domingo, 19 de julio de 2015

TESTAMENTO DE MANUEL BELGRANO

TESTAMENTO DE MANUEL BELGRANO


Un 3 de junio en el año 1770, en la ciudad de Buenos Aires, nace Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano. Hijo de una familia acaudalada, su padre era comerciante, estudia en Salamanca y en Valladolid, España. Fue secretario perpetuo del Real Consulado de Buenos Aires. Periodista, creador del "Correo de Comercio". Participa en la defensa contra las Invasiones Inglesas en 1806 y 1807. Fue secretario de la Primera Junta de gobierno, en 1810, y luego jefe de la expedición al Paraguay, en la cual fracasa. En 1812 crea la bandera argentina y la enarbola por primera vez. Suplantado por San Martín en el Ejercito del Norte, parte a Londres en misión diplomática, juntamente con Bernardino Rivadavia. Finalmente en 1816 vuelve a comandar el Ejercito del Norte. El 20 de junio de 1820 muere derrumbado por la sífilis y la hidropesía, pobre y abandonado por su patria. Solo un periódico de Buenos Aires, El Despertador Filantrópico, saco un artículo sobre la muerte del prócer, y muy escuetamente.
25 días antes de morir Belgrano dictó su testamento. Declaró que no teniendo ningún heredero forzoso, ascendiente ni descendiente, instituía como tal a su hermano el religioso don Domingo Estanislao Belgrano, a quien nombró patrono de las escuelas por él fundadas, legándole su retrato, con encargo secreto de que, pagadas todas sus deudas, aplicase todo el remanente de sus bienes a su hija natural llamada Manuela Mónica que con poco más de un año había dejado en Tucumán con su madre Dolores Helguero, y encargándole que hiciese de padre y le diera una buena educación. Belgrano le deja todo a su hermano porque legalmente y a los ojos mal pensados de aquella época no le podía dejar todo a una hija ilegítima.
A continuación se transcribe el texto del testamento de Manuel Belgrano actualizando su ortografía, este texto esta tomado de los Anales del Instituto Nacional Belgraniano, Nº 6.
Testamento
"En el nombre de Dios y con su santa gracia amén. Sea notorio como yo, Dn. Manuel Belgrano, natural de esta ciudad, brigadier de los ejércitos de las Provincias Unidas de Sud America, hijo legítimo de Dn. Domingo Belgrano y Peri, y Da. María Josefa González, difuntos: estando enfermo de la (enfermedad) que Dios Nuestro Señor se ha servido darme, pero por su infinita misericordia en mi sano juicio, temeroso de la infalible muerte a toda criatura e incertidumbre de su hora, para que no me asalte sin tener arregladas las cosas concernientes al descargo de mi conciencia y bien de mi alma, he dispuesto ordenar este mi testamento, creyendo ante todas las cosas como firmemente creo en el alto misterio de la Santísima Trinidad, Padre Hijo y Espiritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, y en todos los demás misterios y sacramentos que tiene, cree y enseña nuestra Santa madre Iglesia Católica Apostóica Romana, bajo cuya verdadera fe y creencia he vivido y protesto vivir y morir como católico y fiel cristiano que soy, tomando por mi intercesora y abogada a la Serenísima Reina de los Angeles María Santísima, madre de Dios y Señora nuestra y devoción y demás de la corte celestial, bajo de cuya protección y divino auxilio otorgo mi testamento en la forma siguiente:
"1ª Primeramente encomiendo mi alma a Dios Nuestro Señor, que la crió de la nada, y el cuerpo mando a la tierra de que fue formado, y cuando su Divina majestad se digne llevar mi alma de la presente vida a la eterna, ordeno que dicho mi cuerpo, amortajado con el hábito de patriarca de Santo Domingo, sea sepultado en el panteón que mi casa tiene en dicho convento, dejando la forma del entierro, sufragios y demás funerales a disposición de mi albacea.
"2ª Item, ordeno se dé a las mandas forzosas y acostumbradas a dos reales con las que separo mis bienes.
"3ª Item, declaro: Que soy de estado soltero, y que no tengo ascendiente ni descendiente.
"4ª Item, declaro: Que debo a Dn. Manuel de Aguirre, vecino de esta ciudad, dieciocho onzas de oro sellado, y al Estado seiscientos pesos, que se compensarán en el ajuste de mi cuenta de sueldos, y de veinticuatro onzas que ordeno se cobre por mi albacea, y preste en el Paraguay al Dr. Dn. Vicente Anastasio de Echeverría, para la compra de una mulata - Cuarenta onzas de que me es deudor el brigadier Dn. Cornelio Saavedra, por una sillería que le presté cuando lo hicieron Director; dieciséis onzas que suplí para la Fiesta del Agrifoni en el Fuerte, y otras varias datas; tres mil pesos que me debe mi sobrino Dn. Julián Espinosa por varios suplementos que le he hecho.
"5ª Para guardar, cumplir y ejecutar este mi testamento, nombró por mi albacea a mi legítimo hermano el Dor. D. Domingo Estanislao Belgrano, dignidad de chantre de la Santa Iglesia Catedral, al cual respecto respecto a que no tengo heredero ninguno forzoso ascendiente ni descendiente, le instituyo y nombro de todas mis acciones y Dros. Presentes y futuros. Por el presente revoco y anulo todos los demás testamentos, codicilos, poderes para testar, memorias, u otra cualesquiera otra disposición testamentaria que antes de ésta haya hecho u otorgado por escrito de palabra, o en otra forma para que nada valga, ni haga fe en juicio, ni fuera de él excepto este testamento en que declaro ser en todo cumplida mi última voluntad en la vía y forma que más haya lugar en Dro. En cuyo testimonio lo otorgo así ante el infrascrito escribano público del número de esta ciudad de la Santísima Trinidad, puerto de Santa María de Buenos Aires, a veinticinco de mayo de mil ochocientos veinte. Y el otorgante a quien yo dho. Escribano doy fe conozco, y de hallarse al parecer en su sano y cabal juicio, según su concertado razonar, así lo otorgo y firmo, siendo testigos llamados y rogados don José Ramón Mila de la Roca, Dn. Juan Pablo Sáenz Valiente, y Dn. Manuel Díaz, vecinos. M, Belgrano (firma). Narciso de Iranzuaga (firma) Escribano Público."

Escribano doy fe conozco, y de hallarse al parecer en su sano y cabal juicio, según su concertado razonar, así lo otorgo y firmo, siendo testigos llamados y rogados don José Ramón Mila de la Roca, Dn. Juan Pablo Sáenz Valiente, y Dn. Manuel Díaz, vecinos. M, Belgrano (firma). Narciso de Iranzuaga (firma) Escribano Público."

26 de mayo de 1820




viernes, 17 de julio de 2015

EL DIA QUE ALFREDO PALACIOS PUDO SER EL VICEPRESIDENTE DE PERON

EL DIA QUE ALFREDO PALACIOS PUDO SER EL VICEPRESIDENTE DE PERON


Antes de proclamarse la fór­mula laborista, Juan Domin­go Perón y Alfredo L. Pala­cios se entrevistaron en una casona de una isla del Tigre.
Ya antes, después del 17 de octubre, Antonio López, dirigente sindical socia­lista devenido en peronista, tuvo con Pa­lacios una reunión preparatoria. López 41 años y Alfredo 67 años. El más joven había sido y era obrero. El más viejo abo­gado y docente universitario.
Y aunque el más joven había entrado al Partido Socialista cuando el más viejo ya había sido expulsado, tenían muchas co­sas en común.
Se vieron en la casa de un amigo de ambos, en el barrio porteño de Palermo.
-Doctor, se están definiendo cosas muy graves para la Nación -le dijo Antonio López cuando quedaron solos-, estos son tiempos históricos.
-De lo que aquí y ahora hagamos, y de lo que aquí y ahora dejemos de hacer, da­remos cuenta a la historia.
-No tengo dudas, López, de eso no tengo dudas.
-Usted sabe, hace meses que he dejado el Partido
-Doctor, los hombres que rodea­mos al coronel Perón queremos mantener y profundizar las con­quistas obreras por las que usted luchó como nadie.
Alfredo L. lo miró sin un solo gesto.
-¿Todos?
-¿Cómo?
- ¿Todos los hombres que rode­an al coronel Perón quieren man­tener y profundizar las conquistas obreras?
-Todos, aunque cada uno a su manera mintió
-Algunos, estimado compañero, de manera poco obrera.
-No puedo negárselo.
Alfredo L. también tomo un sorbo de café y le soltó, sin anes­tesia alguna: ¿Cuánto de fascismo hay entre ustedes? López sintió que le transpiraban las manos, quizá no era él la persona más adecuada para conseguir lo que había venido a buscar.
Hacia una semana le había dicho a Pe­rón que era necesario hablar con Pala­cios, el coronel se había mostrado de acuerdo y, a su manera calma, cuando se despidieron el coronel le dijo:
-López, Palacios es capaz de ponernos en el poder, él llega a quien nosotros no llegamos, tiene en su mochila al electorado que está en contra de nosotros. Sí, Palacios es capaz de ponemos en el poder.
Ya había abierto la puerta de la oficina cuando escuchó:
-Confío en usted, López, Jugará la rnitad de nuestras esperanzas.
Y allí estaba ahora, delante del socialis­ta más carismático y respetado, acaso el único dirigente socialista que podía entenderlos. Allí estaba, pidiéndole a Pala­cios que rompiese con el Partido Socia­lista.
Dr. Palacios, detrás del coronel Perón no se encolumna un partido tradicional, detrás de él están, desordenadas y confundidas, todas las corrientes nacionales, o. todos aquellos que entienden la causa nacional y que pronuncian la palabra patria sin vergüenza.
Que triunfe un pensamiento obrero depende de nosotros, no de él.
Se desconoce si hubo alguna otra reunión entre López y Palacios antes de la fi­nal, que, con la presencia del coronel Perón, se desarrolló en la casona del Tigre.     
Es lógico suponer que la hubo, pero en ese caso habrá sido como la aquí narrada, sin testigos, ya que Alfredo había pues­to como condición para cualquier encuentro que éste se mantuviese secreto.
No era para menos, en manos de sus ene­migos, aquello era un arma capaz de destruirlo.
La reunión entre Alfredo Palacios y Juan Perón fue breve. Perón por interine- ' dio de López lo había invitado a entrar al peronismo y, según parece, puso a su dis­posición la candidatura que él quisiera, es decir la formula Perón-Palacios.
El dueño de casa les dejó café y les pre­guntó si querían un licor, ninguno bebía. Cuando se estaba yendo, le dijo a Anto­nio López por lo bajo:
-¡Que dios proteja a nuestro país, está en manos de abstemios!
Antonio López sonrió y acercó las si­llas.
-Doctor Palacios, los que estamos con la causa nacional -dijo el coronel- debe­mos estar juntos. Después de décadas de entrega ahora estamos en condiciones de llevar adelante una política de emancipa­ción.
Perón se levantó y sirvió él mismo los cafés.
-Y éste es así doctor, porque ahora el movimiento obrero esta participando de la causa nacional. Por eso he querido ver­lo, porque usted es su mejor representan­te político.
Antonio López no dejaba de sorpren­derse con ese coronel, tan militar a veces, tan poco militar otras.
-Como ya le ha dicho, López, ponemos a su disposición cualquier candidatura. Hizo silencio. Esperó la respuesta.
-Coronel, yo no he venido en busca de candidaturas, vea usted la causa nacional requiere de tres columnas: independen­cia económica, justicia social y democra­cia. Sé que uds. tienen claras las primeras dos, coronel, si quiere que luchemos jun­tos lo que yo reclamo es democracia.
-Estamos de acuerdo.
-No estoy seguro, coronel, de que de­mocracia signifique lo mismo para usted que para mí.
Alfredo L. le extendió a Perón un pa­pel, era una lista de personas cuya par­ticipación en un futuro gobierno era incompatible con la democracia y la li­bertad, y por ende incompatible con él. Esa fue la única vez que Perón y Pa­lacios se vieron privadamente. La lista, aunque acertada y pru­dente, fue para el coronel del todo inaceptable.
El 24 de febrero de 1946, cuando se cerraron los comicios, los diarios informaron lo increíble: el Partido Laborista obtuvo 1.487.886 votos y la Unión Democrática 1.207.080.
El gran perde­dor de las elecciones fue el Partido Socialista, que, por primera vez desde 1912, no logró ni una sola banca. La clase obrera le había da do la espalda.
Alfredo L. Palacios murió a las seis y diez de la tarde del 20 de abril de 1965, siendo senador de la Nación. Sus restos fueron velados en el Congreso de la Nación y una muchedumbre acompañó al líder socialista.


