viernes, 7 de octubre de 2011

Cuentos para el fin de semana: "Del que no se casa", por Roberto Arlt



Yo me hubiera casado. Antes sí, pero ahora no. Y ¿Quién es el audaz que se casa con las cosas como están hoy? Yo hace años que estoy de novio. No me parece mal, porque uno antes de casarse "debe conocerse", o conocer al otro, mejor dicho, que el conocerse uno no tiene importancia, y conocer al otro, para embromarlo, sí vale.


Mi suegra, o mi futura suegra, me mira y gruñe cada vez que me ve. Y si yo le sonrío me muestra los dientes como un mastín. Cuando está de buen humor lo que hace es negarme el saludo o hacer que no distingue la mano que le extiendo al saludarla, y eso que para ver lo que no le importa tiene una mirada agudísima. A los dos años de estar de novio, tanto "ella" como yo no nos acordamos que para casarse se necesita empleo, y si no empleo, cuando menos trabajar con capital propio o ajeno.

Empecé a buscar empleo. Puede calcularse un término medio de dos años la busca de empleo. Si tiene suerte, usted se coloca al año y medio, y si anda en la mala, nunca. A todo esto, mi novia y la madre andaban a la greña. Es curioso: una, contra usted, y la otra, a su favor, siempre tiran a lo mismo. Mi novia me decía: — Vos tenés razón, pero ¿cuándo nos casamos querido? Mi suegra, en cambio: — Usted no tiene razón de protestar; de manera que haga el favor de decirme cuándo se puede casar. Yo, miraba. Es extraordinariamente curiosa la mirada del hombre que está entre una furia amable y otra rabiosa: se me ocurre que Carlitos Chaplín nació de la conjunción de dos miradas así. Él estaría sentado en un banquito, la suegra por un lado lo miraba con fobia, por el otro la novia con pasión, y nació Charles, el de la dolorosa sonrisa torcida.

Le dije a mi suegra (para mí una futura suegra está en su peor fase durante el noviazgo) sonriendo con melancolía y resignación, que cuando consiguiera empleo me casaba y un buen día consigo un puesto, ¡qué puesto...! ¡ciento cincuenta pesos! Casarse con ciento cincuenta pesos significa nada menos que ponerse una soga al cuello. Reconocerán ustedes que con justísima razón, aplacé el matrimonio hasta que me ascendieran. Mi novia movió la cabeza aceptando mis razonamientos (cuando son novias, las mujeres pasan por un fenómeno curioso, aceptan todos los razonamientos). Ella aceptó y yo tuve el orgullo de afirmar que mi novia era inteligente. Me ascendieron a doscientos pesos. Cierto es que doscientos pesos son más que ciento cincuenta, pero el día que me ascendieron descubrí que con un poco de paciencia se podía esperar otro ascenso más y pasaron dos años. Mi novia puso cara de "piola", y entonces con gesto digno de un héroe hice cuentas. Cuentas claras y más largas que las cuentas griegas que, según me han dicho, eran interminables. Le demostré con el lápiz en una mano, el catálogo de los muebles en otra y un presupuesto de Longobardi encima de la mesa, que era imposible todo casorio sin un sueldo mínimo de trescientos pesos, cuando menos, doscientos cincuenta. Casándose con doscientos cincuenta había que invitar con masas podridas a los amigos.

Mi futura suegra escupía veneno. Sus ímpetus llevaban un ritmo mental sumamente curioso, pues oscilaban entre el homicidio compuesto y el asesinato simple. Al mismo tiempo que me sonreía con las mandíbulas, me daba puñaladas con los ojos. Yo la miraba con la tierna mirada de un borracho consuetudinario que espera "morir por su ideal". Mi novia, pobrecita, inclinaba la cabeza meditando en las broncas intestinas, esas verdaderas batallas de conceptos forajidos que se larga cuando el damnificado se encuentra ausente. Al final se impuso el criterio del aumento. Mi suegra estuvo una semana entre que se moría y que no se moría; luego decidió martirizar a sus prójimos durante un tiempo más y no se murió. Al contrario, parecía veinte años más joven que cuando la conociera. Manifestó deseos de hacer un contrato treintenario por la casa que ocupaba, propósito que me espeluznó. Dijo algo entre dientes que me sonó a esto: «Le llevaré flores». Me imagino que su antojo de llevarme flores no llegaría hasta la Chacarita. En fin, a todas luces mi futura suegra reveló la intención de vivir hasta el día que me aumentaran el sueldo a mil pesos. Llegó el otro aumento. Es decir. el aumento de setenta y cinco pesos. Mi suegra me dijo en un tono que se podía conceptuar de irónico si no fuera agresivo y amenazador: — Supongo que no tendrá intención de esperar otro aumento. Y cuando le iba a contestar estalló la revolución. Casarse bajo un régimen revolucionario sería demostrar hasta la evidencia que se está loco. O, cuando menos, que se tienen alteradas las facultades mentales. Yo no me caso. Hoy se lo he dicho: — No, señora, no me caso. Esperemos que el gobierno convoque a elecciones y a que resuelva si reforma la Constitución o no. Una vez que el Congreso esté constituido, que toda: las instituciones marchen como deben, yo no pondré ningún inconveniente al cumplimiento de mis compromisos. Pero hasta tanto el Gobierno Provisional no entregue el poder al Pueblo Soberano, yo tampoco entregaré mi libertad. Además que pueden dejarme cesante.

