martes, 16 de noviembre de 2010

El Hachado Inmortal

La batalla de La Florida y la leyenda de Arenales, el Hachado Inmortal.


Arenales dispone en el centro a la artillería, al mando del capitán Belzú, en la planicie de la barranca, esta posición en bien visible para el enemigo. Al pie, sobre el explayado hace abrir una trinchera disimulada con arena y ramas, de la suficiente profundidad para ocultar en su interior a tiradores rodilla en tierra. En ella coloca a tres compañías de infantería, y la de pardos y morenos a ordenes del comandante Diego de la Riva. Divide a la caballería en dos fracciones. Coloca sobre el flanco derecho a la de Santa Cruz al mando de Warnes; sobre el izquierdo la caballería cochabambina que el encabeza. Ambas fracciones se ocultan bajo denso boscaje.

Pronto aparecen las fuerzas del general realista Blanco con 900 veteranos, 300 de infantería y el resto de caballería, armados con carabina, lanza y sable. Al frente se encolumna el amenazante cuerpo de Dragones de Chubivilca. Detrás de ellos marchan los infantes a paso redoblado por los tambores y con bayoneta calada.
Al divisar a las fuerzas patriotas, y ver la disposición de la artillería, el general Blanco cae en la trampa que tendiera magistralmente el comandante Arenales; supone que en torno y detrás de esta se encuentran los efectivos patriotas. Despliega sus unidades de infantería en guerrilla por ambos flancos, con la idea de atacar a la concentración (que supone se encuentran detrás de las baterías), y avanza con el resto de los efectivos vadeando el río en forma frontal sin otra precaución.


Cuando el enemigo hace pie en la amplia playa, sufre una mortífera sorpresa. Es recibido por una descarga cerrada de los tiradores ocultos en la trinchera, que produce estragos en sus filas. La confusión paraliza a los realistas, incluso a su jefe que no atina a dar ninguna orden para reagrupar a la tropa.

Arenales ordena una nueva descarga tan devastadora como la primera y ordena luego el ataque a la bayoneta de los infantes. Al mismo tiempo la caballería deja su enmascaramiento y carga impetuosamente sobre ambos flancos del enemigo, siendo completamente arrollado. La infantería realista huye desordenadamente buscando refugio en el bosque lindero, mientras es cañoneada por la artillería patriota, la caballería es destrozada por la caballería patriota que sablea sin piedad al enemigo. Arenales badea rápidamente el río y se apodera de la artillería española, es en esta parte e la acción donde pierde la vida el coronel Blanco.

La batalla esta decidida, el enemigo esta deshecho y huye desordenadamente dejando en el campo armamento y equipajes. Dispuesto a exterminar por completo a la expedición punitiva de los realistas, Arenales ordena la persecución de los restos de la fuerza enemiga.
En la frenética carga, guiada por el mismo Arenales, y ante su irrefrenable deseo de aniquilar al enemigo, el comandante se adelanta demasiado al resto de la caballería de Santa Cruz, solo seguido de cerca por su ayudante y sobrino teniente Apolinario Echevarria. Recorre así unos 10km sin advertir que los santacruceños se quedan atrás ocupados en la recolección del botín de guerra. Así, penetra en una región del monte donde habían tomado por refugio unos 11 soldados enemigos que huían del campo de batalla, cuando advierten que son solo dos oficiales quienes los siguen, hacen alto y disparan contra Arenales y el Tte. Echevarria mientras los van rodeando. Cercados por completo, estos se defienden desde sus cabalgaduras hasta que estas caen malheridas. En tierra, Arenales, sin abandonar su espada, usa con destreza sus pistolas. En ese momento un realista le apunta con su trabuco, Echevarria, quien advierte esto, se lanza en la línea de fuego, recibiendo él el mortal impacto, cayendo muerto a los pies de Arenales, junto a los cadáveres de cuatro de sus enemigos. Arenales busca un árbol en la que apoyar su espalda para continuar hasta el final con esa lucha desigual y obstinada. Arenales ya no es un hombre, es una bestia salvaje luchando por su vida, con toda la ferocidad que acompaña al guerrero en esos decisivos momentos. Un certero sablazo le abre el cráneo en uno de sus parietales. Su cara esta bañada en sangre, la furia lo envuelve como un huracán.
Otro tajo horrible lo abre desde arriba de la ceja hasta casi el extremo de la nariz, dividiéndola en dos; otro le parte la mejilla derecha por debajo del pómulo, desde el arranque de la sien hasta la boca. Trece heridas profundas ofenden su cabeza, su cara y su cuerpo, aquí empieza a nacer la leyenda del General hachado, el inmortal de la revolución, con todas sus heridas escupiendo litros de sangre, completamente bañado de rojo, mas parecido a un demonio salido del infierno que un hombre, el general Arenales sigue combatiendo con la rabia y la locura que se desprenden en cada asesino golpe de su sable mellado por los huesos de los enemigos muertos.


