miércoles, 21 de abril de 2010

EL DIA QUE ALFREDO PALACIOS PUDO SER EL VICEPRESIDENTE DE PERON

Antes de proclamarse la fórmula laborista, Juan Domingo Perón y Alfredo L. Palacios se entrevistaron en una casona de una isla del Tigre.
Ya antes, después del 17 de octubre, Antonio López, dirigente sindical socia¬lista devenido en peronista, tuvo con Palacios una reunión preparatoria. López 41 años y Alfredo 67 años. El más joven había sido y era obrero. El más viejo abogado y docente universitario.


Y aunque el más joven había entrado al Partido Socialista cuando el más viejo ya había sido expulsado, tenían muchas cosas en común.

Se vieron en la casa de un amigo de ambos, en el barrio porteño de Palermo.

-Doctor, se están definiendo cosas muy graves para la Nación -le dijo Antonio López cuando quedaron solos-, estos son tiempos históricos.

-De lo que aquí y ahora hagamos, y de lo que aquí y ahora dejemos de hacer, daremos cuenta a la historia.

-No tengo dudas, López, de eso no tengo dudas.

-Usted sabe, hace meses que he dejado el Partido

-Doctor, los hombres que rodeamos al coronel Perón queremos mantener y profundizar las conquistas obreras por las que usted luchó como nadie.

Alfredo L. lo miró sin un solo gesto.

-¿Todos?

-¿Cómo?

- ¿Todos los hombres que rodean al coronel Perón quieren mantener y profundizar las conquistas obreras?

-Todos, aunque cada uno a su manera mintió

-Algunos, estimado compañero, de manera poco obrera.

-No puedo negárselo.

Alfredo L. también tomo un sorbo de café y le soltó, sin anestesia alguna: ¿Cuánto de fascismo hay entre ustedes? López sintió que le transpiraban las manos, quizá no era él la persona más adecuada para conseguir lo que había venido a buscar.

Hacia una semana le había dicho a Perón que era necesario hablar con Palacios, el coronel se había mostrado de acuerdo y, a su manera calma, cuando se despidieron el coronel le dijo:

-López, Palacios es capaz de ponernos en el poder, él llega a quien nosotros no llegamos, tiene en su mochila al electorado que está en contra de nosotros. Sí, Palacios es capaz de ponemos en el poder.

Ya había abierto la puerta de la oficina cuando escuchó:

-Confío en usted, López, Jugará la rnitad de nuestras esperanzas.

Y allí estaba ahora, delante del socialista más carismático y respetado, acaso el único dirigente socialista que podía entenderlos. Allí estaba, pidiéndole a Palacios que rompiese con el Partido Socialista.

Dr. Palacios, detrás del coronel Perón no se encolumna un partido tradicional, detrás de él están, desordenadas y confundidas, todas las corrientes nacionales, o. todos aquellos que entienden la causa nacional y que pronuncian la palabra patria sin vergüenza.

Que triunfe un pensamiento obrero depende de nosotros, no de él.

Se desconoce si hubo alguna otra reunión entre López y Palacios antes de la fi¬nal, que, con la presencia del coronel Perón, se desarrolló en la casona del Tigre.

Es lógico suponer que la hubo, pero en ese caso habrá sido como la aquí narrada, sin testigos, ya que Alfredo había puesto como condición para cualquier encuentro que éste se mantuviese secreto.

No era para menos, en manos de sus enemigos, aquello era un arma capaz de destruirlo.

La reunión entre Alfredo Palacios y Juan Perón fue breve. Perón por intermedio de López lo había invitado a entrar al peronismo y, según parece, puso a su disposición la candidatura que él quisiera, es decir la formula Perón-Palacios.

El dueño de casa les dejó café y les preguntó si querían un licor, ninguno bebía. Cuando se estaba yendo, le dijo a Antonio López por lo bajo:

-¡Que dios proteja a nuestro país, está en manos de abstemios!

Antonio López sonrió y acercó las sillas.

-Doctor Palacios, los que estamos con la causa nacional -dijo el coronel- debemos estar juntos. Después de décadas de entrega ahora estamos en condiciones de llevar adelante una política de emancipación.

Perón se levantó y sirvió él mismo los cafés.

-Y éste es así doctor, porque ahora el movimiento obrero esta participando de la causa nacional. Por eso he querido verlo, porque usted es su mejor representante político.

Antonio López no dejaba de sorprenderse con ese coronel, tan militar a veces, tan poco militar otras.

-Como ya le ha dicho, López, ponemos a su disposición cualquier candidatura. Hizo silencio. Esperó la respuesta.

-Coronel, yo no he venido en busca de candidaturas, vea usted la causa nacional requiere de tres columnas: independencia económica, justicia social y democracia. Sé que uds. tienen claras las primeras dos, coronel, si quiere que luchemos juntos lo que yo reclamo es democracia.

-Estamos de acuerdo.

-No estoy seguro, coronel, de que democracia signifique lo mismo para usted que para mí.

Alfredo L. le extendió a Perón un papel, era una lista de personas cuya participación en un futuro gobierno era incompatible con la democracia y la libertad, y por ende incompatible con él. Esa fue la única vez que Perón y Palacios se vieron privadamente. La lista, aunque acertada y prudente, fue para el coronel del todo inaceptable.

El 24 de febrero de 1946, cuando se cerraron los comicios, los diarios informaron lo increíble: el Partido Laborista obtuvo 1.487.886 votos y la Unión Democrática 1.207.080.

El gran perdedor de las elecciones fue el Partido Socialista, que, por primera vez desde 1912, no logró ni una sola banca. La clase obrera le había da do la espalda.

Alfredo L. Palacios murió a las seis y diez de la tarde del 20 de abril de 1965, siendo senador de la Nación. Sus restos fueron velados en el Congreso de la Nación y una muchedumbre acompañó al líder socialista.





Bibliografía: Sorín, Daniel "Palacios: un caballero socialista. Buenos Aires", Sudamericana, 2004



Autor Gustavo Galland (*)

(*) Diputado Nacional (MC) y Dirigente Socialista p/afense. fs el actual Defensor Ciudadano de La Plata





Publicado en el Diario Hoy de La Plata el viernes 20 de abril de 2007

lunes, 19 de abril de 2010

Peron y El Equipo de Locos

La Historia de un Loco cuerdo




Como casi toda historia, la mía tiene una prehistoria.

Es esta. A principios de los '50, me convertí de la noche a la mañana, o para mejor decir, de un domingo al otro, en el basquetbolista favorito del entonces Presidente de la Nación, Juan Domingo Perón. Por aquel entonces, los Harlem Globetrotters visitaban la Argentina y actuaban en el Luna Park que era elúnico estadio con capacidad para hacer frente, por la capacidad, a la erogación que significaba su contratación. Era muy común también que, quienes vivíamos en la Capital Federal, practicábamos básquet y teníamos la suerte de poder verlos, al día siguiente (y durante unos cuantos días mas), nos convertíamos en malabaristas circunstanciales. Fue así como un domingo, en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) que quedaba en Republiquetas 1050 de Núñez (donde ahora esta el CENARD), nos juntamos un grupo de amigos y como estábamos prácticamente solos en el gimnasio cubierto, nos pusimos a imitar a los "Globe" haciendo un sinnúmero de payasadas mientras jugábamos.

Tan concentrados estábamos en ese divertimento que no advertimos la entrada de Perón a las instalaciones, hasta que después de pasar por el sector dedicado a la esgrima, llegó a uno de los laterales de la cancha. Quedamos todos tan impresionados por su presencia, que cortamos la exhibición de

destrezas, para jugar "normalmente". Pero a poco de ponernos serios, el primer mandatario nos llamó y pidió que siguiéramos jugando como lo estábamos haciendo antes de que el llegara a sentarse en el pequeño palco presidencial preparado para la comitiva en forma permanente. Con beneplácito y la "obediencia debida", continuamos con la diversión deportiva por una larga media hora mas, hasta que nos anunció que se iba de regreso a la quinta presidencial de Olivos, saludándonos a uno por uno.

