».

Lucio V. Mansilla escribió: «Los indios no echaron pie a tierra. Tienen ellos la costumbre de descansar sobre el lomo del caballo. Se echan como en una cama. haciendo cabecera del pescuezo del animal, y extendiendo las piernas cruzadas en las ancas, así permanecen largo rato, horas enteras a veces.
Ni para dar de beber se apean; sin desmontarse sacan el freno y lo ponen. El caballo del indio, además de ser fortísimo, es mansísimo. ¡Duerme el indio!, no se mueve. ¡Está ebrio”, le acompaña a guardar el equilibrio. ¡Se apea y le baja la rienda”, allí se queda. ¡Cuánto tiempo”, todo el día. Si no lo hace es castigado de modo que entienda por qué. Es raro encontrar un indio que use manea, traba, bozal y cabestro.
Si alguno de esos útiles lleva, de seguro que anda redomoneando a un potro, o es un caballo arisco, o enseñando a uno que ha robado en el último malón. «El indio vive sobre el caballo, como el pescador en su barca: su elemento es la Pampa, como el elemento de aquél es el mar. (…) Todo cuanto tiene dará el indio en un momento crítico por un caballo.»



 El dibujo es el cuadro “Palenqueando” del prestigioso pintor  Enrique Castells Capurro

miércoles, 9 de noviembre de 2016

¿DE DONDE VIENE EL NOMBRE DE RIVER?

¿DE DONDE VIENE EL NOMBRE DE RIVER?


¿DE DONDE VIENE EL NOMBRE DE RIVER?


En 1901, Leopoldo Bard, primer presidente y socio fundador de River, convocó a la comisión directiva a elegir un nombre para el flamante club. Entre los nombres propuestos, se resolvió votar entre los que a todos les parecieron más adecuados. Algunos de los miembros buscaban conservar el nombre de su equipo de origen, otros buscaban uno que marque la imagen del lugar donde se gestó el club, y otros buscaban un nombre tan nuevo como el nuevo club. Los nombres finalistas llegaron a ser: La Rosales, defendido por Carlos Antelo ; Club Atlético Forward, promovido por Pedro Ratto; Juventud Boquense, que era el preferido de Bernardo Messina; hubo quien votó por el viejo nombre de Santa Rosa, y fue Pedro Martínez quien ideó el nombre de River Plate, espantosa traducción de "Río de la Plata", ya que en realidad significa "Plato del Río". Dicen que Martínez había visto el nombre impreso en unas misteriosas cajas , y que le había gustado como quedaba escrito, tal vez por la curiosidad y el encanto del misterio de esas cajas de las que desconocían el contenido. 

El resultado de la votación fue un empate casi exacto entre los que optaban por llamar a River "Forward" y los que preferían el nombre de "River Plate". La razón de que se optara por nombres de origen inglés era que el fútbol aún se seguía considerando un deporte marcadamente ligado a su lugar de proveniencia: Gran Bretaña. Leopoldo Bard decidió entonces que un partido de fútbol entre los socios que optaban por bautizar Forward al club, contra los que preferían llamarlo River Plate, sería la manera más democrática de resolver la situación : el ganador sería quien le pondría el nombre definitivo. 

Lo curioso del caso es que el partido fue ganado por los defensores del nombre Forward, quienes en el momento de asistir a la reunión de bautismo oficial del club anunciaron arrepentidos que , pese a haber ganado...!a ellos también les gustaba más el nombre de River Plate!. Es por eso que durante años se hizo famoso el lema aquel de: "River Plate, tu grato nombre". Porque hasta los que no querían el nombre terminaron adoptándolo.

Fuente:  Ana von Rebeur


domingo, 6 de noviembre de 2016

REINO MONOMOTAPA O MUTAPA (1450-1884)

REINO MONOMOTAPA O MUTAPA (1450-1884)


REINO MONOMOTAPA O MUTAPA (1450-1884)

