jueves, 10 de junio de 2010

Belgrano y el cacique Cumbay

Fue inmensa la popularidad que Belgrano adquirió entre los indígenas del Alto Perú y de algunas otras regiones donde llegó su fama. En general, los indios, ya definitivamente conquistados para la causa de la Revolución, se mantuvieron fieles a su recuerdo. En las proximidades del Chaco paraguayo, existía un célebre cacique llamado Cumbay que usaba título de general y vivía rodeado de la pompa de un rey primitivo.


Todos le respetaban como tal y admiraban la multitud de guerreros que obedecían sus órdenes. Era ardiente partidario de la Revolución, por la que combatió en Santa Cruz de la Sierra, siendo herido de un balazo, pero jamás había querido entrar en las ciudades ni tener contacto alguno con la civilización. Sin embargo, cuando oyó hablar de Belgrano deseó conocerlo y le pidió una entrevista. Belgrano se la concedió, y pasado algún tiempo llegó Cumbay a Potosí - donde se hallaba entonces el cuartel general patriota - acompañado por su intérprete, dos hijos menores y una escolta compuesta por 20 flecheros con carcaj a la espalda, el arco en la mano izquierda y una flecha envenenada en la derecha. Al enfrentar a Belgrano, desmontó y, después de mirarlo un rato con profunda atención, le dijo por medio de su intérprete: “Que no lo habían engañado, que era muy lindo, y que según su rostro así debía ser su corazón”. Belgrano le ofreció un caballo ricamente enjaezado y con herraduras de plata, desfilando después ambos en medio del ejército formado. Al pasar frente a la artillería que era de calibre 18, le previnieron que tuviese cuidado con el caballo, porque iban a disparar en su honor, a lo que replicó “que nunca habla tenido miedo a los cañones”. Se lo alejó con toda magnificencia, habiéndosele preparado una cama digna de un rey, pero él, dando a sus huéspedes una lección de humildad, o de orgullo, echó a un rincón los ricos adornos que la cubrían y se acostó sobre el apero.

Se lo invitó a varias fiestas preparadas en su honor y, finalmente. Belgrano quiso brindarle el espectáculo de un simulacro militar. Dispuso entonces que la tropa formara en el campo de San Roque, donde se ejercitó en maniobras de tiro y formación, mostrando lo mucho que había avanzado en su instrucción y disciplina. Cumbay contemplaba todos aquellos movimientos con un dejo de asombro hasta que, al ser interrogado por Belgrano acerca de la impresión que le había causado el ejercicio, contestó con arrogancia: “Con mis indios desbarataría todo eso en un momento”. Belgrano no pudo menos que mirarle sorprendido. Al despedirse lo colmó de atenciones y regalos, obsequiándole entre otras cosas un gran uniforme y una hermosa esmeralda incrustada en oro, para que reemplazara con ella el adorno que tenía entre la barba y el labio inferior, distintivo de la tribu que los indígenas ostentaban con piedras ordinarias o con discos de otros materiales. Cumbay, ganado por tanta gentileza, decidió ofrecerle 2.000 indios para pelear contra españoles.

Este original episodio da una idea de los medios empleados por el general Belgrano para conquistarse el afecto de los indios; de ahí que, a pesar de sus derrotas, estos aliados continuaron combatiendo solos contra los españoles y prestaron eficaces auxilios a los jefes independientes que sostuvieron la guerra en el Alto Perú.

Información extraida de http://www.historiadelpais.com.ar/cumbay.htm

jueves, 3 de junio de 2010

Cuarteles de Santos Lugares

Frente del Cuartel General de Santos Lugares – Fotografía toma el 4 de diciembre de 1901




Allí, donde están ahora las vías del ferrocarril y la estación San Andrés, estaban los cuarteles de Santos Lugares, conocidos como La Crujía. Sobre este nombre se han tejido numerosas leyendas, llegándose a decir que provenía del “crujir de los huesos de los condenados a ser torturados”. La realidad es otra muy distinta.



Allá por fines del siglo XVIII llegaron a esas tierras unos religiosos franciscanos quienes establecieron una misión bautizando el lugar con el nombre de “Santos Lugares de Jerusalem” ya que uno de sus fines era recoger limosnas para Tierra Santa. En la esquina sudeste de lo que hoy es Ayacucho y La Crujía edificaron su convento y su capillita. Precisamente “los tránsitos o claustros en que están los cuartos o celdas de los conventos…” reciben el nombre de “crujía” (Diccionario de la Real Academia Española). Por ello pronto se conoció al sitio como “La Crujía”, o como dice Bilbao: “Las Crujías”.



Estos padres erigieron más tarde una capilla en el sitio en el cual se alza actualmente la Catedral de San Martín e instalaron un caserío hasta con edificio comunal, esto fue la base de la actual ciudad.



Estas tierras de “La Crujía de los Franciscanos” tenía su entrada por Ayacucho y 3 de Febrero y estaban aproximadamente delimitadas por las vías del ferrocarril, Av. 3 de Febrero, Ruta 8 y Av. Bernabé Márquez (Camino de Cintura).



Confiscación de 1822



Con motivo del decreto confiscatorio de 1822 de las propiedades de la iglesia del gobernador Martín Rodríguez –a instancias de su ministro Bernardino Rivadavia-, esas tierras pasaron a ser propiedad del estado. Al asumir el brigadier general Juan Manuel de Rosas el gobierno de la provincia de Buenos Aires, se instalaron en él en 1838 los cuarteles conocidos como de “Santos Lugares” o también de “La Crujía”.



Residían allí tropas del ejército, siendo asimismo prisión militar; pero este destino no fue obra de Rosas, ya que fue allí donde tuvo su campamento en 1820 el Regimiento de Chacareros. Posteriormente asentaron tropas en diferentes oportunidades.



El jefe de los Santos Lugares fue el sargento mayor Antonio Reyes. También tenía un capellán, el padre Pascual Rivas.



El cuartel está descrito por Bilbao como una construcción baja con frente al oeste –sobre la actual Ayacucho, y era la vieja “Crujía” de los franciscanos modificada-; tenía un arco de ladrillos que coronaban su entrada central la cual se cerraba con un portón de rejas. Sobre esta entrada había una pequeña espadaña donde una vez estuvieron las campanas de los franciscanos. El edificio era grande, con un gran patio cuadrado al cual daban oficinas y cuadras de tropas. Detrás otro patio y otro cuerpo con cuadras también y con el depósito de municiones. Esto ocupaba la manzana La Crujía, Ayacucho, Libertad y Río Bamba. Sobre el patio principal, a la derecha la antigua Capilla. Estaba todo rodeado de montes de talas, sauces y frutales en los cuales, solían acampar las tropas que no cabían en las cuadras.



