miércoles, 4 de agosto de 2010

La Quinta de los Escalada

Bernabé Escalada, de profesión abogado fue gobernador de las islas Filipinas donde paralelamente a su función pública realizó distintas actividades comerciales que le permitieron hacerse de un importante capital.


La quinta o “Quintón ”, era de aproximadamente 3 Ha. Y se hallaba en las actuales Monasterio y Av. Caseros incluyendo parte del parque Ameghino.

Las tierras las recibió de sus abuelos José de Salcedo y Juana de Silva y originariamente pertenecieron a la chacra de Rojas y Acevedo que llegaba hasta el Riachuelo.

La quinta estaba separado en dos parcelas por una calle que ya aparecía en el plano de Manso de 181, la actual calle Monasterio; ambas parcelas se hallaban unidas por el contrafrente en tanto el frente de la propiedad daba sobre el “ zanjón de las quintas ” actual Avda. Caseros. Sobre el frente se hallaba la casa, que limitaba al oeste con la propiedad del coronel de marina Tomás Espora y que es necesario resaltar es la única propiedad de ese entonces que aún existe en el barrio.


Ante la ausencia de Bernabé Escalada, su hermana María Eugenia de Escalada de Demaría se hizo cargo del cuidado de la casa y concurría la Flia. Demaría con los medio - hermanos de la Sra. Entre ellos María de los Remedios de Escalada quien luego fuera esposa del Gral San Martín.


No existe ninguna prueba documental sobre el lugar de fallecimiento de María de los Remedios de Escalada de San Martín, dado que el Acta de Defunción firmada por el Dr. Julián Segundo de Aguero no lo consigna.

Unos dicen que murió en la casa de los Escalada que se hallaba ubicada en J.D. Perón y San Martín donde había sido trasladada pocos días antes del fallecimiento.

Otros dicen que el traslado de la enferma que se hallaba en un estado terminal a causa de la tuberculosis desde la quinta hasta la casa en el centro de la ciudad era un sacrificio innecesario .

Ante la falta de pruebas escritas acerca del lugar del deceso, es de vital importancia el testimonio familiar.

Este testimonio, aparece publicado en el año 1893 en el libro “Hojas Históricas” escrito por el Dr. Adolfo Carranza.

Al Dr. Carranza descendiente de la familia Escalada, la dolorosa escena le fue transmitida por su tía abuela Trinidad Demaría de Almeyda ( sobrina de María de los Remedios de Escalada) quien fue testigo presencial del hecho.

Allí manifiesta que estaba abatida y enferma y su estado empeoró con la muerte de su padre. Los médicos le aconsejan que salga al campo y fue con su familia a la casa de su hermano Bernabé donde falleció tísica el 3 de agosto de 1822. La muerte de María de los Remedios contribuyó a la disgregación del núcleo familiar.

Posteriormente su hermano Bernabé vendió las quintas y las compró José Twaites ( antepasado del Perito Moreno), en 1830, son vendidas al doctor Bernardo Velez, quien en 1839 las cede a Genara Peña de Bunge. Los herederos de esta última la vendieron en 1861 a Don Gabriel José Martínez, quien en 1863 la permutó con el doctor Miguel Navarro Viola. De la sucesión de Miguel Navarro Viola fallecido en 1890 surge el primer plano conocido de la propiedad con los agregados de los distintos propietarios que le sucedieron a Bernabé Escalada le fueron realizando.

Es justo destacar que hasta esta casa llegó el Gral. José de San Martín en busca de su hija previo a su exilio en Europa.

Pensemos por un momento que, quien fue “primus ínter pares”,caminó por nuestro barrio.

Lamentablemente no quedan rastros de esta propiedad, pero tomemos esto como ejemplo para recapacitar y evitar que sigan desapareciendo testimonios del acervo histórico de nuestro barrio, no solo por acción del tiempo, también por el expolio de obra de arte que hemos sufrido.

