jueves, 28 de enero de 2016

REPARTO DE TIERRAS POR SUERTE CUANDO SE FUNDÓ BUENOS AIRES

REPARTO DE TIERRAS POR SUERTE CUANDO SE FUNDÓ BUENOS AIRES

reparto de tierras de juan de garay por suertes

La fundación de Buenos Aires fue financiada por gentes  de Asunción, convocados al efecto por la publicación de edictos y repartidas luego por sorteo. Por ello las fracciones eran llamadas “suertes”.
Así repartió Juan de Garay las tierras de la nueva ciudad.

Suertes

Varas de tierra
1.
A Luis Gaytán, tomando, por lo más derecho, y ha de empezar desde una punta que está arriba de la ciudad, hacia el camino por donde vienen de la ciudad de Santa Fe, y han de llegar la frente de esta tierra y todas hasta la ribera del Paraná, y costa la tierra adentro ella, y de todas las demás, una legua, o hasta donde el égido, que tengo señalado para la ciudad, diere lugar porque sí antes lo descabezare alguna suerte del égido, ha correr la dicha legua por la tierra adentro, aunque sea en perjuicio de las suertes
500
2.
Otrosí, señalo a Pedro Álvarez Gaytán en la forma dicha
350  
3.
Otrosí, a Domingo de Irala
350
4.
Otrosí, para mí, desde su linde
500
5.
Luego, para el Alcalde Rodrigo Ortiz de Zárate
500
6.
Luego, Miguel López Madera
350
7.
Luego, Miguel Gómez
350
8.
Luego, Gerónimo Pérez
350
9.
Luego, Juan de Basualdo
350
10.
Luego, Diego de la Barrieta
400
11.
Luego, Víctor Casco
400
12.
Luego, Pedro Luis
400
13.
Luego, Pedro Fernández
400
14.
Luego, Pedro Franco
400
15.
Luego, Alonzo Gómez
350
16.
Luego, Estevan Alegre
350
17.
Luego, Pedro de Izarra
400
18.
Luego, Juan Fernández de Zárate
350
19.
Luego, Baltazar de Carbajal
350
20.
Luego, Antonio Bermúdez
400
21.
Luego, Jusepe de Salas
300
22.
Luego, Francisco Bernal
350
23.
Luego, Miguel del Corro
350
24.
Luego, Bernabé Veneciano
350
25.
Luego, Cristóval Altamirano
350
26.
Luego, Pedro de Xerez
350
27.
Luego, Sebastián Bello
350
28.
Luego, Juan Domínguez
400
29.
Luego, Pedro Izbran
350
30.
Luego, Pedro Rodríguez
350
31.
Luego, Pedro de Quiros
400
32.
Luego, Alonso Escobar
400
33.
Luego, Antón Higueras
400
34.
Luego, el Alcalde don Gonzalo Martel de Guzmán
400
35.
Luego, Juan Ruiz
400
36.
Luego, Juan Fernández de Enciso
400
37.
Luego, Hernando de Mendoza, Alguacil mayor
400
38.
Luego, Pedro Morán
400
39.
Luego, Rodrigo de Ibarrola
400
40.
Luego, Andrés de Vallejo
400
41.
Luego, Pedro de Sayas Espeluca
400
42.
Luego, Lázaro Griveo
400
43.
Luego, Juan de Carbajal
400
44.
Luego, Pantaleón
350
45.
Luego, Pedro de Medina
350
46.
Luego, Juan Martín
350
47.
Luego, Estevan Ruiz
350
48.
Luego, Andrés Méndez
350
49.
Luego, Miguel Navarro
350
50.
Luego, Sebastián Fernández
350
51.
Luego, Juan de España
300
52.
Luego, Ambrosio de Acosta
300
53.
Luego, Rodrigo Gómez
350
54.
Luego, Pablo Simbrón
300
55.
Luego, Antón Roberto
400   -6-  
56.
Luego, Gerónimo Martínez
400
57.
Luego, Pedro de la Torre
400
58.
Luego, Domingo de Areamendia
400
59.
Luego, Ana Díaz
300
60.
Luego, Antón de Porras
400
61.
Luego, Ochoa Márquez
400
62.
Luego, Juan Rodríguez
400
63.
Luego, Alonzo Pareja
400
64.
Luego, Pedro Hernández
400
65.
Luego, Juan de Garay
400


24500 varas.

ACTA DE FUNDACION DE BUENOS AIRES DE JUAN DE GARAY

ACTA DE FUNDACION DE BUENOS AIRES DE JUAN DE GARAY


ACTA DE FUNDACION DE BUENOS AIRES DE JUAN DE GARAY

El documento más antiguo que se registra en los libros del Cabildo, es del año de 1594, y corresponde al tiempo de la administración de Zárate, que mandó transcribir la acta de la segunda fundación, por estar tan deteriorado el original que ya no era posible descifrarlo.


"Juan de Garay, Teniente Gobernador y Capitán General en todas estas provincias del río de la Plata, por el muy Ilustre Señor Adelantado Juan de Torres de Vera, Adelantado, Gobernador y Capitán General, Justicia mayor y Alguacil mayor de todas estas Provincias conforme a las capitulaciones que el muy Ilustre Señor Adelantado Juan Ortiz de Zárate, (que haya gloria) hizo con la Majestad Real del Rey don Felipe (fue el II de este nombre), Nuestro Señor, y al mí, por virtud de sus poderes reales, y el dicho Adelantado Juan de Torres de Vera me tiene dados para que, en nombre suyo y de Su Majestad, yo gobierne estas Provincias y haga en ellas las poblaciones que me pareciere ser convenientes para ensalzamiento de Nuestra Santa Fe Católica y para aumento de la Real Corona de Castilla y de León; y así como tal Teniente y Capitán General y Justicia Mayor, he sido recibido en todas las ciudades que están pobladas en esta dicha gobernación, así por mi persona como por mis poderes he sido recibido en ellas, y puestas las justicias de mi mano, y recibido y usado los dichos poderes; debajo de los cuales en todo este tiempo, después que fui recibido, he hecho todo lo que me fía, parecido ser cosa conveniente y necesaria para el bien de esta gobernación, así en pacificar los naturales alterados, como en otras cosas que se han ofrecido; y así, por virtud de los dichos poderes, y en nombre de Su Majestad, yo levanté estandarte real en la ciudad de la Asumpción, y publiqué y mandé publicar la población de este Puerto de Santa María de Buenos Aires, tan necesaria y conveniente para el bien de toda esta gobernación y de Tucumán, y para que se entienda y se predique Nuestra Santa Fe Católica entre todos tos indios naturales que hay en estas provincias; y así, con celo de servir a Dios Nuestro Señor, se asentaron en la ciudad de la Asumpción sesenta soldados, y se metieron debajo del estandarte real, y vinieron y están contigo sustentando esta dicha población; habiendo hecho muchos gastos de sus haciendas, y pasado muchos trabajos en cosas que se han ofrecido. Y así, usando de los poderes reales que Su Majestad el Rey D. Felipe, Nuestro Señor, dio al muy Ilustre Señor Adelantado Juan Ortiz de Zárate, (que haya gloria) para él y para su sucesor y sus capitanes, yo en nombre de Su Majestad he empezado a repartir, y les reparto a los dichos pobladores y conquistadores, tierras y caballería y solares y cuadras, en que puedan tener sus labores y crianzas de todos ganados; las cuales dichas tierras y estancias y huertas y cuadras, las doy y hago merced en nombre de Su Majestad y del dicho Gobernador, para que como cosa propia suya puedan en ella edificar, así casas como corales, y poner cualesquier ganados, y hacer cualesquier labranzas, que quisieren y por bien tuvieren, y poner cualesquiera plantas y árboles que quisieren y por bien tuvieren, sin que nadie se lo pueda perturbar, como si lo hubiese heredado de su propio patrimonio; y como tal puedan dar y vender y enajenar y hacer lo que por bien tuvieren; con tal que sean obligados a sustentar la dicha vecindad y población cinco años, como Su Majestad lo manda por su real cédula, sin faltar de ella, si no fuere con licencia del Gobernador o Capitán que estuviere en la dicha población, enviándoles a cosas que convengan y que sean obligados a acudir, conforme rezare la tal licencia. Donde no, lo sustentaren en esta, o pueda el Capitán o Gobernador repartirlo o encomendarlo de nuevo en las personas que sustentaren la dicha población y sirvieren en ella a Su Majestad. Y porque conviene, por el riesgo que al presente hay de los naturales alterados, que para hacer sus labores más seguras y con menos riesgo de sus personas y de sus sementeras, que cada vecino y poblador de esta ciudad de la Trinidad y Puerto de Buenos Aires, tengan un pedazo de tierra, donde con facilidad lo puedan labrar y visitar cada día; así, en nombre de Su Majestad y de la manera y forma que dicho tengo, les señalo y hago merced, en nombre de Su Majestad, y en la forma que dicho tengo, sus pedazos de tierras por la vera del gran Paraná arriba, en la forma siguiente: 

