sábado, 19 de septiembre de 2015

UN VIAJERO, EL CAPITÁN ANDREWS JOSEPH, SE QUEJA EN 1825 DEL COBRO DE PEAJE

UN VIAJERO, EL CAPITÁN ANDREWS JOSEPH, SE QUEJA EN 1825 DEL COBRO DE PEAJE



Ya entrado el período de vida independiente, este apunte de viaje del capitán Andrews señala la perduración del intenso tráfico del Río de la Plata al Perú, del que se obtiene buena parte de los recursos.

Nos encontrábamos ahora en la ciudad de Santiago del Estero, después de haber recorrido ciento quince leguas desde Córdoba. El 2 de julio de 1825 había amanecido ya (. . .) En Santiago del Estero, como en casi todas las ciudades de Sud América que he visitado, no pude conseguir una estadística de su población. A simple vista, creo que no tiene la mitad de la población de Córdoba. El tráfico principal parece ser en la actualidad el de ponchos, "pellones" y tejidos de lana para ropa de hombre y de mujer. Los tejidos para monturas que fabrican son en extremo interesantes y su precio no muy subido. También se fabrican artículos de madera de diversa naturaleza; muchas cosas útiles, como tazas, platos etc., se hacen de madera dura del país, resultando muy durables y baratos.
Parece que las principales rentas del gobierno se obtienen de los derechos de tránsito sobre las mercaderías que pasan para las provincias del Alto Perú, las que suelen a veces confiscarse de la forma más arbitraria para vergüenza de la administración. Existe también un fuerte peaje pagado por atravesar un rústico puente sobre el río; por nuestro carruaje y dos o tres mulas cargadas tuvimos que pagar doce pesos, suma que escasamente valía el puente. Si los recursos llegan a faltar en cualquier momento, se cubren los déficit por medio de una contribución general, siendo esta siempre muy desigual. Este estado anormal de cosas ha llegado a imprimir un sello especial al carácter de la gente y aun el mismo gobernador revela gran indiferencia: sin embargo encontré el mismo sentimiento bondadoso respecto de los extranjeros, que tuve ocasión de apreciar en otras partes (. . .).
Tomé la resolución de dar un paseo por esta olvidada ciudad y sus alrededores. Apenas conserva rastros de su antigua riqueza y consideración: la catedral, aunque bello edificio, encuéntrase en un lamentable estado y casas pueden verse en algunas calles cuyos frentes se hallan adornados con pilares de cedro y caoba ricamente labrados. Todo habla de un rico estado floreciente que fue.

Fuente:
Capitán Andrews, Joseph, Viaje de Buenos Aires a Potosí y Arica en los años 1825 y 1826. Con una introducción de Carlos A. Aldao, (traductor),
La Revolución de Mayo según amplia documentación de la época,
Bs.As., 1920, pág.80-84

LOS PRIMITIVOS CAMINOS DE LOS ALREDEDORES DE LA PLATA

LOS PRIMITIVOS CAMINOS DE LOS ALREDEDORES DE LA PLATA


Las comunicaciones terrestres entre Buenos Aires y la zona del actual partido de La Plata seguían un itinerario parecido al de las rutas de nuestros días. Nacían en el Paso de Barracas (actual puente Pueyrredón) hasta el cruce del arroyo de las Conchitas o de los Jesuitas, cercano a la actual estación ferroviaria del J. M. Gutierrez. De allí el camino se ramificaba en tres direcciones: a la Ensenada y Magdalena, al Tubichaminí y a Chascomús.
El camino más antiguo parece ser el que conducía a la reducción guaraní del Tubichaminí (así apodaban al cacique Quendiopen los propios guaraníes), situado casi en la cañada de Arregui (partido de Magdalena). En su origen, este camino que se corresponde con la actual ruta 36, fue probablemente una huella abierta por los guaraníes y seguida por Garay al distribuir las tierras de la zona; después fue la ruta de las vaquerías, llegando hasta el Rincón de Todos los Santos (hoy Rincón de Noario, partido de Magdalena). En el siglo XIX se le daba el nombre de Camino a las Inundadas.
La ruta a Magdalena se desprendía del paso de Conchitas siguiendo una dirección parecida a la del Camino del Centenario. Cruzado el arroyo del Gato se abría el Camino Blanco, como un desvío que conducía a la Ensenada y a la Isla del Guaraní (Dock Central); en tanto que la ruta a Magdalena proseguía su itinerario sobre los frentes de las suertes principales, actual ruta 11. En el siglo XIX recibió el nombre de Camino Real, y cuando Martín de Iraola fundó Tolosa en 1871, lo rectificó para hacerlo pasar frente al casco de su estancia (actual Paseo del Bosque y calle 1)
El camino a Chascomús, sobre la actual ruta 2, parece ser la vía de menor antigüedad y cruzaba por los fondos de las cabezadas de las viejas estancias de la zona de La Plata.