Bibliografía: Sorín, Daniel "Palacios: un caballero socialis­ta. Buenos Aires", Sudamerica­na, 2004

Autor Gustavo Galland (*)
(*) Diputado Nacional (MC) y Dirigente Socialista p/afense. fs el actual Defensor Ciudadano de La Plata



Publicado en el Diario Hoy de La Plata el viernes 20 de abril de 2007

CONOZCAMOS LA VIDA DE MANUELA SAENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR

CONOZCAMOS LA VIDA DE 

MANUELA SAENZ 

LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR





Esta gran mujer latinoamericana nació en Quito, el 27 de diciembre de 1797, como la hija natural de Simón Sáenz y María Joaquina de Aispuru. Su padre, era rico y estaba casado con otra mujer, su madre era de una familia acomodada aunque no de las altas esferas.

Cuando la niña tenía sólo seis años quedó huérfana de madre. Este hecho, fue moldeando su carácter y como además estuvo rodeada de sus dos hermanos, participantes asiduos en la revolución libertadora.

Así, siempre rebelde y con mucha fuerza Manuelita se convirtió pronto en un baluarte de la Revolución.

Mientras todas las jovencitas estaban siendo educadas para casarse, Manuela a los doce años de edad se pliega a las fuerzas revolucionaras emancipadoras que iniciaron la Revuelta en Quito, el 9 de agosto de 1809. Este proceso duró poco, no así las ideas rebeldes de manuela que la acompañaron toda su vida.

En 1814, a los 17 años fue enviada a un convento para que fuera educada como todas las señoritas en Quito. Pero la inquieta personalidad de la heroína no permitiría este reposo, y en poco tiempo se enamoró de Fausto D'Elhuyary, con quien huye del convento. Este amor fue bastante inestable y fueron bastante frugales ya que en 1818, ella contrajo matrimonio con el médico inglés James Thorne, hombre que le doblaba la edad, pero quien era muy adinerado. Él estaba realmente enamorado de la joven y le perdonó sus infidelidades y sus andanzas políticas.

Un año después la conflictiva pareja llegó a Lima, donde Manuelita inició frecuentes tertulias revolucionarias. Esa era su vida social. En julio 28 de 1821, Manuelita estuvo allí cuando se declaró la independencia del Perú y participó de lleno en todo el proceso. Fue debido a sus servicios patriotas y a su valor que se le nombró Caballero de la Orden del Sol.

En 1822, Manuela viajó a Ecuador con su padre, dejando a su marido en Quito. El 24 de de mayo, día del triunfo de Pichincha. Manuela tuvo la oportunidad de entablar amistad con el general Sucre. También conoció al General Juan José Flores y a quien sería llamado Libertador, Simón Bolívar. A partir de ese instante la joven de 25 sería la fiel compañera y amante del gran héroe Bolívar.


Al año siguiente, se traslada con Bolívar al Perú y se convierte en uno de sus secretarios más allegados. En los años que siguieron, Manuela se cuenta dentro del ejército que lucha por la libertad. En esta época escandalizaba a todos, cuando utilizaba uniforme de soldado para ir a las campañas. Pasaba algunos lapsos en la residencia LA Magdalena, hogar prohibido de la pareja, donde guardaba que los papeles de su amado Simón estuvieran en orden.

Cuando el libertador se encontraba al sur del Perú y en lo que hoy es Bolivia, el marido de Manuela intentó un acercamiento con su mujer. Ella muy airada, le envió una carta que todavía se conserva donde explica por qué la relación es imposible y en la cual da fin a su matrimonio.

Gracias a que Manuelita era no sólo muy activa y realmente creyente de la causa, sino también recelosa, valiente, curiosa y mujer de armas tomar pudo salvarle la vida a su amante en dos ocasiones durante el año de 1828, a raíz de lo cual se le conoce como Libertadora del Libertador.

En 1829, el Libertador viajó a Ecuador y ella se quedó en Perú. En Bogotá se encontraron de nuevo, corría el año de 1830. El 8 de mayo, Bolívar se despidió de ella para viajar a la costa atlántica donde murió. Tanto le impactó la noticia de la muerte de su amado, que Manuelita intentó suicidarse ese año.

A pesar de lo inestable de la situación política y de que ya no contaba con la presencia de querido Simón, Manuelita se recuperó y siguió actuando como revolucionaria, por lo que cuando el general Francisco de Paula Santander (1792-1840) fue electo Presidente, la expulsó de la Nueva Granada. Exiliada huyó a Jamaica donde Maxwell Hyslop la acogió, pues él era colaborador del ya desaparecido libertador. Al año siguiente regresó a Ecuador, pues creyó que podría confiar en Juan José Flores, pero en el 18 de octubre de 1835 fue expulsada por el gobierno de Vicente Roca-fuerte.

Exiliada de su propia patria, Manuelita se instaló en el puerto Paita de Perú donde vivió los siguientes 21 años en medio de duras condiciones económicas y confiando en Flores a quien le escribió durante todo su exilio. Aunque su marido intentó una nueva reconciliación y le ofreció dinero y aunque en 1837 se permitió su regreso a Ecuador, ella se mantuvo en su pobre exilio. Nunca pudo recuperar su bienes ni la dote que al morir Thorne le devolvía en su testamento.

El 23 de noviembre de 1856 en el puerto peruano, Manuela Sáenz murió de difteria sin haber regresado a su tierra y en una situación ecónómica bastante difícil.



