viernes, 17 de julio de 2015

EL DIA QUE ALFREDO PALACIOS PUDO SER EL VICEPRESIDENTE DE PERON

EL DIA QUE ALFREDO PALACIOS PUDO SER EL VICEPRESIDENTE DE PERON


Antes de proclamarse la fór­mula laborista, Juan Domin­go Perón y Alfredo L. Pala­cios se entrevistaron en una casona de una isla del Tigre.
Ya antes, después del 17 de octubre, Antonio López, dirigente sindical socia­lista devenido en peronista, tuvo con Pa­lacios una reunión preparatoria. López 41 años y Alfredo 67 años. El más joven había sido y era obrero. El más viejo abo­gado y docente universitario.
Y aunque el más joven había entrado al Partido Socialista cuando el más viejo ya había sido expulsado, tenían muchas co­sas en común.
Se vieron en la casa de un amigo de ambos, en el barrio porteño de Palermo.
-Doctor, se están definiendo cosas muy graves para la Nación -le dijo Antonio López cuando quedaron solos-, estos son tiempos históricos.
-De lo que aquí y ahora hagamos, y de lo que aquí y ahora dejemos de hacer, da­remos cuenta a la historia.
-No tengo dudas, López, de eso no tengo dudas.
-Usted sabe, hace meses que he dejado el Partido
-Doctor, los hombres que rodea­mos al coronel Perón queremos mantener y profundizar las con­quistas obreras por las que usted luchó como nadie.
Alfredo L. lo miró sin un solo gesto.
-¿Todos?
-¿Cómo?
- ¿Todos los hombres que rode­an al coronel Perón quieren man­tener y profundizar las conquistas obreras?
-Todos, aunque cada uno a su manera mintió
-Algunos, estimado compañero, de manera poco obrera.
-No puedo negárselo.
Alfredo L. también tomo un sorbo de café y le soltó, sin anes­tesia alguna: ¿Cuánto de fascismo hay entre ustedes? López sintió que le transpiraban las manos, quizá no era él la persona más adecuada para conseguir lo que había venido a buscar.
Hacia una semana le había dicho a Pe­rón que era necesario hablar con Pala­cios, el coronel se había mostrado de acuerdo y, a su manera calma, cuando se despidieron el coronel le dijo:
-López, Palacios es capaz de ponernos en el poder, él llega a quien nosotros no llegamos, tiene en su mochila al electorado que está en contra de nosotros. Sí, Palacios es capaz de ponemos en el poder.
Ya había abierto la puerta de la oficina cuando escuchó:
-Confío en usted, López, Jugará la rnitad de nuestras esperanzas.
Y allí estaba ahora, delante del socialis­ta más carismático y respetado, acaso el único dirigente socialista que podía entenderlos. Allí estaba, pidiéndole a Pala­cios que rompiese con el Partido Socia­lista.
Dr. Palacios, detrás del coronel Perón no se encolumna un partido tradicional, detrás de él están, desordenadas y confundidas, todas las corrientes nacionales, o. todos aquellos que entienden la causa nacional y que pronuncian la palabra patria sin vergüenza.
Que triunfe un pensamiento obrero depende de nosotros, no de él.
Se desconoce si hubo alguna otra reunión entre López y Palacios antes de la fi­nal, que, con la presencia del coronel Perón, se desarrolló en la casona del Tigre.     
Es lógico suponer que la hubo, pero en ese caso habrá sido como la aquí narrada, sin testigos, ya que Alfredo había pues­to como condición para cualquier encuentro que éste se mantuviese secreto.
No era para menos, en manos de sus ene­migos, aquello era un arma capaz de destruirlo.
La reunión entre Alfredo Palacios y Juan Perón fue breve. Perón por interine- ' dio de López lo había invitado a entrar al peronismo y, según parece, puso a su dis­posición la candidatura que él quisiera, es decir la formula Perón-Palacios.
El dueño de casa les dejó café y les pre­guntó si querían un licor, ninguno bebía. Cuando se estaba yendo, le dijo a Anto­nio López por lo bajo:
-¡Que dios proteja a nuestro país, está en manos de abstemios!
Antonio López sonrió y acercó las si­llas.
-Doctor Palacios, los que estamos con la causa nacional -dijo el coronel- debe­mos estar juntos. Después de décadas de entrega ahora estamos en condiciones de llevar adelante una política de emancipa­ción.
Perón se levantó y sirvió él mismo los cafés.
-Y éste es así doctor, porque ahora el movimiento obrero esta participando de la causa nacional. Por eso he querido ver­lo, porque usted es su mejor representan­te político.
Antonio López no dejaba de sorpren­derse con ese coronel, tan militar a veces, tan poco militar otras.
-Como ya le ha dicho, López, ponemos a su disposición cualquier candidatura. Hizo silencio. Esperó la respuesta.
-Coronel, yo no he venido en busca de candidaturas, vea usted la causa nacional requiere de tres columnas: independen­cia económica, justicia social y democra­cia. Sé que uds. tienen claras las primeras dos, coronel, si quiere que luchemos jun­tos lo que yo reclamo es democracia.
-Estamos de acuerdo.
-No estoy seguro, coronel, de que de­mocracia signifique lo mismo para usted que para mí.
Alfredo L. le extendió a Perón un pa­pel, era una lista de personas cuya par­ticipación en un futuro gobierno era incompatible con la democracia y la li­bertad, y por ende incompatible con él. Esa fue la única vez que Perón y Pa­lacios se vieron privadamente. La lista, aunque acertada y pru­dente, fue para el coronel del todo inaceptable.
El 24 de febrero de 1946, cuando se cerraron los comicios, los diarios informaron lo increíble: el Partido Laborista obtuvo 1.487.886 votos y la Unión Democrática 1.207.080.
El gran perde­dor de las elecciones fue el Partido Socialista, que, por primera vez desde 1912, no logró ni una sola banca. La clase obrera le había da do la espalda.
Alfredo L. Palacios murió a las seis y diez de la tarde del 20 de abril de 1965, siendo senador de la Nación. Sus restos fueron velados en el Congreso de la Nación y una muchedumbre acompañó al líder socialista.


Bibliografía: Sorín, Daniel "Palacios: un caballero socialis­ta. Buenos Aires", Sudamerica­na, 2004

Autor Gustavo Galland (*)
(*) Diputado Nacional (MC) y Dirigente Socialista p/afense. fs el actual Defensor Ciudadano de La Plata



Publicado en el Diario Hoy de La Plata el viernes 20 de abril de 2007

1 comentario:

  1. Es curiosa la manera en que los principios que guían la conducta de algunos políticos, actúan como cables que impiden la realización de sus ideales anteponiendo prejuicios anti-fascistas más o menos justificados.

    Es más curioso aún que esos mismos cables que obstaculizaron una colaboración que podría haber resultado muy positiva, no le hayan impedido convertirse en embajador de un régimen de facto cuya etiqueta de "libertadora" era una especie de burla mortal no sólo para los cientos de argentinos muertos y heridos el 16 de junio de 1955 sino también para los fusilados del año siguiente.

    A partir del 19 de abril de 1956, Argentina ingresó al Fondo Monetario Internacional.

    Saludos

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