Recordemos que: quienes olvidan el pasado, pierden el presente y carecen de futuro; y que conocer nuestra aldea es conocer el mundo.
Gracias Roberto Oscar Requejo

jueves, 8 de julio de 2010

TRES SARGENTOS

En la zona de retiro hay una calle, mas bien una cortada, llamada “Tres Sargentos”


Siempre me llamó la atención este nombre.

Se llama así por la llamada “Acción de los Tres Sargentos”, sucedida en 1813.

Después de Vilcapugio, y a pesar de su victoria, las fuerzas realistas carecían de abastecimientos y medios de transporte como para marchar en persecución de las tropas de Belgrano. Este supo sacar partido de tales circunstancias y procuró hostilizar constantemente a sus enemigos por medio de partidas aisladas que los atacaban por sorpresa. En estas refriegas comenzó a distinguirse por su extraordinaria temeridad el futuro general Gregorio Aráoz de La Madrid, que entonces ostentaba el grado de teniente del cuerpo de Dragones. Merece recordarse, por el arrojo de sus principales protagonistas –los soldados Mariano Gómez, Santiago Albarracín y Juan Bautista Salazar-, la acción de Tambo Nuevo, que el mismo La Madrid nos relata en sus Memorias:




“Llega la hora señalada y se me presentan los bomberos (espías) con la noticia de haber dejado (los realistas) en Tambo Nuevo una compañía como de 40 a 50 infantes…. En el acto de recibir esta noticia mandé montar a caballo a mis 14 hombres, incluso el baqueano Reynaga, y… me dirigí a sorprender la compañía, pues ésta venía seguramente (como lo afirmaron después los prisioneros) a tomarme la espalda por la quebrada…. Emprendí mi marcha, en efecto, en esta dirección, mandando por delante a Gómez, Albarracín y Salazar, con los indios que acababan de llegar con la noticia, en clase de descubridores. Seguía mi marcha en este orden, con mi baqueano Reynaga a mi lado, y habían pasado ya algunas horas, cuando se me presenta Albarracín avisándome de parte de Mariano Gómez, que encabezaba la descubierta, que venía en marcha conduciendo prisionera a la guardia (realista). Gustosamente sorprendido con esta noticia pregunté… ¿Cómo han obrado ustedes ese prodigio? Continuando mi marcha, me refiere Albarracín que, al asomar los tres hombres el portezuelo de Tambo Nuevo, habiendo señalado el baqueano el rancho en que estaba colocada la guardia….. aproximándose Gómez al momento, le propuso a sus dos compañeros si se animaban a echarse con él sobre aquella guardia que dormía, y cuyos fusiles se descubrían arrimados a la pared con la luz de la lámpara: habiéndole contestado ellos que sí, se precipitan los tres con los dos indios que los guiaban, sobre la puerta del rancho, y que desmontado Gómez en la puerta con sable en mano, dio el grito de “ninguno se mueva”, a cuyo tiempo, abrazándose de los 11 fusiles que estaban arrimados, se los alcanzó a los dos indios; que enseguida hizo salir y formar afuera a los 11 hombres y los echó por delante, habiéndose colocado el exponente a la cabeza, Salazar al centro y Gómez ocupó la retaguardia, suponiéndose oficial y haciendo marchar a los dos indios con los fusiles por delante. Mientras Albarracín me informaba de todo esto, presentóseme Gómez con sus diez prisioneros (ocho soldados y dos cabos), diciéndome que el sargento que mandaba esta guardia, se le había escapado tirándose cerro abajo al descender por un desfiladero, y que no había querido perseguirlo por temor de exponerse a que pudiesen fugar los demás…”.


Como consecuencia de esta acción, los soldados Gómez, Albarracín y Salazar fueron ascendidos a sargentos, conociéndoselos en adelante como “los sargentos de Tambo Nuevo”. También el general Belgrano les obsequió con los mejores caballos que tenía, especialmente a Gómez, a quien le regaló un hermosísimo caballo blanco.