martes, 14 de julio de 2015

LAS SIETE INVASIONES INGLESAS AL RÍO DE LA PLATA

LAS SIETE INVASIONES INGLESAS AL 

RÍO DE LA PLATA



Nos han acostumbrado a considerar las invasiones de 1806 y 1807 como la primera y la segunda; pero las invasiones inglesas son siete, cuatro en la Época Hispánica y tres en nuestro desarrollo independiente. Antes de referirnos a ellas debemos primero hacer algunas consideraciones.
Uruguay y la Argentina son los países americanos que más cantidad de costa han perdido a lo largo de la historia. Se nos dirá que Bolivia perdió toda su costa del Pacífico, es cierto, pero Uruguay y en parte la Argentina perdieron una extensión mucho mayor que la boliviana.
Si partimos de la base de que nuestro territorio original fue el del Virreinato del Río de la Plata, hemos perdido la costa marítima que va de la Isla Santa Catalina hasta la frontera actual con Brasil en la localidad del Chuy.
En el sur desde 1810, Argentina ha perdido por lo menos la mitad del Estrecho de Magallanes y las costas de las islas, al sur del Beagle que dan sobre el Atlántico.
Hasta 1826, las costas del Alto Perú (hoy Bolivia) sobre el Pacífico, pertenecían primero al Virreinato y luego a las Provincias del Río de la Plata. Incluso el Puerto de Cobija perteneció a la jurisdicción de Salta.
Tampoco somos dueños, todavía, de nuestras grandes islas del Atlántico Austral como Malvinas y Georgias del Sur y se nos disputa la posesión de las islas Sándwich. Argentina las reclama pero desde que fueron puestas a la orden de la Capitanía de Puertos de Montevideo PERTENECIERON INDISCUTIBLEMENTE A LA PROVINCIA ORIENTAL.
En cambio Brasil tiene su isla Trinidad a 1.200 kms. de Río de Janeiro; Ecuador conserva las islas Galápagos a 1.050 kms. de su costa y Chile tiene las islas Juan Fernández y la de Pascua, esta última a más de 3.000 kms. de su costa continental.
En general casi todas las naciones americanas han conservado sus islas, aunque Venezuela haya perdido a Trinidad; pero ninguna ha sufrido y sigue sufriendo una presión tan sostenida y constante del Imperio Británico.
En la época hispánica se podía comprender esa presión y ese ataque a España, en una lucha de predominio España y Francia por un lado, unidas por los lazos familiares Borbónicos y desde 1761 por el "Pacto de Familia", e Inglaterra pujante, formando su imperio en base a su poderío marítimo y su adelanto industrial.
En la época independiente, la agresión es mucho menos justificable. La Argentina obtiene su independencia contando con la ayuda inglesa en armas y pertrechos. Es cierto que paga el duro precio de la dependencia económica, pero esa era una fatalidad como explicaremos.
Los argentinos fueron muy buenos amigos de Inglaterra, nos convertimos nosotros también en su proveedor de cueros, grasas y carnes; nos adaptamos a sus necesidades y modalidades; pero fuimos atacados en Malvinas, en el Atlántico Austral y en la Antártida, en plena paz.
Los tiempos han cambiado, la Argentina ha alcanzado su independencia económica, pero aún sigue la irritante presencia inglesa en parte de su territorio y seguimos sufriendo en nuestro país la ocupación argentina en Martín Garcia, aún estando en paz y esperando reivindicaciones que duran demasiado en concretarse.
No todo fue negativo en este dominio inglés de nuestra economía, ni podemos dejar de admirar el empuje inglés en las empresas humanas y el vigor de sus instituciones democráticas, así como la defensa de la libertad que realizó Inglaterra en las dos últimas guerras mundiales; pero la nación de Nelson, Wellington y Churchill, la de Locke y Shakespeare deberá reconocer que otra nación que ha tenido a San Martín, Belgrano, Brown, Rivadavia, Mitre, Sarmiento y Roca, no puede seguir teniendo ocupadas las Malvinas, sus islas australes y antárticas, con argumentos basados y sostenidos con la fuerza.
Esa pérdida de costas e islas soportada por la Argentina, por una presión que es la de las mayores que ha realizado la "Reina de los Mares" a un país sudamericano, es cierto que tiene otros factores de causa; pero la acción inglesa ha sido decisiva. Nuestra falta de conciencia marítima, nacida de problemas coloniales y 1a existencia de una vasta y rica tierra, de demografía débil, han influido para posibilitar ciertas acciones; pero los uruguayos tenemos condiciones para el mar y estamos reaccionando.
¿Cuáles han sido las causas para que Inglaterra interviniera más en Uruguay y la Argentina que en otras naciones sudamericanas? Creemos que son varias y las expondremos brevemente.
Es indudable que hubo un motivo político básico que fue el de consolidar el poder del imperio inglés, en una zona importante y rica con grandes posibilidades potenciales.
Consideramos muy importantes los motivos geopolíticos y navales, por ser el Atlántico austral un mar de creciente importancia estratégica y a Inglaterra le interesaba dominar la Argentina o alguna de sus partes,como la Banda Oriental, hoy Uruguay, así como dominó en Singapur, la India y Ceylán, Sudáfrica Y Gibraltar. Todas esas posiciones eran o son dominantes del pasaje entre mares, capitales para una potencia marítima. Así como desde Cabo de Buena Esperanza se domina el pasaje Atlántico al Indico, desde Colonia del Sacramento se dominaba la entrada y salida de la hoy llamada Hidrovía del Río Uruguay y Paraná hasta el Mato Grosso brasileño y la Patagonia, Malvinas o la península Antártica, se domina el pasaje del Atlántico al Pacífico Austral. Esta última meta empezó a tener enorme importancia desde fines del siglo XVI a 1914, en que se inauguró el Canal de Panamá. Su importancia potencial siguió subsistiendo y ahora crece con la posibilidad de anulación del Canal por sabotaje o la presencia en los mares de petroleros, graneleros o minerales gigantes, cuya manga no permite el uso de Panamá.
Los motivos económicos dieron importancia a la Argentina y sus mares fueron otro de los factores importantes, motivadores de las repetidas agresiones.
Desde que en 1680 Dn. Manuel Lobo fundó la Colonia del Sacramento, base avanzada de la penetración portuguesa en el Río de la Plata, esta población fue el mayor centro del comercio legal y contrabando en el Virreinato. Buenos Aires creció con el contrabando realizado por los ingleses, portugueses, holandeses y franceses. Los funcionarios hacían la 'vista gorda' y los perjudicados fueron los comerciantes monopolistas y el comercio mercantil español.
Se reveló entonces la capacidad potencial de Buenos Aires y del litoral, fundamentalmente en riqueza ganadera. Además, desde 1776 la plata del Potosí debía llegar y salir de Buenos Aires. La riqueza ganadera, cueros en enorme mayoría, astas, cebo, tasajo o carne salada, se obtenían y vendían muy baratos y se adquirían todo tino de productos manufacturados de los que carecía el virreinato, especialmente textiles de calidad.
Inglaterra fue la primera nación e tuvo su revolución industrial y desde 1770, aventajó en 30 ó 50 años al resto de Europa. Con excesos de producción debía buscar mercados o si era factible o mejor, colonias donde ubicarlos. Si además podía extraer de esos mercados materias primas baratas, mucho mejor.
El Río de la Plata no sólo reunía todas las condiciones, sino que potencialmente era extraordinario.
Finalmente otra circunstancia económica primó en los últimos tiempo para la "invasión marítima inglesa": la riqueza en pinnípedos y ballena de nuestras costas y mares patagónicos y malvineros.
A partir de la tercer década del siglo XVIII hasta nuestros días, primero los británicos, luego los norteamericanos, franceses, noruegos, holandeses, sudafricanos, han devastado nuestros mares de cientos de miles de cetáceos y de varios millones de pinnípedos, hasta casi la extinción de especies y exterminio masivo de otras.
Hoy siguen rusos y japoneses y esta historia continúa.
Pasemos entonces somera revista a las siete invasiones inglesas, recalcando sólo algunos aspectos menos conocidos o expresando conceptos que pueden resultar novedosos.
La primera invasión inglesa (1763)
El poner una fecha sólo significa marcar el momento de mayor esfuerzo de la intentona, porque podríamos decir que desde 1680 a 1777, casi por un siglo, Inglaterra apoyó, alentó o participó en un continuado ataque contra el virreinato del Río de la Plata, ya fuera como aliada declarada en la ayuda al agresor portugués, o en el apoyo diplomático con su poderío de primera potencia en el momento de la paz, o con su acción directa, todo en la zona del noreste y Río de la Plata.
Desde su fundación de la Colonia del Sacramento en 1680, este puerto se convirtió en el centro del comercio y contrabando portugués y también Inglés.
En 1703 por el tratado de Methuen, Inglaterra y Portugal iniciaron una alianza comercial y política que traería frutos muy importantes para ambas potencias. Esta alianza estrecha y sostenida fielmente hasta 1911, es una de las más notables y de mayor extensión en el tiempo de la historia moderna. Portugal siguió en interdependencia las aguas inglesas triunfadoras y obtuvo, en cambio, muchos dividendos que no hubiera obtenido en forma singular.
Podríamos decir en cuanto al Virreinato, que la acción anglo-portuguesa se ejerció en forma combinada en el nordeste y Río de la Plata, con los portugueses como principales protagonistas y en la Patagonia e islas del Atlántico Sur por solo los ingleses, los cuales ocuparían Puerto Egmont en Malvinas.
No bien se conoció en Buenos Aires la creación de la Colonia del Sacramento, el Gobernador dispuso una expedición para expulsarlos y el 7 de agosto de 1680 luego de encarnizado combate, la plaza fue tomada. El brillante y completo triunfo fue anulado por las acciones diplomáticas y en febrero de 1683, la "Colonia" fue restituida a los portugueses.
Producida la guerra de sucesión española, la plaza fue tomada nuevamente el 14 de mayo de 1705, luego de brillantes acciones de los hombres de Buenos Aires. Luego de la Paz de Utrecht y por influencia de Inglaterra, volvió a ser devuelta en 1716. El tratado de Mathuen estaba en marcha.
En 1735 la Colonia fue sitiada hasta 1737, en que una Convención de Paz suspendió las operaciones.
El Tratado de Utrecht de 1713 dio a los ingleses la trata de negros en América y la posibilidad de intervenir económicamente en Buenos Aires hasta 1739.
Fernando VI, casado con Doña Bárbara de Braganza, sufrió la influencia de su esposa y favoreció con su política a Portugal, en detrimento de los intereses españoles. El Tratado del 13 de enero de 1750, llamado "Permuta" o de "Madrid", obtuvo la promesa de devolver la Colonia a cambio de grandes avances -portugueses en Río Grande y el Paraguay. Incluía la deplorable cláusula de la entrega de los siete pueblos de las Misiones Jesuíticas, a todas luces injusto y desató la "guerra misionera". Debido a la misma vino al Río de la Plata en 1756 una poderosa expedición naval al mando de Don Pedro de Cevallos, último gran paladín hispano en América de finales del siglo XVNI.
Fernando VI, pacifista, tuvo en Zenón de Zomodevila, Marqués de la Ensenada, un gran propulsor de la escuadra española, de importancia secundaria, después las de Inglaterra y Francia, desde los tiempos de Felipe V. Inglaterra, con una intriga cortesana, logró eliminar a Ensenada, lo que fue celebrado en Londres como un triunfo inglés. Sin embargo, a fines del reinado de Fernando VI en 1758, la escuadra española era ya poderosa nuevamente, pues tenía 45 navíos. Inglaterra tenía más de 130 y Francia contaba con 60.
En 1759 subió al trono Carlos NI con un claro concepto del poder naval. Y comenzó a engrandecer la escuadra española. Lamentablemente el Pacto de Familia con Francia de 1761 fue muy oneroso para España.
La guerra en las misiones jesuíticas fue el pretexto de Portugal para no devolver Colonia del Sacramento; pero se había logrado, además, vulnerar y remover la línea de Tordesillas en forma legal, ya que, en la práctica, se la había violado desde hacía más de un siglo.
En 1761 se suspendió el 'Tratado de Permuta" y Cevallos inició hostilidades contra la Colonia, a la que sitió y rindió el 2 de noviembre de 1762, con su poderío militar y sus grandes condiciones de guerrero y conductor. Pronto debió defenderse a su vez de un ataque anglo-portugués, al que como punto culminante de esta agresión secular denominaremos primera invasión inglesa, aunque sea anglo-portuguesa en realidad.
El embajador portugués en Londres organizó una verdadera expedición de conquista al Río de la Plata. Se trataba de ocupar posiciones militares y convertir la zona de la Colonia en un centro comercial anglo portugués en una especie de enclave en el Río de la Plata. A tal efecto, y con la intervención de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, se efectuó una suscripción hasta lograr reunir 100.000 libras esterlinas, cargando las naves de géneros y mercaderías para unir, a la campaña guerrera, el provecho comercial.