Exactamente una semana después, volvió a aparecerse en el gimnasio donde disfrutábamos el deporte dominguero y justamente yo estaba en posesión del balón cuando hizo su entrada. Volvimos a quedar "petrificados" y por una cuestión de respeto, además de poder saludarlo, paré el juego señalando la

llegada del primer mandatario. Fue cuando me dijo-"Seguí jugando Ibañez, que yo me siento a verlos desde el palco". No lo podía creer. Cuando escuche de su boca mi apellido, sentí como si las medias se me metían dentro de las zapatillas y los pelitos de las piernas me hacían cosquillas en las rodillas. Me sentí tan impactado que debo haber jugado mejor que nunca, ya que cuando estaba por irse, se acercó para charlar conmigo. Me dijo si me animaba a formar un "equipo de locos" que imitara a los Globetrotters en una fiesta para estudiantes. Le dije que si, que nos pusiera un Entrenador y nos diera un lugar para ensayar, que todo era cuestión de intentarlo. Así nacieron los "Uestrotters". Entrenamos casi 60 días entre 6 y 8 horas diarias, las distintas rutinas del "círculo mágico" con que hacen su presentación, en un salón con espejos y sin tableros ni canastos, en la UES masculina. Perón nos facilitó el microcine de la quinta de Olivos, donde vimos cientos de veces el primer rollo de la película "Campeones de Ébano" que cuenta la historia de los "Globe" y en el cual hacen el famoso círculo. Fue un domingo por la mañana que compartimos con los auténticos Globetrotters la cancha abierta de la Quinta (por entonces sede de la UES

femenina) y allí los negros nos enseñaron algunos trucos, nos regalaron el vinilo de The Brothers Bones con el tema "Sweet Georgia Brown", que es el "himno" de los trotamundos de Harlem hasta el presente. Pintados de negros por uno de los mejores maquilladores del cine argentino (Cesar de Combi o algo así, se llamaba), con pelucas simulando motas y una vestimenta de raso con colores celeste, blanco y rojo combinados y con la musica de "Dulce Georgia Brown" grabada por el clarinetista argentino Marito Cosentino, actuamos ante un Luna Park repleto (habían quedado mas de tres mil personas sin poder entrar) haciendo primero el circulo mágico con luz negra y repitiéndolo dos veces mas con toda la iluminación a pleno, a pedido de la multitud de estudiantes secundarios que festejaba ese 21 de Setiembre de 1954.



Cuando Perón fue derrocado en el 55, recibí ofertas de muchos clubes para seguir mi carrera y me decidí -a pesar de tener chances de fichar en primera- por una Institución que militaba en tercera de ascenso de la

Asociación Porteña de Básquetbol: Deportivo San Andrés. Tanto tiempo imitando a los Globe hizo que fuera muy dura la primera parte de mi carrera. Los adversarios ponían mas postura defensiva de boxeo que de básquet para marcarme, porque mi manera de jugar les hacia pensar que los estaba "cargando". Sin embargo en dos años estábamos en Primera División y comencé a ser respetado cuando todos advirtieron que "esa era mi manera de sentir el básquetbol". Claro que a mis habilidades agregaba una buena cantidad de puntos por partido que me convertían en el goleador del equipo.



Ya los medios me daban como "el globetrotter blanco", Mandrake (antes que el apodo fuera a parar al inigualable Alberto Cabrera), el malabarista, el mago y un montón de otros calificativos. Eso hizo que mi juego fuera disfrutado -muy especialmente- por una gran cantidad de chicos que gozaban con mis "locuras" y se reían de mis "bermudas" El paso previo. En 1960, por una cuestión de diferencias económicas, dejé Deportivo San Andrés y me fui a Gimnasia y Esgrima de Villa del Parque a hacer dupla con Ricardo Alix, a quien considero el mejor jugador argentino de todos los tiempos. Hicimos un dúo que sacó chispas aquí y en varios países de Sudamérica durante esa temporada. Pero mi corazón seguía estando en San Andrés. Al año siguiente regresé y puse como condición dirigir una categoría formativa para tener una mayor retribución. En realidad los dirigentes aceptaron porque me querían como jugador; ninguno de ellos pensaba que duraría mucho en esa función y mucho menos que lograría algo. Me inicié con la que hoy es la categoría Cadetes y por aquel entonces se denominaba "Menores"; 15 y 16 años. Me picó tanto el bichito que hice reclutamiento personal en las calles de San Andrés, Malaver y Villa Ballester del Gran Buenos Aires. Ese año fuimos subcampeones de la APB, habiendo perdido un solo juego y por un punto (con Comunicaciones, que fue el campeón). La reglamentación "amateurista" de esos años impedía que un jugador en actividad dirigiera otro club que no sea en el que jugaba, porque si lo hacia lo declaraban "profesional" y no podía jugar mas en el país. Por suerte, con aquella campaña de los Cadetes y el "arrastre" que tenía como jugador recibí el respaldo para hacerme cargo de todas las formativas del "Depor". Época en que los menores de 12, no entraban en los planes de los directivos del básquetbol argentino. Los chicos me abrumaban pidiéndome que también los entrenara a ellos. Recuerdo que en una oportunidad, vinieron en "patota" y me exigieron que les de bolilla. Eran tantos que, para sacármelos de encima les prometí que "el sábado a la 4 de la tarde" los entrenaría. Mi salida con una noviecita ocasional hizo que ese día ni siquiera pusiera los pies en el Club para juntarme con amigos: olvidé por completo el "compromiso". Cosa que no perdonaron mis diminutos "fans" al Lunes

siguiente cuando llegué a los entrenamientos de la tarde. El grupo me trató de "falluto", chanta, mentiroso y otras cosas por el estilo. Los noté tan contrariados que les mentí una enfermedad de "mi vieja" que vivía conmigo en el barrio porteño de San Telmo. Hubo casi un juramento para el sábado

posterior y el "no te vayas a olvidar" repetido hasta el cansancio los cinco días previos a la cita. Si me hubiera olvidado, la historia del Mini en la Argentina hubiera tenido otro camino.


Se sube el telón




Hice mi aparición en el Deportivo San Andrés manejando la Siambretta que me había regalado Perón cuando ganamos el Argentino de estudiantes secundarios en el 55, a las 4 de la tarde. El "Depor" todavía tenía cancha abierta y los pibes estaban todos protegiéndose del sol, sentados en el piso y apoyando

sus espaldas en el paredoncito que daba a la confitería. Griterío, carrera y cimbronazos de mi humanidad ante el efusivo recibimiento del que fui objeto por los casi 20 pibes que me aguardaban. Había solo un par de pelotas chicas con la que jugaban los Infantiles, marca Pintier de cuero, con unos gramos mas de la que usaban oficialmente los futbolistas profesionales. Ese era el material de entrenamiento y con el hicimos el primer ensayo. Fue impactante ver como obedecían cada indicación que les daba. Con ellos aprendí a ser Entrenador; fueron esos pibes los que me enseñaron más que los libros, las películas y los videos. El "feeling" de ida y vuelta era tan intenso que nunca mas les falle, ni en los entrenamientos, ni en sus conflictos personales. Ya a las dos semanas querían jugar partidos y los entendía; ni mil entrenamientos reemplazan a un partido. Pero como esa categoría, a la que le inventamos el nombre de

"Pulguitas", no existía, debimos comenzar a "investigar" quien tenía equipo de niños menores de 12. El "Scouting" nos llevo a saber por boca del Delegado del Club de Villa Pueyrredon, que ellos tenían un grupito de pibes de esa edad y debutaron como visitantes contra el equipo en el que jugaba Miguel Mateos (hoy roquero famoso) y su hermanito Alejandro, baterista de Zas. Los "nuestros" usaron una musculosa blanca con un escudito del "Depor", ya que ni siquiera teñíamos camisetas. Esos "pulguitas" jugaron posteriormente en Morón, Ituzaingó, Caseros y otros clubes del Gran Buenos Aires e hicieron "fama" porque ganaban y deleitaban con su estilo rápido, vistoso y eficaz. La euforia contagió a padres y directivos y a principios del 63 ya se guardaban en la utilería los más de 6 equipos completos de camisetas y pantaloncitos que se recibieron de diferentes donaciones. En un cuadrangular en el cual intervenía San Lorenzo (de la Asociación Buenos Aires, que nucleaba a la mayoría de los clubes de fútbol) perdieron el invicto frente a los azulgranas.



Jamás había visto llorar a tantos con semejante sufrimiento por una derrota, como aquella noche en el vestuario de San Andrés. Yo (que también desparramé un par de lágrimas y las escondí antes de entrar al vestuario) les explique por primera vez como debían afrontar el sinsabor de la derrota, que es parte de la labor docente que deben profesar quienes conducen el mini o cualquier actividad de chicos. Rápidamente llegó la revancha en la final de ese mismo cuadrangular. En aquel partido hubo un solo "santo" y no

precisamente fue "Lorenzo". El resultado a favor de San Andrés fue tan abultado, que nadie hubiera podido imaginar que ese mismo equipo lo había derrotado 48 horas antes. En los corrillos del ambiente basquetbolero se hablaba de los "Pulguitas de San Andrés" y llegó a trascender tanto, que se instaló en la cúpula de la Asociación Porteña de Básquetbol, cuyo Secretario, Manuel Solaguren, tenía un hijo integrando el equipo.