Poco tiempo después, el sargento Mariano Gómez ofreció al general Belgrano, “traerle los mejores caballos o mulas del ejército enemigo”. La Madrid relata también este episodio en sus Memorias: “La noche los favoreció porque se puso muy nebulosa, pues al rayar el siguiente día se presentó Gómez al general con sus dos compañeros (los sargentos de Tambo Nuevo, Albarracín y Salazar) y le entregó once hermosas mulas de jefes y oficiales que logró sacar del campamento enemigo, cortando con sus cuchillos los lazos en que estaban amarradas a las estacas de las tiendas, mientras sus compañeros velaban montados y teniéndole su caballo; para comprobante de esa verdad traían atadas todas ellas al pescuezo pedazos de lazos. Al salir con ellas fueron sentidos por un centinela y perseguidos, sufriendo una descarga al pasar descendiendo la cuesta por cerca de la guardia, y cuyos tiros se sintieron en nuestro campo; pero ellos se salvaron con su presa y el general les regaló once onzas de oro”.



El Sargento Gómez, tucumano, murió fusilado por los realistas en Humahuaca en 1814; el Sargento Salazar murió en combate ese mismo año y el Sargento Albarracín murió en 1840, con el grado de Comandante de milicias, ambos eran cordobeses . Una calle de Buenos Aires los recuerda con el nombre de Tres Sargentos.



Fuente

Aráoz de La Madrid, Gregorio – Memorias

Crónica Argentina, Nº 18 – Ed.Codex.

miércoles, 7 de julio de 2010

CUANDO BRASIL QUIZO INVADIR CARMEN DE PATAGONES

El Carmen de Patagones, asentado a horcajadas sobre la gran corriente fluvial rionegrina, vivió largos años en plena soledad. Pero a pesar de ello tuvo momentos de grandes urgencias, de tremendas responsabilidades, tales los vividos en el año 1827 cuando supo enfrentar y vencer una bien organizada expedición brasileña integrada por 613 hombres bajo el mando del capitán de fragata ingles James Shepherd.


Desde diciembre de 1825 Argentina se hallaba en guerra con el imperio del Brasil. El derecho de pertenencia del territorio actualmente uruguayo había provocado el conflicto.

A raíz del bloqueo del puerto de Buenos Aires por la escuadra imperial, el apostadero naval rionegrino se había transformado en el seguro refugio de nuestros corsarios que atacaban valientemente el poderío naval enemigo.

El botín de guerra, los negros esclavos arrancados a los veleros que se dedicaban a tan infame tráfico, los prisioneros, todo era desembarcado en Patagones, lo que dio origen a una activación inusitada en la vida maragata de aquel entonces. La riqueza llego a la zona y la familias hasta ese momento de vivir sencillo, aldeano, conocieron el lujo traducido en muebles finísimos, porcelanas, tapices, pianos, sedas, encajes, en fin, todo un mundo de “Las mil y una noches” que trastocó el clima apacible y monótono del último pueblo de la tierra, como alguna vez se le llamó a Carmen de Patagones.

Brasil se sintió herido profundamente en sus intereses por el éxito del ataque de los corsarios a su comercio marítimo y con el fin de arrastrar batería y población del punto que había alcanzado a asumir tan importante papel en la guerra, resolvió enviar una poderosa escuadra al Río Negro.


El 28 de febrero de 1827 cuatro naves forzaron la barra. Una de ellas varó y se hundió pocos días después. Desde la batería de la boca se hostilizó a la fuerza invasora; pero sin resultado, dado la escasez de municiones. En esta acción los criollos perdieron dos soldados de la infantería negra del coronel Felipe Pereyra y un oficial corsario, el valiente Fiori, “a quien su bravura condujo a una muerte gloriosa”.


Durante seis días los imperiales actuaron con demora y desorientación, dando tiempo a Patagones a organizarse y a poner al fuerte en estado de defensa.

