LA MUERTE DE LOS DOS AMANTES YANDUBALLO Y LIROPEYA
Se transcribe un
fragmento de épico poema “LA ARGENTINA o la conquista del Río de la Plata”, del
sacerdote arcediano extremeño Martín del Barco Centenera, publicada en Lisboa,
en 1602, es en verdad una crónica en verso, más que un poema épico renacentista.
Martín del Barco
Centenera era miembro de la expedición de Juan Ortiz de Zárate, e imitando a
Ercilla con su La Araucana, publicó un largo poema de la historia del Río de la
Plata y de los reinos del Perú, Tucumán y del Estado del Brasil, bajo el título
La Argentina, en el que se denomina al territorio del Río de la Plata como El
Argentino.
Hay en Centenera
una sorprendente valoración del indígena, acorde con la línea humanista de Las
Casas y Ercilla. No podemos pasar por alto que Centenera da cuentas en su libro
de la vida y carácter de los charrúas o charusúes, los guaraníes, chiriguanos,
tambús, chanás, calchines, chiloazas, melpenes, mañue o minuanes, veguanes,
cherandíes, meguay, curuces y tapui-miries.
El indígena,
cuyos orígenes se entremezclan en su visión inclusiva con el génesis bíblico,
empieza a tener presencia viva a partir del canto VIII, cuando el relato del
autor se hace autobiográfico. Este canto y los siguientes que documentan la
expedición de Ortiz de Zárate, muestran a los indios que pueblan las costas del
Brasil auxiliando y transportando a los españoles en sus canoas, sin poder
impedir que algunos mueran.
Se instala de
hecho un contraste abrupto entre la amigabilidad y solidaridad aborigen y la
rígida actitud de los jefes españoles.
En el Canto
duodécimo sucede la muerte de los dos firmes amantes Yanduballo y Liropeya
Con
gran solicitud en su caballo
entre
aquestos mancebos se señala
en
andar por las islas Caraballo,
y
así por la espesura hiende y tala
en
medio de una selva, y Yanduballo
halló
con Liropeya, su zagala.
La
bella Liropeya reposaba
y
el bravo Yanduballo la guardaba.
El
mozo, que no vio a la doncella,
en
el indio enristró su fuerte lanza,
el
cual se levantó como centella,
un
salto da y el golpe no le alcanza.
Afierra
con el mozo, y aun perdella
la
lanza piensa el mozo, que abalanza
el
indio sobre él, por do al ruido
la
moza despertó, y pone partido.
Al
punto que a la lanza mano echaba
el
indio, Liropeya ha recordado,
mirando
a Yanduballo así hablaba:
«Deja,
por Dios amigo, ese soldado,
un
solo vencimiento te quedaba,
mas
ha de ser de un indio señalado,
que
muy diferente es aquesta empresa,
para
cumplir conmigo la promesa».
Diciendo
Liropeya estas razones,
el
bravo Yanduballo muy modesto
soltó
la lanza, y hace las acciones,
y
a Caraballo ruega baje presto.
El
mozo conoció las ocasiones,
y
muévelo también el bello gesto
de
Liropeya, y baja del caballo
y
siéntase a la par de Yanduballo.
El
indio le contó que un año había
que
andaba a Liropeya tan rendido
que
libertad ni seso no tenía,
y
que le ha la doncella prometido
que
si cinco caciques le vencía,
que
al punto será luego su marido.
El
tener de español una centella
no
quiere, por quedar con la doncella.
Mas
viendo el firme amor de estos amantes,
licencia
les pidió para irse luego,
dejándoles
muy firmes y constantes
en
las brasas de amor y vivo fuego.
Dos
tiros de herrón no fue distantes,
con
furia revolvió, de amores ciego;
pensando
de llevar por dama esclava,
al
indio con la lanza cruda clava.
Yanduballo
cayera en tierra frío,
la
triste Liropeya desmayada;
el
mozo con crecido desvarío
a
la moza habló, que está turbada:
«Volved
en vos», le dice, «ya amor mío,
que
esta ventura estaba a mí guardada,
que
ser tan lindo, bello y soberano,
no
había de gozarlo aquel pagano».
La
moza, con ardid y fingimiento,
al
cristiano rogó no se apartase
de
allí, si la quería dar contento,
sin
que primero al muerto sepultase;
y
que concluso ya el enterramiento
con
él en el caballo la llevase.
Procurando
el mancebo placer darle,
al
muerto determina de enterrarle.
El
hoyo no tenía medio hecho,
cuando
la Liropeya con la espada
del
mozo se ha herido por el pecho,
de
suerte que la media atravesada
quedó
diciendo: «Haz también el lecho
en
que esté juntamente sepultada
con
Yanduballo aquesta sin ventura
en
una misma huesa y sepultura».
Lo
que el triste mancebo sentiría
contemple
cada cual de amor herido.
Estaba
muy suspenso qué haría,
y
cien veces matarse allí ha querido.
En
esto oyó sonar gran gritería;
dejando
al uno y otro allí tendido,
a
la grita acudió con grande priesa,
y
sale de la selva verde espesa.
Aquesta
Liropeya en hermosura
en
toda aquesta tierra era extremada;
al
vivo retratada su figura
de
pluma vide yo muy apropiada;
y
vide lamentar su desventura,
conclusa
Caraballo su jornada,
diciendo
que aunque muerta estaba bella,
y
tal como un lucero y clara estrella.
Mil
veces se maldijo el desdichado
por
ver que fue la causa de la muerte
de
Liropeya, andando tan penado
que
mal siempre decía de su suerte.
«¡Ay
triste!, por saber que fui culpado
de
un caso tan extraño, triste y fuerte,
tendré,
hasta morir, pavor y espanto,
y
siempre viviré en amargo llanto».
Salió
pues de la selva Caraballo
a
la grita y estruendo que sonaba,
y
vido que la gente de a caballo
a
gran priesa en las balsas se embarcaba.
No
curan ya más tiempo de esperallo,
que
de su vida ya no se esperaba,
teniendo
por muy cierto que había sido
cautivo
de los indios y comido.
Mas
viéndole venir, alegremente
el
Capitán y gente le esperaron;
allega,
y embarcose con la gente,
y
apriesa de aquel sitio se levaron.
Entrose
por un río que de frente
está,
y a tierra firme atravesaron,
a
do está de Gaboto la gran torre,
por
do el Carcarañá se extiende y corre.