lunes, 21 de noviembre de 2016

AGUADO, MARQUÉS DE LAS MARISMAS Amigo, confidente, financista y finalmente SAN MARTIN fue su albacea y heredero

AGUADO, MARQUÉS DE LAS MARISMAS Amigo, confidente, financista y finalmente
SAN MARTIN fue su albacea y heredero


AGUADO, MARQUÉS DE LAS MARISMAS Amigo, confidente, financista y finalmente  SAN MARTIN fue su albacea y heredero

Alejandro María Aguado y Rodríguez de Estenoz, marqués de las Marismas del Guadalquivir; Sevilla, 1784 - Gijón, 1842) merece salir del largo olvido que la tiene relegada en los desvanes de la Historia. Este Banquero hizo rico a nuestro Libertador pero ni en su aniversario se lo recuerda.

Político, militar y financiero español.

Alejandro Aguado, en la órbita de su tío el general O’Farril, se alineó del lado del rey José I Bonaparte. En su familia, como en otras, sobre todo de las de alto copete, había surgido la división entre patriotas y afrancesados josefinos.

En Extremadura, Alejandro Aguado se curtió  como combatiente. Entre otros momentos, dejó huella en su memoria la batalla de La Albuera, que evocaba épicamente, años después en Francia. Ascendido a capitán, recibió la condecoración de la Orden Militar de España, conocida extraoficialmente como “La Berenjena”.

Distinguido por el mariscal Soult, Duque de Dalmacia, Aguado llegó a coronel de lanceros.

Edecán del mariscal francés Soult durante la ocupación napoleónica, al terminar la guerra se trasladó a Francia y fundó una banca en París.

Su actividad comercial se iniciaría bajo el marbete de “Epiceries fines. Produits coloniaux”. De España, con apoyo familiar, recibía aceitunas, aceite de oliva, pasas, almendras, así como vinos de Jerez y de Málaga. De Cuba, frutas tropicales, café, azúcar, ron y tabacos. De la tienda de ultramarinos selectos pasó a ampliar su dedicación con la perfumería, incluyendo la fabricación de cosméticos como el “Jabón de las Sultanas”.

AGUADO, MARQUÉS DE LAS MARISMAS Amigo, confidente, financista y finalmente  SAN MARTIN fue su albacea y heredero
Exportó también a España productos franceses y creó diversas empresas para la gestión de propiedades de otros españoles en Francia, como el cobro de deudas, la intermediación y otras dedicaciones que le descubrieron la mecánica de la Bolsa, sin pisar el “parquet”. Con 39 años, el negociante se convertiría en banquero.

Javier de Burgos, ante las dificultades del Gobierno de Fernando VII de contratar empréstitos en Europa, negoció en París con Alejandro Aguado, quien se lanzó a fondo a las finanzas y pasó a ser el banquero del Monarca de España, el Rey felón, aquel que le había vetado el retorno a su nación.


En 1823 Alejandro Aguado se hizo cargo de una parte de los empréstitos (10 millones de pesetas al 60,5% de interés y un 2,5% de comisión) negociados por el ministro de Hacienda, López Ballesteros, para enjugar las deudas contraídas durante el Trienio Liberal (1820-1823), que no fueron reconocidas hasta 1831.

En 1825, con parte de las obligaciones que se encontraban en sus manos, emitió títulos por valor de 547,1 millones de pesetas y una garantía de poco más de 250.000 pesetas. Se atribuyó a Fernando VII una lucrativa participación en la citada operación financiera que, por otra parte, pudo ser el origen del enfrentamiento entre López Ballesteros y el banquero. Alejandro María Aguado realizó otros empréstitos en los años 1827, 1828 y 1830.

La última transacción financiera la hizo directamente con Fernando VII con el fin de cancelar los bonos emitidos durante el Trienio Liberal, de los que una quinta parte se destinaban a convertirse en títulos de renta perpetua. En 1834 negoció empréstitos con el gobierno griego. En 1829 fue ennoblecido con el título de marqués de las Marismas del Guadalquivir.

Aguado llegó a ser uno de los grandes banqueros de Francia, donde se le consideraba en posesión de la primera fortuna personal de aquel país.

