lunes, 3 de agosto de 2015

CASILDA IGARZÁBAL una mujer revolucionaria

CASILDA IGARZÁBAL  una mujer revolucionaria


Poco se conoce de las mujeres que participaron de la Revolución de Mayo. Una de ellas fue Casilda Igarzábal, esposa de Nicolás Rodríguez Peña,

Casilda Igarzábal de Rodríguez Peña nació en Buenos Aires, el 6 de abril de 1774, hija de Domingo de Igarzábal, alcalde de primer voto en 1812, a su vez hijo y nieto de cabildantes, y de Josefa Echeverría.

Contrajo matrimonio en mayo de 1805 con Nicolás Rodríguez Peña. Su residencia, una añosa quinta sita en el perímetro de las actuales calles Callao, Viamonte, Ayacucho y Charcas fue punto obligado de reunión de los partidarios de la emancipación.En dicha casa se reunió durante años (1804-1810) una de las primeras sociedades secretas de la emancipación. Se llamaba Partido de la Independencia y estaba integrado por Juan José Castelli, Nicolás y Saturnino Rodríguez Peña, Manuel Belgrano, Juan José Paso y Martín Rodríguez, Feliciano Chiclana, Hipólito Vieytes, Manuel Alberti y Juan José Castelli entre otros.

Junto con las señoras de Riglos, Lasala, Castelli, Agrelo, etc. se contaba entre las más decididas patriotas.

Fueron ellas quienes en la mañana del 18 de mayo de 1810 se presentaron en el lugar (posiblemente en casa de Juan José Viamonte) donde se intentaba de convencer a Cornelio Saavedra de que había llegado el momento de la revolución. En esa ocasión Casilda Igarzábal se dirigió resueltamente al comandante de las milicias y le dijo "Coronel, no hay que vacilar, la Patria lo necesita para que la salve. Ya sabe usted lo que quiere el pueblo, y usted no puede volvernos la espalda y dejar perdidos a nuestros maridos, a nuestros hermanos y a todos nuestros amigos".

Una de las decisiones adoptadas por el cabildo abierto del 25 de mayo de 1810 ordenaba a la Junta Gubernativa disponer el envío de una expedición a las provincias del interior con el objeto formal de asegurar la libertad en la elección de diputados que las representarían en el gobierno. Más allá de esa justificación razonable, era preciso evitar con rapidez la formación y consolidación de núcleos contrarrevolucionarios y demostrar a los partidarios en el interior del movimiento emancipador que serían sostenidos con decisión y preservados en sus vidas y hacienda por el nuevo gobierno.
El primer objetivo de la Expedición Auxiliadora sería la provincia de Córdoba, donde se organizaba la resistencia alrededor del héroe de la reconquista Santiago de Liniers.
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El Cabildo del 25 de mayo había asignado recursos para organizar el nuevo ejército: los sueldos del Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y de otros altos empleados de su administración. No obstante, sea por resultar insuficientes, o como medio para movilizar y comprometer a los vecinos con la causa, se inició una suscripción pública.

El 7 de junio la Gazeta de Buenos Aires publicó una resolución en los siguientes términos: "No pudiendo mirarse con indiferencia los loables fines propuestos en la expedición que pidió e pueblo para las provincias interiores, y siendo un deber de la Junta llenar este encargo a que se le sujetó en las actas de su inauguración, avisa a los buenos patriotas que pueden concurrir al señor Vocal don Miguel de Azcuénaga, quien recibirá los ofrecimientos que voluntariamente se hagan, con reserva de reglar la Junta los destinos, con concepto a la calidad de los sujetos y nombrar la parte de fuerza efectiva y jefes que deben presidir la expedición".

Iniciada la suscripción para la también llamada "expedición de Unión de las Provincias interiores" la primera patricia que aparece en la lista de donativos publicada por La Gaceta es Casilda Ygarzabal y Peña contribuyendo "con el haber de dos hombres durante la expedición"

Con esos donativos y los que se hicieron en varias provincias, un mes después la Junta pasaba revista en Monte Castro a más de mil hombres.

Tanto en los años previos como en los que siguieron a la Revolución de Mayo estuvo al lado de su marido a quien "acompañó en sus trabajos, en sus zozobras y en el triunfo de sus ideales, con entusiasmo y con una entereza que conservó en medio de las agitaciones y contrastes que por tantos años pasó este país"[1]

Fue socia fundadora de la Sociedad de Beneficencia organizada por Bernardino Rivadavia, ministro del gobernador Martín Rodríguez, tras disolver la Hermandad de la Santa Caridad. Presidida por Mercedes Lasala de Riglos e integrada entre otras por Juana del Pino de Rivadavia, hija del ex Virrey y esposa del Ministro, María Rosario Azcuénaga, Bernardina Chavarría de Viamonte, esposa del general y Mariquita Sánchez, la Sociedad se hizo cargo de todas las instituciones de bien público destinadas a mujeres y niños, que hasta ese entonces habían regenteado las Órdenes y Hermandades, incluida la Casa de Expósitos.

Casilda Igarzábal presidió la Sociedad de Beneficencia entre el 4 de febrero de 1838 y febrero de 1840 cuando renunció, probablemente en razón de que el gobierno de Juan Manuel de Rosas no sería afecto a su gestión por la oposición que le hizo su hijo Jacinto Rodríguez Peña, partícipe de la conspiración de Ramón Maza.

