lunes, 31 de agosto de 2015

La diplomacia del “marinero herido”

La diplomacia del 

“marinero herido”




En el siglo XIX la diplomacia del “marinero herido” fue la constante de Gran Bretaña y Francia para presionar a los países pequeños. Se empezaba con reclamos inatendibles, seguía la presencia de una escuadra en aguas jurisdiccionales y luego venía el bloqueo, los registros y decomisos de buques, y algunos cañonazos si había resistencia de los nativos. Todo en nombre de los “derechos humanos, la libertad de navegación y de comercio”, y otros principios elevados a la categoría de dogmas del derecho internacional público. Finalmente se concertaba con el invadido un tratado de “amistad, comercio y navegación” tomándose los ingleses el derecho de usar las aguas jurisdiccionales, construir factorías, entrar sus productos sin trabas aduaneras y gozar sus residentes de un régimen legal de excepción que los ponía fuera de las leyes regionales.

Ningún tratado con la Confederación daba a Francia el trato de “nación más favorecida” que tenía Inglaterra por tratado correspondiente. Rosas se negaba a dárselo sin una concesión de su parte.

Esta "diplomacia del marinero herido", como en otras latitudes, sería usada contra la Confederación Argentina para justificar las guerras de intervención francesa y anglo-francesa. 





Fuentes: 

- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar ¡Gracias!
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domingo, 30 de agosto de 2015

¿Cómo era la vida de los chicos en la Antigua Grecia?

¿Cómo era la vida de los chicos en la Antigua Grecia?


Igual que ahora, los chicos de la antigüedad, distribuían su tiempo entre los juegos y el estudio los más afortunados y entre los pocos juegos y mucho trabajo los menos afortunados. Pero en aquella época la infancia era más corta. Un chico de trece años era considerado un adulto y ya estaba en condiciones de casarse.
El padre decide
En Grecia cuando las mamás daban a luz, le presentaban el bebé al padre. Si éste consideraba que era débil o enfermo podía rechazarlo. Estos chicos, en la mayoría de las ciudades griegas, eran abandonados en lugares especiales a donde acudían otros padres para adoptarlos. Si no tenían suerte eran vendidos como esclavos. En Esparta, en cambio, estos niños eran eliminados. Los arrojaban desde lo alto del monte Itome.
Los primeros días
En Grecia era fácil darse cuenta cuando en una casa nacía un bebé: los padres adornaban la puerta con guirnaldas de olivo si era un varón o adornos de lana si era una nena. La familia ofrecía una gran fiesta y sacrificios a los dioses.
Las primeras pelelas
Los padres griegos colocaban a sus chiquitos en unas sillas especiales de arcilla para que aprendieran a hacer sus "necesidades" solitos. Estas fueron las antecesoras de las pelelas actuales.
¿A qué jugaban?
Los chicos griegos se divertían con muchos jegos y juguetes que aún se siguen usando, como las muñecas, el yo-yó, el trompo y hasta el juego de la gallinita ciega. Los juguetes estaban hechos de madera, tela o arcilla. Pero a los trece años se acababa la diversión: tenían que depositar sus juguetes en el templo de Apolo y prepararse para la vida adulta.
¿Barbies de arcilla?
Las muñecas griegas estaban hechas de terracota, un tipo de arcilla. Eran muy coloridas y tenían articulaciones en los brazos y las piernas.
La escuela
No todos los chicos griegos podían acceder a la educación, pero con los avances democráticos, a partir del siglo V, la educación se tornó un poco más popular. Las familias griegas le daban mucha importancia a la educación tanto intelectual como física. Los más ricos mandaban a sus hijos a la escuela acompañados por un esclavo para que lo controle y lo ayude en sus tareas.
¿Cómo eran los cuadernos?
Eran tabletas de cera sobre las que se escribía utilizando un punzón. Acabada la tarea, la cera se alisaba se podía volver a usar.
¿Cómo era la "educación espartana"?

En Esparta los chicos tenían una infancia más corta todavía. A los siete años eran enviados a los campos de entrenamiento militar. Allí se les daba una instrucción muy severa y se les daba poca comida. Las niñas vivían en sus casas pero también recibían un fuerte entrenamiento físico.

