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sábado, 17 de marzo de 2018

Un plan revolucionario


Acompaño una publicación de mi amigo y condiscípulo Alejandro Pandra de su Agenda de Reflexión Publicado el Marzo 11, 2007



Agenda de reflexion No 344 Un plan revolucionario


Mariano Moreno Un plan revolucionario
[Por Alberto Lapolla, texto gentileza de “Señal de Alerta”, de Herbert Mujica Rojas, Perú]
Mariano Moreno. El Plan Revolucionario de Operaciones y la Revolución Nacional, Popular y Americana de la Patria Grande. El secreto más guardado
El 11 de marzo de 1811 Mariano Moreno es asesinado en alta mar por el capitán de un barco británico y su cadáver arrojado al océano.
A fines del siglo XIX un investigador argentino, Eduardo Madero, quien estudiaba en el Archivo de Indias en Sevilla la historia del puerto de Buenos Aires, halló por casualidad un documento que cambiaría la mirada sobre la Revolución de Mayo, su carácter, los hechos allí ocurridos y particularmente modificaría sustancialmente la opinión sobre el rol y el pensamiento de quien, a no dudarlo, es uno de nuestros héroes mayores: el doctor Mariano Moreno. Dicho documento se denominaba: "Plano que manifiesta el método de las operaciones que el nuevo gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata deve poner en práctica hasta consolidar el grande sistema de la obra de nuestra livertad e independencia".(1) El ejemplar hallado era una copia manuscrita del original redactado en 1810 por Moreno, por encargo de la Primera Junta de gobierno, la que en sesión secreta del 15 de julio de 1810 había aprobado un pedido del general Manuel Belgrano, en el sentido de preparar un Plan (o Plano) de operaciones que hiciera frente a la grave situación que se cernía sobre la revolución.
El 27 de junio La Gazeta había reclamado una acción punitiva contra la contrarrevolución que se reagrupaba en Córdoba, bajo el mando de Liniers a la espera de refuerzos del Alto Perú. El 28 de julio Moreno firma la orden de fusilar a Liniers y demás cabecillas de la sedición 'donde se los encontrase'. El 26 de agosto Domingo French fusila a Liniers. Luego del pedido de Belgrano la Junta encargó a su secretario de Guerra, Mariano Moreno, la redacción de dicho Plano. El 30 de agosto Moreno finalizó la redacción del Plano que fue aprobado por unanimidad de la Junta en sesión secreta. El 12 de septiembre Moreno impartió las órdenes secretas a Castelli para que se hiciera cargo del Ejército del Norte y fusilara a los contrarrevolucionarios de Potosí y el Alto Perú y tratara de marchar hasta Lima. El 7 de noviembre el Plan comienza a dar frutos y las fuerzas patriotas derrotan a los realistas en Suipacha. El 15 de diciembre Balcarce, cumpliendo sus instrucciones, fusila a De Paula Sanz y J. Córdoba, jefes de la represión a los levantamientos altoperuanos de 1809 y brutales esclavistas de indios. El 18 de diciembre el jefe de la Primera Junta, el terrateniente, encomendero y propietario de minas de Potosí don Cornelio de Saavedra logra derrocar a Moreno, quien sería asesinado en alta mar en marzo de 1811.
El Plan maldito
Sabedor de la importancia que poseía el documento hallado, Madero lo envió al general Mitre, quien por entonces se hallaba escribiendo sobre Moreno. La existencia de dicho Plan –minuciosamente ocultado por Mitre, Vicente Fidel López y el Deán Funes- trastocaba toda la ideología escrita como Historia argentina por los vencedores de Caseros y particularmente de Pavón. El contenido del Plan negaba toda la construcción teórica realizada por el genocida del pueblo paraguayo y de los paisanos federales. Negaba todo sentido a la línea Mayo-Caseros urdida por Mitre y Sarmiento y la historiografía de los vencedores de la nación federal. Por el contrario, el Plano vinculaba mucho más a la Revolución de Mayo con el accionar de San Martín en Mendoza, en Chile y en el Perú y especialmente con el gobierno del general Rosas –al punto que los dos más estrechos colaboradores de Moreno, el general Tomás Guido y su hermano Manuel –que fueron quienes estuvieron junto a su lecho de muerte cuando fuera envenenado en alta mar- serían estrechos colaboradores de toda la 'dictadura' legal de don Juan Manuel.
Mariano Moreno Un plan revolucionario
El Plano negaba de cuajo el anatema colonial de 'civilización o barbarie' inventado por Sarmiento, el primer Alberdi, Echeverría y los asesinos de Dorrego. Por el contrario, ubicaba a un Moreno claramente antiliberal, americanista, antibritánico, hispanoamericano, proteccionista, popular e indigenista. Un Moreno que proponía sumar a la revolución a José Gervasio Artigas –jefe de los gauchos y los indios Orientales y Guaraníes- y era partidario del terror revolucionario para enfrentar al terror contrarrevolucionario. Terror que Moreno conocía en detalle desde la brutal represión del levantamiento del Inca Túpac Amaru, continuado luego con la represión a Túpac Katari y por la forma terrible con que Abascal había aplastado la Revolución de La Paz de 1809. Conocedor entonces de la barbarie imperial española, Moreno respondía con el terror revolucionario al mejor estilo de Oliver Cronwell, Maximiliano Robespierre, el general Rosas.