Falleció en su ciudad natal el 31 de julio de 1844 y fue sepultada en el Cementerio de la Recoleta.


sábado, 1 de agosto de 2015

Historia del Riachuelo

Historia del Riachuelo



Río Pequeño, Río de los Querandíes, Río Chuelo, Río de Buenos Aires; son algunos de los nombres que recibió a lo largo de su historia nuestro actual Riachuelo. Río de curso vueltero que desemboca en el Río de la Plata tras recorrer 80 km desde su naciente. Su fluir comienza en el partido de Las Heras, provincia de Buenos Aires, donde los arroyos Castro y Cobey se unen para formar, en el Paso de la Horqueta, el río Matanza, este cambia de nombre a la altura del puente La Noria, siguiendo su curso como Riachuelo. Actualmente hay potentes fábricas instaladas en las orillas del Riachuelo. Una pobre ministra intento, sin mucha gana, limpiarlo en 1000 días de todos los residuos y contaminantes que viene recibiendo a lo largo de cientos de años, pero el negro Riachuelo se rió a carcajadas de este pobre intento.
Recién en épocas recientes el Riachuelo toma un curso parecido al actual, y muchos de los arroyos que vertían sus aguas en él se fueron cegando o desapareciendo como consecuencia de la rectificación de este río.

Para el año en que se asentaron los primeros europeos cerca de sus márgenes, en 1536, el Riachuelo tenia una fauna y flora diferente de la actual.
Era un valle pantanoso, desolado y triste. Se desbordaba con frecuencia, creando lagunas y pantanos. La zona del Riachuelo era inundable por añadidura. Sus alrededores eran húmedos, poseían pastizales abundantes, vegetación tupida y variada. En su ribera se daban cita los bosquecillos de sarandíes negros, ceibos, blanquillos, gruesas matas de penachos blancos. En los bajos predominaban los juncos y flotaban los camalotes. Su valle estaba invadido por pajonales de paja brava, también había duraznillos blancos. Como se dijo el suelo del valle era sumamente anegadizo, y en él predominaban las gramíneas.
En sus barrancas y orillas, que tenían un alto de entre 8 y 20 metros, había matorrales de calafate, ñapindá, cactus, flor de seda y mata ojos. En lo alto había bosques pequeños de espinillos, porotillos, acacias, zarza mora, zarzaparrilla falsa, sombra de toro, etc. En las orillas aparece con alta frecuencia el sauce colorado, no el llorón que llegaría a la zona hacia 1810 de la mano del hombre.

En la meseta había agrupaciones de árboles con desarrollo más troncal. Se daban los algarrobos, talas, espinillos, chañares, coronillos negros, ceibos y de trecho en trecho, un ombú. También se daba el cardo, así llamado por los primeros españoles en llegar a la zona, pero en realidad era la "zanahoria de campo", vegetal comestible.
La fauna de la región era abundante y variada. Había sapos, ranas, culebras, víboras e insectos en abundancia. De estos últimos podemos enumerar a los alacranes, grillos, cucarachas (infaltables y eternas) gorgojos, polillas, los incansables y molestos tábanos y mosquitos, moscardones, moscas, gusanos, hormigas. Se daba cita también la insaciable langosta, las mariposas, garrapatas, etc. El cronista Félix de Azara se cansa de describir los diferentes insectos que poblaban la región.

La fauna grande estaba caracterizada por el venado, el yaguareté, que aparece como puma o pantera en numerosas crónicas, también estaba la nutria, según Azara también había cuatrocientas cuarenta especies de pájaros. También volaban por la zona los murciélagos. En las lagunas se podían encontrar cigüeñas y flamencos. Teros, chajá, martinetas, así como peludo y cuises poblaban los llanos. El ñandú corría tranquilo por la meseta, solo siendo molestado por los indígenas. Los peces también abundaban a lo largo del curso del Riachuelo. Habían mandubíes, pejerreyes, patíes, bogas y algún que otro dorado.

La descrita más arriba fue la flora y fauna que encontraron los españoles al llegar al Riachuelo, esta fue cambiando al mismo tiempo y de la misma forma que su vecina Buenos Aires.
Como se dijo, los españoles al llegar a las orillas del Riachuelo no solo encontraron flora y fauna, sino que se encontraron con seres humanos. ¿Quiénes eran estos hombres?
Los habitantes de las zonas aledañas al Riachuelo eran los querandíes. Este era un pueblo de cazadores y pescadores, cazaban venados y ñandúes con boleadoras, también pescaban a orillas de los ríos y lagunas. Al principio se llevaron bien con los españoles, hasta les dieron de comer. Pero los españoles tenían que exigir más, el enfrentamiento no tardo en llegar y con el paso de los años los querandíes se fueron extinguiendo o emigraron hacia las pampas.
Los primeros europeos en asentarse en las cercanías del Riachuelo fueron los españoles. Llegaron en una expedición al mando de Pedro de Mendoza en 1536. El puerto elegido estaba en una especie de brazo norte del Riachuelo actual. En esa época el Riachuelo tenia una desembocadura con dos bocas, en forma de delta. Una de las bocas era profunda, al norte, era un canal que continuaba el río entre la costa firme y una isla paralela, llamada del Pozo, y la otra boca era innavegable, pero más tarde se convertiría en una entrada natural cuando la norte se cegó, ahora dragada es el acceso sur del puerto Buenos Aires. La isla del Pozo se extendía desde la boca este del Riachuelo hasta Retiro, desaparecería en el siglo XIX. En el brazo norte había un fondeadero limpio y profundo que fue llamado de variadas formas por los españoles, desde Río Pequeño hasta Riachuelo de los Navíos, luego extensivo a todo el curso del río. Las embarcaciones que fondeaban ahí eran protegidas de la marejada del río y los fuertes vientos, porque la isla los tapaba. En ese fondeadero entraron las 14 naves de la expedición española de 1536. También había agua potable, ya que era limpiado constantemente por las fuerzas naturales.
Ninguna de las 14 naves pudo surcar el curso del Riachuelo, ya que la barra de la entrada y su poca profundidad lo impedían.