ALIMENTOS Y ALIMENTACIÓN EN LA ANTIGUA ROMA

ALIMENTOS Y ALIMENTACIÓN EN LA ANTIGUA ROMA



Dentro del reino animal, uno de los actos que definen y diferencian los comportamientos humanos es que en numerosas ocasiones han convertido el hecho de la alimentación en algo que va más allá de la simple ingestión de vituallas, dando paso a un acto social. Hasta tal punto ha adquirido importancia la comida que nadie puede dudar que esta ha llegado a ser un claro hecho diferenciador de la cultura de los diferentes pueblos.
En la Roma imperial, lejos habían quedado los tiempos en los que la austeridad prevalecía sobre cualquier otro comportamiento, llegando esta incluso a los hábitos alimenticios. Con el paso del tiempo, y el contacto con otras culturas y pueblos, los romanos habían agregado a sus preferencias culinarias cada vez más y más alimentos y formas de cocinarlos.
Alimentos de origen vegetal
Uno de los principales alimentos de origen vegetal serían los cereales, que fueron consumidos de diferentes maneras. En la época más antigua sabemos que el trigo se comía cuando todavía no había madurado; Posteriormente, bajo el rey Numa, se introdujo la costumbre de tostarlo previamente, noticia que nos es transmitida por Ovidio y por Plinio. Poco a poco se fue convirtiendo también en habitual su molido, lo que dio paso a la harina, empleada en la confección de gran cantidad de viandas. En el caso del trigo, la mezcla de su harina con el agua dio lugar a uno de las comidas más populares entre las capas bajas de la sociedad, la puls, que cuando era muy diluida se podía convertir en refresco. Cuando la harina de trigo era sustituida por la de cebada el producto resultante se denominaba Polenta. Así mismo, con las harinas también se fabricó todo tipo de pan, que con el paso del tiempo se convirtió en uno de los alimentos básicos. Existieron numerosas variedades basándose en la calidad de la harina o en el proceso de fabricación: desde los más refinados que consumían las clases privilegiadas, que se fabricaban con flor de harina, y en ocasiones eran enriquecidos con especias, leche, huevos, miel, frutas confitadas, etcétera, a los más vulgares destinados a la plebe o los ambientes rústicos; incluso existió un tipo de pan, llamado castrense, que poseía la cualidad de ser de larga duración, y que los soldados comían durante las campañas militares, y otro, muy tosco, que se daba solamente a los perros.
Papel destacado tuvo el consumo de legumbres, verduras, hortalizas y frutas, hasta el punto que sabemos que en los orígenes los romanos eran prácticamente vegetarianos (como comedores de  hierba les definió el autor de comedias Plauto). Las legumbres alcanzaron una gran popularidad, y ellas derivó el nombre de algunas de las más importantes familias, baste como ejemplo el de los Fabios (faba=haba). Se tomaban en todas sus formas, verdes, crudas, hervidas o tostadas, y entre otras destacan las fabas, judías, altramuces, lentejas, algarrobas y garbanzos.
Las verduras y hortalizas también fueron numerosas, acelgas, escarolas, achicoria, col, coliflor, cardo, zanahoria, nabo, ajo, cebolla y puerro; mención especial merecen los hongos y setas que fueron muy apreciados, y algunos brotes salvajes como los espárragos, que eran muy abundantes, y que al igual que en la actualidad se vendían por manojos, siendo los más afamados los procedentes de la región de Rávena.
Dentro de la cadena alimenticia otro eslabón destacado lo ocuparon las frutas que los romanos consumían con generosidad. Fueron muy numerosas y podemos destacar los higos, membrillos, manzanas, melocotones, fresquillas, albaricoques, granadas, peras, ciruelas, melones, sandías, cerezas, uvas, moras, fresas, dátiles, bayas, nueces, avellanas, castañas, almendras, etcétera. Su gusto por las frutas les llevó a fabricar con ellas incluso confituras, sobre todo de membrillo, que era la más apreciada, juntamente con la de manzana, y la calabaza que, además, se empleaba a decir de Marcial, en numerosos platos, hasta el punto que se podría hacer una comida entera solo a base de calabaza.
Alimentos de origen animal
Las viandas de origen animal también tuvieron un papel destacado dentro de la alimentación romana. En primer lugar, los productos denominados lácteos, tanto la leche como los quesos. La leche empleada era de cabra y oveja que era la preferida (los calostros, leche de oveja recién parida, eran considerados por los romanos como una autentica golosina), más tarde de vaca, pero siempre en menor grado que la de oveja, y con carácter medicinal las de burra, yegua y cerda, aunque esta última era la menos apreciada. La tomaban fresca o cuajada, y en ocasiones aromatizada con diferentes hierbas.