El "extravío" de don Bartolo
La aparición del Plano Revolucionario trastocaba toda la construcción ideológica de Mitre. El general –uno de los pocos vencedores-historiadores, que dejara un diario para cuidar su futuro- no era partidario de los discursos apologéticos, irracionales y falsos al estilo de Sarmiento, que inventaba defectos inexistentes en sus enemigos. Tampoco utilizaba el sistema de Vicente Fidel López que 'hallaba' oportunos documentos que justificaran sus ideas elitistas, porteñistas y racistas. El general Mitre quería ser más serio y si bien sostenía suelto de cuerpo ideas tales como que la "raza criolla en la América del Sud, elástica, asimilable y asimiladora, era un vástago robusto del tronco de la raza civilizatoria índico-europea a la que está reservado el gobierno del mundo"(2). Pese a ello no estaba en condiciones de negar la autenticidad del documento. Por haber sido el vencedor de la larga guerra civil iniciada luego del derrocamiento de Moreno y que se prolongara hasta 1862-1875, dispuso seguramente de mucha documentación –negada a la posteridad argentina- que probaba la existencia de dicho Plano. Obró entonces de la manera elegante que le era característica. Simplemente "extravió" el manuscrito y por ende no pudo citarlo, ni opinar sobre él. No sería la única vez que el astuto don Bartolo extraviara importante documentación. Cuando muerto el Libertador San Martín, Balcarce, su yerno –que en sentido contrario a su suegro, se puso al servicio del partido Unitario luego de Caseros y Pavón- enviara a Mitre un baúl con todos los documentos que el Libertador dejara sobre su relación con Bolívar, su gobierno del Perú y la entrevista de Guayaquil, con expreso pedido que se publicara tras su muerte, el general Mitre también "extravió" dicho baúl con tan valiosa información. Dichos papeles, reconstruidos en parte por los historiadores a través de la correspondencia entre los Libertadores, las opiniones de Bolívar, de Monteagudo y particularmente las del general Tomás Guido- negaba de cabo a rabo las tesis de Mitre y su Historia del hacer 'porteño' que llevara la revolución "argentina y porteña" al resto de la América "bárbara". San Martín decía seguramente lo que siempre había dicho y que en verdad había ocurrido: su partida del Perú y la necesidad de entregar su ejército al Libertador Bolívar se debía principalmente a la traición de Buenos Aires y del partido Directorial-rivadaviano que se negó a apoyar su expedición al Perú y particularmente a conformar la columna que debía atacar en simultáneo con su desembarco en costas peruanas por el Alto Perú, al mando del general Güemes, liquidando de un golpe la guerra de la Independencia en el corazón del poder español en América y recuperando para el Río de la Plata las Provincias Altoperuanas sometidas al genocidio realista. Constituyendo el gran estado Americano con base en el antiguo Incario, que era el plan maestro de la revolución americana. También desmentía, que la revolución fuera porteña, "civilizada" o argentina, como sostenía Mitre, sino hispanoamericana, mestiza y continental. Seguramente al igual que Moreno los papeles de San Martín sostenían que ninguno de nuestros próceres fundantes pensó jamás en las patrias chicas, que los agentes del imperialismo británico tales como Rivadavia, M. J. García, Mitre y Sarmiento construyeron sobre las ruinas de la Patria Grande Americana, concebida en el Plan continental de Miranda y esbozada por Moreno, Belgrano, Castelli, San Martín, Bolívar, Monteagudo, Artigas, Morelos, Hidalgo, Dorrego y Rosas. Por el contrario, el Plano de Moreno marcaba claramente una línea revolucionaria absolutamente diferente a la llevada adelante por el partido probritánico unitario en sus versiones rivadaviana, mitrista o roquista.
Moreno sigue allí
El conocimiento de tal documento fue negado por la historiografía liberal, llegando al paroxismo con Ricardo Levene, que hiciera realizar un estudio grafológico –de una copia manuscrita (sic)- para demostrar lo que ya había anticipado el propio Madero, que la copia no había sido realizada por Moreno. Posteriormente el hallazgo de copias similares en los EEUU y en Río de Janeiro, así como la referencia a él en casi toda la correspondencia que mantuvieron entre ellos los miembros de la Primera Junta y de la Logia Revolucionaria. El propio Alberdi señalaría que "el Plan de Moreno es un aporte de Buenos Aires a la revolución americana" (3). Tales hechos obligaron a la historiografía a aceptarlo. Pero tan a regañadientes que en la enseñanza oficial o no se lo nombra o se lo hace de costado sin incorporar su contenido al conocimiento de los estudiantes. Al punto que los manuales de historia aun señalan que la pelea de Moreno contra Saavedra, el Deán Funes y Rivadavia se debía al carácter "apasionado" del Secretario de Guerra y no a los proyectos políticos absolutamente contrapuestos que poseían y que el Plano ponía blanco sobre negro.
Mariano Moreno Un plan revolucionario
El Plan proponía desde el vamos la construcción de una gran nación –toda la América Española, desde el sur del río Mississippi hasta el Cabo de Hornos, (tomando la base real de los casi mil años del Incario, y la cultura común de la mayoría de los pueblos americanos) con la inclusión de Brasil, previa revolución por levantamiento de sus esclavos y sus revolucionarios americanistas- poderoso, moderno, industrial, con la tierra repartida democráticamente entre todos sus habitantes, con la explícita dignificación de las masas indias y negras. Especialmente propiciaba la eliminación de todas las formas de esclavización de los indígenas, tales como la Encomienda, la Mita y los Obrajes, devolviéndoles sus derechos y tierras. Incluía en su propuesta de nueva nación Americana Emancipada –sobre cuya ruptura con España no dejaba duda alguna a través de la invocación a "La máscara de Fernando", como ardid para no enfrentar abiertamente al poder español- a negros, indios, mulatos, mestizos, gauchos y criollos por igual. Y en eso Moreno se instala en la vanguardia de su tiempo y del mundo de entonces, alejándose incluso de la designación de jacobino, que recibe de muchos de sus bien intencionados defensores. Moreno y nuestros revolucionarios de la Logia –Belgrano, Castelli, Monteagudo, Rodríguez Peña, French, Guido, Manuel Moreno- y también Artigas, proponían inspirados en Túpac Amaru la igualdad de todos, es decir verdadera.
Contemporáneamente, la Revolución norteamericana había suprimido de los goces de la libertad a los negros esclavos y a los indios americanos, quienes no poseían derechos. La Revolución Francesa obró de igual modo. Los derechos eran para los ciudadanos franceses –los patricios, los propietarios- no para los esclavos de las colonias o los pobres, dejando sembrada la semilla de las nuevas revoluciones que alumbrarían los siglos XIX y XX.
Moreno y nuestros próceres americanos proponían la igualdad total, partiendo de la base real material de dicha igualdad: en una sociedad agraria como era entonces Sur América, la única igualdad se basaba en el acceso democrático e igualitario en la distribución de la tierra para todos los ciudadanos. La burguesía comercial porteña, aliada con los ganaderos bonaerenses –en sus distintas variantes políticas de Pueyrredón, Martín Rodríguez, Rivadavia, Mitre, Sarmiento, Roca, Pinedo, Alsogaray, Martínez de Hoz o Cavallo- impediría una y otra vez a lo largo de nuestra historia toda distribución democrática del suelo. Se apropiaría ilegítimamente de la mayoría absoluta de las tierras de la nación, cerrando el camino al gran país pensado por Moreno. A 195 años del Plan, con el 50% de la tierra en manos de 6.900 familias-empresas y 20 millones de hectáreas en manos extranjeras, la Argentina sólo posee 37 millones de habitantes empobrecidos. Los EEUU, que distribuyeron de forma democrática la tierra –aunque sólo entre los blancos, robándosela a los indígenas; algunos negros accedieron a ella luego de la derrota del Sur esclavista- posee más de 300 millones de habitantes. Moreno sabía lo que decía.
La nación de don Mariano: todo está allí
El Plano proponía un Estado Nacional poderoso que abarcara desde el Sur de los EEUU hasta la Tierra del Fuego –territorio que Francisco de Miranda llamara Colombiae-, proponía expropiar las 150 principales fortunas mineras –entre ellas las de ricos encomenderos y mineros como Cornelio de Saavedra- de Potosí y de todo el Virreynato para 'industrializar la nación'. Proponía sublevar a los esclavos de Brasil, anexando su territorio casi en su totalidad. A esta nación republicana y libertaria y seguramente federal –si bien no hay esa expresión en el Plano- proponía Moreno sumar a Artigas y sus gauchos en plano de igualdad, encomendándole la sublevación de la Banda Oriental, por entonces en manos realistas. Cuestión ésta la de Artigas y sus gauchos a la que siempre se negaron los elitistas racistas porteños. De haberse llevado a cabo cuando Moreno lo propuso –agosto de 1810- hubiera ayudado a resolver seguramente en favor de las fuerzas patriotas la campaña militar de Castelli en el Alto Perú. El Plan proponía establecer una política proteccionista y de "vivir con lo nuestro" en el plano económico, llegando en noviembre de 1810 a prohibir la salida de oro y plata del Río de la Plata con destino a Londres. Esto, sumado a la expropiación de las grandes fortunas, permitía la creación de un Estado Nacional poderoso para desarrollar la economía. En palabras del prócer: 'las medidas a adoptar consistían en expropiar quinientos o seiscientos millones de pesos en poder de cinco o seis mil individuos, expropiación que beneficiaría a ochenta o cien mil habitantes. Esa enorme suma de dinero en manos de una minoría, "no puede dar el fruto ni fomento de un estado, que darían puestos en diferentes giros en el medio de un centro facilitando fábricas, ingenios, aumento de la agricultura, etc. [...] En esta virtud, luego de hacerse entender más claramente mi proyecto, se verá que una cantidad de doscientos o trescientos millones de pesos, puestos en el centro del estado para la fomentación de las artes, agricultura, navegación, etc., permitirá un país victorioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite para la conservación de sus habitantes, no hablando de aquellas manufacturas que siendo como un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil, que deben evitarse principalmente porque son extranjeras y se venden a más oro de lo que pesan; pero como esta materia no sea de este tratado, paso a exponer los medios que deben adoptarse para el aumento de los fondos públicos'. [...] Moreno encara el problema básico de la Revolución: poner en movimiento y transformar en generadoras de trabajo, bienestar general y riqueza colectiva las cuantiosas fortunas atesoradas por la minoría de monopolistas y usureros. De este modo, la agricultura, la manufactura y la navegación podrían desarrollarse y el país se independizaría del comercio extranjero (5). Moreno fue derrocado apenas decretó la prohibición de salida de métalico con destino a Londres, por los intereses probritánicos expresados por saavedristas y rivadavianos.

Si bien alentaba buenas relaciones con Gran Bretaña –los revolucionarios estaban obligados a aceptar el dominio británico sobre los mares y el comercio mundial, y necesitaban su apoyo para enfrentar a España-, recomendaba especialmente cuidarse de la ambición inglesa y tomar en cuenta su apetencia de dominio. Con una claridad que aun sorprende, estampó en el Plan: "Para poder merecer la protección que necesitamos, principalmente de la Inglaterra, mediante a que conocemos en dicha nación, en primer lugar, ser una de las más intrigantes por los respetos del señorío de los mares, y lo segundo por dirigirse siempre todas sus relaciones bajo el principio de la extensión de miras mercantiles, cuya ambición no ha podido nunca disimular a su carácter, y bajo estos mismos principios han de ser los que dirijan nuestras empresas hacia sus consecuencias en aquella corte" (8). Ejemplifica los peligros de dichas relaciones con la situación de Portugal respecto de Inglaterra, la cual tiene a aquella "sometida a una vergonzosa e ignominiosa esclavitud [...] que sus fines no son sino chuparle la sangre de su estado, extenuándolo de tal suerte que tal vez sus colonias americanas se conviertan en inglesas algún día [...]. Portugal se desengañará a costa de su sangre y destruirá su despotismo, regenerando sus corrompidas costumbres y conocerá los derechos de la santa libertad de la naturaleza" (8). El Gobierno de Buenos Aires debía impedir que Portugal conquistara "la América del Brasil o la parte de ella que más convenga", proponía la insurrección de esas regiones "antes de esas operaciones hemos de emprender la conquista de la campaña del Río Grande del Sur, por medio de la insurrección, y los intereses que sacrificaremos bajo el aspecto de proteger la independencia y los derechos de su libertad"(8).
Mariano Moreno Un plan revolucionario