El bravo general sigue combatiendo sin dar cuartel, matando e hiriendo a sus enemigos que azorados no comprenden de donde saca sus fuerzas para seguir en pie, y además, combatiendo de ese modo. Entonces uno de ello, se escurre por detrás del general, que ya casi ciego por la sangre que baña su cara, no llega a divisarlo; entonces la vil maniobra, la ultima jugada de los enemigos que caían de a uno ante la inmortal espada de Arenales, con la culata de su fusil, le da un fuerte golpe en la nuca que le hunde el hueso, derribándolo al suelo sin sentido. Ni siquiera se atreven comprobar si el Coronel yace sin vida, sino por el contrario aprovechan la ocasión para huir

El cuerpo del Coronel Arenales permanece horas tirado entre los arbustos, rodeado por los cadáveres de sus enemigos, hasta que un grupo de merodeadores, esos que siempre siguen a los ejércitos en campaña para rapiñar de las sobras y despojos de las batallas, son atraídos por los brillos del uniforme de Arenales. Cuando estos rastreros se disponían a saquear el cuerpo del coronel, este, inmóvil pero conciente, les grita con recia voz, tan poderosa sonó que pareció el grito de Poseidón ordenando las olas en lo profundo de los mares, helándoles la sangre y haciendo que huyan despavoridos del lugar.


Al anochecer es encontrado por una partida de caballería que lo lleva a la misión de Piray. Allí lo revisa el cirujano quien por la gravedad de las heridas y la gran cantidad de sangre perdida, se lamenta en vaticinar, que por desgracia el Coronel Arenales no va a volver a ver la calida luz del amanecer…

No solo el inmortal Arenales ve el amanecer, sino que en algunos días se repone y vuelve a servicio, pero esta vez envuelto por el velo de la leyenda y la admiración de sus hombres que se sienten en manos de un inmortal mas que de un simple mortal. El glorioso Arenales, el Hachado, el inmortal de la Florida.

PUBLICADO POR ALMOGAVAR EN 8/20/2008 01:36:00 PM

martes, 26 de octubre de 2010

RECUPERACIÓN DE LAS BANDERAS DE VUELTA OBLIGADO

En nuestro Museo de Historia Nacional hay una bandera que tomada por los ingleses en la Batalla de Vuelta de Obligado, fue devuelta a la Nación. Pero la historia de esta devolución es tan emotiva como desconocida y esta nota lo que pretende es narrarla no con el fervor que cualquier argentino desearía, sino con un documento que 40 años más tarde, escribiera uno de los Comandantes de la Fuerza Invasora el Almirante Sullivan, el que el 26 de octubre de 1883, - ya anciano - se presentó al Consulado Argentino en Londres para devolver una Gran Bandera Argentina. El documento expresaba:

“En la batalla de Obligado en el Paraná el 20 de octubre de 1845 un oficial que mandaba la batería principal (era la Manuelita) causó la admiración de los oficiales ingleses que estábamos más cerca de él, por la manera con que animaba a sus hombres y los mantenía al pie de los cañones durante un fuerte fuego cruzado bajo el cual esa batería estaba expuesta. Por más de 6 horas expuso su cuerpo entero. Por prisioneros heridos supimos después que era el coronel Ramón Rodríguez del Regimiento de Patricios de Buenos Aires. Cuando los artilleros fueron muertos, hizo maniobrar los cañones con los soldados de infantería y él mismo ponía la puntería. Cuando el combate estuvo terminado habían perdido 500 hombres entre muertos y heridos de los 800 que él comandaba. Cuando nuestras fuerzas desembarcaron a la tarde y tomaron la batería, con los restos de su fuerza se puso a retaguardia, bajo el fuego cruzado de todos los buques que estaban detrás de la batería, defendiéndola con armas blancas. La bandera de la batería fue arriada por uno de los hombres de mi mando y me fue dada por el oficial inglés de mayor rango. Al ser arriada cayó sobre algunos cuerpos de los caídos y fue manchada con su sangre.