También conocían una especie de yogur (melca u oxygala) que hacían agriando la leche con vinagre, y añadiendo melca de días anteriores, hierbas aromáticas y cebolla. Por lo que se refiere a los quesos, dominaban a la perfección su proceso de fabricación, tanto los frescos, destinados a su consumo inmediato, que eran secados al sol y salados por medio de la inmersión en salmuera, como los curados, que estaban destinados a su conservación para el posterior consumo, realizándose incluso el proceso de ahumado tal y como se realiza en nuestros días.
Los huevos fueron un complemento esencial de la alimentación, y no solamente los de gallina, sino también los de oca, pato y todo tipo de pájaros salvajes. Su preparación era muy variada: pasados por agua, revueltos, en tortilla, con leche y miel, etc. También se empleaban en las salsas y sobre todo en la repostería.
Con el paso del tiempo y el desarrollo de la vida urbana, la dieta de vegetales va a ser complementada cada vez más con la de carnes y pescados.
Las carnes se consumían frescas (asadas, cocidas o fritas), o también curadas o embutidas. Las partes más apreciadas eran el cerebro, orejas, papada y patas, con especial mención para los testículos de los machos y las ubres y la vulva de las hembras, sobre todo en el caso de las cerdas. A diferencia de lo que sucede con la ganadería actual, los romanos tan solo criaban un animal destinado al matadero para alimentarse con su carne, se trata del cerdo, del que comían absolutamente todo. La carne de ovino y caprino, era más rara y tan sólo eran destinados al matadero aquellos animales machos que no eran necesarios para la reproducción, los enfermos, o los viejos que ya no daban la producción deseada. Raramente se consumió carne de bovino, pues los bueyes eran simplemente un instrumento de trabajo, y la producción de leche de vaca fue muy escasa, tan solo en algunas zonas del norte, por lo que su crianza no estuvo muy extendida. Las aves, excepto muy pocas como es el caso de las ibis, cigüeñas, codornices, golondrinas y vencejos, fueron utilizadas de un modo prolijo en la alimentación. La carne de ave preferida era la de oca, seguida de la de paloma y la de pollo; algunas de ellas como los loros eran indicativo de un lujo exquisito.
El producto de la caza también fue fuente de proteínas, y animales como el jabalí, el ciervo, la gacela, la liebre, el conejo, y los lirones, entre otros, contribuyeron a endulzar en gran manera el paladar de los romanos.
Mención aparte merecen los pescados, cuya presencia fue fundamental en cualquier banquete, aunque su introducción fue más tardía que la de otros alimentos. Eran numerosas las especies comestibles conocidas por los romanos, en la práctica casi todas las que conocemos en la actualidad, y que pescaban tanto en los ríos como en el mar. Cabe destacar la anguila, los salmones, la carpa, el esturión, torpedo, raya, atún, perca, lenguado, langosta, sepia, lapa, ostra y otros mariscos.
Vemos pues que los hábitos alimenticios no han variado profundamente desde la época antigua a la actual, y que las viandas consumidas por los romanos han pervivido a lo largo de los tiempos.
El arte culinario
Pero si ya hemos visto como la variedad de alimentos es enorme, hay que tener también en cuenta un aspecto fundamental, y es lo que podemos denominar propiamente arte culinario.
Los romanos poseyeron una exquisita cocina, y un arte inigualable a la hora de preparar las vituallas. El uso de salsas y especias fue abundante, baste como ejemplo una de las salsas más apreciadas y que no podía faltar en ninguna cocina: el garum, de origen griego, y cuya preparación nos es transmitida por Gargilio Marcial, quien nos dice que se debía utilizar una vasija de tamaño grande (unos 30 litros de capacidad), en cuyo fondo debemos colocar una capa de hierbas aromáticas formada por hinojo, menta, orégano, tomillo, albahaca, anís, etcétera; a continuación se colocaba otra capa de pescado troceado, para ello se pueden emplear salmones, sardinas, anguilas, o cualquier otro tipo de pescado; por último se colocaba una capa gruesa de sal. Esta operación se repetía varias veces. Una vez lleno el recipiente se dejaba reposar durante siete días y a partir de ello y durante veinte mas se removía; una vez concluido este proceso el paso final era colar el jugo así obtenido, que debía tener una olor penetrante, y en ocasiones putrefacto, pero ello no impedía que fuera muy apreciado.
De este arte culinario que poseyeron los romanos, afortunadamente han llegados hasta nosotros numerosos testimonios literarios, como es la obra De re coquinaria (sobre la cocina) de M. Gavio Apicio, que desarrolló su labor durante el primer tercio del siglo I de C., aunque existen fundadas dudas sobre la autoría de esta obra, que con grandes probabilidades se compuso en el siglo IV recopilando recetas de textos más antiguos, de origen griego y latino. En otros autores como Catón, Varrón y Columela también se pueden encontrar numerosos restos de este arte culinario cuyo apogeo a decir de Tácito (Ann. III, 55) hay que situarlo entre la batalla de Actium (31 a. de C.) y el reinado del emperador Galba (68 de C.)