Comienza la historia "oficial"del Mini



Una noche de no me acuerdo que mes del segundo semestre del 63, recibí una invitación por parte del Presidente de la APB, Juan Esteban Della Valle, para una reunión. En ella, se me pidió que redactara un reglamento para chicos de hasta doce años, para oficializar la competencia. Junto con el dirigente Pedrero (no recuerdo su nombre) y Della Valle (el mejor dirigente deportivo que conocí en mi vida) basándonos en las reglas que inventó Jay Archer en 1950 (lo bautizó "Biddy (Pollito) Basket" copiando el seudónimo de su pequeña hija), en las que había distribuido la Pepsi Cola en Perú y otras latitudes, confeccionamos el Primer Reglamento Oficial y "bautizamos" a la categoría con el nombre de "Niños". Como punto importante, recuerdo que en las reglas originales limitaban la estatura de los participantes a 1.70

metros, cosa que hice modificar, basándome en la dificultad que tenemos en nuestro país para conseguir jugadores grandes. Me pareció que cerrarle la puerta a los "lunguitos" era como "hacer un pacto a favor del enemigo". ¡Salvemos a nuestros altos!. La primera competencia que se llevó a cabo en el país fue organizada en 1964 por la APB e intervinieron cerca de 30 clubes, siendo ganada por Deportivo San Andrés. Al respecto transcribo textualmente unos párrafos del libro "Minibásquetbol y su Proyección al

Básquetbol" (1994) del Entrenador Jorge Gutiérrez que con el subtitulo de El Minibásquetbol en la Argentina, en su página 22 dice: "El objeto primordial de esta gestión es lograr hombres de bien, por medio de deportistas aptos.

(-) Con estos conceptos, la APB presentaba su Reglamento y Normas Generales para la disputa de los partidos de Biddy Básquetbol; que tuvieron a Oscar Ibañez a uno de los integrantes de la Comisión de Reglamento junto a Esteban Della Valle y Pedrero. Se hicieron lectura de otros reglamentos como la

Peruana y Española y con modificaciones que se asemejaban en características y necesidades, se puso en vigencia el Reglamento de Juego. Oscar Ibáñez dirigía a los chicos del Deportivo San Andrés, con los cuales obtuvo los torneos de los años 1964/65/66 y 67, sin perder un solo partido en las cuatro temporadas". (Nota: Los integrantes de ese plantel -Norberto Tanghe, Eduardo Cadillac, Daniel Pace, Claudio Villanueva, Jorge Godnic y Jorge Kojdamanian- entre otros, ganaron los torneos oficiales de las categorías Infantiles, Cadetes y Juveniles, perdiendo solo 4 partidos en 8 años y siendo la base del seleccionado de Capital Federal -Campeón Argentino 1970 en Neuquén- y del equipo nacional que obtuvo el Campeonato Sudamericano de Juveniles en Santiago de Chile, en 1972) La cantidad de participantes se acrecentó en forma geométrica y la explosión se desparramó vertiginosamente por toda la República. A principios de los '70 los españoles creando un Comité Internacional también internacionalizaron el nombre de "Minibásquetbol" y en el 71 se hizo en Catamarca un campeonato nacional, al que me negué a concurrir habiendo sido nombrado Director Técnico de la selección de Capital Federal, argumentando que no debía sobredimensionarse la competencia en esa etapa del minideporte.

La historia me dio la razón ya que por la desmesurada apetencia por el triunfo hubo equipos que en forma fraudulenta incluyeron a niños con edades superiores a las fijadas por las reglamentaciones. Un bochorno. En Julio 1973 se hizo el primer "Jamboree" (palabra utilizada por los "boy-scouts"

para identificar a reuniones campamentiles con chicos de distintas provincias y/o países que confraternizan y comparten actividades en conjunto) en el cual participaron chicos argentinos y de paises limítrofes y con posterioridad -en la segunda mitad de los '70- se adoptó el sistema de Encuentros, que es mas adecuado para frenar la desmedida competitividad de algunos Entrenadores, Instructores y/o Monitores exitistas en demasía



Creo que en la actualidad esta sobredimensionado el tema del Minibásquet y son mayoría los "profesores" que aceleran etapas de la enseñanza de los fundamentos para introducirlos en la táctica y la estrategia, obstaculizando la libertad que necesita el niño para expresarse humana y deportivamente. Es hora que en este milenio, la controversia sobre si debe haber competencia o no. sea sepultada por Entrenadores y Dirigentes que antepongan a su hambre figurativa, la sana premisa de enseñar equilibradamente las formas de actuar ante las dos únicas posibilidades que da este juego; el triunfo y la derrota. Como en la vida

OSCAR DELFOR IBÁÑEZ



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miércoles, 14 de abril de 2010

Cambio de circulación en las calles de Buenos Aires

El 4 de octubre de 1944 se dictó el decreto por el cual se disponía que, a partir del 10 de junio de 1945, la circulación en el país de topo tipo de vehículo, debía realizarse por la mano derecha, en lugar de la izquierda, tal cual era el sistema imperante en ese momento; quedando expresamente exceptuados los trenes y el tranvía que unía la estación Federico Lacroze con Campo de Mayo. Se encomendó a la Administración General de Vialidad Nacional, instrumentar las medidas necesarias para cumplir con la citada disposición.


Como consecuencia de ello, se montó un amplio operativo de divulgación y se tomaron las medidas conducentes a posibilitar el cambio ordenado del sentido de circulación del parque vehícular. Se debió cambiar la señalización existente en las rutas nacionales y caminos provinciales y dictar clases explicativas para peatones y conductores de todo tipo de vehículo. Se establecieron velocidades máximas más reducidas que las vigentes y se dispuso el uso obligatorio en todos los medios de transporte, de una placa – ubicada en su parte trasera - en la cual debía verse claramente una flecha con su punta orientada hacía la izquierda, para así indicar el lugar por donde debía adelantarse cualquier vehículo que circulara detrás. La Administración General de Vialidad editó un folleto donde se especificaban las medidas que los conductores y los peatones debían respetar. A los transeúntes se les prohibía cruzar las calles a mitad de cuadra y les recordaba que deberían hacerlo por las esquinas “mirando hacía ambos lados”. En otro párrafo se dirigía a la “mujer madre” , a las maestras, preceptoras o niñeras” pidiéndoles instruir a los niños, acerca de la nueva modalidad del transito vehícular.

En Buenos Aires se debió cambiar el sentido de circulación de muchas calles y por ende el cambio de recorridos de tranvías , ómnibus y colectivos. Todo esto significó que debieron cambiarse la señalización en uso y adecuar algunos empalmes y vías de tranvía. El domingo 10 de junio de 1945 todo estaba preparado para el cambio. Los subterráneos comenzaron a funcionar a la hora cuatro, en tanto que para el resto de los vehículos la medida comenzó a a aplicarse a partir de la hora seis. La Dirección de Tránsito de la Municipalidad de Buenos Aires, entonces ubicada en en la calle Parera 119 , habilitó ese día varias líneas telefónicas para atender consultas de la gente y dispuso además que los inspectores uniformados de la repartición (entonces conocidos como “zorros grises”) , controlaran el acatamiento a la nueva medida y sancionaran a quienes así no lo hicieran. Algunas empresas comerciales se asociaron a la campaña publicitaria liderara por el gobierno nacional y en sus avisos incluyeron frases que recordaban a la población, la puesta en vigor de la nueva norma; tal el caso de Columbia Seguros, Boquillas Crisol, Casa Escasany, Cinzano y Alpargatas, la que para entonces publicitaba su “brin sanforizado” con el slogan de “No Se Achique Don Enrique”. Más allá de la puesta en marcha del nuevo ordenamiento de tránsito, el 10 de junio de 1945 fue un domingo en que Buenos Aires no alteró su ritmo normal. Otro tanto sucedió en el resto del país. En futbol, Boca enfrentó a Vélez Sársfiel, Rosario Central a River y en el Hipódromo de San Isidro la yegua Quelinda, conducida por el maestro Ireneo Leguizamo, se adjudicó el Clásico Juarez Celman.





Gracias José Pedro Aresi

viernes, 9 de abril de 2010

Fusilamiento de Martiniano Chilavert

Casi al finalizar la batalla de Caseros, los únicos federales que mantenían su posición a toda costa, eran los infantes Pedro Díaz y la artillería del Cnl. Martiniano Chilavert. Escondidos tras nubes de humo negro, disparaban con todo lo que tenían. Al acabárseles las balas y la metralla, cargaron piedras y cascotes del palomar que se caía a pedazos. Cuando los cañones se pusieron al rojo vivo, les arrojaron baldazos de agua. Y cuando faltó el agua, los soldados se turnaron para orinar sobre las moles humeantes. La infantería seguía repeliendo el ataque, pero paso a paso las fuerzas de Urquiza iban concentrándose sobre estos valientes, haciendo imposible toda resistencia. Sin municiones ni esperanzas, los artilleros comenzaron a huir a medida que los infantes de Díaz retrocedían.
Una polvareda indicaba el retorno de Lamadrid, que en el fragor de la carga se había desviado como una legua de su blanco. Ahora volvía al campo de batalla cuando poco podía hacer. Chilavert continuó disparando hasta que no tuvo absolutamente nada más que arrojarle al enemigo. “Mierda” dijo el coronel. “Una y mil veces mierda”.




