ESTE ES EL BLOG DEL DR. RODOLFO E. PARBST He creado este blog para que juntos conozcamos un poco más de Historia, por lo cual te invito a participar del mismo.- Toda la historia. La verdadera historia.
sábado, 23 de marzo de 2019
viernes, 22 de marzo de 2019
BENJAMIN VIEL Soldado de Napoleón, Coronel de San Martín
BENJAMIN VIEL Soldado de Napoleón, Coronel de San Martín
Su nombre era Benjamin Viel Gometz.
Nació en París el 21 de enero de 1787; hijo de Claudio
Benjamín Viel y Rosa Ana Gometz.
Se casó con María Luisa Toro Guzmán y tuvieron cuatro
hijos.
En 1801, a los 14 años, ingresó al regimiento de Húsares
de su patria y concurrió a las campañas napoleónicas de la Europa Central.
Sirvió en el ejército francés hasta abril de 1817.
Ese año se embarcó a Buenos Aires y se puso al servicio
de la causa revolucionaria de América.
El gobierno argentino le dió el grado de sargento mayor y
fue enviado a Chile para servir en el ejército de San Martín.
Participó en Cancharrayada.
Después fue enviado al sur, donde se batió en numerosas
campañas contra los últimos defensores realistas.
En 1823 fue ascendido a coronel y trasladado a
Santiago,donde se distinguió por su afección a la causa liberal y su lealtad al
poder constituído.
En 1827 hizo la campaña contra los Pincheira.
Fue elegido diputado propietario por Parral en el
Congreso Nacional, 1829 (1º de agosto-6 de noviembre de 1829). Integró la
Comisión Permanente de Guerra.
Después de Lircay, fue separado del escalafón militar
durante 10 años y en 1841, siendo presidente Manuel Bulnes, fue reincorporado
al ejército y nombrado comandante general de armas de Santiago.
En 1849 fue enviado a Valdivia en comisión y en 1851 se le
ascendió a general de brigada y se le nombró intendente de Concepción.
La revolución que estalló en aquella provincia, lo
envolvió en una serie de contrariedades y lo alejó del ejército y la política.
Falleció en Santiago, el 15 de agosto de 1868.
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miércoles, 20 de marzo de 2019
EL APRETON DE MANOS, COMO SALUDO, TIENE MAS DE 5.000 AÑOS
EL APRETON DE MANOS, COMO SALUDO, TIENE MAS DE 5.000 AÑOS
En Oriente
Resulta interesante saber que el apretón de manos no es
producto de la sociedad moderna, ni tampoco exclusivo del mundo Occidental. Su
origen se remonta a más de 5 mil años en el pasado, atestiguado por
jeroglíficos Egipcios que representan pactos y arreglos entre hombres y
deidades que, solemnemente, aprietan sus manos en señal de acuerdo. Sin
embargo, uno de los antecedentes históricos más importantes proviene de
Babilonia hace casi unos 4 mil años, más exactamente en el 1800 AC. Durante la
festividad de Año Nuevo el monarca babilonio debía realizar un cortés acto de
sumisión ante el Marduk -máximo Dios Babilónico-. Este acto consistía en
dirigirse hacia la estatua de dicha deidad y, en señal de respeto, estrechar su
mano. Este acto, que originalmente significaba el traspaso o conferencia de
poder se vio modificado tras una gran guerra. Cuando los Asirios invaden
Babilonia, sus reyes, quienes se ven obligados a continuar con dicho acto como
señal de respeto para evitar que el pueblo conquistado se rebele, empiezan a
estrechar la mano de Marduk. Prontamente los Asirios comenzarían a creer que
esto era una tradición general y la adoptarían llevándola como suya a todo
Medio Oriente.
En Occidente
En Grecia y Roma se estilaba a saludar estrechándose las
manos pero de manera diferente de cómo lo hacemos hoy en día. Allí se
estrechaba agarrando la muñeca de la otra persona y apretando fuerte. Esto, si
bien tanto en la Grecia post-homérica como en Roma se convirtió en una
costumbre, viene de un ritual muy antiguo. Cuando en las primeras etapas de
Grecia, marcada por varios dialectos y subculturas, se encontraban dos aldeanos
de pueblos diferentes en el medio del campo, o viajeros en los caminos
desolados, lo primero que hacían era retirar sus dagas y ver como reaccionaba
la contraparte. Si ésta mostraba signos de no querer pelear se procedía a
guardar la daga y agarrar fuertemente la muñeca derecha del
contrincante -en señal de que uno no retiraría su daga y lo apuñalaría a
traición-, entonces ahí, podrían dialogar tranquilamente y saber si la otra
persona tenía algo para intercambiar o comprar.
