jueves, 17 de diciembre de 2015

CUANDO SE COMIERON A SOLÍS

CUANDO SE COMIERON A SOLÍS


muerte de solis

En los comienzos de la conquista y descubrimiento de los actuales territorios de la Argentina y Uruguay, los españoles sufrieron una gran pérdida, bastante sangrienta. La muerte del piloto mayor de España, Juan Díaz de Solís, a mano de los indígenas.
En 1513 se revela la existencia de un mar situado más allá de las tierras descubiertas por Colón, llamado luego océano Pacífico. Esto auguraba la posibilidad de llegar a la India a través de algún paso. En busca de dicho paso partió desde Sevilla, Juan Díaz de Solís.
El 8 de octubre de 1515 salieron de Sanlúcar de Barrameda tres carabelas tripuladas por sesenta hombres. Tras una breve escala en la isla de Tenerife, Solís rumbeó hacia la costa del Brasil con su pequeña armada. Llegaron a la altura del cabo San Roque. Luego continuó hacia el sur, siguiendo la costa brasileña. En los primeros días de febrero de 1516, vieron que la costa doblaba hacia el oeste dando lugar a un inmenso estuario de unas aguas que cambiaban de un color azul verdoso a un rubio barroso. El Piloto Mayor ordenó probar ese líquido cuyo sabor resultó suave y azucarado. Como la extensión de aquella dulzura era enorme, le dieron el nombre de Mar Dulce. Más tarde cambiado por Río de Solís, y finalmente se impondría el actual y mítico nombre de Río de la Plata.
La exploración
Solís decidió explorar el inmenso estuario. Con una de las carabelas comenzó a costear la actual orilla uruguaya a lo largo de ciento cincuenta kilómetros, y llegó a una isla a la cual llamó Martín García, en honor al despensero de la expedición, que fue enterrado allí.
Ven sobre la costa “muchas casas de indios y gente, que con mucha atención estaba mirando pasar el navío y con señas ofrecían lo que tenían poniéndolo en el suelo; quiso en todo caso ver qué gente era ésta y tomar algún hombre para traer a Castilla”. Seducido por estas demostraciones de amistad, o quizá esperando conseguir víveres frescos y hacer algún comercio, Solís se embarca en un pequeño bote hacia la costa con el contador Alarcón, el factor Marquina y seis marineros más. Sabían que más al norte, en la costa atlántica, los indios eran bondadosos y ofrecían a los navegantes, frutas y otros géneros.
Una vez en tierra, en la margen izquierda del arroyo de las Vacas, se adentraron un poco alejándose de la orilla. Los nativos estaban emboscados, esperándolos, y como una avalancha cayeron sobre ellos con boleadoras y macana, y los apalearon y despedazaron hasta matarlos a todos, con la única excepción del joven grumete Francisco del Puerto, que se salvó y quedó cautivo con los indígenas.
La generalidad de los cronistas y otros testimonios de la época añaden que los indígenas descuartizaron los cadáveres a la vista de los que habían quedado en la carabela, y comieron los trozos de los españoles. No faltan modernos historiadores que niegan el hecho, considerándolo falso y como una de las muchas leyendas infundadas que hay en la conquista de América. Pero J. T. Medina logró probar, hace ya muchos años, que en efecto los indios mataron y comieron a los desdichados españoles, utilizando los testimonios de Diego García, y de muchos más, entre ellos los relatos del sobreviviente Francisco del Puerto.
No fueron los charrúas
No se sabe si los indígenas que dieron muerte a Solís y a sus hombres, fueron guaraníes de las islas del delta o los charrúas de la costa uruguaya.
La hipótesis de que los asesinos del descubridor del Plata fueron los charrúas del Uruguay ha quedado fuera del tintero, ya que no habitaban la zona en la cual desembarcó Solís. Los charrúas eran indígenas cazadores y recolectores nómadas, que vivían en las costas del Río de la Plata y del río Uruguay, también practicaban la pesca para lo cual contaban con grandes canoas.
Quedarían los guaraníes, pero los detalles de la muerte de Juan Díaz de Solís, de la manera en que fueron referidos, muestran un canibalismo diferente del practicado por los guaraníes, ya que están ausentes los elementos simbólicos que lo caracterizaban, lo mismo que su ceremonial preparatorio y su forma de ejecución.
Esto indicaría que los autores habrían sido indígenas guaranizados, que asimilaron nada más que algunos rasgos culturales sin aprender la significación global de una institución como el canibalismo de los guaraníes, que se distinguía precisamente por la forma estudiada en que se cumplían las sucesivas etapas conducentes a sacrificar y comer a un prisionero de guerra.
Siempre se aplicaban con el sentido de absorber las virtudes del inmolado, que generalmente era un guerrero hecho prisionero en combate. Todo ese ceremonial no tenía comparación con la manera repentina y precipitada en que, según las fuentes, procedieron los indígenas a matar y devorar en el sitio mismo a los extraños que acababan de desembarcar. Tampoco hay ningún relato de otro acontecimiento similar que hubiera ocurrido en alguna parte del Río de la Plata, por lo que algunos historiadores, como se dijo más arriba, han puesto en duda la veracidad de las narraciones consideradas clásicas. Pero el hecho de que dejaran con vida al joven grumete Francisco del Puerto obedece a las costumbres de sólo comer a los guerreros, dejando fuera a niños y mujeres.
El pobre grumete, abandonado por sus compatriotas, estuvo conviviendo muchos años con los indígenas, hasta que fue rescatado en 1527 por la expedición de Sebastián Caboto. Francisco del Puerto les sirvió como intérprete durante la expedición, pero un día consideró que no era suficientemente recompensado y tramó una venganza. Durante una operación comercial con ciertos indígenas, en el río Pilcomayo, organizó un ataque sorpresivo que infligió muchas bajas en los españoles. Nunca más se supo nada del grumete Francisco del Puerto.
Regreso sin Solís
Los demás integrantes de la expedición de Solís, regresaron a España, menos dieciocho marineros que quedaron abandonados en la isla de Santa Catalina (Brasil), a la cual llegaron a nado tras haber naufragado una de las carabelas.
Estos náufragos iban a tener un papel protagónico en la historia y conquista del Río de la Plata, ya que fueron ellos los que, rescatados por Caboto, dieron comienzo a la leyenda del rey Blanco que vivía en una sierra de plata. Como su nombre lo indica era toda de plata, y estaba en las inmediaciones del inmenso Río de Solís, también bañado de plata. Esta leyenda es la que originó las expediciones al Río de la Plata, todas con el objetivo de encontrar grandes cantidades de plata. Pero la plata de la que tanto se hablaba era la de los incas, en el Perú, y la del Potosí, en Bolivia. En las costas argentinas y uruguayas, sólo había de plata el reflejo de la Luna sobre el río.