Fundamentalmente a partir de 1832, cuando, como relata Puente, “establece amistad con Aguado en París, a quien ha conocido el año anterior o en el viaje que hizo a Francia en 1828 –desde Bruselas-, antes de ir al fracasado retorno a Buenos Aires”.

Durante años, el general San Martín, en París, tuvo su residencia no lejos de la mansión del banquero Aguado, y su casa de campo, a treinta kilómetros de la capital francesa, también estaba próxima al palacio preferido del financiero español. Curiosamente, ese “chateau” del magnate, en Évry, radicaba en el espacio territorial denominado Petit Bourg, mientras que la residencia del Libertador -adquirida con apoyo económico de su craso amigo- pertenecía al Grand Bourg.

En el par de años que San Martín vivió solo, mientras su hija Mercedes y su yerno estaban en Buenos Aires, compró la modesta casa de campo de Grand Bourg, separada de los jardines del palacio de Petit Bourg por el Sena; el puente del Ris, construido por Aguado, enlazaba ambas orillas. Y adquirió también en una subasta judicial el edificio del Nº 1 de la calle Neuve de Saint Georg -cinco plantas, en el centro de la capital y a dos cuadras del palacio y oficinas de su amigo Aguado. Esta le costó 140.000 francos (la conservaría la familia hasta principios del siglo XX) y aquélla, la casa de campo, más familiar en la memoria de los argentinos, 13.500. La compra de ambas sólo fue posible gracias a la generosidad de su amigo Aguado, pues las rentas y jubilaciones del Libertador no lo habrían permitido.

“El general pasaba la mitad del año, de noviembre a abril en París y el resto en esa casa retirada en Evry, Grand Borug, ubicada a menos de 300 metros del palacio de Aguado. Estaban enlazados por un puente colgante construido por el banquero. No eran casualidades. A los amigos les gustaba estar cerca. Desde los patios y el huerto trasero de la casa de campo de San Martín se veía el palacio de Aguado”.

Aparte de las asiduas visitas a domicilio, para departir en las estancias de aquellas viviendas, ambos personajes pasearon juntos muchas veces a caballo por los bosques del Petit Bourg, pero también de París.

Las transferencias que correspondían al general San Martín, por las pensiones que tenía asignadas y por las rentas de sus propiedades al otro lado del Atlántico, no llegaban, en ocasiones, con la debida regularidad. A causa de ello, su economía particular presentaba inestabilidades y baches.

Utilizando fórmulas discretas y elegantes, Aguado apoyaba por sistema al  célebre criollo, con quien estrechó fuertes lazos de afecto y confianza.

Aguado era un apasionado del arte y la cultura dedicará tiempo y fortuna a financiar teatros –en particular la Operade París-, crear publicaciones, formar una colección de pintura y frecuentar artistas e intelectuales, como el compositor Rossini y los escritores Balzac y Nerval.

Como consecuencias de ese proceso, se produjo la elección de San Martín para encomendarle, por parte del potentado,  la intervención en el reparto de su herencia y en la tutela de sus hijos, que como albacea llevó a cabo sin escatimar tiempo ni dedicación.

Fue luego San Martín albacea y heredero de la fortuna de este hombre, le tocó liquidar la mayor colección de obras de arte de esos tiempos.

“Deseando dejar a mis ejecutores testamentarios – había dispuesto el marqués de la Marismas del Guadalquivir en testamento ológrafo depositado en la notaría- una muestra de mi afecto, les lego todas mis alhajas que tengo de mi uso personal y además una suma de treinta mil francos. Al morir San Martín esas joyas fueron heredadas por su hija. No hay noticias de qué pasó luego con ellas”.

De esa fecha –septiembre de 1842- data una carta al general Guillermo Miller en la cual San Martín dice: “Mi suerte se halla mejorada, y esta mejora es debida al amigo que acabo de perder, al señor Aguado, el que, aun después de su muerte, ha querido demostrarme los sentimientos de la sincera amistad que me profesaba, poniéndome a cubierto de la indigencia”.


Fuente: Armando Rubén Puente « Alejandro Aguado. Militar, banquero y mecenas». Editorial Edibesa. Madrid. Historia de una amistad. Alejandro Aguado y José de San Martín (Editorial Claridad, 2011



1 comentario:

  1. Interesante artículo e interesante historia, que desconocía.

    Un saludo.

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