miércoles, 27 de enero de 2016

MAYO DE 1969: ENTRE EL MAYO FRANCES Y EL CORDOBAZO

MAYO DE 1969: ENTRE EL MAYO FRANCES Y EL CORDOBAZO

MAYO DE 1969: ENTRE EL MAYO FRANCES Y EL CORDOBAZO


Interesante interpretación escrita por Ricardo E. Brizuela

El “mayo francés” comenzó en París precisamente el 3 de mayo de 1968, con estudiantes enfrentándose con las fuerzas del orden.

En nuestro país, el 15 de mayo del año siguiente, como un calco, un hecho similar tomó el nombre de “el cordobazo”. El primero sacudió al general Charles De Gaulle. El segundo hizo tambalear al gobierno “de facto” del general Juan Carlos Onganía.

Sin embargo, como entre paréntesis, en el medio de ambos hechos se registraron en el mundo distintos niveles de violencia de signos contrapuestos. Si bien es cierto que la izquierda fomentó simultáneamente movimientos en México, Gran Bretaña, Alemania, Italia y Bélgica, también hay que destacar que la “Primavera de Praga” que se había iniciado en enero de 1968 en Checoeslovaquia – con una atmósfera de democracia - de la mano de Alexander Dubcék, cayó estrepitosamente bajo las armas de las fuerzas del Pacto de Varsovia (la OTAN del entonces mundo comunista), el 20 de agosto del mismo año.

En Francia, diez millones de obreros iniciaron una de las huelgas más importantes de su historia y algunos grupos se apoderan de las fábricas. De inmediato recogieron la simpatía de la mayoría, con una franca adhesión de la intelectualidad y fundamentalmente de los jóvenes. Muy pronto, el país se manifestó, como si quisiera sacarse de encima un corcet de autoritarismo. El mundo entero fue conmovido por la magnitud que tomó el movimiento de protesta.

El 24 de mayo el general De Gaulle pide el apoyo del pueblo a través de un referendum y. el 30 de mayo disuelve la Asamblea y convoca a nuevas elecciones ganando una batalla a lo Pirro.

No consiguió revertir la situación y debió alejarse del gobierno en abril de 1969.

En La Argentina, el 15 de mayo de 1969, estudiantes correntinos protestan por la privatización de los comedores estudiantiles y muere baleado el estudiante de medicina Juan José Cabral. Inician huelgas los metalúrgicos cordobeses y todo el país se solidariza con los estudiantes correntinos.

El 17 de mayo, en una manifestación de adhesión en Rosario, es baleado el estudiante de Ciencias Económicas Alberto Ramón Bello, quien muere al día siguiente. El día 20 en la Capital los desórdenes dejan un saldo de 20 heridos y 120 detenidos. En Rosario continúa la protesta y es muerto el obrero metalúrgico Norberto Blanco. El gobierno de Onganía ocupa militarmente la ciudad y establece el estado de emergencia y la población responde con paro general.

Sin embargo lo peor todavía estaba por ocurrir.
El dirigente Raimundo Ongaro es detenido en Córdoba y trasladado a la Capital Federal el 24 y se suspenden las celebraciones del 25 de mayo en todo el país. En Tucumán el 27 los estudiantes controlan por unas horas el centro de la ciudad. El día 29 en Córdoba se inician enfrentamiento de inusitada violencia entre policías y manifestantes. La población toma un sector de la ciudad que tiene por epicentro el Barrio Clínicas y entonces interviene el ejército y la aeronáutica.

Veinticuatro horas después estas fuerzas controlan la situación: queda un saldo de 14 muertos y más de 100 heridos.

Las dos centrales obreras, Paseo Colón y Azopardo, decretan una huelga que se cumple en todo el país. Un consejo de guerra pena con cuatro y ocho años de prisión a los dirigentes Elpidio Torres y Agustín Tosco. El 4 de junio el general Onganía sostiene que los disturbios responden a fuerzas organizadas y anuncia la renuncia de su gabinete, gobernadores y altos funcionarios.

El mismo día, desde Madrid, el general Juan domingo Perón dice que el gobierno de Onganía es un “anacronismo” agregando que “hay que prepararse para derribar tal estado de cosas aunque para ello deba emplearse la más dura violencia”. El gobierno establece penas de hasta 8 años – por imperio de las leyes contra el comunismo – y renueva el gabinete en su totalidad.

Ante el anuncio de nuevos movimientos de fuerza en Córdoba, se interviene la provincia con un gobernador militar (el general Jorge Raúl Carcagno). Como colofón el 20 de junio en Rosario durante la celebración del Día de la Bandera la CGT local declaró persona no grata al presidente Onganía y los estudiantes le manifiestaron su repudio.

La calma se recuperó en forma paulatina. Sin embargo, el gobierno de Onganía fue perdiendo prestigio en forma acelerada.

En 1973 llega la democracia y “el cordobazo” ya es un recuerdo. En esa oportunidad, el presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós que llegó al país para la asunción de Hector Cámpora, se trasladó a Córdoba el 29 de mayo para asistir a un acto conmemorativo de la revuelta de 1969. Allí dijo: “Nos unen compañeros ideales comunes, las ansias comunes, el vigor revolucionario de ambos pueblos”.

Como en una obra de teatro, el telón cae muy lentamente. Sin embargo, faltaba todavía el gran acto, aquel en el que todos los actores saldrían a escena.