Castelli lleva adelante el Plan
El Plan es la base de la campaña militar de Juan José Castelli al Alto Perú y su increíble acción de gobierno desde La Paz y las provincias altoperuanas. Tal vez junto al de Artigas, los más avanzados que hubieran habido en América hasta la llegada de la Revolución Mexicana, el Peronismo, la Guatemala de Arbenz, la Revolución Cubana, el Chile de Allende o la Nicaragua Sandinista. La liberación de los indios; el reparto de tierras; el cierre de los obrajes; la eliminación de la mita y la encomienda; la ejecución de los contrarrevolucionarios y explotadores; la confiscación de los bienes de los 'godos'; su rescate de las culturas indias. Su plan de derrotar a las fuerzas realistas en el Perú tomando Lima para llegar a Caracas, donde entonces luchaba Francisco de Miranda a la cabeza de la Revolución Venezolana, señalan fuera de toda duda cuál era el Plan Continental y maestro de la Emancipación Americana que sostenían Castelli, Belgrano –su primo- y Moreno.
Castelli y Moreno habían sido compañeros en Chuquisaca cuando juntos defendían indios pobres y esclavizados en el estudio jurídico de otro gran americano, don Esteban Gascón. Juntos visitaban en dicha ciudad a otros dos próceres americanos: Manuel Ascencio Padilla y su mujer Juana Azurduy. El hecho que fuera don Manuel Belgrano quien solicitara el Plan que Moreno elaborara y que fuera Castelli, -"el más peligroso tupamaro independentista" según decía la policía secreta española ya en 1803 (4)- quien estuviera más cerca de su conclusión y jugara en ello su vida misma, muestra el carácter colectivo del Plan. Castelli mostró una ejemplar tenacidad para enfrentar a los enemigos internos de la revolución -Saavedra, el Deán Funes y los rivadavianos- una astucia política que le faltó a Moreno para sumarse al Ejército del Norte de Castelli cuando su derrocamiento, para juntos desde allí destruir el poder contrarrevolucionario instalado en Buenos Aires. El hecho de la tenacidad e insistencia de Castelli, así como la acción política militar del general Belgrano a posteriori del Congreso de Tucumán- señala que el Plan era el proyecto de la Nación Americana explicitado por la Logia de Buenos Aires pero inspirada en la línea mirandiana. Tal cual lo explicitara Castelli en el Alto Perú a su colaborador Monteagudo y que luego éste comentara al general San Martín. Decía entonces Castelli al mando del ejército que estaba pronto a marchar sobre Lima en cumplimiento de las órdenes de Moreno y pese a la oposición de Saavedra: "Toda la América española no formará en adelante sino una numerosa familia que por medios de la fraternidad pueda igualar a las respetadas naciones del mundo antiguo [...]. Preveo que allanado el camino de Lima, no hay motivo para que todo el Santa Fe de Bogotá no se una y pretenda que con los tres y Chile, formen una asociación y cortes generales para forjar las normas de su gobierno" (6).
Luego de los asesinatos de Moreno y la detención y trágica muerte de Castelli, el Plan sería abandonado. Sería retomado luego por la Logia Lautaro a partir de octubre de 1812, luego de la llegada del Libertador a nuestras playas y la revolución que derrocara a Rivadavia. Tomás Guido y Manuel Moreno recibirían a San Martín en Londres a su arribo de España en la casa de Francisco de Miranda, donde se hospedaban luego de la muerte de Mariano.
Mientras tanto, el gran Miranda estaba dirigiendo la revolución en Caracas a los sesenta años de edad. Derrocado Moreno y con Castelli vencido en Huaqui, gracias al desvergonzado boicot de Saavedra y Viamonte –que mantenían correspondencia con los jefes realistas denunciando los planes de Castelli-, con Belgrano de campaña en el Paraguay –en el mayor error de Moreno, que envió al principal cuadro político-militar fuera de Buenos Aires a enfrentar los justos reclamos localistas de Asunción-, en Buenos Aires gobierna la contrarrevolución: primero saavedrista y luego rivadaviana. A poco estará la revolución de no ser destruida totalmente, de no ser por la desobediencia de Belgrano a las órdenes liquidacionistas de Rivadavia, quien lo intima a bajar hasta Córdoba –dejando libre el Norte a las tropas de Abascal-, que era exactamente lo que el Virrey del Perú reclamaba. Planes que había conocido Belgrano en documentos secretos capturados al enemigo y que lo hacen dar batalla en Tucumán y Salta desobedeciendo los gritos histéricos de Rivadavia, salvando la Revolución. El general Guido, por su parte, será la mano derecha de San Martín a lo largo de toda la Guerra de la Independencia. El otro gran continuador del Plan a través de la Logia Lautaro –el mismo nombre que Miranda había dado a su grupo en muchos lugares- sería Bernardo de Monteagudo, mano derecha de Castelli en el Alto Perú hasta su detención por la contrarrevolución saavedrista.

Castelli será hasta hoy junto a Moreno y Belgrano, nuestro mayor artífice e ideólogo revolucionario. Tan ocultado en su esencia revolucionaria central como lo ha sido Moreno. Monteagudo, que fuera liberado de la cárcel realista por el ejército libertador de Castelli en Chuquisaca luego de la revolución de 1809, sería el colaborador político más estrecho de San Martín primero y de Bolívar después en el Perú. Sería Monteagudo el redactor de la Asamblea del año XIII y del Congreso de Tucumán. De su puño y letra se escribirá que nuestra Declaración de la Independencia es a nombre de las Provincias Unidas en Sud América y no del Río de La Plata como la tergiversará el mitrismo. De la misma manera Monteagudo, San Martín, Belgrano, Bolívar -desde Jamaica- Guido, Manuel Moreno y Martín de Güemes –también Pueyrredón por entonces- serán quienes exijan que los Directores Supremos elegidos desde 1816, se denominen Directores de las Provincias Unidas en Sud América y no del Río de la Plata como esgrimen Mitre, Paul Groussac, Vicente Fidel López y Sarmiento. Monteagudo será asesinado en una calle de Lima por los intereses oligárquicos que se oponían al Plan continental de Bolívar, San Martín y Moreno.
Mariano Moreno Un plan revolucionario


El Paraguay y el Plan de Moreno
El Plan será aplicado rigurosamente en el Paraguay de Gaspar R. de Francia y luego por los López y será la razón por la que el Paraguay fuera, en la segunda mitad del siglo XIX, el país más desarrollado e independiente de la América Española. Con ferrocarriles, industrias, manufacturas, producciones y acerías propias y estatales. Con la tierra en manos del Estado y repartida a todos sus habitantes. Trágicamente su independencia y modelo autónomo tal cual proponía el plan de Moreno, -inspirado tanto en la tradición española, en la rebelión de Túpac Amaru, la cultura socialista estatal de los Incas, como en la revolución francesa, según se observa en la labor del doctor en teología Gaspar Rodríguez de Francia- también será la razón de su destrucción por los intereses imperialistas británicos apoyados por Mitre y el Brasil. El Plan será el organigrama secreto del gobierno de Rosas y motivo de su enorme prestigio continental al derrotar las sucesivas invasiones inglesas, francesas y brasileñas apoyadas por la gusanería unitaria siempre dispuesta a entregar su país al extranjero antes que permitir que la plebe, los gauchos, los negros, los indios, la chusma, los descamisados, los piqueteros, los negros de mierda, la mayoría la gobiernen. La política de Rosas de no ceder ante Brasil y por el contrario preparar las condiciones para la rebelión de sus Estados sureños está directamente vinculada a las ideas esbozadas por Moreno. Derrotado Rosas y el proyecto de nación independiente concebido en el Plan, la potencia suramericana será Brasil y no la Patria Grande nuestra. La "República" Argentina que sucederá a la Confederación Argentina será parte integrante del Imperio Británico hasta 1943. Como acertadamente señalara Jorge Abelardo Ramos: 'Fuimos un país porque no pudimos ser una nación' (9). El Plan sería retomado a fines del siglo XIX por el emergente radicalismo de Alem e Yrigoyen, sin éxito por la incomprensión de don Hipólito de las razones económicas del coloniaje. A la tarea inconclusa del Plan y no a otra cosa se refiere la Reforma Universitaria de 1918, al decir que 'había que borrar para siempre el recuerdo de los contrarrevolucionarios de mayo' (7). Finalmente será un militar nacionalista, hijo de una india Mapuche, que se definirá siempre como 'morenista', quien lleve adelante gran parte del Plan Revolucionario de Moreno 133 años más tarde. Será el general Perón a partir de 1943 quien intente a través de una patria justa, libre y soberana y del planteo de la Unión Americana –el ABC, ahora con el Brasil- llevar a la práctica el Plan Revolucionario de Moreno. La contrarrevolución atacará nuevamente y destruirá en 1955, 1976 y 1990 la obra realizada, devolviéndonos al estado colonial y obligándonos a retomar una vez más las ideas de nuestro Padre fundante, el gran Mariano Moreno. Tal vez el héroe mayor de nuestra revolución americana, asesinado en alta mar en marzo de 1811 por el capitán de un barco británico, por encargo de sus enemigos en la Junta. Pero también porque Gran Bretaña –y luego los EEUU- siempre eliminó a sus enemigos. En un terrible anticipo de nuestra historia, su cadáver fue arrojado al mar. Su Plan sigue inconcluso esperando por los patriotas que lo concluyan y cierren la construcción de la nación americana, nacional, popular, indígena, mestiza y soberana.
Mariano Moreno Un plan revolucionario