John Mac Namara, aventurero valeroso y experimentado, fue el jefe de la expedición, el cual armó por su cuenta un navío, el "Lord Clive", de 64 cañones que le vendió al Almirantazgo. Igualmente se armó la fragata 'Ambuscade" (Capitán Roberts) de 40 cañones y se embarcaron 700 hombres de tropa y dotación de los buques.
Las naves zarparon de Inglaterra en julio de 1762 y fueron a Lisboa, donde se dispensaron grados y honores y, por último, salieron hacia Río de Janeiro el 30 de agosto de 1762. En la escala de este puerto, el Conde de Bobadilla, gobernador de la plaza, le agregó un poderoso refuerzo de un navío, el "Gloria", de 60 cañones, una fragata y seis bergantines, además de 600 hombres de tropa. La expedición era una verdadera invasión para que darse. Era la más poderosa fuerza naval que hasta entonces se había preparado contra el Río de la Plata.
Los invasores arribaron frente Maldonado a principios de diciembre de 1762 y allí apresaron una pequeña embarcación española que les informó la rendición de la Colonia.
El 4 de diciembre estaban frente a Montevideo e intentaron dirigirse contra Buenos Aires; pero el Río d la Plata, con sus bajos y corrientes, se lo impidió. El 2 de enero se apostaron frente a Montevideo con intenciones de efectuar un ataque contra la plaza, pero al día siguiente llegó un práctico desde Río de Janeiro informándoles que los navíos tenían mucho calado para entrar a Montevideo y por ello resolvieron atacar la Colonia.
Entretanto Cevallos, muy enfermo de paludismo, estaba en la Colonia y repartía sus tropas en Maldonado, Montevideo y Buenos Aires, dejando en la Colonia 500 hombres y 100 en la de San Gabriel.
El 6 de enero de 1763 el Comodoro Mac Namara encabezó el ataque con el "Lord Clive" sobre el fuerte de Santa Rita; el "Ambuscade" atacó el fuerte de San Pedro y el "Gloria" lo hizo contra el de San Miguel. El cañoneo comenzó a mediodía y fue intenso, pero las tropas de Cevallos, parapetadas en un terreno bajo, no sufrieron mayores bajas, pues los tiros enemigos eran muy elevados.
Los disparos fueron muchísimos, habiendo efectuado las naves atacantes más de 3.000, de bala rasa, palanqueta y metralla, y desde tierra se le contestó con igual intensidad.
A las 1600 horas, el "Lord Clive", que ya tenía 40 bajas entre sus 500 tripulantes, fue incendiado por un disparo desde la plaza. Sin duda, sería una bala roja, es decir, una bala de hierro calentada al rojo vivo. El incendio se propagó y no pudo ser dominado, incendiándose la nave totalmente y su tripulación pereció quemada o se ahogó. Se salvaron 80 hombres a nado y 2 en un pequeño bote; en cuanto a Mac Nammara murió en el incendio, o según otras versiones fue herido y se arrojó al agua, pereciendo ahogado.
Las otras naves que habían recibido fuerte castigo, especialmente, la fragata "Ambuscade", se retiraron. El "Gloria", y además naves menores portuguesas, también recibieron algún castigo, aunque no se empeñaron tanto en el combate. La fragata tuvo 80 muertos y numerosos heridos y la división naval portuguesa se retiró hacia Río de Janeiro. Floja fue la actuación de una débil división naval española.
La Paz de París de 1763, donde medió en favor de Portugal la decisiva influencia inglesa, determinó una nueva entrega de la plaza a Portugal.
En los ataques portugueses desde 1773 y en especial en 1775, sobre Río Grande, se reanudó la lucha y, además, la ocupación inglesa de Puerto Egmont en el sur hicieron que España creara el virreinato del Río de la Plata. Don Pedro de Cevallos fue nombrado primer virrey y zarpó con 20 naves de guerra, entre ellas seis poderosos y flamantes navíos, 96 naves mercantes de transporte y más de 9.500 hombres de tropa que, con las tripulaciones completaba 20.000 hombres. Además, se contaba con 600 cañones y pertrechos de guerra. La más poderosa maquinaria bélica que habían visto nuestras aguas, tomó Santa Catalina, sitió y rindió Colonia en 1777.
Con la poderosa expedición y el genio guerrero de Cevallos terminó esta guerra por más de treinta años, recomenzando en la época independiente.
La segunda invasión inglesa (1765-1774)
Fue casi contemporánea de la anterior, pero realizada exclusivamente por Inglaterra, en nuestro Atlántico Sur.
La zona sur de nuestro territorio empezó a ser codiciada por franceses y británicos a partir de principios del siglo XVNI.
El tratado de Tordesillas no fue respetado por Francia e Inglaterra en el Atlántico Norte, prácticamente desde su promulgación el 7 de junio de 1494.
La actitud de Francisco I explica claramente su pensamiento cuando exclama: "Quiero ver el testamento de Adán". Se refería al reparto realizado por el Papa Alejandro VI y perfeccionado en Tordesillas.
A pesar de las frecuentes violaciones al famoso tratado en el Norte, el Atlántico Sur era un mar español y lo mismo sucedía con el Océano Pacífico en su parte americana.
Fue a partir de fines del siglo XVI cuando corsarios y piratas empezaron a visitar las Islas Malvinas.
También es justo agregar que desde fines del siglo XVI los holandeses merodeaban por las islas, pero iban en tránsito para el Pacífico.
Los ingleses visitaron nuestros mares a partir de 1683, con los aventureros William Dampier, John Cook y Ambrose Cowley, todos en una nave. En 1690 John Strong visitó las Malvinas y nombró Falkland Sound al estrecho que separa las dos islas mayores. Finalmente, en 1708 las islas fueron avistadas por el corsario inglés Woodes Rogers.
En 1711 se escribió un memorial que fue publicado más de veinte años después en Londres, con el sugestivo título de "A proposal for humbling Spain - written in 1711 by a person of distinction". En el mismo se proponía el envío do una expedición para tomar Buenos Aires con 2.500 hombres y se daban detalles sobre las riquezas y producciones del país. La expedición del almirante Anson, por su parte, en 1739/44 llamó la atención sobre la necesidad de ocupar las islas Malvinas y otros puntos de nuestra Patagonia.
Existían entonces grandes posibilidades de una acción británica en las islas, y sumándose al interés geopolítico y estratégico se agregó un incentivo económico: la caza de ballenas y pinnípedos que pululaban en las islas.
Los cazadores ingleses de ballenas y lobos iniciaron una intensa acción de depredación desde mediados del siglo XVN; comenzó en las Malvinas y siguió en la costa patagónica, hasta el Cabo de Hornos, Isla de los Estados, etc
En cuanto a los marinos franceses, digamos que, especialmente de Bretaña y muy particularmente de Saint Maló, vinieron numerosas naves, que cruzaban el Pacífico para realizar su comercio.
De 1648 a 1716 se m más de 100 viajes a nuestros mares del sur y también más de una decena de ellos tocaron o avistaron Malvinas, que exploraron y de las cuales fueron los primeros en dar una representación. Las llamadas Islas "Nouvelles", aunque se impuso el nombre de Malvinas, derivado de Saint Maló.
Fueron también los franceses, los primeros en colonizar las Malvinas y lo hicieron por intermedio de Luis Antonio de Bougainville, excepcional diplomático, militar, marino y científico francés. Con las "L'Aigle" y la corbeta "Le Sphinx", zarpó de Saint Maló el 8 de septiembre de 1763 y el 2 de febrero de 1764 entraron en la bahía que llamaron Francesa, o del Este, que es Anunciación para los españoles y "Berkeley Sound" para los ingleses.
Poco después desembarcaron cañones y fundaron un fuerte, a partir del 2 de mayo de 1764 y lo llamaron "Fort Du Roi" o "Fort Royal". Al puerto lo denominaron "Saint Louis".
Bougainville había fundado un fuerte en las Islas Malvinas que pertenecían a España, y esto iba a originar lógicas reclamaciones a Francia, su estrecha aliada.
Entretanto, Inglaterra, desde 1749, y bajo los impulsos estratégicos de Lord Anson, Lord del Almirantazgo, intentó realizar una exploración de las Malvinas, para lo cual solicitó permiso a España, en una clara demostración del reconocimiento hispánico. El permiso les fue negado por el ministro español Carvajal, y esta prohibición fue acatada por los británicos.
Unos años después y apenas producida la colonización francesa, la idea de ocupar las Malvinas por su posición estratégica y estación de aguada y víveres para pasar al Pacífico, fue llevada a cabo en detrimento, nuevamente, de los intereses; españoles.
Mí recordado maestro y amigo, el doctor Ricardo Caillet Bois, ha significado que esta acción inglesa fue emprendida para lograr el pago español prometido por la devolución de Manila, en las islas Filipinas, que aún no se había concretado. Creemos, sin embargo, que estas expediciones, para ocupar las Malvinas, son la continuación de una firme política británica de usurpación y conquista de posiciones del imperio hispanoamericano, con la cual coincidió el problema de Manila.
El 21 de junio de 1764 partió de Inglaterra una división naval al mando del Comodoro John Byron, con el "Dolphin", de 24 cañones, y el sloop "Tamar", de 16 cañones. Debía efectuar reconocimientos de las islas Pepys y Malvinas y buscar un lugar apropiado para establecer una colonia. Aún se creía posible la existencia de la imaginada isla fantasma llamada Pepys por Ambrose Cowley.
No relataremos el viaje de Byron, experimentado marino, oficial de la expedición de Anson y antecesor del ilustre poeta romántico inglés; sólo diremos que el 4 de enero de 1765 salió del Estrecho y se dirigió hacia las Malvinas y el día 15 se hallaba en un hermoso puerto, situado entre la isla Trinidad (Saunders para los ingleses), Vigía (Keppel) y una saliente irregular de la Gran Malvina, en el noroeste de la misma.
Byron denominó al Puerto Egmont en honor de John Percevel, primer Lord del Almirantazgo y segundo Conde Egmont.
El 23, el comodoro y sus planas mayores desembarcaron en la isla Trinidad y tomaron posesión del puerto y las islas vecinas, con el nombre de Falkland Islands, para el rey Jorge NI de Inglaterra. Los franceses ya hacía un año que habían tomado posesión a nombre de Luis XV y ambos eran intrusos.
Luego que Byron regresó a Inglaterra se decidió tomar posesión formal de Puerto Egrnont y para cumplir esa comisión zarpó el capitán de navío John Macbride, con la fragata "Jason", de 30 cañones, la balandra "Carcass" y un buque de abastecimiento llamado 'Experiment".
El capitán Macbride llegó a Puerto Egmont el 8 de enero de 1776 y comenzó a construir un fuerte artillado que llamó Fort George.
Empezó, entonces, desde la expedición Byron, la "segunda invasión inglesa".
Los españoles, que tenían conocimiento de la ocupación francesa, reclamaron ante su aliado y luego de arduas negociaciones consiguieron el reconocimiento francés de su soberanía en las Malvinas. Puerto San Luis les sería entregado previo una compensación económica al capitán Luis Antonio de Bougainville. Así se cumplió solemnemente el 2 de abril de 1767, quedando el fuerte, que pronto se llamaría Nuestra Señora de la Soledad, a cargo del gobernador español de las islas, capitán de navío Felipe Ruiz Puente. Era un importantísimo reconocimiento internacional.
Con respecto a la ocupación inglesa, los españoles buscaron primero la situación de Puerto Egmont y luego presionaron diplomáticamente para lograr su devolución o llegar a la guerra con el apoyo de sus aliados franceses. Esto último no pudo lograrse por defección del rey francés y, en consecuencia, España se decidió a efectuar un ataque para reconquistar las islas. La Real Orden del 25 de febrero de 1768 ordenaba al gobernador de Buenos Aires, Don Francisco de Paula Buccarelli, expulsar a los ingleses de los dominios de Su Majestad Católica. Para ello se había reunido en el Río de la Plata una poderosa división de cuatro fragatas al mando del capitán de navío Ignacio de Madariaga, que era Mayor General de la Real Armada, es decir, algo así como Jefe del Estado Mayor.
En esta escueta síntesis digamos que el gobernador dio órdenes a Madariaga, el 26 de marzo de 1770, para que procediera a expulsar a los ingleses, y éste alistó sus fuerzas, entonces compuestas por las cuatro fragatas de 20 a 28 cañones, un chambequín y un bergantín. La tropa embarcada era de 260 a 294 hombres y el total de hombres, entre marinos y soldados, sumaban 1.400 y los cañones 140.
Esta expedición había sido precedida por una división compuesta de la fragata "Santa Catalina' y dos embarcaciones menores que habían visitado Puerto Egmont. Comprobaron que los ingleses únicamente tenían en ese lugar una fragata y que la artillería del fuerte era muy débil.
Madariaga con sus fuerzas atacó Puerto Egmont, y los ingleses dispararon el "cañonazo del honor" y se rindieron. Ello ocurrió el 10 de junio de 1770.