Un banquete singular.
Los romanos de la época clásica realizaban tres comidas a lo largo del día: ientaculum, por la mañana, prandium, al mediodía y cena al anochecer. Las dos primeras, muy ligeras, y generalmente frías solían componerse de restos del día anterior, pan, queso y poco más, en tanto que la tercera, la cena, era la principal, y la que se hacía más detenidamente, tomándose en ella un mayor número de alimentos, aunque no de manera exagerada. Solían comenzar con la caída del sol y terminaban antes de que fuera noche cerrada.
Si bien esto era lo que dictaba en decoro y las buenas costumbres, no siempre sucedió así, y un claro ejemplo de un banquete que se salía de la norma general nos lo ha proporcionado Petronio en su descripción de la cena de Trimalción, recogida en El Satiricón. Nos cuenta el autor latino, que una vez aseados por los esclavos alejandrinos que poseía Trimalción dio comienzo la cena con unos aperitivos, venían servidos en una gran bandeja, en ella un pequeño asno realizado en bronce llevaba su serón repleto de aceitunas, en un lado verdes, y en otro negras. En la bandeja también había lirones
condimentados con miel y adormidera, salchichas, ciruelas de Damasco y granos de granada.
El segundo plato vino presentado de forma espectacular, se trataba de una gran bandeja en la que había una gallina de madera, con las alas extendidas en círculo, como si tratara de proteger a sus polluelos, entre la paja había numerosos huevos de pavo que fueron repartidos entre los comensales, los huevos eran ficticios, y en su interior había un papafigo (pájaro canoro, que se alimenta de insectos, y en ocasiones de frutas, sobre todo de higos), envuelto en yema picada y sazonado con pimienta. La comida estaba siendo regada abundantemente con vino melado en la proporción que ya estableciera Columela (diez libras de miel por cada trece litros de vino). A continuación se retiraron los entremeses y se sirvió vino de Falerno envejecido cien años. La verdadera cena estaba a punto de comenzar.
El primero de los platos era una gran fuente, sobre la que, colocados en círculo, estaban los doce signos del Zodiaco, encima de cada uno de los cuales se había situado un alimento alegórico; así sobre Aries habían puesto garbanzos, un pedazo de carne de ternera sobre Tauro, criadillas y riñones sobre Géminis, una corona de flores sobre Cáncer, un higo chumbo sobre Leo, una matriz de cerda joven sobre Virgo, una balanza con un pastel dulce en uno de sus platos y una torta en el otro sobre Libra, un cangrejo de mar sobre Escorpio, oclopetam, alimento que nos es desconocido sobre Sagitario, una langosta sobre Capricornio, un pato sobre Acuario, y por último dos salmonetes sobre Piscis. En el hueco central de la bandeja estaba colocado un panal. Para acompañar a todo ello un esclavo iba repartiendo pan.
Consumidos estos alimentos los esclavos quitaron la parte superior de la bandeja y debajo había aves cebadas, tetinas de cerdo y liebre; en las esquinas había unas figurillas con unos odres de los que manaba garum a la pimienta sobre peces.
Llegada la hora del segundo plato aparecieron los esclavos portando una gran fuente con un jabalí de enormes proporciones, de sus colmillos colgaban dos espuertas repletas una de dátiles frescos y otra de dátiles secos, en su costado se habían colocado una serie de lechones realizados en mazapán y que estaban en actitud de mamar.
Como tercer plato se sirvió un cerdo blanco, asado y relleno de salchichas y morcillas. Tras un prudencial periodo de tiempo se sirvió teatralmente un ternero cocido, de unas doscientas libras de peso, que un esclavo vestido de Ayax troceó con un cuchillo y repartió entre los comensales.
El siguiente plato fue una gran fuente repleta de confituras cuyo centro estaba ocupado por un Príapo hecho por el pastelero y frutas de todas clases y uvas rociadas de azafrán. Tras una nueva pausa se sirvieron gallinas cebadas, que previamente habían sido deshuesadas y huevos de oca encapuchados.
Finalmente tan sólo quedaban por servir los postres: tordos confeccionados con flor de trigo y rellenos de pasas y nueces, membrillos en forma de erizos. Después sirvieron una oca cebada con guarnición de peces y aves de todo tipo que según Trimalción su cocinero había confeccionado con carne de cerdo. A continuación ostras, vieiras y caracoles.
Se hace evidente que para consumir este abultado número de viandas se requería un prolongado espacio de tiempo, y de comensales, sin hablar del apetito que estos debían tener, de ahí que los banquetes que ofrecía Trimalción fueran celebres por concluir no bien entrada la noche, sino al canto del gallo, al amanecer.