Estos españoles fueron los que fundaron el fuerte y puerto de Buenos Aires en 1536, este ultimo seria abandonado en 1541 y vuelto a poblar en 1580.
Durante un período largo, el territorio sur del Riachuelo permaneció como desconocido y sin poblarse. En forma lenta se fue poblando esta zona sur, amenazada por la indiada, pero fértil.
El primer asentamiento español a orillas del Riachuelo se construyó en el gobierno de Hernandarias en 1607. Fue un fuerte denominado Guardia del Riachuelo, construido por las frecuentes amenazas e incursiones de corsarios. Ya había una fortificación anterior pero como se probó durante una incursión corsaria a principios de 1607, no servia.
En un principio, el Riachuelo era solo un obstáculo para la gente del lugar. Había mucho transito de una a otra orilla, la mayoría eran carretas con mercaderías provenientes del norte y oeste, pero también del sur. Cuando había que cruzarlo se utilizaban balsas o canoas, o se lo hacía por los vados o pasos que había en diferentes lugares. El Camino al Paso Chico (actual Av. Alcorta), conducía a los pasos Chico, de Burgos, Días Vélez y de la Noria, este ultimo uno de los mas conocidos, antes se llamaba Paso de Zamora. Por este mismo pasaron una parte de las tropas inglesas en la Segunda Invasión de 1807. Cruzar este río exigía atravesar extensos bajos y zonas anegadizas que bordeaban las márgenes del Riachuelo, casi siempre inundadas.

El más famoso de los pasos fue el de Burgos. Era el mas utilizado porque estaba ubicado en el camino más directo a la ciudad y también porque no se inundaba con las frecuentes crecidas del río. Se llegaba a él a través del "Camino al Paso Chico y demás pasos", actual Av. Amancio Alcorta. Se le conoció con el nombre de Burgos desde comienzos del siglo XVII. Hay diferentes posturas refereridas al porque de su nombre, una dice que era porque muy cerca un escribano llamado Francisco Pérez de Burgos tenia una chacra. La otra postura y mas aceptada popularmente adjudica la denominación a un botero de profesión llamado Burgos, que transportaba gente de una orilla a la otra.
El cruce en canoas era ejercido permanentemente por personas que se dedicaban a eso. Las había en los pasos de Pedro Salazar, en el de los Padres Batlemitas, en el de Burgos, en el Chico y en el Paso de la Capilla de los Remedios. Pero estos servicios solo los utilizaban los que no tenían ni caballo ni carreta, o todos cuando el río estaba crecido. Ya en 1653 el gobierno toma cartas en el asunto y reglamenta el paso con canoa, se dictamina que "se ponga una canoa para el pasaje de las personas", "poniéndola tomadas con dos cuerdas asidas de una banda y otra, para que en mejor comodidad puedan usar los que van y vienen sin riesgos de sus vidas". Este servicio se realizaba, teóricamente, personalmente, o sea que cada uno se cruzaba agarrado de la cuerda, pero en la practica la gente debía soportar a individuos que, sin autorización, cobraban por cruzarlo a uno. La primera se coloco en el paso de Pedro Salazar, llamado así por un vecino que tenia una chacra cerca del paso. A partir de entonces se le llamó Paso de la Canoa, fue en este lugar donde se levanto el primer puente del Riachuelo.

El 1º de diciembre de 1799 se inauguró el primer puente sobre el Riachuelo. Se disidió levantarlo sobre el paso de la Canoa en el Camino Real al Sud, actuales calles Montes de Oca en Capital y Ameghino, en Avellaneda. Lo construyó el vecino Juan Gutiérrez Gálvez, al cual le fue adjudicado por licitación. El tal Gálvez no era ingeniero, pero conocía las artes de la construcción. En un principio se pensaba construirlo de piedra, cal y ladrillo, pero a causa de la escasez de materiales y mano de obra calificada, el puente se construyó de madera. El Cabildo tubo problemas con Gálvez porque este puso maderos de menor espesor al estipulado, pero todo siguió igual. El puente se dio en concesión a Gutiérrez Gálvez, que lo explotaría por 5 años, se encargaría de su mantenimiento, y cobraría un peaje para el mismo. El peaje era de dos reales la carreta cargada, y un real por coche, calesa o carretón. Se le daba tarifa preferencial a los indios, mulatos y negros, que abonaban la mitad.

Este puente tuvo muchos nombres, en un principio se llamo de Gálvez, luego de Madera, de Barracas, y en la época de Rosas se lo pintó de rojo punzó y se le llamó Puente de la Restauración de las Leyes. Fue reconstruido varias veces, en 1806 cuando los ingleses avanzaban sobre Buenos Aires se lo incendio para que no pudiesen cruzar, igual se las ingeniaron atando varias embarcaciones de un lado a otro del Riachuelo. El 23 de diciembre siguiente, echados los invasores, se habilitaba nuevamente. El puente deja de funcionar en 1858, tras una caudalosísima avenida del Riachuelo que socavó los pilares del puente. Casi apenas destruido el puente anterior, se construye uno nuevo en el lugar, de calzada más ancha y pilares más resistentes. Algunos años después fue reemplazado por el puente Pueyrredón.
En 1800 se construyó el primer muelle por obra de Lucas Castañeda, quedo de 35 metros de largo.
A fines de 1810, cuando Francisco Gurruchaga organizó la primera escuadrilla patriota, fue creada la maestranza o arsenal a orillas del Riachuelo, en la Vuelta de Rocha. Permaneció ahí hasta 1852.

Para 1855 había mucho trafico en el paso de Burgos, y un vecino de la zona, Enrique Ochoa, dueño de un saladero se ofreció a levantar un puente de mampostería sobre el paso, pagándolo él por completo. Fue habilitado en marzo de 1855. Estaba construido con técnicas de avanzada para la época. Se desvío el agua, se usaron bombas de achique, y muchas técnicas de ultima generación. Pero solo medio año después, una gran creciente arrasó con la estructura del puente. Ochoa, como buen empresario y, según imagino, debería ser bastante terco, levanto otro puente. Se lo encargo al ingeniero Carlos Pellegrini. Pero resultaron vanos los nuevos esfuerzos, la siguiente avenida de agua se llevo este nuevo puente también. Como se dijo antes, Ochoa no se iba a dar por vencido, así que encaro la construcción de un tercer puente en el mismo lugar. Los construyó con vigas de urunday, quebracho colorado y lapacho. Se inauguró en 1859 y lo nombró Puente Valentín Alsina, en honor al Dr. Alsina que recién renunciara a su cargo de gobernador de Buenos Aires; a pesar de haber invertido un montón de dinero y tiempo ni siquiera reclamo su nombre sobre el puente. En 1910, 51 años después, por su mal estado se lo remplazó por uno de hierro, que a su vez fue reemplazado por el actual, inaugurado el 26 de noviembre de 1938, pasándose a llamar Puente Teniente General Uriburu.