Casa de Juan Manuel de Rosas



Según Manuel Bilbao: “a unas dos cuadras al norte …..Rosas edificó su casa… cuadrada, de unos doce metros de lado, con cuatro habitaciones divididas en su interior por dos tabiques cerrados en el mismo centro…. con un portón de entrada frente al norte”.



Julio A. Luque Lagleyze aclara que “esta descripción es cierta sólo en parte, ya que aunque casi no se conozca el hecho, la casa de Rosas en Santos Lugares está aún en pie y pudimos visitarla personalmente. No está a dos cuadras a norte sino a escasos cien metros del noreste, en la actual calle Diego Pombo 410 oculta apenas por una densa vegetación. Su planta no es cuadrada sino un rectángulo de unos 20 metros por 12, con su eje mayor de sureste a noroeste, esto es, oblicua respecto a la calle. El frente está no hacia el norte sino al suroeste. Desde allí salía una calle de ombúes que iba hasta 3 de Febrero y San Lorenzo, el último de los cuales, en La Crujía y Pilar fue derribado en la década de los ’60 para erigir un edificio intrascendente; con él cayó el último testigo de una época. La planta del edificio, hoy modificada por algunas paredes que subdividen su salón y por el cierre del patio de su entrada principal, puede reconocerse, sin embargo, por el espesor de los antiguos muros (65 centímetros). Algunas de sus ventanas conservan rejas de ese tiempo. Delante de lo que fue el frente –hoy el fondo- y a un lado hay unas construcciones de ladrillo -¿caballerizas, o quizás, la vieja cocina?- donde se ven aún los ladrillotes de la época. Frente a ella, también en Pombo, en lo que era el fondo, hay otra construcción de suroeste a noreste, que podría haber sido para la servidumbre, huéspedes u oficiales de jerarquía.



Debajo de una pieza lateral de la que fuera casa de don Juan manuel está aún el viejo sótano. Las leyendas hablan de túneles que iban de La Crujía a la casa y de ésta a la otra construcción, lo cual no pudimos confirmar y, además, lo consideramos superfluo”.



En otro edificio de la calle Pombo es descrito por Bilbao como “un rancho de material sólidamente construido, de más de sesenta metros de largo, que era el depósito de los equipos militares…”. En verdad la construcción es muy superior a la de un simple “rancho”. Dícese que de esta casa de Santos Lugares salió don Juan Manuel para la batalla de Caseros.



Las familias de los soldados del campamento, los abastecedores y demás dependientes dieron impulso al caserío inicial de los franciscanos, siendo el origen del crecimiento de la actual localidad de San Martín.



Por San Lorenzo – San Miguel – Warnes – Canning las tropas llegaban a Palermo; por 3 de Febrero derecho, por un camino que destruyeron los loteos por Villa Bosch, pero que se encuentra a la altura de Pontevedra, iban hacia la Guardia del Monte.



Desde 1853 y hasta 1857 funcionó allí la primera escuela de varones del pueblo, a cargo del maestro Diego Pombo. A principio del Siglo XX la adquiere la familia Comastri para utilizarla como casa de familia hasta 1988 cuando la compra la Municipalidad de General San Martín para que funcione allí el Museo Histórico Regional Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas.



Fuente

Bilbao, Manuel – Historia de Rosas

Luque Lagleyze, Julio A. – Las moradas de don Juan Manuel.

Oscar J. Planell Zanone / Oscar A. Turone – Patricios de Vuelta de Obligado.

Todo es Historia – Año X, Nº 118, Marzo de 1977.



Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

lunes, 17 de mayo de 2010

La Revolución de Mayo fue una Revolución popular.-

La Revolución de Mayo fue una Revolución popular.-




Conozcamos la historia, la verdadera historia.



Los verdaderos héroes de la misma fueron Belgrano, Castelli, Arzac, Vieytes, French, Berutti, Nicolas Rodríguez Peña, y la Legion Infernal, con sus chisperos y manolos, y no quién nos vendió la historia oficial. Por eso se encargaron de enterrar en la semi oscuridad a casi todos de ellos, salvo a la gran figura de Manuel Belgrano.



Eran la JP de mayo, y los comió la revolución.



Cuando el 14 de mayo de 1810 llega a Buenos Aires la fragata inglesa Mistletoe trayendo periódicos que confirman los rumores que circulaban intensamente por Buenos Aires: cayó en manos de los franceses de Napoleón, la Junta Central de Sevilla, último bastión del poder español.

También trajo la noticia de que America había dejado de ser una colonia española para pasar a ser una provincia de ultramar, y llamaba a realizar Juntas, destituyendo Virreyes.

Toman conocimiento de que la Junta de Sevilla había resuelto saber a las tierras de América que no son colonias sino provincias con igualdad de derechos. Y convoca a los pueblos americanos a que se organicen en Juntas (28 de febrero de 1810).



Fue la chispa que necesitaba la revolución para estallar.



La noche del 18 los jóvenes revolucionarios se reunieron en la casa de Rodríguez Peña y decidieron exigirle al virrey la convocatoria a un Cabildo Abierto para tratar la situación de en que quedaba el virreinato después de los hechos de España y nombrar nuevas autoridades. El grupo encarga a Juan José Castelli y a Martín Rodríguez que se entrevisten con Cisneros y pidan la convocatoria a cabildo abierto.



El Sábado 19 y sin dormir, por la mañana Manuel Belgrano le pidió al Alcalde Lezica la convocatoria a un Cabildo Abierto. Por su parte, Juan José Castelli hizo lo propio ante el síndico Leiva. El domingo 20 el por la noche, Castelli y Martín Rodríguez insistieron ante el virrey con el pedido de cabildo abierto. El virrey trató a los jóvenes de insolentes y atrevidos y quiso improvisar un discurso pero Rodríguez le advirtió que tenía cinco minutos para decidir. Cisneros le contestó "Ya que el pueblo no me quiere y el ejército me abandona, hagan ustedes lo que quieran" y convocó al Cabildo para el día 22 de Mayo.



Pero la juventud no tenía paciencia.



Conf. Galasso: “El 21 de mayo, cuando el Cabildo está reunido en sesión ordinaria, la presión popular se acentúa: "apenas comenzada la sesión, un grupo compacto y organizado de seiscientas personas, en su mayoría jóvenes que se habían concentrado desde muy temprano en el sector de la Plaza lindero al Cabildo, acaudillados y dirigidos por French y Berutti, comienzan a proferir incendios contra el virrey y reclaman la inmediata reunión de un Cabildo Abierto. Van todos bien armados de puñales y pistolas, porque es gente decidida y dispuesta a todo riesgo. Actúan bajo el lema de Legión Infernal que se propala a los cuatro vientos y no hay quien se atreva con ellos".