JAVIER CABRERO



sábado, 29 de agosto de 2015

CALENDARIO ROMANO

CALENDARIO ROMANO



El calendario (del latín calenda) es una cuenta sistematizada del tiempo para la organización de las actividades humanas. Antiguamente estaba basado en los ciclos lunares. En la actualidad, los diversos calendarios tienen base en el ciclo que describe la Tierra alrededor del Sol y se denominan calendarios solares. El calendario sideral se basa en el movimiento de otros astros diferentes al Sol.
Etimología La palabra calendario proviene del latín kalendarium: libro de cuentas en el cual los prestamistas apuntaban los nombres de sus deudores y la sumas que debían. El interés de las sumas prestadas se pagaba en las Kalendae de cada mes, y el nombre Kalendarium se utilizaba para dicho libro. La palabra mes proviene de la palabra latina mensis, y ésta del verbo mensurare, o sea "medir" en latín. El comienzo del año en la era romana era Marzo, y se llamó de esa manera en honor a Marte, Dios de la guerra; Abril, fue llamado por Aperire, en latín "abrir", que significaba el renacimiento de la primavera; Mayo, en honor a Maia, la diosa de la primavera. Junio, en honor a Juno, esposa de Júpiter y diosa del matrimonio; Quinctilis, Sextilis, September, October, Nouember y December eran originalmente los nombres de los meses, siendo respectivamente el quinto, sexto, séptimo, octavo, noveno y décimo mes. Luego, en los años de Julio César, Quinctilis se cambió por Julio en su honor, y un poco más tarde en los años del emperador Augusto se cambió Sextilis por agosto. Enero y Febrero, como se explica más adelante, fueron añadidos después. Febrero fue llamado así en honor a Februa, el festival de la purificación; y Enero por el Dios Jano, Dios de las puertas.
HISTORIA: El primer año de la era romana, denominado el Año de Rómulo, consistía de diez o doce meses, según la bibliografía que se cite. Censorino, Plutarco y otros manifestaban que al principio el año tenía doce meses, pero debe darse más crédito a Gracano, Fulvio (Nobilior), Varro, Ovidio en varios pasajes de sus Fasti (i.27, 43, iii.99, 119, 151), Gelio (Noct. Att. iii.16), Macrobio (Saturn. i.12), Solino (Polyh. i), Servio (ad Georg. i.43), y otros, que mantenían que el primer año romano tenía solo diez meses. El principio del año romano no era enero, como es en la actualidad, era marzo, y llegaba hasta diciembre. Esto es confirmado por el hecho de la prendida del fuego sagrado en el templo de Vesta, en el primer día del año, el primero de marzo. Los diez meses del calendario eran llamados Martius, Aprilis, Maius, Iunius, Quinctilis, Sextilis, September, October, Nouember, December. La duración de los meses era de treinta y un días para cuatro de ellos (Martius, Maius, Quinctilis y October) y treinta días para los demás, de tal manera que la duración de los meses quedaba en orden sucesiva: 31, 30; 31, 30; 31, 30, 30; 31, 30, 30; con la duración total del año en 304 días. Más tarde, se instauró el año de Numa, con doce meses y 355 días. Este año fue creado alrededor del 700 adC por el segundo rey de Roma, Numa Pompilio. Censorino (c20) cuenta que al año de Rómulo se le adhirieron cincuenta y un días: "se les quitó un día a cada uno de los meses huecos antes nombrados, que entonces sumados hacían 57 días, de los cuales se formaron dos meses, Ianuarius con 29, y Februarius con 28 días. Así todos los meses eran de este modo plenos, y contenían un número impar de días, salvo Februarius, que era el único hueco, y por eso considerado más desafortunado que el resto.", quedando el año de la siguiente manera: Martius, 31 días; Aprilis, 29 días; Maius, 31 días; Iunius, 29 días; Quinctilis, 31 días; Sextilis, 29 días; September, 29 días; October, 31 días; Nouember, 29 días; December, 29 días; Ianuarius, 29 días; y Februarius, 28 días.
Aún de esta manera el año quedaba corto once días respecto al año solar, por lo que Numa Pompilio ordenó que se le añadieran 22 días cada dos años y 23 días cada cuatro, 22 días en el sexto año y 23 días en el octavo año, haciendo un ciclo de ocho años. El mes intercalar era llamado Mercedonius (Plutarco, Numa, 19; Caes. 59). El año romano estaba basado en los ciclos lunares y, según Livio, la relación con los años solares se daba cada 19 años. Este ciclo fue introducido por 432 a. C. y, aunque este conocimiento carecía de uso popular, era utilizado por las pontífices para los cultos de los dioses.
En 46 adC Julio César añadió diez días al año de 355 días. Censorino escribrió el siguiente texto al respecto "La confusión fue al final," dice, "llevada tan lejos que C. César, el Pontifex Maximus, en su tercer consulado, con Lépido como colega, insertó entre Noviembre y Diciembre dos meses intercalares de 67 días, habiendo ya recibido el mes de Febrero una intercalación de 23 días, e hizo así que el año completo consistiera en 445 días. Al mismo tiempo proveyó contra una repetición de errores similares al renunciar al mes intercalar, y al adaptar el año al curso solar. Para ello, a los 355 días del año previamente existente, añadió diez días, que distribuyó entre los siete meses que tenían 29 días, de tal forma que Enero, Sextilis y Diciembre recibieron dos cada uno, y los otros sólo uno; y estos días adicionales los colocó al final de cada mes, sin duda con el deseo de no mover los diversos festivales de aquellas posiciones en cada uno de los meses que durante tanto tiempo habían ocupado. Así, en el presente calendario, aunque hay siete meses de 31 días, los cuatro meses que originalmente poseían ese número aún son distinguibles al tener sus nonas en el quinto día del mes. Por último, en consideración por el cuarto de día que él consideraba que completaba el año, estableció la regla de que, al final de cada cuatro años, un único día debía ser intercalado donde el mes había sido anteriormente insertado, esto es, inmediatamente después de los Terminalia; ese día es ahora llamado el Bisextum.". Bissextum viene de bis-sexto. El 24 de febrero era llamado por los romanos "ante diem sextum Kalendas Martias"; en los años bisiestos, el día 25 era llamado "ante diem bis sextum Kalendas Martias" y no "ante diem quintum Kalendas Martias" como en los años normales. De ahí viene el nombre de Bisiesto ("bis sextum", esto es, dos veces sexto).
Julio César añadió un día a julio, mes de su nacimiento, para engrandecerse. Augusto hizo lo mismo con agosto, pues él no iba a ser menos que su antecesor. Ambos días fueron retirados de febrero, que pasó a tener 28. Ante la disminución de este mes con repecto a los otros, el día añadido de los años bisiestos se le concedió a él. En la actualidad coexisten unos cuarenta calendarios, que no tienen nada que ver unos con otros. Medir el tiempo ha sido siempre una de nuestras pasiones y nuestros errores nos han hecho festejar la llegada de la primavera en pleno invierno.