A causa de la creciente ocurrida en mayo de 1858, que arruino el puente Barracas (ex Gálvez), Prilidiano Pueyrredón, juntamente con Medrano, Panthou y Escribano se presentan al gobierno, ofreciéndose a construir un puente moderno, de hierro, y giratorio, para no obstruir el paso de los barcos, en el mismo lugar del de madera. El 17 de marzo de 1862 se les otorga la concesión. La proyección de puente era excelente, muy de avanzada para la época. Traen la estructura de hierro forjado desde Inglaterra. La obra por fin se termina en diciembre de 1867. El mismo día de la inauguración, mientras se lo prueba definitivamente, ocurre el desastre. Una imprevisión en el número de los pilotes hace fracasar el mecanismo, el brazo de palanca vence al pilar-pivote y se va todo al fondo del río. Mucho dinero perdieron los empresarios, así que firmaron un nuevo contrato para arreglar lo sucedido y construir un nuevo puente. El puente quedaría listo y funcionando en noviembre de 1871. El pobre Pueyrredón quedo muy perjudicado económicamente y su salud se agravo mucho, falleció en 1870, sin ver terminado su puente. En homenaje a este empecinado empresario al puente se lo denomino Puente Pueyrredón. El puente fue arrasado por la más grande inundación del Riachuelo, el 23 de septiembre de 1884. De inmediato se lo sustituyo por uno de madera. En 1903 se lo remplazo por uno con tramo central levadizo. Finalmente en 1931, fue inaugurado el que funciona actualmente.

Se construyeron muchos puentes más, llegando a la gran cantidad de puentes que hay hoy a lo largo del río Matanza y del Riachuelo.
Como se vio a lo largo de los párrafos anteriores, las inundaciones y crecidas del río eran muy corrientes, y muchas veces causaban grandes destrozos.
En 1805, los días 5 y 6 de junio, se produjo una gran inundación. Durante dos días soplo un viento huracanado desde el sudeste produciendo una gran creciente del Río de la Plata y del Riachuelo. Esta creciente trajo consigo grandes inundaciones, destruyendo varios edificios. Se hundieron embarcaciones, se arruino el puente Gálvez, así como muchas casas de los alrededores.
Lo más perjudicial, era la gran correntada que tiene y tuvo el Riachuelo, en condiciones normales no se nota, pero con un sudeste que no le permite desaguar correctamente en el Río de la Plata, produce grandes estragos. Las grandes lluvias traen consigo, como se podrá imaginar, una creciente fuerza en la corriente del Riachuelo, y esta arrasaba con todo a su paso.
Otro gran temporal se produjo el 18 de septiembre de 1816, que ocasionó la muerte de 7 personas, de las 75 que poblaban las márgenes del Riachuelo. Se perdieron embarcaciones y el puente Barracas (ex Gálvez) quedo inutilizado. Se dice en los partes de gobierno que las aguas habían cubierto media legua (aprox. 2500 m) a uno y otro lado del Riachuelo. Este desastre fue ocasionado por las grandes lluvias que se produjeron en la cuenca del Riachuelo. Eran muchos los arroyos y cañadas que vertían sus aguas en el Riachuelo, por esa época.
Los temporales se siguieron produciendo con mayor o menor intensidad. En 1820 una violenta sudestada, acompañada de la consiguiente inundación destruyo el muelle, un puente y 60 embarcaciones. En 1845 una fuerte creciente barre con las casas que estaban asentadas cerca de la costa, mas otros tantos destrozos. Ocurre otro desastre el 19 de marzo de 1866. En 1869 se produce otra crecida muy fuerte, durante dos días soplo un viento huracanado, derribando árboles y construcciones modestas. Seis meses después, el 14 de abril de 1870, otra gran inundación obligó a evacuar muchas viviendas. La última gran inundación del siglo se produce en 1884, comentada anteriormente, siendo esta la peor de todas. Todos estos problemas fueron solucionados en parte con el dragado del río, y con su rectificación, lo que permitió que no se sintieran tanto sus constantes crecientes.
El principal movimiento del Riachuelo se lo daba su puerto, pero también las innumerables industrias que se asentaron sobre sus orillas a lo largo de la historia. Desde la época de la colonia existieron muchos varaderos y astilleros en el Riachuelo. En 1865, existían 38 astilleros. En uno de ellos, perteneciente a Guillermo Sherman, se construyó un vapor de ruedas llamado "Lincoln", de 150 toneladas. Otro, el de José Badaracco e Hijos, fundado en 1857, treinta años después había construido más de 400 embarcaciones.
En estos años y anteriores, el Riachuelo solo podía ser cursado por embarcaciones pequeñas. Pero por obra del ingeniero Luis A. Huergo, se pudo abrir el río a embarcaciones de gran calado.

