UNA HISTORIA
DE LA SECTA DE LOS ASSASSIN (ASESINOS )
La palabra asesino deriva de hachís,
la droga, desgraciadamente hoy tan conocida. En una de sus más interesantes
páginas Marco Polo nos narra la historia de la secta de los Assassin. El relato
que sigue fue tomado del capítulo 41 de su Libro
de las Maravillas, según la traducción de Mauro Armiño.
«Mulecto es una comarca donde, según se dice, vivía antiguamente cierto
príncipe muy malvado que se llamaba el Viejo de la Montaña. En ese país vivían
unos herejes según la ley sarracena. (…) Y ahora os contaré toda su historia
según lo que yo, Micer Marco Polo, he oído contar a muchos hombres.
»El Viejo… maquinaba una maldad inaudita, a saber, cómo convertir a sus
hombres en audaces matadores o espadachines de esos que comúnmente se llaman
asesinos, mediante cuyo valor pudiera él matar a quien quisiera y ser temido
por todos. Habitaba en un valle muy noble, entre dos altísimas montañas: allí
había mandado hacer el jardín más vasto y soberbio que jamás se vio. Tenía
abundancia de todas las buenas plantas, flores y frutos del mundo, y de todos
los árboles que pudo encontrar. Mandó hacer las casas bellas y los más hermosos
palacios que jamás se vieron, porque eran todos dorados y estaban decorados con
todas las cosas más bellas del mundo, y las tapicerías eran todas de seda.
Había mandado hacer muchas fuentes encantadoras, que estaban en las distintas
fachadas de los palacios, y, dentro, todas tenían pequeñas cañerías por donde
corría vino en unas, leche en otras, en otras miel, y en otras el agua más
clara. Allí residían las damas y doncellas más hermosas del mundo, que sabían
tocar muy bien todos los instrumentos, cantar melodiosamente, danzar en torno
de aquellas fuentes mejor que cualquier otra mujer, y, por encima de todo, estaban
bien instruidas en hacer a los hombres todas las caricias y confianzas
imaginables. Su papel era ofrecer todas las delicias y placeres a los jóvenes
que allí se llevaba. Había multitud de ropas de cama y de vituallas, y de
cualquier otra cosa deseable. No podía hablarse de ninguna cosa vil, y no
estaba permitido pasar el tiempo en otra cosa que no fueran juegos, amores y
retozos. Así, aquellas doncellas magníficamente adornadas de seda y de oro iban
a retozar a cualquier hora por los jardines y palacios; porque las mujeres que
los servían quedaban encerradas y nunca eran vistas al aire libre».
El Viejo hacía creer a sus hombres que aquel jardín era el Paraíso
prometido por Mahoma y les daba a entender que él era un profeta y que podía
hacer entrar en el Paraíso a quien quisiera.
«Y en este jardín no entraba ningún hombre, salvo aquellos de mala vida a
quienes quería convertir en sus satélites y asesinos. En el umbral del valle, y
a la entrada de aquel jardín, había un castillo tan fuerte y tan inexpugnable,
que no temía a nadie del mundo; se podía entrar en él por un camino secreto, y
estaba guardado muy diligentemente; por otros lugares no se podía entrar en el
jardín, solo por allí. El Viejo tenía a su lado, en la corte, a todos los hijos
de los habitantes de aquellas montañas, entre los doce y los veinte años, al
menos aquellos que pretendían ser hombres de armas, y ser valientes y bravos, y
que sabían de oídas que, según su desventurado profeta Mahoma, el Paraíso
estaba construido de la manera que os he contado; los sarracenos lo creían.
¿Qué más puedo deciros? A veces el Viejo, cuando deseaba suprimir a un señor
que le hacía la guerra o que era su enemigo, mandaba meter a algunos de esos
jóvenes en aquel Paraíso de cuatro en cuatro, de diez en diez o de veinte en
veinte, exactamente como quería. Porque ordenaba que les dieran un brebaje a
beber, que tenía por efecto dejarlos dormidos inmediatamente. Entonces dormían
tres días y tres noches, y, durante su sueño los hacía coger y llevar al
jardín; allí, al despertarse, se daban cuenta de dónde estaban».
El brebaje en cuestión tal vez fuera una infusión de hachís que unida al
hecho de fumar la misma hierba les producía el sueño que deseaba el Viejo.
«Cuando una vez despiertos los jóvenes se encuentran en un lugar tan
maravilloso y ven todas las cosas que os he dicho hechas exactamente como dice
la ley de Mahoma, y las damas y doncellas siempre a su lado cantando todo el
día, retozando y haciéndoles todas las caricias y gracias que pueden imaginar,
sirviéndoles comida y los vinos más delicados, embelesados en éxtasis por
tantos placeres y por los riachuelos de leche y de vino, se creen realmente en
el Paraíso. Y las damas y muchachas están a su lado todo el día, jugando,
cantando y haciendo gran regocijo, y ellos actúan con ellas… a su voluntad; y
allí estos jóvenes tienen todo cuanto quieren, y nunca querrían por su propia
voluntad marcharse».
Cuando el Viejo necesitaba a alguien para enviarle a un lugar para matar a
un hombre hacía que uno de aquellos jóvenes se intoxicase otra vez con el
hachís, quedando dormido, y lo hacía llevar a su palacio situado fuera del
jardín. Cuando despierta el muchacho no hace más que suspirar y decir que haría
cuanto estuviese en su mano para volver al Paraíso. El Viejo le promete que
volverá al Paraíso porque Mahoma había prometido que quien haya defendido la fe
y muerto por ella tiene asegurado el Paraíso.
«Y cuando el Viejo quiere hacer matar a un gran señor, pone a prueba entre
sus Asesinos a los que mejor le parecen. Envía a los alrededores, pero a
distancia no demasiado grande, a varios de los jóvenes que han estado en el
Paraíso, y les ordena matar al hombre que les describe. Van allí inmediatamente
y cumplen el mandato de su señor. Los que escapan regresan a la corte; algunos son
cogidos y ejecutados por haber matado a su hombre. Pero el que es cogido no
desea más que morir, pensando que vuelve inmediatamente al Paraíso.
»Cuando los que han escapado regresan ante su señor, le dicen que han
acabado la tarea. El Viejo los recibe con gran alegría y festejos. Además, él
sabe de sobra que han mostrado el más ardiente valor, porque secretamente había
enviado emisarios detrás de cada uno de los que partían, para saber quién era
el más audaz y el mejor para matar a su hombre.
»De este modo, ningún hombre escapaba a la muerte cuando el Viejo de la
Montaña lo quería. Si resultaba que los primeros enviados eran muertos antes de
haber ejecutado la orden del Viejo, enviaba a otros, y así hasta que su enemigo
era matado. Además os digo que realmente muchos reyes y barones le hacían
presentes y estaban en buenas relaciones con él por miedo a que los hiciese
matar».
La fortaleza del Viejo de la Montaña se llamaba Alamut y la secta
desapareció en 1273.
La historia precedente es parte
del libro de Carlos Fisas: “ Curiosidades
y anécdotas de la historia Universal”, el que recomiendo, y del que iré publicando otras historias.
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