Porteña de nacimiento, pertenecía a la raza negra, pues en informes sobre sus servicios militares se expresa que era “parda” (1). Acompañando a su esposo, a un hijo propio y a otro adoptivo, marchó el 6 de julio de 1810 con el Ejército Auxiliar, al abrir la campaña sobre las provincias interiores. Se halló en todos los hechos de armas en que se encontró aquel Ejército, habiendo marchado en la división del comandante Bernardo de Anzoátegui, con la cual llegó hasta la villa de Potosí en diciembre de 1810. Se encontró en el desastre del Desaguadero, el 20 de junio e 1811 y en el retroceso que siguió a esta derrota, María Remedios del Valle Rosas marchó primera con la mencionada división de Anzoátegui y siguió después desde Potosí, a las órdenes del teniente coronel Bolaños hasta llegar a Jujuy. Asistió a las jornadas de Tucumán, Salta, Vilcapugio y Ayohuma, y en esta última acción de guerra cayó herida de bala, quedando prisionera de los españoles, según afirma el coronel Hipólito Videla en un informe fechado en Buenos Aires, el 17 de enero de 1827, el que va agregado al expediente iniciado por la causante el 23 de octubre de 1826 (2), y en el que dice:
“Doña María Remedios del Valle, capitana del Ejército, a V. S. debidamente expone: Que desde el primer grito de la Revolución tiene el honor de haber sostenido la justa causa de la Independencia, de una de aquellas maneras que suelen servir de admiración a la Historia de los Pueblos. Si Señor Inspector, aunque aparezca envanecida presuntuosamente la que representa, ella no exagera a la Patria sus servicios, sino a que se refiere con su acostumbrado natural carácter lo que ha padecido por contribuir al logro de la independencia de su patrio suelo que felizmente disfruta. Si los primeros opresores del suelo americano aún miran con un terror respetuoso los nombres de Caupolicán y Galvarino, los disputadores de nuestros derechos por someternos al estrecho círculo de esclavitud en que nos sumergieron sus padres, quizá recordarán el nombre de la Capitana patriota María de los Remedios para admirar su firmeza de alma, su amor patrio y su obstinación en la salvación y libertad americana; aquellos al hacerlo aún se irritarán de mi constancia y me aplicarían nuevos suplicios, pero no inventarían el del olvido para hacerme expirar de hambre como lo ha hecho conmigo el Pueblo por quien tanto he padecido. Y ¿con quién lo hace?; con quien por alimentar a los jefes, oficiales y tropa que se hallaban prisioneros por los realistas, por conservarlos, aliviarlos y aún proporcionarles la fuga a muchos, fue sentenciada por los caudillos enemigos Pezuela, Ramírez y Tacón, a ser azotada públicamente por nueve días; con quien, por conducir correspondencia e influir a tomar las armas contra los opresores americanos, y batídose con ellos, ha estado siete veces en capilla; con quien por su arrojo, denuedo y resolución con las armas en la mano, y sin ellas, ha recibido seis heridas de bala, todas graves; con quien ha perdido en campaña, disputando la salvación de su Patria, su hijo propio, otro adoptivo y su esposo!!!; con quien mientras fue útil logró verse enrolada en el Estado Mayor del Ejército Auxiliar del Perú como capitana, con sueldo, según se daba a los demás asistentes y demás consideraciones debida a su empleo. Ya no es útil y ha quedado abandonada sin subsistencia, sin salud, sin amparo y mendigando. La que representa ha hecho toda la campaña del Alto Perú; ella tiene un derecho a la gratitud argentina, y es ahora que lo reclama por su infelicidad”. Dicha solicitud está firmada por Manuel Rico a ruego de la suplicante.
María Remedios del Valle Rosas servía en los hospitales y animaba en las líneas, aún en el acto de la lucha, y por esta causa recibió las varias heridas que menciona.
Después de una larga gestión, en la cual la heroína solicitaba se le abonasen seis mil pesos “para acabar su vida cansada”, como compensación de sus servicios y la pérdida de su esposo, su hijo y su entenado, el 24 de marzo de 1827 el Ministro de la Guerra, general Fernández de la Cruz, decretó que la peticionante se dirigiese al Congreso, por no estar “en las facultades del Gobierno el conceder gracia alguna que importe erogación al Erario”.
Cuenta Carlos Ibarguren, que años después de la Independencia, una anciana encorvada, desdentada, frecuentaba los atrios de San Francisco, Santo Domingo y San Ignacio. Se la veía también en la Plaza de la Victoria ofreciendo pastelitos o tortas fritas, o en ocasiones mendigando por el amor de Dios.
Llegaba de lejos, de la zona donde comenzaban las quintas, por donde tenía un rancho; para asegurarse las sobras de los conventos de las que se alimentaba.
Sin saber porqué, la llamaban “la capitana” y cuando la anciana mostraba sus brazos zurcidos por cicatrices, y contaba que las había recibido en la guerra por la Independencia los que la oían sentían compasión por su senectud y locura.
Así trascurrían inviernos y veranos, hasta que cierto día el general Viamonte, que había sido compañero de armas de Remedios, topó con la anciana.
- Pero si es “la capitana”, “la madre de la Patria”, la misma que nos acompañó al Alto Perú- Se dijo.
La mendiga le contó cuantas veces había golpeado a su puerta en busca de socorro y, como en cada ocasión la habían espantado por pordiosera.