Para saber más
Fitte, Ernesto J. Hambre y desnudeces en la conquista del Río de la Plata. Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires, 1980.
Gandía, Enrique. “Descubrimiento del Río de la Plata, del Paraguay y del estrecho de Magallanes”. En: AA. VV. Historia de la Nación Argentina. El Ateneo y Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires, 2° edición, 1955. Tomo II, capitulo III.
Martínez Sarasola, Carlos. Nuestros paisanos los indios. Emecé. Buenos Aires, 1996.
Medina, José Toribio. Juan Días de Solís. Estudio histórico. Santiago de Chile, 1908.
Rubio, Julián María. Exploración y conquista del Río de la Plata : siglos XVI y XVII. Salvat, 1953.

Villanueva, Héctor. Vida y pasión del Río de la Plata. Plus Ultra, 1984

Diana de Poitiers hermosa amante de Reyes

Diana de Poitiers hermosa amante de Reyes


Diana de Poitiers

La más bella favorita real de Francia, la bella entre las bellas, reflejo del tránsito entre el amor cortés medieval y el amor carnal del Renacimiento.
Posiblemente, sea una de las mujeres de anatomía más admirada, retratada y conocida. Símbolo del culto a la belleza que representa el Renacimiento.
Diana nació en 1499, hija de un alto noble francés, siendo ya de muy joven admirada por su belleza y porte natural. Sin embargo, para desilusión de sus adversarios, su vida hasta los 40 años transcurrió en la más completa oscuridad, sin escándalos ni sucesos extraños. Se casó muy joven y se mantuvo fiel casi con total seguridad hasta la muerte de su anciano esposo.
Sin embargo, con ello no queremos decir que nadie se hubiera fijado en ella, de hecho, su posición en la corte ya había despertado la admiración del monarca Francisco I, el cual se confesaba admirador secreto de Diana.
Pero el destino quiso que no fuera Francisco quien encumbrara a Diana hasta los más altos puestos del poder, sino su hijo Enrique, el cual con apenas 10 años ya había fijado su corazón y su alma en ella.
Por aquel entonces Diana estaba "felizmente " casada y tenía 20 años más que el futuro rey.
Los hechos se precipitaron con la muerte de su esposo, el rey Francisco veía a su hijo triste y abatido (de hecho le llamaban "el bello tenebroso"), y le sugirió a Diana que le animara. Ella, aunque aún dolida, consintió a hacerlo su galán, dentro de la amplia tradición medieval del amor cortés, permitiendo el enamoramiento, pero no las relaciones físicas.
Así, el futuro Enrique II quedó completamente enamorado de ella, a pesar de que por razones de estado, llevaba casado unos años con Catalina de Médicis, conocida como "la hocico -Médicis".
Mientras Francisco I vivió, la situación no pasó a más, sin embrago, a su muerte Diana decidió dar un paso más y acceder a una relación carnal con Enrique, aunque ya contaba con casi 40 años.
El joven rey apenas podía creerlo, su diosa consentía ser su amante. La joven reina Catalina no estaba dispuesta a consentirlo, oponiéndose a Diana. Ésta aguantó pacientemente, hasta que empezó a sospecharse la esterilidad de la reina. Entonces, gran conocedora de la naturaleza de la mujer, envió a sus médicos a la reina, los cuales consiguieron que diera a luz no uno, sino 10 hijos en los años siguientes.
Catalina, en deuda con la amante de su marido, no pudo sino resignarse e intentar convivir, no sin mantener una prudencial distancia que la mantuviera a ella por encima. Poco a poco, Diana alcanza la cima de su poder, sin perder nunca su belleza. Es consejera permanente del rey, consigue beneficios, cargos, rentas, interviene en la política...en fin, todo en la corte gira alrededor de ella.

Esta relación a tres se mantuvo durante muchos años, hasta que en 1559, con 60 años cumplidos, Diana vio como su amante, el origen de su poder, moría de forma dramática. En un torneo, una astilla se clavó en el ojo del monarca, el cual durante diez días estuvo agonizando entre terribles dolores. Diana supo pronto que todo había cambiado. Catalina la prohibió visitar a su esposo en el lecho de muerte y así quiso resarcirse de su eterna rival. Sin embargo, Diana se mantuvo en su posición hasta el último suspiro del rey. Pasó entonces a llevar una vida apartada de la corte, en su castillo, hasta que murió.