FUENTE: TRIÁNGULO EQUIDLÁTERE
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sábado, 16 de marzo de 2019
Felipe Pascual Pacheco EL TIGRE DE QUEQUÉN, UN BANDIDO RURAL
Felipe Pascual Pacheco EL TIGRE DE QUEQUÉN, UN BANDIDO RURAL
Realidad y fantasía se confunden en la vida del personaje de Gutiérrez. Hubo quien creyó que fue tan sólo una invención del folletinero porteño, luego plasmada -y popularizada- en un libro cuya portada muestra el grabado de un gaucho huyendo de la partida.
Pero lo cierto es que existió. Así lo demuestran los ex- pendientes judiciales consultados de diversos partidos bonaerenses y, últimamente, en el archivo histórico de la ciudad de La Plata. Aunque, tal vez, una gran parte de su leyenda corresponda exclusivamente a la frondosa imaginación de Gutiérrez.
El comienzo de la vida errante y desordenada de Felipe Pacheco tiene características en común a la de tantos gauchos de la época: un pleito lo llevó a defender su hombría a punta de facón. Este fue el detonante de una serie de desencuentros con la justicia, donde, obviamente, la brutalidad de las autoridades cumplieron importante rol.
En el año 1866 se le inicia a Pacheco una causa criminal por una muerte hecha en el partido de la Lobería. Dice el escrito "que el criminal ha desaparecido y abandonado sus bienes y familia" (tenía 6 hijos). Fue detenido tiempo más tarde en Tres Arroyos y llevando a la cárcel de Dolores donde es condenado a 10 años de prisión. Al ser conducido a Buenos Aires, logra escapar del piquete que lo conducía.
Pacheco se reúne nuevamente con su familia y se establece en la estancia de un fuerte hacendado, A. Zubiarre (cerca de la actual ciudad de Necochea). Allí cuida su rodeo y algunas tropillas de su propiedad. Es conchabado como resero y recorre con este oficio varios partidos del centro sur de la provincia de Buenos Aires. A menudo; en pulperías o campamentos de troperos, debe responder-a rebencazos, como era de rigor- a las bravuconadas de paisanos provocadores o de simples pleiteros en busca de gloria. Cada "hazaña' de Pacheco -verificada o no- ;acrecentaba su fama de matrero. Fue tildado de ladino, pendenciero y malentretenido. Perseguido durante años y por el odio que le inspiraron los hombres, estableció su real en una cueva de las barrancas del río Quequén. Por su fiereza y habilidad, para salir airoso de cuanta celada le era preparada, fue apodado "el Tigre del Quequén". En diciembre de 1875, el comisario Luis Aldaz, rudo personaje de la campaña, en un descuido del "Tigre", consigue atraparlo en su propia guarida. Así terminaba su carrera de gaucho alzado.
Fue acusado, en la oportunidad, por el propio Aldaz, como "uno de esos criminales que solamente con su presencia aterroriza... autor de 14 asesinatos alevosos y de tener familia con sus propias hijas".
En realidad, sólo se le pudo imputar un asesinato y una fuga. Al mayúsculo cargo de incesto, el juez lo desechó de plano. También expresaba el Dr. Aguirre, que "de los demás crímenes atribuidos a Pacheco, no había ningún elemento para imputárselos". Sobreseía a éste y que "debía cumplir la sentencia en la Penitenciaría de Buenos Aires por el hecho de 1866". Lugar donde ingresó Felipe Pacheco en diciembre de 1876.
Fuente: www.lagazeta.com.ar
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viernes, 15 de marzo de 2019
DISERTACIÓN DEL PEZ VOLADOR DE LOS ENTRETENIMIENTOS DE UN PRISIONERO EN LAS PROVINCIAS DEL RIO DE LA PLATA
DISERTACIÓN DEL PEZ VOLADOR
DE LOS ENTRETENIMIENTOS DE
UN PRISIONERO EN LAS PROVINCIAS DEL RÍO DE LA PLATA
Publicado por primera vez en 1828 en Barcelona, les
entrego un fragmento del interesante libro “Entretenimientos de un prisionero
en las provincias del Rio de la Plata” de Luis
María de Moxó y de López
Disertación
decimatercia Disertación del pez volador
En mis viajes a América y en la soledad de aquellos inmensos campos del Océano me ha divertido siempre muchísimo la repentina aparición de dos objetos que para mí eran como dos singularísimos fenómenos. Es a saber, la de los peces voladores, y de la infinita yerba que llevaban consigo las olas del mar, especialmente cuando estaba algo proceloso y alterado. Tenía ya noticia de uno y otro; pero la fría descripción de los libros no basta para apagar el fuego que la novedad y la sorpresa encienden de repente en la imaginación. Hablaré pues sucesivamente de uno y otro, porque a la verdad merecen ambos la consideración de un viajero.
