sábado, 16 de enero de 2016

BABAR, EL LEÓN DE KABUL Fundador del Imperio mogol de la India


BABAR, EL LEÓN DE KABUL Fundador del Imperio mogol de la India

babar el leon de Kabul


Zahir-ud-din Mohammad Babur, en turco "Babür Han" conocido como Babur, Babar o Baber, (14 de febrero de1483 - 26 de diciembre de 1530) fue un emperador y fundador del Imperio mogol de la India.


Babar, que significa "león", nació en la ciudad de Andiján en el actual Uzbekistán.


Babar era miembro de la tribu de los Barlas, de origen mongol pero que debido a su larga permanencia entre las tribus turcas habían adoptado su lengua y habían asimilado su cultura. Por este motivo, Babar, pese a ser mongol, tenía un carácter y una formación plenamente turca, y su imperio estuvo más marcado por esta cultura que por la mongola.

Su familia pertenecía al clan de los Chagatai, por lo que Babar era el quinto descendiente, por línea paterna, de Timur Lang y el décimo tercero, por línea materna, de Gengis Kan, los grandes conquistadores mongoles.

Los descendientes de Timur Lang se habían repartido los extensos territorios controlados por éste, dando lugar a una serie de pequeños principados más o menos independientes.
babar el leon de Kabul

Era hijo de Omar Sheij, rey de Ferganá. Al morir su padre, Babar ascendió al trono en 1495 cuando contaba con tan solo 12 años. A pesar de que algunos de sus tíos intentaron derrocarle, Babar se mantuvo firme como soberano.

El padre de Babar, de nombre Umar Shaykh Mirza, era uno de estos príncipes, gobernaba el pequeño principado de Fergana, en Uzbekistán. Umar Shaykh Mirza, fiel a la tradición de los timúridas, empleó su vida en el intento de reconquistar Samarcanda, la vieja capital del imperio de Timur Lang, que se encontraba en poder de los uzbecos.

Para hacerse con el poder de la región era imprescindible lograr controlar a las distintas dinastía principescas y acabar con las guerras civiles que debilitaban a los diferentes estados. Babar no sólo fue capaz de unir a los timúridas, sino que además poseyó un talento militar capaz de llevar a estos a formar un gran imperio.

Continuó con la tradición familiar de tratar de hacerse con el control de Samarcanda, de ese modo, cuando en 1494 sucedió a su padre, lo primero que hizo fue atacar a los uzbecos, aunque sin éxito. Logró capturar la ciudad en 1497 y, tras perderla, de nuevo la conquistó en 1501, pero una vez más volvió a ser expulsado de ella por los uzbecos dirigidos por Muhammad Shaibani Kan, otro descendiente de Gengis Kan. Dos años más tarde, presionado por los uzbecos, perdió el principado de Fergana.

En 1498, atacó y conquistó la ciudad de Samarcanda, sobre la que creía tener derechos hereditarios. Una revuelta entre los nobles uzbekos le hizo perder el valle de Fergana. Mientras iban a la reconquista de este territorio, sus tropas desertaron, lo que llevó a la pérdida de Samarcanda. Consiguió recuperarla hasta que en 1501 Muhammad Shaybani, kan de los uzbekos, le derrotó y el mogol perdió definitivamente el control de la ciudad.

Empleó tres años en organizar un ejército que fuera lo suficientemente fuerte como para permitirle recuperar los territorios perdidos. En 1504 tenía ya suficientes tropas. Tras cruzar el Hindu Kush, conquistó la ciudad de Kabul y volvió a estar a la cabeza de un importante reino.

Tras la muerte de Shaybani en 1510, Babur reclamó sus posesiones originales para lo que contó con la ayuda de Ismail Safavi. En 1511 realizó una entrada triunfal en Samarcanda, pero en 1514 sufrió una nueva derrota a manos de los uzbecos y tuvo que regresar a Kabul.

Habiendo perdido toda esperanza de recuperar Ferghana, Babur concentró sus esfuerzos en la India. Realizó algunas incursiones previas hasta que en 1521 se le presentó la oportunidad de realizar un ataque más importante. Los nobles del sultanato de Delhi detestaban a su sultán, Ibrahim Lodi, y pidieron ayuda a Babur.

Con un ejército de doce mil hombres y una artillería limitada avanzó hacia Delhi. Ibrahim contaba con cien mil soldados y cien elefantes. El 21 de abril de 1526 ambos ejércitos se encontraron en la llamada primera batalla de Panipat. Ibrahim fue asesinado en la batalla y Babur, que se proclamó Padshah Ghazi (emperador de la India), entró junto a su hijo Humayun en Agra sin dificultades.
Sin embargo, aún tuvo que enfrentarse a un enemigo más poderoso, Rana Sanga, que le atacó con un ejército de doscientos mil hombres. El ejército de Babur, a pesar de estar cansado y hambriento, consiguió derrotar a las tropas de Sanga en la batalla de Khanua el 16 de marzo de 1527.

Babur se convirtió en el señor absoluto de la India septentrional.

Fue autor de sus memorías y de varias poesías. Siguiendo la tradición de su linaje, cultivó las aficiones literarias con notables resultados artísticos en la poesía, cuyo ejemplo más representativo es el Diwan, que reúne gran número de composiciones en las lenguas turca y persa y, en prosa, elBaber Nama o Memorias de Baber, su autobiografía, una de las grandes obras de la literatura en turco chagatai.



babar el leon de Kabul con su hijo Humayun

Babar con su hijo Humayun.

Dicen que Babar León de Kabul, fundador de la dinastía de los Grandes Mogoles de la India, fue realmente un hombre carismático. Cuentan que su hijo y sucesor, Humayún, estaba gravemente enfermo cuando Babar, dolorido, oyó decir a un santón que a veces el Todopoderoso se satisfacía si los parientes del enfermo sacrificaban en holocausto algo que mucho estimaran. Babar dijo que quería ofrecer su vida por la de su propio hijo. Dio tres vueltas rezando alrededor del lecho de Humayún y se le oyó exclamar:  "¡Está concedido, está concedido!".  A los pocos días Babar murió y sanó Humayún. Entre las recomendaciones que Babar hizo a su hijo, la más insistente fue que tratase siempre con cariño a sus hermanos; pero por esto fue el reinado de Humayún extremadamente infeliz, porque sus tres hermanos se coligaron con rajás sediciosos y obligaron a Humayún a combatir. A veces Humayún, asociado a uno de sus hermanos, combatía a los otros dos, siempre acosado por sus intrigas y siempre perdonándolos. Humayún acabó por perder Delhi y toda la parte de la India conquistada por su padre y hubo de refugiarse en Persia. En este período, Humayún se enamoró de la hija de un pobre letrado, descendiente de la familia del profeta Mahoma, hasta el punto de casarse con ella.  La esposa de la emigración dio a Humayún su hijo Akbar, que fue después el más famoso de los Grandes Mogoles de la India.

Humayún, pese a sus desdichas, no fue un príncipe resignado. Poco a poco recobró los estados de Babar. Primero Kabul, luego el Punjab, después Lahore y al fin Delhi. En estas campañas de reconquista, Humayún, acaso aleccionado por la experiencia, restableció el sistema mongol propio de Genghis Khan y Tamerlán, de castigar a los vencidos levantando pirámides de cabezas. Babar habría preferido esclavizar a los rebeldes, pero esto no era ortodoxo, porque muchos de los enemigos de los mongoles eran mahometanos, y a los creyentes se los puede matar, pero no esclavizar.  El Islam es una fraternidad, y esclavizar a un hermano de religión no está permitido. Un cautivo necesariamente tiene que ser inferior.  Seis meses después de haberse reinstalado emperador en Delhi murió a consecuencia de una caída por la escalera de palacio. Aquel a quien no habían quebrado veinte años de continuo infortunio, resbalaba en los mármoles pulimentados de su residencia.

Humayún murió el 1556, dejando por heredero al príncipe Akbar, que no tenía más que trece años. Akbar había estado en peligro de ser asesinado por sus tíos en dos diferentes ocasiones. Había ya combatido y aun mandado un cuerpo de ejército en la campaña de la reconquista.  ¿Qué educación pudo recibir este niño Akbar, destinado a ser el príncipe más excelso que ha producio Oriente?  Sabemos que cuando empezó a reinar no había tenido tiempo de aprender a leer y escribir. Pero el joven monarca se procuró en seguida un instructor de primeras letras y de rudimentos de la doctrina coránica. A los dieciséis años otro tutor le instruyó en la "lectura de poesías místicas". 
Akbar nieto de babar el leon de Kabul
Akbar, por consiguiente, como los musulmanes mejor educados, sabría de memoría algunas suras del Corán y las poesías de Sadí, Hafiz y Firdusi. Aprendió lo más selecto de la tradición, como, por ejemplo, historias de reyes, anécdotas y sentencias de famosos ministros, que fueron hasta hace poco tiempo el tema preferido de los orientales cultos. Completaron la educación científica de Akbar algo de astronomía, música y, sobre todo, retórica.


FUENTES: Margolin, Jean-Claude (1992). Los Inicios de la Edad Moderna. Madrid, España: Ediciones Akal.

http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=baber-zahir-al-din-muhammad




jueves, 17 de diciembre de 2015

CUANDO SE COMIERON A SOLÍS

CUANDO SE COMIERON A SOLÍS


muerte de solis

En los comienzos de la conquista y descubrimiento de los actuales territorios de la Argentina y Uruguay, los españoles sufrieron una gran pérdida, bastante sangrienta. La muerte del piloto mayor de España, Juan Díaz de Solís, a mano de los indígenas.
En 1513 se revela la existencia de un mar situado más allá de las tierras descubiertas por Colón, llamado luego océano Pacífico. Esto auguraba la posibilidad de llegar a la India a través de algún paso. En busca de dicho paso partió desde Sevilla, Juan Díaz de Solís.
El 8 de octubre de 1515 salieron de Sanlúcar de Barrameda tres carabelas tripuladas por sesenta hombres. Tras una breve escala en la isla de Tenerife, Solís rumbeó hacia la costa del Brasil con su pequeña armada. Llegaron a la altura del cabo San Roque. Luego continuó hacia el sur, siguiendo la costa brasileña. En los primeros días de febrero de 1516, vieron que la costa doblaba hacia el oeste dando lugar a un inmenso estuario de unas aguas que cambiaban de un color azul verdoso a un rubio barroso. El Piloto Mayor ordenó probar ese líquido cuyo sabor resultó suave y azucarado. Como la extensión de aquella dulzura era enorme, le dieron el nombre de Mar Dulce. Más tarde cambiado por Río de Solís, y finalmente se impondría el actual y mítico nombre de Río de la Plata.
La exploración
Solís decidió explorar el inmenso estuario. Con una de las carabelas comenzó a costear la actual orilla uruguaya a lo largo de ciento cincuenta kilómetros, y llegó a una isla a la cual llamó Martín García, en honor al despensero de la expedición, que fue enterrado allí.
Ven sobre la costa “muchas casas de indios y gente, que con mucha atención estaba mirando pasar el navío y con señas ofrecían lo que tenían poniéndolo en el suelo; quiso en todo caso ver qué gente era ésta y tomar algún hombre para traer a Castilla”. Seducido por estas demostraciones de amistad, o quizá esperando conseguir víveres frescos y hacer algún comercio, Solís se embarca en un pequeño bote hacia la costa con el contador Alarcón, el factor Marquina y seis marineros más. Sabían que más al norte, en la costa atlántica, los indios eran bondadosos y ofrecían a los navegantes, frutas y otros géneros.
Una vez en tierra, en la margen izquierda del arroyo de las Vacas, se adentraron un poco alejándose de la orilla. Los nativos estaban emboscados, esperándolos, y como una avalancha cayeron sobre ellos con boleadoras y macana, y los apalearon y despedazaron hasta matarlos a todos, con la única excepción del joven grumete Francisco del Puerto, que se salvó y quedó cautivo con los indígenas.
La generalidad de los cronistas y otros testimonios de la época añaden que los indígenas descuartizaron los cadáveres a la vista de los que habían quedado en la carabela, y comieron los trozos de los españoles. No faltan modernos historiadores que niegan el hecho, considerándolo falso y como una de las muchas leyendas infundadas que hay en la conquista de América. Pero J. T. Medina logró probar, hace ya muchos años, que en efecto los indios mataron y comieron a los desdichados españoles, utilizando los testimonios de Diego García, y de muchos más, entre ellos los relatos del sobreviviente Francisco del Puerto.
No fueron los charrúas
No se sabe si los indígenas que dieron muerte a Solís y a sus hombres, fueron guaraníes de las islas del delta o los charrúas de la costa uruguaya.
La hipótesis de que los asesinos del descubridor del Plata fueron los charrúas del Uruguay ha quedado fuera del tintero, ya que no habitaban la zona en la cual desembarcó Solís. Los charrúas eran indígenas cazadores y recolectores nómadas, que vivían en las costas del Río de la Plata y del río Uruguay, también practicaban la pesca para lo cual contaban con grandes canoas.
Quedarían los guaraníes, pero los detalles de la muerte de Juan Díaz de Solís, de la manera en que fueron referidos, muestran un canibalismo diferente del practicado por los guaraníes, ya que están ausentes los elementos simbólicos que lo caracterizaban, lo mismo que su ceremonial preparatorio y su forma de ejecución.
Esto indicaría que los autores habrían sido indígenas guaranizados, que asimilaron nada más que algunos rasgos culturales sin aprender la significación global de una institución como el canibalismo de los guaraníes, que se distinguía precisamente por la forma estudiada en que se cumplían las sucesivas etapas conducentes a sacrificar y comer a un prisionero de guerra.
Siempre se aplicaban con el sentido de absorber las virtudes del inmolado, que generalmente era un guerrero hecho prisionero en combate. Todo ese ceremonial no tenía comparación con la manera repentina y precipitada en que, según las fuentes, procedieron los indígenas a matar y devorar en el sitio mismo a los extraños que acababan de desembarcar. Tampoco hay ningún relato de otro acontecimiento similar que hubiera ocurrido en alguna parte del Río de la Plata, por lo que algunos historiadores, como se dijo más arriba, han puesto en duda la veracidad de las narraciones consideradas clásicas. Pero el hecho de que dejaran con vida al joven grumete Francisco del Puerto obedece a las costumbres de sólo comer a los guerreros, dejando fuera a niños y mujeres.
El pobre grumete, abandonado por sus compatriotas, estuvo conviviendo muchos años con los indígenas, hasta que fue rescatado en 1527 por la expedición de Sebastián Caboto. Francisco del Puerto les sirvió como intérprete durante la expedición, pero un día consideró que no era suficientemente recompensado y tramó una venganza. Durante una operación comercial con ciertos indígenas, en el río Pilcomayo, organizó un ataque sorpresivo que infligió muchas bajas en los españoles. Nunca más se supo nada del grumete Francisco del Puerto.
Regreso sin Solís
Los demás integrantes de la expedición de Solís, regresaron a España, menos dieciocho marineros que quedaron abandonados en la isla de Santa Catalina (Brasil), a la cual llegaron a nado tras haber naufragado una de las carabelas.
Estos náufragos iban a tener un papel protagónico en la historia y conquista del Río de la Plata, ya que fueron ellos los que, rescatados por Caboto, dieron comienzo a la leyenda del rey Blanco que vivía en una sierra de plata. Como su nombre lo indica era toda de plata, y estaba en las inmediaciones del inmenso Río de Solís, también bañado de plata. Esta leyenda es la que originó las expediciones al Río de la Plata, todas con el objetivo de encontrar grandes cantidades de plata. Pero la plata de la que tanto se hablaba era la de los incas, en el Perú, y la del Potosí, en Bolivia. En las costas argentinas y uruguayas, sólo había de plata el reflejo de la Luna sobre el río.


Para saber más
Fitte, Ernesto J. Hambre y desnudeces en la conquista del Río de la Plata. Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires, 1980.
Gandía, Enrique. “Descubrimiento del Río de la Plata, del Paraguay y del estrecho de Magallanes”. En: AA. VV. Historia de la Nación Argentina. El Ateneo y Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires, 2° edición, 1955. Tomo II, capitulo III.
Martínez Sarasola, Carlos. Nuestros paisanos los indios. Emecé. Buenos Aires, 1996.
Medina, José Toribio. Juan Días de Solís. Estudio histórico. Santiago de Chile, 1908.
Rubio, Julián María. Exploración y conquista del Río de la Plata : siglos XVI y XVII. Salvat, 1953.

Villanueva, Héctor. Vida y pasión del Río de la Plata. Plus Ultra, 1984

Diana de Poitiers hermosa amante de Reyes

Diana de Poitiers hermosa amante de Reyes


Diana de Poitiers

La más bella favorita real de Francia, la bella entre las bellas, reflejo del tránsito entre el amor cortés medieval y el amor carnal del Renacimiento.
Posiblemente, sea una de las mujeres de anatomía más admirada, retratada y conocida. Símbolo del culto a la belleza que representa el Renacimiento.
Diana nació en 1499, hija de un alto noble francés, siendo ya de muy joven admirada por su belleza y porte natural. Sin embargo, para desilusión de sus adversarios, su vida hasta los 40 años transcurrió en la más completa oscuridad, sin escándalos ni sucesos extraños. Se casó muy joven y se mantuvo fiel casi con total seguridad hasta la muerte de su anciano esposo.
Sin embargo, con ello no queremos decir que nadie se hubiera fijado en ella, de hecho, su posición en la corte ya había despertado la admiración del monarca Francisco I, el cual se confesaba admirador secreto de Diana.
Pero el destino quiso que no fuera Francisco quien encumbrara a Diana hasta los más altos puestos del poder, sino su hijo Enrique, el cual con apenas 10 años ya había fijado su corazón y su alma en ella.
Por aquel entonces Diana estaba "felizmente " casada y tenía 20 años más que el futuro rey.
Los hechos se precipitaron con la muerte de su esposo, el rey Francisco veía a su hijo triste y abatido (de hecho le llamaban "el bello tenebroso"), y le sugirió a Diana que le animara. Ella, aunque aún dolida, consintió a hacerlo su galán, dentro de la amplia tradición medieval del amor cortés, permitiendo el enamoramiento, pero no las relaciones físicas.
Así, el futuro Enrique II quedó completamente enamorado de ella, a pesar de que por razones de estado, llevaba casado unos años con Catalina de Médicis, conocida como "la hocico -Médicis".
Mientras Francisco I vivió, la situación no pasó a más, sin embrago, a su muerte Diana decidió dar un paso más y acceder a una relación carnal con Enrique, aunque ya contaba con casi 40 años.
El joven rey apenas podía creerlo, su diosa consentía ser su amante. La joven reina Catalina no estaba dispuesta a consentirlo, oponiéndose a Diana. Ésta aguantó pacientemente, hasta que empezó a sospecharse la esterilidad de la reina. Entonces, gran conocedora de la naturaleza de la mujer, envió a sus médicos a la reina, los cuales consiguieron que diera a luz no uno, sino 10 hijos en los años siguientes.
Catalina, en deuda con la amante de su marido, no pudo sino resignarse e intentar convivir, no sin mantener una prudencial distancia que la mantuviera a ella por encima. Poco a poco, Diana alcanza la cima de su poder, sin perder nunca su belleza. Es consejera permanente del rey, consigue beneficios, cargos, rentas, interviene en la política...en fin, todo en la corte gira alrededor de ella.

Esta relación a tres se mantuvo durante muchos años, hasta que en 1559, con 60 años cumplidos, Diana vio como su amante, el origen de su poder, moría de forma dramática. En un torneo, una astilla se clavó en el ojo del monarca, el cual durante diez días estuvo agonizando entre terribles dolores. Diana supo pronto que todo había cambiado. Catalina la prohibió visitar a su esposo en el lecho de muerte y así quiso resarcirse de su eterna rival. Sin embargo, Diana se mantuvo en su posición hasta el último suspiro del rey. Pasó entonces a llevar una vida apartada de la corte, en su castillo, hasta que murió.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

SUBLEVACIÓN DE LAS TRENZAS

SUBLEVACIÓN DE LAS TRENZAS

sublevacion de las trenzas regimiento patricios


7 de diciembre de 1811 – Sublevación de las Trenzas

Es un episodio poco recordado de nuestra historia.  Hoy volvemos a él para aclarar la actuación de los Patricios, cuerpo de tradición heroica y orgullo del pasado argentino, en los acontecimientos de aquel 7 de diciembre de 1811, en que el regimiento pagó tan cara su lealtad a su jefe, el coronel Saavedra y la corriente revolucionaria que representaba.

Concluía el año 1811 y en Buenos Aires gobernaba el Triunvirato surgido de un golpe de estado que en el mes de setiembre dieron los elementos más liberales, con Rivadavia a la cabeza, aprovechando la ausencia de Saavedra que en esos días había partido hacia el norte del país para hacerse cargo del ejército expedicionario que yacía desalentado tras los contrastes de Huaqui y de Sipe-Sipe.  Rivadavia, que se había reservado el cargo de secretario del Triunvirato, logró la destitución de Saavedra y su posterior destierro a San Juan.  Esta medida y otras más que los militares consideraron lesivas  le ganaron al Triunvirato la hostilidad de los principales cuerpos, sobre todo la de los famosos Patricios de Buenos Aires, y también la de sus compañeros de glorias, los Húsares y los Arribeños.  Era una hostilidad sorda, pero que tenía desvelado al Triunvirato.

Al ser desterrado Saavedra, el Triunvirato nombró al sufrido Belgrano como jefe del Regimiento de Patricios.  En el cuerpo el nombramiento cayó mal, no tanto porque hasta entonces el prestigio militar de Belgrano era harto escaso, todos recordaban su fracaso en la expedición al Paraguay y su posterior deslucido desempeño en el ejército de la Banda Oriental, sino porque a cualquier jefe que reemplazase a Saavedra los Patricios lo hubiesen recibido con la misma frialdad.

El caso de las trenzas de los Patricios

El regimiento de Patricios tenía el privilegio de ser el único en el ejército cuyos soldados y clases llevaban una coleta o trenza.  Esta trenza, que se hacía del largo del cabello y se llevaba a la espalda, era motivo de orgullo para estos soldados ya que los distinguía de los otros cuerpos a quienes llamaban “pelones”, por no tenerlas.

La moda de usarla provenía de Carlos II, y en el ejército había sido introducida en la época del virrey Cevallos.  Recordaremos que por ese entonces los soldados y clases de los Patricios eran gente de las orillas de la ciudad, y los orilleros entonces la usaban como símbolo de su hombría.  Así como, entrado el siglo, los montoneros y los federales de Rosas usaban la porra, y luego los alsinistas la melena.

Malquistado con los Patricios, el Triunvirato, a fines de noviembre de 1811, dio una orden que terminase con el antiguo privilegio y los soldados y clases se cortasen la trenza.  Como nadie obedeció, Belgrano dispuso que los que se presentasen el día 8 de diciembre con la trenza serían conducidos al cuartel de Dragones y allí se los raparía.

Tras el agravio de volverse “pelones”, la amenaza de que se los raparía en otro cuartel colmó la medida en la sensibilidad de aquellos soldados que dieron a la patria solo motivos de orgullo, como en las invasiones inglesas y en las jornadas de Mayo, cuando su jefe fue el primer presidente del gobierno patrio.

La agitación subió de tono, pero no era solo por las trenzas que los Patricios se agitaban, había antes que nada un gran descontento contra el gobierno surgido en el golpe de setiembre, y de esa inquietud participaban también los otros cuerpos de guarnición en Buenos Aires y que, por cierto, no usaban la coleta.

La revolución del 7 de diciembre

El 4 de diciembre el Triunvirato se enteró, muy alarmado, de que los Patricios eran el centro donde confluían la inquietud popular y la de los otros cuerpos.  Así, el día cinco Rivadavia lanzó una proclama conciliatoria invitando a todos los cuerpos de la guarnición a la “disciplina, orden y subordinación”.  Pero los movimientos seguían en el cuartel de Patricios, donde los sargentos y cabos habían tomado la decisión de sublevarse, seguidos por todos los soldados.  Por fin, el 6 por la noche, invitaron a los oficiales de guardia a que se retirasen del cuartel, cosa que así lo hicieron, en una rara actitud de complicidad tácita.

El regimiento de Patricios tenía su cuartel, por aquellos años, en el sitio llamado de las Temporalidades, donde hoy se encuentra el Colegio Nacional Buenos Aires, al lado de la Iglesia de San Ignacio, y ocupaba toda la manzana.

El 7 de diciembre amaneció con el regimiento sublevado y fortificado en su cuartel y con piezas de artillería emplazadas en las bocacalles.

El triunviro Chiclana fue en parlamento hasta el cuartel y trató de disuadirlos, allanándose en nombre del gobierno a que quedaría sin efecto la orden de cortarse las trenzas, a que Belgrano sería reemplazado y a que no se sustanciaría sumario alguno.  Pero los sublevados exigían más.  Ellos querían la renuncia del Triunvirato y el regreso inmediato de Saavedra.  De ahí es que sostenemos que lo que despectivamente dieron en llamar algunos como “el motín de las trenzas”, fue una verdadera revolución.

Ante el fracaso de la gestión de Chiclana el gobierno envió un primer ultimátum a los revolucionarios, del que fue portador el edecán Igarzábal y que decía así: “Soldados: Es ésta la última intimidación que os hace vuestro gobierno; rendid las armas, retiraos, confiad en su clemencia y nada temáis.  El os empeña su palabra de honor a nombre de la patria, de que oirá vuestras peticiones cuando las deduzcáis con subordinación al gobierno que habéis obedecido; pero si obstinados pensáis sostener el desorden, la fuerza armada y el pueblo irritado os harán conocer vuestros deberes.  Determinad dentro de un cuarto de hora, o preparaos a las resultas”.  Leído el ultimátum los Patricios despidieron violentamente al edecán y se quedaron dispuestos a recibir la ayuda de los otros cuerpos comprometidos.

El gobierno, en tanto, ensayó otro intento de conciliación.  Para ello apeló a la gestión de los obispos de Buenos Aires y de Córdoba, que acababan de ser liberados de la prisión que sufrían en la Recoleta el uno y en Luján el otro.  Ambos prelados se trasladaron hasta el cuartel portando la segunda intimación y que decía: “Soldados: solo la seducción de los enemigos de la Patria ha podido conduciros a la insurrección contra el Gobierno y vuestros jefes.  Ceded en obsequio de la causa sagrada que habéis sostenido con vuestra sangre; ceded por el amor de vuestros hijos y de vuestras familias, que serán con el pueblo envueltas en los horrores de la guerra civil; ceded, en fin, por obsequio a vuestros deberes, y un velo eterno cubrirá para siempre vuestra precipitación, y el delito de sus autores.  De lo contrario, todo está pronto para reduciros a la fuerza, y vosotros responderéis de tan funestos resultados. – Buenos Aires, 7 de diciembre de 1811”.

Pero los obispos no tuvieron más suerte que los anteriores mediadores, a pesar de que los Patricios simpatizaban con ellos, pues venían de cumplir una pena que les impusieron sus mismos adversarios.

Tantas tratativas del gobierno tenían su explicación por el hecho de que no contaban ni con los Húsares ni con los Arribeños para reducirlos.  Tenían sí, una última carta y era el ejército de Rondeau, que venía del sitio de Montevideo, y que estaba compuesto por Dragones de caballería y batallones de Pardos y Morenos.  Cuando Rondeau aceptó atacar el cuartel era ya el mediodía.  Previamente ubicó el grueso de sus batallones en las torres de las iglesias vecinas y en los tejados desde donde se dominaban los patios interiores del cuartel.  Al llevar el ataque al cuartel, Rondeau, avanzó con los Dragones desmontados sobre los puestos de las esquinas, al tiempo que un mortífero fuego se les hacía desde las torres y tejados hacia el interior del cuartel.  El combate duró poco, pero en ese breve tiempo hubo más de cien bajas, de las cuales cincuenta fueron muertes.  Al fin, solos, sitiados, sin sus oficiales, los Patricios se rindieron.

Luego vino lo peor.  Sofocada la revolución, el gobierno se mostró implacable en el castigo.  Rivadavia , en persona,  se abocó a la instrucción del sumario, pero teniendo buen cuidado en no ahondar demasiado, pues atrás de los Patricios habían estado otras fuerzas y, sobre todo, la mayoría de los diputados del interior que, residiendo en Buenos Aires, habían sido desplazados por el golpe de setiembre que erigió al primer Triunvirato.  La sentencia se dictó al tercer día, el 10 de diciembre, y por ella se condenaba a muerte a once clases y soldados de la unidad, de los cuales cuatro eran sargentos y se llamaban Juan Angel Colares, Domingo Acosta, Manuel Alfonso y José Enríquez, tres eran cabos y cuatro soldados.  De nada valieron las súplicas que por la vida de los presos elevaron al gobierno distintas corporaciones y familiares de los condenados.  La sentencia se cumplió en la madrugada del 11 de diciembre y luego los cadáveres fueron expuestos a la expectación pública.  A veinte más se los condenó a penas que oscilaron entre los cuatro y los diez años de prisión, contándose entre éstos el alférez Cosme Cruz, único oficial sancionado.  Luego la sentencia se volvió contra el regimiento en sí, como cuerpo, pues tres de sus compañías fueron disueltas y lo que es peor, al regimiento se le suprimió el nombre glorioso de Patricios de Buenos Aires y se le sacó el número 1º, que lo distinguía de entre los del arma.  Además, todos los suboficiales fueron rebajados a la graduación de soldados.

Mas no paró allí la represión.  Aprovechando su triunfo el Triunvirato ordenó que los diputados se retirasen a sus provincias en el plazo de veinticuatro horas por considerar, sin prueba alguna, que habían inducido a los Patricios a sublevarse y, en tanto era encarcelado el líder de los diputados de las provincias, el Déan Funes, se ordenaba iluminar la ciudad por tres días en muestra de regocijo.

Pero al año siguiente los Patricios serían vengados por el propio San Martín, que en las jornadas del 8 de octubre de 1812, al frente de sus granaderos, y en la única oportunidad en que desenvainó su espada en la lucha civil, derrocó al Triunvirato, haciéndose eco del clamor popular.  Y los Patricios volvieron a ver lucir su nombre tradicional al frente de su cuartel.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Philippeaux,  Enrique Walter – “El Motín de las Trenzas”.

Portal www.revisionistas.com.ar


Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

LA HISTORIA DE LA PRIMERA FLOTILLA MERCANTE ARMADA DE BUENOS AIRES

LA HISTORIA DE LA PRIMERA FLOTILLA MERCANTE ARMADA DE BUENOS AIRES


bergantin San Francisco Xavier

La historia de la Primera Flotilla Mercante Armada de Buenos Aires, fue tan heroica como efímera. En el breve período entre 1800 y 1803; nació, se cubrió de gloria y desapareció sin casi dejar rastros. La cúspide de gloria estuvo dada por la Batalla de Bahía de Todos los Santos, Primer Combate de la Historia Naval Argentina. Sus héroes no pasaron al bronce ni al mármol, pero sus herederos de la Marina Mercante Argentina nunca dejamos de recordarlos, conmemorarlos y emularlos.
Desde los lejanos tiempos de la conquista, para los vecinos de puertos y ciudades de ultramar, tanto como desde siempre para los peninsulares, era tan común entrar en guerra contra Portugal; Francia o Gran Bretaña, como hacer las paces, o, incluso aliarse fraternalmente a ellas con la misma naturalidad con la que algún tiempo antes se las había combatido a muerte. Particularmente en el Río de la Plata, el enfrentamiento permanente era entre españoles y portugueses por la posesión de la Colonia del Sacramento en la costa enfrentada a la capital virreinal: Santa María de los Buenos Aires.
 La entrada en vigor en 1778 del Real Reglamento de Aranceles de Comercio Libre, junto al permanente arribo de toneladas de plata provenientes del Alto Perú que partían hacia España, aumentaron notablemente el volumen del comercio de Buenos Aires. Esto no pasaba inadvertido a los portugueses e ingleses, sobre todo en tiempos de guerra. Las naves españolas, cargadas de valores, eran atacadas en alta mar por los mismos mercantes que comerciaban en el mercado negro de los puertos cercanos a Buenos Aires o Montevideo.
En marzo de 1797, "…deseando el Rey fomentar en sus dominios de América el armamento de Corsarios que protejan nuestras costas y hostilicen al enemigo…" firma en Aranjuez esta Real Orden, "… concediendo con este objeto las gracias y franquicias que proporciona a los que armen en corso la ultima ordenanza de este ramos…".
Esta orden hace eco inmediato en el Real Consulado de Buenos Aires. Este tribunal que reunía a los más poderosos comerciantes de la próspera capital, había sido erigido para estímulo del comercio, la industria y la educación especializada, apenas tres años antes. Al frente de la Secretaría, y a título Perpetuo fue designado directamente por S.M. el joven abogado porteño Dn. Manuel Belgrano, universitario formado en los claustros salamantinos, de gran visión y claras ideas sobre las potencialidades de su tierra natal.
Su puesto en el Consulado sirvió para difundir esas ideas de desarrollo e intentar concretarlas. Una de las más interesantes tuvo su hora el 25 de noviembre de 1799, cuando en una de las salas del tribunal consular se inauguraban los cursos de la Escuela de Náutica, que a semejanza de las establecidas en la Península, fue erigida bajo la protección del Real Consulado. Era la consagración de una de sus ideas más fuertemente promovidas. Belgrano había observado, estimulado por la lectura de Jovellanos y otros singulares contemporáneos, la importancia estratégica de la posesión de una flota mercante.
El establecimiento de la Escuela de Náutica, reforzó la añeja rivalidad entre Buenos Aires y Montevideo. Aquella era la capital virreinal y este un excelente puerto de mar, pero el comercio de la Reina del Plata era cinco veces mayor que el de su vecina cisplatina. Para colmo, la Comandancia de Marina del Río de la Plata -inspectora natural de las eventuales Escuelas de Náutica que pudiesen crearse- no se encontraba en la capital sino en el puerto oriental.
En esta coyuntura, la colaboración que prestaba la Armada al comercio de Buenos Aires, no era precisamente perfecta. Las pasiones humanas competían con los ideales del deber, amparados por la lejanía de la Metrópolis. A la hora de patrullar y combatir a los corsarios enemigos que asolaban a los buques españoles en tránsito hacia y desde Buenos Aires, siempre había plausibles fundamentos -ciertamente muy relacionados con la realidad colonial- para no salir a navegar: cuando no faltaban velas, cabuyería o pólvora; hacían falta marineros, pilotos o prácticos experimentados en la riesgosa navegación del inmenso Río de la Plata.
Los ataques portugueses ya eran alevosos. Las impunes naves enemigas podían verse en el horizonte argentino del río. Colmada la paciencia y exasperados por las cuantiosas pérdidas económicas, en noviembre de 1800, a instancias de Belgrano, la Junta de Gobierno del Real Consulado porteño resuelve recaudar fondos para armar buques mercantes en corso para la defensa de la ciudad y el comercio. Para ello se cobraría un Derecho de Avería del 4% a las importaciones y de la mitad para las exportaciones.
La Navidad de 1800 encontró a los miembros del regio tribunal ensimismados con los arreglos administrativos referentes a la compra y entrega del bergantín estadounidense "Antilop", que había sido el elegido para encabezar la Armada de Buenos Aires.
Su precio había sido convenido en 11.000 pesos corrientes, que fueron abonados a su capitán con fondos de la Tesorería consular, previo acuerdo y visto bueno del Marqués de Avilés, virrey del Río de la Plata.
El virrey había ya expresado su urgencia para que
"… pueda sin mas demora proceder a activar las disposiciones concernientes á su apresto y pronta habilitazion, realizando el armamento qe tiene ofrecido pª concurrir de su parte á la defensa del comercio por medio del predicho Bergantin y otros buques que pueda proporcionarse, ya que el Navio Pilar (de la Real Armada. N. del A.) no remitió á propósito, y qe en estos puertos no hay otro alguno de su porte que poder subrrogar en su lugar…"
El "Antilop" era un bergantín guarnido como goleta, artillado con 4 carronadas cortas de a 16 libras; 10 cañones de a 10´ (5 en la banda de babor y 5 en la de estribor; todos sobre la cubierta principal y con sus correspondientes troneras), y otros 4 de a 4´.

Finalizados los trámites administrativos, el 28 de marzo de 1801, el buque del consulado se encontraba fondeado en las Balizas, frente a Buenos Aires. Ese día todo relucía particularmente; sus guarniciones habían sido renovadas: velas, cabos, amarras. Pilotos, marineros, artilleros y los granaderos que componían su guarnición militar estaban formados sobre la cubierta, impecablemente vestidos con sus correspondientes uniformes, orgullosos de su nave.
El Consulado había confiado el comando en el capitán mercante, Dn. Juan Bautista Egaña, un prestigioso criollo, fogueado en las lides de la mar que prestaba servicios en el puerto del Callao (Perú). A la hora señalada, varias lanchas acercaron a la nave a los miembros del Consulado, quienes encabezarían una particular ceremonia. Sonaron silbatos indicando ordenes desconocidas para el común de las gentes de tierra. Todo se puso en su sitio.
El Prior y el Secretario del Consulado pronunciaron sendos discursos arengando el fervor patriótico de la tripulación encargada de la defensa de la ciudad y su comercio. Se designó formalmente a Egaña capitán de la nave, que a partir de ese instante llevaría el nombre del Santo Patrono del Consulado: "San Francisco Xavier", aunque todos conocerían al buque por su alias de "Buenos Aires", pues ese nombre llevaba escrito en su popa, designando a su puerto de Matrícula como a su propietario.
Se hizo un solemne silencio mientras por la driza del pico de la cangreja se izaba el magnífico pabellón mercante del Río de la Plata , acompañado por el correspondiente toque de silbato. Al llegar al tope, la quietud del río se estremeció por el bramido del cañonazo con que se afirmaba el pabellón. Toda la tripulación e invitados rompieron en gritos de alegría y vivas a España y al Rey.
Abastecido de personal -a través de las "levas" que se hacían periódicamente en los puertos de Buenos Aires y Montevideo-, de guarniciones, munición y alimentos, zarpó de las "Balizas" en su viaje inaugural, el 11 de abril, llevando a su bordo varios cadetes de la Escuela de Náutica quienes, según su instituto, y por especial iniciativa de su Segundo Director -el piloto mercante corcubionés Dn. Juan de Alsina- pues se inclinaba decididamente hacia la enseñanza práctica. Según su idea, los cadetes "…devían saber cortar las xarcias, y otras faenas, para que cuando sean gefes, conozcan aquello que van a mandar…".
Junto a su compañera, la goleta "Carolina", adquirida también por el Consulado porteño, se dedicaron al patrullaje del Río de la Plata, persiguiendo a los corsarios portugueses y evitando sus tropelías. La iniciativa de Belgrano daba frutos concretos, y el comercio estaba protegido por una fuerza naval propia con un poder disuasorio suficiente.
La helada mañana del 25 de agosto de 1801, zarpa el "San Francisco Xavier" en el viaje de corso que lo llevaría a la gloria. La patrulla se extendería hasta donde fuese necesario. Recorrieron la costa sur de Buenos Aires, para luego subir por la costa oriental del Uruguay y más allá hacia el norte.
El amanecer del 12 de octubre, encontró al "Buenos Aires" a 8 leguas al sudeste de la barra de la Bahía de Todos los Santos, al norte del Brasil. Desde la cofa del trinquete, el vigía anunció tres velas unidas.
Egaña dio las ordenes para arribar sobre ellas. Eran un paquebote armado en guerra, y dos mercantes a los que comboyaba: un bergantín y una zumaca. Serían los mismos de los que le habían dado noticias a Egaña los prisioneros portugueses que llevaba a su bordo.
El paquebote de guerra "San Juan Bautista", armado en guerra con más de 20 cañones de gran calibre, izó las señales de reunión, a lo que los mercantes respondieron de inmediato. Al punto Egaña ordenó zafarrancho: Aprontar velas, armas mayores y menores, agua y arena para los incendios, municiones, aclarar los cabos, etc... Se aproximó a las naves portuguesas, y estando a tiro de cañón, enarboló su pabellón español de primer tamaño, afianzándolo con su correspondiente cañonazo; los adversarios ejecutaron igual maniobra, y a las 7 de la mañana, apenas clareaba el día, rompieron el fuego por ambas partes. En ese momento quedó perfectamente clara la diferencia de poder de fuego entre el "San Francisco Xavier" y sus oponentes, tal como le habían predicho a Egaña. Aun así, los primeros disparos no surtieron mayores efectos, sobre todo porque el portugués se afanaba en desarbolar el bergantín porteño.
Egaña aprovecho el tiempo y el entrenamiento de su tripulación, para generar varias escaramuzas con el objeto de verificar cuáles podrían ser sus ventajas sobre el enemigo, quien lo superaba claramente en poder de fuego. A poco andar pudo observar que su preeminencia radicaba en el poder de maniobra del "Buenos Aires". En él Egaña haría pivotear el combate para intentar volcarlo en su favor. No se podía arriesgar al combate de artillería, la diferencia era abismal; debería forzar a los portugueses a maniobrar de modo tal que pudiera abordarlo.
La confianza de Egaña en el valor y destreza de su gente, se emparejaba con la que tenía en su nave y en su propia idoneidad en los arcanos de la mar.
Resuelto el capitán criollo a la acción, y a darle la victoria a las armas de Su Majestad, ordenó largar todo aparejo en ademán de huir, a fin de engañar al enemigo, llamando toda su atención a su maniobra. Por su parte, el capitán del paquebote portugués, persuadido como estaría de la victoria, descuidó el buen arreglo que había mantenido durante el corto combate y, sin contención, dispuso largar "cuanto trapo podía" haciendo los mayores esfuerzos para alcanzar a los huidizos españoles. En ese estado de la persecución, viró Egaña repentinamente "por avante", quedando "de vuelta encontrada" con el enemigo.
En pocos minutos las bordas del "San Francisco Xavier" y del "San Juan Bautista" quedaron enfrentadas y a tiro de fusil. Antes de que los portugueses pudieran salir de su asombro, el bergantín porteño descargó toda la artillería que tenía previamente lista con bala y metralla, para cubrir el abordaje.
Las descargas de bala, metralla, palanqueta y pie de cabra que efectuaba el paquebote lusitano, no surtían efecto en la tripulación de Egaña que se encontraba íntegramente tendida sobre cubierta; pero hicieron estragos en la arboladura del trinquete del "San Francisco Xavier", provocando severos incendios en el velamen.

Con su autoridad e idoneidad, el capitán criollo había adiestrado tan disciplinadamente a su tripulación, que ningún contratiempo distraía su atención. Ordenadamente disparaban la artillería, la fusilería y "esmeriles" de las cofas. Los granaderos hacían estragos con sus granadas de mano. El desorden y horror provocado entre los portugueses, abrió paso a los 36 hombres del "San Francisco Xavier" quienes, a la voz de Egaña, abordaron el paquebote, con sable y pistola en mano.
En el combate cuerpo a cuerpo, los bravos españoles y criollos no tardaron mucho en superar ampliamente a los sorprendidos portugueses que se defendieron con valor y coraje. En medio del fragor del combate, entre disparos,humo de pólvora, golpes de acero, fuego y charcos de sangre; un marinero del "Buenos Aires", eludiendo a la muerte a cada paso, corrió evadiendo directamente hacia la popa del paquebote.
Un solo objetivo nublaba su visión: Obsequiar a su bravo capitán el Pabellón de Guerra Portugués, el premio que tanta bizarría merecía. Al llegar al sitio del honor, los siete escoltas de la Bandera de Guerra, atacaron al marinero Manuel Díaz con fiereza. Nada podría interponerse entre este bravo marinero canario y ese pabellón.
Un portugués le asesta un chuzaso en la sien, a lo que el canario responde con un certero pistoletazo que le vuela la sien. Hiere a unos y ahuyenta al resto, corta la driza y recibe su tan ansiado trofeo. El Pabellón de Guerra cae tersamente en las manos de Díaz, condecorándose con la valiente sangre de los hijos de Portugal que el marinero llevaba entre sus dedos.
A las 10:30 de esa mañana, el paquebote se rendía bajo el pabellón de España. Habían muerto 7 portugueses, entre ellos su piloto; y otros 30 salieron heridos, contando a su capitán, quien lo estaba de gravedad. El propio Egaña había recibido dos serias heridas. Los dos mercantes portugueses, al percibir la derrota de su escolta, forzando la vela, se pusieron en huida hacia el puerto de Bahía desde donde habían zarpado.
Egaña encargó a algunos de sus oficiales el cuidado de su presa y, desatracándose de ella, se dispuso a la persecución. A pocas millas los apresó a ambos, descubriendo que en el bergantín llevaban 250 esclavos, y la zumaca estaba cargada de carnes.
Ante tan apretada circunstancia, viéndose Egaña con tres buques apresados y 160 prisioneros, resolvió embarcar a estos en la nave de menor entidad - la zumaca -, y devolverlos al puerto de Bahía de donde habían partido, llevando en triunfo Buenos Aires al paquebote y el bergantín portugueses. La alegría entre la tripulación era tanta, que en Acción de Gracias, Egaña ordenó celebrar una "función" litúrgica, junto a su tripulación, en honor a Nuestra Señora del Pilar, por ser ese día del combate, el de su solemnidad.

El alborozo de los porteños a la llegada de la "Flota" no tenía comparación. En el muelle se apiñaban los curiosos para vivar al valiente capitán, cuyo buque se erguía orgulloso sobre el manto de plata del anchuroso río, escoltando a sus presas. Los miembros del Consulado, acompañaron a Egaña y al valiente marinero Díaz hacia el Salón Noble del regio tribunal, para expresarles la gratitud del "Comercio" y de la ciudad toda. A Egaña se le honró con el asiento del Prior, y a Díaz con el de uno de los Cónsules. La multitud, desde la calle, escuchó atentamente a través de los amplios ventanales enrejados, los laudatorios discursos.
Como premio a tan valerosa acción de guerra, se obsequió a Egaña con un "sable con su cinturón a nombre de este Real Consulado con Puño de Oro y las armas de este mismo Cuerpo con la inscripción correspondiente que en todo tiempo acredite su valor y pericia", y al marinero Manuel Díaz, la Junta de Gobierno le concedió "un Escudo de Plata con las armas de este Real Consulado para que lo lleve en el brazo derecho en memoria de su valor y desprendimiento con su correspondiente inscripción". Asimismo el Consulado "informará de la acción a S.M. con toda energía, y suplicándole le conseda los honores de Teniente de Fragata".
El año de 1801 pasó sin mayores sobresaltos. Los buques del Consulado continuaron patrullando las costas, desde "La frontera" en Carmen de Patagones, hasta el Brasil, llevando a su bordo cadetes de la Escuela de Náutica, tanto en puerto como en navegación.
A pesar de los resultados positivos, oscuras presiones ejercidas desde el anonimato por sicarios que veían en la "Armada de Buenos Aires" la evidencia de su inoperancia, hizo que esta vea el fin de sus días de gloria para las Armas de S.M..

En febrero de 1802, se abría un "Expediente formado para la venta de la Goleta nombrada Carolina perteneciente al Real Consulado, y el Bergantín San Francisco Xavier Alias Buenos Ayres". 




Fuente: Horacio Guillermo Vázquez - Oficial de la Marina Mercante - Jefe de Investigaciones Históricas y Docente de la Escuela Nacional de Nautica. Este articulo aparece en la página de la Escuela Nacional de Nautica Manuel Belgrano, en www.fundacion.capitanes.org.ar 


FRINÉ LA HETAIRA MÁS FAMOSA DE LA ANTIGUA GRECIA

FRINÉ LA HETAIRA MÁS FAMOSA DE LA ANTIGUA GRECIA

FRINÉ LA HETAIRA MÁS FAMOSA DE LA ANTIGUA GRECIA


Friné era una hermosísima mujer...

Friné es la hetaira más famosa de la antigua Grecia.

Una hetaira es un mujer de compañía, de vida libre se decía, pero diferente del concepto de prostitutas (llamadas "pailakas").

Las hetairas sabían cantar, bailar y tenían una refinada educación que las permitía entablar cualquier tipo de conversación, eran "las amigas del alma", si bien, acompañaban todo eso con un gran atractivo personal.

Gracias a ellas había mujeres en la vida pública griega, ya que las esposas oficiales tenían que estar recluidas en las casas, sin posibilidad siquiera de ir al teatro.

Friné nació en el año 328 antes de Cristo, en Thespies, siendo vendedora ambulante y pastora. Sin embargo, su gran belleza no pasó desapercibida y un admirador la llevó a Atenas para que estudiara en la escuela para hetairas.

Allí alcanzó gran fama por su belleza e inteligencia, siendo elegida por el escultor Praxiteles como modelo de sus esculturas femeninas. Fue amante del escultor griego Praxíteles quien la utilizó como modelo para todas las voluptuosas estatuas de Afrodita, la diosa del amor.

Su inteligencia y belleza estaban igualados a su sed de riqueza, se dice que su fortuna era tan grande que cuando Alejandro Magno destruyó Tebas, ella se ofreció para reconstruirla con su dinero siempre y cuando pusieran su nombre a la entrada de la ciudad, ¿estaremos ante uno de los primeros ejemplos de patrocinador de la historia?.

Por todos estos hechos Friné ya ocupa un lugar en la historia, sin embargo hay un hecho más que debemos narrar, y es su famoso juicio, en el cual mostró el mejor argumento posible en su defensa.

Hay que recordar que entre los griegos la mujer –a excepción de las hetairas–, no gozaba de prestigio y era considerada casi un mal necesario para asegurar la continuidad de la familia. Comparar a una mujer con una diosa no era bien visto. Y fue ese el motivo por el cual se la acusó de impiedad, que no era poca cosa, ya que a juicio de los griegos y de acuerdo con sus creencias, era uno de los delitos más graves que se podían cometer. Se la acusó de realizar actos contra los dioses al realizar ceremonia privadas en su casa simulando ser sacerdotisa de afrodita, diosa del amor. De modo que Friné fue detenida y llevada a juicio. Por pedido del escultor, que se temía lo peor, fue Hispárides –uno de los más famosos oradores de Grecia–, quien debía defenderla ante el tribunal. Pero toda la retórica del prestigioso orador no logró convencer a los jueces ni influir en su ánimo. Friné estaba casi condenada cuando su defensor, como último recurso, hizo que la joven se desnudara ante los jueces, para demostrar que su belleza era tal que era digna de ser comparada con la de la diosa.

Cuando la joven se quitó el manto, en el recinto se hizo un silencio. Era tal la belleza de Friné, que después de una prueba tan contundente, los miembros del tribunal apenas si deliberaron. Friné, absuelta por unanimidad, recuperó su libertad y volvió junto a su amante para seguir inspirando al escultor en su trabajo.

sábado, 7 de noviembre de 2015

MIRTHA LEGRAND ASISTIA A LOS ACTOS OFICIALES ACOMPAÑANDO AL GENERAL PERÓN

MIRTHA LEGRAND ASISTIA A LOS ACTOS OFICIALES ACOMPAÑANDO AL GENERAL PERÓN


MIRTHA LEGRAND ACOMPAÑANDO A PERON
En la foto se vé a Mirtha Legrand, entre otras, acompañando al General Perón en un acto oficial.