Continuando con este autor: “No hay pues medulosos cambios de ideas, ni buenos modales, ni patricios respetables polemizando únicamente, con sesudos abogados, sino un grupo de privilegiados dispuestos frenéticamente a resguardar con uñas y dientes sus fortunas y su posición social, frente a otro grupo, intrépido y fogoso, animado por el espíritu de la revolución.



Castelli afirmaba: "Aquí no hay conquistados ni conquistadores, aquí no hay sino españoles los españoles de España han perdido su tierra. Los españoles de América tratan de salvar la suya. Los de España que se entiendan allá como puedan... Propongo que se vote: que se subrogue otra autoridad a la del virrey que dependerá de la metrópoli si ésta se salva de los franceses, que será independiente si España queda subyugada".



El 22 de mayo se vota. Permite el alcalde votar solo a 69 partidarios casi todos ellos del Virrey. Y se vota una Junta adicta con “El Sordo” a la cabeza.



La juventud revolucionaria no está dispuesta a permitir. Tampoco deciden que hacer deliberando en la casa de Nicolás Rodríguez Peña. Cuanta Tomas Guido “en estas circunstancias el señor Don Manuel Belgrano, mayor del regimiento de Patricios, que vestido de uniforme escuchaba la discusión en la sala contigua, reclinado en un sofá, casi postrado por largas vigilias observando la indecisión de sus amigos, púsose de pie súbitamente y a paso acelerado y con el rostro encendido por el fuego de sangre generosa entró al comedor de la casa del señor Rodríguez Peña y lanzando una mirada en derredor de sí, y poniendo la mano derecha sobre la cruz de su espada dijo: "Juro a la patria y a mis compañeros, que si a las tres de la tarde del día inmediato el virrey no hubiese renunciado, a fe de caballero, yo le derribaré con mis armas."..



Cisneros renuncia. Pero como siempre pasa, los absolutistas reaccionan, y convocan a nuevo cabildo para el 25 de mayo.



Los cabildantes se reunen, pero los jóvenes revolucionarios no van a aceptar nuevos fraudes a su voluntad.



Antonio Luis Beruti irrumpió en la sala capitular seguido de algunos infernales y dijo "Señores del Cabildo: esto ya pasa de juguete; no estamos en circunstancias de que ustedes se burlen de nosotros con sandeces, Si hasta ahora hemos procedido con prudencia, ha sido para evitar desastres y efusión de sangre. El pueblo, en cuyo nombre hablamos, está armado en los cuarteles y una gran parte del vecindario espera en otras partes la voz para venir aquí. ¿Quieren ustedes verlo? Toque la campana y si es que no tiene badajo nosotros tocaremos generala y verán ustedes la cara de ese pueblo, cuya presencia echan de menos. ¡Sí o no! Pronto, señores decirlo ahora mismo, porque no estamos dispuestos a sufrir demoras y engaños; pero, si volvemos con las armas en la mano, no responderemos de nada."

No Juventud de la Legión Infernal no les dejó margen para otra cosa.



Así se anunció finalmente que se había formado una nueva junta de gobierno .El presidente:Cornelio Saavedra; los doctores Mariano Moreno y Juan José Paso, sus secretarios; fueron designados seis vocales: Manuel Belgrano, Juan José Castelli, el militar Miguel de Azcuénaga, el sacerdote Manuel Alberti y los comerciantes Juan Larrea y Domingo Matheu.



Y allí comenzó nuestra historia Grande, nacida en una revolución popular.

jueves, 13 de mayo de 2010

Interesante carta de Perón a sus padres en Noviembre de 1918, recien terminada la segunda guerra mundial

Interesante carta de Perón a sus padres en Noviembre de 1918, recien terminada la segunda guerra mundial


Mis queridos padres: Hoy he recibido carta y me alegra mucho que estén buenos y contentos con el triunfo de las ideas aliadas; pero debo hacer presente que no está bien eso de la lista negra, por cuanto es un atropello a la libertad de comercio y yo la criti¬co desde el punto de vista puramente neutral y argentino. Por la única que sentí siempre ser germanófilo fue porque Fran¬cia ha dado ejemplos de guerrera, pero también ha pecado gran¬demente de ingenua y se ha dejado arrastrar a la ruina casi, por oír los necios consejos de conquista comercial de la Pérfida Albión. No olvides papá, que este espíritu de patriotismo que vos mismo supiste inculcarme brama hoy un odio tremendo a Inglaterra, que se rebeló en 1806 y 1807 y con las tristemente argentinas Islas Malvinas, donde hasta hoy hay gobierno inglés; por eso fui contrario siempre a lo que fuera británico, y después del Brasil a na¬die ni a nada tengo tanta repulsión. Francia e Inglaterra siempre conspiraron contra nuestro comer¬cio y nuestro adelanto... Rosas con ser tirano, fue el más grande argentino de esos años y el mejor diplomático de su época... Ro¬sas antes que todo fue patriota. Imaginas que habiendo seguido de cerca la historia nuestra y la inglesa pudiera tener simpatías por la Entente; al contrario; en Francia es disculpable porque en realidad siempre se dejó arras¬trar por Inglaterra, tuvo esa mala debilidad. Y todavía ahora hay quien cree que en esta guerra se luchó por la justicia y la igualdad y al cabo de esta quimera los ingleses imponen al mundo su su¬premacía naval y tiranizan los mares; 50.000 veces peor que el militarismo y 100.000 más sectario que el kaiserismo imperial, porque obstaculizan al comercio universal; pero nos da un ali¬ciente: Norte-America, que será la terrible enemiga de la Pérfida Albíón, a pesar de que hoy se tiran con confites. Tiene que venir porque las dos son crápulas y harán un conflicto por rivalidades de oficio.



Fuente Jorge Crespo, El Coronel. Un documento sobre la vida de Juan Perón 1895-1944,

Buenos Aires, Ayer y Hoy Ediciones, 1988.

viernes, 7 de mayo de 2010

EVA PERÓN Y EL DOLOR DE LOS POBRES

El padre Hernán Benítez, fue el confesor de Eva Perón y una de las personas que estuvo más cerca de ella y, también, quizás uno de sus mayores admiradores, reconociendo sus virtudes sin dejar de mencionar sus defectos. En el libro "Yo fui el confesor de Eva Perón", el Padre Hernán Benítez dedica dos capítulos exclusivamente a hablar sobre Eva Perón. Presentamos aquí el primero de esos capítulos, el capítulo IX titulado:


EVA PERÓN Y EL DOLOR DE LOS POBRES

- Padre, ha llegado su sábado más glorioso: Hábleme de Eva Perón.

