Un texto indispensable de Raúl Scalabrini Ortíz es éste, por lo que lo damos a conocer:
La República de Otaria
...
Supongamos que en la vasta extensión del Océano Atlántico, entre Sud Africa y
el Río de la Plata, existe una comarca aún desconocida. Es un país fértil cuyas
tierras arables suman casi treinta millones de hectáreas. Tiene una población
de 20 millones de habitantes. Se denomina en el planisferio del imaginario
Mercator, República de Otaria. Sus habitantes responden, pues, a la designación
genérica de otarios, lo cual resulta simbólico, porque si bien la palabra
otario no figura en el diccionario de la Real Academia, en el lenguaje
vernáculo tiene una acepción precisa: otario es el que cambia una cosa real y
cotizable por algo sin valor: una palabra, un concepto, una ilusión, un halago
interesado; el que cambia, por ejemplo, un jugoso bife por un elogio a su
generosidad y a su espíritu democrático. El cuervo era un otario. El zorro, un
vivo.
Otaria
produce más de lo que necesita para vivir. Cada otario consume anualmente 100
kilos de carne, 200 kilos de trigo, 100 litros de leche y 100 kilos de maíz que
en parte se transforma en huevos y en carne de ave. El exceso de producción lo
trueca por combustible. No nos ocuparemos de este comercio y daremos por
sentado que sus valores se equivalen. Los otarios necesitan emprender algunas
obras públicas para abrir horizontes a la vida larval en que viven. Sus
economistas los han convencido de que deben recurrir al capital extranjero,
porque Otaria está huérfana de ellos. Nosotros nos disponemos a cumplir esa
misión civilizadora. Para ello es indispensable que efectuemos una pequeña
revolución y asumamos el poder. Nunca faltarán otros otarios dispuestos a
servir a altos ideales que simbolizamos nosotros y las grandes empresas que nos
aprontamos a ejecutar.
La
unidad monetaria de aquel simpático país es el otarino. Tiene el mismo valor
legal de un peso argentino y se cotiza a la par. Los alimentos y la materia
prima de Otaria valen exactamente lo mismo que sus similares argentinos. Para
simplificación del ejemplo y de la interpretación usaremos cifras globales. La
técnica no se altera por centavo de más o de menos. Quizás nos convenga abrir
una institución de crédito en Otaria. Quizás no la necesitemos. Los
instrumentos del crédito internacional pueden suplir perfectamente la ausencia
de un banco local. Si queremos abrir un banco, nos munimos de una carta de
crédito en que el Banco Central de la República Argentina afirme que tiene
depositada a nuestra disposición una suma dada, cien millones, por ejemplo, en
oro o moneda convertible, o que se responsabiliza de ellos. Eso basta. La carta
de crédito del Banco Central de la República Argentina es palabra sagrada en la
República de Otaria. Por otra parte, una carta de crédito – digamos una carta
de presentación – fue todo el capital inicial que invirtieron en este país los
más poderosos bancos extranjeros: el Banco de Londres y América del Sud, el ex
Banco Anglo Sudamericano, El First National Bank of Boston y el National City
Bank of New York. Nos preocuparemos, eso si, de que la memoria del Banco
Central de Otaria diga algo semejante a lo que el Banco Central de la Argentina
afirmó en su memoria de 1938, la conveniencia de "transformar las divisas
en oro y dejar ese oro depositado en custodia en los grandes centros del
exterior ... no sólo por la economía que significa no mover físicamente el
metal, sino principalmente por facilitarse de este modo su pronta y libre
disposición con el mínimo de repercusiones sicológicas". Este argumento,
que fue convincente para nosotros, puede ser aceptado por los otarios, a
quienes nos complacemos en imaginar tan confiados, liberales y democráticos
ciudadanos como nosotros. En los Estados Unidos la operación no hubiera podido
efectuarse, porque aquellos cow boys son tan desconfiados que hasta 1914 no
permitieron el establecimiento de ningún banco extramjero, y, para impedir
filtraciones subrepticias, ni siquiera permitían que sus propios bancos
tuvieran agencias en el exterior. Con posterioridad, accedieron al
establecimiento de sucursales de bancos extranjeros, los que no podían prestar
nada más que un dólar más que el capital que genuinamente habían importado
desde el exterior. Pero en Otaria son tan liberales como nosotros.