EL GRAL. JOSÉ DE SAN MARTÍN Y UN BOTERO DE APELLIDO SÁNCHEZ: LA HISTORIA DEL BOTERO QUE CASI CAMBIA LA HISTORIA

EL GRAL. JOSÉ DE SAN MARTÍN Y UN BOTERO DE APELLIDO SÁNCHEZ:
LA HISTORIA DEL BOTERO QUE CASI CAMBIA LA HISTORIA



EL GRAL. JOSÉ DE SAN MARTÍN Y UN BOTERO DE APELLIDO SÁNCHEZ: LA HISTORIA DEL BOTERO QUE CASI CAMBIA LA HISTORIA

Si un botero incumplidor no hubiera frustrado el desembarco en Montevideo, José de San Martín no hubiera terminado en Buenos Aires donde otra decisión vuelve a encaminar los acontecimientos en el sentido que conocemos.  Y más todavía, cuando vuelve a Montevideo le hacen una oferta que, esa sí, hubiera tenido fuerte incidencia en la historia rioplatense.  ¿Que estas versiones no se ajustan a la versión oficial?  Y bueno, todo es siempre felizmente opinable.  Sólo resta aceptar la que más encaje en vuestras pretensiones de cómo debe haber sido la historia… o elaborar otra más.
Y un poco más: si los argentinos hubiésemos aceptado la opinión que San Martín tenía de Lavalle, los cinematógrafos de Buenos Aires hubiesen estado en otra calle.
Los protagonistas de esta historia son un botero de apellido Sánchez y el Gral. José de San Martín.  El botero “se olvidó” de ir a buscarlo por segunda vez, ya que la primera fue con un bote chico y no entraba con sus bártulos y su criado (el peruano Eusebio Soto).  En tales circunstancias solicitó un bote más grande que nunca llegó.  Para los argentinos José de San Martín es el Padre de la Patria, para los uruguayos un prócer olvidado, aunque no más que otros vernáculos, pese a que sin él la historia americana hubiese sido otra.  Venía del puerto de Falmouth (Inglaterra) a bordo del navío inglés HMP Countess of Chichester con destino a Montevideo, las circunstancias le obligaron a continuar hacia Buenos Aires, contra su voluntad, ya que el capitán (James) no tenía tiempo para esperar el regreso de su botero.
Los hechos
La historia oficial dice que su destino era Buenos Aires, la realidad muestra que no, se dice que su viaje obedecía a fines patrióticos y hoy después de leer este artículo sabrán que tampoco.  Se dice que salió de Buenos Aires al divisar conmovido, que estaba desgarrada por la anarquía y los odios políticos (era cierto), pero al parecer fue impedido su desembarco por el gobierno argentino y puesto a bordo del bergantín de guerra General Rondeau, directamente desde el Countess of Chichester, navío que retornó a Montevideo, 15 días después.
La historia oficial
En febrero de 1829, San Martín regresó al Río de la Plata; encontró a Buenos Aires sufriendo las consecuencias de la revolución de Juan Lavalle y del fusilamiento del coronel Manuel Dorrego (13 de diciembre de 1818).  No quiso desembarcar; aún a bordo, lo visitaron varios ex oficiales del cuerpo de Granaderos a Caballo, como Juan Lavalle y Manuel de Olazábal, y Antonio Alvarez Condarco, entre otros.  Convencido de que el conflicto civil en la Argentina sólo podía resolverse mediante un prolongado derramamiento de sangre y de que él no podría nunca ponerse al frente de semejante lucha, en la que participarían veteranos del ejército de los Andes en ambos bandos, San Martín regresó a Europa sin pisar territorio argentino, deteniéndose primero por unos meses en Montevideo.
La otra historia
Después de dejar a su hija Mercedes en Bruselas, el Gral. José de San Martín resuelve hacer un viaje a Aix-la-Chapelle (Aachen, Alemania) para aliviarse la artritis con las aguas sulfurosas de las termas.  Más tarde continúa el viaje a Marsella, luego a Lille, Tolón y nuevamente a Marsella desde donde retorna a París por la ruta de Nimes.  Esta travesía hoy equivale a 2.200 kilómetros.  Parte del invierno de 1828 lo ocupa en recorrer Francia.  Después prepara su famoso viaje de retorno al Río de la Plata.  Los días previos a la partida estuvo alojado en la casa de un general inglés Lord MacDuff, Conde de Fife en Cantebury.  De ahí a Falmauth.  En 1806, el hermano de MacDuff,de nombre Alexander Duff, había comandado el 88 Regimiento, Connaught Rangers y fue quien ordenó la columna central en el ataque a Buenos Aires, por parte de los ingleses.
El motivo del viaje al Río de la Plata
El motivo de su viaje tal vez haya que buscarlo dentro de las contingencias económicas: “libro poder en Montevideo a fin de nombrar administrador de sus propiedades en Mendoza y Buenos Aires, así como para que demande y cobre de las arcas del Estado, la pensión que el soberano congreso señaló a mi hija doña Mercedes de San Martín” (San Martín, su correspondencia 1823-1850, Museo Histórico Nacional).
Carta a Pedro Advincola desde Bruselas, 3 de agosto de 1826: “Tengo dicho a usted que por pretexto alguno haga gastos en la hacienda y sostenga con sus productos hasta el año 1828, que sin falta estaré de regreso en ésa.  Ya dije a usted en mis anteriores, que mandaré un inventario de todo lo que existe en la hacienda de mi hermano Manuel.
Carta de San Martín a Guillermo Millar (Museo Mitre, Buenos Aires), Bruselas, abril 19 (ó 9) de 1827: “Señor general Don Guillermo Miller (William Miller), parte de la misma (abajo) en la que no figura la PD donde dice: “Mi mayordomo en Mendoza se me escribe, quedaba en la agonía; si su muerte se verifica tendré necesariamente que pasas a América en este año para no abandonar mis intereses”.
El 21 de noviembre de 1828 partió hacia el Río de la Plata bajo el nombre de José Matorras; el por qué nadie lo sabe.  El martes 5 de febrero el HMP “Countess of Chichester”, supuestamente mitad a vapor y vela (al parecer era sólo a vela) llega a Montevideo, fondea a una legua del puerto a la una de la madrugada.
Carta de San Martín al Gral. Tomás Guido explicándole el motivo por el cual no desembarcó en Montevideo: “Llegamos a la una de la mañana; a las cinco desembarcó el capitán más dos pasajeros, a uno de ellos le encargué un bote para desembarcar con mi criado y equipaje.  El español Sánchez, a quien le había hecho el pedido, me remite uno tan pequeño que no podía caber mi equipaje, pago a los marineros y le encargo otro más grande.  El capitán del paquete (James) regresa y le suplico suspenda dar la vela hasta tanto regrese el bote.  Al final el capitán me hizo presente que habiendo aguardado una hora la era imposible hacerlo por mas tiempo y mucho más habida cuenta que el navío Ganges estaba en la zona cuyo comandante le podía hacer un fuerte cargo, por lo que no tuve más remedio de seguir hacia Buenos Aires (Archivo General de la Nación).
Arribo a Buenos Aires
San Martín resolvió no desembarcar y solicitó desde a bordo el pasaporte para regresar a Montevideo.  Conocida la noticia los políticos empezaron a discutir con desconfianza sobre el misterioso viaje.  Muchos viejos amigos que habrían desearlo verlo, prefirieron mantenerse a la expectativa, sólo unos pocos lo visitaron, Tomás Guido, luego el coronel Manuel de Olazábal y el mayor Alvarez Condarco.  Así lo comunicaba la Gazeta (martes 10 de febrero de 1819): “De acuerdo a noticias aparecidas en el periódico “La Gaceta Mercantil” del martes 10 de febrero de 1829, ayer a la una de la mañana zarpó de las balizas interiores el bergantín de guerra General Rondeau y a las dos de la tarde recibió a su bordo al Gral. San Martín que se hallaba a bordo del Condesa de Chichester para conducirlo a Montevideo. 
El navío Chichester pasó 18 días en Buenos Aires y partió el 24 del mismo mes para Montevideo. 
¿Cuál fue el motivo por el que se trasladó en un navío de guerra?  ¿San Martín habría decidido desembarcar impidiéndoselo el gobierno?  En ese período estaba al mando el comandante Antonio Toll y Bernadet, el bergantín estaba destinado a las fuerzas que abandonaban la provincia de Montevideo rumbo a Buenos Aires y a los prisioneros y desterrados de esta capital a Colonia, Montevideo y la Patagonia.
Carta del capitán Ghautier a bordo de L’Arethuse al almirante Roussin jefe de la escuadra francesa anclada en aguas de Brasil, Montevideo, 22 de febrero de 1819: “Le General San Martin vient d’ariver sur cette rade et s’est presenté devant Buenos Aires pour y débarquer, le Gouvernement n’a pas voulu le recevoir; il lui a envoyé des passeports pour Montevideo oú il est arrivé escorté par un brick de guerre da Buenos Aires”.
Cabe mencionar que la casi mayoría de la prensa porteña, instrumento y vehículo de sus amigos y también de sus adversarios políticos, lo trató a San Martín en forma desconsiderada e inmerecida, presumiendo que el general se habría decidido por el apoyo a la tendencia adversaria.  Es indudable que ambos quisieron lograr su concurso para prestigiarse y decidir el triunfo de sus propias tendencias, viéndose amargamente sorprendidos por una decisión muy por encima de sus humanas ambiciones y absolutamente fuera de sus cálculos.
Arribó a Montevideo el 12 o 14 de febrero de 1829 (8 días después de haber llegado por primera vez).  Balcarce, Martínez, Iriarte y Manuel Aguirre llegan a Montevideo el 10 de marzo a bordo de la goleta argentina “Federico Feliz” habiendo sido escoltados en su viaje por el bergantín de guerra General Rondeau.  El 4 de abril de 1829 partió del cuartel general de Lavalle en Saladillo (provincia de Buenos Aires) una misión integrada por el coronel Eduardo Trole y Juan Andrés Gelly.  La misión Trole despertó curiosidad e inquietud en todos los sectores de Buenos Aires y Montevideo.  Los emisarios se presentaron ante San Martín el 12 de abril conjuntamente con el coronel Manuel de Escalada.  Según el Libertador, el objeto de Lavalle era “que yo me encargase del mando del ejército y provincia de Buenos Aires y transase con las demás provincias”.  Agregó: “Sería un loco si me mezclase con estos calaveras.  Entre ellos hay alguno, y Lavalle es uno de ellos, a quien no he fusilado de lástima cuando estaban a mis órdenes en Chile y Perú… son muchachos sin juicio, hombres desalmados…”.
Trole marchó de inmediato a Buenos Aires donde llegó el 22 de abril llevando la respuesta desfavorable; ante el fracaso Lavalle ordenó a Gelly que se retirara y al hacerlo “salude en mi nombre al General San Martín”.  Pese a ello Gelly no retornó a Buenos Aires hasta la partida de San Martín.  El 9 de abril de 1819 consigue su pasaporte extendido con la firma del Gobernador Provisorio del Estado de Montevideo, general Rondeau.
La salida de Montevideo se vio demorada por más de un mes debido al retraso del paquete inglés “SMB Lady Wellington” (de 196 Tn.).  El 22 de mayo de 1829 efectivos franceses a órdenes del vizconde Venancourt, comandante de las Fuerzas Navales de Francia en el Río de la Plata, se apoderan de los bergantines General Rondeau, Belgrano, Balcarce y las goletas 11 de Junio y República e incendian una sexta nave.
En Montevideo paró en el café y pensión de Carreras, situado en la Plaza Matriz (Sarandí entre Ituzaingó y Juan Carlos Gómez) y a los pocos días se traslada a la casa de Francisco Ramón Antonio Vidal, padre de Francisco Vidal (presidente de Uruguay entre 1880 y 1882).  Don Francisco de Olarte, hace la siguiente referencia: “En busca de un presidente neutro, entre las tendencias políticas cada vez más separadas de Lavalleja y Rivera, éstos le plantearon la posibilidad de que fuera candidato a la primera presidencia del Uruguay independiente, posibilidad que rechazó.  El 1º de mayo, presenció desde los balcones la entrada del Gobierno uruguayo a la ciudad, y se trasladó al Fuerte, invitado especialmente a las ceremonias.  Dos meses y 20 días después de su arribo a Montevideo regresa a Falmouth en el paquete (barco correo) SMB Lady Wellington.
Comentario de San Martín a Guido (Montevideo, Marzo 18 de 1829) en relación a esta historia: Dejemos que cada uno glose este pasaje de mi vida a su antojo”.
Fuente
Boletín Histórico – Estado Mayor General del Ejército, Montevideo (1951)
Diario El País – Montevideo, Uruguay
Documentos del archivo de San Martín – Archivo General de la Nación.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Miller, Johm – Memorias del General Miller, Ed. Emece, Buenos Aires (1997)
Portal www.revisionistas.com.ar
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar


lunes, 25 de enero de 2016

REVOLUCIÓN DEL LOS ORILLEROS - 5 DE ABRIL DE 1811

REVOLUCIÓN DEL LOS ORILLEROS - 5 DE ABRIL DE 1811


REVOLUCIÓN DEL LOS ORILLEROS - 5 DE ABRIL DE 1811

La noche del sábado 5 de abril de 1811, inesperada y sorpresivamente sobreviene el levantamiento de las orillas que dará fugaz tintura de pueblo a la Revolución. A las once de la noche del sábado 5 de abril se sabe que grupos de quinteros y arrabaleros, casi todos con su caballo, se juntaron en diversos lugares de la periferia de la cuidad (Miserere, Palermo Mataderos, San Telmo). En silencio iban rumbo a la plaza de la Victoria cuyo ámbito llenan a medianoche ante el desconcierto de los jóvenes de la Sociedad Patriótica –que ven materializado al “pueblo” que invocaban–, y el temor de los vecinos principales contra la chusma de las orillas (...).

Era una reacción espontánea del pueblo bajo y medio –donde se mantenía el verdadero patriotismo, sin artificios de retórica – contra las gentes de posibles y los jóvenes alumbrados de la Sociedad Patriótica que pretendían dar a la Revolución un giro extranacional. El propósito era sustituir la Junta por el gobierno “único” de Saavedra, que mantenía aún su prestigio en la masa popular; el vehículo fueron los alcaldes de la periferia, sobre todo Tomás de Grigera, alcalde de las quintas, y su intérprete el Dr. Joaquín Campana, abogado de prestigio en las orillas. (...)

A las doce de la noche, la plaza de la Victoria estaba llena de gentes que rodeaban el edificio del Cabildo en un imponente silencio. Los regidores buscaron la protección de la Fortaleza donde quisieron averiguar, con los miembros de la Junta, el origen y los propósitos de la nocturna apariencia del pueblo. Como se sabe que está Grigera, aparentemente al frente de la pueblada, se lo llama; Vieytes le pregunta en tono conminatorio quién había ofrendado la concentración intempestiva y Grigera contesta reposadamente:…. “El pueblo tiene que pedir cosas interesantes a la Patria”.
Sigue un altercado entre los “morenistas” con el imperturbable alcalde que no quería decir cuáles eran “esas cosas interesantes”, y solamente habría de explicarlas al cabildo.

Llegan noticias de aglomerarse más gente en la plaza y estar algunos regimientos plegados al pueblo, entre ellos los pocos Húsares que había en la ciudad con su Jefe Martin Rodríguez. Como los “morenistas” acorralaban a Grigera, entraron algunos individuos(...) que se limitaron a pedir que los regidores fuesen al ayuntamiento a oír el “petitorio del pueblo” y que “al alcalde Grigera se le dejase preguntar”. 

A las tres de la mañana los regidores, previas garantías de seguridad, se atreven a cruzar la plaza “llena de gentes de a caballo, sin notarse la menor voz ni susurro alguno”. Aquella actitud y a esa hora, debió estremecerlos.

Una vez que en la sala de sus sesiones, el Dr. Campana les entregó el memorial de diecisiete peticiones para elevar a la junta, sin más amenaza que “el pueblo no se moverá del lugar que ocupa entretanto no queden satisfechos los votos de la manera que se pretende” (...).