- Existen tres Evas. La primera. según propia confesión, ‘mala actriz’de teatro y peor de cine, en cambio, se defendía bastante bien por radio. La segunda. La política. que acompañaba a Perón y cuyos no tenían mucho contenido, a decir verdad Pero la tercera era la que tenía pasión social tremenda. ¡Formidable! ¡Qué mujer! Estaba entregada totalmente a los desposeídos, abrazaba a los leprosos, cancerosos, tuberculosos... Yo estaba al lado de ella. yo, pastor de Cristo, me tiraba atrás. Pero ella no vacilaba. se entregaba y lo hacía de igual a igual, como hermana, no como las señoras de la Sociedad de Beneficencia. de los viejos tiempos... A la noche regresaba. tarde, a la madrugada. llena de piojos y liendres. ¡Tremendo! Su adhesión a los pobres era bárbara..

Mire, hijo, que quiere que le diga, nunca vi algo igual... Y recuerdo que un obispo me dijo una vez: - ¿No me explico como usted puede defender a una puta? Perdí los estribos. Le contesté que no dijera barbaridades, que ella era castísima y que yo lo sabía en mi carácter de confesor de Eva. Y ya desbordado le agregué: -Además, ¡ella no se preocupa de decir si usted es puto o no!

“Eva Perón le ganó a Dios el corazón, no tanto con edificar policlínicos monumentales, ni escuelas, ni hogares de tránsito, ni ciudades infantiles, ni barrios obreros, cuanto con darle su corazón al pobre. Yo la vi derrochar amor a los necesitados, el amor que redime a la limosna de la carga de injusticia que lleva implícita... Si sus aciertos fueron más o menos que sus errores, ¡que juzgue Dios! Pero es evidente que no por sus errores, sino por su aciertos la amó el pueblo apasionadamente como, por esos mismos aciertos y no por sus errores, la odió el antipueblo. Ela no comprendía pudiera apellidarse cristiana una civilización que cada año condena a morir de hambre a ochenta millones de personas, en la que los dos tercios padecen desnutrición y el 15 por ciento posee y goza de más bienes que el 85 por ciento restante. Incomprensible estado de injusticia social luego de dos mil años de predicación del Evangelio.

. ...Los Derechos Humanos no eran para Eva Perón un rosario de bonitos apotegmas ni de quiméricos ensueños. La defensa de esos derechos, cuando va de veras, importa un compromiso existencial. Importa una toma deposición. Importa una lucha cotidiana por un orden más justo. Ella no comprendía pudieran defender de verdad los Derechos Humanos quienes usufructúan gozosos los privilegios de la sociedad individualista liberal.

La defensa de los Derechos Humanos, desde la vida fastuosa, la mesa regalada. la mansión suntuosa, le parecía insulto cruel al pobre, a Cristo, al Evangelio. Su indisimulada enemistad respec¬to a las castas privilegiadas: oligarcas, jerarcas militares, altos prelados eclesiásticos, le nacía de no poder conciliar en su cabeza y menos en su corazón que quienes con las palabras defienden la igua1dad y fraternidad entre los hombres, las nieguen flagrantemente con sus vidas. Este compromiso dual, bifronte, de mascarada, la sacaba de quicio provocándole soflamas cargadas de virulencia”

Escuche bien, hijo. Esto se lo conté a Abel Posse, tal cual.

“En Eva se daba la rabia por la justicia. Una implacable voluntad de desterrarla. Lo hacía a la criolla, llevada por la furia santa. Y claro; cometía algunos errores. Al principio, cedió a vengan¬zas en el medio artístico y sindical Pero nunca concretó nada memorablemente grave.

Yo le pregunté alguna vez, por qué se había alejado de la Eva anterior y se había recluido (políticamente) en esa pasión absorbente de la ‘acción social directa’, la pasión de su tercera vida.

Eva me miró desorientada desde sus almohadas. Pensaba. Yo la había desconcertado con mi pregunta. Era como si le mostrase un espejo que reflejaba a otra persona. diferente de la que ella creía ser. No supo qué decirme.

Después con los años, meditando en el exilio prisión a que me condenaron mis pares por mí imprudencia peronista, llegué a la conclusión siguiente, a ver si me sigue. Cuando Eva sintió por primera vez el misterio -la fuerza- del poder en su mano, como un elemento para ejercer el sagrado mandato del bien, nadie, ni el mismo Perón, la pudo ya sujetar. Fue algo así como cuando se fugó de Junín. ¿Quién la hubiera parado?

Y oiga: en un país y en un tiempo en que el poder no era más que un instrumento para la gloria, el honor, el enriquecimiento personal o el orgullo, Eva vivió la fiesta del poder en su dimensión divina. Lo vivió como un amor supremo, hasta la locura. Hasta la última consecuencia.

...Ella se sentía representante de los que nunca se habían podido expresar, incluso en tiempos de democracia, las mujeres, los desamparados, los enfermos, los distintos... Sólo unos pocos, incluido por supuesto, el sagacísimo Perón, se dieron cuenta de que en Eva había estallado esa pasión transpolítica, una especie de vuelo místico. Eva, en su genialidad descubría el poder en su dimensión sublime: poder dar. Poder acompañar al que sufre. Poder hacer el bien. Poder alimentar y sobre todo, poder directo, como el de los santos medievales o la madre Teresa de Calcuta”

- ¿Usted entiende que era una santa?

- “No era una santa. No, no lo era. Menos que menos santa de altar. No corre el riesgo de que el Vaticano la canonice.¡Y a lo que habría llegado en caso de ser santa!

No renunció a las riquezas como los santos. Pero renunció al orgullo frente al pobre que crea la riqueza.

No renunció a los honores. Pero tampoco los aprovechó para escapar a su clase social dejando a los sumergidos en el atolladero.

Fue fiel a su pueblo. Fiel, porque amó al pobre y porque condenó al rico. No a éste por ser rico (ella también lo era) sino por ser enemigo del pobre (ella no lo era).

El amor al pobre, la pasión por la justicia hasta las cimas de la abnegación a que ella las llevó no pueden brotar ni de ambición, ni de egoísmo. ni de oscuro resentimiento social ni de ninguno de los siete pecados capitales. Sólo quien da la vida por sus hermanos los desposeídos y sacrificados puede tener confianza de que ama a Dios de verdad. Y ella dio la vida por los desposeídos y sacrificados.

Amaba a Dios de verdad.

El odio clasista la cubrió de infamias. Ese odio no perdonó ni sus sacrificios, ni su enferme¬dad..”

- ¿ Qué rasgo la definía a Eva, por sobre todo?