(1) Moreno Mariano, El Plan Revolucionario de Operaciones. Editorial Plus Ultra. BA 1993
(2) Mitre Bartolomé, Historia de San Martín y la Emancipación Americana, 1887, cap. I, XI.
(3) Citado Por Shumway Nicolas, La Invención de la Argentina. Emecé. 1993
(4) Pigna Felipe, Los mitos de la Historia argentina. Norma 2004
(5) Chumbita Hugo, Curso de Historia Argentina Univ. Nac. de la Matanza. 2004. Pag 36
(6) Pigna Felipe, op. citada. pag 297
(7) Roca Deodoro, Manifiesto Liminar de la reforma Universitaria. Córdoba 1918
(8) Chumbita Hugo, op. cit. pag 37
(9) Ramos Jorge Abelardo, Las Masas y las Lanzas. Hyspamérica 1986.
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Por Alberto Jorge Lapolla agrolapolla@yahoo.com.ar [autor de Kronos, Una Historia de las Luchas y las Organizaciones Revolucionarias de los años ’70. Tomo I. 1966-1972: El Cielo por Asalto. Tomo II. 1972-1974: La Esperanza Rota. Tomo III. 1974-1976: La Derrota]
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lunes, 4 de diciembre de 2017

DOCTRINA ARTIGUISTA

DOCTRINA ARTIGUISTA



DOCTRINA ARTIGUISTA
· La causa de los pueblos no admite la menor demora.
· Que los más infelices sean los más privilegiados
· Nada podemos esperar si no es de nosotros mismos.
· Con libertad ni ofendo ni temo.
· Sean los orientales tan ilustrados como valientes.
· Tiemblen los tiranos de haber excitado nuestro enojo.
· El despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la soberanía de los pueblos.
· La cuestión es sólo entre la libertad y el despotismo.
· Todas las provincias tienen igual dignidad e iguales derechos.
· Que los indios en sus pueblos se gobiernen por sí.
· Para mí no hay nada más sagrado que la voluntad de los pueblos.
· En lo sucesivo solo se vea entre nosotros una gran familia.
· Yo no soy vendible, ni quiero más premio por mi empeño que ver libre mi nación.
· No venderé el rico patrimonio de los orientales al vil precio de la necesidad.
· Que en modo solemne se exprese la voluntad de los pueblos en sus gobernantes.
· El pueblo es soberano y él sabrá investigar las operaciones de sus representantes.
· Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana.
· Unidos íntimamente, luchamos contra tiranos que intentan profanar nuestros más sagrados derechos.
· Los pueblos de la América del Sur están íntimamente unidos por vínculos de naturaleza e intereses recíprocos.
· No existe un pacto expreso que deposite en otro pueblo de la federación la administración de la soberanía.

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viernes, 24 de noviembre de 2017

CAMPO DE PRISIONEROS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA "Las Bruscas" LUEGO "Santa Elena"

CAMPO DE PRISIONEROS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA "Las Bruscas" LUEGO "Santa Elena"

CAMPO DE PRISIONEROS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA "Las Bruscas" LUEGO "Santa Elena"

Juan M. de Pueyrredón 

Hasta los comienzos del siglo XIX el río Salado fue el límite entre la civilización y los salvajes.  Con más o menos tolerancia y belicosidad, aquello se respetaba.  Eso sí, con una excepción.  Era ésta el establecimiento de los jesuitas, al sur, precisamente en el que sería denominado más tarde “Rincón de López”.  Posiblemente, “las primeras carretas que con sus enormes ruedas marcaron huellones en el lecho del Salado fueron las de los padres misioneros que, en 1742, fundaron la reducción de la Concepción de las Pampas…”.  Pusieron los jesuitas en la empresa su habitual celo civilizador.  No serían más bravos estos indígenas sureños que los que domeñaron y adiestraron en artes y oficios allá en el norte…  Más, no debió acontecer así, pues enana carta del obispo de Buenos Aires, fray José de Peralta, se dice que éstos de la otra banda del Saladillo “tienen muy poca obediencia a los misioneros y sin temor se han salido del pueblo llevándose mujeres en continuación de su libertinaje, y que entre los que se mantienen en el pueblo se traban de ordinario querellas…”.  Lo cierto es que, más allá del Salado, todo era dominio de salvajes, huidos de la justicia y malandrines.  No faltan los historiadores que anotan que “el establecimiento de estas reducciones, respondía, además, a un plan de observación y espionaje que, sin despertar sospechas, podían llevar los padres ante las autoridades de Buenos Aires, transmitiéndoles los movimientos y preparativos de la indiada, bien visibles en aquellas soledades”.

Expulsados los jesuitas, y evacuada la misión quedaron aquellos campos sureños abandonados.  Fue, teniendo en cuenta su carácter de realengos, como se desprende de un posterior “reglamento provisional” que determinaba las condiciones bajo las cuales el Gobierno otorgaría suertes de estancias al sur del río Salado, que muchos estancieros arriesgados decidieron establecerse en ellos.  Sus sucesores, en más de una oportunidad, los encontramos consignados en los planos catastrales contemporáneos.

La antigua cartografía jesuítica, entre otros, los mapas del padre Cardiel y, en particular, el de Falkner de mediados del siglo XVIII, en el lugar aproximado correspondiente a Las Bruscas, ubica en el grado 36, a la misión de la Concepción. Pero sin remontarnos tan hacia el pasado, recordemos aquí la Carta del trayecto de Buenos Aires a Valparaíso, trazada en 1810, por los españoles Espinoza y Bauzá, que la ubica también a la misma altura.  Esta situación es confirmada años más tarde, en 1825, por la carta de John Miers, el cual lo hace en forma más nítida, rompiendo el recuadro, al pie, a la derecha, exactamente sobre el paralelo 36, a 57º 2’, del meridiano de Greenwich, aunque ya con la denominación de Santa Elena, según designio del Supremo Gobierno, del 26 de noviembre de 1817.

Las Bruscas

El “depósito” o campo de prisioneros de “Las Bruscas” se hallaba establecido en los aledaños de la laguna de los Pingos, debajo de la cual en el mapa de Bacle, de 1830, ya figura la población de Dolores, y, un poco más hacia el sur, los famosos montes del Tordillo, refugio de cuanto bandolero escapaba de la civilización.

Para llegar a Las Bruscas, desde Chascomús, había que seguir por el camino que cruzaba el Salado en el paso llamado de la Reducción.  De su existencia pormenorizada nos da prueba el esquema reproducido por Adolfo Carranza en la Ilustración Histórica Argentina (Nº 19, Tomo II, página. 193) titulado: “Nueva Población de Santa Elena, depósito de prisioneros” sacado el 1º de enero de 1819.

En ese esquemático plano, no por tosco en el trazo menos interesante, se presenta un rudimentario poblado, rodeado por las lagunas que, en las temporadas nefastas, acrecentándose, lo convertían en un aislado islote.  No faltan en esta pieza, singularmente documental, las menciones correspondientes a la Capilla, Campo Santo, Casas de los administradores, almacén, presidio y hasta pulpería.

¿Por qué Las Bruscas?  Ansay nos los dice: “era un bruscal, campo abundante en brusquillas, arbusto duro y con espinas bravas, rechazado por los animales, con bayas como cerezas, particularizado por entrar rápidamente en combustión.  Aseguraba la gente de aquellos lugares que era la cocción de sus raíces buena para la sangre”.

El lugar, en la época, no podía adaptarse más a su cruel destino de campo de concentración de prisioneros.  Estaba en la linde de la jurisdicción civilizada, en las riberas del incontenido Salado de entonces, abundante en lagunas de escasa profundidad, con vegetación acuática: juncos, y achiras, “aguas tendidas” y traidores guadanales.  Río de engañoso cauce, que se ensanchaba como un mar con las grandes lluvias y los golpes de marea del Samborombón, impracticable para la navegación (hubo en 1857 una alocada intentona de la que da amena y versada cuenta el historiador Carlos A. Moncaut), colmado de sedimentos, con el azulado barro de sus cangrejales, y escasos pasos seguros, uno de los cuales era, precisamente, el de La Postrera, la estancia predilecta de Felicitas Guerrero de Alzaga.