Con la última bala que le quedaba, apuntó personalmente hacia los imperiales que avanzaban sobre su posición.



Solo, sin hombres, ni balas, ni ganas de seguir peleando, el coronel Chilavert volvió a colocarse la guerrera azul con vivos rojos, sobre su camisa negra de humo y sudor. Despidió al sargento Aguilar y encendió un cigarrillo con la brasa de los fogones.



El coronel se sentó a esperar la muerte que se avecinaba, cuando de pronto el capitán Alamán se acercó apuntándole con su revolver: “Ríndase oficial. Usted es mi prisionero”.



El capitán no tenía la menor idea de con quien estaba hablando. Chilavert se puso de pie con infinito cansancio. Sacó su pistola del cinto y le dijo al capitán con su voz de cañones, mientras le apuntaba: “Si me toca, señor oficial, le levanto la tapa de los sesos, pues yo lo que busco es a un oficial superior para entregar mis armas”.



Alamán, intimado por la firmeza de la actitud, mandó a buscar al coronel Virasoro. Sin soltar el arma, Chilavert se quedó en silencio pitando su cigarro. Cientos de soldados se acercaron para ver el espectáculo. El prisionero amenazaba al oficial que lo intimaba a rendirse. Mudos esperaron el desenlace. A poco llegó Virasoro, deteniendo su overo a poca distancia de Chilavert.



-Aquí estoy, coronel –anunció sin apearse del caballo-. Soy el coronel Virasoro.



Chilavert se acercó y le extendió su pistola y su sable: – Señor coronel, aquí me tiene a su disposición. Le aclaro que no puedo caminar. Si me quita el caballo, prefiero que use esa arma para pegarme cuatro tiros acá mismo.



No tema usted, coronel Chilavert.



-¿Cómo sabe mi nombre? –dijo asombrado.



-Quién no conoce su fama, coronel….



Chilavert le devolvió una ligera reverencia. Venciendo el dolor, montó a un caballo que le acercaron.



-Ahora lléveme con su general, coronel.



-A la orden –dijo Virasoro, marcando el camino hacia Palermo.



El coronel Martiniano Chilavert fue conducido a Palermo, donde Urquiza había organizado su Estado mayor y el gobierno provisorio de la ciudad. Permaneció sentado sobre uno de los bancos del jardín. Aunque Virasoro había dado la orden de permitirle montar a caballo, Chilavert debió caminar las últimas cuadras hasta Palermo, entre dolores brutales y el cansancio. Mientras se recuperaba, veía como oficiales y edecanes entraban y salían de las habitaciones, llevando y trayendo muebles. Entre ellos le llamó la atención un hombre de unos cuarenta y cinco, quizás cincuenta años, pelado y con bigote unitario, vestido con un uniforme exuberante, a la moda del ejército francés. Chilavert, que había pasado casi toda su vida entre los ejércitos nacionales, no conocía, ni había escuchado hablar de semejante personaje. Curioso, detuvo a uno de los oficiales que lo había apresado.




- Perdóneme la pregunta, pero podría usted decirme quien es ése de quepis azul.



-¿Cuál? –preguntó el oficial.



-Ese de uniforme azul con galones…. Ese con plumas de general.



-Ah, ése….. El de las plumas. Es el boletinero del ejército.



-¿Hasta tienen boletinero? –se asombró Chilavert, ya que en cuarenta años de guerra, pocas veces había servido en ejército alguno que contara con semejante lujo.



-Si es uno de los nuevos amigos del general. Creo que se llama Sarmiento, Domingo Sarmiento, y me parece que anda medio chiflado.



El nombre le sonaba a Chilavert. Era uno de esos unitarios que, desde Chile, descargaban su pluma contra el régimen de Rosas. Vaya forma de conocerlo.



El coronel anduvo por horas sentado, esperando. Pensaba en su esposa, en su hijo. Pensaba en el día en que lo conoció a San Martín. Pensaba en su padre. En las batallas que ganó y en las que perdió. Pensaba en Lavalle y en Oribe, en Rivera y en Paz. En esas horas más de una vez tuvo ocasión de escaparse. El desorden era absoluto. Pero no quiso. Aceptaba su condición mansamente.



Como oficial y caballero, él era un prisionero de guerra que no iba a aprovecharse de las ventajas que el enemigo le daba. Una cosa era una batalla. Otra era asumir su papel de oficial prisionero. El mismo se había entregado y no iba a faltar a su palabra. Así permaneció hasta que una voz sonó a sus espaldas. Un soldado con pechera blanca sobre su blusa punzó estaba parado a su lado.



-Usted es el coronel Chilavert?



-Para servirle – Contestó



-El general Urquiza desea hablarle.



-Y yo también quiero hablar con su general –se levantó. Vamos pues.



En el camino Chilavert se abrochó la guerrera y pasó sus manos por el cabello desordenado. De poco sirvió, pero tampoco era cuestión de presentarse ante Urquiza como un reo, aunque lo fuera. Llegaron hasta la habitación que le había servido de escritorio a Rosas. Recordó sus paredes, los muebles espartanos, la lámpara de aceite, los pocos libros dispersos en la biblioteca. El soldado golpeó la puerta. Una voz grave ordenó que pasara. Chilavert entró solo al cuarto. Allí estaba el generalísimo Justo José de Urquiza, Comandante en Jefe del Ejército Grande, gobernador de Entre Ríos y nuevo amo de la Confederación, la República, la dictadura o el orden que él quisiese imponer para manejar los asuntos de la Argentina por los próximos años.



No era alto, aunque sí de aspecto vigoroso, algo entrado en carnes. Tras esos ojos castaños se adivinaba al demonio, evasivo, sensual. Al entrar Chilavert, se puso de pie tras un escritorio lleno de papeles y carpetas en desorden.



-Pase usted, coronel Chilavert. Tome asiento –dijo Urquiza en tono amable, señalando una silla.



-Estoy bien así, general –contestó Chilavert, manteniéndose de pie.



-Por fin nos conocemos, coronel. Me han hablado mucho de usted –dijo Urquiza con un dejo de ironía, mientras encendía un puro.



-Supongo lo que sus nuevos amigos le habrán dicho de mi.



-Cosas buenas y cosas malas coronel. Pero lo importante del caso es que usted se equivocó de tiempo y lugar…



-No hace mucho, ambos estábamos del mismo lado, general.



-La diferencia, coronel, es que no ha sabido adaptarse a estos tiempos que corren. Sabe bien usted, que de persistir con la política de Rosas, el país seguiría en este desorden, en estas miserias sujetas a la voluntad del hombre fuerte de turno. Sin constitución, coronel, jamás podremos organizarnos…



-Eso no le da derecho a que un ejército extranjero invada nuestro país –dijo Chilavert desafiante-. La constitución nos la podemos dar nosotros, sin esos brasileros esclavistas que tanto dinero le han prestado.



-Y usted. ¿quién es para decirme qué es bueno o malo para este país? –contestó Urquiza poniéndose de pie.



-Un soldado que lleva cuarenta años peleando por su país y que de ninguna manera aceptará que fuerza extranjera alguna pise ésta, mi patria, aunque traigan constitución, emperador y todo el oro del mundo… Mil veces he de morir, antes de sufrir el oprobio de vender mi patria –Chilavert gritó estas últimas palabras.



Urquiza se sentó nuevamente. Hacía calor en la habitación. Las ventanas abiertas no alcanzaban a atenuar la pesadez del clima. Menos aún este coronel insolente y testarudo. Por un instante miró al coronel Martiniano Chilavert de pie, desafiante aun en la desgracia. Indomable, irreductible, así se lo habían descrito. No tenía ni ganas ni tiempo para discutir con este hombre. Llamó al soldado que esperaba afuera.



-Soldado, acompañe al coronel –y mirándolo le dijo con voz cansada: -Vaya usted, nomás, coronel.



Chilavert giró sobre sus talones y marcando el paso salió de la habitación.



Urquiza se quedó pensando por unos minutos. “Mil veces he de morir. Mil veces…”. Llamó a uno de sus edecanes. Le iba a dar el gusto al coronel. “Al coronel Chilavert me lo fusilan por la espalda, como a un traidor”.