La familia de los peces voladores es sin duda una de las más numerosas; y según el erudito naturalista Guillermo Pisón comprende varias tribus o clases tan distintas entre sí, que apenas se parecen en otra cosa que en el vuelo y en proporcionar a los que navegan, entre trópicos una comida sana y de muy buen sabor, circunstancias que se hallan indiferentemente en casi todos sus individuos. Hablando en común se puede decir que pertenecen al pez sardina, tan abundante en el Mediterráneo y Océano; pues la mayor parte de los voladores se le asemeja, así en el tamaño, como en la figura y en el gusto de sus carnes, especialmente a la que se pesca con tanta copia en las costas de Galicia y después de salada se envía muy apretada en banastas a las provincias internas y septentrionales, sobre todo a Cataluña.
Gesnero dio a los peces voladores el nombre de golondrina de agua (hirundo aquatica). No sin razón; porque en realidad el vuelo de los referidos peces imita mucho al de aquellos pájaros. Vuelan rastreros, ni más ni menos como vemos que lo hacen las verdaderas golondrinas cuando se abaten a chupar de paso un poco de agua de un río o de una laguna, o a coger del suelo una pajuela o una hebra para la empezada fábrica de su nido. El médico holandés Jacobo Bonzio compara más bien este vuelo al del dragón volador de Belonio, especie de lagartija muy común en los bosques de la isla de Java. Vuela ésta, según Bonzio; pero no puede mantener largo tiempo su vuelo, y sólo alcanza a pasar de un árbol a otro cuando los dos distan entre sí no más de veinte o treinta pasos. Si se atiende pues a la duración del vuelo, me parece muy propia la comparación de Bonzio; pero si se mira a su modo y calidad, tengo por más exacta la de Gesnero. Las alas del pez, así como las del dragón volador, se parecen mucho a las del murciélago. Unas y otras son grandes y de membrana muy sutil, de modo que cuando las tienen abatidas apenas se distinguen. Es para mi indudable que dichos peces no echan a volar por su gusto y recreo, o porque necesiten de respirar a ratos en nuestra atmósfera, o finalmente por la golosina de alimentarse con los mosquitos y otros pequeñísimos insectos que el aire lleva siempre consigo. No; ninguno de estos tres motivos les determina a salir fuera del mar, que es su propio elemento. Sólo les impele a ello el natural instinto y deseo de conservar su propia vida entre los continuos ataques de otros peces muy grandes, como son los dorados y bonitos. Viéndose absolutamente sin defensa contra unos enemigos tan poderosos, los cuales no sólo les exceden en fuerza, sino también en la velocidad del nadar, suben a la superficie del agua, despliegan sus alas, y libran prontamente en la fuga su remedio. No de otro modo que la liebre se fía a la ligereza de sus pies así que en lo más apartado de un bosque o de un valle se ve de improviso embestida por el perro u otro animal cualquiera.
Con todo eso, la suerte de los peces voladores suele ser las más veces muy trágica y funesta. Su vuelo es poco durable, como ya se ha dicho; y regularmente no alcanza más que a un tiro de arcabuz. Aquella membrana tan sutil de que se componen sus alas sólo puede mantenerles en el aire mientras todavía conserva algún poco de humedad; pero luego que esta falta, empieza el animalillo a precipitarse hacia el mar con su propio peso. Entonces es cuando sucede que no pocos de ellos tropiecen en su caída con el alcázar de algún barco que acaso acierta a pasar por allí; y en viendo esto la chusma de los marineros, acude al instante con grande algazara a recogerlos, mirándolos como un regalo inesperado y exquisito para su frugal mesa. Pero otra porción mucho más crecida se mete cuando menos piensa en una emboscada igualmente peligrosa. El bonito o el dorado, que ve elevarse por los aires al pez volador, le sigue inmediatamente por debajo de las aguas, describiendo siempre líneas rectas para asegurarse mayor ventaja; y en el mismo momento en que éste llega a rozar sus alas con la superficie del mar para humedecerlas de nuevo y volverse a levantar, se le echa encima su oculto enemigo y le devora sin la menor resistencia. Lance muy parecido al que acontece frecuentemente al dragón volador de la isla de Java, el cual lanzándose de lo alto de un árbol para burlar la astucia de una serpiente que se avanza ya con la boca abierta para tragarlo, suele caer víctima de otra serpiente mayor que mira todo esto y le está acechando por entre las ramas del árbol más inmediato.