El 6 de marzo, a las 21, los brasileños echaron a tierra un grupo explorador a legua y media de la batería de la boca. Luego de un reconocimiento de la zona, el citado grupo se repliega hacia la costa donde permanecía embarcado el grueso de la expedición. Se supone que desde las 23, aproximadamente, los brasileños realizan las tareas de desembarco de una columna de infantería que tendrá por misión atacar el fuerte de Patagones. Después de las dos de la madrugada del día 7, dicha columna de infantería emprende la marcha en dirección al Carmen. Al principio mal conducida por su baqueano, se pierde en el monte, mas luego, retomando buen camino, aparece el Cerro de la Caballada al amanecer.

Carmen de Patagones esperaba a pie firme al invasor. En el monte, el subteniente mendocino don Sebastian Olivera y sus ochenta milicianos (chacareros, hacendados, artesanos y comerciantes, más los gauchos del baqueano José Luis Molina); en el río, los corsarios Jaime Harris, Soulin y Dautant y sus tripulaciones bajo las ordenes del Comandante Santiago Jorge Bynon y en el fuerte las mujeres, los niños y los viejos junto a la infantería negra del Coronel Pereyra, dispuestos todos a vender cara la vida y a defender hasta a la última gota de sangre el honor de la nación.


COMBATE DEL 7 DE MARZO


Serían las 6:30 de la mañana cuando las armas invasoras brillaron al sol sobre el cerro. Nuestros buques les asestaron sus cañones y si bien sus tiros no hicieron blanco por la situación de la columna brasileña sobre uno de los flancos del paraje, expresaron elocuentemente la energía con que se había preparado la defensa.

Olivera, en tanto, realizaba desde su posición una descarga de fusilería que dejaba agonizante, en el suelo pedregoso, al jefe de la expedición imperial, Capitán Shepherd. La columna, agotada ya por la larga marcha de la noche anterior y sedienta, viéndose sin jefe, sintió quebrada su moral y comenzó a retroceder buscando su salvación en la costa del río; pero Olivera, en formidable carga de caballería, la arrolló y quitándole el recurso del agua al metió en el monte que, envuelto en llamas, era un verdadero infierno.

El arrojado subteniente mendocino, a cuyas órdenes peleaban el pueblo y los gauchos de Molina, se incorporaba ese día a los anales del Ejercito Argentino como una clara figura de epopeya.

En tanto esto ocurría en tierra, el comandante Bynon, viendo que la población no corría peligro ya, bajó sus naves en procura de la escuadra imperial, asaltando y rindiendo dos de sus tres buques: el bergantín Escudiera y la goleta Constancia.

Sólo la Itaparica, la esbelta corbeta, quedaba por tomar; era el último reducto de los invasores, pues su tropa terrestre ya había rendido sus armas al atardecer.

Bynon marinó con tropa republicana a los dos barcos apresados y los incorporó a los cuatro vencedores: la Bella Flor (la capitana), del propio Bynon; la Emperatriz, de Harris; la Chiquinha, de Soulin, y el Oriental Argentino, de Dautant.

Con su escuadrilla así reforzada, el bravo marino galés se dirigió hacia al Itaparica y le intimó rendición. El comandante brasileño ordenó a sus hombres a responder a cañonazos; pero éstos no le obedecieron y debió rendirse sin otra condición que la de ser tratado como prisionero de guerra.

Tirados los ganchos y las escalas desde la Bella Flor, el primero que salta a la Itaparica es Juan Bautista Thorne, un valiente marino norteamericano, a quien correspondió también el honor de arriar el pabellón de combate brasileño.

Eran las 22 horas. Los postreros resplandores del incendio iluminaban el horizonte. Los cañones acallados, habían dejado un extraño silencio en el río y en los cerros, silencio que se hacía más profundo en el rítmico galopar de los cascos de un caballo. Era el mensajero de la victoria, Marcelino Crespo, un muchacho d e17 años que, en pelo, iba llevando al fuerte la noticia de la rendición de las tropas invasoras.