viernes, 18 de septiembre de 2015

CUANDO SE COMIERON A SOLÍS

CUANDO SE COMIERON A SOLÍS


En los comienzos de la conquista y descubrimiento de los actuales territorios de la Argentina y Uruguay, los españoles sufrieron una gran pérdida, bastante sangrienta. La muerte del piloto mayor de España, Juan Díaz de Solís, a mano de los indígenas.
En 1513 se revela la existencia de un mar situado más allá de las tierras descubiertas por Colón, llamado luego océano Pacífico. Esto auguraba la posibilidad de llegar a la India a través de algún paso. En busca de dicho paso partió desde Sevilla, Juan Díaz de Solís.
El 8 de octubre de 1515 salieron de Sanlúcar de Barrameda tres carabelas tripuladas por sesenta hombres. Tras una breve escala en la isla de Tenerife, Solís rumbeó hacia la costa del Brasil con su pequeña armada. Llegaron a la altura del cabo San Roque. Luego continuó hacia el sur, siguiendo la costa brasileña. En los primeros días de febrero de 1516, vieron que la costa doblaba hacia el oeste dando lugar a un inmenso estuario de unas aguas que cambiaban de un color azul verdoso a un rubio barroso. El Piloto Mayor ordenó probar ese líquido cuyo sabor resultó suave y azucarado. Como la extensión de aquella dulzura era enorme, le dieron el nombre de Mar Dulce. Más tarde cambiado por Río de Solís, y finalmente se impondría el actual y mítico nombre de Río de la Plata.
La exploración
Solís decidió explorar el inmenso estuario. Con una de las carabelas comenzó a costear la actual orilla uruguaya a lo largo de ciento cincuenta kilómetros, y llegó a una isla a la cual llamó Martín García, en honor al despensero de la expedición, que fue enterrado allí.
Ven sobre la costa “muchas casas de indios y gente, que con mucha atención estaba mirando pasar el navío y con señas ofrecían lo que tenían poniéndolo en el suelo; quiso en todo caso ver qué gente era ésta y tomar algún hombre para traer a Castilla”. Seducido por estas demostraciones de amistad, o quizá esperando conseguir víveres frescos y hacer algún comercio, Solís se embarca en un pequeño bote hacia la costa con el contador Alarcón, el factor Marquina y seis marineros más. Sabían que más al norte, en la costa atlántica, los indios eran bondadosos y ofrecían a los navegantes, frutas y otros géneros.
Una vez en tierra, en la margen izquierda del arroyo de las Vacas, se adentraron un poco alejándose de la orilla. Los nativos estaban emboscados, esperándolos, y como una avalancha cayeron sobre ellos con boleadoras y macana, y los apalearon y despedazaron hasta matarlos a todos, con la única excepción del joven grumete Francisco del Puerto, que se salvó y quedó cautivo con los indígenas.
La generalidad de los cronistas y otros testimonios de la época añaden que los indígenas descuartizaron los cadáveres a la vista de los que habían quedado en la carabela, y comieron los trozos de los españoles. No faltan modernos historiadores que niegan el hecho, considerándolo falso y como una de las muchas leyendas infundadas que hay en la conquista de América. Pero J. T. Medina logró probar, hace ya muchos años, que en efecto los indios mataron y comieron a los desdichados españoles, utilizando los testimonios de Diego García, y de muchos más, entre ellos los relatos del sobreviviente Francisco del Puerto.
No fueron los charrúas
No se sabe si los indígenas que dieron muerte a Solís y a sus hombres, fueron guaraníes de las islas del delta o los charrúas de la costa uruguaya.
La hipótesis de que los asesinos del descubridor del Plata fueron los charrúas del Uruguay ha quedado fuera del tintero, ya que no habitaban la zona en la cual desembarcó Solís. Los charrúas eran indígenas cazadores y recolectores nómadas, que vivían en las costas del Río de la Plata y del río Uruguay, también practicaban la pesca para lo cual contaban con grandes canoas.
Quedarían los guaraníes, pero los detalles de la muerte de Juan Díaz de Solís, de la manera en que fueron referidos, muestran un canibalismo diferente del practicado por los guaraníes, ya que están ausentes los elementos simbólicos que lo caracterizaban, lo mismo que su ceremonial preparatorio y su forma de ejecución.
Esto indicaría que los autores habrían sido indígenas guaranizados, que asimilaron nada más que algunos rasgos culturales sin aprender la significación global de una institución como el canibalismo de los guaraníes, que se distinguía precisamente por la forma estudiada en que se cumplían las sucesivas etapas conducentes a sacrificar y comer a un prisionero de guerra.
Siempre se aplicaban con el sentido de absorber las virtudes del inmolado, que generalmente era un guerrero hecho prisionero en combate. Todo ese ceremonial no tenía comparación con la manera repentina y precipitada en que, según las fuentes, procedieron los indígenas a matar y devorar en el sitio mismo a los extraños que acababan de desembarcar. Tampoco hay ningún relato de otro acontecimiento similar que hubiera ocurrido en alguna parte del Río de la Plata, por lo que algunos historiadores, como se dijo más arriba, han puesto en duda la veracidad de las narraciones consideradas clásicas. Pero el hecho de que dejaran con vida al joven grumete Francisco del Puerto obedece a las costumbres de sólo comer a los guerreros, dejando fuera a niños y mujeres.
El pobre grumete, abandonado por sus compatriotas, estuvo conviviendo muchos años con los indígenas, hasta que fue rescatado en 1527 por la expedición de Sebastián Caboto. Francisco del Puerto les sirvió como intérprete durante la expedición, pero un día consideró que no era suficientemente recompensado y tramó una venganza. Durante una operación comercial con ciertos indígenas, en el río Pilcomayo, organizó un ataque sorpresivo que infligió muchas bajas en los españoles. Nunca más se supo nada del grumete Francisco del Puerto.
Regreso sin Solís
Los demás integrantes de la expedición de Solís, regresaron a España, menos dieciocho marineros que quedaron abandonados en la isla de Santa Catalina (Brasil), a la cual llegaron a nado tras haber naufragado una de las carabelas.
Estos náufragos iban a tener un papel protagónico en la historia y conquista del Río de la Plata, ya que fueron ellos los que, rescatados por Caboto, dieron comienzo a la leyenda del rey Blanco que vivía en una sierra de plata. Como su nombre lo indica era toda de plata, y estaba en las inmediaciones del inmenso Río de Solís, también bañado de plata. Esta leyenda es la que originó las expediciones al Río de la Plata, todas con el objetivo de encontrar grandes cantidades de plata. Pero la plata de la que tanto se hablaba era la de los incas, en el Perú, y la del Potosí, en Bolivia. En las costas argentinas y uruguayas, sólo había de plata el reflejo de la Luna sobre el río.