El estado Mutapa se estableció en el siglo XV, tras el declive del Gran  Zimbabue en el sur. Se extendía desde el norte de la meseta de Zimbabwe hasta las tierras bajas adyacentes del Zambeze, incluyendo extensas zonas de la actual Mozambique. Sus límites territoriales han sido exagerados por los primeros cartógrafos y cronistas, quienes llevaron a los historiadores a pensar que se trataba de un imperio que se extendía desde el Océano Índico hasta el desierto de Kalahari. Se sabe que desde los siglos XV y XVI mantenías relaciones con comerciantes Swahili y portugueses respectivamente.
La tradición oral sobre los orígenes del Estado Mutapa hablan de las migraciones desde Guruuswa, identificado con tierras del sur, tal vez desde el Gran Zimbabue, a la región de Dande en busca de depósitos de sal. Sus fundadores, de acuerdo con esta tradición oral, conquistaron y sometieron a los Tonga y Tavara del Zambeze inferior, y a los Manyika y Barwe hacia el este. La evidencia histórica sugiere que el primer Mwene Mutapa (Señor de Mutapa) inicialmente se estableció en Mukaranga, en la cuenca Ruya-Mazowe, antes del siglo XVI, y conquistó y absorbió las jefaturas preexistentes para poder controlar los recursos de tierras agrícolas y minerales, principalmente de oro y marfil. Extendieron los edificios de piedra y ciudades amuralladas que se habían construido anteriormente en el Gran Zimbabue.
Su expansión por el río Zambeze hacia el este se debió a la creciente importancia del río Zambeze en el comercio con el Océano Índico. Desde comienzos del siglo XVI, su historia está dominada por los intentos portugueses de interferir en la política de la corte, las guerras civiles, las conquistas y el comercio, especialmente tras su establecimiento en Sena y Tete en 1531. Los Tonga (grupo de habla shona) reaccionaron a la invasión portuguesa alrededor de 1570 con una fuerte resistencia.
Durante la segunda mitad del siglo XVII, la actividad comercial fue decayendo debido a la interferencia política portuguesa, en un intento por conquistar el estado, apoyando las insurrecciones e incluso armando ejércitos privados para robar o esclavizar a la gente. Esta inestabilidad política socavó seriamente el comercio de la zona oriental y central de la meseta, obligando a los comerciantes de Mutapa a moverse hacia el oeste para abrir nuevos mercados. Al mismo tiempo, el reino quedó dividido en dos estados separados el de Mutapa y el que más tarde se conocería como Imperio  Rozwi.
A principios del siglo XVIII, después de que importantes regiones del este habían caido bajo el control portugués, el estado Mutapa se vió obligado a desplazarse hacia Dande. Pero la presión continuó y aunque, ya en el siglo XIX, el estado Mutapa sobrevivió a las invasiones  Nguni en 1860 los portugueses comenzaron el asalto definitivo al Estado Mutapa, invadiéndola y obligándola a pagar tributo. En 1884 la desaparición del estado había sido completada.
Fuente : Inocencio Pikirayi


viernes, 4 de noviembre de 2016

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jueves, 3 de noviembre de 2016

BREVE HISTORIA DEL PEINE

BREVE HISTORIA DEL PEINE



BREVE HISTORIA DEL PEINE


Cuando el hombre primitivo comenzó a fabricar utensilios, uno de los primeros que creó su ingenio fue el peine.
       Antes de eso utilizaba la mano para echarse hacia atrás la larga cabellera y por este motivo los primeros peines hechos por aquellos desconocidos artesanos de la Edad de Piedra, tuvieron la forma de esta herramienta universal: una mano abierta, hecha de madera, hueso o asta. Luego, con la aparición de los metales, los peines se hicieron sucesivamente de bronce, cobre, hierro y también de materiales preciosos, como plata y oro.
       A más de un utensilio de aseo personal, los pueblos de la antigüedad consideraban al peine un elemento de uso religioso. Las mujeres lo llevaban colgando del cuello a modo de amuleto; los griegos primitivos, de culturas anteriores a la época de los poemas homéricos, consideraban que el sacerdote debía pasarse un peine por la cabellera antes de acercarse al altar, y esta costumbre persistió entre los pueblos helénicos y romanos hasta los albores de la Era cristiana.
       Una demostración de lo difícil que es desterrar ciertas costumbres humanas, es precisamente la supervivencia de esta tradición en Inglaterra, donde hasta el siglo xvi los abades se sometían a un peinado litúrgico antes de ser consagrados. En cuanto a la forma, desde la más remota antigüedad hasta nuestros días apenas ha variado.
       Más ancho o menos, más largo o más corto, el peine sigue siendo semejante a los primeros que fabricó el hombre, aunque se hayan abandonado los metales preciosos en favor de los materiales plásticos, más livianos y económicos.