Una sensación de paz invadió el espíritu del coronel, mientras era escoltado por el soldado, desandando los senderos de Palermo. Nuevamente lo dejaron en el jardín. Ahora el soldado se quedó cerca. A poco de estar allí, pensando en todo lo que hubiese querido decirle a Urquiza sobre sus socios y alcahuetes, se le acercó un oficial, alto y delgado, con la casaca azul cerrada hasta el cuello a pesar del calor que no cedía.



-Coronel Chilavert, soy el mayor Modesto Rolón – dijo impostando la voz mientras hacía la venia. Chilavert no contestó- Debe acompañarme, coronel.



Sin decir palabra lo siguió. El guardia caminaba tras ellos, a distancia prudencial. Caminaron los senderos del jardín que rodeaba la residencia de Palermo, hasta una de las casas donde se guardaban los elementos de labranza. Seis soldados lo esperaban. Fue entonces cuando Rolón, con tono desprovisto de toda emoción, le comunicó que el general Urquiza, comandante en Jefe del Ejército Grande, gobernador de la provincia de Entre Ríos y encargado de los destinos de la Confederación Argentina, lo condenaba a ser fusilado en forma sumaria. El coronel recibió con calma la noticia que de ninguna forma lo sorprendía. Pidió unos minutos para reconciliarse con el Señor. Se apartó unos metros y lo escucharon rezar un padrenuestro en voz baja.



-Estoy pronto –dijo al fin.



Lo condujeron hasta el paredón.



Allí el coronel le entregó su reloj al mayor Rolón.



-Le pido un favor, mayor, entréguele este recuerdo a mi hijo que vive en la calle Victoria –El mayor asintió. El coronel Virasoro, que hasta ese momento había permanecido ajeno al trámite final, se acercó al pelotón. Chilavert se sacó el tirador y lo arrojó al piso.



-Esto es para ustedes –dijo, dirigiéndose a los soldados-, hay algo de dinero y unos cigarros. Repártanselos. Solo les pido que apunten al pecho.



Sabía que era bueno congraciarse con los verdugos, hacen la muerte más rápida. Con resignada valentía se puso contra la pared. Fue entonces cuando el oficial encargado del pelotón, se acercó a Chilavert y le ofreció un pañuelo para vendarse los ojos. El coronel lo rechazó. Había visto tantas veces la muerte ajena que no le molestaba ver la propia. Casi en un susurro, el mayor Rolón le dijo:



-De espaldas, coronel.



Chilavert lo miró sin entender.



-De espaldas –repitió el oficial-. De espaldas, como un traidor.



Un golpe feroz dio en la cara de Rolón, que cayó unos metros más atrás.



-De espaldas, no. Como un traidor, no. –Se acercaron dos soldados para contenerlo. Sufrieron la misma suerte.



-Como un traidor no, como un traidor, jamás. –Se acercaron los otros soldados del pelotón para contenerlo. Como un puma herido enfrentó a todos. –Tiren acá –decía-. Tiren al pecho, al pecho, que yo no soy un traidor. Traidores son los que venden a esta patria. Tiren al pecho. –Un facón brilló entre los golpes y empujones-. Al pecho, al pecho. Traidores son los que se entregan a un imperio de esclavos por unas monedas. –El filo cayó sobre la espalda del coronel, que ni así dejó de gritar: “al pecho, tiren al pecho”, Otro filo dibujó su trayecto mortal contra el cuerpo del coronel. “Tiren acá”, y peleaba contra todos. Su camisa se tiño de sangre. Una y otra vez los facones y bayonetas se bañaron en esa sangre de valiente, que no dejaba de gritar, mientras se le iba la vida. “¡No soy traidor, no soy traidor!”. Un sable le abrió un tajo en la cabeza. Fue entonces cuando cayó al piso. Virasoro sacó el revolver y descargó sus balas sobre el hombre que todavía no se resignaba a ser fusilado como un traidor. En una convulsión final se señaló el pecho. Con un hilo de voz, murmuró por última vez “como un traidor, no”.



Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Omar López Mato – Caseros, las vísperas del fin – Pasión y muerte del coronel Martiniano Chilavert. Buenos Aires (2006).



Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

jueves, 8 de abril de 2010

La Madre de la Patria

Se llamó MARIA REMEDIOS DEL VALLE, más conocida como “La Capitana”. Hacia 1.827 se encontraba en Buenos Aires, mendigando en las iglesias y comiendo las sobras de los conventos. Decía que era capitana de los


ejércitos nombrada por el General Belgrano ”en los tiempos de la Patria”, y “que hoy no hay Patria, ya no se pelea por ella como antes” mostrando cicatrices de heridas en brazos y piernas producto de la Guerra de la Independencia.



La gente la juzgaba loca y delirante por la vejez y la miseria. Tal como lo consigna Carlos Ibarguren en su relato de 1932.



Un día el general Viamonte la reconoció, “Si es ella, “ La Capitana” , La Madre de la Patria, la que nos acompañó al Alto Perú” y conociendo su desvalimiento, conmovido solicitó el amparo de una pensión por parte del Estado.



La petición tuvo entrada favorable en la Sala de Representantes, el 11 de 0ctubre de 1.827 se lee el siguiente despacho:



“La Comisión de Peticiones ha examinado la solicitud de Doña María Remedios del Valle, conocida con el título de Capitana del Ejército, en que refiriendo los importantes servicios que ha rendido a la patria y acompañando el expediente que los justifica, pide alguna remuneración por ellos, pues no tiene absolutamente de qué subsistir. La Comisión se ha penetrado de la justicia de este reclamo y en mérito de ella ha tenido a bien aconsejar a la Sala, el adjunto proyecto de decreto:



Proyecto de decreto: Por ahora y desde esta fecha la suplicante gozará del sueldo de Capitán de Infantería, y devuélvase el expediente para que ocurriendo el Poder Ejecutivo tenga esta resolución su debido

cumplimiento”. 1 de Octubre de 1.827.



Hasta el año 1.828 no logró ser tratado en la Sala de Representantes, cuando el 18 de julio de ese año y ante la objeción de algunos diputados sobre el significado de la pensión alegando que la Sala de Representantes de la Provincia de Buenos Aires no tenía facultad para dar un premio por servicios prestados a la Nación, el general Viamonte salió en su defensa:” Yo conocí a esta mujer en la campaña al Alto Perú y la conozco aquí; ella ahora pide limosna. Esta mujer es realmente una benemérita. Ella ha seguido al ejército de la patria desde el año 1.810. Era conocida desde el primer general hasta el último oficial en todo el ejército. Ella es bien digna de ser atendida

porque presenta su cuerpo lleno de heridas de balas, y lleno además de cicatrices de azotes recibidos de los españoles enemigos, y no se le debe dejar pedir limosna como la hace”.



Atestiguó luego el Dr. Tomás M. de Anchorena: “ Yo me hallaba de secretario del general Belgrano cuando ésta mujer estaba en el ejército, y no había acción en que ella pudiera tomar parte que no la tomase, y en unos términos que podía ponerse en competencia con el soldado más valiente; era la admiración del general, de los oficiales y de todos cuantos acompañaban al ejército . Ella en medio de este valor tenía una virtud a toda prueba. El general Belgrano, creo que ha sido el general más riguroso, no permitía que siguiese ninguna mujer al ejército; y ésta María Remedios del Valle, era la única que tenía facultad para seguirlo. Ella era el paño de lágrimas , sin el menor interés, de jefes y oficiales. Yo he oído a todos, hacer elogios de esta mujer por su caridad en la desgracia y miseria en que quedaban después de una acción de guerra: sin piernas unos, otros sin brazos, sin tener auxilios ni recursos para remediar sus dolencias, y ella estaba allí para asistir y socorrer a todos los heridos. Una mujer singular que debe ser objeto de admiración de cada ciudadano, y adonde quiera que vaya debe ser recibida en brazos y auxiliada con la preferencia de un general; porque véase cuánto se realza el mérito de esta mujer en su misma clase con respecto a otra superior, porque precisamente esta misma calidad es la que más la recomienda”.



Fue aprobada su pensión y fue nombrada una comisión encargada de 1) componer una biografía de Maria Remedios del Valle y de si publicación en los periódicos; 2) presentar el diseño y presupuesto de un monumento en su honor.



Demás está decir que nunca pudo cobrar la honrosa pensión, la burocracia del Poder Ejecutivo no pudo ser vencida y la Madre de la Patria siguió pidiendo limosna hasta morir en la indigencia y el olvido.