Para saber más
Fitte, Ernesto J. Hambre y desnudeces en la conquista del Río de la Plata. Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires, 1980.
Gandía, Enrique. “Descubrimiento del Río de la Plata, del Paraguay y del estrecho de Magallanes”. En: AA. VV. Historia de la Nación Argentina. El Ateneo y Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires, 2° edición, 1955. Tomo II, capitulo III.
Martínez Sarasola, Carlos. Nuestros paisanos los indios. Emecé. Buenos Aires, 1996.
Medina, José Toribio. Juan Días de Solís. Estudio histórico. Santiago de Chile, 1908.
Rubio, Julián María. Exploración y conquista del Río de la Plata : siglos XVI y XVII. Salvat, 1953.
Villanueva, Héctor. Vida y pasión del Río de la Plata. Plus Ultra, 1984


ATENEA DIOSA DE LA SABIDURÍA

ATENEA DIOSA DE LA SABIDURÍA




Atenea Diosa de la sabiduría, vino al mundo de una manera extraordinaria. Agobiado Zeus por unos terribles dolores de cabeza, ordenó a Hermes traer de inmediato a su presencia a Hefestos, rey del fuego. Cuando este llegó, Zeus le ordeno que le abriese el cráneo con un golpe de su afilada hacha. Y cuál no seria la sorpresa de los dioses, cuando vieron brotar de la hendidura de la cabeza divina, a Atenea ya de veinte años y armada de pies a cabeza. Un casco de oro relucía en su testa, y su cuerpo estaba cubierto por una espléndida armadura de guerra. Al salir, dio un grito de alegría y se puso a danzar. Los dioses anonadados por su belleza, permanecieron cautivados por el baile guerrero que la nueva diosa acababa de inaugurar.

Desde el instante de su nacimiento, fue la hija favorita de Zeus y reconocida por todos como la diosa de la sabiduría. Como tal inventó la escritura, la pintura y el bordado que a su vez enseño a los hombres. Disfrutaba de la música y apadrinaba a sabios y artistas.