LA GAZETA REVOLUCIÓN DEL LOS ORILLEROS - 5 DE ABRIL DE 1811
Se pedía la expulsión de todos los europeos de cualquier clase y condición que sean “que no acreditasen de modo fehaciente su lealtad al gobierno”.
Advenidos los orilleros a la Junta, el tono de las relaciones con los ingleses cambiará radicalmente. (...) Campana se niega a la mediación británica “que quiere darnos por favor mucho menos de lo que se nos debe por justicia”.
El 21 de junio la Junta da otro golpe a los ingleses en lo que más les dolía, sus intereses mercantiles: a instancias del consulado prohibió la remisión de géneros ingleses al interior, derogando la disposición de Moreno que lo permitía; también que los extranjeros vendieran sus géneros al menudeo en la capital. No se contentó allí; y como los introductores ingleses, favorecidos por Larrea, demoraban el pago de los impuestos hasta vender sus mercancías, la Junta ordenó –por pluma de Campana– el 25 de junio que las deudas de los introductores con la aduana tendrían un interés de del 6% “sin prejuicio de los apremios y ejecuciones que el administrador de la Aduana estimara convenientes”.A sus enemigos natos (los jóvenes del café de Marcos y la gante “decente”) los “orilleros” agregaron a Strangford y los comerciantes ingleses.

No podrían resistir mucho tiempo esa coalición de tantos “intereses” . Campana seria depuesto y desterrado en Septiembre por una revolución, y elegida una junta entre la que figura Sarratea como “garantía de los comerciantes ingleses”. La elección no se hizo en la plaza (como lo había dispuesto Campana” sino en la sala del cabildo, entre la gente “decente” y sin permitir la entrada ni votación de la “gente de medio pelo”.

FUENTE: http://www.lagazeta.com.ar/

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“LA PRIMERA POBLACIÓN ESPAÑOLA LEVANTADA EN EL ACTUAL TERRITORIO ARGENTINO”


FUERTE SANCTI SPIRITU “LA PRIMERA POBLACIÓN ESPAÑOLA LEVANTADA EN EL ACTUAL TERRITORIO ARGENTINO”

