CUANDO SE COMIERON A SOLÍS
En
los comienzos de la conquista y descubrimiento de los actuales territorios de
la Argentina y Uruguay, los españoles sufrieron una gran pérdida, bastante
sangrienta. La muerte del piloto mayor de España, Juan Díaz de Solís, a mano de
los indígenas.
En
1513 se revela la existencia de un mar situado más allá de las tierras
descubiertas por Colón, llamado luego océano Pacífico. Esto auguraba la posibilidad
de llegar a la India a través de algún paso. En busca de dicho paso partió
desde Sevilla, Juan Díaz de Solís.
El
8 de octubre de 1515 salieron de Sanlúcar de Barrameda tres carabelas
tripuladas por sesenta hombres. Tras una breve escala en la isla de Tenerife,
Solís rumbeó hacia la costa del Brasil con su pequeña armada. Llegaron a la
altura del cabo San Roque. Luego continuó hacia el sur, siguiendo la costa
brasileña. En los primeros días de febrero de 1516, vieron que la costa doblaba
hacia el oeste dando lugar a un inmenso estuario de unas aguas que cambiaban de
un color azul verdoso a un rubio barroso. El Piloto Mayor ordenó probar ese
líquido cuyo sabor resultó suave y azucarado. Como la extensión de aquella
dulzura era enorme, le dieron el nombre de Mar Dulce. Más tarde cambiado por
Río de Solís, y finalmente se impondría el actual y mítico nombre de Río de la
Plata.
La
exploración
Solís
decidió explorar el inmenso estuario. Con una de las carabelas comenzó a
costear la actual orilla uruguaya a lo largo de ciento cincuenta kilómetros, y
llegó a una isla a la cual llamó Martín García, en honor al despensero de la
expedición, que fue enterrado allí.
Ven
sobre la costa “muchas casas de indios y gente, que con mucha atención estaba
mirando pasar el navío y con señas ofrecían lo que tenían poniéndolo en el
suelo; quiso en todo caso ver qué gente era ésta y tomar algún hombre para
traer a Castilla”. Seducido por estas demostraciones de amistad, o quizá
esperando conseguir víveres frescos y hacer algún comercio, Solís se embarca en
un pequeño bote hacia la costa con el contador Alarcón, el factor Marquina y
seis marineros más. Sabían que más al norte, en la costa atlántica, los indios
eran bondadosos y ofrecían a los navegantes, frutas y otros géneros.
Una
vez en tierra, en la margen izquierda del arroyo de las Vacas, se adentraron un
poco alejándose de la orilla. Los nativos estaban emboscados, esperándolos, y
como una avalancha cayeron sobre ellos con boleadoras y macana, y los apalearon
y despedazaron hasta matarlos a todos, con la única excepción del joven grumete
Francisco del Puerto, que se salvó y quedó cautivo con los indígenas.
La
generalidad de los cronistas y otros testimonios de la época añaden que los
indígenas descuartizaron los cadáveres a la vista de los que habían quedado en
la carabela, y comieron los trozos de los españoles. No faltan modernos
historiadores que niegan el hecho, considerándolo falso y como una de las
muchas leyendas infundadas que hay en la conquista de América. Pero J. T.
Medina logró probar, hace ya muchos años, que en efecto los indios mataron y
comieron a los desdichados españoles, utilizando los testimonios de Diego
García, y de muchos más, entre ellos los relatos del sobreviviente Francisco
del Puerto.
No
fueron los charrúas
No
se sabe si los indígenas que dieron muerte a Solís y a sus hombres, fueron
guaraníes de las islas del delta o los charrúas de la costa uruguaya.
La
hipótesis de que los asesinos del descubridor del Plata fueron los charrúas del
Uruguay ha quedado fuera del tintero, ya que no habitaban la zona en la cual
desembarcó Solís. Los charrúas eran indígenas cazadores y recolectores nómadas,
que vivían en las costas del Río de la Plata y del río Uruguay, también
practicaban la pesca para lo cual contaban con grandes canoas.