Cuentos para el fin de semana: "Del que no se casa", por Roberto Arlt


Yo me hubiera casado. Antes sí, pero ahora no. Y ¿Quién es el audaz que se casa con las cosas como están hoy? Yo hace años que estoy de novio. No me parece mal, porque uno antes de casarse "debe conocerse", o conocer al otro, mejor dicho, que el conocerse uno no tiene importancia, y conocer al otro, para embromarlo, sí vale.


Mi suegra, o mi futura suegra, me mira y gruñe cada vez que me ve. Y si yo le sonrío me muestra los dientes como un mastín. Cuando está de buen humor lo que hace es negarme el saludo o hacer que no distingue la mano que le extiendo al saludarla, y eso que para ver lo que no le importa tiene una mirada agudísima. A los dos años de estar de novio, tanto "ella" como yo no nos acordamos que para casarse se necesita empleo, y si no empleo, cuando menos trabajar con capital propio o ajeno.

Empecé a buscar empleo. Puede calcularse un término medio de dos años la busca de empleo. Si tiene suerte, usted se coloca al año y medio, y si anda en la mala, nunca. A todo esto, mi novia y la madre andaban a la greña. Es curioso: una, contra usted, y la otra, a su favor, siempre tiran a lo mismo. Mi novia me decía: — Vos tenés razón, pero ¿cuándo nos casamos querido? Mi suegra, en cambio: — Usted no tiene razón de protestar; de manera que haga el favor de decirme cuándo se puede casar. Yo, miraba. Es extraordinariamente curiosa la mirada del hombre que está entre una furia amable y otra rabiosa: se me ocurre que Carlitos Chaplín nació de la conjunción de dos miradas así. Él estaría sentado en un banquito, la suegra por un lado lo miraba con fobia, por el otro la novia con pasión, y nació Charles, el de la dolorosa sonrisa torcida.

Le dije a mi suegra (para mí una futura suegra está en su peor fase durante el noviazgo) sonriendo con melancolía y resignación, que cuando consiguiera empleo me casaba y un buen día consigo un puesto, ¡qué puesto...! ¡ciento cincuenta pesos! Casarse con ciento cincuenta pesos significa nada menos que ponerse una soga al cuello. Reconocerán ustedes que con justísima razón, aplacé el matrimonio hasta que me ascendieran. Mi novia movió la cabeza aceptando mis razonamientos (cuando son novias, las mujeres pasan por un fenómeno curioso, aceptan todos los razonamientos). Ella aceptó y yo tuve el orgullo de afirmar que mi novia era inteligente. Me ascendieron a doscientos pesos. Cierto es que doscientos pesos son más que ciento cincuenta, pero el día que me ascendieron descubrí que con un poco de paciencia se podía esperar otro ascenso más y pasaron dos años. Mi novia puso cara de "piola", y entonces con gesto digno de un héroe hice cuentas. Cuentas claras y más largas que las cuentas griegas que, según me han dicho, eran interminables. Le demostré con el lápiz en una mano, el catálogo de los muebles en otra y un presupuesto de Longobardi encima de la mesa, que era imposible todo casorio sin un sueldo mínimo de trescientos pesos, cuando menos, doscientos cincuenta. Casándose con doscientos cincuenta había que invitar con masas podridas a los amigos.