Quiero restituir al Coronel Ramón Rodríguez si vive, o sino al Regimiento de Patricios de Buenos Aires si aún existe, la bandera bajo la cual y en noble defensa de su Patria cayeran tantos de los que en aquella época lo componían. Si el Coronel Rodríguez ha muerto y si el Regimiento de Patricios no existe, yo pediría que cualquiera de los miembros sobrevivientes de su familia que la acepten en recuerdo suyo y de las muy bravas conductas de él, de sus oficiales y de sus soldados en Obligado. Los que luchamos contra él y habíamos presenciado su abnegación y bravura tuvimos grande y sincero placer al saber que habían salido ileso hasta el fin de la acción”.

Almirante Sullivan


La bandera fue remitida a Buenos Aires, y con posterioridad, ante la duda de que el nombre del Coronel Rodríguez como defensor de esa bandera, haya sido puesto por error de Sullivan, el hijo de Juan Bautista Thorne hace la consulta al Sr. Victor J. Elizalde, protagonista de la batalla de Obligado, quien le contesta el 21 de abril de 1891 en estos términos:


“En contestación a su muy apreciable del 20 del presente en la que me pide que como combatiente y testigo ocular en el memorable combate de Obligado le certifique a la vez que le adelante algunos antecedentes sobre la conducta que observó su finado padre el coronel Thorne durante la acción, como también fue el coronel Ramón Rodríguez, jefe de algunas baterías que se formaron para resistir al poderoso enemigo que nos asaltó, le diré a usted:Que el coronel Thorne fue ocupado por el general Mansilla en la construcción y dirección de las fortificaciones, como también se le dio mando de la batería “Manuelita”, de donde se retiró después que las demás baterías habían quemado su último cartucho.Diré a usted además: la brava y serena conducta de su padre mereció del general en jefe y de todos sus compañeros, la aprobación y el aplauso, por el hecho de que el no abandonó el merlón de su batería, y si lo hacía, era cuando veía que sus artilleros no daban en completo y certero blanco.

Cónstame también que le intimó por dos veces la orden de que suspendiera el fuego y se retirara de la batería, pero él contestó: “que sus cañones le imponían hacer fuego hasta vencer o morir”, mereciendo por este desacato el que fuera arrestado en el convento de San Lorenzo adonde fue transportado herido y sordo. Allí mismo el general Mansilla fue a visitarlo y felicitarlo por su conducta, dejando al retirase la orden de que quedaba levantado su arresto.En lo que se refiere al coronel Ramón Rodríguez, le diré que este jefe no tuvo otro rol que el de permanecer a la entrada del monte, de donde salió cuando ya no había defensores en las baterías y el enemigo desembarcó dándole la más franca y soberbia carga a al bayoneta, al frente de su batallón Milicianos de Buenos Aires.

Deseando que le satisfaga esta exposición verídica, lo saluda muy atentamente.



Victor J. Elizalde.





Con el mismo objeto, el hijo de Thorne consultó al historiador Adolfo Saldías, que el 21 de abril de 1891 le contesta en los siguientes términos:





“Estimado amigo:

En respuesta a su estimada carta del 20 del presente mes en la que Ud. se sirve pedirme mi opinión si fue el coronel Ramón Rodríguez o el coronel Juan B. Thorne quien mandaba una de las baterías en el combate de Obligado contra las escuadras aliadas de la Gran Bretaña y de la Francia y quien fue el último que se retiró de ese glorioso campo de batalla, le diré que fue el coronel Thorne.

El coronel Rodríguez, benemérito Oficial del Ejército Auxiliar del Perú y del Republicano contra el Imperio del Brasil, no mandó batería alguna en Obligado.

Según se ve documentado en mi “Historia de Rozas y de la Confederación Argentina”, eran cuatro esas baterías, respectivamente mandada por el mayor Alzogaray, por el teniente Brown, por el teniente Palacios y la del extremo izquierdo por el coronel J. Thorne. El coronel Rodríguez tenía mando del batallón de Patricios de Buenos Aires y estaba de flanco en el extremo derecho, no habiendo en esa línea a sus órdenes más que cuatro cañones al mando del teniente José Serezo.

El combate se inició naturalmente contra las baterías de la derecha; rota la cadena que sujetaba los barcos que formaban línea de atajo al pasaje del río, el fuego de los franceses e ingleses se concentró en la izquierda. A las cuatro de la tarde las baterías habían quemado casi todos los cartuchos y cuando la mortandad y el estrago enseñaban la derrota a los argentinos. Pero la batería de Thorne se sostuvo todavía más de una hora. Diósele la orden de retirarse y contestó que le quedaban municiones.

Retirósele la orden, y entonces, puesto de pié sobre el merlón de la batería y al ir a arengar a los escasos soldados, fue derrumbado en tierra.