A la entrada del Riachuelo había un banco llamado la Barra del Riachuelo, muchas veces las embarcaciones tenían que esperar días a que creciese el río para poder pasarla. Por esta causa, el canal de entrada estaba obstruido, así que el gobierno llamó a licitación el 18 de mayo de1875, para canalizar y rectificar el Riachuelo. Se tenia que ensanchar y rectificar el río, abrir nuevas desembocaduras y canales, y construir nuevos muelles. Fue favorecido, entre muchos, el proyecto del ingeniero Huergo. Los trabajos se comenzaron el 9 de noviembre de 1876 con dos dragas y un vapor remolcador. Las obras continuaron muy bien encaminadas y con una mejora progresiva. En 1880 las obras siguieron con los muelles, empedrado de calles y demás obras que se fueron ejecutando a medida que se disponía de fondos. En 1883, el 25 de enero, entró un vapor atlántico al Riachuelo, lo que produjo mucha felicidad, al punto que se premio a Huergo con medallas. Huergo le dio una nueva desembocadura al Riachuelo, drago todo su curso inferior dándole una mayor profundidad, lo rectifico, y realizó muchas obras más que llevaron el progreso a la zona, creciendo esta, en importancia a través de los años.

Bibliografía relevante
Azara, Felix. "Descripción e Historia del Paraguay y Río de la Plata".
Bucich, Antonio J. "La boca del Riachuelo en la historia".
Cardoso, Aníbal. "Buenos Aires en 1536".
Conlazo, Daniel. "Los querandíes, un enigma histórico". Todo es Historia. Nº 140 Enero 1979.
Eleta, Fermín. "La Armada de Don Pedro de Mendoza y el puerto y pueblo de Nuestra Señora de Buenos Aires. Nuevo Enfoque", Boletín del Centro Naval, vol LXXXV, Nº 670, enero-marzo 1967.
"Memoria obras del Riachuelo 1884".
Kirbus, Federico B. "Los pontífices del Riachuelo". Todo es Historia. Nº 225 Enero 1968.
Pinasco, Eduardo H. "Biografía del Riachuelo".

Copyright©2000
Artículo publicado en la revista Circulo de la Historia, n° 57, diciembre 2000.

viernes, 31 de julio de 2015

¿FUIMOS LA QUINTA POTENCIA?

¿FUIMOS LA QUINTA POTENCIA?


Transcribimos un artículo de Justo Piernes sobre esta falacia histórica sobre nuestro país.

Lo dicen y no se ponen colorados.
Sostienen que la Argentina fue la quinta potencia mundial, en un tiempo en que la economía de Japón no estaba en el mapa y la hoy agrandada Europa despedía a sus hijos convertidos en inmigrantes, porque no tenía que darles de comer.
El riesgo de esta afirmación, consiste en que los argentinos jóvenes se crean el cuento de la quinta potencia y el desaliento se instale para siempre en sus espíritus, ante la evidencia que hoy estamos pateando por la posición número 60 del ranking mundial.
Es seguro que si los argentinos de hoy accedieran a desconectar el teléfono, a rifar el televisor, vender el auto, rematar el departamento, y sacar a sus hijos de la escuela, la crisis de hoy no existiría. El salario alcanzaría.
Nadie lo hará porque estaría rifando el sacrificio de varias generaciones. Sería retornar a la edad de piedra. En una palabra, sería retornar a aquella Argentina, cuando el país era la quinta potencia mundial, aunque suena a contrasentido.
Por supuesto, que en la estadística Argentina fue la quinta potencia. Pero también es cierto que aquella estadística, no traducía el hecho de que el 80 por ciento de los habitantes de las grandes ciudades vivían hacinados y en condiciones infrahumanas en los conventillos. Y mucho menos tomaba en cuenta que los trabajadores del campo eran ocupados como mano de obra esclava.
En síntesis: Es real que la Argentina fue la quinta potencia. Pero también lo es, que el 80 por ciento de sus habitantes, ni nos dimos cuenta que vivíamos en esa quinta potencia. Evidente que el dinero producido en aquella quinta potencia se quedó en el bolso de unos pocos.
En los apuntes de esta libreta surge el relato de la vida de uno de esos conventillos de Buenos Aires.
El dueño de la libreta, nació y vivió 25 años en ese conventillo de San Telmo. Es una historia escrita desde adentro y no en una oficina encargada de confeccionar estadísticas. Surge la imagen de los hombres saliendo al amanecer sin saber aún si podrían trabajar ese día. Y no trabajar un día era no comer ese día. Así de simple, sin estadísticas de por medio.
No existían las mínimas condiciones. Las mujeres no contaban para comprar algodón y atender sus períodos mensuales. El problema era resuelto con un trapito, lavado religiosamente todos los meses, con una duración estimada de un año.
En los “tendederos reservados” –que eran las piezas o las cocinitas del segundo patio- colgaban directamente los preservativos usados. Se secaban, se espolvoreaban con talco y, luego de enrollarse, quedaban listos para continuar su vida útil.
No sólo la yerba se secaba al sol, como escribió Discépolo.
Hubo ejemplos impresionantes que ayudaron al dueño de la libreta a soportar todos los males posteriores que, al lado de aquella, fueron cuento de Blanca Nieves y los Siete Enanitos.
¡Doña Lucía, un fenómeno! Se quedó viuda con un pibe. Se puso a planchar. Lo hacía desde las 7 de la mañana hasta la medianoche. Y cantaba alegre el “sole mío” de su Italia. Era de hierro, porque su marido había muerto para él y para los suyos. El trabajador que moría, se moría de verdad. Moría para toda la vida. La propia y la de los que quedaban colgados del alambre de la falta de previsión.
¿Y doña Lola? Salía todas las noches. Trabajaba de enfermera. Pero no. Cuando comenzamos a volar con los primeros pantalones largos la descubrimos en un prostíbulo de mala muerte en Independencia y Balcarce, en el bajo Buenos Aires.
-“Por favor muchachos, no se lo cuenten a nadie…”
No, doña Lola. Nunca se lo contamos a nadie. Aquellos pibes de la quinta potencia nacíamos adultos, con un sentido especial para entender que todas las armas eran buenas para pelearle a la miseria.
El asturiano del comedor, otro fenómeno. Era carnicero. Y los carniceros de la quinta potencia, habían logrado la conquista de tener franco los domingos al mediodía. Además del franco de los domingos por la tarde, el carnicero tenía una úlcera en la pierna.
Sus gemidos sordos, cuando se levantaba a las cuatro de la mañana y marchaba hacia la carnicería, eran escuchados por todo el conventillo.
Fue un milagro de supervivencia. Así gimiendo y tomándose de las paredes, vivió cinco años sin faltar un día a la carnicería.
Dijeron los médicos que murió de leucemia. No, no fue de leucemia. Don Nicanor murió de injusticia, en pleno esplendor de la quinta potencia mundial.
¿Para qué seguir con don Nicanor? ¿Para qué recordar la tristeza de su velorio que era más triste en aquella pieza de conventillo? Don Nicanor fue un ejemplo.
Don Nicanor era mi viejo.
JUSTO PIERNES
Libreta de apuntes.
“La Razón” - marzo de 1989