Mi futura suegra escupía veneno. Sus ímpetus llevaban un ritmo mental sumamente curioso, pues oscilaban entre el homicidio compuesto y el asesinato simple. Al mismo tiempo que me sonreía con las mandíbulas, me daba puñaladas con los ojos. Yo la miraba con la tierna mirada de un borracho consuetudinario que espera "morir por su ideal". Mi novia, pobrecita, inclinaba la cabeza meditando en las broncas intestinas, esas verdaderas batallas de conceptos forajidos que se larga cuando el damnificado se encuentra ausente. Al final se impuso el criterio del aumento. Mi suegra estuvo una semana entre que se moría y que no se moría; luego decidió martirizar a sus prójimos durante un tiempo más y no se murió. Al contrario, parecía veinte años más joven que cuando la conociera. Manifestó deseos de hacer un contrato treintenario por la casa que ocupaba, propósito que me espeluznó. Dijo algo entre dientes que me sonó a esto: «Le llevaré flores». Me imagino que su antojo de llevarme flores no llegaría hasta la Chacarita. En fin, a todas luces mi futura suegra reveló la intención de vivir hasta el día que me aumentaran el sueldo a mil pesos. Llegó el otro aumento. Es decir. el aumento de setenta y cinco pesos. Mi suegra me dijo en un tono que se podía conceptuar de irónico si no fuera agresivo y amenazador: — Supongo que no tendrá intención de esperar otro aumento. Y cuando le iba a contestar estalló la revolución. Casarse bajo un régimen revolucionario sería demostrar hasta la evidencia que se está loco. O, cuando menos, que se tienen alteradas las facultades mentales. Yo no me caso. Hoy se lo he dicho: — No, señora, no me caso. Esperemos que el gobierno convoque a elecciones y a que resuelva si reforma la Constitución o no. Una vez que el Congreso esté constituido, que toda: las instituciones marchen como deben, yo no pondré ningún inconveniente al cumplimiento de mis compromisos. Pero hasta tanto el Gobierno Provisional no entregue el poder al Pueblo Soberano, yo tampoco entregaré mi libertad. Además que pueden dejarme cesante.

jueves, 6 de octubre de 2011

Carlos Gardel le daba disgustos a su madre


Una señora muy preocupada se presentó en la División Investigaciones del Departamento de Policía, una mañana del verano de 1913. No podía dar con el paradero de su hijo y un escribiente le tomó la denuncia:
“En la Capital Federal el día 30 del mes de enero del año 1913 siendo las 10 a.m. compareció a esta oficina una persona que previo juramento que prestó en forma al solo objeto de comprobar su identidad, dijo llamarse Berta Camares Vda de Gardes, ser de nacionalidad francesa, de profesión planchadora, de estado viuda, de 47 años de edad, domiciliada calle Corrientes N° 1553 e hizo la siguiente denuncia:”
“Que se presenta a esta oficina a fin de que se dé constancia del actual paradero de su hijo Carlos Gardes, el que es francés, de 22 años, trigueño, pelo castaño oscuro, ojos marrones, tiene una cicatriz cortante debajo de la oreja derecha, es grueso y alto, viste de negro y como desde el domingo que fue a las carreras no ha vuelto al hogar, pide a esta oficina se averigüe si le ha ocurrido un accidente o si estuviera detenido, que de lo ocurrido no dio cuenta a seccional, con lo que terminó el presente acto. Leído que le fue, se ratificó y firmó”.
El mencionado documento, lleva la firma de Berta Gardes.
Carlitos llevaba cuatro días sin aparecer por su casa. Ese mismo jueves 30, Berta Gardés regresó a la Policía donde manifestó en nueva declaración:
“En la fecha compareció nuevamente la interesada solicitando se deje sin efecto el pedidio formulado, en razón de haber aparecido el causante [es decir, Carlitos], con lo que terminó el acto y leído, firmó, de que certifico: Berta Gardes”.
Lo que nos autoriza a decir (o cantar): ¡Pobre madre de Gardel querida, cuántos disgustos le ha dado!
 Otra historia inesperada de Daniel Balmaceda: ¡Gracias!

Cuando Palleros se suicidó en la Quinta de Olivos

Daniel Balmaceda acercó esta "historia inesperada"