Hoy nos toca recordar los nombres de los gloriosos protagonistas de aquella hazaña. Que ninguno quede sin nuestra veneración.

Los extranjeros Bynon, Harris, Soulin, Dautant, Thorne y toda la oficialidad y tripulación de la escusdrilla corsaria y los bravos negros y el oficial Fiori, cuya sangre regó el suelo patrio, y los criollos Olivera, Pereyra, el alférez Melchor Gutiérrez y Molina y sus gauchos y los pobladores de ambas bandas, cuyos apellidos Guerrero, ocampo, Murguiondo, Pita, Araque, García, Cabrera, Guardiola, Crespo, Otero, Calvo, Ibañez, Pinta, Valer, Rial, Maestre, León, Martínez, Miguel, Román, Vázquez, Herrero, Bartruille, Alfaro, Alvarez, han servido para afirmar lo que puede un pueblo cuando se levanta en armas en defensa de sus libertades y de la integridad del solar nativo.

“Siete banderas se tomaron a los invasores en al acción del 7 de marzo de 1827. El pueblo, henchido de entusiasmo y de agradecimiento, depositó los trofeos bajo la custodia de la Patrona, Nuestra señora del Carmen, dos de los cuales aún se conservan en la Iglesia Parroquial de Patagones.

Cuenta la tradición que Ambrosio Mitre, uno de los defensores cuando la invasión imperial, al día siguiente de ser depositadas las banderas en la capilla del fuerte, llevó a su hijo Bartolomé y a los pies de las mismas le hizo jurar eterno amor a la Patria.”




martes, 6 de julio de 2010

UNA DURA ADVERTENCIA

Don Pedro de Cevallos viene a cumplir un importante rol, designado directamente por el monarca español. Se requería que España estuviese claramente representada en la lucha contra los portugueses, por la Banda Oriental del Uruguay.
Don Pedro Antonio de Cevallos, Gobernador y Comandante General de Madrid y su distrito, Comandante General de las Fuerzas de Tierra y Mar destinadas a la América Meridional, Virrey Gobernador y Capitán General de las Provincias del Río de la Plata, Buenos Aires, Paraguay, Tucumán, Potosí, Santa Cruz de la Sierra, Charcas y de las ciudades y Pueblos de Mendoza y de San Juan, Superior Presidente de la Real Audiencia de Charcas y Superintendente General de Real Hacienda en todos los Ramos y Productos de ella. (...)


Hago saber a los Gobernadores y Comandantes Portugueses en América Meridional que de orden del Rey, mi Amo, he venido a estas regiones a tomar satisfacción de las injurias que las Armas del Rey Fidelísimo han cometido contra los dominios, vasallos, tropa y pabellón español, abusando de la moderación, magnanimidad y escrupulosa buena fe del Rey y publicando mendaces Manifiestos en que para paliar sus excesos se atreven a calumniar de agresores a los mismos comandantes españoles, a quienes han asaltado bajo el seguro de la paz y buena armonía de los respectivos soberanos.

Declaro además para que nunca pueda alegarse o suponerse ficción y dolo en mis operaciones, que éstas se dirigirán también a recurperar los dilatados países pertenecientes a la Corona de Castilla, que la de Portugal ha usurpado ilegítimamente en esta parte del mundo.

Que me hallo noticioso de que después que las armas portuguesas obtuvieron su ya notorio designio de apoderarse fraudulentamente de la Banda Meridional del Río Grande de San Pedro y ocuparon poco antes el Fuerte de Santa Tecla, escribió el comandante General de las Tropas portuguesas Don Juan Henrique Bohm, como el Gobernador de la Colonia del Sacramento Don Francisco Josef de la Rocha al Gobernador de Buenos Aires, Don Juan Josef de Vertiz, tenían orden del Virrey del Brasil de significarle la habían recibido para cesar en todas las hostilidades y procedimientos que pareciesen contrarios a la buena paz y amistad que S.S.M.M. Católica y Fidelísima querían se cultivase entre ambas Naciones; que dichas ordenes expresaban debía esta amistad ser recíproca en inteligencia de que quien quebrantase bajo cualquier pretexto la amigable correspondencia sería reputado agresor contra las mismas ordenes y responsable de todas las consecuencias que se siguiesen de semejantes procedimientos...