El “Philomel” que mandaba el capitán Sullivan y que venía de vanguardia, operó su desembarco en la costa y fue entonces cuando se tomó la bandera de la batería argentina. La bandera argentina del batallón de Patricios de Buenos Aires fue tomada por los marineros franceses y existe en el hospital de inválidos de Paris.

No es dudoso, por lo demás, que un jefe de la relevantes cualidades del coronel Rodríguez habría sido capaz de al acción que le supone el almirante Sullivan, pero precisamente por su antigüedad y por sus condiciones, y en los primeros momentos que se siguieron a la acefalía del mando en jefe, producida la herida que postró al general Mansilla, fue el coronel Rodríguez quien lo asumió, llevando personalmente una carga a la bayoneta sobre los ingleses y franceses que desembarcaron cuando apagaron los fuegos de las tres baterías de la derecha y del centro. Los aliados no desembarcaron por frente a la batería de la izquierda que mandaba Thorne sino a la caída de la tarde, cuando ya no podía tronar allí el cañón argentina.Esta misma comunicación del almirante Sullivan al cónsul argentino en Londres, se publicó en la Tribuna Nacional del 22 de diciembre d 1883, y no hay mas que fijarse en los detalles que da tan caballeresco oficial, y que está perfectamente corroborados por documentos y aún por testigos que obrevivieron, para comprobar que se refieren no al coronel Rodríguez, sino al coronel Thorne.

El cónsul argentina, señor Guerrico, pariente, según tengo entendido, del coronel Rodríguez, quizá por falta de datos no pudo rectificar la verdad de los hechos, a bien que, repito, al coronel Rodríguez no le fue necesario arrebatar gloria a sus compañeros para recoger la que recogió conteniendo a los vencedores con una soberbia carga a la bayoneta, a la cabeza de sus milicianos de Buenos Aires.

Soy su atento S.S. Adolfo Saldías.





Vemos como a estos dos hombres les sobraba heroísmo para llenarse de gloria junto a todos los defensores de la Soberanía Nacional en Vuelta de Obligado.





Fuente: www. lgazeta.com.ar

miércoles, 4 de agosto de 2010

La Quinta de los Escalada

Bernabé Escalada, de profesión abogado fue gobernador de las islas Filipinas donde paralelamente a su función pública realizó distintas actividades comerciales que le permitieron hacerse de un importante capital.


La quinta o “Quintón ”, era de aproximadamente 3 Ha. Y se hallaba en las actuales Monasterio y Av. Caseros incluyendo parte del parque Ameghino.

Las tierras las recibió de sus abuelos José de Salcedo y Juana de Silva y originariamente pertenecieron a la chacra de Rojas y Acevedo que llegaba hasta el Riachuelo.

La quinta estaba separado en dos parcelas por una calle que ya aparecía en el plano de Manso de 181, la actual calle Monasterio; ambas parcelas se hallaban unidas por el contrafrente en tanto el frente de la propiedad daba sobre el “ zanjón de las quintas ” actual Avda. Caseros. Sobre el frente se hallaba la casa, que limitaba al oeste con la propiedad del coronel de marina Tomás Espora y que es necesario resaltar es la única propiedad de ese entonces que aún existe en el barrio.


Ante la ausencia de Bernabé Escalada, su hermana María Eugenia de Escalada de Demaría se hizo cargo del cuidado de la casa y concurría la Flia. Demaría con los medio - hermanos de la Sra. Entre ellos María de los Remedios de Escalada quien luego fuera esposa del Gral San Martín.


No existe ninguna prueba documental sobre el lugar de fallecimiento de María de los Remedios de Escalada de San Martín, dado que el Acta de Defunción firmada por el Dr. Julián Segundo de Aguero no lo consigna.

Unos dicen que murió en la casa de los Escalada que se hallaba ubicada en J.D. Perón y San Martín donde había sido trasladada pocos días antes del fallecimiento.

Otros dicen que el traslado de la enferma que se hallaba en un estado terminal a causa de la tuberculosis desde la quinta hasta la casa en el centro de la ciudad era un sacrificio innecesario .

Ante la falta de pruebas escritas acerca del lugar del deceso, es de vital importancia el testimonio familiar.

Este testimonio, aparece publicado en el año 1893 en el libro “Hojas Históricas” escrito por el Dr. Adolfo Carranza.

Al Dr. Carranza descendiente de la familia Escalada, la dolorosa escena le fue transmitida por su tía abuela Trinidad Demaría de Almeyda ( sobrina de María de los Remedios de Escalada) quien fue testigo presencial del hecho.