- La autenticidad, sin ninguna duda. Ella no se iba con vueltas. Esa anécdota que pone Posse en su libro la pinta de cuerpo entero... Yo se la conté... “Era un l4 de julio en que por azar me tocó acompañarla al festejo del día de Francia... Por un azar del tránsito el auto y la escolta se detuvieron frente a un Banco, en Cerrito, había una viejita mal entrazada, llorando, hablando con unos curiosos. Dio orden de esperar y bajamos. La viejita no entendía ni sabía explicar lo que le exigían en la sucursal del Banco. Le mostró a Eva el documento y entraron en el edificio. Eva caminó a lo largo del mostrador principal llevando por el hombro a la viejita llorosa. De pronto se oyó su voz terrible paralizando a los cagatintas y todo d movimiento del Banco, desde el gerente hasta el ordenanza:

- Díganme, señores, ¿quién de ustedes fue el hijo de puta que le dijo a esta señora que vuelva mañana?... No se iba con vueltas. Al pan, pan y al vino, vino. Y durísima. Pero en el trato de la residencia era delicadísima. En el largo y doloroso proceso de su enfermedad ganó en espiritualidad hasta en el lenguaje.

Ella bramaba contra los burócratas, contra los obsecuentes. Una mañana estaba furiosísima contra el ministro Méndez San Martín. Me dijo: ¿Quiere conocerlos? Estábamos en la residencia y el peluquero, ese famoso, la estaba peinando. Entraron los tres ministros. Ella me hizo una seña de complicidad y de pronto, dijo: - Ay, caramba. se me ha caído una perla. ¿Sabe lo que hicieron los tres? se agacharon y se pusieron en cuatro patas buscando la perla, los ministros. Y ella, mientras la seguían peinando, me miraba de reojo y se sonreía... Al rato, cuando le pareció suficiente la humilla¬ción, dijo: - Acá, acá está. Fin de la opereta. Ella no se iba con vueltas”

- Padre, me interesa aclarar un equivoco acerca del 17 de octubre ¿Participó efecti¬vamente Evita ese día, impulsando la movilización popular, como afirman algunos?

- No, hijo. Ella no intervino. Para nada. Evita no precisa que le agreguemos méritos que no tuvo, para ser lo extraordinaria que fue. Ella carecía de contactos y vínculos como para mover a la gente. Todavía no la conocían. Quiso gestionar la liberación de Perón y un permiso para salir del país, creo que un recurso de amparo y fue a ver a Román Subiza. Cuando vino Perón al Hospital militar, la mañana del 17, yo fui allí y me quedé hasta la noche, que fuimos a la Casa Rosada. Eva no estaba. él la encontró en su casa, cuando regresó. Pero si es elemental los únicos que podían favorecer la movilización eran los sindicalistas, los delegados... Aunque ella había dirigido un gremio, el de locutores de Radio”

- Fíjese, Padre, tanto se ha escrito sobre Evita y no se ha acentuado la importancia dc que este general que sintetiza Ejército Nacional con sindicatos obreros en un frente único antimperialista, se haya casado precisamente con una gremialista. Del mismo modo, tampoco se recalca la condición de hijos extramatrimoniales que tenían ambos, lo cual suponía humillación y marginación.

Efectivamente, esas condiciones de profesión y de vida parecen simbólicas de lo que fue el peronismo: la irrupción de los desamparados, de los marginados, ajenos al orden legal desde el campo militar y el campo obrero. Qué notable, ¿no es cierto?

- Dos palabras sobre “La razón de mi vida”.

Lo escribió Penella de Silva, estupendo, muy buen escritor. Ella lo conoció en Europa. durante su viaje. Después él vino a Buenos Aires. Yo tuve a sus hijas en mi curso de Antropología. Penella había escrito unos apuntes para una biografla de la señora de Roosevelt, el presidente norteamericano. ¿Sabía usted eso? Mire que es muy poco conocido. Ella le propuso que los adaptara para relatar su vida. Lo hizo y salió muy bien, requetebién. Pero escrito muy en español. Entonces, los borradores los tomó Mendé. Un escritor simple, sencillo y con un estilo muy de mujer, lo digo sin ánimo de crítica. El libro salió muy bien escrito. Pero tenía muchos inventos, muchas macanas. Mendé lo escribió pensando en quedar bien con Perón. Salieron cosas ridículas. Por ejemplo, en lo que se refiere a los días de octubre del ‘45, donde dice “No te olvides de los descamisados” ¡Qué descamisados ni que ocho cuartos! él no se acordó ese día. Quería el retiro e irse. El libro contiene, entonces, muchas falacias.

Fíjese la paradoja. lo digo siempre: ese libro lo leyeron millones de mujeres argentinas, menos una, la que aparece firmándolo”

- Volvamos a la Obra Social. Los opositores decían que era fácil hacer beneficencia con dinero ajeno. También decían que ella era muy orgullosa. ¿Qué puede decirme?

- “Eva no poseía el orgullo de clase que deja al pobre en su pobreza para acentuar la superiori¬dad del rico sobre el pobre.

Todo su orgullo lo ponía en que el pobre cesara de ser pobre y de necesitar remedio a su pobreza. Para redimir al pobre de su pobreza repartió por millares viviendas confortables, aseguró el trabajo del obrero y lo defendió con avanzada legislación social. Su beneficencia se enderezaba a complemen¬tar la justicia social No a engañar a los hambrientos para que se resignaran a la injusticia.

Reparte lo que no es de ella -decía la oligarquía enfurecida y agrega: ¡Qué gracia.’ Hacer caridades con plata ajena. Si contáramos nosotros con los recursos de ella, haríamos lo mismo. Efec¬tivamente, ella hacia caridades con plata ajena. pero con sacrificio propio. Ganó el amor del pueblo y el odio del antipueblo, no por la plata que daba, sino por el amor, por la pasión, por los pedazos de corazón que entregaba con la plata.

Yo la vi besar al leproso, besar al tuberculoso, besar al canceroso. Yo la vi distribuir amor. El amor que redime a la limosna de la carga de injuria al pobre que la limosna sin amor lleva dentro de sí. La vi abrazarse a los harapientos y llenarse de liendres y de piojos. La vi sentirse hermana del pobre y no superior al pobre. Por más que sus riquezas, sus joyas y trapos la colocaran tan lejos de la pobreza.

Los oligarcas ponían su orgullo en estar contra el pueblo y contra Evita. Evita ponía su orgullo en estar con el pueblo contra los oligarcas. Las damas de la sociedad no podían decir, como ella decía a cada instante: - Nosotras, las mujeres del pueblo. Porque las damas de la sociedad son las mujeres del antipueblo. Ella se jactaba de ser pueblo. Y el pueblo sabía que se jactaba con razón. Ella era pueblo. Nada más que pueblo”

- Usted colaboró estrechamente con ella en la Fundación, ¿no es cierto?