A raíz del artículo de Carlos Ibarguren se le dio su nombre a una escuela y se la confinó, una vez más, al más oscuro de los olvidos.-



He aquí la Madre de la Patria.

martes, 16 de marzo de 2010

DON ANTONIO DE VERA Y MUJICA

Heroe que rechazó una invasión al Río de la Plata
En el mes de enero de 1680, una flotilla portuguesa procedente de Río de Janeiro, penetró en el estuario del Plata y echó anclas en la isla San Gabriel. Componían la misma dos navíos de alto bordo, dos zumacas y tres lanchones en los que navegaban tres compañías de infantería, un escuadrón de caballería y numerosos colonos. Traían consigo 18 piezas de artillería, un centenar de barriles de pólvora, elementos para la construcción, herramientas de labranza y vituallas en general.




Venía la expedición al mando de un militar de prestigio, don Manuel de Lobo, que en su juventud, se había destacado en algunas campañas de guerra. Lobo traía consigo 60 esclavos negros de su propiedad y varios indios tapes, completando un total de 500 personas aproximadamente, con las que pensaba colonizar la margen izquierda del Río de la Plata, reclamada como propia por la corona portuguesa.



El lugar elegido, frente a la isla San Gabriel, era una península arenosa protegida por un escudo de islas, ubicada a 250 kilómetros de las bocas del gran estuario, a solo 100 de la desembocadura del río Uruguay y a 40 de la ya centenaria ciudad de Buenos Aires, asiento de las autoridades de la Gobernación del Río de la Plata.



No cabe ninguna duda que el territorio de la Banda Oriental era dominio de España. Allí pastaba el ganado introducido por Hernandarias a mediados del siglo anterior; allí se habían efectuado atribuciones de encomiendas y mercedes, allí se alzaba la población de Santo Domingo de Soriano, misión levantada por los padres franciscanos en 1624 (en la actualidad es la ciudad más antigua del Uruguay) y la región caía en su totalidad, dentro de los límites estipulados por el Tratado de Tordesillas, además de haber sido descubierta y explorada por las expediciones de Juan Díaz de Solís y Juan Sebastián Gaboto, de haber sido reconocida por don Pedro de Mendoza en 1536 y de haberla ocupado temporalmente Juan Ortíz de Zárate, para levantar algunas fortificaciones. Los españoles de Buenos Aires se proveían allí de piedra y madera para la construcción y utilizaban muchos puntos de sus costas como puertos alternativos.




Era regente de Portugal por aquellos tiempos, el príncipe Don Pedro y gobernaba Río de Janeiro Souza Freire, quien maduró el plan de levantar una colonia en el Plata, entre 1669 y 1671.

La escuadrilla portuguesa cruzó a tierra firme y comenzó a edificar la ciudad que don Manuel Lobo denominó Nova Colonia do Sacramento, sobre planos del ingeniero militar Antonio Correia Pinto.



Lo que no sabían los recién llegados era que gobernaba en Buenos Aires un tozudo vasco, que como buen vasco era fiel y leal a la Corona: don José de Garro, que al saber la novedad, se apresuró a notificar a las autoridades de Lima solicitando ayuda (la región del Río de la Plata dependía por esos tiempos del virreinato del Perú), al tiempo que despachaba embarcaciones hacia la zona, con la misión de observar los movimientos de aquellos intrusos.



Pero don José no iba a esperar la llegada de refuerzos desde un sitio tan distante (la capital virreinal), por lo que se apresuró a solicitar tropas a las vecinas gobernaciones de Paraguay y Tucumán mientras procedía a alistar a la guarnición de Buenos Aires.



Garro era un funcionario ducho y un militar experimentado, que ya se había desempeñado como gobernador del Tucumán. Militar de carrera y caballero del hábito de Santiago, supo desenvolverse en tan tensa situación, actuando con decisión y energía; esa energía propia de la raza española.



La zumaca española “San Joseph”, perteneciente a la escuadra porteña, tomó contacto con los lusitanos en la isla de San Gabriel. Su oficialidad fue recibida con suma cortesía por el gobernador Garro, quien les explicó que se hallaba en ese lugar cumpliendo una misión encomendada por su rey. Los españoles no olvidaban que unos días antes, el 28 de enero, otra embarcación había escuchado el tronar de doce cañonazos, la salva con la que los portugueses formalizaron el acto de fundación.



La “San Joseph” regresó a Buenos Aires para llevar las nuevas a su gobernador, portando una atenta nota de don Manuel de Lobo en la que deseaba (a Garro), todo tipo de bondades. Sin dudarlo un instante, el español procedió a redactar una dura misiva, exigiendo con firmeza el abandono de los territorios ocupados. Cuando los portugueses respondieron negativamente, no quedaron dudas que habría guerra en el Río de la Plata.







La movilización fue casi general en todo el actual territorio argentino; una movilización como nunca antes se había visto, ni siquiera en tiempos de las guerras calchaquíes.



El gobernador del Tucumán, don Juan Diez de Andino despachó 300 efectivos fuertemente armados, proveniente la mayoría de La Rioja y Córdoba, a las órdenes del maestre de campo don Francisco de Tejera y Guzmán, entre cuyos ancestros se destacaba fray Luis de Tejeda, primer poeta de estas tierras; don Francisco llevaba como segundo al bisnieto del fundador de Córdoba, don Antonio Suárez de Cabrera (que moriría en la campaña), a don Luis de Bracamonte, también cordobés, jefe de caballería y a don Alvaro de Luna y Cárdenas, otro descendiente de conquistadores y colonizadores, comandando el contingente riojano. La ciudad de Santa Fe aportó 50 soldados al mando del capitán criollo Juan de Aguilera; Corrientes 60, al frente de los cuales, marchó el sargento mayor don Francisco de Villanueva y las Misiones 3000 indios guaraníes provenientes de las reducciones, al mando de oficiales blancos (españoles y criollos), dirigidos por el padre Diego Altamirano, su provincial. Los indios, que traían 9000 cabezas de ganado para el mantenimiento de la tropa, partieron de Santo Tomé el 28 de marzo, parte embarcados en balsas y parte avanzando por tierra, mientras en Buenos Aires, 120 guerreros luciendo corazas y yelmos de hierro, se aprestaban a marchar a las órdenes de su capitán, don Francisco de la Cámara, natural de Alcalá de Henares.

Había que designar a un individuo enérgico y experimentado para comandar aquel aparato bélico, el más grande que recordara la historia del Río de la Plata. La elección recayó en la persona del maestre de campo don Antonio de Vera y Mujica, militar valeroso, nacido en Santa Fe en 1620, que además de haber desempeñado las funciones de alcalde de su ciudad natal, se había destacado por su bravura y coraje en las guerras contra los indios del Chaco impenetrable.



No pertenecía Vera y Mujica al linaje de los Vera y Aragón como tantas veces se ha sostenido. Era hijo de un caballero oriundo de las islas Canarias y de una dama de noble abolengo rioplatense, de apellido Esquivel, por cuyas venas corría sangre de conquistadores y gobernantes. Don Antonio, firme opositor a que las gobernaciones del Río de la Plata y el Paraguay estuviesen divididas, se trasladó a Santo Domingo de Soriano cuando arreciaba el invierno austral y se puso al frente de sus tropas, que provenientes de los puntos anteriormente mencionados, convergían sobre la población para marchar sobre la Colonia.



Finalizando el mes de junio las huestes hispanas abandonaron la misión de Soriano y enfilaron hacia el sur, uniéndose a la legión porteña en las cercanías del enclave enemigo. El 6 de julio, los españoles plantaron sitio, instalando el comandante su campamento en un punto conocido en la actualidad como el Real de Vera, muy cerca del Real de San Carlos, donde un siglo después, el virrey Cevallos haría lo mismo, para expulsar definitivamente al invasor.



Los portugueses, que todo lo observaban desde lo alto de sus fortificaciones, comprendieron que se avecinaban momentos difíciles y a poco, comenzaron a desertar, primero un alférez de nombre Sebastiao Peralta, que se pasó como informante al bando enemigo y terminó sus días radicado en Buenos Aires; después once soldados y finalmente varios indios tupíes. Mucho extrañaba a don Manuel de Lobo la tardanza de los refuerzos que al mando del capitán Jorge Suárez de Macedo, debían llegar a la Colonia a bordo de una zumaca y un lanchón. Ignoraba que su compatriota había naufragado en la entrada del Río de la Plata tras estrellarse contra los arrecifes del cabo Santa María y que había caído prisionero de indios misioneros provenientes de Yapeyú, que exploraban la zona por órdenes del padre Altamirano.



Pero del lado de los sitiadores también surgieron inconvenientes. Un centenar de indios de las Misiones, decayendo su moral, comenzaron a vender en secreto a los sitiados, vituallas, caballos, carne y lo que era peor, todo tipo de información.