Allí manifiesta que estaba abatida y enferma y su estado empeoró con la muerte de su padre. Los médicos le aconsejan que salga al campo y fue con su familia a la casa de su hermano Bernabé donde falleció tísica el 3 de agosto de 1822. La muerte de María de los Remedios contribuyó a la disgregación del núcleo familiar.

Posteriormente su hermano Bernabé vendió las quintas y las compró José Twaites ( antepasado del Perito Moreno), en 1830, son vendidas al doctor Bernardo Velez, quien en 1839 las cede a Genara Peña de Bunge. Los herederos de esta última la vendieron en 1861 a Don Gabriel José Martínez, quien en 1863 la permutó con el doctor Miguel Navarro Viola. De la sucesión de Miguel Navarro Viola fallecido en 1890 surge el primer plano conocido de la propiedad con los agregados de los distintos propietarios que le sucedieron a Bernabé Escalada le fueron realizando.

Es justo destacar que hasta esta casa llegó el Gral. José de San Martín en busca de su hija previo a su exilio en Europa.

Pensemos por un momento que, quien fue “primus ínter pares”,caminó por nuestro barrio.

Lamentablemente no quedan rastros de esta propiedad, pero tomemos esto como ejemplo para recapacitar y evitar que sigan desapareciendo testimonios del acervo histórico de nuestro barrio, no solo por acción del tiempo, también por el expolio de obra de arte que hemos sufrido.

Recordemos que: quienes olvidan el pasado, pierden el presente y carecen de futuro; y que conocer nuestra aldea es conocer el mundo.
Gracias Roberto Oscar Requejo

jueves, 8 de julio de 2010

TRES SARGENTOS

En la zona de retiro hay una calle, mas bien una cortada, llamada “Tres Sargentos”


Siempre me llamó la atención este nombre.

Se llama así por la llamada “Acción de los Tres Sargentos”, sucedida en 1813.

Después de Vilcapugio, y a pesar de su victoria, las fuerzas realistas carecían de abastecimientos y medios de transporte como para marchar en persecución de las tropas de Belgrano. Este supo sacar partido de tales circunstancias y procuró hostilizar constantemente a sus enemigos por medio de partidas aisladas que los atacaban por sorpresa. En estas refriegas comenzó a distinguirse por su extraordinaria temeridad el futuro general Gregorio Aráoz de La Madrid, que entonces ostentaba el grado de teniente del cuerpo de Dragones. Merece recordarse, por el arrojo de sus principales protagonistas –los soldados Mariano Gómez, Santiago Albarracín y Juan Bautista Salazar-, la acción de Tambo Nuevo, que el mismo La Madrid nos relata en sus Memorias:




“Llega la hora señalada y se me presentan los bomberos (espías) con la noticia de haber dejado (los realistas) en Tambo Nuevo una compañía como de 40 a 50 infantes…. En el acto de recibir esta noticia mandé montar a caballo a mis 14 hombres, incluso el baqueano Reynaga, y… me dirigí a sorprender la compañía, pues ésta venía seguramente (como lo afirmaron después los prisioneros) a tomarme la espalda por la quebrada…. Emprendí mi marcha, en efecto, en esta dirección, mandando por delante a Gómez, Albarracín y Salazar, con los indios que acababan de llegar con la noticia, en clase de descubridores. Seguía mi marcha en este orden, con mi baqueano Reynaga a mi lado, y habían pasado ya algunas horas, cuando se me presenta Albarracín avisándome de parte de Mariano Gómez, que encabezaba la descubierta, que venía en marcha conduciendo prisionera a la guardia (realista). Gustosamente sorprendido con esta noticia pregunté… ¿Cómo han obrado ustedes ese prodigio? Continuando mi marcha, me refiere Albarracín que, al asomar los tres hombres el portezuelo de Tambo Nuevo, habiendo señalado el baqueano el rancho en que estaba colocada la guardia….. aproximándose Gómez al momento, le propuso a sus dos compañeros si se animaban a echarse con él sobre aquella guardia que dormía, y cuyos fusiles se descubrían arrimados a la pared con la luz de la lámpara: habiéndole contestado ellos que sí, se precipitan los tres con los dos indios que los guiaban, sobre la puerta del rancho, y que desmontado Gómez en la puerta con sable en mano, dio el grito de “ninguno se mueva”, a cuyo tiempo, abrazándose de los 11 fusiles que estaban arrimados, se los alcanzó a los dos indios; que enseguida hizo salir y formar afuera a los 11 hombres y los echó por delante, habiéndose colocado el exponente a la cabeza, Salazar al centro y Gómez ocupó la retaguardia, suponiéndose oficial y haciendo marchar a los dos indios con los fusiles por delante. Mientras Albarracín me informaba de todo esto, presentóseme Gómez con sus diez prisioneros (ocho soldados y dos cabos), diciéndome que el sargento que mandaba esta guardia, se le había escapado tirándose cerro abajo al descender por un desfiladero, y que no había querido perseguirlo por temor de exponerse a que pudiesen fugar los demás…”.


