sábado, 27 de febrero de 2016

FRANCISCO ANTONIO LAUREANA Sátiro de San Isidro, el serial de San Isidro, el "Caníbal", el asesino de las seis de la tarde, el asesino serial que la historia argentina se empeñó en ocultar, “El Sátiro de San Martín”, el predador de San Isidro, son distintas formas en que se denomina al asesino más prolífico del país, y a la vez, menos conocido.

FRANCISCO ANTONIO LAUREANA

FRANCISCO ANTONIO LAUREANA

Sátiro de San Isidro, el serial de San Isidro, el "Caníbal", el asesino de las seis de la tarde, el asesino serial que la historia argentina se empeñó en ocultar,  “El Sátiro de San Martín”, el predador de San Isidro, son distintas formas en que se denomina al asesino más prolífico del país, y a la vez, menos conocido. 

Quizas por ello no trascendió a la historia con un único nombre, como la mayoría de los asesinos seriales.

Francisco Laureana era un ciudadano común que se ganaba la vida como artesano y formó una familia a la que amaba. Pero cada atardecer, se transfiguraba en un asesino impiadoso.

Laureana nació en Corrientes en 1952, su infancia trascurrió como interno en un colegio católico en la ciudad de Corrientes, fue seminarista en una orden religiosa, lugar del que huyó luego de haber violado y ahorcado a una monja en las escaleras del establecimiento. La dejó colgada del techo con una soga.

En julio de 1974 se mudó a la ciudad de San Isidro 

Era un artesano que esculpía hermosas figuras de madera, figuras gauchescas, ceniceros y caballitos y las vendía en un puesto de la Feria de San Isidro, sobre el parque arbolado que está frente a la Catedra. Las imitaciones de tótems y los gauchos que tallaba con un torno le habían hecho ganar el respeto de comerciantes y clientes. Quienes lo conocieron lo definieron como un “sujeto huraño, callado, de mirada torva y analfabeto”. Sus compañeros de trabajo comentaban que parecía ser un hombre muy serio, reservado y quizás un poco huraño. “Un tipo tímido”, lo definió la mujer que ofrecía sahumerios y velas caseras en la caseta de al lado.

El artesano se había casado doce años atrás y tenía tres hijos. Todas las tardes, antes de salir hacia la plaza, le recomendaba a su esposa que cuidara a los chicos: “No los saqués a la calle porque andan muchos degenerados dando vueltas”. Acaso por esta sugerencia, o por el carácter sereno que había exhibido hasta ese momento, ni la mujer ni los feriantes podían creer lo que la Policía Bonaerense les reveló el 27 de febrero de 1975: un asesino serial que en los últimos diez meses había violado a quince mujeres y niñas y matado a once de ellas.

Casi todos los días miércoles y jueves cerca de las 6 de la tarde desaparecían una mujer o una niña en la ciudad y sus cuerpos sin vida eran encontrados poco tiempo después en baldíos, con signos de haber sido violadas y asesinadas salvajemente, en algunos casos estranguladas y en otros asesinadas con un revólver calibre 32. 

Laureana se desplazaba en un FIAT 600, se hallaron en ese auto un  pistolón calibre 14 y una pistola calibre 7,65 mm.

Sus víctimas eran mujeres que tomaban sol en los chalés o que esperaban en paradas de colectivo. Las violaba, las estrangulaba y les arrancaba partes del cuerpo a mordiscones. Los peritos lo definieron como un sádico sexual. Todas las mujeres atacadas eran jóvenes, bonitas y rubias.

Eso es típico de un asesino en serie que considera que los humanos son un objeto de su propiedad, sus piezas privadas. Sentía excitación cuando mataba sin piedad. Con su fuerza bestial deshacía los cuellos.

El «sátiro» siempre robaba algo a su víctima, como un anillo, una pulsera, una cadenita, etc., que nunca vendía, sino que guardaba en una bota en su casa para mantenerlos como trofeos. 