Descubierta la traición, Vera y Mujica decidió castigar a tres de ellos, haciéndolos azotar frente al total de la tropa y ordenando retirar al resto de los guaraníes hacia las márgenes del río San Juan, a 15 kilómetros de distancia. Sabía que no podía aplicar escarmientos más duros porque el elemento indígena comenzaría a desertar masivamente y eso terminaría por desbaratar la expedición. Se dice que los seis caciques que comandaban a esa gente, avergonzados por el proceder de los suyos, solicitaron al comandante el inmediato ataque a la plaza ya que además de la desmoralización y la flojera, comenzaba a cundir entre ellos la enfermedad.



El 21 de julio de 1680 don Antonio de Vera y Mujica intimó a los portugueses a capitular y ante la respuesta negativa, el día 26 reunió a sus capitanes y les comunicó su decisión de atacar.



Dos días después se celebró en casa del obispo de Buenos Aires una reunión en la que el gobernador Garro reunió a cabildantes, funcionarios, sacerdotes, militares y vecinos principales de la ciudad, para decidir si se continuaba adelante con el sitio o se emprendía el asalto definitivo a la plaza. Los representantes de Córdoba y Tucumán votaron por la segunda opción que fue apoyada por la mayoría porteña y ante aquel estado de cosas, Garro ordenó a su escribano redactar la orden de ataque. El momento había llegado.



Recibida la comunicación procedente de Buenos Aires, Vera y Mujica dividió su ejército en tres columnas y en plena noche inició la marcha, decidido a asaltar el bastión por sus tres fortificaciones principales.



Debió tratarse de un espectáculo impresionante, propio de los relatos medievales, la movilización en perfecto orden de batalla de toda esa formación. Es cierto que no se asemejaba ni por asomo a los feroces tercios y legiones españolas que arrollaron a los alemanes en Mulberg, a los franceses en San Quintín, a franceses e italianos en Pavía o a los flamencos en Bleda y mucho menos a las aguerridas fuerza que arrollaron a los turcos en Lepanto, pero por tratarse de una movilización en el confín más alejado del imperio, el ejército de Vera y Mujica era imponente.



En la ciudadela sitiada, los portugueses aguardaban el ataque de un momento a otro. Don Manuel de Lobo, consumido por altas fiebres, yacía postrado en su cama después de delegar el gobierno en la persona de don Manuel Galvao.



Las fuerzas españolas se aproximaron en silencio, una columna al mando del capitán Alejandro de Aguirre, otra al del capitán don Gabriel de Toledo, natural de Corrientes y la del centro al del propio Vera y Mujica. Los indios se aproximaron sigilosamente, treparon los muros y degollaron a uno de los guardias, pero su compañero dio la alarma disparando su arcabuz.



Dentro del recinto amurallado estalló el caos. Todo el mundo corrió a sus puestos portando sus armas y dando voces de mando a los gritos.



La columna al mando del capitán Aguirre colocó sus escalas y comenzó a trepar el bastión del sur en tanto la de su igual en el mando, Gabriel de Toledo, hacía lo mismo por el norte. Don Manuel Galvao, montado en su corcel impartía órdenes aquí y allá y al ver a los españoles a punto de tomar el baluarte meridional, corrió hasta el lugar y logró rechazarlos, aunque solo por un breve espacio de tiempo. Aguirre volvió a cargar y uno de sus hombres abatió al portugués de un certero disparo en la cabeza.



El bastión del sur fue el primero en caer, mientras un grupo de soldados lusitanos intentaba sostener el del norte. Fue en ese momento que el ingeniero Correia Pinto y toda la oficialidad portuguesa fueron masacrados. Mientras la ciudad comenzaba a ser saqueada, algunos de los sobrevivientes optaron por abandonar el lugar. Un grupo al mando del futuro gobernador Francisco Naper de Alencastre se encerró en la iglesia e intentó resistir y otro corrió hacia un lanchón depositado en las playas, con evidentes intenciones de alejarse del lugar. No lo logró porque fue aniquilado antes de concretar el cometido.



Don Antonio de Vera y Mujica irrumpió en pleno fragor de la batalla, arengando a sus huestes mientras sostenía su espada en la diestra. Fue cuando vio aparecer, extenuado por la fiebre, esquelético y tembloroso, a don Manuel de Lobo que con su sable en alto, intentaba vender cara su viga.



Al verlo aparecer, con ese aspecto fantasmagórico y espeluznante, los indios misioneros se arrojaron sobre él, con la evidente intención de ultimarlo, pero el noble y valeroso Vera se les interpuso, protegiéndolo con su cuerpo mientras gritaba con voz firme, que tanto la vida como las propiedades del gobernador portugués, le pertenecían.



Al cabo de poco mas de una hora, la batalla finalizó. 112 portugueses habían perecido, muertos en el combate o ultimados después. Los heridos duplicaban ese número. Por parte de los atacantes, los muertos sumaban 36, entre indios y blancos y los heridos un centenar. Es difícil explicarse como perecieron tan pocos, recibiendo, como recibieron los disparos de los pedreros y arcabuceros estratégicamente apostados a lo largo de las defensas, mientras llevaban a cabo el asalto. Los hombres de Alencastre recién dejaron el recinto de la iglesia cuando Vera y Mujica en persona les garantizó la vida.

Ese mismo día, por la tarde, los muertos fueron enterrados mientras las fortificaciones eran demolidas y los fosos rellenados. Al día siguiente, 8 de agosto, la noticia del triunfo llegó a Buenos Aires, desde donde partieron mensajeros para hacerla saber en las restantes poblaciones de las tres gobernaciones.



Lobo y los sobrevivientes, entre ellos dos sacerdotes, llegaron a la capital porteña ese mismo día, mientras la población festejaba el triunfo ruidosamente en las calles. La artillería, el armamento y los estandartes lusitanos también fueron conducidos, como trofeos de guerra y depositados en el fuerte, por entonces una modesta edificación. El resto de los lusitanos fueron distribuido en prisiones de diferentes puntos de la provincia y allí permanecieron cautivos hasta 1683.



Don Antonio de Vera y Mujica fue vitoreado al desfilar por las calles de Buenos Aires y en los días posteriores, recibió los plácemes y salutaciones de funcionarios y vecinos destacados, agradecidos de la gran empresa que había realizado. Entre 1681 y 1685 fue gobernador del Tucumán y entre 1685 y 1695, de la provincia del Paraguay. Fue una de las figuras más importantes del período colonial, funcionario emprendedor y guerrero de valor, que dio notable impulso al cultivo de la yerba mate, que a partir suyo, dejó de recolectarse directamente de la planta que la producía. Natural de nuestra tierra argentina, heredero del coraje y la fortaleza española, capitaneó al primer ejército argentino en una de nuestras primeras contiendas de magnitud.

martes, 2 de marzo de 2010

La epopeya de las cataratas

Difícilmente se pueda ignorar que en cada retazo de la Conquista en América existe una señal homérica, en tanto queramos ubicarla como hazaña del Hombre, empujado por tremendos heroísmos, ambiciones, ensueños, etc. Y en cada secuencia, él o los protagonistas se destacan en el tiempo en forma clara, definida, tiñendo los hechos con el color de su nítida individualidad.
Todos los grandes Capitanes que abrieron sendas dejaron su sello. Esto ocurre también con la figura legendaria del Segundo Adelantado del Río de la Plata, don Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Nació en Jerez de la Frontera, hijo de don Francisco Vera y de doña Teresa Cabeza de Vaca, de noble linaje, como refiere Lafuente Machaín, se educó en casa de su tío el comendador Pedro Estopiñán, poniéndose luego al servicio de los Reyes Católicos; hizo las campañas de Italia y en las luchas de las Comunidades de Castilla combatió sin tregua. Refiere el citado historiador que en el año 1521, gentes de Don Juan de Figueroa tomaron el Alcázar de Jerez, oportunidad en que Cabeza de Vaca, en unión de algunos parciales del Duque de Medina Sidonia, retomó ese bastión y lo entregó a Don Jorge de Portugal.


Quizá templaran a Don Alvar Núñez estas luchas para afrontar la gran aventura en Indias.



Sabemos que el alejamiento de escena de Don Pedro de Mendoza, creó un período de incertidumbre, de choques, de gobiernos provisorios, determinando el Rey de España firmar una Capitulación a 15 de junio de 1540, por la cual designa a nuestro personaje en calidad de Adelantado, cuando éste ya había regresado a la Península, ahíto de aventuras, huellas, cicatrices y relatos, tras el peregrinaje con Pánfilo de Narváez en la Expedición a la Florida, donde salvó apenas su vida, tras un cautiverio entre los indígenas, episodios que después relata en sus valiosas Memorias.