Fue la primera población en tierra argentina, fundada por Sebastián Caboto en 1526; diez años antes que Pedro de Mendoza fundara Buenos Aires. Fue un poblado esforzado y valiente que finalmente sucumbió –como también Buenos Aires- ante el ataque de los aborígenes.
Cuando los reyes de España firman en 1514 con Juan Díaz de Solís una capitulación para recorrer las costas de América en dirección al sud, lo hacen con la intención de encontrar un paso que comunicara los océanos Atlántico y Pacífico. Ninguna expedición había recorrido antes las regiones de nuestro Río de la Plata. El viaje de Solís estuvo rodeado del más estricto secreto para impedir que la noticia llegase a conocimiento del rey de Portugal que en virtud de acuerdos celebrados podía pedir la inmediata suspensión del mismo. (1)
Díaz de Solís parte de San Lúcar de Barrameda el 8 de octubre de 1515. Lo hace en dos naos de apenas treinta toneladas y otra mayor de sesenta. Lo acompañan en total sesenta hombres. Tras un viaje de itinerario incierto, las tres pequeñas naves se encuentran navegando ya en aguas de nuestro río Paraná, más precisamente en la embocadura del Paraná Guazú, en los primeros días del mes de febrero de 1516, cuatro meses después de la partida. (2)
En ese mismo mes costea la desembocadura del río Uruguay y llega hasta la isla de Martín García, donde desembarca para enterrar allí a un marinero de ese nombre. Luego se dirige a las márgenes del Uruguay y desembarca con una canoa en compañía de dos delegados del rey, tres marineros y un grumete llamado Francisco del Puerto, primero de los tres náufragos que habrá de jugar un papel fundamental en nuestro relato. Apenas tocan tierra son salvajemente atacados por indios guaraníes. Sin nada poder hacer por ellos, los españoles contemplan horrorizados desde las carabelas como son muertos, despedazados y comidos por los indígenas, con excepción del grumete que es llevado prisionero.
La muerte de Solís impuso el inmediato regreso a España de la expedición. Pero cuando están frente a Brasil, antes de poner proa definitiva en procura del cruce del océano, una de las carabelas naufraga el mes de abril en Los Patos, frente a la isla Santa Catalina, quedando en tierra 18 hombres. Los náufragos tuvieron suerte varia. Siete de ellos se fueron por la costa, hacia el norte, y cayeron en poder de los portugueses. Uno –Alejo García- atraído por las fantásticas noticias que los indígenas daban sobre la existencia de un imperio fabulosamente rico en dirección al oeste, se puso a la cabeza de varios centenares de ellos y en compañía de cuatro de los náufragos parte en busca del Imperio del Rey Blanco y de la Sierra de la Plata, en un viaje épico, verdaderamente extraordinario. Los seis restantes quedaron en Los Patos. Cuatro de éstos murieron y finalmente los dos restantes –Enrique Montes y Melchor Ramírez- habrán de ser también protagonistas decisivos de lo que narraremos.
La expedición de Sebastián Caboto
Once largos años habrían de transcurrir en las desoladas costas antes que otra armada española se presentara en el río de Solís. El paso entre ambos océanos había sido descubierto por fin por Magallanes en 1520 y por allí habría de pasar Sebastián Caboto de acuerdo a la capitulación celebrada con el rey Carlos V para llegar hasta “las tierras de Maluco y las otras islas y tierras de Tarsis y Ofir y el Catayo Oriental y Cipango”.
Después de muy prolongados preparativos, la armada de Caboto partió finalmente de San Lúcar el 3 de abril de 1526. Componían la expedición algo más de 200 hombres, repartidos en tres naos (Santa María de la Concepción, Santa María del Espinar y la Trinidad) y una carabela. Se trataba de una expedición muy bien provista en gente y materiales. Venían hombres de armas, calafates, carpinteros, alguaciles, cirujanos, lombarderos, herreros, veedores de los armadores y no menos de 50 tripulantes en carácter de marineros, pajes, criados y grumetes. También la integraba un “clérigo de la armada”, un escribano de la armada, un tesorero y tres contadores.
El capitán general era Sebastián Caboto, quien ejercía en ese momento el cargo más alto en España en esta materia: piloto mayor del rey, algo así como un Jefe del Estado Mayor General de la Armada de nuestros días. Hijo de navegantes, se consideraba a sí mismo como veneciano. “Delgado, con una barba blanca, en punta, que le cubría el pecho, siempre vestido de negro, parecía mago… Había vivido largos años en Inglaterra, en España y otros países, intimando con reyes, navegantes, aventureros, cosmógrafos y astrólogos. Hablaba, como si hubiera sido su idioma, el inglés, el italiano, el genovés, el portugués. Entendía la jerga de los marineros levantinos, el griego y el latín”. (3) Tenía corresponsales en todas las naciones que lo informaban prolijamente de las expediciones y de los secretos de las cortes. Verdadero hombre de ciencia de la época, todo lo lograba con audacia o con prudencia.
El 20 de octubre estaban frente a Santa Catalina. Y dos días después aparece una canoa indígena al costado de la nave capitana trayendo a bordo a Enrique Montes, nuestro conocido náufrago de la expedición de Díaz de Solís. Pocas horas más tarde, el mismo día, subía también Melchor Ramírez, su compañero. ¡Enorme alborozo de los náufragos! Pero no menor el de Caboto ante la narración que hacían. “Nunca hombres fueron tan bienaventurados como los de esta arma –decía llorando Montes- que hay tanta plata y oro en el río de Solís que todos serían ricos”. Porque bastaba subir por un río Paraná arriba y otros que a él vienen a dar y que iban a confinar con una sierra para “cargar las naves con oro y plata”.
Sin embargo surge la oposición de Miguel de Rodas (piloto mayor de la nave capitana), Francisco Rojas (capitán de La Trinidad) y Martín Méndez (sustituto de Caboto en la propia capitanía general), lo que se resuelve con el desembarco de los tres y su abandono en las solitarias costas. No sin que antes debieran soportar la pérdida de una de las naves y una grave epidemia que retuvo a la armada, detenida en el lugar otros cuatro meses. Soplan por fin vientos tan favorables que al cabo de seis días de partir de Santa Catalina se enfrentan con la desembocadura del río de Solís. Allí fondea Caboto en un nuevo compás de premonitoria espera. Hasta que se presenta en el lugar el tercer náufrago de Solís, Francisco del Puerto, quien no solamente ya hablaba con fluidez los idiomas aborígenes sino que confirma ampliamente a Caboto hacia dónde debían dirigirse para llegar a las sierras “donde comenzaban las minas de plata y oro”.
Caboto dispone que dos de las naves queden sobre el río Uruguay, en la desembocadura del arroyo San Salvador, a cargo de Antón Grajeda, maestre de la nave capitana, con treinta hombres, y él parte con otras dos en busca del lugar que habría de llevarlo al encuentro de las soñadas riquezas. Penetra por el Paraná de las Palmas y llega a la desembocadura del río Carcarañá. “Este es el río que desciende de las sierras”, es el dato exacto que da Francisco del Puerto de acuerdo a los informes recogidos entre los indígenas. Era el 27 de mayo de 1527. Y allí desembarca Caboto y su gente, salvo Grajeda y quienes con él quedaron en San Salvador.
Europa ya tenía algunas noticias acerca del imperio inca y sus riquezas, y Caboto, también había recogido informes muy precisos, que lo certificaban.
De las serranías cordobesas descienden cinco ríos principales hacia la llanura, que quien sabe por qué razones se conocen por su orden numérico. Los ríos Primero y Segundo desembocan en la laguna de Mar Chiquita. El Tercero o Carcarañá es el único que llega hasta el Paraná. El Cuarto se pierde en grandes bañados después de La Carlota y en tiempos muy lluviosos vuelve a aparecer para unirse al Tercero, todavía en la provincia de Córdoba, a la altura de Saladillo. El Quinto se pierde al sur de la provincia. El Tercero es el más caudaloso de los cinco: lo forman cinco afluentes que se unen –como los cinco dedos de una mano- casi en un mismo lugar, donde actualmente está el Embalse de Río Tercero.
Atraviesa la Sierra de los Cóndores al salir del Embalse y entra directamente en la llanura cordobesa para atravesar después la llanura santafesina desembocando en el preciso lugar en el que el cauce del río Paraná cruza de costa, por decir así. Hasta allí el cauce principal del Paraná corre recostado sobre las costas correntina y entrerriana. Pero desde Diamante se dirige en diagonal hacia las provincias de Santa Fe y Buenos Aires. En el lugar de desembocadura del Carcarañá desemboca también, viniendo directamente del norte, el llamado río Coronda, uno de los tantos aunque caudalosos brazos menores del mismo Paraná.
Ese río Coronda, profundo, de corriente mansa, de unos 100 metros de ancho, fue el preferido durante todo el tiempo de la colonia –y aún mucho después- para llegar hasta la ciudad de Santa Fe. Con el nombre de “fortaleza de Caboto”, “real” o “real de Caboto” o con las denominaciones de “rincón de Caboto”, “fuerte Sancti Spiritu”, y directamente “Sancti Spiritu”, sobre la margen derecha del Carcarañá, figuró desde entonces en todos los mapas que fueron publicándose. Después de la destrucción y abandono del lugar por parte de la expedición de Caboto, nunca más intentó reconstruirse. Tampoco se instaló en el lugar mismo ninguna población durante la conquista. Y lo particularmente curioso es que ha merecido escasísima atención por parte de historiadores.