Voy a hacer aquí dos breves, y a mi parecer oportunas, reflexiones. La primera consiste en observar cuán sin motivo se ha dado por fabulosa en los tiempos modernos la existencia de los dragones voladores de que hablan los autores antiguos. El Diccionario de la Academia española me parece poco exacto en el particular. Nada hay que oponer al testimonio de un hombre tan erudito y curioso como Bonzio, que refiere lo que ha visto y tocado. Querer negar que haya realmente un determinado animal o planta porque ni nuestros padres ni nosotros hemos tenido noticia de ella, es imitar sin pensarlo la rudeza de un otahitino, por ejemplo; el cual acostumbrado desde su niñez a no ver otros cuadrúpedos mayores que los cerdos y perros que se crían en su isla, se ríe a carcajadas cuando un europeo se esfuerza a pintarle con palabras un buey o un caballo; pero si se adelanta este a hablarle de la extraordinaria grandeza de un elefante o rinoceronte, entonces el isleño o le tiene ya en su concepto por loco rematado, o cree que ha pretendido divertirse a su costa con tan ridículas y exageradas ponderaciones. ¿Qué hubiera dicho también uno de los marineros catalanes o valencianos cuando nuestras escuadras apenas osaban saludar de lejos el Océano, aunque eran el terror del Mediterráneo?; ¿qué hubiera dicho, vuelvo a repetir, si alguno le hubiese asegurado que en ciertos países había peces que volaban, y que se dejaban ver en tan gran número que a veces formaban bandadas mucho mayores que las de los gorriones en Cataluña o Valencia? ¿No hubiera tenido lo que se le contaba por una grosera ficción y por una fábula impertinente? Es preciso, pues, confesar que los tesoros de la naturaleza son inagotables: que posee ella infinitos recursos que nosotros absolutamente ignoramos; y que siempre es muy arriesgado el pretender poner límites con nuestros débiles conocimientos a su inmensa energía y fecundidad, a menos que nos obligue a ello alguna evidente razón o un argumento muy poderoso tomado de las ideas claras y ciertas que de antemano tenemos.
Segunda reflexión. ¿Quién ha enseñado a los peces voladores, nacidos y criados en el fondo del mar, a ponerse en seguridad contra las empresas de sus implacables enemigos por los medios que acabamos de explicar? ¿Quién les ha dicho que tienen alas como los pájaros? ¿Quién les ha asegurado que pueden sin riesgo de la vida salir fuera del agua que es su elemento natural, y andar por el aire que lo es de otros animales tan distintos? ¿Cómo han averiguado que el no mantener por más tiempo su vuelo provenía de que presto se les secaban sus alas, y que así era preciso bajar a bañarlas otra, vez en el agua del mar para elevarse de nuevo?, Y ¿quién también, por otra parte, ha referido esto mismo a sus contrarios, demostrándoles que el medio más seguro, para que no les escape su presa es el observar la dirección de su vuelo, seguirla derechamente por debajo de la superficie del agua y embestirla de improviso en el mismo instante en que pugna por granjearse nuevas fuerzas para la huida? ¿Quién, digo otra vez, ha podido ser el maestro y doctor de estos inocentes y mudos animales, sino el mismo que ha adornado de tanta hermosura y fragancia a la azucena que crece sola en medio de un valle desierto?, ¿el mismo que ha dado el movimiento perenne a las fuentes y a los ríos?, ¿el mismo que ha puesto un freno y un dique insuperable al furor del mar, mandando que sus embravecidas olas viniesen a estrellarse con la menuda arena de las playas?, ¿el sabio, el próvido, el omnipotente Autor y Conservador de la naturaleza?
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miércoles, 13 de marzo de 2019
CALIDADES Y CONDICIONES MÁS CARACTERÍSTICAS DE LOS INDIOS PAMPAS Y AUCACES
CALIDADES Y CONDICIONES MÁS CARACTERÍSTICAS DE LOS INDIOS PAMPAS Y AUCACES
Extracto del “Diario
que el capitán, don Juan Antonio Hernández ha hecho, de la expedición contra
los indios teguelches, en el gobierno del señor don Juan José de Vertiz,
gobernador y capitán general de estas Provincias del Río de la Plata, en 1.º de
octubre de 1770” De Colección
de viajes y expediciones a los campos de Buenos-Aires y a las costas de
Patagonia de Pedro de Angelis
Primeramente, son de
estatura, por lo regular, dichos indios mediana, de cuerpo robusto, la cara
ancha y abultada, la boca mediana, la nariz roma, los ojos pardos, y
sanguinolentos, la frente angosta, los cabellos lacios y gruesos, la cabeza por
atrás chata.