- Sí. Lo hice a partir de mi regreso a la Argentina, a mediados de 1948. “Le dije a Evita. -El comunismo es un fracaso. Se habla del comunismo de los cristianos primitivos. Nadie tenía interés en trabajar. Es un fracaso. El capitalismo incentiva. Entonces el hombre trabaja, se esfuerza y termina explotando a los otros. Es otro fracaso. Por eso, la economía no tiene solución. Evita, hay que crear una gran Fundación. La economía individualista unida a una gran Fundación Social puede dar soluciones”

“En la Fundación, hicimos algunas presiones y algunas vengancitas. No éramos ángeles, ni mucho menos, es cierto”

“Más de cien religiosas y cincuenta sacerdotes servían en las obras de la Fundación. Yo era director espiritual honorariamente”

La Fundación fue instrumento de justicia social, de elevación del indigente a la categoría de persona humana... Ninguna legislación aunque sea hecha por ángeles. logrará extirpar del todo de la sociedad las enfermedades, la injusticia. los infortunios, el desamparo. De allí la necesidad de orga¬nismos como la fundación.

- Otra aclaración, Padre. últimamente, en el libro “Santa Evita”, de Tomás Eloy Martínez, aparece la cuestión de la candidatura a la vicepresidencia y el renunciamiento de Eva. El autor -escudándose en que se trata de una novela- lo coloca a Perón en papel siniestro enrostrándole el cáncer a Eva para trabar su posibilidad vicepresidencial. ¿Qué opinión le merece esta versión?

- “Supercherías, burradas. ¿ Vamos a ver? Esos insultos, que querías ser ésto o aquello, que hijo de p..., ¡cancerosa.’ ¡Cómo se te ocurre!... Por favor, hijo. Piense en una mujer que está por operarse que debe suponer que tiene algo grave. Piense si está en condiciones de tener ánimo para pelear una vicepresidencia. De ninguna manera. En segundo lugar, observe, para no caer en la estupidez que le digan novelescamente. Ella era infinitamente más que un vicepresidente. La vicepre¬sidencia la iba a encasillar en el Congreso. Significaba renunciar a su vocación, a su destino de la Obra Social para reemplazarlo por algo para lo cual ella no estaba preparada. Y ella no tenía un pelo de tonta.

Que internamente aparecieron algunos fuegos fatuos de esos, por la vanidad ¿sabe? Y bueno, ¿quién no lo desea? Era lógico. Pero bastaba tener dos dedos de frente y ella tenía más de cuatro para decir, no me voy a matar por esa estupidez”

- ¿Algún otro recuerdo sobre Evita?

- Sí. Quisiera que recordase esto: “El enemigo político vio en Eva Perón lo exterior, lo accidental suyo y le gritó a la cara: demagoga, resentida, odiadora, vanidosa. vengativa... Dios, en cambio, vio su interior, vio la sustancia de su ser, vio el fondo de su alma desbordando pasión de justicia hizo de ella la más célebre, la más famosa mujer de este siglo”

jueves, 29 de abril de 2010

BATALLA NAVAL GANADA POR LA CABALLERIA - 12 de agosto de 1806

Día grande fue para Buenos Aires aquel 12 de agosto! Quizá uno de los más gloriosos de su historia. Día en que la ciudad se encontró a sí misma y en que, con su hazaña, pudo medir la estatura del régimen pigmeo y caduco que la sojuzgaba y la de un enemigo colosal que un día pudiera darle un zarpazo de la traición. Doce de agosto de 1806. Día de la Reconquista.




Es una jornada gris, neblinosa y fría. Pero ya no llueve y ha calmado el temporal de días pasados. Los caminos de acceso a la ciudad han quedado intransitables: el de la costa, que viene de las Conchas; el del Alto, que trae de los corrales de Miserere; el de la Chacarita, de los Colegiales. ¿Y las calles? No obstante su elemental empedrado - o por su causa, quizá - son verdaderos pantanos. La ciudad, chata y triste, está encenagada.



Por todas las rúas confluentes a la Plaza Mayor son cauces por donde circula pesadamente una muchedumbre, armada a medias, pero poseída de un ímpetu contagioso y heroico. La encabezaban los obuses de los Miñones - hasta ayer no más pacíficos tenderos catalanes - y la artillería volante de Agustini. Detrás avanzan por las aceras y en fila india, los marineros franceses del corsario Mordeille y los de la escuadrilla de Montevideo. Y, por las calzadas, el turbión de las caballerías gauchas de los milicianos de Pueyrredón, de los dragones de Buenos Aires y La Colonia, de los Blandengues de la Frontera. Y civiles armados con cuchillos y añosos mosquetes y partasanas, exhumados de vaya a saber que desván familiar. Y chinas bravías que, cantando, pelean a la par de los hombres con sus navajas andaluzas o se dedican a volver a cargar los fusiles a los varones. Y burgueses, señorones, quinteros de Perdriel, reseros de Miserere colegiales, viejos y niños. Niños que, cuando no lanzan contra el enemigo cantos rodados con sus hondas cabreras, se deslizan agazapados por entre los heridos y muertos, vaciando sus cartucheras para reaprovisionar de proyectiles a sus padres y hermanos.







No hay obstáculos. Si los baches son profundos, aparecen vecinos que los colman con ladrillos sacados de sus propias casas. Los cañones son desencajados a la cincha de los redomones de los milicianos. Y si los caballos no pueden, ahí están cien brazos robustos que los arrastrarán.



Las casas, cerradas a cal y canto, enrejadas, hoscas, parecen casamatas. Unicamente abren sus puertas, de cuando en cuando, para dejar paso a algún herido o dar agua a los reconquistadores que, empapados de lodo, negros de pólvora y por sobre los cadáveres de sus amigos y adversarios, marchan hacia su destino.



Crepitan los fusilazos y el coraje. Tabletean las descargas cerradas. Truenan los cañones. Se suceden, clamorosas y agrias, las cargas a la bayoneta y los aludes de caballería. Ruge el pueblo en armas alentando a los heridos y remisos y desafiando al enemigo.



Por fin los chaquetillas rojas se retiran hacia el Fuerte. Nada ha podido contener el empuje avasallador de los reconquistadores. Ni los poderosos cañones de marina, ni los fusileros de Santa Helena, ni la fama del invencible Nº 71 de Highlanders, que ahora cede terreno, paso a paso, de espaldas a la Plaza en que entrara triunfante hace meses, al son de las gaitas nativas, bajo la lluvia y entre las miradas torvas de un pueblo humillado por una rendición sin pugna.



Y en pos del enemigo que recula, allá va el turbión porteño, entre estampidos, gritos, chasquidos y retumbos, mientras repican a rebato, como enloquecidas por un júbilo feroz, la campana del Cabildo ilustre y las de todas las iglesias de la ciudad. Es todo un pueblo que marcha peleando, cantando y jadeando, en pos del desquite de la vergüenza con que lo enfrentara el extranjero por la cobardía y la inepcia de un vejete ridículo, de dos o tres militares de sainete y de algunos pelucones ávidos que le hacían la corte. Doce de agosto, día lustral, bautismo de gloria. Día de anunciación.