Gozaba de otras atribuciones; así, disponía del rayo y de la vida de los mortales, prolongándoles la vida y deparándoles, después de muertos, venturosas fortunas. Era diestra en el manejo de las armas, portaba siempre la lanza, y cubría su pecho con una coraza hecha de la piel de la cabra Amaltea. Poseía el escudo de las Gorgonas, que resistía al mismo rayo. Su ave favorita era la lechuza y su árbol sagrado, el olivo. Protegió a los héroes Aquiles, Diómedes, Ulises y Agamenón en la guerra de Troya.

Atenea había hecho votos de castidad perpetua, pero no pudo impedir que Hefestos se enamorara de ella. Un día, Hefestos la perseguío y pese a su cojera le dio alcance en la Acrópolis; no obstante a la cerrada defensa que la diosa hizo de su persona, Hefestos la estrechó con desesperada pasión entre sus brazos y le mojo la pierna. Atenea, asqueada se secó con un pedazo de lana que luego arrojó al suelo, y ahí mismo la tierra quedó fecundada y dio a luz a Erictonio, a quien la diosa recogió y considero como a su hijo.

Sostuvo una irreconciliable enemistad con Poseidón, dios de los mares, porque ambos querían imponer su nombre a la ciudad que Cecrope, hijo de Hefestos acababa de construir. Los dioses pusieron fin a esta disputa, disponiendo que la ciudad llevara el nombre de quien creara aquello que fuera más beneficioso a sus habitantes. Poseidón, con un poderoso golpe de su tridente, hizo brotar un caballo del fondo de la tierra; Atenea, en cambio, hizo surgir un árbol de olivo.
Luego de gran razonamiento, los dioses llegaron a la conclusión de que el caballo representaba a la guerra en tanto que el árbol de olivo, a la paz y decidieron que la nueva ciudad se llamaría Atenas.

Atenea, que era una diosa bellísima, miraba con gran recelo la hermosura de las demás mujeres, se esmeraba en ser la más atractiva del Olimpo.
Ella fue una de las deidades femeninas que participaron en la disputa de la manzana de la discordia, evento en el que Paris intervino como juez. Atenea, en su deseo de salir triunfante, se insinuó amorosamente ante Paris; pero fue inútil Paris se inclinó por Afrodita, ganándose el odio de Atenea, quien en represalia por esta decisión de Paris tomo partido a favor de los griegos en la guerra de Troya.

Una victima de sus celos fue Medusa una de las tres gorgonas, nieta de Poseidón. Ella era la criatura más bella; sus cabellos eran dorados, la dulzura de sus ojos y la blancura de su cuerpo eran la admiración de sus numerosos pretendientes. Halagada se creyó ser mas bella que Atenea, quien sintiéndose ofendida decidió acabar con su rival transformándola completamente. Sus rubios cabellos fueron convertidos en un haz de terribles serpientes, cubrió su cuerpo de escamas; sus ojos y dientes fueron reducidos a uno solo, que usaba alternativamente con sus otras dos hermanas, y sus manos dejaron de ser tales y convertidas en dos garras de hierro. Su figura resultó tan horrorosa, que todo aquel que la miraba moría o quedaba petrificado.


Pero no sólo se afligía por los celos frente a su belleza, sino también como patrona de las actividades artesanales, especialmente femeninas, tal como el arte de hilar, tejer y bordar. No soportaba ser igualada por nadie. Una victima de este su iracundo celo fue una eximia y famosa bordadora, que vivía en Colofón, llamada Aracne, cuyo trabajos eran admirados por gente que acudía de diversos lugares. Atenea la retó a que hiciera cada una un bordado para ver cuál resultaba mejor. Aracne hizo un bordado en el que aparecían representadas las aventuras amorosas de Zeus, padre de Atenea; su trabajo era tan maravilloso y perfecto, que casi superaba al de la diosa. Atenea, encolerizada, hizo pedazos la hermosa lavor y golpeó a la hábil Aracne, que ofendía se colgó para ahorcarse.
Movida por la compasión, la diosa Atenea la convirtió en araña cuando estaba a punto de morir. Desde aquel día Aracne conserva su pasión por el hilado y el tejido en la espesura de los boques y en todos los rincones más tranquilos de la tierra.

Al nombre de Atenea, algunos anteponen como un añadido el de Palas. Este hecho se debe a que Atenea fue huésped del dios Triton, por lo que vivía en compañía de su hija llamada Palas. Las dos jóvenes se ejercitaban en las artes guerreras; pero, en uno de esos eventos Atenea, sin desearlo, la hirió mortalmente y aquélla murió irremediablemente. Para enmendar esta desgracia, tomó el nombre de la joven muerta.

POR: Alicia Cáceres Castagnola
Bibliografía: Mitología griega y romana
Swarthy.S

jueves, 17 de septiembre de 2015

EL CASO LYSENKO

EL CASO LYSENKO

 

 

La política no suele ser buena consejera en cuanto a la ciencia se refiere, mucho menos si el integrismo interfiere con la objetividad. El marxismo radical reinante en la Rusia soviética es un claro ejemplo de esta nefasta asociación. La ideología marxista, vista a través de los ojos de Stalin claro, propuso entre otras cuestiones, que la humanidad es moldeable más allá de lo que la naturaleza imponga y la herencia genética no sería un factor limitante en ese caso. Aplicando esta idea a la biología, de manera radical, Trofim D. Lysenko y los políticos que apoyaban sus teorías causaron mucho daño al pueblo ruso.
Lysenko se dedicaba a la agronomía, desde 1929 a 1965 consiguió toda la atención de los dirigentes comunistas soviéticos, convencidos de que sería capaz de acabar con los problemas de alimentación de la población. La demencial asociación político-biológica trajo grandes catástrofes de hambre y se basó en negar cualquier evidencia de la ciencia porque no se adaptaba al “ideal marxista”. Lysenko, el conductor de aquella loca experiencia, planteaba que las plantas, al igual que el hombre, pueden ser modificadas por el ambiente sin tener en cuenta sus características genéticas. Su objetivo final era la mejora de las cosechas, la obtención de superproducciones utilizando sus métodos. El resultado fue un desastre que duró más de treinta y cinco años. El poder que alcanzó Lisenko fue tal, que logró eliminar a sus competidores. Cualquier científico, por muy respetado, objetivo y honrado que fuera, era apartado de su trabajo si contradecía al “genio” de la agricultura. La acusación en esos casos siempre fue la misma: traición a los planes soviéticos. Y si entrabas en la lista negra, lo mejor era intentar escapar, porque el futuro no existía para quien llegaba al conflicto con Lisenko y sus protectores. Muchos perdieron la vida en aquella batalla donde la estupidez se imponía a base de libros y teorías manipuladas al gusto de los ideólogos soviéticos.
Lysenko nunca se consideró un científico, y en realidad jamás lo fue. Como jardinero y agrónomo se empeñó en obtener cosechas de invierno en la estación agrícola caucásica a la que fue asignado. Su formación fue muy limitada y jamás asistió a la universidad. Humedeciendo y refrigerando semillas durante el invierno consiguió que, al realizar la siembra en primavera, el ciclo de vida de los vegetales fuera más corto. En el Cáucaso, con veranos cortos, esas plantas se pueden cosechar antes del otoño. Lysenko se apasionó con esa técnica, denominada vernalización. Pero no la inventó, ya era conocida desde hacía muchos años en medio mundo. En Rusia había sido ensayada anteriormente con un éxito modesto. Fue criticado por haber pretendido “descubrir” algo ya existente. Pero en vez de aceptar la evidencia, respondió con rabia. A partir de 1923 atacó de nuevo afirmando que todas las semillas de trigo responderían adecuadamente al proceso, aumentando las cosechas. El resultado de las primeras pruebas fueron cosechas de trigo “vernalizado” muy pobres. En 1929 Lisenko fue encomendado a varias instituciones agrarias y, de alguna rocambolesca forma, terminó en el Instituto de Genética de Moscú.
Desde ese momento se dedicó a hacer publicidad de sus ideas sobre los vegetales, no en publicaciones científicas, sino en medios populares. En las entrevistas que se publicaron sobre su trabajo, alabó las técnicas de vernalización, no sólo para los cereales, sino para todos los vegetales. Cuando los primeros datos sobre hormonas vegetales fueron publicados, Lysenko afirmó que eran todos falsos y erróneos, que la única fuente para mejorar la producción eran las condiciones de luz, humedad, terreno… nada de química, genética o salud vegetal. En la agricultura de hoy cualquiera que diga semejantes estupideces no sería tomado más que como el “tonto del pueblo”. Pero en la Rusia Soviética caló hondo. A finales de los años cuarenta el poder de Lisenko había aumentado lo suficiente como para influir directamente sobre las decisiones políticas. Stalin en persona apoyó su trabajo, y nadie en su sano juicio se atrevería a contradecir al nuevo “Zar”. En esos años Lisenko dinamitó las bases científicas de la biología soviética. Hizo destituir y, en algunos casos, ejecutar a los más importantes genetistas rusos. Otros tuvieron “mejor” suerte pues terminaron desterrados en Siberia. Los genetistas fueron declarados enemigos del mundo obrero. Lysenko desarrolló su propia teoría genética a la que denominó Michurinismo, en honor a Michurin, un agricultor muy diestro en injertos de árboles frutales. Incluso cuando se demostró experimentalmente la relación entre el ADN y la herencia, los partidarios de Lysenko siguieron con su modelo. Para ellos, el ADN no era más que una superstición propia de los decadentes occidentales.
La venganza de Lysenko contra sus “enemigos” siempre fue implacable. Vavilov, famoso biólogo ruso, denunció de forma continua la falsedad de los planteamientos de Lisenko. Como no podía ser de otra manera, fue arrestado, juzgado y declarado culpable de traición. Entre otros muchos delitos “probados” fue acusado de ser un radical de derechas, espía británico, saboteador, enemigo del pueblo soviético y traidor a la patria. Condenado a muerte, más tarde la sentencia fue conmutada a diez años de prisión. Vavilov murió en 1943, en la cárcel, a causa se la desnutrición. Como era de esperar no sólo sufrieron penalidades los científicos honestos que se opusieron a Lysenko. Las primeras cosechas a gran escala concebidas sin ayuda de la genética, la biología y el sentido común de los agricultores rusos, fueron un desastre. Al no tratarse las enfermedades de las plantas, debidas a virus, bacterias y hongos, las variedades de vegetales comestibles fueron degenerando. Lisenko no creía que esas enfermedades fueran originadas por infecciones, sino por malas prácticas en la siembra. Al intentar desarrollar variedades de trigo resistentes a las heladas siberianas, tuvieron que ser abandonadas miles de hectáreas con tierras cultivadas.
El largo brazo lisenkiano llegó también a la planificación forestal, donde se manifestó igualmente nefasta. En cuestión de fertilizantes Lysenko aconsejó mezclas sin sentido y, dado su nulo conocimiento de química y biología, muchas de ellas fueron perjudiciales para los suelos y los vegetales. Cada vez que algún laboratorio agronómico ruso mostraba los pésimos resultados de las cosechas, los datos eran borrados por los amigos políticos de Lysenko. La agricultura marxista, racionalizada, lisenkiana, fue impuesta a todos los agricultores. No había salida, el que se negara a ello sabía a qué se exponía. Los avances de la agricultura occidental fueron ridiculizados. Cuanto más crecía la producción en los Estados Unidos y Europa más criticaba Lysenko a los “locos” capitalistas del ADN y las hormonas. La ganadería sufrió también las doctrinas de Lisenko, con absurdas teorías sobre el cruzamiento de reses sin ninguna base. Los políticos, sin embargo, adoraban a Lysenko, más que por sus resultados, por su retórica anticapitalista. Para ver hasta dónde llegaron las tonterías de los grupos lisenkianos no hay más que conocer su “teoría de la evolución”. Bueno, es muy simple… ¡y estúpida! Para Lisenko las especies pueden transformarse unas en otras, así, sin otra explicación. Cientos de informes lisenkianos afirmaron ver trigo que se convertía en centeno, abetos en pinos o cualquier otra tontería que se nos pueda ocurrir.
Cuando Khrushchev fue depuesto como primer mandatario soviético en 1964, Lisenko fue destituido como director del Instituto de Genética. A partir de entonces su influencia decayó en el mundo soviético, pero no tan rápidamente como podría pensarse. Comenzó entonces a reconstruirse la ciencia en Rusia, al principio desde los colegios, que habían negado cualquier dato de “ciencia burguesa” a sus alumnos, substituyendo la ciencia objetiva por pura pseudociencia sin sentido. Los datos que manejaron los colaboradores de Lisenko se han conocido con el paso de los años. Todos los informes estaban amañados y lo declarado por los granjeros se modificó para “cuadrarlo” con las ideas preconcebidas. El resultado final de la doctrina lisenkiana fue la completa destrucción de la ciencia biológica soviética y el retraso de su agricultura en más de dos décadas con respecto a la occidental. Miles de personas sufrieron hambre y otras penurias por culpa de aquella asociación de la falacia irracional y la política integrista.
El caso Lysenko no ha sido, por desgracia, el único episodio trágico en la historia de las relaciones entre la política radical y la pseudociencia. En China, durante la mal llamada Revolución Cultural a mediados del siglo XX, los científicos fueron declarados proscritos. Todas las fuerzas del país se dedicaron a la producción, tanto agraria como industrial, pero las personas que podían, gracias a su formación, dirigir eficientemente la economía fueron apartados y convertidos en simples obreros. La mayoría de los centros de investigación fueron cerrados y los pocos temas autorizados a investigar se miraban bajo la lupa de la “pureza política.” La ínfima cantidad de trabajos científicos publicados en la China maoísta fueron realizados bajo el anonimato impuesto o ¡firmados por el propio Mao! Naturalmente, el dictador “inspiró” cualquier actividad en China, todo lo que se produjera no salía oficialmente de la cabeza de los autores, sino que se consideró una inspiración divina del gran Mao. Algo parecido sucede en nuestros días con Corea del Norte, régimen cerrado absolutamente al mundo, donde cada acción del individuo está predeterminada y los pensamientos de la ciudadanía pertenecen por derecho propio al dictador. El resultado de la Revolución Cultural China y de regímenes como el norcoreano siempre es el mismo, el colapso económico, la pobreza y el hambre. En China, sin nadie que guiara racionalmente la producción de alimentos, millones de personas murieron de hambre. Sin científicos y técnicos capaces de tratar los campos contra las plagas, se sufrieron décadas de miseria.
El pasado siglo ha sido testigo de las atrocidades cometidas por los regímenes políticos más despiadados e irracionales imaginables. Durante los años treinta, los “científicos” nazis alemanes, genetistas, antropólogos y médicos, se empeñaron en crear una base teórica con la que justificar el exterminio de todas las razas consideradas “inferiores”, sobre la base de la supremacía de la raza aria propuesta por Karl Haushoffer. Desde los epilépticos a los alcohólicos, pasando por gitanos o judíos, miles de personas fueron “científicamente” declaradas subhumanas. Durante muchos años se esterilizó a personas para impedir que extendieran su “mala semilla.” Comenzada la Segunda Guerra Mundial los nazis crearon industrias completas de exterminio. Al margen del conocido holocausto judío hubo muchos otros genocidios. El Instituto de Neurología del Hospital Charite de Berlín constituyó el núcleo desde el que varios cientos de burócratas decidieron el destino de miles de personas. Más de doscientos mil murieron en esas dependencias, la mayoría eran pacientes psiquiátricos. En toda Alemania se erigieron otros muchos centros como ese dedicados a la “limpieza científica” fundada en el puro odio y no en alguna base racional. Con los cuerpos de los asesinados se hicieron toda clase de experimentos sin que ningún implicado objetara jamás algún reparo de tipo moral. Muchos de aquellos carniceros continuaron impunemente ejerciendo la medicina al terminar la guerra.




LOS LICIOS

LOS LICIOS

De los pueblos que se establecieron en Asia Menor, en áreas próximas a los territorios hititas, durante la Protohistoria, seguramente sean los licios los más ignorados.
       La región de Licia, al sudoeste de Turquía, se hallaba estratégicamente situada en la Antigüedad entre los reinos de Caria, Lidia y Pamphilia; sus 65 ciudades, sin perder de vista el Mediterráneo, se asentaban sobre las estribaciones meridionales de la cadena del Tauro. Aquella legendaria región se conoce actualmente como la península de Teke -entre Fetthiye y Antalya.
      
Hacia el siglo VIII a C, los licios empiezan a sonar en la Historia como un pujante pueblo de gentes marineras, organizado en una confederación de ciudades-estado llamada Liga Licia. Los licios conservaron su independencia durante las sucesivas hegemonías de Frigia y de Lidia, a la vez que mantenían intercambios comerciales y culturales con los griegos, pero cayeron bajo el poder de los persas, tras oponer una heroica resistencia a las fuerzas armadas de Harpagón, general del ejército de Ciro. Bajo la Persia aqueménida, y más tarde bajo los seléucidas y los romanos, Licia disfrutó de una cierta autonomía y pudo conservar su antiguo sistema confederal hasta tiempos de Augusto. Luego fue anexionada a Panfilia, y a partir del siglo IV d C vuelve a ser una provincia separada. 
       Homero fue el primer cronistas de esta civilización; en la Ilíada la cita como "fértil tierra de Licia”. Persas, griegos y romanos sintieron una especial atracción por esta cultura. El mismo Alejandro Magno, después de conquistar Xanthos, la capital de Licia, en su avance hacia Oriente, quedó fascinado ante los hermosos parajes de esta región, que siguen sorprendiendo al viajero, sobre todo la mitológica bahía de Kekova, al fondo de las murallas de Ximena. Los diferentes principados licios desarrollaron del siglo VI al IV a. C. un arte real influido por el oriente asirio y persa.   Telmessos (Fethiye, Licia) Tumba.
       Las tumbas constituyen lo más destacado del arte licio; como resultado de los temblores sísmicos que han sacudido la zona a lo largo de los tiempos, algunas yacen al revés, como si fueran quillas de barcos, semisumergidas en las azuladas aguas.




miércoles, 16 de septiembre de 2015

"LA GAZETA", 21 de junio de 1810: SOBRE LA LIBERTAD DE ESCRIBIR

"LA GAZETA", 21 de junio de 1810

SOBRE LA LIBERTAD DE ESCRIBIR




    "Si el hombre no hubiera sido constantemente combatido por las preocupaciones y los errores, y si un millón de causas que se han sucedido sin cesar, no hubiesen grabado en él una multitud de conocimientos y de absurdos, no veríamos, en lugar de aquella celeste y majestuosa simplicidad que el autor de la naturaleza le imprimió, el deforme contraste de la pasión que crece que razona cuando el entendimiento esté en delirio. Consúltese la historia de todos los tiempos, y no se hallará en ella otra cosa más que desórdenes de la razón, y preocupaciones vergonzosas. ¡Qué de monstruosos errores no han adoptado las naciones como axiomas infalibles, cuando se han dejado arrastrar del torrente de una preocupación sin examen, y de una costumbre siempre ciega, partidaria de las más erróneas máximas, si ha tenido por garantes la sanción de los tiempos y el abrigo de la opinión común! En todo tiempo ha sido el nombre el juguete y el ludibrio de los que han tenido interés en burlarse y de su sencilla simplicidad. Horroroso cuadro, que ha hecho dudar a los filósofos, si había nacido sólo para ser la presa del error y la mentira, o si por una inversión de sus preciosas facultades se hallaba inevitablemente sujeto a la degradación en que el embrutecimiento entra a ocupar el lugar del raciocinio.
    ¡Levante el dedo el pueblo que no tenga que llorar hasta ahora un cúmulo de adoptados errores y preocupaciones ciegas, que viven con el resto de sus individuos; y que exentas de la decrepitud de aquéllos, no se satisfacen con acompañar al hombre hasta el sepulcro, sino que retroceden también hasta las generaciones nacientes para causar en ellas igual cúmulo de males!
    En vista de esto, pues, ¿no sería la obra más acepta a la humanidad, porque la pondría a cubierto de la opresora esclavitud de sus preocupaciones, el dar ensanche y libertad a los escritores públicos para que las atacasen a viva fuerza, y sin compasión alguna? Así debería ser, seguramente; pero la triste experiencia de los crueles padecimientos que han sufrido cuantos han intentado combatirlas, nos arguye la casi imposibilidad de ejecutarlo. Sócrates, Platón, Diágoras, Anaxágoras, Virgilio, Galileo, Descartes, y otra porción de sabios que intentaron hacer de algún modo la felicidad sus compatriotas, iniciándolos en las luces y conocimientos útiles descubriendo sus errores, fueron víctimas del furor con que se persigue la verdad.
    ¿Será posible que se haya de desterrar del universo, un bien ;que haría sus mayores delicias si se alentase y se supiese proteger? ¿Por qué no le ha de ser permitido al hombre el combatir las preocupaciones populares que tanto influyen, no sólo en la tranquilidad, sino también en la felicidad de su existencia miserable? ¿Por qué se le ha de poner una mordaza al que intenta combatirlas, y se ha de poner un entredicho formidable al pensamiento, encadenándole de un modo que se equivoque con la desdicha suerte que arrastra el esclavo entre sus cadenas opresoras.
    Desengañémonos, al fin, que los pueblos yacerán en el embrutecimiento más vergonzoso, si no se da una absoluta franquicia y libertad para hablar en todo asunto que no se oponga en modo alguno a las verdades santas de nuestra augusta religión, y a las determinaciones del gobierno, siempre dignas de nuestro mayor respeto. Los pueblos correrán de error en error, y de preocupación en preocupación, y harán la desdicha de su existencia presente y sucesiva. No se adelantarán las artes, ni los conocimientos útiles, porque no teniendo libertad el pensamiento, se seguirán respetando los absurdos que han consagrado nuestros padres, y han autorizado el tiempo y la costumbre.
    Seamos, una vez, menos partidarios de nuestras envejecidas opiniones tengamos menos amor propio; dése acceso a la verdad y a la introducción de las luces y de la ilustración; no se reprima la inocente libertad de pensar en asuntos del interés universal ; no oreamos que con ella se atacará jamás impunemente el mérito y la virtud, porque hablando por el mismo su favor y teniendo siempre por árbitro imparcial al pueblo, se reducirán a polvo los escritos de los que indignamente osasen atacarles. La verdad, como la virtud, tienen en sí mismas su más incontestable apología; a fuerza de discutirlas y ventilarlas aparecen en todo su esplendor y brillo; si se oponen restricciones al discurso, vegetará el espíritu como la materia; el error, la mentira, la preocupación, el fanatismo y el embrutecimiento, harán la divisa de los pueblos, y causarán para siempre su abatimiento, su ruina y su miseria".