Su vestimenta se
compone de muchos cueritos de zorrillos, pedazos de león, y otros de venado,
los que van ingiriendo, y hacen uno de dos y media varas de largo, que le
llaman guavaloca, y nosotros quiapí, con lo que se cubren desde
el pescuezo hasta los tobillos, fajándose por la cintura con una soga de cuero
de potro, y cuando tienen frío o llueve, lo alzan y quedan tapados.
Las indias gastan quiapí,
lo mismo que los indios, con la diferencia de que no lo atan por la cintura,
sino por el pescuezo, que lo apuntan con unos punzones de fierro pequeños,
teniendo las cabezas de ellos como espejos de plata o de hoja de lata, y desde
la cintura un tapa-rabo corto, a medio muslo por delante. Gastan y quieren
mucho los abalorios, cuentas de cualesquiera calidad y cascabeles, con los que
hacen gargantillas en pescuezo, muñecas y piernas, tanto las mujeres como
los indios. Su comida se reduce a comer yegua, caballo, avestruces, venado y
cuanto animal encuentran, pero lo que más apetecen es la yegua, y si se ven
afligidos, la comen cruda. Principalmente procuran para almorzar cazar un
venado, y apenas lo bolean (pues es su modo de cazar), le agarran de las
piernas y le dan contra el suelo un golpe, y dándole un puñetazo en cada
costillar, lo degüellan, no permitiendo que le salga sangre alguna, sino que se
le vaya introduciendo todo por el garguero, y medio vivo lo abren por entre las
piernas, cosa que quepa la mano, y echándole fuera todas las tripas, sacan la
asadura entera y se la comen como si estuviera bien guisada, sorbiéndose el
cuajo, como si fuera un pocillo de chocolate. El sebo, panza y lebrillo de la
vaca lo comen crudo y gustan mucho de ello, de suerte que cuando hacen invasión
en nuestras fronteras, no son sentidos, porque como no necesitan de fuego para
comer, se introducen con facilidad.
Son sumamente viciosos
en toda clase de vicio; son grandes fumadores; el aguardiente lo beben como
agua, hasta que se privan enteramente; beben mucho mate, y luego se comen la
yerba, y con la bebida se acuerdan de todos los agravios que han recibido ellos
y sus antepasados, las peleas que han tenido y las invasiones que han hecho;
todo lo cantan y otros lloran, que es una confusión oírlos. Luego que se
levantan de mañana se van al río o laguna que tienen más inmediata, y se echan
unos a los otros gran porción de agua en la cabeza, con lo que se retiran a
dormir.
Sus armas, de que usan,
son lanzas y bolas, en lo que son muy diestros, y tienen sus coletos y
sombreros de cuero de toro, que con dificultad le entra la lanza, y ésta ha de
ser de punta de espada: algunos usan cota de malla, pues se contaron hasta
nueve. Entre ellos su modo de insultar es al aclarar el día, guardando un gran
silencio en su caminata, pues si se les ofrece parar por algún acontecimiento,
con un suave silbido para todos, que no se llega a percibir aun entre ellos
rumor alguno, y llegando a vista del paraje que van a invadir, pican sus
caballos, y a todo correr, metiendo grande estrépito y algazara, no usando
formación alguna sino que cada cual va por donde quiere. En cuanto al despojo,
el que más encuentra ése más lleva, y al retirarse, llevando la presa, aunque
maten a sus mejores amigos o parientes, no vuelven a defenderlos, sino que cada
uno procura caminar sin aguardarse unos a los otros, llevando a las indias con
ellos para que éstas se hagan dueñas de las poblaciones que invaden, y roben lo
que pudieren, mientras ellos pelean.