FUERTE SANCTI SPIRITU “LA PRIMERA POBLACIÓN ESPAÑOLA LEVANTADA EN EL ACTUAL TERRITORIO ARGENTINO”
Inmediatamente después de instalado, Caboto convocó a todos los indios de la comarca; les hizo conocer su voluntad de “pacificación de la tierra” y llegó a un acuerdo con ellos. Los querandíes suministrarían carne (venado, avestruces, guanacos o llamas); los timbúes, pescado y grasa de pescado; los carcaraes, calabazas, habas y abatí. Retribuyó con equidad las prestaciones de los indígenas delegando en Enrique Montes la provisión del material de intercambio: tijeras, cuchillos, hachuelas, punzones, hilo, paño, agujas y sobre todo anzuelos de tamaño diverso y en cantidad (4), no olvidando a las indias, que recibían espejos y adornos.
La presencia de Caboto en el lugar era clandestina. Estaba impedido, por consiguiente de “fundar”. Sin embargo procedió a hacer “repartimientos de tierras y heredades y cortijos, se hicieron sementeras de pan y se estuvieron allí edificando y labrando y sembrando tiempo de tres años”. (5) Las jóvenes indias no tardaron en formar familia con muchos de los expedicionarios y se procedió a construir para su alojamiento no menos de veinte viviendas con troncos, barro y paja, es decir, los típicos ranchos que se hacen en las islas y las costas del Paraná. Y a los seis meses de formaba la aldea tuvo finalmente su recinto fortificado: entre todos se excavó un foso, con la tierra extraída se levantó un muro y se instalaron allí construcciones para enseres, víveres, etc., recinto que estaba defendido con más de una docena de piezas de artillería.
Desde muy temprano los hombres se dirigían a atender los sembradíos. Otros recorrían los espineles, se refaccionaron las embarcaciones, se construyeron otras menores, se mantenían en buenas condiciones las armas de fuego. Un día se encontraron 52 granos de trigo y algunos de cebada en el fondo de las naves. Se los sembró y con gran alborozo se celebró una cosecha que llenó de asombro a todos; siembra que se repitió nuevamente cuando llegó el tiempo. Así transcurrió la vida del pequeño pueblo, en perfecta paz, durante casi dos años y medio. Sancti Spiritu fue, pues, la primera auténtica población de nuestro territorio. Allí se produjo el nacimiento de la nueva raza con la unión de indias y españoles, allí se sembró sistemáticamente donde después habría de convertirse en una de las zonas agrícolas más importantes del mundo, allí se celebró misa todas las semanas en la cámara donde vivía Caboto.
Las rígidas normas de disciplina impuestas por Caboto desde el comienzo en el establecimiento apuntaban a un primordial objetivo: establecer normas leales de convivencia con los indígenas amigos y mantenerlas a toda costa. Fuese quien fuese el perturbador –español o nativo- lo pagaría caro. Esta política de recíproca confianza y de firme ejemplo, dio sus frutos. La vida transcurría plácidamente y sin zozobras.
A fines del invierno, y una vez reunida toda su gente en Sancti Spiritu, Caboto despachó exploradores para averiguar si era posible llegar por tierra a las sierras. Estaban ya listos para partir cuando los querandíes le informaron que el viaje era en ese momento imposible “porque le dijeron en ocho jornadas no hallarían agua”. (6)
Procedió entonces a hacer construir un bergantín y partió con él y una galera el 23 de diciembre, con 130 hombres, siete meses después de haberse instalado en Sancti Spiritu.
La empresa de remontar el Paraná resultó ardua y penosa. Faltó comida, debían navegar muy lentamente a la sirga por falta de viento, se vieron duramente hostilizados por los indígenas. Hasta que en las cercanías del Bermejo fueron víctimas de una celada por parte de los chandules, parcialidad guaraní, quienes contando con la increíble complicidad de Francisco del Puerto, atacaron al bergantín matando 18 hombres, entre ellos a Miguel Ríos, sucesor de Caboto y veedor de los armadores en la nave capitana. En vista de la hostilidad circundante Caboto decide regresar a Sancti Spiritu cuando corría ya el mes de mayo de 1528. Había bajado muchas leguas cuando ante el asombro general se vieron asomar dos velas que iban remontando el río: pertenecían a la armada de Diego García de Moguer. Este había llegado a principios de 1528 al Río de la Plata. Su capitulación con el rey le permitía entrar en la región. Mientras se hallaba navegando por el río Paraná, se encontró de pronto con el fuerte Sancti Spiritu. Sorprendido y a la vez indignado, le ordenó al capitán Gregorio Caro que abandonase el lugar, dado que esa era conquista que sólo a él le pertenecía por haber sido designado por España para explorar esas tierras. Pero accediendo a los ruegos de Caro y su gente para que fuese en auxilio de Caboto, García prosiguió aguas arriba y entre las actuales localidades de Goya y Bella Vista se encontraron.
El enfrentamiento entre Caboto y García fue poco cordial. Pero al cabo de ciertos “debates y requerimientos” y teniendo en cuenta el ensoberbecimiento de los chandules ante su victoria, que ambos se encontraban sin provisiones y que Sancti Spiritu no se hallaba lejos, acordaron unirse y bajar a la fortaleza, construir una media docena de bergantines y subir enseguida unidos para continuar la exploración del río.
Nuevamente y durante varios meses la vida volvió a discurrir cómoda y tranquila en el Carcarañá con el alegre zumbido de las sierras, el tableteo de los martillos, la paciencia de los calafates, en la tarea de construir los bergantines. Aunque Caboto no vaciló en imponer toda su disciplina a los hombres de García: les impedía salir a pescar o que tuviesen un comportamiento inadecuado con los indígenas. Llegó incluso a emplazarles la artillería cuando quisieron salir con sus propias canoas.
Pero ni Caboto se había desviado de su periplo a las Molucas ni García se apartaba del Paraná por insignificantes razones: el hechizo del oro y de la plata en cantidades de fantasía los mantenía en continuo deslumbramiento.
Finalmente cuatro bergantines de Caboto y tres de García parten el mes de diciembre. Pero pocos días antes de partir Caboto lleva adelante otro proyecto, largamente madurado desde su arribo al Carcarañá: autoriza al más importante de sus hombres de armas, el capitán Francisco César, para emprender una expedición por tierra para ir en procura de las sierras y de sus minas. ¿No descendía el Carcarañá de las montañas? ¿No habían establecido el fuerte precisamente allí por esa razón? César inicia la expedición en compañía de 14 hombres sin siquiera remotamente sospechar que esa expedición de ida y vuelta hasta las sierras de Córdoba bordando el río Carcarañá habrá de convertirse en causa de fabuloso mito y su nombre habrá de permanecer asociado para siempre a una de las más bellas leyendas de la conquista de América. (7)
La segunda expedición por el Paraná fue breve y desalentadora. Pronto reciben noticias que los chandules esperaban el momento propicio para asaltar simultáneamente a Sancti Spiritu y a las embarcaciones en cuanto desembarcaran en cualquier lugar. Al cabo de sesenta días entre ida y vuelta, Caboto y García fondean nuevamente sus embarcaciones frente al fuerte. Y ocho días después, con siete de sus compañeros aparece Francisco César con noticias que despiertan el loco entusiasmo de todos los expedicionarios.
El objetivo largamente soñado estaba logrado: las famosas sierras existían. Uno de los compañeros de César manifiesta a Caboto que “habían visto grandes riquezas de oro y plata y piedras preciosas”. César muestra asimismo algunas muestras de oro. Antonio Serrano describe que César llegó a las nacientes del río en Calamuchita, siguió luego por alguno de sus afluentes, cruzó las Sierras de los Comechingones –que separan a Córdoba de San Luis– y llegó hasta el Valle de Conlara. Caboto escribe a Antón Grajeda informándole sobre las buenas nuevas traídas por César, diciéndole que está dispuesto a partir enseguida hacia las minas recomendándole que tuviera cuidado de que las naves permaneciesen a buen resguardo durante su ausencia. Pero el propio Grajeda –que hasta entonces había permanecido quieto en San Salvador, en una especie de apoyo logístico con hombres y naves en la desembocadura del Plata- le contestó que esta vez no quería quedarse sin tomar participación en el proyectado viaje.
Se celebra una amplia junta donde cambian opiniones Caboto, García y todos los oficiales, donde se decide que ambos capitanes se trasladen a San Salvador llevando la galera y los bergantines para dejarlos bajo la inmediata vigilancia de Grajeda. De esta manera la guarnición que quedaría a cargo del fuerte estaría libre del problema de defender las embarcaciones. Estamos ya en el mes de febrero de 1529. De aquí el mes de setiembre se desencadena una serie de acontecimientos que van adquiriendo cada vez mayor gravedad y que culmina con la abierta hostilidad de los guaraníes.
Gregorio Caro habría de declarar después que el verdadero propósito del viaje de Caboto a San Salvador tenía por principal objetivo hacer un escarmiento a los guaraníes. En tal sentido ya había encargado a Antonio Montoya, contador de La Trinidad, que con un bergantín cumpliese la misión de convocar a la guerra a los timbúes y caracaraes, misión que se preparó y cumplió exitosamente. Pero la decisión de los guaraníes –conocida ya cuando Caboto y García fueron advertidos en su segundo viaje por el Paraná- era no menos resuelta y definitiva.