Empero, como veremos, la seguridad y el aislamiento de los confinados eran relativos.  La temeridad, la suicida sed de liberación, el soborno a los milicos encargados de la custodia, la desesperación, más de una vez, tentó a los prisioneros realistas, cobrándoles su osadía con la vida o las crueles represalias tomadas con los inocentes sorteados que se resignaban a permanecer en Las Bruscas.  Pues que, por cada evadido, se sorteaba un confinado, al cual se le engrillaba y remitía sin dilación a la lejana prisión de Buenos Aires.  Y se daba el caso de que, siendo los jóvenes los más resueltos y temerarios, los que purgaban eran los militares más ancianos, de mayor graduación e impedimento físico.

Para ubicar al lector contemporáneo en el lugar de Las Bruscas o de Santa Elena, ateniéndonos a las informaciones que suministra el plano catastral del partido de Dolores, levantado por la Dirección de Geodesia provincial, para el año 1948, consignaremos que estaban al NNO de la ciudad de Dolores, a unos tres kilómetros de la misma y algo menos de las vías del Ferrocarril Roca en su ruta a la Parada Kilómetro 212, en campos de R. García Fernández, desprendidos del entonces perteneciente a José A. Barbosa.  Por el lugar pasaba en días más cercanos el camino de Dolores a Rauch, empinándose unas varas al salir de Las Bruscas, para meterse entre las lagunas de los Dos Talas, la del Medio y del Aguadero, zonas aguanosas y bajas que utilizan en el presente la salida del Canal número 9.

El gobierno directorial, antes de que se pusiera en marcha la columna de prisioneros en la cual formaba Ansay, había tomado algunas providencias.  En primer lugar, atentas las solicitudes de otorgamiento de tierras realengas ubicadas al sur del Salado –muchas de aquéllas de las que, en 1767, torpemente se había desalojado a los jesuitas-, el 25 de enero de 1816, reglamentó el otorgamiento de suertes de estancias.  El propósito aparente fue el de colonizar y terminar, ¡claro que a costa del esfuerzo y el denuedo de algunos estancieros!, con los vagos, desertores, prostitutas y holgazanes guarecidos en los montes del Tordillo, así como darle formalidad a la entrega de otras tierras más valiosas a cambio de unos reales.  Pero, éste no es asunto de tocar aquí.

Lo que se ve sí, es que el recaudo de los prisioneros realistas comenzaba a convertirse en un agudo problema.  Extensas y minuciosas fueron las instrucciones que, ya establecido el Directorio de Pueyrredón, el 28 de marzo de 1817, recibió el teniente coronel Juan Navarro, “para que arregle a ellas su conducta en el desempeño de la Comisaría de prisioneros”… por de pronto, se daba por sentado que la guardia de Chascomús era el punto donde estaban concentrados y desde el que se les distribuía, ordenándoseles militarmente por compañías.  Serían ellos los que construyeran sus moradas con los materiales obtenidos en las inmediaciones.  No se apartarían más de una legua descentro de reunión.  El alimento lo suministraría el comandante militar respectivo. (1)  Siempre que los trabajos públicos lo exigieran, se atenderían con prisioneros, con excepción de los jefes y oficiales.  También, bajo fianza, podían facilitarse a los vecinos para las tareas rurales.  Por fin, y esto es de interés: el Comisario cuidaría de tener prisioneros espías que advirtieran sobre los conceptos, planes, etc. de los prisioneros.

El 11 de junio salió la columna de Luján.  Hasta la estancia de Julián Martínez de Carmona, distante aún cinco leguas de las riberas del Salado, los prisioneros habían marchado unas setenta leguas.  Todavía les faltaban dos más para alcanzar su mortífero destino.  Era una zona lacustre, plagada de interminables ciénagas, cañadas y cañadones con fondo legamoso y traidor.  Estas chacras procedían y a su vez alimentaban las lagunas de dilatado espejo que, unificándose en los períodos lluviosos del invierno, le daban a la vastísima región el aspecto de un mar.

Aquellos tembladerales, cubiertos por las aguas que no se habían retirado aún, engullían a los animales hasta las verijas. En otros lugares, los pajonales altos impedían el fácil galopar de los caballos.

Llegada de Ansay al “Depósito”

El 22 de setiembre llegó Ansay al “bruscal depósito”, como él lo denomina.  Allí comenzó otra etapa de penurias, privaciones y, naturalmente, un pertinaz anhelo de problemáticas y siempre riesgosas fugas.

Pese a su edad y achaques, imitando a los que habían llegado antes, levantó su rancho, transportando él mismo los palos, cortando las pajas en las lagunas.  La ración de carne que les asignaban era ínfima.  Hubo que pensar en obtener algo de aquella tierra aguanosa; cavar, rellenar, trazar surcos.  La leña combustible estaba como a dos leguas.  La conducían a cuestas, pasando hasta once charcas con el agua arriba de la cintura.

El gobierno directorial, por una orden del 28 de agosto, antes del arribo de Faustino de Ansay, como hemos dicho, había dispuesto el suministro de las reses para la alimentación de los presos españoles.  Pero, sus compatriotas no parecían mostrarse muy pródigos o, quizá, los funcionarios de la custodia, se quedaban con la parte del león… o de la hiena, que por tales tenían los realistas a Juan Navarro y su segundo Saturnino Saraza.  Además, protestar, ¿para qué?.

En varias oportunidades lo hicieron, con respetuosos términos, alegando elementales razones de humanidad, apelando al derecho de gentes, a la buena fe que presumiblemente se pone en los tratados, al derecho internacional que establece que la cautividad de los prisioneros de guerra no constituye un castigo ni un acto de venganza.  Se dirigieron al flamante y soberano Congreso, al Director Supremo, al Cabildo, y hasta el comandante de la corbeta británica “Termefant”, en sendas y conmovedoras notas fechadas el 1º de noviembre de 1817.  La callada fue por respuesta.

En octubre de 1817, un acuerdo del gobierno de Pueyrredón decidió cambiar la denominación de Las Bruscas por la de Santa Elena, “quedando enteramente abolido aquél por el primer nombre”, especificaba el ministro Tagle.  Las dotes mefistofélicas con que el historiador López lo retrata llevan a pensar en el humor negro que el atildado y lúgubre personaje volcó al recordarles a los prisioneros realistas, con aquella designación de Santa Elena (Napoleón estaba en el islote atlántico desde el 17 de octubre de 1815….), al maligno conquistador que tantos estragos ocasionó en la Península.

Todavía, el 26 de mayo del año siguiente, en nombre de los 638 relegados que parecían hambre y miserias en las antiguas Bruscas, se renovó otra presentación, dirigida a Pueyrredón: se morían materialmente de hambre y otro terrible invierno se les venía encima.  El papel debió perderse entre la hojarasca administrativa.  Eran muchas las inquietudes que provocaba en Europa el intrigante y calumniador Manuel Sarratea y otros que tales, con una posible conspiración contra el Director Pueyrredón.  Por otra parte, el general San Martín había llegado a Buenos Aires el 17 de mayo, para recibir, como anota Mitre, “por primera y última vez en los fastos de la Nación Argentina el reconocimiento por sus servicios que con tanto honor del nombre americano merecía”.

Reducidos los realistas de Las Bruscas a una situación tan afligente, más parecía que lo que se procuraba era exterminarlos.  Era la guerra en toda su brutalidad.  Otro tanto acontecía con los patriotas y entre los mismos patriotas. No se podía olvidar la servicia de Nieto en el Alto Perú.  En aquellos mismos días, los hermanos Carrera habían pagado por igual un cruento tributo.  Era el signo del tiempo.

En la relación de aquellos plañideros escritos había colaborado Ansay, que ya tenía larga experiencia en tales gajes del oficio militar.  Las listas de prisioneros se conservan en el Archivo de la Nación.  De todos ellos queremos mencionar uno solo: Andrés González del Solar, oficial español en el Perú, prisionero en la fortaleza del Callao, fue relegado a Chiloé, pasado finalmente a Las Bruscas.  Lo liberó el gobernador general Rodríguez y se estableció con un comercio en Buenos Aires.  En 1833 se casó con Margarita de la Puente.  Padre del injustamente olvidado poeta autor del laureado Canto a Cristóbal Colón, lo fue también de Carolina, la esposa del autor de Martín Fierro.