En cada toldería tienen
su adivino, a quien llevan consigo cuando van a invadir alguna parte, y
mientras no están cerca, por las tardes o a la noche, se ponen a adivinar. El
modo es clavar todas sus lanzas muy parejamente, y al pie de ellas es que su
dueño sentado, poniéndose enmedio, al frente el adivino, y detrás de él todas
las indias, y teniendo en la mano dicho adivino un cuchillo, comenzándolo a
mover como el que pica carne, entona su canto al que todos responden, y de allí
a media hora, poco más o menos, comienza el adivino a suspirar y quejarse
fuertemente, torciéndose todo y haciendo mil visajes, siguiendo los demás dicho
canto, hasta que allí a un rato, que pega un alarido muy grande, se levantan
todos. Preguntándole el cacique, (quien está en la derecha del mencionado
adivino, con un machete en la mano) sin mirarlo a la cara, todo lo que él
pretende saber, él le va respondiendo lo que le da gana, y esto lo creen tan
fuertemente, que no hay razones con que convencerlos, aunque les sale todo
nulo; pues están persuadidos que con aquel canto que hacen vieron el gualichu,
que así llaman al diablo, y que éste se introduce en el cuerpo del adivino, y
les habla por él, revelándole todo lo que quieren saber. Después de concluido
le dan a beber un huevo de avestruz crudo, y agua, haciéndole fumar tabaco, que
es el regalo que le hacen al gualichu, dándole al adivino vómitos
fingidos; y entonces comienzan a gritar todos, y echando fuego al aire, que
tienen prevenido, se despiden de dicho gualichu, que dicen sale del
cuerpo del adivino, y se retiran a sus toldos.
Sus médicos son como
los adivinos, pues estando alguno enfermo, sea del mal que fuese, llaman a la
médica, y puesta al pie del enfermo y todos los amigos y parientes en rueda,
toma la dicha médica unos cascabeles en la mano y comienza a sonarlos, cantando
al mismo tiempo, a lo que todos responden; y de ahí a poco rato comienza a
quejarse y torcerse toda con muchos visajes, y comenzando a chupar la parte que
al enfermo le duele; está así mucho rato, prosiguiendo los demás cantando. La
médica escupe y vuelve a chupar, siendo ésta la medicina que le aplican; y
vimos en una ocasión que una gran médica de éstas dejó a la mujer del cacique
Lincon, tuerta, de tanto chuparle un ojo, por haberle ocurrido en él un humor;
esto lo sobrellevan muy gustosos, en la inteligencia que pende del gualichu.
Las casas o poblaciones
son de estacas de tres varas, y cueros de caballos por los lados y techos, que
ellos les llaman suca y nosotros toldos. En cada una vive una familia, y
en medio de dichos toldos tiene el cacique su habitación, la que no es fija,
pues en un paraje viven un mes, en otros quince días o veinte, con cuyo motivo
es difícil dar con ellos.
No tienen subordinación
a sus caciques, pues cuando quieren, dejan a uno y van a vivir con otro; y si
el cacique emprende o tiene que hacer alguna empresa, a todos se lo comunica y
cada uno da su parecer.
Cada uno tiene las
mujeres que pueda comprar, y viéndose aburrido de ellas las vende a otros; y si
llegan a tomar algunas cautivas, luego que llegan a sus toldos se casan con
ellas; y si dichas cautivas, mas que sean indias, no van contentas, luego las
lancean y las arrojan del caballo, y aunque estén medias vivas, las dejan.
El trabajo de ellos se
reduce a tornar yeguas y potros silvestres, cazar zorrillos, leones, tigres y
venados, de cuyas pieles hacen las indias quiapís y guasipicuás,
y de las plumas de avestruz hacen plumeros, siendo ellas las que todo lo
trabajan, pues les dan de comer, cargan las cargas, mudan los toldos y los
arman; y aunque las vean los indios, quienes están echados de barriga, no se
mueven a ayudarlas en nada; antes sí, si es poco sufrido, se levanta, y con las
bolas que nunca las dejan de la cintura, le dan de bolazos, y a esto no llora
ni se queja la india.
jueves, 7 de marzo de 2019
PACTO DE LAS CATACUMBAS
PACTO
DE LAS CATACUMBAS
Durante el CONCILIO VATICANO II (1962-1965)
un grupo de obispos, principalmente de América Latina, liderados por Helder
Cámara, se reunían periódicamente para reflexionar sobre el lema de la Iglesia
de los pobres que Juan XXIII había propuesto para el concilio. Les motivaba a
ello un deseo de fidelidad al Jesús pobre de Nazaret y también el testimonio
del sacerdote Paul Gauthier y de la carmelita Marie Thérèse Lescase que
trabajaban como obreros en Nazaret.