Como consecuencia de esta acción, los soldados Gómez, Albarracín y Salazar fueron ascendidos a sargentos, conociéndoselos en adelante como “los sargentos de Tambo Nuevo”. También el general Belgrano les obsequió con los mejores caballos que tenía, especialmente a Gómez, a quien le regaló un hermosísimo caballo blanco.




Poco tiempo después, el sargento Mariano Gómez ofreció al general Belgrano, “traerle los mejores caballos o mulas del ejército enemigo”. La Madrid relata también este episodio en sus Memorias: “La noche los favoreció porque se puso muy nebulosa, pues al rayar el siguiente día se presentó Gómez al general con sus dos compañeros (los sargentos de Tambo Nuevo, Albarracín y Salazar) y le entregó once hermosas mulas de jefes y oficiales que logró sacar del campamento enemigo, cortando con sus cuchillos los lazos en que estaban amarradas a las estacas de las tiendas, mientras sus compañeros velaban montados y teniéndole su caballo; para comprobante de esa verdad traían atadas todas ellas al pescuezo pedazos de lazos. Al salir con ellas fueron sentidos por un centinela y perseguidos, sufriendo una descarga al pasar descendiendo la cuesta por cerca de la guardia, y cuyos tiros se sintieron en nuestro campo; pero ellos se salvaron con su presa y el general les regaló once onzas de oro”.



El Sargento Gómez, tucumano, murió fusilado por los realistas en Humahuaca en 1814; el Sargento Salazar murió en combate ese mismo año y el Sargento Albarracín murió en 1840, con el grado de Comandante de milicias, ambos eran cordobeses . Una calle de Buenos Aires los recuerda con el nombre de Tres Sargentos.



Fuente

Aráoz de La Madrid, Gregorio – Memorias

Crónica Argentina, Nº 18 – Ed.Codex.

miércoles, 7 de julio de 2010

CUANDO BRASIL QUIZO INVADIR CARMEN DE PATAGONES

El Carmen de Patagones, asentado a horcajadas sobre la gran corriente fluvial rionegrina, vivió largos años en plena soledad. Pero a pesar de ello tuvo momentos de grandes urgencias, de tremendas responsabilidades, tales los vividos en el año 1827 cuando supo enfrentar y vencer una bien organizada expedición brasileña integrada por 613 hombres bajo el mando del capitán de fragata ingles James Shepherd.


Desde diciembre de 1825 Argentina se hallaba en guerra con el imperio del Brasil. El derecho de pertenencia del territorio actualmente uruguayo había provocado el conflicto.

A raíz del bloqueo del puerto de Buenos Aires por la escuadra imperial, el apostadero naval rionegrino se había transformado en el seguro refugio de nuestros corsarios que atacaban valientemente el poderío naval enemigo.

El botín de guerra, los negros esclavos arrancados a los veleros que se dedicaban a tan infame tráfico, los prisioneros, todo era desembarcado en Patagones, lo que dio origen a una activación inusitada en la vida maragata de aquel entonces. La riqueza llego a la zona y la familias hasta ese momento de vivir sencillo, aldeano, conocieron el lujo traducido en muebles finísimos, porcelanas, tapices, pianos, sedas, encajes, en fin, todo un mundo de “Las mil y una noches” que trastocó el clima apacible y monótono del último pueblo de la tierra, como alguna vez se le llamó a Carmen de Patagones.

Brasil se sintió herido profundamente en sus intereses por el éxito del ataque de los corsarios a su comercio marítimo y con el fin de arrastrar batería y población del punto que había alcanzado a asumir tan importante papel en la guerra, resolvió enviar una poderosa escuadra al Río Negro.


El 28 de febrero de 1827 cuatro naves forzaron la barra. Una de ellas varó y se hundió pocos días después. Desde la batería de la boca se hostilizó a la fuerza invasora; pero sin resultado, dado la escasez de municiones. En esta acción los criollos perdieron dos soldados de la infantería negra del coronel Felipe Pereyra y un oficial corsario, el valiente Fiori, “a quien su bravura condujo a una muerte gloriosa”.


Durante seis días los imperiales actuaron con demora y desorientación, dando tiempo a Patagones a organizarse y a poner al fuerte en estado de defensa.