Cuando llegaron a Inglaterra las noticias de la ocupación de Puerto Egmont por parte de los españoles, el gobierno se preparó para la guerra y exigió, se reparase el honor nacional herido. España solicitó la alianza de Francia, pero esta nación se desentendió de la cuestión, aduciendo no estar preparada suficientemente. Carlos NI hubo de ceder y ordenó se devolviese Puerto Egmont; pero dejando a salvo la soberanía española sobre las islas en una declaración expresa.
En estas negociaciones Inglaterra se comprometió a devolver las islas, una vez que hubiese transcurrido un tiempo prudencial. Es lo que se ha llamado la "promesa secreta". Puerto Egmont fue devuelto a Inglaterra el 16 de septiembre de 1771.
A partir de esa fecha, los ingleses continuaron en Puerto Egmont y lo españoles en Puerto Soledad; mientras los diplomáticos de Carlos NI reclamaban el cumplimiento de la "pro mesa secreta".
Recién el 20 de mayo de l774 lo ingleses abandonaron las islas, evacuando Puerto Egmont, el cual fue destruido posteriormente por los españoles.
¿Cumplieron los ingleses su "promesa secreta", aunque tarde, u otra razones, aconsejaron la evacuación? Quizás se dieron cuenta de la debilidad de la posición en una probable guerra previsible, o se encontraban muy preocupados por la insurrección de su gran colonia americana, la cual estaba en abierta oposición con la metrópoli.
La segunda invasión inglesa duró así de 1765 a 1774, con la corta interrupción en que Puerto Egmont fue tomado por los españoles. De todos modos, antes y después, los balleneros y loberos ingleses siguieron depredando. Desde poco antes de la evacuación de Puerto Egmont, también se agregaron loberos norteamericanos.
Los españoles seguirían gobernando solos hasta 1811.
La tercera y cuarta invasiones inglesas (1806-1807)
Son las que comúnmente se conocen como la Primera y Segunda Invasión Inglesa en nuestros colegios. Es suficientemente conocido este tema y nos referiremos principalmente a las consecuencias de las acciones libradas.
Carlos Roberts, en su obra "Las Invasiones Inglesas del Río de la Plata (1806-1807)"[1], señala varias proyectadas invasiones inglesas al Río de la Plata. En varias de ellas está implicado D. Francisco Miranda, ilustre precursor de la independencia americana. En 1789/90; en 1796, en 1799/1801 y en 1803 hubo planes, órdenes y aún inicios de invasiones que no prosperaron.
Librada la batalla naval de Trafalgar, el 21 de octubre de 1805, Inglaterra adquirió el dominio total de los mares, quedando muy disminuido el de sus rivales Francia y España. Inglaterra dominó los mares y la "Francia Napoleónica", el continente. Desde 1804 España había entrado en la contienda al lado de su antigua aliada: Francia.
En Trafalgar, Francia y España perdieron entre ambas 19 navíos, pero este hecho no era decisivo, aunque sí la culminación de una serie de derrotas y la desmoralización que produjo sentir la superioridad del material, tripulaciones y tácticas, demostradas por los ingleses. Muchos más navíos había perdido España en sus arsenales, donde se pudrían por falta de presupuesto para sus reparaciones.
Después de Trafalgar los ingleses tenían más de 130 navíos en servicio, mientras que España y Francia sumaban menos de 90 y de ellos sólo unos 60 estaban en condiciones de actividad. La superioridad inglesa era absoluta y el dominio de los mares lo conservó por más de un siglo. Esa superioridad permitió la tentativa particular del comodoro Sir Home Popham, "tam Marte quam Mercurio", personaje extraordinario que creyó, a fines de 1805, que se habían dado las condiciones para dar un golpe sobre Buenos Aires. Partiendo de Ciudad del Cabo, según un último plan inglés que él conocía, se decidió a realizar la tentativa, contando con el seguro respaldo que obtendría, si lograba sus propósitos.
Las dos invasiones inglesas, de 1806 y 1807, tuvieron por causa la política inglesa de entonces, concordante con la que permanentemente era sostenida por el imperio: obtener una colonia importante de gran valor estratégico naval y un mercado de gran porvenir que, además, podría absorber sus excedentes industriales.
Fueron dos importantes operaciones anfibias, especialmente la segunda, que sólo admite comparación con la de Don Pedro de Cevallos en 1776/1777.
Estas dos operaciones anfibias pudieron desarrollarse con absoluta tranquilidad en su faz naval, por el dominio absoluto del mar recientemente adquirido.
La fuerza naval que atacó Buenos Aires era poderosa: dos navíos de 64 cañones, dos fragatas, un bergantín y cinco transportes armados; eran demasiado para las fuerzas navales españolas del Río de la Plata, constituida por débiles o viejas unidades cañoneras. En efecto, una corbeta ligera, un bergantín, tres goletas, dos sumacas y 25 lanchas cañoneras, era todo lo que contaban los españoles. La desproporción ante el invasor era tanto que con sólo un navío de 64 cañones, se superaba la potencia de fuego de toda la fuerza española. Por ello los marinos españoles combatieron en tierra y lo hicieron con bravura y tesón.
La fuerza terrestre inglesa compuesta por 1.641 hombres, era en cambio pequeña para dominar una ciudad de casi 50.000 almas, contando los habitantes cae los alrededores. Allí radicó la debilidad inglesa y el Capitán de Navío Santiago de Liniers, el alma de la Reconquista, fue quien se apercibió de ello.
Comenzada con 1.000 hombres desde la Banda Oriental, la reconquista se realizó entre el 5 y el 12 de agosto de 1806 y el héroe fue Liniers que quedó como autoridad militar y civil, en ausencia del Virrey.
Mientras sus tropas eran rendidas en el fuerte, la flota inglesa no pudo prestarle ayuda porque los bancos de la ciudad la mantenían alejada y sus cañones no tenían alcance suficiente para cooperar con su gente. El Río de la Plata había ayudado a dificultar el ataque inglés con una de sus sudestadas y sus bancos, que impidieron actuar a los buques ingleses contra la flotilla reconquistadora.
Cuando el gran tesoro recogido como botín en Buenos Aires llegó a Londres, se hizo una triunfal recepción y la popularidad de Sir Heme Popham alcanzó la de los grandes héroes de Inglaterra. La noticia de la derrota fue terrible y preparó las acciones para insistir. Había una base en el Río de la Plata y un hecho importante: En todo el tiempo, que transcurrió entre la reconquista y el segundo ataque inglés, la flota británica fue dueña del no sin que nadie pudiera disputarle el dominio de las aguas. Esta prueba histórica de la enorme importancia del poder naval en nuestro país debe ser siempre tenida en cuenta.
La segunda invasión inglesa se realizó con efectivos muy superiores, reunidos en varias expediciones parciales.
La flota mandada por el Vicealmirante Jorge Murray se componía de cinco navíos de 64 cañones cada uno, cinco fragatas con un total de 150 cañones, 12 naves menores que sumaban 175 cañones. Todo esto hacía un poderío total de 23 o 24 naves de guerra con más de 650 cañones.
Los transportes, muchos de ellos armados, eran más de 50.
Las tropas reunidas oscilaban en 15.000 hombres, aunque repartidos en la Banda Oriental parte de ellos.
Tomado Maldonado. luego Montevideo, el desembarco inglés se realizó el 27 de junio de 1807 y poco más de 9.000 hombres tomaron tierra en la Ensenada con 16 piezas de artillería. Las mandaba el Teniente General John Whitelocke.
Ya sabemos que del lado español un ejército miliciano al mando de Liniers compuesto de 8.000 hombres se aprestó a la defensa con 49 cañones de diversos calibres.
Después de la falsa maniobra de Liniers al cruzar el Riachuelo y de su derrota en Miserere, el ataque final inglés se realizó al amanecer de un frío 5 de julio de 1807.
De 5.021 a 5.787 ingleses fueron alistados y atacaron a los 8.000 españoles y criollos. Los invasores eran tropa aguerrida y veteranos. Los españoles bisoños y algunos armados con solo armas blancas.
Después de tomar la Plaza de Toros con fuerzas superiores y luego de una heroica resistencia, el resto de la tropa inglesa fue derrotada por los criollos con la ayuda de toda la población, que hostilizó y causó bajas a los invasores en su paso por la ciudad.
El Retiro y Plaza de Toros fueron los lugares de más sangrienta resistencia, pues allí el total de bajas de los defensores (muertos, heridos y desaparecidos) llegó al 27 % y el de los ingleses vencedores alcanzó al 20 %. En el resto de la línea las bajas de los defensores fueron del orden del 8 % y entre los ingleses alcanzó al 23 %.
Enorme fue el esfuerzo inglés en la segunda invasión. Se preparó una tercera, más poderosa, que no llegó a concretarse al convertirse España en aliada de Inglaterra cuando su territorio fue ocupado por fuerzas de Napoleón.
La expectativa comercial está señalada por las naves abarrotadas de mercancías inglesas, especialmente géneros, que entraron a Montevideo, durante los breves meses de ocupación.
Año 1807 - Naves entradas a Montevideo.
Febrero: 78 naves
Marzo: 27 naves
Abril: 18 naves
Mayo: 5 naves
Junio: 4 naves
Suman un total de 132 naves. [2]
Era una invasión comercial paralela.
Gran parte de la mercadería fue mal vendida, luego de la nueva derrota.
Buenos Aires conoció su hora más gloriosa y tornó clara conciencia del valor de sus hijos. Las dos grandes victorias presagiaban a Mayo.
Quinta invasión inglesa (1833 hasta nuestros días)
Nos referimos a la ocupación de las Malvinas el 3 de enero de 1833.
Desde la evacuación de los ingleses en 1774 los españoles continuaron ocupando las islas desde Puerto Soledad y lo hicieron continuamente. Hubo veinte gobernadores y al mismo tiempo comandantes navales de las islas, con funcionarios gubernamentales y más de cien habitantes, entre colonos, presidiarios, soldados y marinos.
Los edificios llegaron a ser treinta, la mitad era de piedra, mientras que el resto era de "tepes", o sea tierra entramada por raíces de césped.
Dos de los gobernadores fueron criollos, el Teniente de Fragata Jacinto de Altolaguirre (nacido en Buenos Aires en 1754 y muerto en Madrid como Teniente de Navío en 1787), quien gobernó las islas de 1781 a 1783, y el Capitán de Fragata Francisco Xavier de Viana y Alzaibar (nacido en Montevideo en 1764 y muerto en la misma ciudad en 1820) que gobernó dos veces, de 1798 a 1799 y de 1800 a 1801.
De los otros gobernadores señalamos sus nombres y períodos de gobierno en el Apéndice nº 1 de este trabajo.
El 26 de octubre de 1790 se firmó en San Lorenzo, el Tratado de Nookta Sound, llamado así por una cuestión suscitada entre España e Inglaterra por la ocupación de la Bahía de Nookta, hoy de Vancouver, en la costa occidental de América del Norte. Por ese Tratado, Inglaterra y España se reconocían los territorios que poseían entonces, entre las cuales se encontraba Malvinas. No obstante España concedió por primera vez autorización legal para comerciar, navegar, pescar y cazar en sus mares del Atlántico austral y Pacífico; aunque no se podía hacerlo a menos de diez leguas de población o establecimientos hispanos.
Los cazadores de pinnípedos, pues la ballena se había hecho menos frecuente en la zona, se ocuparon, ahora con permiso legal, de depredar nuestras costas y mares.
Muchos de los loberos eran oficiales de la Real Armada a media paga, los cuales aquí reforzaban sus finanzas particulares, a costa de la riqueza marítima española. Al mismo tiempo se hacían conocedores de la zona y se convertían en propulsores de ideas y empresas para ocupar estas tierras para Inglaterra.
Los americanos trabajaban en el aspecto comercial y de paso también aprendían los métodos de sus antiguos maestros ingleses.
Estos son hechos que, repetimos, nos muestran la acción imperialista británica en la zona. Ya después de Nookta Sound, ni las resoluciones de Tordesillas o los "Status Quo" que de ellos derivan, serían barrera legal, y podían pescar, cazar, navegar y comerciar en estos mares del Sud y ocupar los lugares que estuvieran abandonados o desiertos, en la Patagonia o en las islas del Atlántico Sud.
Los españoles evacuaron las islas Malvinas, ante la imposibilidad de defenderlas, por la situación planteada por la revolución del 25 de Mayo de 1810.
El último Gobernador hispano Pablo Guillen evacuó las islas, dejando placa y leyendas que expresaban que las islas Pertenecían a Fernando VN y que España las reocuparía en el futuro (Ver Apéndice nº 2).
Las islas permanecieron sin autoridad local hasta 1820, siempre frecuentada por los loberos ingleses y americanos.
El 6 de Noviembre de 1820, el Coronel de Marina David Jewett, Comandante de la Fragata "Heroína" tomó posesión de las islas a nombre de las Provincias Unidas de Sudamérica. Luego de este acto de reafirmación de soberanía sobre el archipiélago heredado de España, las autoridades de Buenos Aires siguieron ejerciéndola.
En 1821, por dos meses, Guillermo Mason, nuevo Comandante de la "Heroína", fue el Comandante Militar de las islas. De 1823 a 1829 se dieron concesiones de tierras y derechos de explotación del ganado y caza de anfibios a Jorge Pacheco y Luis Vemet.
En 1824 fue nombrado Comandante militar de las islas Pablo Areguatí, durante varios meses.