Allá por marzo de 1818, diríamos, por puro formulismo, llegó a Las Bruscas un comisario en tren de investigador.  Con aspavientos e ínfulas inició los interrogatorios.  Navarro y su gente salieron al paso, alegando que los realistas eran unos rebeldes que no tramaban más que fugas y estaban en una permanente insubordinación.  El resultado fue castigar a los prisioneros sentenciándolos por sorteo para llevarlos a presidio.  Ansay, como todos, metió su mano en el botijo, y salió libre, pero cinco infelices tuvieron la “suerte” de ser transferidos a la cárcel de Buenos Aires.  En la Capital, acollarados y engrillados, siendo objeto de la befa del populacho, debieron trabajar en las calles o en algunas obras públicas.  Fueron precisamente prisioneros de guerra españoles los que demolieron la vieja plaza de toros y levantaron los muros del cuartel del Retiro.

En agosto del mismo año agregaron 44 oficiales prisioneros, provenientes de la batalla de Maipú.  Con tantas calamidades, algunos realistas se fugaron dirigiéndose nada menos que a Valdivia, a través de 400 leguas, atravesando pampas y montañas, desafiando a los indios.  Unos llegaron al cabo de un año.  La fuga se compensó con el consabido sorteo.

Pero, la tropa que custodiaba el Depósito no cobraba sus sueldos con regularidad.  De tal manera, unas veces, por unas monedas, favorecían las fugas.  En otras oportunidades pasaban cartas y traían noticias.  También, aparentaban favorecer, ¡y delataban!  Faustino de Ansay, con muchas dificultades, logró que su leal amistad residente en Buenos Aires, intercediera para que se le dejaran curarse en un hospital, ofreciendo una no despreciable fianza de ocho mil duros.  “No hay lugar”, fue la respuesta; y, de  palabra, se le reiteró que era en vano presentarse, pues no merecía ninguna gracia del gobierno, pudiendo estar contento de que no le hubieran quitado la vida.

Otra vez, los blandengues fueron relevados por un destacamento de negros.  “Aquellos bárbaros –dice- al verse en el estado de libres, con las alas que les daban, se insolentaban, nos robaban cuanto teníamos en las huertas, diciéndonos pícaros, ladrones, godos, gallegos…  Ahora mandamos los negros a los blancos…”.  Y los apaleaban.

Con el desquicio institucional del año 1819, arreciaron las fugas y, por consiguiente, los injustos sorteos.  Así, el capitán de caballería Pedro Abarca, de 70 años, purgó la fuga de un simple recluta.  Los encargados del Depósito pensaron en algo más severo: fusilar a los sorteados, para ponerse a salvo de toda responsabilidad.

Las órdenes y las contraórdenes llegaban diariamente al nefasto lugar.  Para el 4 de marzo se dispuso volverlos a todos a Mendoza y San Luis.  Mil milicianos gauchos los escoltaban.  Tuvieron que abandonar sus ranchos e improvisados bienes y obedecer.  No habían avanzado más que una legua cuando cundió la especie de que serían todos degollados en cuanto llegaran al Salado.  Afortunadamente en lo más álgido del pánico, llegó la contraorden de regresar a Las Bruscas, donde encontraron la población casi en ruinas.  Al parecer, algunos jefes patriotas habían solicitado al gobierno que no tolerara tales atentados, recelosos de las represalias que provocarían, particularmente después del tremendo episodio de San Luis, donde los oficiales realistas capturados en la batalla de Maipú armaron un motín con un trágico saldo.

Fuga del coronel Faustino Ansay

Faustino de Ansay, el tozudo hijo de Zaragoza, no cejaba en sus proyectos de fuga.  Una, dos, tres veces lo intentó.  Sus camaradas iban escapando y él quedaba.  Por fin, aquella invariable amistad radicada en Buenos Aires, aprovechando un cambio de autoridades, insistió nuevamente.  El 24 de mayo llegó la anhelada orden de que pasara a la Capital para remediar sus males.

Recién entonces dejó el Depósito de Santa Elena, aquel infernal bruscal, donde padeció dos años, once meses y veinticinco días.  Como hemos dicho, Ansay, minucioso contable, no perdonaba un día a sus penurias.

Ya lo tenemos al coronel camino a Buenos Aires.  Llega en mal momento para la Revolución.  Oportunidad propicia para él.  Con centinela a la vista, lo internan en el hospital.  Se encuentra realmente enfermo; pero, con males y fiebres, su obsesión es la de fugarse.  En realidad, todos lo hacen.  Con unos y con otros, Ansay urde posibles escapatorias.  A veces se burlan de él y le pelean los pocos cuartos que le respetan.

Una noche, finalmente, lo consigue.  Acude a refugiarse en casa de “una señora, donde le dan una habitación con todo disimulo”.  El marido había salido para Montevideo.  Treinta y tres días vive allí oculto.  Como siempre, lleva bien la cuenta.

En tanto, ¿qué ocurre?  La ciudad está envuelta por el desquicio político y administrativo.  Se vive materialmente en un infierno.  Alvear, Pagola, mil ambiciosos más que han trocado el sano patriotismo por el asqueante y pernicioso apetito del poder.  Es la cuota inevitable de todos los movimientos populares.  Buenos Aires se ha convertido en el refugio de la pobre gente de las asoladas campañas.  ¿Quién, entonces, va a reparar en el envejecido y astroso fugitivo que es el coronel Faustino Ansay?

Como bestias arrean por las calles a los prisioneros.  Ya no son solo godos.  Las mujeres pernoctan en los templos. Algunas paran en los conventos, como la esposa de Tomás O’Gorman, que dio a luz de urgencia e la celda del fraile Francisco Castañeda.  Para colmo de males, el 19 de agosto, un terrible temporal empuja al río más arriba de las barrancas, destrozando innumerables embarcaciones, arrasando humildes viviendas.

¿Cómo no afanarse entonces en lograr la salvación tan anhelada?  El 1º de octubre se halla la ciudad en revolución. Tocan generala.  Ansay aprovecha.  Paga la complicidad con las últimas monedas de oro que su amistad le ha hecho llegar.  Tal es su confusión que, en medio de la noche, se equivoca y acude, en demanda de refugio, tan luego a la casa de Agrelo, “el más cruel de los insurgentes”, dirá luego.  Pero se salva porque el escabroso personaje anda, a su vez, conspirando.

La casa que el buscaba estaba dos puertas más adelante.  Para evitar suspicacias, dejémosle a él que evoque algún pormenor de sus felices días mendocinos:

“Llamo –dice-, y a pesar de que estaban dormidos por la jarana de la noche (sic),me respondieron, y por no decir mi nombre, repliqué, ¿quién tuviera sus cuidados?.  Me conoce la señora en el eco.  No espera a sus criados, me abre la puerta aún estando en paños menores.  ¡Qué acción generosa!  Se viste, deja a su marido que aún está en cama, y cual otra madre tierna que ve a su hijo, que hace tiempo estaba ausente me recibe, llama a los criados, manda hacer té, y le relaciono lo ocurrido en estos días.  El hacer bien nunca se pierde.  Así me sucedió a mí.  En enero de 1810 pasó esta señora por Mendoza, y por esta causa le franqueé algún dinero para muebles y poner casa aquí, y agradecida me recoge y me sirve en gran manera”.

Ahora podemos abreviar.  El día 4 hay luchas en las calles.  Nada más que en la Plaza, 500 muertos.  Pero, al parecer, ya está afirmado el gobernador Rodríguez.  El 9, día de la Virgen del Pilar, patrona tutelar de Aragón, le confirman al impaciente coronel la posibilidad de fugarse en la lancha de un esforzado y leal gallego.  Lo hace por el Riachuelo.  Con viento favorable, más no sin dificultades.  Por fin, el 14 está a la vista de la Colonia del Sacramento.  El jefe militar portugués lo recibe con benignidad y honores.  Dos días después zarpa de Montevideo, “dando gracias al Poderoso porque ya podrá respirar libremente después de miserias, trabajos y calamidades sufridas en 10 años, 5 meses y 13 días”. El siempre habría de llevar la cuenta.

Aquí podemos poner fin a las  infinitas y peregrinas ocurrencias del coronel Faustino Ansay.  Anotemos algo más para que el relato de sus padecimientos no quede trunco.  En Montevideo estuvo hasta el 24 de enero de 1821.  El 7 de febrero, fue a Río de Janeiro.  Restablecido y con recursos que le facilitó el embajador de España, levó anclas el 6 de junio para Europa.  Con 83 días de navegación, alcanzó Lisboa el 28 de agosto.  El 26 de enero de 1822 llegó a Sevilla.  Tuvo complicaciones de índole administrativa.

Este coronel con alma de contable parece que no se daba por enterado de que aquellos no eran tiempos para cálculos rigurosos ni de días ni de duros.  Obtuvo una foja con 43 años de servicios y quince días, ni más ni menos.  Visitó Madrid, ya más tranquilo.  Y, el 23 de octubre regresó a su Zaragoza siempre añorada, a las 4 de la tarde.  Vio que también allí la guerra había pasado dejando sus tremendas huellas.

Parece que, posteriormente, complicado en algunos pleitos políticos de su país, debió exiliarse en París y en Londres. Faustino Ansay tendría muchas cosas para contar en su vejez.  Sobre todo, su estadía en ese lugar que, sin exageración, podemos llamar “el campo de concentración criollo”.