Debo yo advertir y prevenir a los gobernadores, comandantes y oficiales portugueses de mar y tierra, para que no aleguen ignorancia. Vengo a estos paises plenamente autorizado por S.M. para vindicar los derechos de su Corona y solicitar por medio de las armas el desagravio del Real decoro, y que soy portador de las últimas determinaciones de mi soberano, ya arriba enunciadas, las cuales deben calificarse como forzosas e inevitables consecuencias de los mismos atentados cometidos por los portugueses sin respeto, ni consideración alguna a las seguridades, reiteradamente dadas, ni a la negociación entablada entre ambas cortes la cual era tan positiva y sincera de parte del Ministerio Español como aparente y capciosa de parte del Lusitano.

A bordo del navío el Poderoso, a Veinte de Febrero de mil setecientos setenta y siete.

Don Pedro de Cevallos.



Posteriormente cumple su advertencia y recupera Colonia del Sacramento

jueves, 10 de junio de 2010

Belgrano y el cacique Cumbay

Fue inmensa la popularidad que Belgrano adquirió entre los indígenas del Alto Perú y de algunas otras regiones donde llegó su fama. En general, los indios, ya definitivamente conquistados para la causa de la Revolución, se mantuvieron fieles a su recuerdo. En las proximidades del Chaco paraguayo, existía un célebre cacique llamado Cumbay que usaba título de general y vivía rodeado de la pompa de un rey primitivo.


Todos le respetaban como tal y admiraban la multitud de guerreros que obedecían sus órdenes. Era ardiente partidario de la Revolución, por la que combatió en Santa Cruz de la Sierra, siendo herido de un balazo, pero jamás había querido entrar en las ciudades ni tener contacto alguno con la civilización. Sin embargo, cuando oyó hablar de Belgrano deseó conocerlo y le pidió una entrevista. Belgrano se la concedió, y pasado algún tiempo llegó Cumbay a Potosí - donde se hallaba entonces el cuartel general patriota - acompañado por su intérprete, dos hijos menores y una escolta compuesta por 20 flecheros con carcaj a la espalda, el arco en la mano izquierda y una flecha envenenada en la derecha. Al enfrentar a Belgrano, desmontó y, después de mirarlo un rato con profunda atención, le dijo por medio de su intérprete: “Que no lo habían engañado, que era muy lindo, y que según su rostro así debía ser su corazón”. Belgrano le ofreció un caballo ricamente enjaezado y con herraduras de plata, desfilando después ambos en medio del ejército formado. Al pasar frente a la artillería que era de calibre 18, le previnieron que tuviese cuidado con el caballo, porque iban a disparar en su honor, a lo que replicó “que nunca habla tenido miedo a los cañones”. Se lo alejó con toda magnificencia, habiéndosele preparado una cama digna de un rey, pero él, dando a sus huéspedes una lección de humildad, o de orgullo, echó a un rincón los ricos adornos que la cubrían y se acostó sobre el apero.