Tras un largo tiempo de diálogo y
discusiones, pocos días antes de la clausura del Vaticano II, el 16 de
noviembre de 1965, 40 obispos se reunieron en las Catacumbas de Santa Domitila
de Roma para celebrar la eucaristía y firmar un compromiso, el llamado Pacto de
las Catacumbas, al que se adhirieron otros 500 obispos del concilio.
En este Pacto, los obispos,
conscientes de sus deficiencias en su vida de pobreza, con humildad pero
también con toda determinación y toda la fuerza que Dios les quiere dar, se
comprometen a 13 decisiones.
Nosotros, obispos,
reunidos en el Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra
vida de pobreza según el evangelio; motivados los unos por los otros, en una
iniciativa en que cada uno de nosotros quisiera evitar la excepcionalidad y la
presunción; unidos a todos nuestros hermanos de episcopado; contando sobre todo
con la gracia y la fuerza de Nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los
fieles y de los sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos con el
pensamiento y la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo y ante los
sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con conciencia de
nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza que
Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo siguiente:
1) Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población, en lo que concierne a casa, alimentación, medios de locomoción y a todo lo que de ahí se sigue.
2) Renunciamos para siempre a la apariencia y a la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (tejidos ricos, colores llamativos, insignias de material precioso). Esos signos deben ser ciertamente evangélicos: ni oro ni plata.
3) No poseeremos inmuebles ni muebles, ni cuenta bancaria, etc. a nuestro nombre; y si fuera necesario tenerlos, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales caritativas.
4) Siempre que sea posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, en la perspectiva de ser menos administradores que pastores y apóstoles.
5) Rechazamos ser llamados, oralmente o por escrito, con nombres y títulos que signifiquen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor...). Preferimos ser llamados con el nombre evangélico de Padre.
6) En nuestro comportamiento y en nuestras relaciones sociales evitaremos todo aquello que pueda parecer concesión de privilegios, prioridades o cualquier preferencia a los ricos y a los poderosos (ej: banquetes ofrecidos o aceptados, clases en los servicios religiosos).
7) Del mismo modo, evitaremos incentivar o lisonjear la vanidad de quien sea, con vistas a recompensar o a solicitar dádivas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a considerar sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social.
8) Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de las personas y grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y los trabajadores compartiendo la vida y el trabajo.
9) Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus relaciones mutuas, procuraremos transformar las obras de “beneficencia” en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a los organismos públicos competentes.
10) Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, las estructuras y las instituciones sociales necesarias a la justicia, a la igualdad y al desarrollo armónico y total de todo el hombre en todos los hombres, y, así, al advenimiento de otro orden social, nuevo, digno de los hijos del hombre y de los hijos de Dios.
11) Porque la colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en estado de miseria física cultural y moral ―dos tercios de la humanidad― nos comprometemos a:
-participar, conforme a nuestros medios, en las inversiones urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
-pedir juntos a nivel de los organismos internacionales, dando siempre testimonio del evangelio como lo hizo el Papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen más naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan a las mayorías pobres salir de su miseria.
12) Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio; así:
-nos esforzaremos para “revisar nuestra vida” con ellos;
-buscaremos colaboradores que sean más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
-procuraremos hacernos lo más humanamente presentes y ser acogedores;
-nos mostraremos abiertos a todos, sea cual sea su religión.
13) Cuando volvamos a nuestras diócesis, daremos a conocer a nuestros diocesanos nuestra resolución, rogándoles nos ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.
Que Dios nos ayude a ser fieles
1) Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población, en lo que concierne a casa, alimentación, medios de locomoción y a todo lo que de ahí se sigue.
2) Renunciamos para siempre a la apariencia y a la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (tejidos ricos, colores llamativos, insignias de material precioso). Esos signos deben ser ciertamente evangélicos: ni oro ni plata.
3) No poseeremos inmuebles ni muebles, ni cuenta bancaria, etc. a nuestro nombre; y si fuera necesario tenerlos, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales caritativas.
4) Siempre que sea posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, en la perspectiva de ser menos administradores que pastores y apóstoles.
5) Rechazamos ser llamados, oralmente o por escrito, con nombres y títulos que signifiquen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor...). Preferimos ser llamados con el nombre evangélico de Padre.
6) En nuestro comportamiento y en nuestras relaciones sociales evitaremos todo aquello que pueda parecer concesión de privilegios, prioridades o cualquier preferencia a los ricos y a los poderosos (ej: banquetes ofrecidos o aceptados, clases en los servicios religiosos).
7) Del mismo modo, evitaremos incentivar o lisonjear la vanidad de quien sea, con vistas a recompensar o a solicitar dádivas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a considerar sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social.
8) Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de las personas y grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y los trabajadores compartiendo la vida y el trabajo.
9) Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus relaciones mutuas, procuraremos transformar las obras de “beneficencia” en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a los organismos públicos competentes.
10) Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, las estructuras y las instituciones sociales necesarias a la justicia, a la igualdad y al desarrollo armónico y total de todo el hombre en todos los hombres, y, así, al advenimiento de otro orden social, nuevo, digno de los hijos del hombre y de los hijos de Dios.
11) Porque la colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en estado de miseria física cultural y moral ―dos tercios de la humanidad― nos comprometemos a:
-participar, conforme a nuestros medios, en las inversiones urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
-pedir juntos a nivel de los organismos internacionales, dando siempre testimonio del evangelio como lo hizo el Papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen más naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan a las mayorías pobres salir de su miseria.
12) Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio; así:
-nos esforzaremos para “revisar nuestra vida” con ellos;
-buscaremos colaboradores que sean más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
-procuraremos hacernos lo más humanamente presentes y ser acogedores;
-nos mostraremos abiertos a todos, sea cual sea su religión.
13) Cuando volvamos a nuestras diócesis, daremos a conocer a nuestros diocesanos nuestra resolución, rogándoles nos ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.
Que Dios nos ayude a ser fieles
De Brasil
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Dom Antônio Batista Fragoso, obispo de Crateús, Ceara
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Don Francisco Austregésilo de Mesquita Filho, obispo de Afogados da
Ingazeira, Pernambuco
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Dom João Batista da Mota e Albuquerque, arzobispo de Vitória
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P. Luiz Gonzaga Fernandes, que había de ser consagrado obispo auxiliar
de Vitória
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Dom Jorge Marcos de Oliveira, obispo de Santo André, São Paulo
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Dom Helder Camara,
obispo de Recife
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Dom Henrique Hector Golland Trindade, OFM, arzobispo de Botucatu, São
Paulo
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Dom José Maria Pires, arzobispo de Paraíba
De Colombia
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Mons. Tulio Botero Salazar,
arzobispo de Medellín
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Mons. Antonio Medina Medina, obispo auxiliar de Medellín
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Mons. Aníbal Muñoz Duque,
obispo de Nueva Pamplona
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Mons. Raúl Zambrano de Facatativá
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Mons. Angelo Cuniberti, vicario apostólico de Florencia
De Argentina
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Mons. Alberto Devoto, obispo de Goya
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Mons. Vicente Faustino
Zazpe, obispo de Rafaela
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Mons. Juan José Iriarte,
obispo de Reconquista
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Mons. Enrique Angelelli,
obispo auxiliar de Córdoba
De otros países de América Latina
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Mons. Alfredo Viola, obispo de Salto, Uruguay
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Mons. Marcelo Mendiharat,
obispo auxiliar de Salto, Uruguay
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Mons. Manuel Larraín
Errázuriz, obispo de Talca, Chile
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Mons. Marcos Gregorio McGrath,
obispo de Santiago de Veraguas, más tarde arzobispo de la arquidiócesis de
Panamá, Panamá
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Mons. Leonidas Eduardo Proaño
Villalba, obispo de Riobamba, Ecuador
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Mons. Sergio Méndez Arceo,
obispo de Cuernavaca, Morelos, México
De Francia
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Mons. Guy Marie Riobé, obispo de Orleans
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Mons. Gérard-Maurice Eugène Huyghe, obispo de Arras
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Mons. Adrien Gand, obispo auxiliar de Lille
De otros países de Europa
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Mons. Charles-Marie Himmer, obispo de Tournai, Bélgica
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Mons. Rafael González Moralejo, obispo auxiliar de Valencia, España
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Mons. Julius Angerhausen, obispo auxiliar de Essen, Alemania
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Mons. Luigi Betazzi, obispo auxiliar de Bolonia, Italia
De África
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Dom Bernard Yago, arzobispo de Abidjan, Costa de Marfil
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Mons. Joseph Blomjous, obispo de Mwanza, Tanzania
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Mons. Georges-Louis Mercier, obispo de Laghouat, Argelia
De Asia y América del Norte
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Mons. Máximo V Hakim,
arzobispo melquita de Acre, Israel
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Mons. Grégoire Haddad, obispo melquita, auxiliar de Beirut, Líbano
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Mons. Gérard Marie Coderre, obispo de Saint Jean de Quebec, Canadá
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Mons. Charles Joseph van Melckebeke, de origen belga, obispo de
Yinchuan, Ningxia, China
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