Referencia

(1) Más tarde, el 28 de agosto de ese mismo año, se estableció que el comisario Navarro estaba facultado para obtener de los hacendados europeos las reses necesarias para el consumo del Depósito, conforme con el ganado que aquéllos tuvieran.  En Chascomús, de tres ganaderos realistas, el más fuerte, con 9.000 cabezas, era Manuel Martín de la Calleja, que debió aportar 900 animales por año.

Fuente
Ansay, Faustino – Relación de los Acontecimientos ocurridos en la ciudad de Mendoza en los meses de junio y julio de 1810.
Danero, E. M. S. – Las Bruscas, Campo de Concentración Criollo”
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Todo es Historia, Año III, Nº 25, Mayo de 1969.
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jueves, 5 de octubre de 2017

ACTA DEL DIA 25 DE MAYO DE 1810

ACTA DEL DIA 25 DE MAYO DE 1810
ACTA DEL DIA 25 DE MAYO DE 1810

Se transcribe a continuación el acta de la Revolución de Mayo, interesantísima de leer.

ACTA DEL DIA 25 DE MAYO DE 1810

En la muy Noble y muy Leal Ciudad de la Santísima Trinidad, Puerto de Santa María de Buenos Aires, a 25 de Mayo de 1810; los Señores del Exmo. Cabildo, Justicia y Regimiento, a saber: D. Juan José de Lezica y D. Martín Gregorio Yaniz, Alcaldes ordinarios de primero y segundo voto; Regidores D. Manuel Mancilla, Alguacil Mayor; D. Manuel José de Ocampo; D. Juan de Llano; D. Jaime Nadal y Guarda; D. Andrés Domínguez; D. Tomás Manuel de Anchorena; D. Santiago Gutiérrez; y el Dr. D. Julián de Leiva, Síndico Procurador general; se enteraron de una representación que han hecho a este Exmo. Cabildo un considerable número de vecinos, los Comandantes, y varios oficiales de los cuerpos voluntarios de esta capital, por si y a nombre del pueblo; en que, indicando haber llegado a entender que la voluntad de este resiste la Junta, y Vocales que este Excmo. Ayuntamiento se sirvió erigir, y publicar a consecuencia de las facultades que se le confirieron en el Cabildo abierto de 22 del corriente; y porque puede, habiendo reasumido la autoridad y facultades que confirió, y mediante la renuncia que ha hecho el Señor Presidente nombrado y demás Vocales, revocar y dar por de ningún valor la Junta erigida y anunciada con el Bando de ayer, 24 del corriente; la revoca y anula, y quiere que este Exmo. Cabildo proceda á hacer nueva elección de Vocales que hayan de constituir la Junta de Gobierno, y han de ser los Señores D. Cornelio de Saavedra, Presidente de dicha Junta, y Comandante general de Armas, el Dr. D. Juan José Castelli, el Dr. D. Manuel Belgrano, D. Miguel Azcuenaga, Dr. D. Manuel Alberti, D. Domingo Mateu, y D. Juan Larrea, y Secretarios de ella los Doctores Don Juan José Passo, y D. Mariano Moreno, cuya elección se deberá manifestar al pueblo por medio de otro bando público; entendiéndose ella bajo la expresa y precisa condición de que, instalada la Junta, se ha de publicar en el término de 15 días una expedición de 500 hombres para auxiliar las provincias interiores del reino, la cual haya de marchar a la mayor brevedad, costeándose ésta con los sueldos del Exmo. Sr. D. Baltazar Hidalgo de Cisneros, Tribunales de la Real Audiencia Pretorial, y de Cuentas, de la Renta de tabacos con lo demás que la Junta tenga por conveniente cercenar, en inteligencia, que los individuos rentados no han de que dar absolutamente incongruos, porque ésta es la manifiesta voluntad del pueblo. Y los Señores, habiendo salido al balcón de estas casas capitulares, y oído que el pueblo ratificó por aclamación el contenido de dicho pedimento o representación, después de haberse leído por mi en altas e inteligibles voces, acordaron que debían mandar y mandaban se erigiese una nueva Junta de Gobierno compuesta de los Señores expresados en la representación de que se ha hecho referencia, y en los mismos términos, que de ella aparece, mientras se erige la Junta general del Virreinato: Lo segundo: que los Señores, que forman la precedente corporación comparezcan sin pérdida de momentos en esta Sala Capitular á prestar el juramento de usar bien y fielmente sus cargos, conservar la integridad de esta parte de los dominios de América á nuestro Amado Soberano el Señor D. Fernando VII, y sus legítimos sucesores, y observar puntualmente las Leyes del Reino. Lo tercero: que luego que los referidos Señores presten el juramento sean reconocidos por depositarios de la autoridad superior del Virreinato, por todas las corporaciones de esta capital, y su vecindario, respetando y obedeciendo todas sus disposiciones, hasta la congregación de la Junta general del Virreinato, bajo las penas que imponen las Leyes á los contraventores. Lo cuarto: que la Junta ha de nombrar quien deba ocupar cualquiera vacante por renuncia, muerte, ausencia, enfermedad, ó remoción. Lo quinto: que aunque se halla plenísimamente satisfecho de la honrosa conducta, y buen procedimiento de los SS mencionados, sin embargo, para satisfacción del Pueblo, se reserva también estar muy á la mira de sus operaciones y caso no esperado, que faltasen á sus deberes, proceder á la deposición con causa bastante, y justificada, reasumiendo el Excmo. Cabildo para este solo caso la Autoridad que le ha conferido el pueblo. Lo sexto: que la nueva Junta ha de celar so sobre (sic) el orden y la tranquilidad pública, y seguridad individual de todos los vecinos, haciéndosele, como desde luego se le hace, responsable de lo contrario. Lo séptimo: que los referidos Señores se componen la Junta provisoria, queden excluidos de ejercer el poder judiciario, el cual se refundirá en la Real Audiencia, a quien se pasarán todas las causas contenciosas, que no sean de gobierno. Lo octavo: que esta misma Junta ha de publicar todos los días primeros del mes un Estado en que se dé razón de la administración de Real Hacienda. Lo nono: que no pueda imponer contribuciones, ni gravámenes al pueblo: ó sus vecinos, sin previa consulta y conformidad de este Exmo. Cabildo. Lo décimo: que los referidos Señores despachen sin pérdida de tiempo órdenes circulares á los Jefes de lo interior, y demás á quienes corresponda, encargándoles muy estrechamente, y bajo de responsabilidad, hagan que los respectivos Cabildos de cada uno, convoquen por medio de esquelas la parte principal, y mas sana del vecindario, para que formando un Congreso de solos los que en aquella forma hubiesen sido llamados, elijan sus Representantes, y estos hayan de reunirse á la mayor brevedad en esta Capital, para establecer la forma de gobierno que se considere mas conveniente. Lo undécimo: que elegido así el Representante de cada ciudad, ó villa, tanto los electores, como los individuos capitulares le otorguen poder en pública forma, que deberán manifestar cuando concurran á esta Capital, á fin de que se verifique su constancia; jurando en dicho poder no reconocer otro soberano que al Sr. D. Fernando VII y sus legítimos sucesores, según el órden establecido por las leyes y estar subordinado al gobierno que legítimamente les represente. Cuyos capítulos mandan se guarden y cumplan precisa, y puntualmente, reservando á la prudencia y discreción de la misma Junta el que tome las medidas mas adecuadas, para que tenga debido efecto lo determinado en el artículo diez, como también el que designe el tratamiento, honores, y distinciones del Cuerpo, y sus individuos, y que para que llegue a noticia de todos, se publique esta acta por bando inmediatamente, fijándose en los lugares acostumbrados. Y lo firmaron de que doy fé. Juan José Lezica; Martín Gregorio Yaniz; Manuel Mancilla; Manuel José de Ocampo; Juan de Llano; Jaime Nadal y Guarda; Andrés Domínguez; Tomas Manuel de Anchorena; Santiago Gutiérrez; Dr. Julián Leiva; Licenciado D. Justo José Núñez, escribano público y de Cabildo.

martes, 15 de noviembre de 2016

Alberti Héroe de las Invasiones Inglesas

Alberti Héroe de las Invasiones Inglesas
Alberti Héroe de las Invasiones Inglesas

La poco conocida vida de Manuel Alberti desde las Invasiones Inglesas hasta que fuera elegido Vocal de la Primera Junta de Gobierno.
 Manuel Alberti era párroco de Maldonado cuando, en Octubre de 1806, los ingleses ocuparon su pueblo, en la Banda Oriental. Poco tiempo después, los invasores, para congraciarse con la población local, mayoritariamente católica, que resistió fuertemente la invasión, y demostrar que no se trataba de una guerra religiosa, como se rumoreaba en el pueblo, publicaron un bando donde señalaban las pocas diferencias que existían entre el credo anglicano (que practicaba la mayoría del ejército ocupante) y la religión católica. Este bando fue fijado en las paredes de las distintas poblaciones ocupadas de la Banda Oriental (hoy Uruguay).
Cuando el padre Alberti lo leyó, se indignó mucho y procedió a arrancarlo de la pared, a la vista de sus feligreses; y se sumó, en ese acto, enérgicamente a la resistencia contra el invasor inglés; instando a sus fieles a hacer lo mismo. Llegó a ocultar en la iglesia, a medio construir, efectos, provisiones y valores, para esconderlos del saqueo enemigo. Se ve que el padre Alberti no debió haber sido tan disimulado en su prédica antibritánica; toda vez que su actividad se volvió sospechosa para los ingleses, quienes lo hicieron seguir y lo capturaron conduciendo cartas comprometedoras, cerca del Cerro Pan de Azúcar, revelando el movimiento de tropas británicas para las huestes españolas apostadas allí. El cerro Pan de Azúcar es la tercera elevación del Uruguay, y se ubica cerca de Piriápolis, en la ruta costera entre Punta del Este y Montevideo.