“En esta Capitulación –señala Medardo Chávez- especificaba no permitir letrados ni procuradores, porque las experiencias habían demostrado que esas profesiones ocasionaban diferencias y pleitos originándose discordias mortales y odios implacables; repartimiento de tierras a perpetuidad a los que la hubiesen poseído cinco años cumplidos; facultad para tratar y contratar libremente con los indios; libertad a los vecinos de las Provincias del Río de la Plata para volver a España sin necesidad de permiso del Rey”, etc. etc. Es evidente que esa Capitulación establecía premisas ejemplares, dignas de la mejor constitución democrática, pero bien sabemos que en su casi totalidad, en la práctica, era letra muerta.



Con los pliegos reales y el corazón animoso, dispuesto a “cumplir y hacer cumplir”, parte el Adelantado desde el puerto de Sanlúcar, el 2 de noviembre de 1540, llegando muchas semanas después a las costas del Brasil para iniciar de inmediato la segunda y definitiva etapa de aventuras en esta parte del Continente.



Es así que sale de Santa Catalina, donde desembarcara con sus acompañantes, soldados, frailes, hombres de servicio, indios amigos, con todo el habitual cargamento de armas, caballos, vituallas, etc., propios de estas empresas. Y lo hace por tierra. El océano y las carabelas quedaban atrás. Por tierra como en la primera ocasión, generalmente a pie por lo cerrado y abrupto de las sendas y el itinerario a recorrer.



Aún en nuestros días, cuando el hombre ya dejó su huella en las selvas llamadas vírgenes, resulta dramática una travesía en la espesura, con mil acechanzas, alimañas, insectos, fieras, temperaturas, lluvias. Imaginemos lo dantesco del esfuerzo. Y fue entonces cuando como si descorriera de pronto un mítico telón, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, con lógico deslumbramiento se encuentra frente al gigantesco milagro de las Cataratas del Iguazú, y nos da, personalmente, las primeras noticias sobre ellas.



Pero es útil que recurramos a la versión directa del acontecimiento, que hallamos en la segunda parte de su ya citada Memoria de los sucesos que le tocó vivir en Indias, y que conocemos bajo el título original de “Naufragios y Comentarios”.



En el capítulo XI, consigna: “De cómo el Gobernador caminó con canoas por el río Iguazú y por salvar un mal paso de un salto que el río hacía, llevó por tierra las canoas una legua a fuerza de brazos”. Y luego el relato: “A postrero día del dicho mes de enero, yendo caminando por la tierra y provincia, llegaron a un río que se llama Iguazú, y antes de llegar al río anduvieron ocho jornadas de tierra despoblada, sin hallar ningún lugar poblado de indios. Este río Iguazú es el primer río que pasaron al principio de la jornada cuando salieron de la costa del Brasil. Llámase también por aquella parte Iguazú; corre del esteoeste; en él no hay poblado ninguno; tomose el altura en veinte y cinco grados y medio. Llegados que fueron al río de Iguazú, fue informado de los indios naturales que el dicho río entra en el río del Paraná, que asimismo se llama río de la Plata; que entre río del Paraná y el río de Iguazú mataron los indios a los portugueses que Martín Alonso de Sosa envió a descubrir aquella tierra; al mismo tiempo que pasaron el río en canoas, dieron los indios en ellos y los mataron. Algunos de estos indios de la ribera del Paraná, que ansí mataron a los portugueses, le avisaron al Gobernador que los indios del río Piquerí, que era mala gente, enemigos nuestros, y que les estaban aguardando para acometerlos y matarlos en el paso del río, que por esta causa acordó el Gobernador, sobre acuerdo, de tomar y asegurar por dos partes el río, yendo él con parte de su gente en canoas por el río Iguazú abajo y salirse a poner en el río del Paraná y por la otra parte fuese el resto de la gente y caballos por tierra, y se pusiesen y confrontasen con la otra parte del río, para poner temor a los indios y pasar en las canoas toda la gente; lo cual fue así puesto en efecto; y en ciertas canoas que compró a los indios de la tierra se embarcó el Gobernador con hasta ochenta hombres, y así se partieron por el río Iguazú abajo, y el resto de la gente y caballos mandó que fuesen por tierra, según esta dicho, y que todos se fuesen a juntar en el río del Paraná. Y yendo por dicho río de Iguazú abajo era la corriente tan grande que corrían las canoas por él con mucha furia; y esto causólo que muy cerca de donde se embarcó da el río un salto por unas peñas muy altas, y da el agua en lo bajo de la tierra tan gran golpe que de muy lejos se oye, y la espuma el agua como cae con tanta fuerza, sube en salto dos lanzas y más, por manera que fue necesario salir de las canoas y sacarlas del agua y llevarlas por tierra hasta pasar el sitio, y a fuerza de brazos las llevaron más de media legua en que se pasaron muy grandes trabajos”. Y prosigue: “salvado aquel mal paso, volvieron a meter en el agua las dichas canoas y proseguir su viaje; y fueron por el dicho río abajo hasta que llegaron al río del Paraná; y fue Dios servido que la gente y caballos que iban por tierra, y las canoas y gente, con el Gobernador que en ellas iban, llegaron todos a un tiempo, y en la ribera del río estaban muy gran número de indios de la misma generación de los guaraníes, todos muy emplumados con plumas de papagayos y almagrados, pintados de muchas maneras y colores, y con sus arcos y flechas en las manos hecho un escuadrón de ellos, que era muy gran placer de los ver. Como el Gobernador y su gente (de la forma ya dicha), pusieron mucho temor a los indios, y estuvieron muy confusos, y comenzó por lenguas de los intérpretes a les hablar, y a derramar entre los principales de ellos muy grandes rescates; y como fuese gente muy codiciosa y amiga de novedades, comenzaron a sosegar y allegarse al Gobernador y su gente, y muchos de los indios les ayudaron a pasar de la otra parte del río; y como hubieren pasado mandó el Gobernador que de las canoas se hiciesen balsas juntándolas de dos en dos; las cuales hechas, en espacio de dos horas fue pasada toda la gente y caballos de la otra parte del río; con concordia de los naturales, ayudándoles ellos propios a los pasar. Este río del Paraná, por la parte que lo pasaron, era de ancho un gran tiro de ballesta, es muy hondable y lleva muy gran corriente, y al pasar del río se trastornó una canoa con ciertos cristianos, uno de los cuales se ahogó porque la corriente lo llevó, que nunca más apareció. Hace este río muy grandes remolinos, con la fuerza del agua y gran hondura de él”.



Así, con el típico detallismo y estilo de la época, vivimos el episodio. Félix de Azara establece que el hecho ocurrió el 1º de febrero, precisamente, de 1542.



Alvar Núñez Cabeza de Vaca proseguirá la lenta marcha hacia la Asunción, ya por tierra, con el frondoso acompañamiento, sorteando duras jornadas. Y llegaría a la colonial “fundadora de ciudades”, el 11 de marzo del citado año, con un recibimiento auspicioso de las autoridades provisorias y vecindario. Pero bien pronto el Adelantado debería afrontar dificultades, odios, rencores, rencillas, aquellas mismas que había querido prevenir la Capitulación suscripta por el Rey cuando lo designara. Pronto habría una sorda guerra interna que desembocaría en su dura prisión. Cárcel, cadenas, amenazas, exilio. Y con esto último, el regreso a España en la sentina de una carabela, como un mísero que debía finalmente afrontar un proceso incoado con intrigas y malquerencias. En ello igualó el destino del Gran Almirante. Su vida, en detalle, merecería muchos capítulos que nos darían la dimensión de su perfil verdadero, de su tesitura de soldado de férrea conducta, pero al mismo tiempo, una calidad particular, obstinada, valiente y temeraria. Es decir, un verdadero capitán de la Conquista. Pero todo eso es ya otra historia. Nos movió su paso accidental por las tierras de la actual provincia de Misiones. Ese paso que lo llevó al descubrimiento de las Cataratas, únicas en su grandeza universal.



Y quizá esa fortuita circunstancia sirva para agregar a tanta belleza el sello romancesco que puso sin saberlo el Adelantado con su inopinada presencia, en un primer día de febrero del ya lejano año de Señor de 1542.



Fuente

Areco, Lucas Braulio – La epopeya de las cataratas.

Azara, Félix – Descripción e Historia del Paraguay y del R. de la Plata.

Cabeza de Vaca, Alvar Núñez – Naufragios y comentarios – Ed. 1947.

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Chávez, Medardo – Los Adelantados del Río de la Plata.

Lafuente Machain, R – Los Conquistadores del Río de la Plata.

Navarro Lamarca - Apuntes de Historia Americana.

Todo es Historia, Nº 125 – Buenos Aires, Octubre de 1977.

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