El 10 de junio de 1829 fue nombrado "Primer Gobernador Militar y Político de las Islas" Luis Vernet, un hamburgués descendiente de franceses, de gran cultura y espíritu de empresa.
Vernet restauró Puerto Soledad, que llamó Puerto Luis, creó una próspera colonia de hasta 150 habitantes y ejerció sus derechos de exclusividad, en cuanto a la caza de anfibios y la pesca. A pesar de sus repetidas advertencias, los loberos se negaban a abandonar la caza de lobos y depredaban en las islas. Finalmente Vernet detuvo tres goletas americanas y las envió a Buenos Aires, siendo justa y legal su acción, desató las iras del cónsul americano Slocum que ordenó al Comandante de la corbeta americana "Lexington" Silas Duncan, que tomara represalias.
El comandante americano cumplió con creces sus órdenes, atacó y destruyó la colonia de Vernet a fines de diciembre de 1831 y se alejó de las islas a principios de enero de 1832. Estados Unidos nos debe una reparación.
Inglaterra entretanto esperaba su oportunidad para ocupar las islas y la ocasión parecía propicia.
En ese aciago 1832, mientras el país se debatía en potencial guerra civil, un nuevo gobernador fue transportado a las Malvinas a bordo de la goleta de guerra "Sarandí": el Mayor Francisco Mestivier. En ejercicio de su cargo, fue asesinado por su dotación, pocos meses después.
Al regresar la goleta "Sarandí" a Puerto Soledad, su Comandante, el Teniente Coronel de Marina José María Pinedo, inició el sumario y apresó a los asesinos. En ese crítico momento apareció la poderosa Corbeta "Clío" de Su Majestad Británica y su Capitán John Onslow informó que venía a tomar posesión de las islas que habían pertenecido siempre a Inglaterra.
La breve relación de situaciones, los Tratados, los 20 gobernadores españoles, los gobernadores argentinos, la ocupación exclusiva de España y Argentina desde 1774, prueban que el argumento era falso y que las Malvinas pertenecían a España y a su heredera la Argentina. Que se habían ocupado en forma efectiva durante muchos años y que Inglaterra siempre lo había sabido.
El 3 de febrero de 1833 se consumó el cínico despojo, ante la actitud de Pinedo que puesto, es cierto, en muy crítica situación de debilidad militar, demostró no ser un cobarde, pero si un pusilánime. Estando en plena paz, con oficialidad y tripulación compuesta con fuerte proporción de británicos, Pinedo cedió y regresó a Buenos Aires el 5 de enero de 1833, con los habitantes que quisieron hacerlo. Al resto no se les preguntó si querían o no seguir siendo argentinos ...
Desde entonces y por la fuerza, siguen en las Malvinas, ocupadas desde esa injusta quinta invasión inglesa.
Sexta invasión inglesa (1845-1847)
Esta invasión inglesa es parte de los bloqueos anglo-franceses que se suceden desde 18,18 a 1840 por parte de Francia y desde 1845 a 1847 con la cooperación inglesa. Francia siguió sola hasta 1848.
Los argentinos seguíamos en guerra civil y Juan Manuel de Rosas ejercía la dictadura. Sus procedimientos para con los súbditos franceses y luego ingleses, a los que quiso incorporar a sus ejércitos, dieron el pretexto para la intervención francesa y luego inglesa. Ambas potencias esperaban la oportunidad para ocupar zonas o ejecutar ventajosas empresas comerciales en el país.
Los bloqueos duraron 2.000 días y Buenos Aires permaneció cerrada para el comercio durante ese tiempo. Nada pudimos hacer ante tan poderosa fuerza de barcos modernos, fragatas, corbetas y bergantines de eficiente y nueva artillería. Sin embargo se sostuvo el honor nacional.
Los acontecimientos más importantes, son el apresamiento de la pequeña fuerza Argentina naval que mandaba el Almirante Brown el 2 de agosto de 1846; excursiones por los ríos, especialmente de Garibaldi; y el Combate de Obligado, por siempre honroso para la historia Argentina.
Obligado se libró en el Paraná el 20 de noviembre de 1845. Los efectivos anglo-franceses consistían en tres poderosas naves y ocho veleros con cien piezas de artillería modernas, algunas de ellas arrojaban granadas Paixhans, con espoleta.
La acción fue sangrienta y las tropas criollas, que defendían su tierra, se comportaron con heroísmo, aunque solo tenían viejos cañones de poco calibre.
La cadena que obstruyó el río era defendida por algunas naves y lanchones que pronto fueron atacados y eliminados. La acción empezó a las 9 de la mañana y las cuatro baterías federales, tres de ellas mandadas por los oficiales de marina, Alvaro de Alzogaray, Juan B. Thorne y Eduardo Brown, hijo del Almirante, se batieron hasta agotar la munición, sufriendo el terrible fuego que les causaba fuertes bajas. La cadena fue finalmente cortada y a las 17 horas se le terminó la munición a Thorne en la última batería que aún contestaba.
Casi a las 6, desembarcaron las tropas aliadas, y el General Mansilla las cargó a la bayoneta; pero cayó herido y las otras cargas criollas incluida la de la caballería obtuvieron algún éxito pero fueron finalmente rechazadas.
Los aliados tuvieron un centenar de bajas y varias averías en sus naves. Las bajas argentinas sumaron 240 hombres.
Rosas era el gobernante argentino a cuyo cargo las Provincias Argentinas habían delegado sus relaciones exteriores; pero en Obligado combatió la Argentina de siempre y no la defensa de un régimen o una persona como se presenta corrientemente.
Un gran convoy escoltado por un barco mayor y otras naves de guerra, realizó un viaje accidentado por el Paraná en 1846. Pero el Tonelero, San Lorenzo y Quebracho, demostraron a los aliados que la Argentina no cedería.
La paz que se firmó fue honrosa a nuestro país, pero no compensó los sacrificios realizados, ni las pérdidas sufridas.
Séptima invasión inglesa (1908 ha nuestros días)
Para explicar esta séptima invasión inglesa es necesario hacer unas apreciaciones previas.
Las Islas Malvinas son islas de nuestro Atlántico Austral, las Georgia y las Sándwich del Sur son islas subantárticas, o sea comprendidas dentro de la convergencia antártica, línea donde las temperaturas marítimas de las aguas que rodean al sexto continente, crecen varios grados de súbito.
La Antártida es un continente más grande que Europa, y la Argentina reclama un sector que tiene más de un millón de kilómetros cuadrados.
La Antártida fue descubierta hacia 1819 por loberos argentinos, ingleses o americanos, pero las islas subantárticas fueron descubiertas bastante antes. Así Georgias lo fue en forma muy dudosa y discutible por Antonio de la Roche en 1670, en forma más perfecta por el navío mercante español "León" en 1756 y visitadas por James Cook en 1775.
El mismo gran navegante inglés James Cook descubrió en 1775 las islas Sándwich del Sur, situadas a más de 2.000 kilómetros de las costas patagónicas. Pero las tres islas más norteñas fueron descubiertas por el almirante ruso Fabián Gotlieb de Bellingshausen en 1820.
La Antártida y las islas subantárticas fueron visitadas por exploraciones de varios países. En nuestro sector, la Argentina, se inició desde 1901 y ocupó permanentemente el observatorio de Orcadas desde 1904, siendo el único caso de base permanente en todo el continente antártico. Desde 1908 y en forma regular desde 1947, la Argentina envió expediciones antárticas a su sector. El Alférez de Navío y Doctor José María Sobral fue el primer argentino que invernó en 1902/03 en la Antártida y es uno de los hombre-símbolo de la soberanía antártica Argentina.
En 1892, C. A. Larsen fue enviado a los mares antárticos por una compañía ballenera de Sandfjord (Noruega), para estudiar las posibilidades de explotar las ballenas. La nave de Larsen fue el "Jasón", que efectuó una campaña en la zona del noroeste del Mar de Weddell. Este fue el inicio del descubrimiento de una explotación despiadada de la ballena, comenzada en 1904 y que aún continúa. La ballena perseguida casi hasta el extremo en los mares boreales, solo habitaba en grandes cantidades en la Antártida.
La primera compañía ballenera que se estableció en las Georgias del Sur en Isla San Pedro, su isla mayor, fue argentina, propulsada por el mismo Capitán Larsen, que luego de la aventura con Otto Nordenskjöld y el naufragio del "Antarctic", se quedó en el país.
La compañía de pesca argentina se creó con capitales y naves de bandera argentina pero con tripulaciones noruegas en su mayoría. Larsen era el gerente y el 16 de noviembre de 1904 establecía la primera factoría ballenera en Grytviken, en Isla San Pedro, Bahía de Cumberland. Las islas estaban deshabitadas entonces y la Argentina izó allí su pabellón y la compañía comenzó a cazar ballenas.
En 1905 visitó la isla San Pedro el "Guardia Nacional", transporte de nuestra Marina, el que llevó víveres y pertrechos para la Compañía.
También se hicieron reconocimientos y se levantó un cuarterón de Bahía Cumberland.
En 1905/6 se instaló en la isla una factoría flotante noruega, que poco después naufragó, y en 1907 apareció una segunda.
En 1907/8 las compañías que operaban eran tres y en 1908/9 eran cinco, dos noruegas, una inglesa, una sudafricana y la Argentina.
El gran auge del negocio ballenero despertó la codicia inglesa, y una idea la puede dar el hecho de que desde 1905 a 1929 se habían capturado en aguas antárticas, en su gran mayoría en nuestro sector, 95.776 ballenas. En ese cuarto de siglo, el gran total mundial fue de 200.000 ballenas capturadas, lo que indica que en la Antártida se capturaba el 50 % del total. Entonces había 69 compañías balleneras y una sola era Argentina, la primera.
Hasta 1908, Inglaterra, asentada en Malvinas, no había dado mayores muestras de interés en apropiarse de esa zona, pero la riqueza económica la impulsó a dar el zarpazo que consideramos como la séptima invasión inglesa.
En efecto, el 21 de, julio de 1908 se promulgaba, rubricada con el Gran Sello del Reino Unido, una Carta Patente que establecía cine eran Dependencias de la Colonia de las Islas Falkland, las islas "South Georgia, South Orkneys, South Shetlands, Sándwich Islands, y el territorio conocido bajo el nombre de Graham's Land situado en el Océano Atlántico del Sur, al sur del Paralelo 50º de latitud sur y ubicado entre los grados 20 y 80 de latitud oeste". El texto casi completo lo publicarnos como Apéndice Nº 3, traducido del inglés y tomado de la obra "La disputa con Gran Bretaña por las islas del Atlántico Sur", del doctor Ernesto J. Fitte, recientemente fallecido y a quien con este trabajo rendimos nuestro homenaje.
Veamos lo que dice un autor británico de esta insólita declaración unilateral, que por primera vez se apropiaba de islas, tierras y mares: "Este año de 1908 fue marcado por un acontecimiento de suprema importancia en la historia de las islas. El 21 de julio un Título de Privilegio fue pasado bajo el gran Sello, designando al Gobernador de las Islas Falkland como Gobernador de Georgias del Sur, las islas Orkney del Sur, las Islas Shetland del Sur, las Islas Sándwich del Sur, y la Tierra de Graham y dando disposiciones para ese gobierno como Dependencias de la Colonia. Este impreciso, inadecuado Título de Dependencias de las islas Falkland comprende la tierra entre las longitudes 20º y 50º O. al sur de la latitud 50º S. y entre las longitudes 50º y 80º o al sur de la latitud 58º S. Estos límites incluyen un sector del área de tierra antártica del sur, y también más de un millón de millas cuadradas de mar, fácilmente accesible para la caza de ballenas, la pesca y la caza de focas, ascendiendo el área total a alrededor de tres millones de millas cuadradas, o al uno y medio por ciento de la superficie total del globo [3].
Dominio soberano sobre mares e islas en 1908, cuando Inglaterra sostuvo el "Mare Liberum", aún hoy se están discutiendo los derechos reales sobre el mar, especialmente de soberanía de los estados ribereños. Por otra parte, en la Antártida no consultó ni tuvo en cuenta derechos argentinos.
La más extraordinario es que dentro de esa extensión enorme quedaba incluida nada menos que la parte sur de nuestra Provincia de Santa Cruz, Tierra del Fuego y tierras chilenas al Sur del paralelo 50º S. pertenecientes al territorio trasandino de Magallanes.
Tanto el gobierno argentino como el chileno protestaron por esta absurda y arbitraria medida y el 28 de marzo de 1917, Inglaterra rectificó, graciosamente, su imperio antártico y estableció como límite Norte, entre los meridianos 30º y 8º W, el paralelo 58º S. El resto seguía igual y con esta medida quedaban fuera del mencionado sector, las Malvinas, que no necesitaban de esa declaración adicional de prepotencia y los territorios chilenos y argentinos.
Nuestro sector antártico, señalado con tanta mesura como derecho, está totalmente incluido en el sector inglés.
A miles de kilómetros de su metrópoli, el imperio y el poder inglés daban una muestra de fuerza y aprovechaban la debilidad marítima de una nación amiga y cooperadora.