GENTE DECENTE..."DE FRAQUE Y LEVITA"

GENTE DECENTE..."DE FRAQUE Y LEVITA"



Moreno, abogado relacionado a los comerciantes ingleses. Quiso una revolución jacobina y no supo interpretar a los criollos. Se enfrentó a Saavedra, que tenia amplio apoyo popular y militar, aunque le faltó visión o talla suficiente para asumir el papel de caudillo que las circunstancias le exigían, y se dejó desplazar por Moreno, que le fue quitando espacio. Moreno fue “hombre de la luces”, alejado del verdadero sentimiento popular.

A raíz de un brindis que se hizo en el regimiento de Patricios por alguien con alguna copas de más, para interesarse por el episodio, Moreno quiso ingresar al regimiento, pero siendo desconocido por el centinela, no se le permitió el acceso. Moreno se retiró ofuscado sin identificarse, y esa misma noche redacta un decreto de repudio y sancion del episodio.

El 6 de diciembre de 1810 Moreno dictó un decreto por el que, bajo pena de destierro de 6 años se prohibía “que ningún centinela impida la entrada en toda función o concurrencia pública a los ciudadanos decentes que la pretendan”. 

El día 8, el coronel Marcos Balcarce elevaría una consulta sobre como reconocer a los “ciudadanos decentes” a quienes los centinelas no podrían impedirles el acceso a las fiestas. 

La respuesta de Moreno no se hizo esperar, y el día 14 le constestó que “se reputará decente toda persona blanca que se presente vestida de fraque y levita” 

Por otra parte, el Libertador San Martín empleó el término “gaucho” en dos comunicados para referirse a valientes fuerzas patriotas, pero la élite ilustrada porteña, sin embargo, lo suplantó por la expresión “patriotas campesinos” cuando los mensajes se publicaron en la Gaceta ministerial oficial (Cfr. Pérez Amuchástegui, A. J., Mentalidades Argentinas, Eudeba, Bs. As. 1970; Rojas, Ricardo, El Santo de la Espada, Losada, Bs. As. 1950, pág. 165). 


Lea el Libro de Leonardo Castagnino

viernes, 28 de agosto de 2015

PRIMERA RECONQUISTA DE LAS MALVINAS

PRIMERA RECONQUISTA DE LAS MALVINAS



Las islas Malvinas fueron descubiertas en 1520 por los tripulantes del buque español “San Antonio” de la expedición de Hernando de Magallanes. En 1764 el marino francés Louis Antoine de Bougainville tomó posesión de las islas en nombre del Rey Luis XV, las llamó Malouines (porque había nacido en Saint-Malo) y fundó una población que bautizó Port-Louis.

