EROTISMO
MEDIEVAL
Un tema interesante cuenta Carlos
Fisas en su libro “ Curiosidades y
anécdotas de la historia Universal” y lo comparto
He aquí algunas anécdotas y cosas curiosas entresacadas de crónicas e
historias medievales. Sigo el interesante libro El Amor y el Erotismo en la Literatura Medieval, edición de Juan
Victorio, Editora Nacional, 1983. Refiriéndose al rey Pedro de Portugal
cita la anécdota siguiente:
«Era también el rey don Pedro muy cuidadoso tanto de las mujeres de su casa
como de las de sus oficiales y de todas las demás del pueblo; y hacía grandes
justicias contra los que dormían con mujeres casadas o vírgenes, así como con
monjas.
»Acaeció, pues, que había en palacio un oficial llamado Lorenzo Gálvez,
hombre muy entendido y juicioso, cumplidor de todas las cosas que el rey le
ordenaba y no corrompido por ninguna oferta falsa que suele encandilar a los
hombres. Y porque le llamaba leal y sincero, se fiaba mucho de él y le quería
mucho; este corregidor era muy honrado, agradable y amante de las buenas
conversaciones… Su mujer se llamaba Catalina Tosse: esforzada, lozana y muy
apuesta, de maneras graciosas y buenas costumbres.
»En aquel entonces vivía en palacio un buen escudero, mancebo y hombre de
pro, de muchas cualidades, gran campeón de torneos y cacerías… como deben ser
los hombres, llamado Alfonso Madeira: por todo esto el rey le quería mucho.
Este escudero se vino a enamorar de Catalina Tosse, y, mal considerados los
peligros que le podían ocurrir por tal hecho, tan ardientemente se lanzó a
amarla que no podía alejarla de su vista y deseo, de tan gran amor que le
tenía. Mas, faltándole las circunstancias favorables para sus deshonestos
amores, trabó una amistad tan grande con el marido que dondequiera qué lo
enviaba el rey, allí iba él, tomando posada con el corregidor… conversando
siempre con él para evitar toda sospecha.
»Alfonso Madeira tañía y cantaba poniendo de manifiesto sus dotes y
expresando toda su afección tan significativamente que se generó entre él y
Catalina el momento de realizar tan largos deseos. Y porque semejante hecho no
es de los que se pueden encubrir durante mucho tiempo, el rey llegó a enterarse
de él, recibiendo tanto pesar como si de su propia mujer o hija se tratara. Y
aunque le amaba mucho, más de lo que aquí se debe decir, dejando de lado lodo
su amor, mandó que lo prendieran en su habitación y que le cortasen aquellos
miembros que en más aprecio tienen los hombres, de manera que no quedó carne
hasta los huesos.
»Dejáronlo libre después, y sanó y engordó de piernas y de cuerpo, y vivió
algunos años con el rostro pálido y sin barba, y murió después de dolor
natural».
Otra anécdota del mismo rey Pedro de Portugal:
«Estando justando (el noble Alfonso André) y en la Rúa Nova —como es
costumbre cuando los reyes vienen a las ciudades, que los mercaderes y los
ciudadanos torneaban con los cortesanos—, estando el rey presente y teniendo
información cierta de que la mujer de aquel le era infiel, pensó que había
llegado la ocasión de buscarla y sorprenderla en flagrante delito; y fue
sorprendida con quien la culpaban. Y mandó que la quemasen y que él fuese
degollado mientras el marido participaba en el torneo.
»Cuando el marido se enteró, fue a quejarse al rey por los órdenes que
había dado. El rey, al verlo, antes de que le hablase, pidió al verdugo que
contase lo que había hecho, y, dirigiéndose al marido, le declaró que le había
vengado de la alevosía de su mujer, la cual le ponía cuernos, cosa de la que el
propio rey estaba más al corriente que el mismo marido».
El adulterio era tan común en aquella época como en la nuestra, pero la
misoginia o, si se quiere, el machismo hacía gran diferencia si el adúltero era
un hombre o una mujer. Así en la Partida séptima de Alfonso X el Sabio se
dice:
«Adulterio es yerro que hombre hace yaciendo a sabiendas con mujer que es
casada o desposada con otro; y tomó este nombre de dos palabras del latín alterius y toras, que quiere tanto decir en romance como lecho de otro, porque
la mujer es contada por lecho de su marido, y no él de ella. Y por ello dijeron
los sabios antiguos que aunque el hombre que es casado yaciese con otra mujer,
y aunque ella hubiese marido, que no le puede acusar su mujer ante el juez
seglar por tal razón… Y esto tuvieron por derecho los sabios antiguos por
muchas razones: la una porque el adulterio que hace el varón con otra mujer no
hace daño ni deshonra a la suya; la otra porque del adulterio que hiciese su
mujer con otro, queda el marido deshonrado recibiendo la mujer a otro en su
lecho; y además porque del adulterio que hiciese ella puede venir al marido un
gran daño, pues si se empreñase de aquel con quien hizo el adulterio, vendría
el hijo extraño heredero en uno con sus hijos, lo que no ocurriría a la mujer
del adulterio que el marido hiciese con otra. Y por ello, pues que los daños y
las deshonras no son iguales, conveniente cosa es que el marido tenga esta
mejoría, que pueda acusar a su mujer de adulterio si lo hiciere, y ella no a
él; y esto fue establecido por las leyes antiguas, aunque según juicio de la
Santa Iglesia no sería así».
En las mismas Partidas se encuentran leyes muy curiosas sobre el fornicio,
así, por ejemplo, las siguientes:
«Que pena merecen los que sacan a las mujeres religiosas de sus monasterios
para yacer con ellas.
»Sacando algún hombre por sí o por otro monja o cualquier otra mujer de
religión para yacer con ella, o llevándola por fuerza del monasterio o de otro
lugar y yaciendo con ella, por fuerza o de grado, hace sacrilegio y si lo
hiciese clérigo débenlo deponer y si luego deben excomulgarlo si no quisiere
hacer enmienda del sacrilegio y del tuerto que hizo al monasterio donde estaba
aquella mujer, y esto se entiende según juicio de la Santa Iglesia. Y si la
mujer se fuese del monasterio no la sacando otro, la debe hacer buscar su
obispo en cuanto que supiere o el otro prelado que tuviese aquel lugar en
encomienda, y el juzgador de la tierra los debe ayudar a buscarla y traerla si
fuere menester al lugar donde ella salió. Pero esto se entiende si el
monasterio no tuviese culpa guardándola como debía, pues si, por mengua de
guarda, fuese llevada o ida débenla tornar a otro monasterio donde la guarden
mejor, con las rentas de su haber que dieran con ella al primer monasterio y
estas rentas debe haber en su vida aquel lugar donde la llevaren y no más».
No era muy envidiable, en muchos casos, la condición de la mujer en la
época medieval. Sierva de sus padres si soltera, de su marido si casada y ni
siquiera viuda podía ser libre. Únicamente cuando su marido estaba en la guerra
podía la mujer gobernar y mandar en su nombre, siempre y cuando no hubiese en
la familia varón que de fuerza o de grado tomase las riendas del gobierno de la
familia.
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