Se lo invitó a varias fiestas preparadas en su honor y, finalmente. Belgrano quiso brindarle el espectáculo de un simulacro militar. Dispuso entonces que la tropa formara en el campo de San Roque, donde se ejercitó en maniobras de tiro y formación, mostrando lo mucho que había avanzado en su instrucción y disciplina. Cumbay contemplaba todos aquellos movimientos con un dejo de asombro hasta que, al ser interrogado por Belgrano acerca de la impresión que le había causado el ejercicio, contestó con arrogancia: “Con mis indios desbarataría todo eso en un momento”. Belgrano no pudo menos que mirarle sorprendido. Al despedirse lo colmó de atenciones y regalos, obsequiándole entre otras cosas un gran uniforme y una hermosa esmeralda incrustada en oro, para que reemplazara con ella el adorno que tenía entre la barba y el labio inferior, distintivo de la tribu que los indígenas ostentaban con piedras ordinarias o con discos de otros materiales. Cumbay, ganado por tanta gentileza, decidió ofrecerle 2.000 indios para pelear contra españoles.

Este original episodio da una idea de los medios empleados por el general Belgrano para conquistarse el afecto de los indios; de ahí que, a pesar de sus derrotas, estos aliados continuaron combatiendo solos contra los españoles y prestaron eficaces auxilios a los jefes independientes que sostuvieron la guerra en el Alto Perú.

Información extraida de http://www.historiadelpais.com.ar/cumbay.htm

jueves, 3 de junio de 2010

Cuarteles de Santos Lugares

Frente del Cuartel General de Santos Lugares – Fotografía toma el 4 de diciembre de 1901




Allí, donde están ahora las vías del ferrocarril y la estación San Andrés, estaban los cuarteles de Santos Lugares, conocidos como La Crujía. Sobre este nombre se han tejido numerosas leyendas, llegándose a decir que provenía del “crujir de los huesos de los condenados a ser torturados”. La realidad es otra muy distinta.



Allá por fines del siglo XVIII llegaron a esas tierras unos religiosos franciscanos quienes establecieron una misión bautizando el lugar con el nombre de “Santos Lugares de Jerusalem” ya que uno de sus fines era recoger limosnas para Tierra Santa. En la esquina sudeste de lo que hoy es Ayacucho y La Crujía edificaron su convento y su capillita. Precisamente “los tránsitos o claustros en que están los cuartos o celdas de los conventos…” reciben el nombre de “crujía” (Diccionario de la Real Academia Española). Por ello pronto se conoció al sitio como “La Crujía”, o como dice Bilbao: “Las Crujías”.



Estos padres erigieron más tarde una capilla en el sitio en el cual se alza actualmente la Catedral de San Martín e instalaron un caserío hasta con edificio comunal, esto fue la base de la actual ciudad.



Estas tierras de “La Crujía de los Franciscanos” tenía su entrada por Ayacucho y 3 de Febrero y estaban aproximadamente delimitadas por las vías del ferrocarril, Av. 3 de Febrero, Ruta 8 y Av. Bernabé Márquez (Camino de Cintura).



Confiscación de 1822



Con motivo del decreto confiscatorio de 1822 de las propiedades de la iglesia del gobernador Martín Rodríguez –a instancias de su ministro Bernardino Rivadavia-, esas tierras pasaron a ser propiedad del estado. Al asumir el brigadier general Juan Manuel de Rosas el gobierno de la provincia de Buenos Aires, se instalaron en él en 1838 los cuarteles conocidos como de “Santos Lugares” o también de “La Crujía”.



Residían allí tropas del ejército, siendo asimismo prisión militar; pero este destino no fue obra de Rosas, ya que fue allí donde tuvo su campamento en 1820 el Regimiento de Chacareros. Posteriormente asentaron tropas en diferentes oportunidades.



El jefe de los Santos Lugares fue el sargento mayor Antonio Reyes. También tenía un capellán, el padre Pascual Rivas.



El cuartel está descrito por Bilbao como una construcción baja con frente al oeste –sobre la actual Ayacucho, y era la vieja “Crujía” de los franciscanos modificada-; tenía un arco de ladrillos que coronaban su entrada central la cual se cerraba con un portón de rejas. Sobre esta entrada había una pequeña espadaña donde una vez estuvieron las campanas de los franciscanos. El edificio era grande, con un gran patio cuadrado al cual daban oficinas y cuadras de tropas. Detrás otro patio y otro cuerpo con cuadras también y con el depósito de municiones. Esto ocupaba la manzana La Crujía, Ayacucho, Libertad y Río Bamba. Sobre el patio principal, a la derecha la antigua Capilla. Estaba todo rodeado de montes de talas, sauces y frutales en los cuales, solían acampar las tropas que no cabían en las cuadras.