En tanto avanza el pueblo victorioso, en la ribera del Plata tiene lugar un episodio extraordinario, sin duda el más característico de aquella jornada memorable.



En las primeras horas de la mañana, a poco de iniciar los reconquistadores, en el Retiro, su marcha hacia la Plaza Mayor, algunos barcos ingleses cañonearon, desde el río inmediato, a la columna que avanzaba por el camino del Bajo y calle del Santo Cristo hacia las barbacanas del Fuerte. Pero, como está visto que Dios es criollo, a consecuencias del huracanado viento de días anteriores, sobrevino una bajante extraordinaria de las aguas del Plata, con lo que las naves de Popham, que no pudieron retirarse a tiempo río adentro, vinieron a quedar en seco y varias de ellas debieron ser apuntaladas para no volcar.



Pero, si bien los cañones enemigos ya no eran de temer, podía esperarse un desembarco de los de la escuadra inerme, para proteger o reforzar a los británicos que se defendían en tierra.



- Alférez: Tome veinte paisanos de los míos y patrulle la costa. Si nota algún amago de desembarco, corra a avisarme.



- ¡Está bien, señor comandante Pueyrredón!



El oficial elige su pelotón. Son gauchos de las quintas: pañuelos atando las crenchas, chiripás y botas de potro. Lanzas de tacuaras con cuchillos por moharras. Algunos tienen sables o tercerolas. Pero todos, lazos, boleadoras y facón al cinto. Son de los vencidos de Perdriel, de los milicianos de Arze. De los que lloraron de rabia cuando, sin llegar a distinguir el color de la bandera enemiga, fueron entregados por sus jefes, reumáticos de piernas y baldados de coraje.



Los jinetes, a su vez, examinan a quien los ha de conducir: ¡Hum!



Un oficial de infantes, de ese Regimiento Fijo de militarcitos de palacio. Un jovencito de unos veintiún años con tan brillante uniforme que parece ir a un baile del Fuerte. Pero es cierto que es un hermoso pueblero de piel blanca, ojos profundos y cabello renegrido que se muestra bien plantado en un tordillo de mi flor. Insolente en su gesto y ambicioso en su ademán. Dicen que es de una familia principal de tierra adentro: de Salta. Habrá que verse qué tal se porta este lechuguino...



- ¡En marcha!



La patrulla pone sus cabalgaduras al paso y avanza escudriñando entre la espesa niebla que cubre la ribera. No se ve más allá de las narices. ¡Pero sí! ¡Hacia aquel rumbo que distingue la masa oscura de un buque!



Es cierto: a unas brazas de los juncales de la orilla se percibe un casco inmóvil: es el de la goleta “Justina”, que los ingleses arrimaran a la costa para hostilizar a los reconquistadores con los fuegos de sus veintiséis cañones, de sus cien fusileros de marina y de los veinte marineros de su dotación. La bajante la ha dejado en seco y ha quedado fuertemente escorada y por tanto, en imposibilidad de usar de su andanada.



Pero nada de eso saben los de la patrulla criolla. ¿Será una fragata? ¿O quizá un lanchón? ¿Tendrá muchos cañones? ¿Y cuántos soldados y tripulantes?



- ¡Qué importa todo esto, paisanos! Pero, por si a alguno le interesase saberlo, ¡lo iremos a averiguar sobre la cubierta misma del buque gringo!



Este razonamiento del alférez gusta a los gauchos. ¡Así hablan los hombres, qué caray!



El oficial desenvaina. Da una orden y traza un relámpago en el aire con su espada. Y el pelotón gaucho, sable o cuchillo en la diestra, se mete con sus caballos en el río.



Hostigados por los alaridos indios e improperios bien criollos, las bestias chapotean el agua que no les llega al encuentro. Los fusileros de la “Justina” rompen fuego graneado. Algunos asaltantes caen y sus pingos caracolean espumando el agua, pero sin abandonar al amo. Y el grupo continúa su avance a galope de carga.



Ya están junto al barco varado. Y entonces, aquellos paisanos que jamás han visto una nave de cerca, que se criaron en la pampa terrosa y seca, reciben la orden absurda, aunque esperada:



- Paisanos: ¡al abordaje!



Y la hazaña se cumple. Algunos de pie sobre el pingo. Otro, colgado de algún cable. Quien, gateando el casco y haciendo pie con el dedo gordo en los ojos de buey o en las junturas de la tablazón. Y todos trepando a la cubierta. Los ingleses deben dejar el fusil, por inútil, y tomar el hacha, el chuzo o el sable.



Los asaltantes están ya sobre la “Justina”. Se multiplican los duelos cuerpo a cuerpo en que los aceros se sacan chispas. Salen a relucir las boleadoras que machacan cráneos y manean defensores. Corre la sangre sajona que venciera en Trafalgar y la sangre nuestra, que rebulle por la hazaña primera.



Acosados por el ímpetu de aquellos locos, los ingleses pronuncian una palabra:



¡Rendición!



Marineros y fusileros son maniatados cuidadosamente con los lazos de los abordadores. El rojo pabellón arriado y reemplazado por el español. Los veintiséis cañones, clavados.



Y mientras algún criollo queda de guardia en la goleta apresada, el resto de la columna emprende gozoso su fluir hacia la Plaza, llevando en ancas a sus heridos y arreando en ristra, como salchichones, a sus ciento y tantos prisioneros, precedidos por el capitán inglés, su contramaestre y el condestable.



El alférez ha mostrado su pasta. Sus gauchos ahora le miran con respeto y algunos más indisciplinado y audaz le palmea y grita a sus compañeros:



- ¡Viva el salteñito! ¡Viva el rubilingo macho, paisanos!



Es que al gaucho siempre le han placido el valor desesperado, el ataque disparatado y la guapeada absurda.



Y en el día memorable, al caer el sol, cuando ya los marineros de Mordeille han recibido la espada de Beresford, el grupo de paisanos de Perdriel llega a la Plaza encharcada y jubilosa – en la que algunos gritan “¡Viva el Rey!” y muchos el entre amenazador y subversivo “¡Viva la Patria !” – con su alférez a la cabeza, llevando en el brazo el pabellón de la goleta cautiva y, detrás, la larga fila de prisioneros, confusos aún por aquel inconcebible abordaje a caballo de que han sido víctimas.



Liniers, radiante, bajo las arcadas del Cabildo, rodeado de sus jefes y de los graves regidores y miembros de la Audiencia, ve llegar a la extraña caravana. Y tras de escuchar el parte del alférez captor de la “ Justina”, le palmea diciéndole con tono entre ejemplarizador, justiciero y profético:



- Le felicito, “subteniente” Martín de Güemes: ¡usted llegará lejos!