Cuando allanaron su casa, en el interior de una bota, encontraron pequeños anillos y aros que habían sido robados a las víctimas de los ataques. Los conservaba para 'recordar a cada una de sus víctimas, era un fetichista', diría un investigador policial.

En ocasiones regresaba semanas después al mismo lugar para revivir el momento del crimen.

Debido al modus operandi repetido, la policía y el experto forense Osvaldo Raffo creyeron que las muertes podrían ser obra de un solo individuo.

Después de cometer uno de los homicidios, un testigo lo vio huyendo por los techos de una casa, pero el homicida le disparó con su arma. El testigo resultó ileso y fue clave para confeccionar un identikit del sospechoso que empezó a circular por toda la ciudad.


FRANCISCO ANTONIO LAUREANA
"Altura: 1,70; andar: ágil y esbelto; acento: norteño o de país limítrofe". Esas eran algunas de las descripciones que acompañaban un dibujo del rostro de un hombre que poco a poco se fue difundiendo entre los vecinos de San Isidro. Ese partido bonaerense era la zona de caza del "depredador".

El identikit fue realizado a partir del relato de un vecino que intentó correr al serial cuando escapaba por los techos de una casa. "Jamás olvidaría ese rostro", fue lo que dijo el testigo que recibió un disparo cuando quiso cruzarse en el camino del criminal. Para entonces ya había violado y matado a una decena de mujeres, aunque nunca pudo probarse la cantidad exacta de ataques.

"La policía de la provincia de Buenos Aires solicita al vecindario, en el caso de observarse circular por las arterias de la zona a personas cuyas características fisionómicas guarden similitud con la imagen, se de inmediato aviso telefónico a la dependencia mas cercana", decía el texto que acompañaba esta imagen.

El caso más resonante ocurrió el miércoles 23 de noviembre de 1972. La víctima fue Diana Goldstein, de 23 años. Era rubia, alta, linda, de ojos celestes, estudiaba periodismo y trabajaba en la fábrica de colchones de su padre. La encontró un canillita en el jardín de un vecino de la víctima, entre rosales y cipreses, en un chalé de Emilio Mitre 134, en Martínez.

La chica tenía un pulóver rojo y una pollera negra destrozados y le faltaban partes del cuerpo. 

La autopsia, hecha por Raffo, determinó que murió estrangulada, tras ser violada a pocas cuadras del lugar donde fue encontrado el cuerpo. Le faltaba un tercio de la lengua, el labio inferior, una parte de una mejilla, piel de la mano derecha, en el cuello y la punta de la nariz. 

Su padre había denunciado la desaparición la noche anterior. 

“ Era una hippie, le gustaba cantar en las fiestas, vestía de modo estrafalario”, dijo una vecina.

Al principio, la Policía detuvo a cuatro ex presuntos amantes de la chica: uno de ellos se hizo pasar por pianista en un crucero que la joven hizo a Río de Janeiro. Los liberaron. Los criminalistas confeccionaron una dentadura sobre la base de las mordidas que dejaba en el cuerpo de sus víctimas. Así eliminaron a 24 sospechosos, tras comparar las piezas dentales. “ Las mordidas eran violentísimas”, recuerda Raffo.

No era un crimen pasional; estaban en presencia de un asesino serial que mataba por períodos, respetando lo que los criminalistas llaman etapa de “ cool-off ” o de enfriamiento. 

Para atraparlo le pusieron varios anzuelos: policías con peluca rubia y mujeres tomando sol en piletas. Nunca lo mordió.

Su último ataque no llegó a consumarse: el jueves 27 de febrero de 1975 a la tarde. Ese día Laureana volvió a atacar, se trataba de un chalet con pileta de natación de la calle Int. Tomkinson, partido de San Isidro. En la pileta estaba una niña de 8 años de edad, y le pareció igual al asesino del identikit (que su familia tenía fijado a una heladera) y le contó a su madre: “Mamá ese es el hombre de la foto que mata a las nenas”, la madre comenzó a gritar pidiendo auxilio. Laureana ganó la calle. Sin perder la calma, la señora, vía telefónica, alertó a la policía de la comisaría primera de San Isidro.