 Justo Piernes. Nacido en 1917, periodista desde los veinte años. Ha integrado la redacción de Tiempo Argentino y anteriormente se desempeñó como cronista deportivo en Crítica y en la revista Leoplán y como jefe de deportes del diario Clarín.

La imagen es de Justo Piernes mostrando un cuadro que pintó Perón

miércoles, 29 de julio de 2015

COMO SE INCORPORÓ LUISIANA A LOS ESTADOS UNIDOS

COMO SE INCORPORÓ LUISIANA A LOS ESTADOS UNIDOS



C uando Napoleón Bonaparte derrotó a los austriacos en 1800, dejó ver claramente que se proponía dominar Europa. Tenía puesta la mira en Inglaterra, pero primero debía controlar el resto de Europa, y además necesitaba fondos para costear sus campañas. Luisiana no le importaba gran cosa, pero se percató de que podía usarla para negociar si amenazaba a España. Por lo tanto, le exigió a Carlos IV que devolviese el territorio a Francia. El rey español accedió. No obstante, Carlos IV acabó siendo destronado por Napoleón y los franceses invadieron España, hecho que precipitó el derrumbamiento del imperio español en América. Entre tanto, Luisiana fue el precio que el rey pagó para ganar tiempo.
Aunque España cedió Luisiana a Francia en 1800, la ceremonia oficial se llevó a cabo tres años después, el 30 de noviembre de 1803, fecha en que la bandera española fue arriada y el pabellón francés se izó de nuevo. Las autoridades gubernamentales que representaban a España fueron cesadas y los nuevos funcionarios franceses tomaron posesión. Esta formalidad debió cumplirse para que Luisiana fuese debidamente entregada a Estados Unidos, ya que en abril de ese año el tercer presidente de este país, Thomas Jefferson, la había comprado de Napoleón Bonaparte. Al ser izada el 20 de diciembre de 1803, la bandera estadounidense ondea sobre una Luisiana muy vasta que se extiende aproximadamente desde el golfo de México hasta el Canadá, y desde el río Mississippi hasta las montañas Rocosas. Al final, ese territorio se dividirá para formar otros 13 estados.
El gobernador es entonces William Charles Cole Clairborne, quien tiene ante sí una empresa ardua para decir lo menos. Los luisianos hablan francés, español u otras lenguas, pero el inglés les resulta ajeno. Para una población abrumadoramente católica, no protestante, la imposición de nuevas leyes de origen inglés resultó penosa. La animosidad entre los criollos originales de Luisiana y los anglosajones estadounidenses recién llegados se prolongaría muchos años después de la compra del territorio.


El 30 de abril de 1812, exactamente nueve años después de haber sido comprada, Luisiana se convirtió en el estado número 18 y Clairborne resultó electo gobernador. A los pocos días, Estados Unidos le declaró la guerra a Inglaterra. Los combates se libraron tierra adentro, al principio con gran éxito para las fuerzas inglesas, que incluso llegaron a atacar Washington, D.C., y quemaron la Casa Blanca. Fue entonces cuando se ordenó al general Andrew Jackson que marchara con sus tropas hacia el sur. En 1814, corrían rumores de que los ingleses atacarían Nueva Orleans. Jackson los derrotó en Mobile, Alabama, pero la verdadera invasión aún estaba por llegar.

Los ingleses se estaban preparando para invadir Luisiana en diciembre lanzando un asalto masivo comandado por el general Edward Packenham. Por su parte, Jackson se enteró de los planes y se puso a preparar la defensa. El asalto a Nueva Orleans comenzó el 28 de diciembre y los ingleses fueron rechazados; el 8 de enero de 1815 se produjo el ataque definitivo, pero volvió a toparse con una fiera resistencia. El propio Packenham resultó muerto, al igual que su segundo al mando, el general John Keane. Los ingleses se retiraron el 27 de enero. La batalla de Nueva Orleans puso fin a las tentativas inglesas de dominar alguna parte del territorio estadounidense.

domingo, 26 de julio de 2015

CARTA DEL GRAN JEFE SEATTLE AL PRESIDENTE DE EEUU

CARTA DEL GRAN JEFE SEATTLE AL PRESIDENTE DE EEUU




El jefe Seattle nació alrededor de 1786 en la tribu de los Suquamish, que vivían en el área de Puget Sound, hoy estado de Washington, en el oeste de Norteamérica. Su padre era cacique y líder de guerreros, y su madre era hija de un jefe de la tribu Duwamish. En dicha época los colonizadores británicos y estadounidenses comenzaron a tener presencia en la zona. En 1792 el capitán británico George Vancouver visitó a los nativos de la zona para comerciar. Este evento dejó una gran impresión en el joven Seattle. Con el comienzo del siglo XIX las luchas e invasiones entre las distintas tribus de la zona se incrementaron. Un cacique Suquamish atacó la tribu Cowiche en la isla de Vancouver. Seattle participó en esta batalla y a partir de ello se prestigió como guerrero y líder en batallas posteriores. Guió ataques utilizando sus conocimientos sobre las tácticas de sus adversarios. Poco después adoptó el nombre de su abuelo, Seattle, y se convirtió en jefe de los Suquamish. El 10 de enero de 1854, el gobernador Isaac Stevens llegó al territorio para convencer a los Suquamish y a los Duwamish para que se trasladaran a una reservación, pues los "hombres blancos" deseaban un mayor espacio. A través suyo, el Presidente Franklin Pierce “el Gran Jefe de Washington”, hizo una oferta por una gran extensión de tierras indias, prometiendo crear una “reserva” para el pueblo indígena. La respuesta del Jefe Seattle, publicada según una versión que se atribuye al guionista americano Ted Perry, más allá de su extraordinaria belleza, se ha convertido en un manifiesto clásico a favor del respeto al medio ambiente.