Gracias al paciente trabajo de Jorge “Coco” André Lavalle en el Archivo Histórico Municipal de San Isidro, rescatamos este documento de 1844. Allí se informa sobre el suicidio del vecino Ramón Palleros en los terrenos de la actual Quinta Presidencial de Olivos, que en ese tiempo pertenecía a la sucesión de Miguel de Azcuénaga, el vocal de la Primera Junta. La fotografía que ilustra la nota (publicada en Caras y caretas) muestra la Quinta de Olivos en 1898, a más de cincuenta años de los hechos narrados.
Se respeta la ortografía del documento original:
Viba la Confederación Argentina
¡Mueran los Salbajes Unitarios!
Suysidio de Ramon Palleros
Sor. Jues de Paz y Comisario de Sn. Isidro
A conseguencia de la Comision berbal qe. el Sor. Comisario y Jues de Paz de Sn. Isidro me ordenó hoy dia quatro sobre el reconocimiento del cadáber encontrado en la quinta de Dn. Miguel Asguenegua pase ha hella en compaña de Dn. Florensio Romero comisionado por el Sor. Espeleta para el reconocimiento del cadáber llamado Ramon Palleros Besino del Quartel del Alcde. Dn. Francisco Asebedo y en presencia del Sor. Romero, el Teniente Alcde. Dn. Sinforoso Arballo y el besino Dn. Tomas Garsia procedimos á llevar la comision y hencontramos colgado ha Ramon Palleros hen un hombú de la quinta de dho. Asguenegua.
Estaba el suisida Palleros el cuello aorcado con su misma faja y colguado de un guajo de ombu en camisa y calsonsillo habiendo dicho difunto tomado la precausion pa. suysidarse de doblar su chiripa y colgarlo sobre otro guajo procedimos ha bajarlo y hecha esta operasión se reconocio el cadáber y no sele ha encontrado lesion ninguna sino la faja señida hen la parte superior de cuello, la qe. ha producido la muerte.
Prendas hencontradas de dicho difunto
Camisa que lleba puesta
Calsonsillos y chaleco, y sombrero
Chiripa de poncho
Cuchillo
Lomillo de suela
Carona de baca
Cojinillo
Sobre sincha
un ps. papel moneda hallado en el chaleguo 
y por ser verdad lo firmamos
Dios gue. á U. ms. añs.
Quartel de Ibañes Marso 4 de 1844
Fdo. J. Florencio Romero        Jose Manl. Montero
Teniente Alcde.                            Alcde. dho.
Sinforoso Arballo

miércoles, 5 de octubre de 2011

EL (O LA) QUE FUE AL NACIONAL BUENOS AIRES

- Dice “El Colegio”, como si no hubiera otros.
-Le encanta que le pregunten a qué colegio fue.
- De hecho saca él mismo el tema para que le pregunten “¿y vos?”
- Sueña con aparecer en la cartelera de “Ex alumnos notables” que está en le entrada de “el Colegio”.
- Fue compañeros de alguien que hoy es famoso.
- Si decís: “Che, me parece que me cayó mal la pizza de anoche”, despliega una explicación pormenorizada del funcionamiento del aparato digestivo, que aprendió en “el Colegio”.
- Si decís: “Che, hace fresco, ¿no?”, una clase de climatología.
- Leyó a Foucault a los 13; a Barthes a los 14; y a Marx, completo, a los 18.
- En la Facultad se lo reconoce fácilmente: pregunta al profesor no para saber, sino para que todos nos demos cuenta lo inteligente que es.
- Tienen un ex compañero hipervanguardista que hace música con palitos de helado y fósforos usados, y que está becado en Alemania.
-Tiene otro ex compañero, que ahora es Juez de la Nación, con el que va a la Goethe a ver al de los palitos de helado y los fósforos cuando actúa en Buenos Aires.
- Dice que sabe latín, pero es verso.
- Se jacta de que “hasta Pellegrini fue al Nacional”.
- Aunque no lo diga, tiene una intensa relación de amor-odio con “el Colegio”.
- Está orgulloso de su vuelta olímpica.
- Nunca lo reconocerá, pero en el fondo cree que es cierto eso de que “en el Buenos Aires se educan las clases dirigentes de este país”.
- Eso es efectivamente cierto, y cuando el pueblo se dé cuenta va a prenderlo fuego (?).
- Si está desalineado o desprolijo habla de jazz o de Chic Corea.
- Sí está muy empilchado siempre dice que va a La Bombonera y recuerda su pasado de descontrol.
- Chamuyero por excelencia, lo que no sabe, lo inventa. ¿Quién le puede decir algo? Si él fue a “el Colegio”.
- Asiste religiosamente a las reuniones de ex-alumnos.
- Cuando con el auto está alrededor de 20 cuadras se desvía para pasar y mostrárselo a su ocasional acompañante.
- Es machista, si es hombre, si es mujer, también.
- Considera que el país le debe algo si no se destacó en su disciplina, si se destacó, también.
- Se hace el popular, pero es una divina.
- Tiene contactos.
- Desprecia a los que fueron al Carlos Pellegrini.
- Tiene su corbata (compra una por año) y su llavero de “el Colegio”.
- En ocasiones, al ir a trabajar se pone el escudito de “el Colegio” en la solapa del saco.
-Opina que “los egresados de ‘el Colegio’ no nos ‘creemos’ mejores, ‘somos’ mejores”.
- Se le ilumina la cara cuando en una reunión casual conoce a un(a) egresado(a) de cualquier promoción
Gracias http://www.niapalos.org