Ya
estamos instalados en Otaria y disponemos de un capital virtual – como son
todos los capitales – de cien millones de pesos argentinos que respaldan
nuestra responsabilidad sin necesidad de salir de esta república. En Otaria
vive habitualmente un técnico de gran reputación, el doctor Postbisch, cuyos
servicios profesionales nos hemos asegurado con la debida anticipación y cuya
consecuencia y lealtad hacia nosotros se acrecienta en la medida en que nos
sirve. El doctor Postbisch, tras un breve estudio de una semana, descubre que
los otarios estaban viviendo sobre un volcán. Sin darse cuenta atravesaban
"la crisis más aguda de su historia". Los otarios no se habían
percatado de ello, primero, porque los otarios estaban muy ocupados en crearse
una industria que abriera los cerrados horizontes de la monocultura; segundo,
porque habían pagado sus deudas y no debían nada a nadie, con excepción de
algunos pequeños saldos comerciales; tercero, porque vivían aceptablemente
bien, y cuarto, porque en realidad se trataba de "una crisis oculta"
que necesitaba la pericia clínica de Postbisch para ser diagnosticada. Para
equilibrar el presupuesto nacional – que se desequilibrará más que nunca, para
nivelar la balanza de pagos con el exterior, que daba superávit y dará déficit
en adelante – el doctor Postbisch, dotado de poderes ejecutivos tan
extraordinarios que envidiaría el mismo Superhombre de las historietas
infantiles, decide desvalorizar la moneda de Otaria a la tercera parte de su
valor. El otarino, que valía un peso moneda nacional, desciende hasta no valer
nada más que treinta y tres centavos de los nuestros. El doctor Postbisch
designa a esa operación "corrimiento de los tipos de cambio". Nuestro
capital de cien millones, que permanecía en expectativa en su moneda
originaria, se triplica si se lo calcula en otarinos. Los productos de Otaria
siguen, como es lógico, cotizándose en otarinos y el alza que el doctor
Postbisch les acuerda es tan pequeña que desdeñaremos considerarla, porque de
todas formas no varía los resultados en su conjunto. Postbisch, cuya facundia es
asombrosa, ha convencido a los otarios de que tanto la desvalorización de su
moneda como la estabilización de los precios son indispensables para escapar
del vórtice de la espiral inflacionista y que esas medidas deben ser
complementadas con la inmovilización de los salarios y de los sueldos. En
Otaria, pues, todo queda como antes de la desvalorización, Pero el genio
creador de Postbisch se revelará en todo su poder en la multiplicación de
nuestro capital. Jesucristo multiplicó los panes. Postbisch multiplicó el
dinero extranjero con que se adquieren los panes. Vamos a usar la nueva
capacidad adquisitiva de nuestros capitales. Utilizaremos un solo peso, por si
acaso nos equivocamos. Ni siquiera en los ejemplos deben arriesgarse los
capitales que se confían a nuestra custodia.
En
Otaria con un peso argentino se compraba un kilo de carne, que en el mercado
interno de Otaria valía un otarino. La desvalorización de la moneda de Otaria,
por recomendación de Postbisch, no ha alterado los precios internos. Con un peso
argentino virtual se adquieren tres kilos de carne. Si exporto a la República
Argentina un kilo de carne, como allí sigue valiendo un peso moneda nacional,
con ese kilo de carne saldo la deuda que había contraído en mi país con la
apertura del crédito. Me quedan dos kilos de carne que vendo en la misma
República de Otaria a un otarino cada uno. Y de esta manera, el capital virtual
que había movilizado en el pael se transforma en un fondo real de doscientos
millones de otarinos, con el que podemos iniciar la ejecución de grandes obras
que son indispensables para la vida de esa república, pero que los otarios no
hubieran podido emprender nunca por falta de capitales. La ración diaria de los
otarios habrá descendido en un tercio.
[de
Bases para la Reconstrucción Nacional, Tomo 2, Editorial Plus Ultra]
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