 El gran jefe de Washington manda palabras, quiere comprar nuestras tierras. El gran jefe también manda palabras de amistad y bienaventuranzas. Esto es amable de su parte, puesto que nosotros sabemos que él tiene muy poca necesidad de nuestra amistad. Pero tendremos en cuenta su oferta, porque estamos seguros de que si no obramos así, el hombre blanco vendrá con sus pistolas y tomará nuestras tierras. El gran jefe de Washington puede contar con la palabra del gran jefe Seattle, como pueden nuestros hermanos blancos contar con el retorno de las estaciones. Mis palabras son como las estrellas, nada ocultan.
¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aún el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida.
Si no somos, dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿cómo podrán, ustedes comprarlos?
Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo, cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los bosques, cada altozano y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo.

La savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas. Los muertos del hombre blanco olvidan de su país de origen cuando emprenden sus paseos entre las estrellas; en cambio, nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, puesto que es la madre de los pieles rojas.
Somos parte de la tierra y asimismo, ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, la gran águila; éstos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.
Por todo ello, cuando el Gran Jefe de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos está pidiendo demasiado. También el Gran Jefe nos dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros. El se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos.
Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es fácil ya que esta tierra es sagrada para nosotros. El agua cristalina que corre por ríos y arroyuelos no es solamente el agua sino también representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos tierras, deben recordar que es sagrada y a la vez deben enseñar a sus hijos que es sagrada y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes.

El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed, son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos nuestras tierras ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos y, por lo tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. El no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Le secuestra la tierra a sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objeto que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la tierra dejando atrás sólo un desierto.

No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola vista de sus ciudades apena los ojos del piel roja. Pero quizás sea porque el piel roja es un salvaje y no comprende nada. No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar como se abren las hojas de los árboles en primavera o como aletean los insectos. Pero quizás también esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada. El ruido parece insultar nuestros oídos. Y, después de todo ¿para qué sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde de un estanque? Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aromas de pinos.
El aire tiene un valor inestimable para el piel roja ya que todos los seres comparten un mismo aliento - la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor. Pero si les vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire no es inestimable, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos suspiros. Y si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas como cosa aparte y sagrada, como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas.
Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré condiciones: El hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como una máquina humeante puede importar más que el búfalo al nosotros matamos sólo para sobrevivir.
¿Qué seria del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual; porque lo que le suceda a los animales también le sucederá al hombre. Todo va enlazado. Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a si mismos. Esto sabemos: La tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos, todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra.

El hombre no tejió la trama de la vida; él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, no queda exento del destino común. Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos. Sabemos una cosa que quizás el hombre blanco descubra un día: nuestro Dios es el mismo Dios. Ustedes pueden pensar ahora que Él les pertenece lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan; pero no es así. Él es el Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre el piel roja y el hombre blanco.
Esta tierra tiene un valor inestimable para Él y si se daña se provocaría la ira del Creador. También los blancos se extinguirían, quizás antes que las demás tribus. Contaminen sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios residuos. Pero ustedes caminarán hacia su destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que los trajo a esta tierra y que por algún designio especial les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja.
Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos porqué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes. ¿Dónde está el matorral? Destruido. ¿Dónde esta el águila? Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia.


sábado, 25 de julio de 2015

La República de Otaria Por Raúl Scalabrini Ortíz

Un texto indispensable de Raúl Scalabrini Ortíz  es éste, por lo que lo damos a conocer: 

La República de Otaria 


... Supongamos que en la vasta extensión del Océano Atlántico, entre Sud Africa y el Río de la Plata, existe una comarca aún desconocida. Es un país fértil cuyas tierras arables suman casi treinta millones de hectáreas. Tiene una población de 20 millones de habitantes. Se denomina en el planisferio del imaginario Mercator, República de Otaria. Sus habitantes responden, pues, a la designación genérica de otarios, lo cual resulta simbólico, porque si bien la palabra otario no figura en el diccionario de la Real Academia, en el lenguaje vernáculo tiene una acepción precisa: otario es el que cambia una cosa real y cotizable por algo sin valor: una palabra, un concepto, una ilusión, un halago interesado; el que cambia, por ejemplo, un jugoso bife por un elogio a su generosidad y a su espíritu democrático. El cuervo era un otario. El zorro, un vivo. 

Otaria produce más de lo que necesita para vivir. Cada otario consume anualmente 100 kilos de carne, 200 kilos de trigo, 100 litros de leche y 100 kilos de maíz que en parte se transforma en huevos y en carne de ave. El exceso de producción lo trueca por combustible. No nos ocuparemos de este comercio y daremos por sentado que sus valores se equivalen. Los otarios necesitan emprender algunas obras públicas para abrir horizontes a la vida larval en que viven. Sus economistas los han convencido de que deben recurrir al capital extranjero, porque Otaria está huérfana de ellos. Nosotros nos disponemos a cumplir esa misión civilizadora. Para ello es indispensable que efectuemos una pequeña revolución y asumamos el poder. Nunca faltarán otros otarios dispuestos a servir a altos ideales que simbolizamos nosotros y las grandes empresas que nos aprontamos a ejecutar. 