El 6 de marzo, a las 21, los brasileños echaron a tierra un grupo explorador a legua y media de la batería de la boca. Luego de un reconocimiento de la zona, el citado grupo se repliega hacia la costa donde permanecía embarcado el grueso de la expedición. Se supone que desde las 23, aproximadamente, los brasileños realizan las tareas de desembarco de una columna de infantería que tendrá por misión atacar el fuerte de Patagones. Después de las dos de la madrugada del día 7, dicha columna de infantería emprende la marcha en dirección al Carmen. Al principio mal conducida por su baqueano, se pierde en el monte, mas luego, retomando buen camino, aparece el Cerro de la Caballada al amanecer.

Carmen de Patagones esperaba a pie firme al invasor. En el monte, el subteniente mendocino don Sebastian Olivera y sus ochenta milicianos (chacareros, hacendados, artesanos y comerciantes, más los gauchos del baqueano José Luis Molina); en el río, los corsarios Jaime Harris, Soulin y Dautant y sus tripulaciones bajo las ordenes del Comandante Santiago Jorge Bynon y en el fuerte las mujeres, los niños y los viejos junto a la infantería negra del Coronel Pereyra, dispuestos todos a vender cara la vida y a defender hasta a la última gota de sangre el honor de la nación.


COMBATE DEL 7 DE MARZO


Serían las 6:30 de la mañana cuando las armas invasoras brillaron al sol sobre el cerro. Nuestros buques les asestaron sus cañones y si bien sus tiros no hicieron blanco por la situación de la columna brasileña sobre uno de los flancos del paraje, expresaron elocuentemente la energía con que se había preparado la defensa.

Olivera, en tanto, realizaba desde su posición una descarga de fusilería que dejaba agonizante, en el suelo pedregoso, al jefe de la expedición imperial, Capitán Shepherd. La columna, agotada ya por la larga marcha de la noche anterior y sedienta, viéndose sin jefe, sintió quebrada su moral y comenzó a retroceder buscando su salvación en la costa del río; pero Olivera, en formidable carga de caballería, la arrolló y quitándole el recurso del agua al metió en el monte que, envuelto en llamas, era un verdadero infierno.

El arrojado subteniente mendocino, a cuyas órdenes peleaban el pueblo y los gauchos de Molina, se incorporaba ese día a los anales del Ejercito Argentino como una clara figura de epopeya.

En tanto esto ocurría en tierra, el comandante Bynon, viendo que la población no corría peligro ya, bajó sus naves en procura de la escuadra imperial, asaltando y rindiendo dos de sus tres buques: el bergantín Escudiera y la goleta Constancia.

Sólo la Itaparica, la esbelta corbeta, quedaba por tomar; era el último reducto de los invasores, pues su tropa terrestre ya había rendido sus armas al atardecer.

Bynon marinó con tropa republicana a los dos barcos apresados y los incorporó a los cuatro vencedores: la Bella Flor (la capitana), del propio Bynon; la Emperatriz, de Harris; la Chiquinha, de Soulin, y el Oriental Argentino, de Dautant.

Con su escuadrilla así reforzada, el bravo marino galés se dirigió hacia al Itaparica y le intimó rendición. El comandante brasileño ordenó a sus hombres a responder a cañonazos; pero éstos no le obedecieron y debió rendirse sin otra condición que la de ser tratado como prisionero de guerra.

Tirados los ganchos y las escalas desde la Bella Flor, el primero que salta a la Itaparica es Juan Bautista Thorne, un valiente marino norteamericano, a quien correspondió también el honor de arriar el pabellón de combate brasileño.

Eran las 22 horas. Los postreros resplandores del incendio iluminaban el horizonte. Los cañones acallados, habían dejado un extraño silencio en el río y en los cerros, silencio que se hacía más profundo en el rítmico galopar de los cascos de un caballo. Era el mensajero de la victoria, Marcelino Crespo, un muchacho d e17 años que, en pelo, iba llevando al fuerte la noticia de la rendición de las tropas invasoras.

Hoy nos toca recordar los nombres de los gloriosos protagonistas de aquella hazaña. Que ninguno quede sin nuestra veneración.

Los extranjeros Bynon, Harris, Soulin, Dautant, Thorne y toda la oficialidad y tripulación de la escusdrilla corsaria y los bravos negros y el oficial Fiori, cuya sangre regó el suelo patrio, y los criollos Olivera, Pereyra, el alférez Melchor Gutiérrez y Molina y sus gauchos y los pobladores de ambas bandas, cuyos apellidos Guerrero, ocampo, Murguiondo, Pita, Araque, García, Cabrera, Guardiola, Crespo, Otero, Calvo, Ibañez, Pinta, Valer, Rial, Maestre, León, Martínez, Miguel, Román, Vázquez, Herrero, Bartruille, Alfaro, Alvarez, han servido para afirmar lo que puede un pueblo cuando se levanta en armas en defensa de sus libertades y de la integridad del solar nativo.