Ante el reclamo del gobierno español, Francia reconoció sus derechos. Bougainville viajó a Buenos Aires, de donde el 28 de febrero de 1767 partió una escuadrilla hispano-francesa llevando al primer gobernador del archipiélago, el capitán de navío Felipe Ruiz Puente. El 1° de abril, el pabellón español reemplazó al francés en Puerto Soledad, nombre que adoptó la población.

El 23 de enero de 1765 el comodoro John Byron, que comandaba una escuadrilla inglesa, había desembarcado en la pequeña isla Trinidad, al norte de la Gran Malvina, donde tomó posesión en nombre del rey Jorge III,  de un puerto natural al que denominó Egmont. Cuando las autoridades españolas se enteraron de la presencia inglesa en las islas, reclamaron ante su gobierno, quien no aceptó evacuarlas.

En 1768 el gobierno español decidió enviar una escuadra al Río de la Plata para desalojar a los ingleses. Recién en diciembre de 1769 los españoles pudieron descubrir el emplazamiento del puesto inglés, llamado Fort George, en Puerto Egmont.

Una fuerza de exploración integrada por una fragata y un chambequín reconoció ese lugar el 20 de febrero de 1770.

El 11 de marzo de 1770 zarpó de Montevideo la expedición comandada por el capitán de navío Juan Ignacio de Madariaga.  Estaba compuesta por los siguientes buques:
-Fragata “Industria”, de 28 cañones, al mando directo del comandante de la fuerza.
-Fragata “Santa Bárbara”, de 26 cañones, capitán de fragata José Díaz Veanez.
-Fragata “Santa Catalina”, de 26 cañones, capitán de fragata Francisco Rubalcava.
-Fragata “Santa Rosa”, de 20 cañones, teniente de navío Francisco Gil y Lemos.
-Chambequín “Andaluz”, de 30 cañones, capitán de fragata Domingo Perler.
-Bergantín “San Rafael”, piloto Crispín Francisco Díaz.
La escuadrilla estaba tripulada por 1.075 hombres.
En ella embarcaron 260 granaderos del Regimiento de Infantería Mallorca, a órdenes del coronel Antonio Gutiérrez. También se dispuso de una batería de desembarco con 2 cañones de 8 libras, 5 cañones de montaña y 2 obuses.
El gobernador de Buenos Aires, teniente general Francisco de Paula Bucarelli impuso como misión expulsar a los ingleses de los dominios de Su Majestad Católica.

Durante la navegación, un temporal separó a la nave capitana del resto de la escuadra. La fragata “Industria” llegó, entonces, sola a Puerto Egmont, donde fondeó el 3 de junio. Allí se encontraba la fragata inglesa “Favourite”, de 16 cañones, bajo el mando del capitán William Malby. A  cargo del Fort George estaba el capitán George Farmer, quien disponía de 4 cañones de 12 libras y 6 más pequeños.

Madariaga decidió esperar la llegada del resto de su escuadra y entró en conversaciones con los ingleses. El 6 de junio llegaron finalmente los otros barcos. Al día siguiente, la fragata inglesa intentó salir del puerto, pero 3 cañonazos de la “Santa Catalina”  se lo impidieron.  Durante 2 días más continuaron las conversaciones, intercambiando protestas y reclamaciones. Con ellas Madariaga ganaba tiempo esperando que mejoraran las condiciones meteorológicas para lanzar su ataque.

El 10 de junio a las 10 de la mañana se inició el ataque. Se abrió fuego sobre la fragata inglesa y sobre el fuerte y desembarcaron las tropas.  El enemigo respondió brevemente al fuego para salvar el honor e izó la bandera blanca. En el breve combate, la única baja fue el jefe de la artillería, teniente coronel Vicente de Reyna Vázquez, que resultó herido. A continuación se firmó la capitulación. El personal inglés fue evacuado en la fragata “Favourite” y la soberanía española quedó restablecida en todo el archipiélago.

Pero cuando la noticia llegó a Londres, el gobierno inglés no aceptó el hecho consumado y exigió la devolución de Puerto Egmont para lavar la ofensa recibida; en caso contrario iría a la guerra.  España no estaba en condiciones de afrontar sola el conflicto con Gran Bretaña y estaba ligada a Francia por el “Pacto de familia”, pero el soberano francés Luis XV no quería la guerra y aconsejó  al Rey de España que hiciera un sacrificio para conservar la paz. Carlos III, entonces, desautorizó la expedición y ordenó devolver Puerto Egmont a los ingleses.  Estos, por su parte, prometieron retirarse con posterioridad.

El 16 de septiembre de 1771, el teniente de artillería Francisco de Orduña entregó al capitán inglés Scott  Puerto Egmont, como estaba antes del 10 de junio del año anterior. Los ingleses permanecieron en el lugar hasta el 20 de mayo de 1774, en que el teniente Samuel W. Clayton al frente de medio centenar de marinos e infantes de marina evacuó definitivamente la isla.  El 22 de mayo Francisco de Orduña, en nombre de España, toma posesión del archipiélago.