PRIMERAS INVASIONES INGLESAS AL RIO DE LA PLATA.
Ataque de la flota anglo – portuguesa a Colonia del Sacramento. 6 de enero de 1763.
El actual territorio de la República Oriental del Uruguay, debido a su ubicación estratégica en el continente, es, fue y será por siempre, la llave para la navegación del Río de la Plata, Río Uruguay, Paraná y Paraguay, además de todos sus afluentes navegables como Río Negro de Uruguay, Bermejo, Carcaraña o Pilcomayo de Argentina, este último limite con el Paraguay, por nombrar solo algunos, contando también con importantes costas y puertos sobre el Océano Atlántico. Esta situación geopolítica provoco reiterados enfrentamientos entre naciones por el control de los puertos (naturales y de excelente calidad) y las vías navegables para su acceso al interior del continente.
Esto permitía el control del comercio de la región y concomitantemente, el dominio militar y político de la cuenca del Plata y sus afluentes. Si bien en nuestros días resulta una importante ventaja contar con puertos naturales, en la época, dominar estos sitios dispersos en las costas del continente, representaba lisa y llanamente la concentración del comercio, la producción de servicios adjuntos y otras actividades más. Para las autoridades del Imperio Español, el establecimiento de un asiento portugués y su aliado ingles en la entrada trasera de su reino americano les hacía más complejo el mantenimiento de su supremacía económica y comercial.
¿Como esas ventajas naturales para el comercio se apreciaban a la vez como una dificultad para el control de la Corona? La respuesta no es para nada simple; y deberemos despojarnos de nuestra visión de personas del siglo XXI y analizar la situación con los conceptos del siglo XVIII., para una comprensión cabal.
En primera instancia, las ventajas de nuestros puertos y vías navegables eran apreciadas por las autoridades y comerciantes portugueses y anglo holandés. El comercio era incentivado por ellos hacia nuestras costas y de aquí hacia el interior del territorio español. No siendo igual en el pensamiento y acción de las autoridades españolas, quienes imponían un férreo y cerrado monopolio comercial principalmente en el Pacífico o Mar del Sur. El sistema de comercio español (pocos puertos, sistema de extracción colonial) imponía que desde las colonias del Plata se enviara hacia Europa productos pecuarios primarios (principalmente cueros, cebo), así como de forma directa e indirecta (contrabando) metales preciosos. Se las abastecía con productos españoles que llegaban con poca asiduidad, altos costos y en la mayoría de los casos de muy baja calidad.
En contraposición el sistema de comercio británico, impulsado desde lo material por la revolución industrial y basados en las ideas del escocés Adam Smith y a las del francés Francois Quesnay con su laissez faire, laissez passer, (dejar hacer dejar pasar); se lanza a conquistar el mundo blandiendo en una mano productos industrializados y en la otra su espada. Estas ideas de “dejar hacer, dejar pasar” fueron aplicadas por la corona británica a su política exterior, en una combinación de intereses privados y públicos (geopolíticos y socio-económicos). Se dejaba a los empresarios la iniciativa sobre las distintas expediciones que además de tener rentabilidad económica deberían servir a los intereses de la corona. Ejemplo de estas empresas es la East India Company que promovió la invasión de la India en 1757.
Las primeras invasiones al Río de la Plata son consecuencia de la política británica anteriormente mencionada.
EL ATAQUE A COLONIA DEL SACRAMENTO Y EL CELEBRE HUNDIMIENTO DEL NAVÍO INGLES LORD CLIVE.
En el mes de Junio de 1762 se convoca a voluntarios en Londres para integrar una expedición al Río de la Plata, con promesas tales como el libre saqueo de las ciudades de Montevideo y Buenos Aires.
Aproximadamente 700 tripulantes fueron convocados para la expedición, financiada por una sociedad por acciones, que reunió una cifra de aproximadamente 100.000 libras esterlinas. Con este dinero se adquirieron, remodelaron y equiparon dos buques de guerra pertenecientes al Almirantazgo británico, los buques fueron: el HMS Kingston de 50 cañones – rebautizado como LORD CLIVE - y la fragata Ambuscade de 28 cañones, a los que se les complementó su capacidad artillera hasta 64 y 40 cañones respectivamente. En julio de 1762 la expedición parte de Londres con destino a Lisboa (en ese momento Colonia estaba en poder de Portugal y constituía el punto de partida lógico para cualquier expedición contra Montevideo o Buenos Aires).
A bordo del Lord Clive iba el capitán Mac Nammara (comandante) y su socio Joseph Reed. Desde Lisboa el gobierno portugués (aliado del Imperio Británico) despacha hacia Río de Janeiro una carta para su gobernador Gomes Freire de Andrade, Conde de Bobadela para que “asistiera a los ingleses en cuanto necesitaran”, además de proporcionarle refuerzos. Para cumplir con dicha orden, en Río de Janeiro se realiza una leva forzada en la que 600 hombres fueron rápidamente adiestrados y embarcados a bordo de la fragata Gloria de 60 cañones, a la que se agregaron 6 bergantines. A fines del mes de Noviembre el contingente luso-británico se hizo a la vela desde Río de Janeiro hacia el Río de la Plata.
Ignoraban que a principios de mes, exactamente el 2 de noviembre, Colonia había caído en manos de Pedro de Cevallos, en esos días, Gobernador de Buenos Aires, el que sin perder un instante se abocó a la reparación de las defensas de dicha ciudad.
El 10 de Diciembre la flota captura en las cercanías de Montevideo una lancha española, y a través de su tripulación toman conocimiento de que Colonia se encuentra en manos españolas.
Luego de algunas escaramuzas (intento de ataque a los buques fondeados en Colonia – repelido por la artillería española- y una fallida misión de aprovisionamiento– se retira el grupo enviado a tales efectos luego de ser atacado por una partida española-), el 2 de enero se le incorpora un buque portugués enviado desde Río de Janeiro con órdenes de recuperar Colonia, luego de una junta de oficiales a bordo del Lord Clive, y después de escuchar los argumentos (estado de las obras defensivas de la plaza, cantidad importante de portugueses en ella, etc.) y de Guillermo Kelly, práctico del río recientemente llegado con el buque portugués, se decide atacar Colonia.
LA BATALLA DEL 6 DE ENERO.
Sobre el mediodía del 6 de enero la flota luso-británica se acerca a la costa; la fragata Ambuscade y el Lord Clive entran en la zona del puerto y se colocan paralelas a la costa, a unos 300 metros donde fondean sus anclas. El Lord Clive enfrentado al baluarte de Santa Rita y la Ambuscade al de San Pedro, la fragata Gloria se enfrentó (por la costa sur) al baluarte de San Miguel. El duelo de artillería entre los 60 cañones británicos y las fortificadas 100 piezas de artillería españolas, que en poco tiempo produjo una dispar cantidad de bajas en los contingentes enfrentados (120 en el británico y menos de 10 en el español).
A las 4 de la tarde, una “bala roja” (balas de cañón incendiarias que producían estragos en los buques de madera) impacta en la popa del Lord Clive, el que en pocos minutos toma fuego hasta la arboladura, produciéndose después un incendio en todo el buque; provocando que la tripulación se lanzara a las aguas en un acto de desesperación. Inmediatamente después las fragatas Ambuscade y Gloria picaron cabos y se retiraron de la batalla.
Debido al número de sobrevivientes que podrían ganar la costa (con posibilidades de reagruparse y atacar la plaza), el Gobernador Cevallos ordeno dispara los cañones contra los náufragos de los que solo 78 de los 400 tripulantes llegaron a tierra firme, mientras el majestuoso Lord Clive se hundía presa de las llamas.
LOS SOBREVIVIENTES
Los 78 sobrevivientes eran, 4 oficiales, 2 Guardiamarinas y 72 marineros. EL gobernador Cevallos luego de que los náufragos fueran interrogados ordenó que se les proporcionara un juego de ropa a cada uno de ellos. Los oficiales fueron juzgados sumariamente y ahorcados en la plaza. El resto de los tripulantes fue enviado a Buenos Aires y posteriormente internados en las provincias de Mendoza y Córdoba, donde algunos se asentaron, en tanto otros volvieron a su país de origen ese mismo año al firmarse la paz en Fontainebleau.