Casa de Juan Manuel de Rosas



Según Manuel Bilbao: “a unas dos cuadras al norte …..Rosas edificó su casa… cuadrada, de unos doce metros de lado, con cuatro habitaciones divididas en su interior por dos tabiques cerrados en el mismo centro…. con un portón de entrada frente al norte”.



Julio A. Luque Lagleyze aclara que “esta descripción es cierta sólo en parte, ya que aunque casi no se conozca el hecho, la casa de Rosas en Santos Lugares está aún en pie y pudimos visitarla personalmente. No está a dos cuadras a norte sino a escasos cien metros del noreste, en la actual calle Diego Pombo 410 oculta apenas por una densa vegetación. Su planta no es cuadrada sino un rectángulo de unos 20 metros por 12, con su eje mayor de sureste a noroeste, esto es, oblicua respecto a la calle. El frente está no hacia el norte sino al suroeste. Desde allí salía una calle de ombúes que iba hasta 3 de Febrero y San Lorenzo, el último de los cuales, en La Crujía y Pilar fue derribado en la década de los ’60 para erigir un edificio intrascendente; con él cayó el último testigo de una época. La planta del edificio, hoy modificada por algunas paredes que subdividen su salón y por el cierre del patio de su entrada principal, puede reconocerse, sin embargo, por el espesor de los antiguos muros (65 centímetros). Algunas de sus ventanas conservan rejas de ese tiempo. Delante de lo que fue el frente –hoy el fondo- y a un lado hay unas construcciones de ladrillo -¿caballerizas, o quizás, la vieja cocina?- donde se ven aún los ladrillotes de la época. Frente a ella, también en Pombo, en lo que era el fondo, hay otra construcción de suroeste a noreste, que podría haber sido para la servidumbre, huéspedes u oficiales de jerarquía.



Debajo de una pieza lateral de la que fuera casa de don Juan manuel está aún el viejo sótano. Las leyendas hablan de túneles que iban de La Crujía a la casa y de ésta a la otra construcción, lo cual no pudimos confirmar y, además, lo consideramos superfluo”.



En otro edificio de la calle Pombo es descrito por Bilbao como “un rancho de material sólidamente construido, de más de sesenta metros de largo, que era el depósito de los equipos militares…”. En verdad la construcción es muy superior a la de un simple “rancho”. Dícese que de esta casa de Santos Lugares salió don Juan Manuel para la batalla de Caseros.



Las familias de los soldados del campamento, los abastecedores y demás dependientes dieron impulso al caserío inicial de los franciscanos, siendo el origen del crecimiento de la actual localidad de San Martín.



Por San Lorenzo – San Miguel – Warnes – Canning las tropas llegaban a Palermo; por 3 de Febrero derecho, por un camino que destruyeron los loteos por Villa Bosch, pero que se encuentra a la altura de Pontevedra, iban hacia la Guardia del Monte.



Desde 1853 y hasta 1857 funcionó allí la primera escuela de varones del pueblo, a cargo del maestro Diego Pombo. A principio del Siglo XX la adquiere la familia Comastri para utilizarla como casa de familia hasta 1988 cuando la compra la Municipalidad de General San Martín para que funcione allí el Museo Histórico Regional Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas.



Fuente

Bilbao, Manuel – Historia de Rosas

Luque Lagleyze, Julio A. – Las moradas de don Juan Manuel.

Oscar J. Planell Zanone / Oscar A. Turone – Patricios de Vuelta de Obligado.

Todo es Historia – Año X, Nº 118, Marzo de 1977.



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