Las Malvinas quedaron entonces en tranquila posesión del Rey de España.  Veinte gobernadores se sucedieron hasta 1811, en que cesó el último como consecuencia de la Revolución de Mayo, sin que los ingleses hicieran ningún intento de retornar al archipiélago.

En cuanto a los protagonistas de la expulsión de los ingleses, el gobernador Bucarelli entregó el mando al brigadier Juan José de Vértiz el 4 de septiembre de 1770 y regresó a España.  Dejó muy mala imagen por su participación en la expulsión de los jesuitas, el mal manejo de la relación con los portugueses y su afán de enriquecimiento por medios ilícitos, pero
quedó como saldo positivo de su gestión su actitud enérgica y eficaz en el problema de las Malvinas.

El comandante  de la expedición Madariaga regresó de inmediato a España, donde fue ascendido a brigadier de la Real Armada y falleció poco tiempo después.

La reconquista de 1770 es un episodio trascendente en la historia de nuestras islas y merece ser recordado por los argentinos.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Portal www.revisionistas.com.ar
Soria, Gral. De Brigada VGM D Diego Alejandro – Primera Reconquista de las Malvinas.

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LAS PALOMAS IMPÚDICAS

LAS PALOMAS IMPÚDICAS


El motín

El 1° de octubre de 1820, los porteños se vieron alarmados por un motín militar dirigido por el coronel Pagola y apoyado por Quintana, Agrelo, Sarrateea, Soler, y algunos partidarios federales. Querían derrocar al gobernador general Rodríguez “por pertenecer a la facción destruida del Congreso y del Directorio, enemiga de la libertad de los pueblos y de los patriotas”. Un gran desorden, tumultos, descargas de fusilería y batallones que atacan el Fuerte al grito de “¡Abajo la Facción!”.

El general Rodríguez sale precipitadamente del Fuerte con un grupo de ayudantes, y por la orilla del río se dirige al encuentro de Juan Manuel de Rosas que marchaba hacia la ciudad al frente de sus Colorados de Monte, unos mil hombres bien montados y equipados a su costa.

Juan Manuel, siempre estricto, disciplinado y defensor del orden legal, había dicho a sus soldados que lucharían para asegurar “la paz y restablecer el orden, olvidando perjuicios locales y políticos, Vamos a concluir con la guerra y buscar la amistad que respeta las obligaciones públicas” y proclamaba que “La división del sud sea el ejemplo: desconfiad de los que os sugieran especies de subversión del orden y de insubordinación”

En la ciudad convulsionada por el tumulto, los amotinados se sintieron triunfadores y convocaron a un cabildo abierto para el día 3 de octubre en el templo de San Ignacio, con el principal objeto de nombrar gobernador, cuyo candidato era Manuel Dorrego.

Según relata un testigo, a esa asamblea concurrieron, además de las facciones amotinadas, “algunos hombres de puñal, algunos federales de buena fe, extranjeros mirones y metidos, alguna gente decente en minoría y bastante chusma”


El loco Virgil

Rosas estaba acampado con Rodríguez en Barracas, y oponiéndose al desorden y a la insurrección, tramó un ardid para desbatar el cabildo abierto de San Ignacio; envió a la reunión a unos matarifes de avería, movilizados en los suburbios con algunos de sus peones, y puso al frente de esos “elementos”, al profesor italiano don Vicente Virgil, con el objetivo de desbaratar la asamblea.

Don Vicente era un loco charlatán, instrumento para la chacota de Rosas, famoso por sus discursos, y arengas disparatadas, como aquella proclama contra las palomas que “desde los techos escandalizan con sus hábitos desvergonzados a las tiernas niñas”

La asamblea

A poco de iniciada la asamblea, don Pedro José Agrelo pronunció una encendida arenga indicando a Dorrego como gobernador; el doctor Nicolás Anchorena, al replicarle violentamente, “sacó de sus bolsillos un par de pistolas, invocando con enérgicas voces el apoyo de todos los hombres del orden”. 

Fue entonces cuando el loco Virgil, que odiaba a los frailes, ocupó el pulpito como tribuna y desató una encendida diatriba: “¡Pueblo soberano! –exclamó señalando un altar- ¡Oh, bárbara preocupación! ¿Cómo se atreve Santa Teresa y los santos de palo a tener velas encendidas delante de la soberanía del pueblo?”

La gente que lo acompañaba prorrumpió en risotadas y la bataola dispersó la reunión, tal como lo había previsto Rosas, que en esos momentos destacaba patrullas de sus colorados por las calles de la ciudad atrayendo la adhesión popular. 

Leonardo Castagnino

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