Laureana pasó por el frente, sonrió, y siguió de largo.

La policía lo encontró a pocas cuadras, y las características eran parecidas al identikit que tenían; se acercaron al sospechoso para pedirle que los acompañara para un interrogatorio.

Según el informe de los policías, Francisco Laureana sacó entonces de una bolsa que llevaba en el hombro un arma de fuego y empezó a disparar a los oficiales, iniciando así un tiroteo en el que Laureana recibió un disparo en el hombro y luego escapó malherido, escondiéndose de la policía en el gallinero que se encontraba en los fondos de una mansión.

Una perra que cuidaba el lugar «marcó» a su dueño el lugar donde se escondía Laureana. En el lugar hallaron dos gallinas estranguladas.

Pero se cree que el asesino no estaba armado y que fue fusilado. Se piensa que los policías bonaerenses se acercaron al gallinero y acribillaron a Francisco Laureana.

La policía lamentó haber tenido que matarlo, ya que hubieran querido interrogarlo sobre los motivos que lo llevaron a cometer los crímenes. Se encontraron en el gallinero dos gallinas muertas a tiros (se desconoce si de la policía o de Francisco Laureana que el asesino aparentemente no resistió de matar.

. “Con el auxilio de un perro y luego de dos tiroteos, matan en San Isidro al sátiro que en sus fechorías nocturnas asesinó a 15 mujeres en seis meses”, fue el extenso título del artículo que publicó el diario La Nación de esa época.

FRANCISCO ANTONIO LAUREANA
Luego de la autopsia, que fue realizada por el prestigioso forense Osvaldo Raffo, el cuerpo fue entregado a su viuda. Cuando se le informó a su mujer, ella atinó a decir "acá tuvo que haber un error. Mi marido no pudo haber hecho todo eso.

Desde ese momento, los crímenes de mujeres en San Isidro se frenaron. También la historia de Francisco Laureana quedó oculta en los archivos policiales, a tal punto que casi nadie recuerda el nombre de este hombre que, en rigor, fue el serial más prolífero de la Argentina.

Aunque fue ignorado por la historia criminal argentina, Laureana mató más que el Petiso Orejudo y que Carlos Robledo Puch.

Con menos fama, pero no con menor cantidad de crímenes, puede ser considerado tan temible como Cayetano Santos Godino, alias “Petiso Orejudo”, Eduardo Robledo Puch, también conocido como “el Angel de la muerte” y Mateo Bancks, quien cometió siete homicidios en la localidad de Azul.


2 comentarios:

  1. Buenas tardes, tengo una duda sobre el caso debido a que en la información que se aporta en la web, se dice que Francisco Laureana cometió sus crímenes entre 1974 y 1975, es así que mi duda recae en si Francisco Laureana es Juan Carlos Laureana o el "Caníbal de San Isidro"... ya que se describa un caso que sucedió en 1972 atribuyéndoselo a Francisco, pero las fechas en que el comenzó a actuar y la del caso no concuerdan.
    Según mucha información, Francisco llego a San Isidro en 1974 desde Corrientes, como es que en 1972 pudo haber cometido un crimen en Martinez?

    Agradezco la información. Me encuentro cursando el último año de la Lic. en Criminología y Ciencias Forenses, y para una materia me encuentro realizando un Trabajo Final, en el cual elegí este tema para analizarlo en profundidad.

    Desde ya, muchas gracias.
    Saludos cordiales.

    Moyano Julieta

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    1. Me gustaria contactarme contigo. tengo las mismas dudas de fechas y una posible teoria del porque del error en las fechas. El muerto no seria el asesino. Estaria viviendo hoy en santa teresita ,costa atlantica

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