Así fue el bautismo de fuego de un pueblo y de un hombre que habrían de obrar milagros.



Argüero, Luis Eduardo; Cielo al Tope; Historias Marineras



Ver artículos relacionados:



- Robo durante las invasiones inglesas.

- Reconquista: Capitulación de un general desgraciado.

- Batalla naval ganada por al caballería

- "Los ingleses de los ingleses"

- Las 12 invasiones inglesas.

- Homenaje al bicentenario de la reconquista



Fuente: www.lagazeta.com.ar

miércoles, 28 de abril de 2010

La Mosca de Buenos Ayres

La Mosca de Buenos Ayres fue una goleta corsaria de Buenos Aires durante las invasiones inglesas, cuyo propietario fue Mariano Renovales, el capitán Juan Bautista Azopardo y su armador Don Anselmo Saénz Valiente. Con patente de corso emitida el 17 de noviembre de 1806 por Liniers, tenia como misión la vigilancia de la escuadra británica en Río de la Plata al mando de Popham que esperaba refuerzo de Inglaterra. Artillada con 4 cañones y tripulada por 60 marinos. Su pantente venció el 23 de enero de 18071 .

El alistamiento


Tras la reconquista de Buenos Aires el 12 de agosto de 1806, en la que participaron parte de la tripulación de la fragata corsaria “Dromedario”, dirigidos por su Capitán Mordeille y el segundo comandante Azopardo, este último se queda en la Buenos Aires, no retornando a Montevideo donde estaba su nave.

Juan Bautista Azopardo solicita a Liniers una patente de corso para hostigar a la escuadra de Popham, naves mercantes de bandera británica y contrabandistas (en su mayoría de aquella bandera).

La estrategia de Azopardo, consistía en alistar un navío de poco calado para poder tener como vía de movilidad sin riesgos la costa sur del río que era de casi imposible transitarla por las naves británicas.

Entre el tipo de nave que fuera la elegida tenemos diferentes versiones entre las obras más destacadas del tema así Mercedes Azopardo en 1961 en la biografía de su bisabuelo refiere a la misma como una goleta 2 mismo tipo que emplean Rodriguez, Horacio y Arguindeguy, Pablo E. en 1996 en su obra sobre el Corso Rioplatense 3 , siendo Lauracio Destéfani4 quien pone una suposición en obra sobre que podría haber sido una balandra o sumaca. La tripulación fue constituida por 60 marinos y el armamento 2 cañones de 8 y 2 de 4.

Combate en el Río de la Plata

En una de la salidas de la Mosca, el bergantín HMS Protector y una goleta británica, no identificada a la fecha, entablan combate con la nave corsaria. Dada la inferioridad de fuego Azopardo decide fijar rumbo a la costa sur del río con dirección a Quilmes, donde queda varado intentando salvar el navío. Las naves británicas para evitar encallar en esa zona traicionera del río, deciden bajar cuatro embarcaciones para asaltar al corsario.

Las embarcaciones izaron ´´Bandera Negra’’, la primera embarcación se logra capturar con un oficial y cinco marineros, y las tres embarcaciones decidieron volver a sus respectivos buques que estaban fondeados fuera del alcance de los cañones de la Mosca de Buenos Aires.

Azopardo organizó en tierra una posición defensiva, una batería, ante un posible contra golpe británico. Cuando volvió la crecida pudieron salir de estar varados y volver a balizas. Los prisioneros fueron remitidos a Buenos Aires y las bajas totales del navío corsario computaron tres marinos. 5

Captura de la Fragata María

El 5 de noviembre de 1806, tras acciones de botes y diálogo entre los capitanes, Azopardo decide tomar como presa a la fragata anglosamericano María de Filadelfia6 .

Bibliografía

• Azopardo, Mercedes G.(bisnieta)(1961) Coronel de Marina Juan Bautista Azopardo Serie C Biografías Navales Argentinas Nº3. Capítulo I. Invasiones Inglesas. Secretaria de Estado de Marina, Subsecretaria, Departamento de Estudios Históricos Navales.

• Destéfani, Laurio H., Los Marinos en las Invasiones Inglesas, Serie B Historia Naval Argentina Nº15. Comando General de la Armada, Secretaria General Naval, Departamento de Estudios Históricos Navales. (1975).

• Roberts, Carlos (2000). Las invasiones inglesas del Río de la Plata (1806-1807) y la influencia inglesa en la independencia y organización de las provincias del Río de la Plata. Emecé. ISBN 950-04-2021-X

• Rodriguez, Horacio y Arguindeguy, Pablo E. (1996) El Corso Rioplatense. Instituto Browniano. ISBN 987-95160-4-4

Referencias

1. ↑ Rodriguez, Horacio y Arguindeguy, Pablo E. (1996) El Corso Rioplatense. Libro I. Nociones Acerca de la Guerra de Corso Previas a 1810. Capítulo 3. La Guerra de Corso en el Río de la Plata con anterioridad a 1810. 3.1 El Corso Español desde Buenos Aires, Montevideo y la Colonia. pag. 38. Instituto Browniano. ISBN 987-95160-4-4

2. ↑ Azopardo, Mercedes G.(bisnieta)(1961) Coronel de Marina Juan Bautista Azopardo Serie C Biografías Navales Argentinas Nº3. Capítulo I. Invasiones Inglesas. pag.20-21 .Secretaria de Estado de Marina, Subsecretaria, Departamento de Estudios Históricos Navales.

3. ↑ Rodriguez, Horacio y Arguindeguy, Pablo E. (1996) El Corso Rioplatense. Libro I. Capítulo 3. La Guerra de Corso en el Río de la Plata con anterioridad a 1810. 3.1 El Corso Español desde Buenos Aires, Montevideo y la Colonia.Instituto Browniano. ISBN 987-95160-4-4

4. ↑ Destéfani, Laurio H., Los Marinos en las Invasiones Inglesas, Serie B Historia Naval Argentina Nº15. Comando General de la Armada, Secretaria General Naval, Departamento de Estudios Históricos Navales. (1975). Capítulo VI. Después de la Reconquista y la ocupación de la Banda Oriental. pag. 238

5. ↑ Azopardo, Mercedes G.(bisnieta)(1961) Coronel de Marina Juan Bautista Azopardo Serie C Biografías Navales Argentinas Nº3. Capítulo I. Invasiones Inglesas. pag.20-21 .Secretaria de Estado de Marina, Subsecretaria, Departamento de Estudios Históricos Navales.

6. ↑ Diario de Buenos Aires 1806-1807. Alberto M. Salas. (1981) Pág 341

o A.G.N., IX, 1-2-5 y 49-3-3, f. 34-35

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