Quedarían
los guaraníes, pero los detalles de la muerte de Juan Díaz de Solís, de la
manera en que fueron referidos, muestran un canibalismo diferente del
practicado por los guaraníes, ya que están ausentes los elementos simbólicos
que lo caracterizaban, lo mismo que su ceremonial preparatorio y su forma de
ejecución.
Esto
indicaría que los autores habrían sido indígenas guaranizados, que asimilaron
nada más que algunos rasgos culturales sin aprender la significación global de
una institución como el canibalismo de los guaraníes, que se distinguía
precisamente por la forma estudiada en que se cumplían las sucesivas etapas
conducentes a sacrificar y comer a un prisionero de guerra.
Siempre
se aplicaban con el sentido de absorber las virtudes del inmolado, que
generalmente era un guerrero hecho prisionero en combate. Todo ese ceremonial
no tenía comparación con la manera repentina y precipitada en que, según las
fuentes, procedieron los indígenas a matar y devorar en el sitio mismo a los
extraños que acababan de desembarcar. Tampoco hay ningún relato de otro
acontecimiento similar que hubiera ocurrido en alguna parte del Río de la
Plata, por lo que algunos historiadores, como se dijo más arriba, han puesto en
duda la veracidad de las narraciones consideradas clásicas. Pero el hecho de
que dejaran con vida al joven grumete Francisco del Puerto obedece a las
costumbres de sólo comer a los guerreros, dejando fuera a niños y mujeres.
El
pobre grumete, abandonado por sus compatriotas, estuvo conviviendo muchos años
con los indígenas, hasta que fue rescatado en 1527 por la expedición de
Sebastián Caboto. Francisco del Puerto les sirvió como intérprete durante la
expedición, pero un día consideró que no era suficientemente recompensado y
tramó una venganza. Durante una operación comercial con ciertos indígenas, en
el río Pilcomayo, organizó un ataque sorpresivo que infligió muchas bajas en
los españoles. Nunca más se supo nada del grumete Francisco del Puerto.
Regreso
sin Solís
Los
demás integrantes de la expedición de Solís, regresaron a España, menos
dieciocho marineros que quedaron abandonados en la isla de Santa Catalina
(Brasil), a la cual llegaron a nado tras haber naufragado una de las carabelas.
Estos
náufragos iban a tener un papel protagónico en la historia y conquista del Río
de la Plata, ya que fueron ellos los que, rescatados por Caboto, dieron
comienzo a la leyenda del rey Blanco que vivía en una sierra de plata. Como su
nombre lo indica era toda de plata, y estaba en las inmediaciones del inmenso
Río de Solís, también bañado de plata. Esta leyenda es la que originó las
expediciones al Río de la Plata, todas con el objetivo de encontrar grandes
cantidades de plata. Pero la plata de la que tanto se hablaba era la de los
incas, en el Perú, y la del Potosí, en Bolivia. En las costas argentinas y
uruguayas, sólo había de plata el reflejo de la Luna sobre el río.
Para
saber más
Fitte,
Ernesto J. Hambre y desnudeces en la conquista del Río de la Plata. Academia
Nacional de la Historia. Buenos Aires, 1980.
Gandía,
Enrique. “Descubrimiento del Río de la Plata, del Paraguay y del estrecho de
Magallanes”. En: AA. VV. Historia de la Nación Argentina. El Ateneo y Academia
Nacional de la Historia. Buenos Aires, 2° edición, 1955. Tomo II, capitulo III.
Martínez
Sarasola, Carlos. Nuestros paisanos los indios. Emecé. Buenos Aires, 1996.
Medina,
José Toribio. Juan Días de Solís. Estudio histórico. Santiago de Chile, 1908.
Rubio,
Julián María. Exploración y conquista del Río de la Plata : siglos XVI y XVII.
Salvat, 1953.
Villanueva,
Héctor. Vida y pasión del Río de la Plata. Plus Ultra, 1984