Recuperando la libertad

En virtud de la notoria popularidad del sacerdote, y para no generar la idea de que se trataba de una persecución religiosa, o para evitar sublevaciones de sus feligreses, Alberti fue liberado al cabo de poco tiempo, y se le permitió ejercer, limitadamente, su función pastoral, con una rigurosa custodia, en Montevideo. Con la derrota británica y su evacuación de la Banda Oriental (Setiembre de 1807), Alberti recuperó su libertad y retornó a su ministerio en Maldonado, donde fue recibido como un héroe. Hoy una placa lo recuerda en la Catedral de esa ciudad.

De regreso en Buenos Aires

En 1808, Alberti retornó a Buenos Aires, donde obtuvo, por concurso, la titularidad de la flamante parroquia de San Benito de Palermo, que se estaba por crear. Otro sacerdote se opuso a su toma de posesión, asesorado por un abogado que luego sería célebre: Mariano Moreno (futuro compañero de Alberti en la Primera Junta); reclamo que luego el obispo desestimaría por improcedente.
Como no se efectivizaba la creación de esa parroquia, Manuel Alberti ejercerá su ministerio, hasta el final de sus días, en la iglesia de San Nicolás de Bari (de la cual se había desprendido la de San Benito de Palermo, sin oficializarse aún). En esa época, Alberti empezó a frecuentar a Nicolás Rodríguez Peña, Miguel de Azcuénaga e Hipólito Vieytes (su antiguo compañero de colegio); vinculándose con los círculos revolucionarios. Algunos creen que integraba la famosa "Sociedad de los Siete". Asistió al Cabildo Abierto del 22 de Mayo de 1810 y de los 27 religiosos que concurrieron, fue uno de los 19 que votaron por el cese del virrey, contrariando la posición del Obispo Lué, de quien dependía en su ejercicio pastoral.

Alberti en la Primera Junta

En la jornada del 25 de Mayo, mientras su hermano y tocayo Manuel Silvestre (luego capitán del Regimiento de Granaderos a Caballo) firmaba, entusiasta, en la Plaza de la Victoria, el petitorio para que su hermano, el clérigo, integrara la Primera Junta; Manuel Maximiano estaba en la casa de su amigo Miguel de Azcuénaga, junto con otros patriotas; desde donde podían seguir los movimientos en la Plaza. La casa de Azcuénaga quedaba al frente de la Plaza, sobre la actual calle Rivadavia, lindera con la Catedral Metropolitana; donde hoy se erige un edificio donde funcionan oficinas del Banco Francés. Allí fue donde se enteró que había resultado designado vocal del Primer Gobierno Patrio, junto, precisamente, con su anfitrión, Azcuénaga.
No se sabe muy bien por qué se lo incluyó como Vocal de la Primera Junta. Algunos creen que los hombres de Mayo quisieron transmitir el mensaje de que no pretendían romper con la tradición católica de casi toda la población, a diferencia de los revolucionarios franceses.
Otros piensan que, su prestigio, su calidad de "cura héroe" de las Invasiones Inglesas y su carácter piadoso, reconocido unánimemente, contribuían a prestigiar a un nuevo gobierno, que necesitaba legitimarse rápidamente ante amplias franjas de la población del entonces virreinato, acostumbrado a la tradición colonial hispana.
Otros piensan que, ligado a Azcuénaga y a las ideas de Cornelio Saavedra, representaba un elemento "conservador" necesario para lograr un balance y equilibrio en la Junta. Finalmente, otros creen, sencillamente, que Alberti fue elegido por su carácter sacerdotal, para ser el "capellán" del flamante Gobierno Patrio.

Sin rencores

Sin embargo, una vez en la Junta, y a sus 46 años, Manuel Alberti adhirió a casi todas las ideas, principios y proyectos de Mariano Moreno, aquel abogado que, curiosamente, se había opuesto a que él se hiciera cargo de la Parroquia de San Benito de Palermo.
Ello revelaba que Alberti no tenía un carácter rencoroso o vengativo, y se guiaba por sus propios principios, valores y convicciones. Así, la firma de Alberti figuró en todos los actos en que la Junta resolvió: crear el Ejército Argentino y la Gazeta de Buenos Aires, la deportación del ex virrey Cisneros y los oidores de la Real Audiencia a las Islas Canarias, así como la destitución de los cabildantes realistas.
Por Juan Pablo Bustos Thames *
(*) Abogado, Ingeniero
en Sistemas de Información
y Docente Universitario



viernes, 28 de octubre de 2016

EL ESPIRITU REVOLUCIONARIO EN LA EPOCA PREVIA A MAYO DE 1810

EL ESPIRITU REVOLUCIONARIO EN LA EPOCA PREVIA A MAYO DE 1810


Juan Martín de Pueyrredón

En su libro “Recuerdos de un vecino de Buenos Aires durante mayo de 1810” Tomás Guido nos relata esta interesante anécdota sobre la prisión de Juan Martín de Pueyrredón por orden del Virrey Cisneros

“Hízose entender al virrey que se fraguaba una conspiración, a que estaba afiliado don Juan Martín de Pueyrredón, reputado entre los españoles por partidario acérrimo de la independencia. Decretóse su prisión y transporte a España. Desde entonces ningún patriota se consideró seguro. Para que se forme idea de la impresión que produjo la conducta del virrey, bueno será recordar la importancia del personaje sobre el cual habían recaído sus sospechas. La popularidad de aquel distinguido argentino venía desde su intrépida decisión a levantar un cuerpo de caballería para concurrir con él a la reconquista de su ciudad natal, sorprendida en 1806 por una división británica. Además de eso sus maneras afables y su gentil porte dábanle un ascendiente entre sus patriotas, que Cisneros, por inspiración propia o ajena, creyó deber cortar enviándole a España bajo partida de registro.
 doña Juana Pueyrredón de Sáenz Valiente
Y aquí es el caso de narrar un acontecimiento que a la par de una grande acción, revela juntamente los progresos del espíritu revolucionario, que en vano se pretendía ahogar en germen. Apenas circuló la noticia de hallarse preso Pueyrredón en el cuartel de Patricios su hermana doña Juana Pueyrredón de Sáenz Valiente, matrona de altas prendas, se le presentó a las guardas que le custodiaba, y que con la elocuencia del alma, y con palabra fácil é insinuante, rodeada de oficiales y soldados, increpóles de servir de instrumentos de la tiranía contra un paisano, sin otro crimen que su entusiasmo por la libertad de su patria. "Consentiréis - les dijo - que sea sacrificado vuestro compatriota y amigo por la cruel injusticia de un gobernante? ¿Consentiréis que sea expulsado de su país, tal vez para siempre, sin hacerle un cargo, sin oírle y sin juzgarle? ¡No, Patricios! ¡Dejad que huya mi hermano, si no queréis haceros cómplice de una iniquidad que amenguaría vuestra fama!"

La tropa escuchaba silenciosa éstas y otras razones; los oficiales hablábanse en secreto, fijando la vista llenos de admiración y de respeto en aquella ilustre Argentina. En sus semblantes traslucían fácilmente la impresión del espíritu y su resolución tomada de libertar al prisionero. Dos horas después de esta escena, evadíase el comandante Pueyrredón por una de las ventanas del cuartel, sin ser detenido por ningún centinela. La amistad se encargó enseguida de ofrecerle un refugio. Cúpole al señor horma esta noble misión.

Los patriotas que acechaban todas las circunstancias que pudiesen favorecer sus intentos, apresuráronse a sacar partido de estos incidentes. Las simpatías por la desgracia subían a punto de que se exagerasen las violencias del mandón español, y la opinión de los naturales se predisponía gradualmente contra un orden de cosas que empezaba a irritarse.”