La unidad monetaria de aquel simpático país es el otarino. Tiene el mismo valor legal de un peso argentino y se cotiza a la par. Los alimentos y la materia prima de Otaria valen exactamente lo mismo que sus similares argentinos. Para simplificación del ejemplo y de la interpretación usaremos cifras globales. La técnica no se altera por centavo de más o de menos. Quizás nos convenga abrir una institución de crédito en Otaria. Quizás no la necesitemos. Los instrumentos del crédito internacional pueden suplir perfectamente la ausencia de un banco local. Si queremos abrir un banco, nos munimos de una carta de crédito en que el Banco Central de la República Argentina afirme que tiene depositada a nuestra disposición una suma dada, cien millones, por ejemplo, en oro o moneda convertible, o que se responsabiliza de ellos. Eso basta. La carta de crédito del Banco Central de la República Argentina es palabra sagrada en la República de Otaria. Por otra parte, una carta de crédito – digamos una carta de presentación – fue todo el capital inicial que invirtieron en este país los más poderosos bancos extranjeros: el Banco de Londres y América del Sud, el ex Banco Anglo Sudamericano, El First National Bank of Boston y el National City Bank of New York. Nos preocuparemos, eso si, de que la memoria del Banco Central de Otaria diga algo semejante a lo que el Banco Central de la Argentina afirmó en su memoria de 1938, la conveniencia de "transformar las divisas en oro y dejar ese oro depositado en custodia en los grandes centros del exterior ... no sólo por la economía que significa no mover físicamente el metal, sino principalmente por facilitarse de este modo su pronta y libre disposición con el mínimo de repercusiones sicológicas". Este argumento, que fue convincente para nosotros, puede ser aceptado por los otarios, a quienes nos complacemos en imaginar tan confiados, liberales y democráticos ciudadanos como nosotros. En los Estados Unidos la operación no hubiera podido efectuarse, porque aquellos cow boys son tan desconfiados que hasta 1914 no permitieron el establecimiento de ningún banco extramjero, y, para impedir filtraciones subrepticias, ni siquiera permitían que sus propios bancos tuvieran agencias en el exterior. Con posterioridad, accedieron al establecimiento de sucursales de bancos extranjeros, los que no podían prestar nada más que un dólar más que el capital que genuinamente habían importado desde el exterior. Pero en Otaria son tan liberales como nosotros. 

Ya estamos instalados en Otaria y disponemos de un capital virtual – como son todos los capitales – de cien millones de pesos argentinos que respaldan nuestra responsabilidad sin necesidad de salir de esta república. En Otaria vive habitualmente un técnico de gran reputación, el doctor Postbisch, cuyos servicios profesionales nos hemos asegurado con la debida anticipación y cuya consecuencia y lealtad hacia nosotros se acrecienta en la medida en que nos sirve. El doctor Postbisch, tras un breve estudio de una semana, descubre que los otarios estaban viviendo sobre un volcán. Sin darse cuenta atravesaban "la crisis más aguda de su historia". Los otarios no se habían percatado de ello, primero, porque los otarios estaban muy ocupados en crearse una industria que abriera los cerrados horizontes de la monocultura; segundo, porque habían pagado sus deudas y no debían nada a nadie, con excepción de algunos pequeños saldos comerciales; tercero, porque vivían aceptablemente bien, y cuarto, porque en realidad se trataba de "una crisis oculta" que necesitaba la pericia clínica de Postbisch para ser diagnosticada. Para equilibrar el presupuesto nacional – que se desequilibrará más que nunca, para nivelar la balanza de pagos con el exterior, que daba superávit y dará déficit en adelante – el doctor Postbisch, dotado de poderes ejecutivos tan extraordinarios que envidiaría el mismo Superhombre de las historietas infantiles, decide desvalorizar la moneda de Otaria a la tercera parte de su valor. El otarino, que valía un peso moneda nacional, desciende hasta no valer nada más que treinta y tres centavos de los nuestros. El doctor Postbisch designa a esa operación "corrimiento de los tipos de cambio". Nuestro capital de cien millones, que permanecía en expectativa en su moneda originaria, se triplica si se lo calcula en otarinos. Los productos de Otaria siguen, como es lógico, cotizándose en otarinos y el alza que el doctor Postbisch les acuerda es tan pequeña que desdeñaremos considerarla, porque de todas formas no varía los resultados en su conjunto. Postbisch, cuya facundia es asombrosa, ha convencido a los otarios de que tanto la desvalorización de su moneda como la estabilización de los precios son indispensables para escapar del vórtice de la espiral inflacionista y que esas medidas deben ser complementadas con la inmovilización de los salarios y de los sueldos. En Otaria, pues, todo queda como antes de la desvalorización, Pero el genio creador de Postbisch se revelará en todo su poder en la multiplicación de nuestro capital. Jesucristo multiplicó los panes. Postbisch multiplicó el dinero extranjero con que se adquieren los panes. Vamos a usar la nueva capacidad adquisitiva de nuestros capitales. Utilizaremos un solo peso, por si acaso nos equivocamos. Ni siquiera en los ejemplos deben arriesgarse los capitales que se confían a nuestra custodia. 

En Otaria con un peso argentino se compraba un kilo de carne, que en el mercado interno de Otaria valía un otarino. La desvalorización de la moneda de Otaria, por recomendación de Postbisch, no ha alterado los precios internos. Con un peso argentino virtual se adquieren tres kilos de carne. Si exporto a la República Argentina un kilo de carne, como allí sigue valiendo un peso moneda nacional, con ese kilo de carne saldo la deuda que había contraído en mi país con la apertura del crédito. Me quedan dos kilos de carne que vendo en la misma República de Otaria a un otarino cada uno. Y de esta manera, el capital virtual que había movilizado en el pael se transforma en un fondo real de doscientos millones de otarinos, con el que podemos iniciar la ejecución de grandes obras que son indispensables para la vida de esa república, pero que los otarios no hubieran podido emprender nunca por falta de capitales. La ración diaria de los otarios habrá descendido en un tercio. 


[de Bases para la Reconstrucción Nacional, Tomo 2, Editorial Plus Ultra]