Viamonte, como diputado, solicitó para ella una pensión por sus servicios en la guerra emancipadora.
María Remedios del Valle Rosas se dirigió más tarde a la Legislatura cuya Comisión de Peticiones se expidió el 1º de octubre de 1827, aconsejando el siguiente proyecto de decreto:
“Por ahora y desde esta fecha la suplicante gozará del sueldo de Capitán de Infantería, y devuélvase el expediente para que ocurriendo al P. E. tenga esta resolución su debido cumplimiento”.
No obstante esto, el expediente estuvo estancado hasta el año siguiente, en que el general Viamonte (que fue uno de los cuatro generales que informan el expediente existente en la Contaduría General: Díaz Vélez, Pueyrredón, Rodríguez y Viamonte, y coroneles Hipólito Videla, Manuel Ramírez y Bernardo de Anzoátegui consiguió que se llevara a consideración de la Legislatura en la sesión del 18 de julio de 1828, en la que habiendo objetado algunos diputados la solicitud, el general Viamonte la defendió en los términos siguientes:
“Yo no hubiera tomado la palabra porque me cuesta mucho trabajo hablar, si no hubiera visto que se echan de menos documentos y datos. Yo conocí a esta mujer en la campaña del Alto Perú y la conozco aquí; ella pide ahora limosna… Esta mujer es realmente una benemérita. Ella ha seguido al ejército de la patria desde el año 1810. No hay acción en que no se haya encontrado en el Perú. Era conocida desde el primer general hasta el último oficial en todo el ejército. Ella es bien digna de ser atendida porque presenta su cuerpo lleno de heridas de balas, y lleno además de cicatrices de azotes recibidos de los españoles enemigos, y no se le debe dejar pedir limosna como lo hace”.
Posteriormente tomó la palabra Tomas de Anchorena, quien expresó: “Yo me hallaba de secretario del general Belgrano cuando esta mujer estaba en el ejército, y no había acción en la que ella pudiera tomar parte que no la tomase, y en unos términos que podía ponerse en competencia con el soldado más valiente; era la admiración del General, de los oficiales y de todos cuantos acompañaban al ejército. Ella en medio de ese valor tenía una virtud a toda prueba y presentaré un hecho que la manifiesta: El General Belgrano, creo que ha sido el general más riguroso, no permitió que siguiese ninguna mujer al ejercito; y esta María Remedios del Valle era la única que tenía facultad para seguirlo”…. “Ella era el paño de lágrimas, sin el menor interés de jefes y oficiales. Yo los he oído a todos a voz pública, hacer elogios de esta mujer por esa oficiosidad y caridad con que cuidaba a los hombres en la desgracia y miseria en que quedaban después de una acción de guerra: sin piernas unos, y otros sin brazos, sin tener auxilios ni recursos para remediar sus dolencias. De esta clase era esta mujer. Sino me engaño el General Belgrano le dio el título de Capitán del Ejército. No tengo presente si fue en el Tucumán o en Salta, que después de esa sangrienta acción en que entre muertos y heridos quedaron 700 hombres sobre el campo, oí al mismo Belgrano ponderar la oficiosidad y el esmero de esta mujer en asistir a todos los heridos que ella podía socorrer… Una mujer tan singular como esta entre nosotros debe ser el objeto de la admiración de cada ciudadano, y a donde quiera que vaya debía ser recibida en brazos y auxiliada con preferencia a una general; porque véase cuanto se realza el mérito de esta mujer en su misma clase respecto a otra superior, porque precisamente esta misma calidad es la que más la recomienda”.
Después tomó la palabra el diputado Silveyra, y otros, en defensa de la heroína, acordándose la siguiente resolución:
“Se concede a la suplicante el sueldo correspondiente al grado de Capitán de Infantería, que se le abonará desde el 15 de marzo de 1827 en que inició su solicitud ante el Gobierno, y devuélvasele el expediente para que ocurriendo al Poder Ejecutivo tenga esta resolución su debido cumplimiento”.
El 28 de julio de 1828 el expediente fue pasado a la Contaduría General a sus efectos. El 21 de noviembre de 1829 fue ascendida a “sargenta mayor de caballería”. El 29 de enero de 1830 fue incluida en la Plana Mayor del Cuerpo de Inválidos con el sueldo íntegro de su clase, listas en las cuales figura “con sueldo íntegro”, menos de enero a abril de 1832 y desde el 16 de abril de 1833 hasta el 16 de abril de 1835, en que tiene la nota “con sueldo doble”.
En el famoso decreto del 16 de abril de 1835 (en el párrafo final del mismo que no fue publicado, pero que existe en el decreto original), Juan Manuel de Rosas la destinó a la Plana Mayor Activa con su jerarquía de sargento mayor, situación de revista que mantuvo, y en las listas de noviembre de 1836 figura con el nombre de Remedios Rosas, que conserva aún en las listas del 28 de octubre de 1847 y con el sueldo de 216 pesos. En las listas del 8 de noviembre de 1847 hay una nota que dice: “Baja”. El mayor de caballería Dña. Remedios Rosas falleció”.
Referencias
(1) Por entonces así se nombraban a los negros, y se llamaba “morenos” a los mulatos.
(2) Expediente 13218 de la Contaduría General de la Nación, el cual se halla borrado desde la mitad por abajo por haberse mojado. Gracias al aparato especial existente en el Archivo General de la Nación que aplica los rayos ultravioletas, se ha podido establecer lo que está borrado a la vista.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).