sábado, 11 de julio de 2015

PEPA LA FEDERALA

PEPA LA FEDERALA



En un documento de 1844, da cuenta de las acciones y vicisitudes de Pepa la Federala:

¡VIVA LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA! ¡MUERAN LOS SALVAJES UNITARIOS!

Buenos Aires, Marzo 19 de 1844. Año 35 de la Libertad, 29 de la Independencia y 15 de la Confederación Argentina.

La alférez graduada de Caballería, doña Pepa la Federala: Solicita el ajuste de sus sueldos, haciendo una breve reseña de sus servicios y acciones de guerra en que se ha hallado, citando varios jefes para los efectos consiguientes y obtención á las gracias que la munificencia de S. E. ha sabido acordar al ejército,

Excmo. señor:

Doña Josefa la Federala, Alférez graduado de Caballería, ante la justificada integridad de V. E., con mi mayor respeto digo: Que habiéndome hallado en la acción de Chascomús á las órdenes del señor General don Prudencío Ortiz de Rosas, y de allí en Marzo de 1840 en Entre Ríos a las órdenes de aquel General en jefe don Pascual Echagüe, llevando en mi compañía 26 hombres voluntarios á mis órdenes, vecinos de Ranchos Blancos; que en mi marcha tomé un bombero de los salvajes, que presenté al gobernador, salvaje hoy día Mascarilla, y de allí me incorporé al mencionado ejército de Entre Ríos, habiendo sido agregados dichos 26 hombres al núm. 2 de Caballería de Buenos Aires, quedando yo en la escolta de aquel General en Jefe. Fuí bombera voluntaria y entré en la trinchera del salvaje Lavalle, donde fuí tusada del salvaje Benaventos y sentenciada á muerte por el de igual clase Pedro Díaz, teniendo la suerte de escapar y reunirme al Ejército Confederado, hallándome en seguida en la batalla de Sauce Grande, cuyos testigos cito en esta Capital, que pido á V. E. certifiquen: el Coronel graduado don Antonio Félix de Meneses, y el que era comandante del Batallón Entre Riano, sargento mayor don jacinto Maroto, hallándome desempeñando las funciones de Posta, quedé herida en la batalla, y salvé por una partida del núm. 2 en comisión, recogiendo heridos, que como yo, éramos 70 ú 80, y conduciéndonos a la Capital del Paraná, a las órdenes de Don José M. Echagüe, quien me prodigó todos los auxilios necesarios; cumplidos diez días supliqué al Excmo. señor Presidente Oribe se dignase llevarme en su compañia, aunque muriese en el camino, lo que conseguí y fui conducida a San Nicolás, dejándome dicho Excmo. señor en casa del comandante Garretón para curar de mis heridas, pero sabiendo que mi Coronel Don Vicente González se hallaba acampado en el Arroyo del Medio, me olvidé de mis heridas y haciendo un carguero de jabón conchavando dos peones envié innumerables partidas de salvajes que salían de San Pedro, teniendo la dicha de incorporarme a mi coronel, el que siguió con el Presidente Oribe y por consiguiente me hallé en la acción de Quebracho Herrado y sin sanar de las heridas me hice cargo del Hospital de Sangre, y sucesivamente en todas las demás acciones cual fue la del Monte Grande en Tucumán; y por último, de regreso, en la de Coronda y Santa Fe; siendo después nombrada por el señor Presidente Oribe ayudante 149 del Hospital de Sangre, hasta que vine a esta Capital.
Excmo. señor, desde el año 1810 sirvo a la Patria con el mayor desinterés.

Viuda del Sargento Mayor Don Raymundo Rosa, que murió de diez y ocho heridas en el campo de batalla en la Cañada de la Cruz a las órdenes del Señor General Soler, la posición triste en que me encuentro, de tantas vicisitudes de la guerra, me pone en la precisión de implorar del Padre de mi Patria, por lo que humilde suplico se digne ordenar sean hechos mis ajustes por la contaduría y opción a los premios que V. E. tiene conferidos al Ejército, para poderme reponer de mi salud y estar pronto y de centinela contra todos los salvajes que quieran envolvernos en su inmunda rebeldía a cuya gracia quedaré eternamente reconocida.


Fuentes:

- Ramos Mejia, José María. Rosas y su tiempo.Orient.Cultural Editores,1952.
- Chavez, Fermín. Juan Manuel de Rosas. Su iconografía.Edit.Oriente, 1970.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar