SUBLEVACIÓN DE LAS TRENZAS
7
de diciembre de 1811 – Sublevación de las Trenzas
Es
un episodio poco recordado de nuestra historia.
Hoy volvemos a él para aclarar la actuación de los Patricios, cuerpo de
tradición heroica y orgullo del pasado argentino, en los acontecimientos de
aquel 7 de diciembre de 1811, en que el regimiento pagó tan cara su lealtad a
su jefe, el coronel Saavedra y la corriente revolucionaria que representaba.
Concluía
el año 1811 y en Buenos Aires gobernaba el Triunvirato surgido de un golpe de
estado que en el mes de setiembre dieron los elementos más liberales, con
Rivadavia a la cabeza, aprovechando la ausencia de Saavedra que en esos días
había partido hacia el norte del país para hacerse cargo del ejército
expedicionario que yacía desalentado tras los contrastes de Huaqui y de
Sipe-Sipe. Rivadavia, que se había
reservado el cargo de secretario del Triunvirato, logró la destitución de
Saavedra y su posterior destierro a San Juan.
Esta medida y otras más que los militares consideraron lesivas le ganaron al Triunvirato la hostilidad de
los principales cuerpos, sobre todo la de los famosos Patricios de Buenos
Aires, y también la de sus compañeros de glorias, los Húsares y los
Arribeños. Era una hostilidad sorda,
pero que tenía desvelado al Triunvirato.
Al
ser desterrado Saavedra, el Triunvirato nombró al sufrido Belgrano como jefe
del Regimiento de Patricios. En el
cuerpo el nombramiento cayó mal, no tanto porque hasta entonces el prestigio
militar de Belgrano era harto escaso, todos recordaban su fracaso en la
expedición al Paraguay y su posterior deslucido desempeño en el ejército de la
Banda Oriental, sino porque a cualquier jefe que reemplazase a Saavedra los
Patricios lo hubiesen recibido con la misma frialdad.
El
caso de las trenzas de los Patricios
El
regimiento de Patricios tenía el privilegio de ser el único en el ejército
cuyos soldados y clases llevaban una coleta o trenza. Esta trenza, que se hacía del largo del
cabello y se llevaba a la espalda, era motivo de orgullo para estos soldados ya
que los distinguía de los otros cuerpos a quienes llamaban “pelones”, por no
tenerlas.
La
moda de usarla provenía de Carlos II, y en el ejército había sido introducida
en la época del virrey Cevallos.
Recordaremos que por ese entonces los soldados y clases de los Patricios
eran gente de las orillas de la ciudad, y los orilleros entonces la usaban como
símbolo de su hombría. Así como, entrado
el siglo, los montoneros y los federales de Rosas usaban la porra, y luego los
alsinistas la melena.
Malquistado
con los Patricios, el Triunvirato, a fines de noviembre de 1811, dio una orden
que terminase con el antiguo privilegio y los soldados y clases se cortasen la
trenza. Como nadie obedeció, Belgrano
dispuso que los que se presentasen el día 8 de diciembre con la trenza serían
conducidos al cuartel de Dragones y allí se los raparía.
Tras
el agravio de volverse “pelones”, la amenaza de que se los raparía en otro
cuartel colmó la medida en la sensibilidad de aquellos soldados que dieron a la
patria solo motivos de orgullo, como en las invasiones inglesas y en las
jornadas de Mayo, cuando su jefe fue el primer presidente del gobierno patrio.
La
agitación subió de tono, pero no era solo por las trenzas que los Patricios se
agitaban, había antes que nada un gran descontento contra el gobierno surgido
en el golpe de setiembre, y de esa inquietud participaban también los otros
cuerpos de guarnición en Buenos Aires y que, por cierto, no usaban la coleta.
La
revolución del 7 de diciembre
El
4 de diciembre el Triunvirato se enteró, muy alarmado, de que los Patricios
eran el centro donde confluían la inquietud popular y la de los otros
cuerpos. Así, el día cinco Rivadavia
lanzó una proclama conciliatoria invitando a todos los cuerpos de la guarnición
a la “disciplina, orden y subordinación”.
Pero los movimientos seguían en el cuartel de Patricios, donde los
sargentos y cabos habían tomado la decisión de sublevarse, seguidos por todos
los soldados. Por fin, el 6 por la
noche, invitaron a los oficiales de guardia a que se retirasen del cuartel,
cosa que así lo hicieron, en una rara actitud de complicidad tácita.
El
regimiento de Patricios tenía su cuartel, por aquellos años, en el sitio
llamado de las Temporalidades, donde hoy se encuentra el Colegio Nacional
Buenos Aires, al lado de la Iglesia de San Ignacio, y ocupaba toda la manzana.
El
7 de diciembre amaneció con el regimiento sublevado y fortificado en su cuartel
y con piezas de artillería emplazadas en las bocacalles.
El
triunviro Chiclana fue en parlamento hasta el cuartel y trató de disuadirlos,
allanándose en nombre del gobierno a que quedaría sin efecto la orden de
cortarse las trenzas, a que Belgrano sería reemplazado y a que no se
sustanciaría sumario alguno. Pero los sublevados
exigían más. Ellos querían la renuncia
del Triunvirato y el regreso inmediato de Saavedra. De ahí es que sostenemos que lo que
despectivamente dieron en llamar algunos como “el motín de las trenzas”, fue
una verdadera revolución.
Ante
el fracaso de la gestión de Chiclana el gobierno envió un primer ultimátum a
los revolucionarios, del que fue portador el edecán Igarzábal y que decía así:
“Soldados: Es ésta la última intimidación que os hace vuestro gobierno; rendid
las armas, retiraos, confiad en su clemencia y nada temáis. El os empeña su palabra de honor a nombre de
la patria, de que oirá vuestras peticiones cuando las deduzcáis con
subordinación al gobierno que habéis obedecido; pero si obstinados pensáis
sostener el desorden, la fuerza armada y el pueblo irritado os harán conocer vuestros
deberes. Determinad dentro de un cuarto
de hora, o preparaos a las resultas”.
Leído el ultimátum los Patricios despidieron violentamente al edecán y
se quedaron dispuestos a recibir la ayuda de los otros cuerpos comprometidos.
El
gobierno, en tanto, ensayó otro intento de conciliación. Para ello apeló a la gestión de los obispos
de Buenos Aires y de Córdoba, que acababan de ser liberados de la prisión que
sufrían en la Recoleta el uno y en Luján el otro. Ambos prelados se trasladaron hasta el cuartel
portando la segunda intimación y que decía: “Soldados: solo la seducción de los
enemigos de la Patria ha podido conduciros a la insurrección contra el Gobierno
y vuestros jefes. Ceded en obsequio de
la causa sagrada que habéis sostenido con vuestra sangre; ceded por el amor de
vuestros hijos y de vuestras familias, que serán con el pueblo envueltas en los
horrores de la guerra civil; ceded, en fin, por obsequio a vuestros deberes, y
un velo eterno cubrirá para siempre vuestra precipitación, y el delito de sus
autores. De lo contrario, todo está
pronto para reduciros a la fuerza, y vosotros responderéis de tan funestos
resultados. – Buenos Aires, 7 de diciembre de 1811”.
Pero
los obispos no tuvieron más suerte que los anteriores mediadores, a pesar de
que los Patricios simpatizaban con ellos, pues venían de cumplir una pena que
les impusieron sus mismos adversarios.
Tantas
tratativas del gobierno tenían su explicación por el hecho de que no contaban
ni con los Húsares ni con los Arribeños para reducirlos. Tenían sí, una última carta y era el ejército
de Rondeau, que venía del sitio de Montevideo, y que estaba compuesto por
Dragones de caballería y batallones de Pardos y Morenos. Cuando Rondeau aceptó atacar el cuartel era
ya el mediodía. Previamente ubicó el
grueso de sus batallones en las torres de las iglesias vecinas y en los tejados
desde donde se dominaban los patios interiores del cuartel. Al llevar el ataque al cuartel, Rondeau,
avanzó con los Dragones desmontados sobre los puestos de las esquinas, al
tiempo que un mortífero fuego se les hacía desde las torres y tejados hacia el
interior del cuartel. El combate duró
poco, pero en ese breve tiempo hubo más de cien bajas, de las cuales cincuenta
fueron muertes. Al fin, solos, sitiados,
sin sus oficiales, los Patricios se rindieron.
Luego
vino lo peor. Sofocada la revolución, el
gobierno se mostró implacable en el castigo.
Rivadavia , en persona, se abocó
a la instrucción del sumario, pero teniendo buen cuidado en no ahondar
demasiado, pues atrás de los Patricios habían estado otras fuerzas y, sobre
todo, la mayoría de los diputados del interior que, residiendo en Buenos Aires,
habían sido desplazados por el golpe de setiembre que erigió al primer
Triunvirato. La sentencia se dictó al
tercer día, el 10 de diciembre, y por ella se condenaba a muerte a once clases
y soldados de la unidad, de los cuales cuatro eran sargentos y se llamaban Juan
Angel Colares, Domingo Acosta, Manuel Alfonso y José Enríquez, tres eran cabos
y cuatro soldados. De nada valieron las
súplicas que por la vida de los presos elevaron al gobierno distintas
corporaciones y familiares de los condenados.
La sentencia se cumplió en la madrugada del 11 de diciembre y luego los
cadáveres fueron expuestos a la expectación pública. A veinte más se los condenó a penas que
oscilaron entre los cuatro y los diez años de prisión, contándose entre éstos
el alférez Cosme Cruz, único oficial sancionado. Luego la sentencia se volvió contra el
regimiento en sí, como cuerpo, pues tres de sus compañías fueron disueltas y lo
que es peor, al regimiento se le suprimió el nombre glorioso de Patricios de
Buenos Aires y se le sacó el número 1º, que lo distinguía de entre los del
arma. Además, todos los suboficiales
fueron rebajados a la graduación de soldados.
Mas
no paró allí la represión. Aprovechando
su triunfo el Triunvirato ordenó que los diputados se retirasen a sus
provincias en el plazo de veinticuatro horas por considerar, sin prueba alguna,
que habían inducido a los Patricios a sublevarse y, en tanto era encarcelado el
líder de los diputados de las provincias, el Déan Funes, se ordenaba iluminar
la ciudad por tres días en muestra de regocijo.
Pero
al año siguiente los Patricios serían vengados por el propio San Martín, que en
las jornadas del 8 de octubre de 1812, al frente de sus granaderos, y en la
única oportunidad en que desenvainó su espada en la lucha civil, derrocó al
Triunvirato, haciéndose eco del clamor popular.
Y los Patricios volvieron a ver lucir su nombre tradicional al frente de
su cuartel.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Philippeaux,
Enrique Walter – “El Motín de las Trenzas”.
Portal www.revisionistas.com.ar
Se permite la reproducción citando la fuente:
www.revisionistas.com.ar
Esta es preuba del despelote que se les causa a los revisionistas cuando actúan solo por instinto.
ResponderEliminarLos "malos" de este relato son los que siguieron en la línea de Moreno, y que transformaron en triunfo la derrota que significó la toma del poder por la junta grande. Y Belgrano es incluído en los malos, por más que se note alguna cabriola para rescatarlos. Los "buenos" son los conservadores diputados del interior, los obispos que quisieron mantenerse fieles a España, y los pobres patricios, enredados en este drama político