Arde Roma ¿Cólera de Nerón o nefasto accidente?
El Historiador alemán Bernd Ingmar Gutberlet escribió el libro "Las cincuenta grandes mentiras de la Historia" donde hace un Estudio de diversos hechos históricos sobre los que existen dudas. Les transcribo este capítulo donde estudia lo afirmado históricamente sobre el incendio de Roma por parte del emperador Nerón.
"Ningún emperador romano ha salido tan mal librado
del juicio de la posteridad como Nerón. Con él relacionamos la imagen clásica
del gobernante corrupto, demente e inhumano; en términos modernos, un ególatra
despiadado. Peter Ustinov lo interpretó magistralmente en la adaptación
cinematográfica de la novela Quo vadis?,
pero su cautivadora interpretación carece de fundamento histórico.
La
imagen exclusivamente negativa de Nerón quedó definida por el hecho de que
durante su gobierno tuvieron lugar el gran incendio de Roma y la consiguiente y
feroz persecución de los cristianos. A primera hora de la mañana de un día de
verano del año 64 se desató un incendio en el Circo Máximo, probablemente donde
estaban los tablados inflamables. El fuego se expandió a toda velocidad y sólo
fue controlado después de seis días y siete noches, cuando pudieron impedir con
cortafuegos que las llamas siguieran afectando más zonas de la ciudad. Pero no
se extinguieron todos los focos, y las llamas volvieron a encenderse y
prolongaron unos cuantos días más su labor destructiva. En aquella época los
incendios eran frecuentes en Roma, pues la madera era un material de
construcción importante y la protección contra incendios era insuficiente, y
aunque el cuerpo de bomberos se había ampliado, el incendio superó todo lo
conocido hasta entonces. Sin embargo, la leyenda sobre las dimensiones de esta
catástrofe es inconsistente. A veces se dice que el incendio destruyó dos
tercios de Roma, otras, que sólo perdonó dos de los catorce distritos de la
ciudad. Las consecuencias, en todo caso, fueron nefastas. Tanto zonas
residenciales y comerciales como templos antiguos y edificios públicos fueron
víctimas del fuego. Muchas personas murieron entre las llamas, doscientos mil
romanos quedaron a la intemperie... la orgullosa ciudad quedó mayoritariamente
convertida en un desierto de cenizas.
Puesto
que el fuego ardió con una persistencia tan extraordinaria, se expandió el rumor
—con la misma velocidad que las llamas— de que había sido un incendio
provocado. Entonces la ira del pueblo se volvió contra Nerón, pues, a
diferencia de Augusto, quien siempre se dejaba ver en las emergencias y sabía
animar al pueblo, se quedó inicialmente en su residencia de verano; un error
que siguen cometiendo los políticos actuales y que la opinión pública sigue
cobrándoles una y otra vez. Sólo cuando su palacio se vio amenazado por el
fuego, Nerón regresó a Roma.
En
aquel entonces, muchos escritores culparon del incendio al Emperador y le
atribuyeron diversas motivaciones: una, que había querido emular el incendio de
Troya; otra, que deseaba hacer tabula
rasa para saciar su sed de construcción y reconstruir la ciudad convertida
en Nerópolis, y otra, que quería vengarse por diversas conspiraciones en su
contra. Corrieron todo tipo de rumores, como el de que había sido visto en la
torre de su palacio tocando la lira y cantando la ruina de Troya durante el
incendio.
Pero
estas acusaciones, ya fueran insinuadas con cautela o revestidas de «pruebas»
infundadas, eran todas falsas. El momento propicio surgido por la terrible
catástrofe, sumado a una población atemorizada y al caos reinante, fue
aprovechado por los grupos de oposición que contagiaron eficazmente al pueblo
su rechazo del Emperador.
Nerón
no sólo no fue culpable del incendio, sino que tampoco puede ponerse reparo a
sus medidas de urgencia. En cuanto regresó a Roma, el Emperador abrió sus
jardines para los desamparados y dispuso fondos económicos y materiales para
los damnificados. Estableció también alicientes para los propietarios
perjudicados con el fin de iniciar cuanto antes la reconstrucción y decretó
instrucciones importantes en lo referente al estilo y la altura para impedir
futuros incendios y facilitar la lucha contra los mismos en caso de que
volviese a haber un gran incendio. Asimismo, ordenó honrar a los dioses con
fiestas de sacrificio; un aspecto importante para tranquilizar a la población
atemorizada. De modo que Nerón hizo todo lo que estaba en su poder para mitigar
las consecuencias del incendio y reconstruir la ciudad lo antes posible.
Pero
por más que aligerasen la ira de los dioses, los rituales culturales no podrían
vencer los rumores que corrían sobre el rol de Nerón como incendiario. En medio
de una situación tan precaria, en una ciudad destruida, los ánimos negativos
podían transformarse rápidamente en un resentimiento abierto de las masas
veleidosas. Y la reacción de Nerón ante estas crueles acusaciones resultó
funesta. El Emperador hizo lo mismo que hicieron otros antes y después de él al
verse en aprietos: proporcionar un chivo expiatorio contra el cual el pueblo
enardecido pudiera desahogar su cólera. Lo que llevó a la persecución de los
cristianos, cuya afluencia creciente resultaba sospechosa, por no hablar de sus
singulares opiniones religiosas. Nerón hizo arrestar a algunos miembros de esta
nueva secta y los torturó para que confesaran su culpa. El pueblo de Roma
obtuvo así lo que exigía: procesos públicos, ejecuciones y el chivo expiatorio
conveniente para la terrible catástrofe.
Sin
embargo, a los posteriores historiadores cristianos no les causó ninguna gracia
la persecución de los cristianos impulsada por el Emperador pagano, actitud que
se prolongó a lo largo de la Edad Media y hasta la actualidad. Y puesto que la
figura de un tirano perseguidor, loco e incendiario encaja perfectamente en la
historia de los cristianos despreciados e inocentes, estos rumores
sobrevivieron durante dos milenios. Con el dictamen de la posterioridad sobre
Nerón sucedió lo mismo que con el de Tiberio: Nerón pertenecía, aun más que
Tiberio, a la época de la decadencia de Roma, de la que se lo responsabilizó
por su mal carácter y su nefasto gobierno. Así, generaciones de cronistas
colocaron los supuestos (y verdaderos) crímenes de Nerón en primer plano y
encubrieron todo lo que hizo de éste un soberano corriente, con sus fortalezas
y sus debilidades."