En cierto modo el conflicto estaba declarado. Resuelto el viaje a San Salvador, Caboto despachó adelante a Montoya a cargo de uno de los bergantines y a Juan de Junco, tesorero de la Santa María del Espinar y séptimo en el orden de sucesión de mando de Caboto, con una barca y un bergantín pequeño de los de García. A unas 15 leguas de la fortaleza aguas abajo, vieron muchos indios en un rancho y con deseos de “tomar lengua” se acercaron a la orilla y como notaran que huían temieron que hubiesen cometido “alguna ruindad”. Bajó a tierra Montoya con dos hombres y se encontró con una caja escondida entre las malezas, las ropas y los restos de tres españoles despedazados que se supo después iban de San Salvador al fuerte, dos de los de Caboto y uno de García. Atento a lo que pasaba, Montoya despachó inmediatamente dos hombres a Sancti Spiritu para que manifestasen a Caboto lo que estaba ocurriendo.
En vista de esta noticia se decidió en el fuerte disponer medidas contundentes. Se acordó dar un asalto a ranchos indígenas de las islas vecinas para lo cual se comisionó al capitán Caro, quien sin vacilar mató a cien de ellos y se llevó prisioneros a mujeres y niños. Y al haberse escapado algunos indios que también habían sido hechos prisioneros volvieron a salir, mandados ya en persona por Caboto y García, en cuatro bergantines y con ochenta hombres, y mataron los que pudieron en la isla que está enfrente del fuerte, río Coronda por medio.
Los caciques cuyas mujeres y niños estaban prisioneros en el fuerte se presentaron ante Caboto en solicitud para que pusiese en libertad a sus familiares. Caboto, a quien su política de apaciguamiento y entendimiento ya se le iba de las manos, les habló largamente, ofreció mantener buenas relaciones como las que antes habían tenido con el fuerte y concluyó finalmente por entregarles mujeres e hijos. Pero los indios –que eran precisamente los que traían todos los días las provisiones de pescado- no aparecieron al día siguiente ni aparecieron más. Finalmente unos ocho días antes de que Caboto se dirigiera a San Salvador, al ver pasar al cacique Yaguarí en una canoa por el río y al no presentarse rápidamente a su llamado, lo hizo traer, le asestó un bofetón y dejó que uno de los marineros, Nicolás de Nápoles, le asestara una cuchillada.
Es en estas dramáticas circunstancias que Caboto emprende su viaje a San Salvador con 100 hombres, llevando la galera y tres bergantines, uno de los cuales con la proa en tierra y semi hundido. No bien salido recibe alarmantes noticias sobre la decisión inminente de los guaraníes de incendiar y destruir el fuerte. Caboto, sin embargo, confiando en las decisiones que había tomado antes de partir, y en las órdenes estrictas que había dejado para prevenir el hecho, decide seguir adelante. La suerte estaba echada.
Fresca noche de setiembre. El cirujano Pedro maestre acompañaba al sargento mayor Juan de Cienfuegos en la ronda más difícil de la noche: la del cuarto del alba. Faltaba todavía largo rato para amanecer. Todo estaba en orden. Pedro Maestre hizo una recorrida y echó una mirada al dormido capitán Caro ¿Qué le hubiera costado ceder? Todos sabían perfectamente que el mayor peligro que el fuerte podía correr provenía del incendio por hallarse sus ranchos cubiertos con paja ¿Por qué no aceptó la idea de destecharlo todo? ¿Por qué no aceptó hacer una tapia en medio de la fortaleza y trasladar allí las viviendas de los soldados, cubriendo algunas con barro y dejando a todas descubiertas por el momento? “Parecerían así camarillas de mujeres de mal vivir”, fue la descomedida respuesta. Todo se podía haber hecho.
Pedro Maestre se había retirado a su rancho, fuera del recinto, cuando una infernal gritería lo sorprendió junto al fuego tostando abatí, preocupado por haber levantado la ronda antes de tiempo. Cuando Juan de Cienfuegos dio la alarma ya los indígenas estaban frente al fuerte con las antorchas encendidas. Caro y sus hombres sintieron el griterío pero la casa donde dormían ya estaba ardiendo. Sin vacilar les hizo frente, con mucha fortuna inicial, pero cuando advirtió que sólo cinco o seis lo acompañaban, emprendió la retirada y se lanzó corriendo hacia la barranca, saltó a la playa y escapó a los bergantines.
Alonso Peraza, alguacil mayor de la armada con cuatro o cinco hombres, oponía firme resistencia por su lado, desde el bergantín varado en el Carcarañá que otros tantos trataban de echar al río. Advirtió que los indios estaban ya casi sin flechas y valientemente se lanzó de nuevo a tierra a combatir. Al verlo, hicieron lo mismo varios del bergantín donde había subido Caro.
El incendio iluminaba la costa y el río. Más lejos, grandes lenguas de fuego señalaban los lugares donde estaban ubicadas las casas fuera del recinto. Más y más indígenas aparecían de todas partes. El clérigo García venía corriendo hacia la costa con una espada en la mano y el otro brazo envuelto para la pelea en una manta a cuadros. Llamó a los gritos a Caro, increpándolo para que descendiera y presentara lucha. Pero en vano. Herido de un flechazo en el pecho siguió peleando y se abrió camino procurando salvar a su paje pero finalmente no tuvo más remedio que echarse al río.
Mientras tanto Peraza y unos treinta hombres continuaban pujando desesperadamente por echar al agua el bergantín varado. Pedro Maestre, herido de tres flechazos, continuaba combatiendo a su lado hasta que vio caer apaleados a varios de sus compañeros.
El bergantín de Caro estaba ya colmado de gente. Estaba apenas a quince metros de la costa pero comenzaba ya a ser llevado por la corriente aguas abajo. El joven Alonso de Santa Cruz, entonces de veinte años, que habría de ser con el tiempo famoso cosmógrafo del rey, autor de una obra sobre islas y con cuyo consejo y datos habría de contribuir a la gran obra de su amigo Fernández de Oviedo (8), avanzó lentamente hacia el bergantín creyendo que no lo alcanzaba, hasta que logró aferrarse a su borda cuando el agua le cubría la garganta. Alvar Núñez de Balboa, hermano del descubridor del Océano Pacífico, que desde hacía varios meses permanecía en el fuerte por haberse quebrado una pierna, había llegado penosamente hasta la orilla y desde allí fue auxiliado para llegar hasta el bergantín. Fue de los últimos en subir.
La terrible y desigual lucha iba cesando en la misma medida en que crecía el furor de las llamas y los gritos de los indígenas. Los que estaban junto al bergantín varado se habían echado al agua. Varios cruzaron a nado el Carcarañá y una vez del otro lado fueron corriendo después por la costa, aguas abajo, dando gritos al bergantín de Caro durante más de dos leguas hasta que consiguieron llegar a él. No así el alférez Gaspar de Rivas, recomendado por el rey para integrar la armada, enfermo, que quedó rezagado y fue alcanzado y muerto por los indios. Los heridos fueron rematados en el mismo lugar donde eran encontrados por los indígenas.
Así se perdió Sancti Spiritu con treinta hombres de los que lo guarnecían, todos los rescates y muchas armas, excepción hecha de las piezas de artillería que los indios no quisieron o no pudieron llevarse. Algunos días después, encontrándose Caboto ocupando todos sus hombres en San Salvador en el arreglo de las embarcaciones, vieron llegar el bergantín “con obra de cincuenta hombres, todos desnudos y sin armas”. (9)
Caboto pensaba permanecer muy poco tiempo en San Salvador; el necesario para dejar las naves a buen resguardo. Cuando vio llegar la barca con los fugitivos de Sancti Spiritu se puso inmediatamente en marcha en compañía de García con dos embarcaciones, con la esperanza de poder prestar algún socorro a la gente que hubiese podido quedar en alguno de los otros dos bergantines. Cuando legó sólo pudo certificar que todos sus hombres habían muerto y “hechos tantos pedazos que no les podía conocer”. Los bergantines hundidos, perdidos. Se limitó a recoger las piezas de artillería y volvió a San Salvador, para luego dejar definitivamente el río de Solís. Volvió a España en julio de 1530, donde fue objeto de todo tipo de acusaciones, y fue enjuiciado por la Corona por haber torcido el rumbo. Pero el mito de la expedición del capitán César y sus compañeros ya tenía vida y nombre propio: de su apellido derivó aquello de la Ciudad de los Césares.
Referencias
(1) Juan Díaz de Solís, biografía de José Toribio Medina, tal como consta en las instrucciones dadas a Solís (Tomo II, Págs. 133/142).
(2) Solís lo llamó Río de Santa María. Posteriormente algunos geógrafos lo designaron con nombres indígenas (Schoner en 1523 y Maiollo en 1527). Un mapa publicado en Weimar lo llama Río de Jordán. Pero generalmente se lo conoció por años como Río de Solís hasta la firma de la capitulación con Pedro de Mendoza, último documento en que aparece con ese nombre.
(3) Enrique de Gandia – De la Torre del Oro a las Indias, páginas 62/64.
(4) Medina, J. Toribio – El veneciano Sebastián Caboto al servicio de los reyes de España, Chile (1908).
(5) J. R. Báez – La primera colonia agrohispana en el Río de la Plata, Tomo XI.
(6) Carta de Luis Ramírez, integrante de la expedición de Caboto.
(7) La Ciudad de los Césares, persistente mito argentino, por Marisa Sylvester. Todo es Historia, Nº 8, diciembre de 1967.
(8) Historia general y natural de las Indias, 12 tomos.
(9) José T. Medina – Obra citada.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Serrano, Antonio – Los comechingones – Universidad Nacional de Córdoba (1945)
Sylvester, Hugo L. – La increíble historia de Sancti Spiritu.
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