“Siete banderas se tomaron a los invasores en al acción del 7 de marzo de 1827. El pueblo, henchido de entusiasmo y de agradecimiento, depositó los trofeos bajo la custodia de la Patrona, Nuestra señora del Carmen, dos de los cuales aún se conservan en la Iglesia Parroquial de Patagones.

Cuenta la tradición que Ambrosio Mitre, uno de los defensores cuando la invasión imperial, al día siguiente de ser depositadas las banderas en la capilla del fuerte, llevó a su hijo Bartolomé y a los pies de las mismas le hizo jurar eterno amor a la Patria.”




martes, 6 de julio de 2010

UNA DURA ADVERTENCIA

Don Pedro de Cevallos viene a cumplir un importante rol, designado directamente por el monarca español. Se requería que España estuviese claramente representada en la lucha contra los portugueses, por la Banda Oriental del Uruguay.
Don Pedro Antonio de Cevallos, Gobernador y Comandante General de Madrid y su distrito, Comandante General de las Fuerzas de Tierra y Mar destinadas a la América Meridional, Virrey Gobernador y Capitán General de las Provincias del Río de la Plata, Buenos Aires, Paraguay, Tucumán, Potosí, Santa Cruz de la Sierra, Charcas y de las ciudades y Pueblos de Mendoza y de San Juan, Superior Presidente de la Real Audiencia de Charcas y Superintendente General de Real Hacienda en todos los Ramos y Productos de ella. (...)


Hago saber a los Gobernadores y Comandantes Portugueses en América Meridional que de orden del Rey, mi Amo, he venido a estas regiones a tomar satisfacción de las injurias que las Armas del Rey Fidelísimo han cometido contra los dominios, vasallos, tropa y pabellón español, abusando de la moderación, magnanimidad y escrupulosa buena fe del Rey y publicando mendaces Manifiestos en que para paliar sus excesos se atreven a calumniar de agresores a los mismos comandantes españoles, a quienes han asaltado bajo el seguro de la paz y buena armonía de los respectivos soberanos.

Declaro además para que nunca pueda alegarse o suponerse ficción y dolo en mis operaciones, que éstas se dirigirán también a recurperar los dilatados países pertenecientes a la Corona de Castilla, que la de Portugal ha usurpado ilegítimamente en esta parte del mundo.

Que me hallo noticioso de que después que las armas portuguesas obtuvieron su ya notorio designio de apoderarse fraudulentamente de la Banda Meridional del Río Grande de San Pedro y ocuparon poco antes el Fuerte de Santa Tecla, escribió el comandante General de las Tropas portuguesas Don Juan Henrique Bohm, como el Gobernador de la Colonia del Sacramento Don Francisco Josef de la Rocha al Gobernador de Buenos Aires, Don Juan Josef de Vertiz, tenían orden del Virrey del Brasil de significarle la habían recibido para cesar en todas las hostilidades y procedimientos que pareciesen contrarios a la buena paz y amistad que S.S.M.M. Católica y Fidelísima querían se cultivase entre ambas Naciones; que dichas ordenes expresaban debía esta amistad ser recíproca en inteligencia de que quien quebrantase bajo cualquier pretexto la amigable correspondencia sería reputado agresor contra las mismas ordenes y responsable de todas las consecuencias que se siguiesen de semejantes procedimientos...

Debo yo advertir y prevenir a los gobernadores, comandantes y oficiales portugueses de mar y tierra, para que no aleguen ignorancia. Vengo a estos paises plenamente autorizado por S.M. para vindicar los derechos de su Corona y solicitar por medio de las armas el desagravio del Real decoro, y que soy portador de las últimas determinaciones de mi soberano, ya arriba enunciadas, las cuales deben calificarse como forzosas e inevitables consecuencias de los mismos atentados cometidos por los portugueses sin respeto, ni consideración alguna a las seguridades, reiteradamente dadas, ni a la negociación entablada entre ambas cortes la cual era tan positiva y sincera de parte del Ministerio Español como aparente y capciosa de parte del Lusitano.

A bordo del navío el Poderoso, a Veinte de Febrero de mil setecientos setenta y siete.

Don Pedro de Cevallos.



Posteriormente cumple su advertencia y recupera Colonia del Sacramento